lunes, 20 de junio de 2011

¿Por qué Mahler? de Norman Lebrecht en Revista de Letras



Gradaciones del conocimiento concreto: “¿Por qué Mahler?”, de Norman Lebrecht
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 18.06.11


¿Por qué Mahler?. Cómo un hombre y diez sinfonías cambiaron el mundo. Norman Lebrecht
Traducción de Bárbara Zitman
Alianza Editorial (Madrid, 2011)


Hay muchas maneras de llegar a un libro, y si nos ponemos quisquillosos podríamos buscar a lo largo y ancho de nuestra biografía hasta dar con una chispa primigenia. En el caso que nos concierne imagino la semilla inconsciente en la infancia, con mi madre escuchando alguna sinfonía del gran Gustav. A nivel conciente tengo claro que Morte a Venezia fue mi primer contacto auténtico con la obra de Mahler. La quinta y su trágica melancolía viajará eternamente con el Aschenbach del director italiano, quien no ignoraba que Thomas Mann basó la figura central de su novela en ciertas características del genio nacido en Iglau.

El siguiente reto fue el de la profundidad. Quien ama la cultura alemana sabe de su constante interrelación entre artes, que quizá alcance su apogeo en la Viena de la decadencia habsbúrgica. El apabullante fresco que Klimt dedicó a Beethoven converge con las charlas de café de Krauss y Zweig, vira al delirio burgués de los Wittgenstein, acoge un diván con Freud y Schnitzler, besa la simplicidad arquitectónica con Loos y me transporta a la Ópera.

Los caminos son impredecibles. Conocí con anterioridad el papel de Schoenberg porque me resultó interesante en relación a los enlaces poéticos. De su atonalidad llegué a Mahler por referencias y porque un día de septiembre de 2010 accedí a una exposición que Viena le dedicaba. Estaba todo. Cada sala era una sinfonía de detalles que recorrían su existencia. Era imposible escapar. Cómo fumaba y caminaba. Su estilo al dirigir. Sus constantes cambios de residencia eran prueba de un temperamento inquieto que a medida que gastaba el recorrido iba dándome migajas que incrementaban el apetito. Alma y el padecer. El psicoanálisis de Leiden. La heterodoxa unidad de su obra. La muerte y una camisa blanca.

Durante los primeros meses de 2011 me plantee seriamente estudiar más la figura del compositor austrohúngaro con el fin de versificar para un proyecto la historia de su paseo con Sigmund Freud. Desde entonces escucho las salvajadas en positivo de este pionero, pero hasta hace poco no tuve la oportunidad de dar con un libro adecuado para encajar las notas con la biografía, algo que siempre he considerado esencial. El periplo vital del artista suele facilitar la comprensión de sus creaciones.



Norman Lebrecht dio con Gustav Mahler en el edificio de Marylebone donde se casó Paul McCartney. En 1974 el autor del volumen publicado por Alianza experimentó un flechazo imperecedero. Viajó por todo el orbe para visitar los lugares emblemáticos de su ídolo, recorrió infinitas salas de conciertos, se deleitó, adquirió el juicio del experto y, finalmente, se sintió preparado para explicar al resto de la Humanidad su experiencia.

Ser un último del COU permite valorar en su justa medida el bajón experimentado por la ensayística. El nivel de los manuscritos ha sufrido un brusco descenso de calidad en los últimos decenios, lo que asimismo es una ventaja porque casi involuntariamente se configura una gradación de niveles idóneos para familiarizarse con temas de nuestra predilección. Buceando por mi biblioteca encontré libros sobre Mahler de los setenta y los noventa. Eran espléndidas ediciones muy bien documentadas con el defecto de ser demasiado densas para un iniciado con conocimientos medios.

En este sentido el libro de Lebrecht no decepciona, entre otras cosas porque cumple esa reciente máxima no escrita de redactar un ensayo con estilo fluido para que la lectura no se haga pesada. Las notas están al final de cada capítulo, lo que sin duda también facilita la labor para aquellos que no estén ansiosos por captar pistas. Desde el principio sentimos cómo se pretende una familiaridad que todo lo impregna. Las reflexiones pierden sesudez al tratar las cuestiones a lo catequista para allanar las dificultades de una singladura tan anómala.

Si tienen miedo, piérdanlo. No soy partidario de estas intromisiones del narrador. Lebrecht mezcla gustoso comentarios eruditos con anécdotas personales que en ocasiones exceden el límite correcto, alargándose hasta resultar cargantes, un desperdicio que dispersa la atención y que podría haber dejado para otra sección del manuscrito. Dividido en cuatro partes, la central es la segunda, donde nos adentramos en el contexto histórico y circulamos por la Mitteleuropa de finales del Ochocientos. A diferencia de otros contemporáneos, Mahler dio rienda suelta a su imparable talento desde un origen modesto, por lo que su etapa inicial es un fascinante fresco de toda una inmensa región que coronaba Viena, donde el genio aterriza tras haber recalado previamente en Leipzig, Praga, Budapest y Hamburgo, ciudades en las que deja su caleidoscópica impronta.



La consagración de 1897, cuando es nombrado director de la Ópera de la capital austríaca, tiene sus claroscuros, desde la conversión al cristianismo por el antisemitismo imperante hasta la incomprensión que Mahler sentía para con sus composiciones, a las que sin embargo mimaba y calificaba con optimismo, de otro modo no se puede entender la frase en la que el músico afirma que su tiempo aún no ha llegado, lo que en cambio sí ha sucedido con Strauss.

Mahler en Viena era un dios controvertido. Admirado y despreciado. Amado y vilipendiado a partes iguales. Se casará con Alma, una de las mujeres más impactantes del siglo XX, luchará contra la enfermedad, desarrollará una hiperactiva apoteosis creativa y se despedirá tras un decenio intenso. Nueva York será su último destino en la dirección. Éxtasis y debacle. Amor y desesperación. Temor y muerte. La genialidad es evidente y el personaje imanta. No estamos leyendo ninguna novela. La mejor sobre Mahler debe ser una biografía de biografías que acumule todos los datos, una especie de monumento quimérico. Ya en vida algunas personas registraron la mayoría de sus acciones, anotándolas en libretas, diarios de fragmentos, destellos a devorar cuando Mahler adquiera cuerpo y música en nuestras sinapsis.

Otro aspecto remarcable del libro de Lebrecht es su coherencia al relacionar los intereses y motivos de las sinfonías más allá de la partitura, mostrándonos su fortuna a lo largo del Novecientos tanto en lo histórico como en lo emocional, factor del que bebe copiosamente el autor.

La tercera parte persevera, y lo aplaudimos, en lo didascálico. Se desgranan las mejores interpretaciones de sinfonías y canciones, información completada con un detallado elenco de películas y novelas inspiradas en Mahler. Utilidad, esa es la palabra que marca las casi cuatrocientas páginas del volumen, clausurado con una serie de consejos bastante banales para saber si estamos preparados para el envite y una más que completa bibliografía. Si lo que quieren es saber más les gustará con algún reparo, si saben demasiado les resultará escasa.

Mourinho no inventó nada. ¿Por qué? ¿Por qué? Ese el gran interrogante que se plantea el musicólogo británico. Mi porqué es otro, y es meditar sobre cómo al rizar el rizo de la síntesis podemos derivar en la vacuidad del adorno. Está muy bien ofrecer al público distintas gradaciones de conocimiento, pero una cosa es eso y otra incorporar nimiedades que infantilizan la lectura, lo que en realidad es menospreciar al lector, al que se otorga un trato en exceso condescendiente, como si fuéramos incapaces de soportar la concisión de lo científico.

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