miércoles, 22 de diciembre de 2010
El barco ebrio y otros poemas de Arthur Rimbaud en Revista de Letras
Accesibilidad de la poesía en el siglo XXI: “El barco ebrio y otros poemas”, de Arthur Rimbaud
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 20.12.10
El barco ebrio y otros poemas. Arthur Rimbaud
Traducciónde Carmen Morales y Claude Dubois
Ilustraciones de Alicia Martínez
Nórdica (Madrid, 2010)
“¿Qué buenos brazos, qué hermosa hora me devolverán esa región de donde provienen mis sueños y mis menores movimientos?”.
(Arthur Rimbaud, “Las ciudades”, Iluminaciones)
Algo huele a podrido en la literatura,. El hedor nació hace siglos y se extiende como una mancha de aceite desde la falsa veneración a los dioses del Parnaso, tan mencionados pero tan poco leídos, idolatrados en carpetas y perfiles de Facebook, nombres insignes que sufren el síndrome del Che: la imagen über alles, el contenido caricaturizado en lema para vender productos. En la época donde los más pequeños identifican a Homero con el personaje de Los Simpson, otros poetas sufren peor fortuna, relegados a ser un referente en un pedestal tan alto que impide acercarse a su obra, causante de pavor, temor, sudores fríos y un injusto alejamiento que ha desnaturalizado su producción hasta convertirla en un reducto al que acuden los connaisseurs, inmunes al contagio de lo banal porque saben muy bien el terreno que pisan. Por lo tanto, es menester una política editorial que sitúe a T.S. Eliot, Federico García Lorca, Giacomo Leopardi o al mismísimo Arthur Rimbaud en una órbita accesible, y en este sentido la propuesta de Nórdica Libros supone un acierto que plantea varias dudas. ¿Quién está dispuesto a gastarse casi 30 euros en una selección de los mejores poemas del genio de Charleville? Lo dicho, seguramente lo harán los amantes de su lírica por un afán obsesivo propio del coleccionista. Otros posibles compradores serían los iniciados, deseosos de acceder al material mediante un camino que allanan las ilustraciones de Alicia Martín, quien en un esfuerzo digno de aplauso ha captado la esencia de los versos, contribuyendo a conferir mayor atractivo al volumen. No estamos entrando en contradicción con lo anteriormente dicho. El siglo XXI tiene un problema en su interior: el exceso ha invadido todas las facetas de la existencia. Hace dos decenios era posible que los niños escucharan a su profesora de literatura, seguramente porque el modelo cultural imperante seguía aferrándose a los estertores de lo clásico, con grandes dosis de texto y poca interactividad. El cambio ha sido abrupto. Los niños de hoy en día son audiovisuales, por lo que les costaría mucho lidiar con los supuestos tostones de antaño; quizá la mejor idea para facilitar su comprensión lectora de los clásicos modernos, y no tanto, sea editar libros ilustrados de calidad que den al adolescente herramientas útiles para entender la actualidad del tema a estudiar.
Arthur Rimbaud -como ocurre con Baudelaire y Mallarmé, los otros dos malditos de las antologías bilingües de la editorial madrileña- reúne los requisitos para apasionar a cualquier adolescente desarraigado. Escribió durante tres años y desapareció de la escena pública porque sus demonios le empujaron al vagar del aventurero. Atrás dejó tres poemarios verdaderamente inusuales que condensan el tránsito hacia el hombre moderno que inauguró Charles Baudelaire al perder el laurel entre el barro urbano. Este nuevo ser no tiene problemas en desafiar a Dios y se ha cansado de la normalidad pregonada por los que mandan, escapando por vericuetos transformadores, alquimia y surrealismo. Capta los aspectos más inusuales de lo palpable y no se corta un pelo en proclamar oráculos que dotan a sus composiciones de un aura mística y un tono enérgico destinado a perdurar, como si sus palabras escondieran misterios irresolubles que sólo podemos intuir porque el ritmo las esconde en un universo que resume lo arcano, crisis como pesadilla y factor positivo que establece un inaudito crecimiento lírico que sabe mantener mezclar la equidistancia entre mente y exterior para crear piezas únicas, de asombrosa modernidad de la que muchos deberían tomar nota, devorar, asumir y reinventar.
Otro de los aspectos que deberían propiciar, pero quizá nunca se ha explicado con suficiente convicción, el encuentro de Rimbaud con todos nosotros es su apuesta por lo complejo desde la simplicidad. Algunos podrán alegar que sus propuestas se nutren de un desconcertante hermetismo, pero si leemos su producción sin tantos rodeos podremos comprobar que a veces los cobardes venden lo fácil como complicado para que el mensaje no trascienda. El autor de Le bateau ivre e Illuminations tenía en sus genes un don providencial casi propio de un elegido para difundir la buena nueva y esfumarse tal como había llegado a la superficie, como si sus vocablos fueran un mensaje en una botella que clama ser descubierta, por eso, y muchos más motivos accesibles para quien quiera, vale la pena embarcarse en la nave y sorprenderse con el poder, llamadme iluso, de la literatura para sacudir conciencias y trazar rutas de sueño tapiadas por el conformismo imperante.
“Siendo niño, ciertos cielos afinaron mi óptica: todos los caracteres matizaron mi fisonomía. Los fenómenos se conmovieron. Hoy, la eterna inflexión de los momentos y el infinito de las matemáticas me persiguen por este mundo donde sufro todos los sucesos civiles, respetado por la infancia extraña y por afectos enormes. Sueño con una guerra de derecho o de fuerza, de lógica de lo más imprevista.
Es tan sencillo como una frase musical”.
(Arthur Rimbaud, “La guerra“, Iluminaciones)
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2 comentarios:
(Casi me averguenza confesarlo pero vaya en mi defensa mi histórica -por natural- aversión a la poesía, de la que culpo al sistema educativo de entonces -tampoco hace tanto-, pero) Descubrí a Rimbaud hace poco, poquísimo, de la mano de Pierre Michon y la seducción fue inmediata: por ambas partes: por Michon y por Rimbaud. Dos seres humanos absolutamente geniales que no merecen vivir en esa suerte de popular desconocimiento en que vive vivo uno y vive muerto el otro.
Ha sido toda una alegría descubrir una entrada como esta tan poco tiempo después de haber abandonado (yo) la escritura de una (entrada para mi blog) al no ser capaz de reflejar adecuada ni convincentemente lo que realmente me provocó la lectura de "Rimbaud el hijo" del mencionado Michon: un éxtasis literario.
Carlos, la poesía suele parecer un palazo, pero por eso hay que proponerla desde formas atractivas, de otro modo quedará arrinconada,y eso sería desastroso. Rimbaud suele ser un buen acicate. Ahora en BCN han inaugurado una expo sobre Salvat Papasseit,que es un monstruo ignorado. Mola lo que dices de Michon,pq precisamente tengo algunos libricos suyos listos para ser devorados durante estas fechas tan señaladas,que diría el monarca
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