viernes, 29 de julio de 2011
La excursión de Beryl Bainbridge en Revista de Letras
La soledad, la risa y la muerte: “La excursión”, de Beryl Bainbridge
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 25.07.11
La excursión. Beryl Bainbridge
Traducción de Julia Cabezas Ortiz
Ático de los Libros (Barcelona, 2011)
Cuando abro un libro de Beryl Bainbridge siempre visualizo la misma imagen. Una calle periférica inglesa con sus casas de ladrillo, un cielo gris y un silencio que hiela por la silenciosa tragedia de la normalidad y sus entresijos en la encrucijada, en este caso, del primer lustro de los setenta, cuando se desvaneció la alegría y lo plúmbeo volvió a instalarse en el ambiente hasta que el punk, producto surgido indudablemente de ese interludio, apareció para agitar conciencias.
En 2011 parece que la clase obrera sea un término prohibido. Nos instalamos en el falso bienestar del crédito y creímos a pies juntillas en un paraíso capitalista donde la pirámide social sería una quimera de antaño. Los tiempos, hay que decirlo, sí han cambiado, pero más en lo tecnológico que en determinadas realidades cotidianas. La fábrica ha desaparecido y con ella un submundo que propiciaba ingentes cantidades de creación, que en el caso que nos concierne sirve a la perfección para ilustrar la mediocridad de vidas donde las mayores ilusiones se cifran en pequeños detalles que miran al futuro con el miedo de lo imposible.
Freda y Brenda, Brenda y Freda, un poco a lo tanto monta monta tanto Isabel como Fernando. Freda es presuntuosa y cree poseer el don de la razón universal. Su sabiduría de mercadillo oculta muchas carencias, una profunda frustración y la inocencia de quien aún confía en una luz al final del túnel. Brenda es otro cantar. La pobre ha asumido perfectamente lo monótono de su sinfonía y ha adquirido un pragmatismo muy útil para evitar que las heridas de la ruta se agranden. Las dos viven en un cuchitril londinense que podría ubicarse en cualquier localidad del Reino Unido. Duermen en la misma habitación, discuten por cualquier bobada y se aguantan por una especie de destino de hermanamiento que quiere superar el tedio de la repetición programada. Su existencia se centra en la fábrica del señor Paganotti. La inclusión de elementos italianos en la narración da la nota humorística justa a partir de la exageración del tópico. Todos los transalpinos que comparten labores con las protagonistas son machistas, salidos, presumidos y vulgares pese a su intento por tener un toque especial de distinción. Vittorio es el amor deseado por la oronda Freda, Rossi el manoseador oficial de Brenda y el resto divertidos cuerpos cercanos que se mueven al unísono por solidaridad y la conciencia de pertenecer a un extraño universo donde la esquizofrenia lingüística y la inercia se funden a partes iguales.
También, la escritora de Liverpool era experta en cuadrar magníficas dramatis personae, tenemos a Patrick, un irlandés manitas y algo torpe en las relaciones personales que aspira a endulzar la vida de Brenda, bien amarga entre la madre de su ex Stanley y la insoportable carga de una rutina sin privacidad ni sueños dignos de ser mencionados.
Quizá por eso la idea de organizar una excursión constituye una oportunidad única para albergar tímidas esperanzas de un mañana mejor donde las piezas sueltas encajen fuera de lo urbano. En ocasiones los focos no sólo son televisivos. Huir de lo habitual es la excusa perfecta para estrechar lazos e ilusionarse con vías de escape que por la elección del enclave, Windsor y su aroma regio, se asemejan más a una metáfora burlona de miseria y continuidad, como si esa jornada especial fuera sólo un miraje incapaz de disipar la pesadilla. Poco importa la visita al castillo y la impaciencia por la unión del grupo. Hay peleas y desencuentros, fugacidades y desapariciones, gritos y expectativas. Los hombres, superada la supuesta desilusión por no viajar en una flamante furgoneta, juegan a fútbol y destrozan su indumentaria a base de balonazos con los barriles repletos de vino atendiendo su turno para embriagar la tarde campestre. Llegan los jinetes y el surrealismo concede un respiro de risa. El humor negro de la autora es canela fina de la mejor calidad. No necesita del efecto porque está basado en situaciones ordinarias a las que dota de hilaridad sacándoles punta sin llegar nunca a lo grotesco, sabiendo además cuando incorporarlas al texto para que resultan más eficaces y sorprendentes para el lector, que tras esa cándida capa detecta un punto extra que provoca carcajadas a mansalva.
Sin embargo, el punto de ruptura acaecerá desde lo anómalo. Ahora se estila poco esto de salir a dar un paseo extramuros, por lo que no contemplamos la posibilidad de toparnos con un cadáver y tener que llevarlo de regreso a la capital para que no corra la sangre y nadie salga perjudicado por lo infausto de la efeméride. La muerte nunca sienta bien, y menos si quieres completar el ciclo horario de reposo entre animales salvajes, falsas borracheras, pajes reales, coches a rebosar y un crimen misterioso, tan inexplicable que casi no importa saber quien lo cometió, porque al fin y al cabo Bainbridge privilegia la idea comunitaria, de unión ante la debacle para seguir caminando pase lo que pase.
Leer La excursión treinta siete años después de su publicación en Gran Bretaña produce varias reflexiones entre la nostalgia de lo desaparecido y la actualidad de obras que algunas editoriales independientes de nuestro país editan con muy buen tino. El adiós del mundo de la fábrica significó la despedida de una forma prototípica del siglo XX. Las huelgas del thatcherismo y lo neoliberal son su vertiente política, pero en lo humano esos lugares que ahora huelen a ruina arqueológica de la modernidad tenían la virtud de aunar a seres desarraigados que buscaban una nueva familia y un núcleo donde construir su universo en compañía. Ah, look at all the lonely people, tema favorito de una autora que manejaba con destreza los tejemanejes sentimentales mezclándolos con amenazas, temores y miedos imprevistos, como ya descubrimos en la espléndida La cena de los infieles. Hoy en día el libro que acabamos de comentar mantiene su vigencia por su corrosiva prosa que ensalza a la gente, clama a gritos la reivindicación del hombre común y se toma muy en serio anécdotas que van más allá de la trama porque reflejan a la perfección el contexto en que se enmarcan.
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