domingo, 21 de noviembre de 2010
Pasado compuesto de François-Marie Banier en Revista de Letras
Una novela mental: “Pasado compuesto”, de François-Marie Banier
Por Jordi Corominas i Julián | Críticas | 19.11.10
Pasado compuesto. François-Marie Banier
Traducción de Luis Blat
Posfacio de Louis Aragon traducido por David Cauquil
Libros del Silencio (Barcelona, 2010)
“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”.
(León N. Tolstoi, Anna Karenina)
Cuando paseo por Barcelona siempre recuerdo lo que una noche me contó un viejo borracho con mucha sabiduría acumulada. Estábamos sentados en un banco de la Rambla, eran las siete de la mañana de un lejano febrero y el buen hombre soltó una de esas verdades que permanecen grabadas en la memoria: ¿Ves ése lujo? Los sótanos de la Rambla hasta la Diagonal ocultan mucha perfidia de familias de rompe y rasga. Orgías, dramas y un sinfín de sinsabores. Desde aquel día cuando circulo por el centro de mi ciudad reflexiono sobre sus palabras, y le doy la razón porque he crecido y sé que las apariencias engañan. Sí, lector, nada nuevo bajo el sol. En París la periferia tiene algunos barrios comparables al de Salamanca en Madrid o el apacible y retirado Sarriá de la capital catalana. Neuilly seria el paradigma donde es fácil encontrar dinero concentrado en pocas manos, por que lo suele ser blanco de las más furibundas críticas de los que nada tienen. No creo que François-Marie Banier, quien escribió Pasado compuesto con tan sólo 23 años, pertenezca a este último grupo. Su agudeza para con los matices psicológicos de una burguesía en proceso de descomposición, siempre es así y siempre sobrevive en su agónica espiral, indica conocer el ambiente narrado en una época donde su segunda novela levantó polémica y ampollas.
No debe extrañarnos. Publicada en 1971, Pasado compuesto parece beber de las brasas del mayo de 1968, lo que no deja de ser interesante desde una perspectiva actual, donde algunos editores independientes- desde la hegemónica Blackie pasando por Ático de los Libros hasta llegar a Libros del Silencio- prefieren presentar manuscritos que pese a su antigüedad tienen el don de ser rabiosamente contemporáneos, entendiendo la modernidad no cómo un capricho de quita y pon sino como un universo donde las propuestas pasadas pueden ayudar a comprender las problemáticas del presente. Las épocas de crisis se hermanan por minucias relevantes, enlaces que resumen gotas de padecimiento generacional.
Situémonos. Una familia solvente. Dos hermanos, Olivier y Cécile, criaturas ultraprotegidas por progenitores temerosos del exterior que, sin querer, engendran un monstruo. El narrador, frío y con una omnisciencia canalla entre lo que dice y oculta, sitúa las fichas en el tablero con minimalismo. Él tímido y sumiso, ella lanzada y dominante. El círculo se estrecha en las primeras páginas en un viraje al pasado. Los dos están juntos, unidos en una casa de la Bretaña. Incesto, amor, remordimientos y una muerte en el mar, que es el morir. La pérdida del referente masculino hunde a Cécile en la completa alienación que en ese período bisagra cambiaba del rostro entre la multitud, la famosa trilogía de Michelangelo Antonioni, al recogimiento producto de la incomprensión generalizada y la brecha entre padres, los que vivieron la última gran guerra de suicidio continental, e hijos, siempre más abocados a la desgracia desde la incomprensión. El resto es literatura de alto voltaje donde el doble tiene las de ganar por lógica de los acontecimientos. La muchacha está triste. ¿Qué hacer? Propiciar la casualidad, que nunca lo es, mediante un desconocido que ejerza la figura del doble. Su nombre es François y a simple vista tiene unos rasgos casi iguales al desaparecido. Surge la atracción y se precipita el caos. Lo físico es visión, el cerebro navega por derroteros que olvidan la interrelación y suelen nadar en el interés individual. François es astuto y sagaz. Ve una oportunidad de crecer y estabilizarse en Cécile, que más que una chica obsesionada por el ausente es un clan donde prosperar y ser acogido, por eso conviene dar la relevancia que se merece al hogar de los Lasserre y sus vaivenes de bullicio y vacío, síntoma de las mutaciones en el clan. El esposo aguanta y acepta las paranoias de su mujer integrándose en la estructura familiar para hacer más llevadera la tortura del compromiso y disimular su desarraigo amoroso, comportamiento, pueden imaginarlo, fatal para quien clama por un punto de apoyo y sólo recibe golpes en forma de muecas y silencio.
La historia de la relación entre ambos es una condena a la soledad desde un doble sentido de desquicio e indiferencia, pero Pasado compuesto, rápida y voraz, contiene muchos más elementos remarcables. Si bien es a todas luces una novela, no pude dejar de trasladarla a un escenario teatral. Lo conciso de sus diálogos, la precisión espacial y la necesaria escasez de personajes de ese universo cerrado invitan a representarla en las tablas, donde su temática llegaría de manera punzante al espectador embriagado por ese macabro juego mental, tensión del día a día, que nutre al texto de una fuerza bastante anómala, tensión perpetua pese, el drama se intuye nada más empezar, a conocer un desenlace previsible, lo que demuestra un axioma demasiado denostado: no importa tanto el contenido sino cómo se expresa, y es aquí donde François Marie-Banier encandila mediante lo sostenido del tempo del relato, lento y veloz, intenso con pausas que nos sumergen un una empática inopia que es la de la protagonista, víctima inocente incapaz de superar el duro trance que marca su singladura vital.
Normalmente cuando termino la lectura cierro el libro, lo guardo en su lugar de la estantería y dejo que las horas depositen reflexiones. Aquí tienen dos opciones. Seguir lo habitual y reposar ideas o ir directamente al magnífico posfacio de Louis Aragon, un acierto de los editores, y meditar sobre las pistas que da en su artículo publicado en Les Lettres Françaises el dos de junio de 1971, elogio defensivo redactado con amor para el talento del veinteañero atrevido que por aquel entonces era Banier, quien con el transcurrir de las décadas ha ampliado su campo de acción yendo de la narrativa al teatro asombrándonos con su tarea fotográfica, elección comprensible si se tiene en cuenta que es un autor dotado para captar el instante y transmitir toda la potencia de la desdicha.
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1 comentario:
Gracias Macario,un placer recibir tu comentario,un abrazo
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