jueves, 25 de agosto de 2011

Rescates veraniegos(V): El reloj en literatura o leer el Ulises en 2006 (Panfleto Calidoscopio, septiembre de 2006)


El reloj en literatura o leer el Ulises en 2006.

Este texto está escrito desde la óptica de quien a las doce de la noche del 19 de septiembre de 2006 se sienta en su mesa y se pone a teclear palabras pensando en literatura, dándole vueltas al tema sin saber con qué llenar un folio. Por eso me he decantado por el reloj y una obsesión particular. Desde hace cinco años acaricio un proyecto que sufrió una brusca pausa y que luego retomó el vuelo con la modestia del que no se siente preparado. Para poder enfrentarme a mi propio monstruo decidí que una posibilidad sería leer obras, como ocurre con la idea que tengo en mente, que condensaran el tiempo narrativo. Hay muy pocas que tengan la capacidad de ser eficaces, quizá porque la labor exige un dominio de la técnica y de la escritura que necesita años y años de práctica y meditación.

Ahora mismo se me agolpan- no sufran, soy de plástico- los libros a la cabeza. Mencionaría la señora Dalloway y dejaría a todo el mundo contento. He de admitir que con ella, más bien con la fea señora Woolf, ya la podían temer, aprendí mucho, pero quizá por casualidades del papel, ¿por qué ese libro que me dieron en La central llevaba el autógrafo del escritor?, siento más afinidad por como hiló Don DeLillo Cosmópolis, una de las mejores novelas de este inicio de siglo tanto por ritmo como por estructura narrativa y la habilidad de dar vigor a la unidad de tiempo, lugar y acción. Cuando leía las páginas de esta novela me iba reafirmando, modestia aparte, en mis propias ideas sobre cómo tengo que enfocar el proyecto, llamémosle así, con el espacio como protagonista inevitable y el vagar por el entramado urbano como un gran viaje físico y mental. La elección del escritor de un joven millonario no sé si obedece a un capricho americano, pienso en American Psycho, o en la posibilidad de dar al personaje el deseo de cambio y curiosidad. Las novelas que transcurren en pocos días suelen ser caminos de iniciación, descubrimiento y muerte, y Cosmópolis cumple con todos los requisitos.

Poco después encontré perdido en las estanterías de casa- debe saber el lector que aún me faltan muchos libros de 24 horas, entre ellos el de Ian McEwan- 24 horas en la vida de una mujer de Stefan Zweig; su lectura me encandiló; era otro punto de vista, pero el narrador austriaco se centra en el día que cambió la vida de la protagonista y vete a saber por qué prefiero las novelas que enfocan este subgénero desde y para la cotidianidad.

Este verano estuve en Roma, donde transcurre la acción del proyecto, y la idea, y una excitación indescriptible por la misma, retomó fuerza. Aún así mi mente me decía, y hasta lo comentaba con los puentes de la Ciudad Eterna, que no entendería la dimensión de mi sueño y cómo enfocarlo, sin leer el Ulises de James Joyce, autor de quien hasta la fecha había degustado con placer, y alguna que otra depresión, Dublineses y Giacomo Joyce.

Después de leer la novela de novelas estoy más que tranquilo. Señores, siempre se puede inventar, no lo duden, pero al mismo tiempo creo que la magna obra del irlandés es una especie de libro de libros, una Biblia de técnica que todo aquel que ame la literatura ha de leer obligatoriamente. Por otra parte no entiendo como algunos tildan la de surrealista algunas partes de la obra. Suelo decir que el exceso de realidad puede parecer surrealista, pero simplemente es hilar fino y eso es hiperrealismo insuperable. Los detalles, las metáforas, el humor (se nota que Joyce sufría y reía mientras trabajaba en su hijo más famoso) y la gran recursividad técnica- tenemos en el libro teatro, monólogos, cambios constantes de la voz narrativa, narración convencional, metáforas espléndidas de páginas y páginas- que usa el escritor transforman la lectura, ardua, es como si nos enfrentáramos a alguna de las proezas de Odiseo, en una fuente de aprendizaje tan bestial que si alguien después de leerlo se queda igual es que no es humano.

¿Qué se puede inventar? Por suerte Dios, si existe, sólo es uno, luego no hay que tentar imposibles. El Ulises es perfecto, casi fílmico, porque desde tantos puntos de vista logra captar la totalidad de la vida y el pensamiento de una ciudad el jueves 16 de junio de 1904. Leopold y Stephen son claves, pero en cierto sentido son excusas, marionetas absorbidas por el espacio, que todo lo condiciona, como, recuerden que escribo sin pensar, llevamos 15 minutos de artículo, y determina, cuando se escribe en un sitio que te da todo, mientras otro te pones de los nervios e imposibilita, si fuera ciclista me harían visualizar la carretera, la creación. Ciudad como protagonista y sus personas como almas pasajeras que la pueblan. Quizá por eso Joyce preguntaba por carta de que color era una puerta en el mítico Bloomsday, ¡Boom!
Ese toque de pincel- sea del color que sea- indica un estado de ánimo o una simple decisión de un segundo. Cuando este verano caminaba por las calles de Roma con mi libreta y la cámara fotográfica en mano, aún sin leer la Biblia del irlandés, pensaba hasta en los olores, porque si se quiere captar la totalidad uno ha de saber hasta que lleva su protagonista en los bolsillos, y eso que en ocasiones Leopold Bloom dudaba de la ubicación de la pastilla que había adquirido sin pagar antes de mediodía.
Lo más curioso es que la totalidad se puede captar mejor en una unidad espacio temporal reducida. Las grandes crónicas que abarcan un vasto arco cronológico, hagamos un idioma tetrahispánico y así podréis usar la hermosura de anys i panys, son dispersas aunque, eso sí, venden más ejemplares.
Me voy a dormir. Parad el reloj. 24 minutos. Respiro.

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