miércoles, 12 de enero de 2011
Adina de Henry James en Revista de Letras
El camafeo del contraste: “Adina”, de Henry James
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 10.01.11
Adina. Henry James
Traducción de Pilar Lafuente
Prólogo de Jorge Ordaz
Navona (Barcelona, 2010)
Viajemos en el tiempo. En la Antigüedad los romanos visitaban Grecia por un profundo complejo de inferioridad cultural. Siglos más tarde los estadounidenses empezaron a repetir la operación instalándose en Europa para admirar las maravillas del Nuevo Mundo, como si su tierra de los milagros fuera una réplica bastarda carente del lustre del adoquín milenario. La historia viene de lejos. Cuando vivía en la Ciudad Eterna tuve la ocasión de conocer a muchos norteamericanos ansiosos por extasiarse ante los vestigios de nuestra gloria, chicos y chicas que caminaban por la mañana y se emborrachaban por la noche tras dar buena cuenta de la Fontana di Trevi, Piazza di Spagna, La bocca della verità y otros ilustres monumentos de la Urbe. Esos jóvenes representan la masificación del Grand Tour, edulcorado por las palomitas del séptimo arte, la glamourosa anorexia de Audrey Hepburn y una visión celestial que más que arte busca la iluminación de la diferencia.
En el siglo XIX los turistas del país de las barras y estrellas tenían caché y la misma arrogancia de siempre alimentada con dinero contante y sonante. Europa se debatía en una marea de cambios y ellos querían aprovecharse del inicio de la decadencia en la gloria del nacionalismo y la formación del Estado moderno. Henry James fue uno de los que pisaron la magia del pasado que se resistía a dejar el mando del presente. Llegó a nuestras latitudes poco después de la caída de la Roma papal en manos del justo empuje unificador de la monarquía piamontesa. En septiembre de 1870 se abrió una brecha en Porta Pía e Italia abandonó la fragmentación territorial, lo que no impidió en absoluto que ese mundo mantuviera sus constantes arcaicas en un instante donde la modernidad se avecinaba sin llamar a la puerta.
Adina es consecuencia del periplo europeo del gran narrador norteamericano. Los mismos italianos se definen como ladrones o astutos, verdad innegable que ignora la tontería que pueden llegar a atesorar por su sempiterna ingenuidad, base de Adina, novela corta donde el neoyorquino roza la perfección al ilustrar dos conceptos opuestos de la existencia. La trama es simple. El narrador es un amigo del protagonista, Sam Scrope, cínico veinteañero cargado de energía con muchas ganas de comerse todo lo que se le ponga por delante, insaciable en su inocencia que esconde bajo la típica coraza de quien no sabe nada y presume con la inutilidad del arrojo. Un buen día ambos, hartos del bullicio romano, recalan en la localidad de Albano. Imagínense la estampa, típica de pintura romántica. Ruinas, vegetación y un Endimión decimonónico reposando de su dolce far niente. Los dos extranjeros sonríen, están acostumbrados a los tópicos, y presenciarlos en directo es epifánico. El bello transalpino reposa ajeno a las inquisidoras miradas. Su rostro refleja la felicidad de quien, despreocupadamente, ha topado con una rareza bajo tierra, como cuando somos niños y escarbamos creyendo que las profundidades ocultan secretos perdidos en un infinito atemporal que esperan ser encontrados para resucitar del olvido, que en su caso se ha presentado en forma de caja con un camafeo sucio, repleto de una arena que esconde todas sus virtudes. Scrope cree captarlas y ofrece al desconocido, que juzga estúpido y analfabeto, once monedas para sellar la transacción. El objeto pasa a sus manos, codiciosas y empeñadas en restituir al topacio su esplendor. Consulta guías, anticuarios y finalmente averigua que el intaglio fue creado en la época del Emperador Tiberio, entre el 14 y el 37 de la era cristiana. Las crónicas recogen que se aprovechó de la púrpura para organizar orgías y fiestas en la Isla de Capri, ganándose ya en vida fama de disoluto, condición acrecentada por coincidir su período en el poder con la supuesta crucifixión del Nazareno.
Scrope lo sabe y teme una maldición, lo que no le impide regalar el camafeo a Adina, una rubia americana, hijastra de su prima, por la que bebe los vientos. La conquista, se prometen y todo parece ir sobre ruedas hasta que el narrador, muy agudo en sus observaciones psicológicas, coincide nuevamente con el desgraciado que tuvo una fortuna y la cedió por una nimiedad. Su nombre es Angelo Beati, y pese a su apellido no es tan tonto. Ha asumido su error y exige una compensación. El Coliseo contempla la charla, mudo e impertérrito. Se anuncia tormenta. El italiano no renuncia al premio y jura venganza, plato que siempre se sirve frío y varía los ingredientes en función del cocinero, que en esta ocasión ha elegido un cóctel explosivo que hará sufrir hasta la muerte a su enemigo mediante un lento veneno mental que no desvela para goce del lector y congoja del norteamericano, intrigado por la osadía de su rival.
Henry James maneja el tempo narrativo con inusual astucia, manteniendo el suspense a lo largo de la trama mientras aporta sutiles pinceladas cargadas de ideas. Scrope simboliza el american way of life y sus ardores capitalistas. Cada persona tiene un precio. Angelo Beati es la linealidad interrumpida por un terremoto, lo elemental que recobra sustancia cuando las cosas se tuercen y el caos del despropósito reclama un retorno al orden desde el honor y la justicia. El siglo XIX fue una centuria de pasiones realmente óptima para mostrar en literatura la importancia de las pasiones. Sobran los ejemplos. Lo interesante de la historia es el contraste entre lo práctico, lo venidero que alteraría las mentalidades, y el despiste propio de un pueblo demasiado acostumbrado a estar rodeado de oropeles que han visto extraviado su valor por formar parte del ambiente. La pérdida incita la recuperación desde el orgullo herido porque el pícaro ha recibido su propia medicina con otro estilo, incómodo y grosero, descarnado por tasar la belleza y robarla a quien la considera un bien personal e intransferible.
Y bellezas hay muchas. Scrope regala el camafeo a Adina y Henry James se relame en su habilidad. Angelo ha caído en su trampa y el protagonista del relato traiciona su armazón de amor al dólar porque Cupido no entiende de dólares. Las contradicciones afloran y el final seguirá con la tónica fascinante con la que los grandes escritores saben dotar a sus invenciones, únicas al reflejar con tino conflictos humanos que seguirán porque no somos iguales y las latitudes son sabias configuradoras de mentalidades que llenan el lienzo de contrastes, tela policroma de la realidad.
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