domingo, 19 de septiembre de 2010
A toda vela de C.H.B Kitchin en Revista de Letra
Esquizofrenias en la agonía de lo victoriano: “A toda vela”, de C.H.B. Kitchin
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 14.09.10
A toda vela. C. H. B. Kitchin
Traducción de Laura Salas Rodríguez
Periférica (Cáceres, 2010)
“Se estaba volviendo demasiado normal, menos moderna, cada vez revelaba más la dama victoriana que era. Pero tenía momentos de insatisfacción cuando deseaba ser excelsa, implacable, siniestra, una verdadera vampiresa”.
(C.H.B. Kitchin, A toda vela)
Los cambios de ciclo suelen anunciarse por fechas simbólicas que sólo marcan un antes y después. Enterrar lo antiguo y abrazar lo nuevo no aviene de repente porque durante años, como seguramente ocurra con nuestra época, las viejas formas siguen arraigadas y resisten las arremetidas de las que piden ocupar su sitio. En Inglaterra la muerte de la Reina Victoria en 1901 clausuró una etapa y supuso una relativa liberación para la venidera, desprovista de una figura tutelar y por lo tanto limitada porque las metamorfosis paulatinamente introducidas en la sociedad no tenían un claro referente y se bifurcaban en varios caminos que alteraban los hábitos y costumbres impuestos por la tradición, reformas sin padre, modificaciones de progreso generacional. El problema es que mientras esto ocurre se produce un choque de trenes entre las personas que han aceptado la transformación y las que siguen con la cantinela de siempre por su incapacidad de aceptar evoluciones. En A toda vela, novela publicada en la legendaria Hogarth Press de Leonard y Virginia Wolf en 1924, esta situación reluce en la figura de su protagonista. Lydia Clame tiene treinta años y goza de su joven madurez, deleitándose con los pequeños placeres que ha ido aprendiendo con el tiempo. Escribe poesía, adora conversar y se siente cómoda en su apartamento que comparte con dos chicas en Beam Square, en las estribaciones de Tottenham Court Road. Londres le supone un estímulo que si agobia puede abandonarse por el campo, donde muchos conocidos suelen tener residencias en las que la frivolidad se instala en el ambiente con ingenuidad, té y más té, luchas de grado clasista y la sempiterna ironía del inglés enfrascado en un diálogo. Hagan juego, sean rápidos con sus respuestas y triunfarán. Todos se divierten y comentan jocosos las próximas propuestas de la temporada. La agenda es el dios de los burgueses, péndulo que agita su calendario y desestabiliza el de otros. El paso de jornadas y reuniones intuye dos encrucijadas en la vida de Lydia.
La primera es su precariedad económica. Es una heredera integrada en un círculo de lujo y oropel con el que no puede competir por escasez de fondos. La segunda obedece al corazón. Ella, la resistente, bandera del feminismo por su despreocupada actitud y casi ninguneo del matrimonio, conoce a su polo opuesto y, claro está, se enamora con los clásicos síntomas, posiblemente agravados por su excesivo consumo de literatura. Enferma, padece y atiende inquieta el momento de coincidir con Geoffrey Remington, a quien saca varios años. Qué importa la edad. Como tampoco tiene mayor trascendencia lo divergente de sus estilos ni la disparidad que sitúa sus cuentas corrientes en Boston y California. Cupido disparó con tino y nada puede hacerse ante sus flechas.El jugador de críquet muestra interés. Lydia se derrite y hasta osa plantearse si su modernidad no era simplemente la antesala de la normalidad, lo victoriano, casarse, procrear, educar y esperar al maridito al lado de la chimenea. Geoffrey acepta sus propuestas. Quedan a menudo y ella gana confianza para soltarse el pelo y hablar alto y claro, hastiada del cotilleo intensivo de sus allegados. Las vacaciones congelan el amor. El aficionado al casino parte para Suiza con otras amistades. Otras preocupaciones se perfilan en el horizonte de la poetisa que guarda sus versos en el cajón. Vivir y comerse el mundo por curiosidad salva el alma, no el bolsillo.
Un narrador sorprendente: Kitchin y el tratamiento de la psique femenina.
No se preocupen, estamos en la reentré y no desvelaré la resolución de la trama. Aturde pensar que hasta ahora, y ha pasado casi un siglo desde la primera edición de A toda vela, nadie en nuestro país hubiese reparado en C. H. B. Kitchin. Hombre poliédrico, alabado por T. S. Eliot y otros contemporáneos, su prosa es ágil y en el caso que nos concierne destaca por su tratamiento de la psique femenina hasta el punto de estructurar la novela en función del estado de ánimo de la protagonista, que del inicial trajín festivo languidece y se instala en una constante huida de soledad donde el malestar vence la partida porque la inseguridad aflora, los fantasmas son contundentes y el cauce del río depara cursos de gran caudal. Toda la agitación de la soltera se desvanece en la lucha entre dos mundos integrados en una sola persona. La noble chica que fuma y bebe alcohol queda derrotada, y lo curioso es expresarlo en sendas de bullicio absoluto y silencio letal. La pesada compañía de sus amigas de la primera fase era la vida en mayúsculas, la verdadera y sufrida independencia de una dama contenta y valiente al frenar las rémoras sociales que imponen determinadas conductas. Cuando cede el cielo se nubla y las invisibles cadenas ejercen su labor, desgastando desde su labor de desequilibrio abismal hacia el precipicio.
Me gustaría saber cual fue la reacción de los lectores cuando se publicó A toda vela. Las obras que leen bien su contexto histórico suelen ser alabadas hasta cierto punto. Pueden elogiarse por destreza estilística, construcción del personaje y otros aspectos, pero la mayoría de críticas contemporáneas suelen obviar el factor fundamental de dar en el clavo de la época porque muchos olvidan la importancia de la literatura, su decisiva función de empaparse de los signos del presente e intentar comprenderlos para diagnosticar desde un modesto pedestal males ignorados en las noticias porque sólo pueden divisarse pisando la calle, reflejando actitudes visibles en la superficie de la cotidianidad, auténtico pulso para quien quiera ir más allá de una narración al uso y alcanzar la plena comprensión del instante en que se escribe, sin que ello deba etiquetarse como costumbrista. No, la fuerza de A toda vela va desde el magnífico análisis psicológico hasta el esbozo de esos años veinte donde los estertores de lo pretérito aguantaban el envite de lo moderno en un universo tan esquizofrénico como el inglés, cultura exportadora de vanguardia que, sin embargo, cohabita en el interior con el férreo control de los custodios de un muerto viviente que siempre da mucha guerra. En este sentido hay otra novela que hay una novela reciente que conjuga y se interesa por ambos mundos: Chesil Beach, de Ian McEwan. La diferencia es que el multipremiado escritor concibió su texto desde las ventajas de poder mirar retrospectivamente, sabiendo que 1961 fue la bisagra entre lo pacato de los cincuenta y el boom del Swinging London y los sesenta. Como lector de 2010, considero A toda vela un perfecto testimonio de su etapa histórica, lo que me exalta y exaspera a partes iguales, pues me gustaría que, al menos en España, surgiera un novelista que supiera dar a sus obras ese ingrediente tan necesario de implicación para lo que acontece hoy en día en mentes, grupos y avenidas.
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2 comentarios:
Hola, Jordi.
Me ha gustado mucho este texto. Lo considero además oportuno por el momento que desde hace un par de años estamos viviendo. La tensión entre una época que termina y otra que ya empezó no es propia de nuestros tiempos presentes. No debe olvidarse esto nunca, pero lo hacemos y repetimos una y otra vez las mismas pataletas e idénticos enfrentamientos. Lo que se reirán de estas trifulcas nuestros mayores vivos, que ya asistieron a unas cuantas que se tildaron de definitivas.
Otra cosa. Es admirable tu producción, pero también tu capacidad productiva, que no son la misma cosa porque una revela aptitud y la otra actitud.
En fin, un saludo.
Muchas gracias José Luis, he estado leyendo tus recientes textos en Rdl y me gusta mucho los libros tratados y cómo enfocas las reseñas.
Los libros de Periférica suelen tener el valor de recuperar joyitas que entroncan por temática con el tiempo presente, el de Kitchin es un ejemplo magnífico.
Necesito escribir, y mientras escribo mis cosas creativas las reseñas me mantienen en forma, gracias de nuevo.
un abrazo
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