miércoles, 25 de marzo de 2009

Los kioscos, la frontera y los perros en Revista de letras


Los kioscos, la frontera y los perros
Por Jordi Corominas i Julián | Portada | 24.03.09


“Don’t ask me what I want it for
If you don’t want to pay some more”
( Taxman, The Beatles, 1966)

Los acontecimientos de la semana en la ciudad de Barcelona se han centrado en los perros. Por una parte la nueva perrera municipal tardará cinco años en ver la luz, oscurecida el miércoles en el centro por unos señores de azul medio enmascarados que trataban a jóvenes ciudadanos con libros en la mano como si fueran el mejor amigo del hombre, especie que blande la porra con alegría cuando se trata de acallar voces de malestar.

La evolución de la sociedad desde la caída del muro de Berlín ha creado dos realidades paralelas. Siempre han existido, no lo negaremos. Sin embargo, la primera década del nuevo siglo, con su trágica conclusión, ha cargado las tintas hasta límites insospechables en lo que concierne al cinismo para con el ciudadano, ignorado y vilipendiado por una línea dura basada en la limitación de sus derechos. El Estado del Bienestar va esfumándose mientras se consolida, iba a escribir nace pero sería una falsedad, un nuevo orden represor que elimina cualquier posibilidad de democracia directa para convertir el menos malo de los sistemas en una mascarada con rumbo a la victoria del conformismo aliñado con profundos valores consumistas y mofa absoluta a las necesidades de la mayoría, desgraciadamente silenciosa.

¿Seguro?

Hay muchas maneras de rebelarse. A finales de 2006 el ayuntamiento de Barcelona aprobó una nueva división de los barrios de la capital catalana. 73 fragmentos de una unidad para elaborar mejores equipamientos de proximidad, permitir la elección directa de los consejeros de distrito, organizar fiestas mayores para cada tesela del mosaico y ayudar a crear comunidades que sientan el espacio como algo suyo. Fer barri. Expresión preciosa y mentirosa con significados oscilantes. No es ninguna novedad. En Barcelona siempre nos movemos por las caras de Jano. La que va de frente es BCN, famosa por vender el producto urbano con encanto y autobombo para dar una imagen buenrollista, sostenible y de izquierdas.¡Visc(a) Barcelona! La de detrás sufre la amplitud de miras de su partenaire. Barcelona ve la explosión de BCN a base de sacrificar, sin que importen las divisiones administrativas, barrios de toda la vida para convertirlos en espacios controlables, compactos y con la monotonía de lo burgués prefabricado, IKEAS del despilfaro. El sabio Manuel Delgado lo advierte en La ciudad mentirosa. Fraude y miseria del modelo Barcelona. Nosotros lo corroboramos. El Raval es el máximo ejemplo. Las prostitutas de la calle Robadors conviven con el majestuoso hotel que domina una parte del Raval, una ancha avenida destructora de la antigua e intrincada trama callejera del mítico barrio chino, donde ahora miles de inmigrantes se agolpan en escuchimizados inmuebles a la espera de la reforma que los expulse y sitúe en lujosos y homologados pisos a los extranjeros que desea el gobierno de la ciudad condal: caucásicos, liberales y con capacidad adquisitiva. Todo por la patria pero sin la patria.

1Las fruterías son lugares milagrosos, llenos de sabores, colores y sensaciones. Hace poco dialogaba con un amigo sobre la motivación del recuerdo frutal a la hora de elegir un tipo de hortaliza e inventamos un libro. Ayer me acerqué a la frutería del barrio y hablé cinco minutos con su dueño. Es un hombre dicharachero que no puede comer fruta por recomendación médica, colmo de su profesión, donde la competencia, como en tantos otros aspectos de la existencia, es sucia y desleal. A Jaume le fastidia que una cadena de alimentación haya ubicado un negocio similar a cinco escasos metros del suyo. No Importa. Nuestro amigo siente orgullo por ser capaz de engendrar un punto de encuentro para su comunidad, un sitio donde pueda respirarse la idea de barrio y la gente tenga familiaridad con sus semejantes a través del contacto cotidiano. Estas relaciones son las que verdaderamente delimitan las fronteras urbanas, no las imposiciones municipales, ajenas al sentimiento popular y a una visión geográfica de pertenencia basada en pequeños detalles incomprensibles para los que mandan, que aunque parezca mentira también fueron niños y, quizá, se sintieron identificados con las calles que les vieron crecer.

Las principales metrópolis de la actualidad se salvan de la deshumanización mediante pequeñas parcelas periféricas, enclaves alejados del centro, dios todopoderoso lleno de atractivos que anula la personalidad de sus negocios al disponer de múltiples abanicos de lo mismo. En cambio, el barrio ofrece puntos de referencia desprovistos de comercialidad letal. Empecemos nuestro recorrido por el Guinardó. Salimos del metro y topamos con un kiosco que, desde que tengo memoria, dirige un señor medio paralítico a quien ayuda su mujer. Su establecimiento es un punto neurálgico que en el pasado recibía su complemento con la churrería del doble del cantante de Amistades peligrosas. Recuerdo encontrarme en ese lugar con gran parte de los niños de mi zona para degustar patatas fritas y otras finuras de primera clase. La construcción de un centro deportivo la alejó del kiosco hasta que desapareció engullida por la construcción municipal, situada a dos pasos del estanco, punto de reunión para comprar tabaco y lanzar ardides a la suerte con la primitiva o la quiniela. A diferencia del mecanicismo verbal del centro, cuando pides tu cajetilla te preguntan cómo estas y por la familia. Puede ser que te estés yendo y, de repente, irrumpa una vecina con ganas de discurrir sobre los cambios en la escalera o, inevitable, el buen tiempo de toda la semana, insólito después de tanto frío invernal.

De la climatología podemos hablar con cualquiera. Aún así, les puedo asegurar que no es lo mismo comprar en un supermercado de barrio que en uno más céntrico. El otro día fui a uno de Gracia, barrio pueblo que lucha por no perder su singularidad, y me decepcioné. No tenían cuajada y las cajeras apenas abrían la boca, no había ambiente verdulero, algo que sí ocurre en Rambla Volart, donde las chicas chillan, ríen y superan el aburrimiento de las horas estáticas con ocurrencias y algarabía. A veces, cuando las veo en sus gloriosas actitudes tengo una gran duda. ¿Su comportamiento es natural o responde al cliché de recientes películas españolas? Almodóvar y Fernando León serán grandes cineastas, pero puede que también sean deformadores de la realidad al hacer que sus ficciones creen comportamientos estereotipados fuera de la pantalla.

Si abandonamos el supermercado y descendemos hasta Paseo Maragall, frontera lingüística entre el catalán y el castellano, encontraremos en un radio de quince metros cuatro negocios emblemáticos: la panadería, la farmacia, un estanco y otro kiosco. Comprar el pan en el mismo sitio aporta familiaridad, aunque en el caso que me concierne ésta se ve rota por el constante rotar de las empleadas, no pasa una semana sin que me cambien una, con lo que es imposible entablar amistad y otras cosas. No ocurre lo mismo en la farmacia, donde los boticarios pueden recordarle a uno lo guapo que era de pequeño al tiempo que se ríen por las quejas de la estanquera, hasta las narices por el reflejo del dorado cartel de la apoteca.

El ayuntamiento dentro de su campaña de mejora de la vida de las pequeñas comunidades que forman la ciudad ha optado recientemente por reformar los mercados para sellar antes su defunción.

Concluimos nuestro recorrido en el puesto de periódicos de Paseo Maragall. Lo lleva un matrimonio majísimo. Magda, a la que operaron hace poco de la garganta, se queja con mucha gracia y habla con los clientes. Antonio es más seco por las mañanas. Tiene mal despertar y hasta mediodía no se anima a bromear. Ellos, junto a la inefable costurera loca de amor por su marido, configuran los elementos esenciales que permiten al Guinardó considerarse un lugar con idiosincrasia configurada que lucha por mantenerla ante los embates siempre más rotundos del monstruo homologador, dichoso con la dispersión, el mismo ayuntamiento considera pernicioso juntar a muchos miembros de un mismo grupo étnico en un enclave análogo, que permite control y falta de identificación auténtica; sólo queda el artificio y la derrota que salvan parcialmente los emprendedores optimistas, inconscientes refundadores de la antigua tradición del aquí nos conocemos todos que antes posibilitaban otros sitios clásicos de la vida de barrio. El ayuntamiento dentro de su campaña de mejora de la vida de las pequeñas comunidades que forman la ciudad ha optado recientemente por reformar los mercados para sellar antes su defunción; las obras, otro gran problema, regeneran y aniquilan. Muchos son los vendedores que no han resistido el traslado a una extraña carpa que desubica al cliente y desangela la magia pasada, cuando íbamos con nuestra cesta de mimbre, perdíamos a nuestra madre y, sin darnos cuenta, charlábamos con desconocidos bien inofensivos al ser, rara era la excepción, vecinos que usaban las vetustas instalaciones del mercado como sitio indispensable para llenar la despensa con mercancía de calidad.

Cuando camino y veo el asfalto levantado e intuyo nuevas construcciones reprimo un grito cargado de dolor. Con el cambio negativo, vendido con áureos ropajes, los señores que recaudan y usan mis impuestos se dan el lujo de eliminar paulatinamente señas de identidad mientras enarbolan la sucia bandera de una buena gestión que nadie percibe. El acabose llegará cuando también se carguen a los locos de cada barrio, hombres reconocibles sólo por unos pocos escogidos que saben de sus andanzas y movimientos al compartir espacio de convivencia. El loco del Guinardó, un antiguo conserje universitario, reposa en las plazas de aparcamiento y adora las bolsas de plástico. Sin saberlo es un símbolo de la destrucción futura. Cada vez se le ve menos, y cuando aparece va mudándose de parking cada media hora para pasar desapercibido mientras devora galletas y sostiene un periódico. Un día desaparecerá, y su pérdida significará un adiós a la posibilidad de la diferencia, como si su despedida significase la victoria de la normalidad impuesta ante lo diferente habitual, la esencia que durante siglos ha marcado el ritmo a la humanidad. Mientras haya resistentes creeremos en la utopía.

Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com


Como siempre que hablamos de la revista de letras conviene que visitéis el original, por fotos y vídeos: http://www.revistadeletras.net/los-kioscos-la-frontera-y-los-perros/

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