jueves, 4 de agosto de 2011

Maximiliano Barrientos y la prosa del desamparo en Revista de Letras



Maximiliano Barrientos y la prosa del desamparo, por Jordi Corominas i Julián
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 3.08.11



Hoteles/Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer.
Maximiliano Barrientos
Periférica (Cáceres, 2011)


Saúl Hernández quiere escribir una canción que trata de vidas que transcurren en lugares de paso, vidas compartidas con personas a las que no se quiere de veras. Puede que no lo sepamos, pero en muchas ocasiones transitamos por estos lugares de paso sin darnos cuenta, dejando que el reloj ejecute su macabra dirección de la obra sin darnos respiro ni concedernos la oportunidad de meditar, que siempre suele llegar demasiado tarde.

Si les digo que he leído una historia de dos estrellas del porno que escapan de un paupérrimo reality show y se dejan llevar por la carretera y la magia de un Chrysler quizá piensen que les estoy anticipando el argumento de algún inédito de Fernández Mallo. No, no va de eso la cosa, y además lo saben porque leen esta reseña, lo que presupone saber que nuestro autor se llama Maximiliano Barrientos. Es boliviano, tiene treinta dos años y una prometedora carrera por delante. ¿Prometedora? Esa etiqueta es odiosa. Elimínenla. Digamos que el chico tiene un espléndido presente porque a su corta edad maneja un envidiable dominio del tempo que debe tener un texto en prosa. No lo decimos así, a lo loco. He leído las dos obras que Periférica le ha editado en España- Hoteles y Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer- y percibo rigurosidad en el estilo y una fuerte voluntad de activar la palanca de la reflexión con una literatura que nade con lo posmoderno sin perderse en cloacas que siempre sobran más. Barrientos vino para quedarse, pero curiosamente no ejecuta ese mismo movimiento con sus personajes. Es un titiritero cruel, consciente de lo efímero en la alegría e implacable al tratar la longevidad del fracaso y las frustraciones de cada existencia, porque poco importa el género o la fortuna económica, en las historias del boliviano las telas del conformismo visten al conjunto de manera casi inexorable.

En Hoteles tres voces ahondan desde el desconsuelo del no lugar. Dos son adultas y otra es infantil. Andrea observa y en ella cada parcela del viaje es una pequeña epifanía, lo que no le impide comprender un poco ese universo ajeno de Tero y Abigail, los fugados del sexo. Repito. Un coche, mucha carretera, una pareja desparejada y una niña que sabe latín. ¿Resultado previsible? Una road-movie a la americana seria la crónica de un topicazo más, batería de lo redundante. No. El boliviano dota a sus tres héroes de protagonismo y nos adentramos en una aventura psicológica donde el transitar entre moteles, bares de mala muerte y televisores encendidos nos conduce a la revelación de carencias, insatisfacciones y sueños truncados que el vacío resucita. Antiguos amores, tumbas de alemanes, borracheras indecentes y un extra añadido en forma de documentalista sin nombre que ve en la trama que les hemos resumido una oportunidad de oro que asimismo da pie a la trascripción de la experiencia, recuperando el recuerdo, con lo que la soledad de las habitaciones y las sábanas usadas se desvanece hasta el punto de cancelar cualquier atisbo de intimidad. Lo privado deviene público y la confesión de la nada carne televisada de la que nosotros, si lo analizamos desde una cuestión de soporte, somos lectores del guión, suma de retales que por cómo se ha concebido trasciende lo fílmico.

Hoteles, visto desde esta perspectiva, es un artefacto que combina dos niveles, pues mientras leemos la novela la sentimos en tiempo presente, sin que moleste en exceso la presencia, puntual y concisa, del documentalista, casi una anécdota en el doloroso itinerario de una derrota que no avisa, se consuma y prosigue su marcha hacia otras latitudes, que percibimos en Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer, colección de relatos centrada en cómo los años depositan un poso que en algunas ocasiones prefiere el olvido y en otras la persistencia de quien no acepta el resultado del partido amoroso o de otros lances de la existencia, pues al fin y al cabo las citas que nos da Cupido no dejan de ser periplos de un instante que identificamos por cómo éramos, lo que ya no volverá, Heráclito puro válido en cualquier contexto histórico.

En cierto sentido el orden de los cuentos no altera el producto, aunque sí determina una férrea línea cronológica que traza todos y cada uno de los estados que nuestra mente puede plantear sobre los adioses y un pañuelo bañado en mil lágrimas que se trasladan al cerebro, bien tranquilas en un reducto que en ocasiones no reacciona y en otras lo hace con inusitada virulencia. “Primeras canciones” nos sitúa en la génesis, desarrollo y hecatombe de un amor cuando los bares ya no son un paraíso prohibido y superamos el temor infantil a sumergirnos en el mundo de los mayores. “Suerte” alude a la coincidencia y al recuerdo de una relación pasada, a los porqués que no se entendieron cuando tocaba y que ahora, cuando nos interrogamos, han perdido su sentido y hasta su materia.




Los relatos de Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer están dominados por un narrador dominante, que todo lo sabe y sin el que es imposible avanzar. Anticipa los acontecimientos, nos informa del futuro y dirige la orquesta con una batuta cargada de seria sorna, como si supiera que aceptamos su tomadura de pelo porque forma parte del juego al que nos adaptamos con agrado. Además este narrador actúa dentro y fuera. En el interior articula un conjunto que en medio, precisamente en el relato que da título al libro, baila con la metamorfosis y las capas que vamos dejando caer a medida que pasan los decenios y nos volvemos irreconocibles, renunciando a nuestros yo anteriores o simplemente despojándonos de su esencia para adaptarnos. En el exterior Barrientos ensambla todos los fragmentos, a los que denominamos relatos por caprichos de significado y significante. Si los personajes no tuvieran nombre estaríamos ante una novela progresiva de sonrisas y chascos digeridos con la medicina de la experiencia.

“Los adioses” y “Las horas” cierran el volumen con un magnífico mènage a trois de tintes urbanos del siglo XXI. Raquel y Sebastián retozan, Ariel es el tercero en discordia y el primero en anillos al estar casado con la chica. Del desdén a la resignación, de la calentura al frío y la responsabilidad con nudos que la vida impone. Las Horas. Virginia Woolf. Esas piedras. Esa epístola.

Maximiliano Barrientos sabe economizar, y sólo peca de exceso cuando lleva hasta fronteras inadecuadas el uso de la nota al pie, magníficamente empleada en “Primeras canciones”, donde actúa como una fina caricia que resuelve y apuntala, por querer alumbrar más aún una voz que no requiere de tanto subterfugio ni barroquismo para destacar. Se impone a lo largo de los dos manuscritos que leí en dos sentadas, volúmenes complementarios, intercambiables, separados en la estantería y unidos en temáticas y estilos, lo que hace comprensible su edición conjunta en este 2011 de mucho bombo y escasa novedad auténtica. El boliviano es un escritor comprometido con la realidad y eso ya es un hito importante. Para que cuadre su círculo sólo debe pulir ligeros defectos que a buen seguro irán al mar de la imperfección, aquel que dejamos atrás cuando crecemos, un poco, como los personajes de Hoteles y Fotos tuyas cuando empiezas a envejecer, siempre avanzando con el lastre de las migajas que deja el camino, rémora que Barrientos no arrastrará.

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