lunes, 3 de enero de 2011
Literatura de izquierda de Damián Tabarovsky en Revista de Letras
Algunos apuntes sobre Literatura de izquierda de Damián Tabarovsky, por Jordi Corominas i Julián
Recomiendo vivamente a cualquier escritor del orbe leer Literatura de izquierda de Damián Tabarovsky. Cabe aplaudir la valentía del argentino al trazar un cuadro completo de los límites del oficio de escribir y sus encasillamientos críticos entre esos dos ríos llamados Academia y Mercado. La obra parte de los idealizados sesenta y concluye con el célebre juicio de 1857 contra Gustave Flaubert y los excesos que esa época vio en Madame Bovary. Entremedias el contenido es denso y útil, un mapa fácil de navegar que exige tener las neuronas muy frescas y una voluntad de hierro para asimilar todos los conceptos e ideas que esgrime con naturalidad, poniendo los puntos sobre las ies sin dejar títere con cabeza desde una perspectiva sumamente mordaz que va desgranando varios estados de la cuestión. Ruego de antemano que disculpen mi insuficiencia para plasmar en esta breve reseña todos los puntos tratados por el autor, que pese a centrar su análisis en su tierra consigue hacerlo válido también para España o cualquier otra Nación.
I
Siempre existirá un canon fundacional. En el caso argentino los ochenta engendraron una santa trilogía- Libertilla, Fogwill y Aira- que cargó contra sus antecesores y planteó el campo de batalla para que otros les atacaran a posteriori. La década de los noventa vio nacer una política literaria que se asimilaba a la política de su tiempo, con Menem vendiendo parabienes para las clases medias, que rápidamente desearon éxito y notoriedad. En el campo de nuestro interés eso se plasmó, y ruego que comparen la situación con la España de la burbuja y el crédito a diestro y siniestro, en el surgimiento de jóvenes mediáticos que vendían sus textos desde la actitud, literatura convertida en comunicación. Ningún escritor debería preocuparse de la popularidad, pero esta nueva escuela basó su impronta en fórmulas publicitarias, imagen corporativa y el triunfo por encima de cualquier otra opción, eso sí, anunciando una supuesta vanguardia pop que desde una estrategia agresiva se hermanaba con el capitalismo salvaje de su época. Envejecieron rápido.
II
En todo sistema de valores se pretende crear un orden; los grupos se enfrentan sin chocar porque hay espacio para casi todos salvo para quien, desde el atrevimiento, hace saltar la banca y cae en el ostracismo pese a su rupturismo. El escritor sin público no se encuadra en ningún bando y desde un no lugar habla: ése es el sitio de la literatura de izquierda.
III
Gran parte de la literatura argentina no conoce el fracaso porque tampoco conoce el riesgo. Aplíquenlo a la geografía que prefieran: es una ecuación perfecta. En ello incide que el aburguesamiento de la sociedad se ha hecho completo y es fácil satisfacer al lector desde elecciones que no turban porque siguen esquemas determinados como la primacía de la trama, la búsqueda del texto bien escrito y la burocracia del relato con su introducción, nudo y desenlace. Violar esos principios es remar en contra de la complacencia generalizada que contenta a los que recibieron instrucción estatal y quieren presumir de leer obras inteligentes con aliños experimentales. Auster, Saramago, Kundera y otros satisfacen ese anhelo sin ensuciar el patio, dejándolo impoluto porque su uso de la anécdota no supone ninguna amenaza ni desestabiliza el tinglado.
IV
Dickens sigue entre nosotros y lleva las riendas. Tabarovsky no entra al trapo porque sus reflexiones son de 2004. En tiempos de crisis puede resultar interesante calibrar la funcionalidad del realismo en literatura, pero esta idea, si bien válida, es inútil en el discurso por el que circulamos. El problema se centra en ignorar las vanguardias, paréntesis excepcional que por una parte impone demasiado respeto y, por la otra, ha sido asimilado por la sociedad de consumo, quien las banaliza incluyéndolas en la publicidad y las artes para vanagloriarse de una sabiduría fútil. ¿Es posible experimentar con autenticidad?
V
La respuesta es afirmativa. Si el autor acepta las coordenadas del mercado y la academia pero presenta una obra que no piense en su recepción puede prevalecer en su postura vanguardista al burlar la máxima del producto ofrecido al consumidor. Algunas novelas de Camilo José Cela serían un buen ejemplo. Tabavarovsky opta por abordar el caso Flaubert por el exceso: “Si la literatura fuese inútil, si fuese lo que sobra, lo que está de más, si no tuviese ningún otro fin más que sí misma, si no fuese más que la escritura de su escritura, perdería su inocencia, perdería el juicio.”
VI
Volvamos a las vanguardias. Tenían alegría y sus artífices estaban entregados a la causa en una fiesta entre cabarets, estudios monacales, experimentos con licencia para el atrevimiento y una vocación transformadora que hoy siquiera atisbamos porque la convención prevalece y las cartas están demasiado marcadas para que nadie, por suerte siempre existirán poblados de irreductibles galos, se aventure a caer en el destierro de la nada.
VII
Para hacerlo conviene follar con el lenguaje: “En la fractura, la literatura se escribe fuera de la voluntad, más allá del yo-posición centrada del mundo de la armonía-, se escribe en la incomodidad, en un sin lugar: en la comunidad inoperante de los que no tienen comunidad.” La locura de revisar cada frase como si fuera una novela, la demencia de la trágica soledad, perfecta trampa del arte que nunca termina y exige una finalización.
IX
Librarse de la metafísica y ser consciente de la imposibilidad de narrar. Hemos perdido la inocencia y tenemos demasiado interiorizados los modos de representación. Hay teclas capaces de cancelar lo consabido. Aflorar otra materia conlleva desafíos. La cuestión es saber si somos capaces de afrontarlos.
X
No tengo claro si sé qué es la literatura de izquierda. Aún así he meditado y aprendido con un ensayo, y eso demuestra su envergadura.
Damián Tabaravosky, Literatura de izquierda, Cáceres, Periférica, 2010
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