martes, 22 de marzo de 2011
Caligrafía de los sueños de Juan Marsé en Revista de Letras
Redondear la maestría: Caligrafía de los sueños de Juan Marsé, por Jordi Corominas i Julián
Caligrafía de los sueños
Juan Marsé
Lumen (Barcelona, 2011)
243. Carrer de Torrente Flores
El nom que dóna el Nomenclàtor del 1980 és Torrent de les Flors, però el mateix Nomenclàtor m’indica que Manuel Torrente Flores, l’any 1875 va censar els terrenys que ocupa el carrer gracienc del qual tractem ara.
La situación és entre la Travessera de Gràcia i la de Dalt.
( Josep M. Vilarrúbia i Estrany, Els carrers de Gràcia, pp. 87)
Decía Antonio Tabucchi que si al principio de una novela hay un fusil colgando es más que probable deducir una futura muerte. Juan Marsé inicia su Caligrafía de los sueños con sutil ironía. “Torrente de las Flores. Siempre pensé que una calle con este nombre podría albergar ninguna tragedia”. La historia que narra el barcelonés es un drama colectivo que sólo su pluma es capaz de plasmar, hecatombe colectiva vista desde los ojos de un adolescente con claro matiz autobiográfico, como si el autor de Si te dicen que caí- donde ya aparece Ringo, el protagonista- quisiera ajustar cuentas con toda su anterior producción desde la experiencia que confieren los años.
Soy del Guinardó y desarrollo gran parte de mi vida social en Gràcia, barrio del que me confieso enamorado hasta la médula. Lo digo porque mi identificación con el espacio ha facilitado sin duda alguna una lectura que a través de una fuerte empatía topográfica genera nostalgia de inocencia perdida, sitios desaparecidos y situaciones que desde lo cotidiano se revelan casi irreales. El motivo es el contexto. Barcelona 1948. La ciudad pena el final de la década inaugural del franquismo. Racionamiento, bocas cerradas, desquicio de asfixia. Los ojos de Ringo cubren un escaso perímetro que impulsa su crecimiento. Hijo adoptado, aspira a ser pianista, pero la familia no tiene dinero, por lo que trabaja como aprendiz de joyero y mata las horas leyendo, con un dedo menos, en el Rosales, bodega epicentro al resumir toda la cháchara del vecindario, hilo de oralidad donde se condensan infinitas efemérides mediante el rito confesional a la dueña del establecimiento. Hay un mensaje privado, sí, aunque antes de llegar a esa misiva deberemos circular por el plural mosaico que Marsé ofrece con su mejor estilo, tosco y elegante, preciso y metafórico, amalgama que en sus paseos descubre un mundo y precipita otros a un abismo donde la esperanza es una víctima sin aliento, condenada a varias formas de oscuridad en el culo del universo, la Ciudad Condal.
Ringo mueve las fichas. Su madre es una abnegada ama de casa que atiende con paciencia los vaivenes del padre, desratizador aficionado a cargarse roedores azules, muy abundantes por aquel entonces. Sin embargo, y así lo notamos desde que abrimos el libro, la estrella es Victoria Mir, loca que se tira a la vía de un tramo de tranvía en desuso y activa la imaginación del niño, que ve en el acontecimiento la potencia de la ficción dentro de la realidad, foco creativo muy superior a las surrealistas aventis que concibe junto a los amigos de su pandilla.
Victoria, y así nos lo explicita el narrador, sufre un desengaño amoroso por culpa deL señor Alonso, un ex futbolista cojo, omnipresente en su imaginación, caudal que aúna las peripecias de todos y cada uno de los personajes, que al estar alienados por la imposibilidad de progreso buscan vías de escape, sueños que enciendan llamas amenazadas que flirtean con la extinción. En este sentido las tres escalones sin meta de la montaña pelada ejemplifican muy bien el destino de un pueblo triturado, rendido al yugo y las flechas. Hay que seguir para adelante, y quien mejor ejecuta la melodía es Ringo porque carece de las responsabilidades propias de los adultos, a quienes observa con asombro, intuyendo más que entendiendo los problemas que les acucian. Él se preocupa por el cine, se sumerge constantemente en la literatura y encadena epifanías porque su edad así lo permite y aconseja, desde el conocimiento hasta el sexo. Quizá uno de los mejores fragmentos del manuscrito es cuando el quinceañero penetra en el Barrio Chino, reino de lo prohibido con patatas bravas, gitanos, alcoholes, putas y el claroscuro del centro, terra ignota, área reservada a los que tienen pelos en los genitales y una cifra consentida por las autoridades en el carnet. En ese brillante episodio, magistralmente escrito y descrito, se superan fronteras del núcleo ancestral al meollo bajo el signo de la feminidad. No es nada casual que los dos hilos que vertebran el relato coincidan en un burdel que simboliza las ganas de Ringo y la impotencia de Abel Alonso, desquiciado tras tantos sinsabores hasta el punto de confiar su suerte a un mocoso extraviado en el laberinto del vicio que aún no le corresponde catar.
¿Más de lo mismo? ¿Repetición de viejos temas y recursos? Puede ser, pero perfeccionados. Un literato de esta categoría no tiene ninguna necesidad de justificarse ni apostar por novedades despampanantes. Se perdura con señas de identidad visibles. Su trayectoria le avala y esta novela es un espejo afinado que teje una fila tela polifónica donde cada rol, lugar y letra asumen un papel preponderante que en su diáfana expresión van más allá. Las apariencias engañan y cada puerta abierta encierra un misterio psicológico e identitario. El exterior marca el tempo. Los ojos ven. La mente determina, como si de esta manera los personajes se protegieran de un temor que impregna el aire e impide la naturalidad, ahogando sin llanto físico la existencia, envejeciendo la piel a base de golpes bajos que arruinan porvenires. Violeta, la hija de Victoria, cuidado con tanta V, es el reflejo máximo con su fealdad facial que contrasta con esa belleza en las piernas que, no obstante, siquiera se agitan el domingo en las salas de baile grasientas porque su pelirroja propietaria rechaza uno tras otro a sus pretendientes y da ambiguas largas a Ringo, encandilado con la chiquilla sin reconocerlo.
En 2011 hay lectores jóvenes que saben de Marsé por nombre y hasta puede que les resulte cansino por obligatorio. Lo mejor es desoír esa voz y lanzarse a por su prosa. No estará de moda, no sonará a tendencia. ¿Le hace falta? No. El realismo, y más del modo en que lo exprime el barcelonés, significa literatura de altos vuelos que se compromete con lo palpable para intentar darle un sentido que, al afectar al receptor, incita a la reflexión sobre el entorno y sus circunstancias. No puedo dejar de aplaudir la miríada de personas que actualmente buscan con afán la renovación y el experimento, pero siempre necesitaremos narradores puros con una lírica válida para desgranar los entresijos del gran mapa.
En la escena final de Rocco ed i suoi fratelli de Luchino Visconti, el menor del clan abandona la fábrica Alfa Romeo y acaricia los carteles con el rostro de Alain Delon, boxeador, vinto vincitore que ha dado al benjamín las claves para no errar y escribir su destino con las teclas justas. Lo mismo acaece con Ringo. La adversidad afecta a los pobres, almas dependientes de decisiones de un escalafón putrefacto . Sus herederos sabrán cómo afrontarla y construir, airosos, su propio edificio.
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2 comentarios:
me encantó snaporaz!
clara al habla?:p
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