lunes, 29 de noviembre de 2010

Podcast del miércoles 24 de noviembre, escritores que dejaron de escribir en Wonderland de Rne4




Al final la charla fue corta pero intensa por un motivo justificado: la actualidad primaba y el Cervantes ganado por Ana María Matute merecía nuestra atención. Sin embargo, a partir del minuto 50' podéis escuchar el Laberint dedicado a varios escritores que dejaron de escribir clickando aquí

domingo, 28 de noviembre de 2010

Goodbye,Barcelona de Alexis de Vilar en Revista de Letras


Una crítica pasada vendida en el presente: “Goodbye, Barcelona”, de Alexis de Vilar
Por Jordi Corominas i Julián | Críticas | 27.11.10


Goodbye, Barcelona. Alexis de Vilar
Funambulista (Madrid, 2010)

Llaman al timbre. ¿Quién es? Traigo un paquete para Jordi Corominas i Julián. Abro la puerta y escucho los latidos del ascensor. Firme aquí. Hasta luego. El sobre contiene Goodbye, Barcelona de Alexis de Vilar. Una de mis mayores preocupaciones existenciales es discutir sobre la farsa de BCN versus la riqueza de Barcelona, así que el titulo me seduce y decido devorar el volumen en menos que canta un gallo. El tema de mi ciudad en la literatura es un tópico eterno. ¿Existe un gran novelista de la Ciudad Condal, una mente privilegiada que haya retratado a la perfección a esa fulana de diseño? La respuesta es afirmativa, pero cada generación debe tomarle el pulso y diagnosticar su enfermedad en el marasmo de su constante metamorfosis, por lo que el mérito más que exclusivo e único debe ser progresivo. En los últimos años varios libros y publicaciones han intentado quitar la máscara a la capital catalana, pero como estamos demasiado acostumbrados a lo políticamente correcto topamos con el inconveniente de juzgar lo corrosivo con un autosuficiente “sí, muy bien, si eso ya lo decía yo”. La crítica existe, se tapa, dura dos telediarios y después los de la Plaça de Sant Jaume prosiguen con la despersonalización del tejido urbano. Quizá por eso, un error que cometo con demasiada frecuencia, me fijo en la contraportada y, ¡Oh cielos!, menciona que la novela fue finalista del Premio Planeta en 1988, siendo desde entonces marginada porque sus ataques contra la antigua potencia marítima son más que despiadados, por lo que no ha sido posible editarla hasta ahora. ¿Seguro? La nota añade que el libro fue, de otro modo no se entiende la demanda por plagio a Woody Allen, el embrión no reconocido de Vicky Cristina Barcelona, conocido celuloide postal para exportar la imagen de la urbe olímpica al Universo y más allá con la estimable colaboración de dos millones del presupuesto municipal. Barcelona posa’t maca.

Visc(a) BCN es lo que no dice nunca David Columbus, pintor neoyorquino que aterriza a finales de los ochenta en el aeropuerto del Prat, lleno de goteras y techos a la deriva. Llega a Cataluña tras sufrir esas clásicas crisis de los cuarentones. Ya saben, divorcio, dudas y la exigencia de un cambio. Su amiga y marchante Pat le ha recomendado Barcelona, llena de sol y alegría. El buen hombre contacta con cura, alquila un macroapartamento en la Plaça Reial y procura empaparse de la atmósfera mediterránea de la Rambla. Como siempre, surge un imprevisto. Se llama Beth, es una pija jovenzuela de Pedralbes y está más buena que el pan. El café de la ópera asiste silencioso al flechazo, consumado a la mañana siguiente de una fiesta donde se junta toda la fauna del Chino y aledaños: camellos, putas, vecinos, espontáneos y guiris que pasaban por ahí. El resto del libro es la crónica de un (des)amor aliñado con mucho sexo, algo de machismo, quejas continuas, intentos de reflexiones filosóficas sobre lo hipócrita de Barcelona y algunos errores, entre los que cabría añadir el postfacio, que demuestran cómo el texto se ha retocado, y mucho, después de 1988, por lo que asumimos que el autor ha introducido modificaciones para adecuar su mala leche a la rabiosa actualidad.

Pese a ello me he divertido mucho leyendo Goodbye, Barcelona. Destila ingenuidad, y eso más que un defecto es una ventaja. Las páginas pasan volando, la prosa no se anda con remilgos y la dinámica del tempo narrativo se acelera incesantemente, como si quisiera corresponder con su ritmo a los vaivenes del protagonista, un tipo esquizofrénico entre su dureza realista sucia y una ternura de héroe de pelis de los cincuenta. Su cabreo con los muros que acogen su arte es proporcional a la hinchazón de su miembro viril cuando se junta con la Escorpión de la terra, fiel retrato de lo peor de la burguesía catalana, caprichosa, individualista y obcecada en las apariencias para mantener su buen nombre. La vida es diversión y las calles un digno objeto de saqueo. Eso topa con la mentalidad cultural del estadounidense, quien derrocha dinero a mansalva pero se salva, o eso quiere hacernos creer, por su sensibilidad artística que asocia su mayor cultura a través de tópicos jazzie y puntos de vista apoyados en la excelencia del observador foráneo que además es creador. Como ven, el edificio se sostiene sobre bases bastante inestables, y puede que me haya enganchado por la simple voluntad de querer analizar si la rabia esgrimida hace dos décadas concuerda con la que sentimos hoy en día.

Los años posteriores a la elección como sede olímpica, algo comprensible por la preocupante continuidad histórica de una dinámica electoral, vieron el inicio de BCN mediante campañas publicitarias que insistían en una imagen que ocultara errores. Sin embargo, el evento mundial de 1992 si transformó carencias, pero dio paso a una enloquecida carrera de vacuidades que marginaban al ciudadano y potenciaban el beneficio turístico entre artificios y monumentos insignificantes que anularon muchos rasgos característicos de Barcelona en cuerpo y alma. Alexis de Vilar, que dedica sus horas a viajar por océanos e islas perdidas, parece captar el matiz, pero se obstina tanto en algunos aspectos que lo suyo más bien huele a asunto personal, convirtiendo su supuestamente polémica obra en un divertimento pasajero hermanado con el filme de Woody Allen por lo poco que aportan ambas propuestas.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Mi crítica de un adúltero americano de Jed Mercurio en Panfleto Calidoscopio



Un adúltero americano de Jed Mercurio

Por Jordi Corominas i Julián


“Antiguamense te decía que sólo un buen hombre sería un buen rey, pero si el fornicio fuese un acto infame habría habido muy pocos reyes buenos”
(Jed Mercurio, Un adúltero americano, Barcelona, Anagrama, 2010)

Juventud, temple, carisma, capacidad de liderazgo, glamour, Camelot, nuevas fronteras, conciencia cívica, deshielo, igualdad racial, deshielo atómico, preocupación global, pero también, para su propia desgracia, la enfermedad de Addison e hipotiroidismo con la consecuencia de sufrir fatiga, debilidad, anorexia, vómitos, náuseas, pérdida de peso, pigmentación de la piel y las mucosas, somnolencia, pérdidas capilares, depresión y aumento del colesterol, todo ello tratado con un abundante surtido diario de píldoras rojas, verdes y amarillas. John Fitzgerald Kennedy, encarnación presidencial vivía un tormento continuo con su cuerpo, sujetado por una faja ortopédica, que sólo lograba aliviar con la mejor medicina: el sexo.
La figura del primer mandatario católico del país de las barras y estrellas siempre levantará ríos de tinta y montañas de celuloide. Hace ya casi veinte años Oliver Stone recuperó su figura a base de polémica con la meritoria JFK, película de tesis que desmontaba las conclusiones de la comisión Warren sobre el asesinato de Dallas. Jed Mercurio, y es de agradecer, concluye Un adúltero americano ese fatídico 22 de noviembre de 1963, abordando el asunto desde otra óptica, pues su libro puede leerse como una interpretación de los dos años y medio de Kennedy en la Casa Blanca con lo que ello conlleva en decisiones y medidas adoptadas, granjeándose con las mismas la profunda y temerosa enemistad de las más altas instancias, poderes fácticos que en absoluto podían tolerar el golpe de timón que se pretendía dar desde el despacho oval para cambiar órdenes estables poco aconsejables para quien cada mañana se sentaba con la aspiración de construir un mundo pacífico que sepultara la Guerra Fría al bunker de la Historia.

El personaje que aborda Mercurio, un autor idóneo para tratar el tema al ser médico de profesión, es, sin duda, uno de los pilares del último medio siglo occidental, una de aquellas figuras conocidas por todo hijo de vecino. Cualquiera puede tener una opinión formada sobre Jack Kennedy, y probablemente sea así porque su figura es pionera en el moldeo de una imagen efectiva, muy bien enfocada al universo mediático que ya despuntaba a finales de los cincuenta. Un ejemplo seria el primer debate de la campaña electoral de 1960 contra Richard Nixon, quien cayó derrotado por la telegenia de su rival, siempre mirando a la cámara, impecable en su vestimenta y con una oratoria cercana para el telespectador, embelesado y rendido ante una forma distinta de dirigirse al votante, con un lenguaje profundo y cercano que distaba un universo del empleado por Eisenhower, paternalista y anacrónico, halcón con otras perspectivas para su pueblo. Asimismo la familia del futuro presidente ayudaba a catapultar su trayectoria con influencias y consejos, entre los que cabe mencionar la búsqueda de una esposa útil para sus objetivos, una mujer perfecta de cara a la galería, que apabullara por inteligencia y atractivo para potenciar sus estratagemas de seducción a la opinión pública. Jacqueline Bouvier fue la elegida y cumplió el papel a las mil maravillas, con el añadido de ser la única con quien su esposo creía ser capaz de convivir y respetar.

Sólo como marido y mujer

El mismo título de la novela de Mercurio ya indica cual es el argumento central de la misma. John Fitzgerald Kennedy y sus amoríos, siempre mitificados, siempre flotando por la superficie ávida del cotilleo que poco se preocupa de entender los motivos que impulsaban al estadista. Ya hemos comprobado como su cuadro clínico era desolador. La responsabilidad pesaba tanto como residir en el 1600 de Pennsylvania Avenue. Antes de llevar los galones de mando las cosas eran más sencillas para saciar las necesidades del lecho; la urgencia de curvas se solventaba con secretarias, amigas y flirteos ocasionales que llegaban a buen puerto. Ser el mandamás implicaba mantener una actitud prudente o encontrar una vía óptima para dar rienda suelta a la energía que le proporcionaba hacer el amor. Es la tónica del seductor, por eso la elegancia de Jackie era menos que nada en la cama, una rutina intolerable para el conquistador doliente, voraz acaparador de presas. El orgasmo y la calma, reanudación de la normalidad y bienestar inmediato, bálsamo del dolor. Los músculos se recomponían y el trauma de ser el emblema del vigor, un engaño de carne y hueso, se mitigaba al recuperar piezas extraviadas en la abstinencia: concentración, confianza y capacidad de convicción, fundamental en la guarida del lobo de Washington, infierno sobre la Tierra, pentagonal nido de ratas. Los generales son verdugos que defienden su interés sin contemplaciones. Les ampara ser los liberadores de 1945 y el interés industrial fomentado por Ike entre 1952 y 1960. El país tiene bien implementada su fábrica de armamento. Los misiles y las pistolas deben salir de los almacenes y quemar bloques comunistas, las amenazas del bloque oriental son excusas para obtener pingues beneficios. Kennedy cae en la trampa, porque tampoco tiene otra alternativa y no sabe rechazar una operación militar heredada de su predecesor, de Bahía Cochinos, pero aprende de sus errores y empieza a pregonar con acierto sus intenciones de virar la embarcación y dirigirla al horizonte del futuro, donde la bomba atómica será un recuerdo de una época aciaga y la discriminación racial una pesadilla remota. Las ideas del presidente topan con las de sus asesores, y esa lucha produce la angustia que determina su frenesí erótico-festivo. Becarias, invitadas, actrices y prostitutas ceñidas a un mismo patrón estético desfilan por despachos, piscinas y hoteles en un circo delirante. Los coitos, por los impedimentos físicos del héroe renqueante, son suspiros que en el presente muestran la aceleración del gobernante, repleto de vínculos pasados poco recomendables que aprovisionan su despensa con Venus de rompe y rasga, famosas rendidas a la estrella del rey, quien las usa como a sus jóvenes empleadas, simples distracciones, analgésicos que, a diferencia de las pastillas del doctor, tienen sentimientos y pueden rebelarse, secretos de seguridad nacional con corazón. Si late demasiado la expulsión del paraíso está garantizada.

Esas amistades previas a la púrpura, la mafia y sus contactos con la farándula hollywoodiense, se juntan con los ases de la baraja -FBI, Ejército y periodistas- para facilitar a Mercurio la estructuración de la trama mediante ilustres nombres que suscitan la atención del lector. Sinatra es el pobretón que al encumbrarse se transforma en altivo pavo real, Marylin -sin un atisbo de Bob Kennedy en todo el manuscrito- el presagio de la amenaza que destruya la privacidad de la existencia, Mary Meyer la voz de la conciencia, Ellen Rometsch la espía que me amó, Judith Campbell una ruleta del hampa y J. Edgar Hoover el peso de la tradición disturbada, firme constatación que sus acciones están traspasando unos límites que incomodan a la cúpula que no depende de unas elecciones para ostentar bastones de mando, ojos que están por todas partes y se otorgan, al controlar los mecanismos, el derecho de juzgar al bostoniano de origen irlandés que ocupa el trono con ínfulas de reforma.



Hoover es el último vórtice de la pirámide. Su aparición en escena tiene ecos shakesperianos que genera la misma vida. El presidente no resiste la tentación que acucie su íncubo corporal y aprende cómo sortear las trabas, pero en ocasiones eso no basta. Ser el jerifalte conlleva estar vigilado las veinticuatros horas. Los agentes apostados en la puerta tienen años de oficio y una red amplia que va de lo más alto a lo más bajo. Los peones edifican, transmiten y las carpetas hacen el resto. El jefe del FBI, de extraños hábitos extralaborales, emite sentencia y recomienda. El disgusto moral fluye en paralelo al desencanto temeroso por la metamorfosis. Si la apariencia es agradable de cara al exterior con las giras internacionales, la distensión y un liderazgo universal, la realidad de la administración y allegados contiene un germen viciado que no tolera la actitud del mocoso cargado de buenas palabras, mejores intenciones y firme voluntad de trastocar el tinglado porque cree en lo que hace y no da su brazo a torcer. Evitar la Tercera Guerra Mundial y aplacar los belicosos ánimos comunistas se contempló como un estorbo a la lógica instaurada tras la derrota del nazismo. Las armas y el retumbe lucran más el bolsillo que erradicar enfermedades, pobreza y disputas. El enfado del verdadero poder, en la sombra, correrá siguiendo el pulso de la paranoia que mezclará el ritmo privado con la esfera histórica. La desconfianza interna se intenta contrarrestar, algo imposible, estrechando lazos con aliados fiables, primos lejanos con mucha sapiencia.



A veces las efemérides de dos naciones nadan por mares con asombrosas similitudes. La amistad de Kennedy y Harold Macmillan, primer ministro británico entre enero de 1957 y octubre de 1963, se nutre de contrarios que se complementan. La esposa del premier le es infiel desde hace siglos, al igual que JFK lo es con Jacqueline, derrochadora que suple su carencia afectiva ensalzando la moda en beneficio de su marido. Ambas parejas son discretas en sus luces y sombras, pero tienen la mala suerte de vivir en la época donde los medios de comunicación empezaron a desentenderse del elogio de la virtud para escarbar en la mierda ajena. El escándalo Profumo, ministro de defensa que mantuvo relaciones con una bailarina que a su vez se acostó con un conocido espía soviético, fue el pistoletazo de salida de ese pan que ahora masticamos cada dos por tres, mierda empapadora de cerebro, balas eficaces de múltiple impacto. La situación inglesa, que acarreó la dimisión de Profumo, ocurrió cuando el acoso al presidente se incrementaba en un negro instante donde convergieron la muerte del neonato Patrick, la presión para intervenir en Vietnam del sur y la inminente vorágine viajera por los Estados de la Unión para consolidar apoyos en vista a la cita electoral de 1964. La tragedia americana se nutría de ingredientes, y sólo el regicidio de la Plaza Dealey impidió que las hienas consiguieran su misión de devorar la carroña de un idealista herido de muerte, desafiante, empecinado en defender un proyecto y perecer, como así fue, en el intento. El tema cobra actualidad porque la actual situación estadounidense se hermana con la narrada a lo largo del relato. Un hombre valiente ocupa el poder y combate con uñas y dientes para reformar pese a la oposición de una serie de grupos, que más o menos son los mismos que en los sesenta, obstinados en no ceder ni un ápice de su terreno. La última administración democráta antes de Barack Obama se vio salpicada por un episodio sexual por todos conocido. Clinton aparece en su versión pueril, cuando con apenas dieciséis años visitó la Casa Blanca y estrechó la mano a su ídolo, y la referencia no es casual, sino otro guiño que realza la crítica completa a la tendencia de apuntar con dedo acusatorio a quien sea hurgando en secretos de alcoba y adicciones sin contemplar causas o motivos porque el dardo envenado es un certero ariete, escaparate de diseño para ocultar verdaderos males que siempre nos acompañarán si el sólido esqueleto de los titiriteros sigue esparciendo la cicuta ociosa, información de gran valor nimio, que enmascara sus fechorías.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Podcast del miércoles 17 de noviembre: Los cafés de Paris



Puedes escuchar la charla, a partir del minuto 42, clickando aquí

Miércoles 24, Escritores que abandonaron la escritura en el Laberint de Wonderland en Rne4



La semana pasada fuimos a París y visitamos varios de sus cafés. En uno de ellos encontramos al joven Rimbaud, quien en 1874 abandonó la escritura y dedicó los últimos años de su vida a recorrer medio mundo hasta que se instaló en Harar, volviendo al Hexágono sólo para morir.

El poeta de une saison en enfer inaugurará la serie que dedicaremos a aquellos escritores que, por varios motivos, dejaron de escribir. Sus compañeros de selección serán Friedich Nietzsche, Robert Walser, Juan Rulfo y J.D. Salinger.


El laberint a Wonderland

Cada miércoles a partir de las 18h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo: Rne4

domingo, 21 de noviembre de 2010

Pasado compuesto de François-Marie Banier en Revista de Letras



Una novela mental: “Pasado compuesto”, de François-Marie Banier
Por Jordi Corominas i Julián | Críticas | 19.11.10


Pasado compuesto. François-Marie Banier
Traducción de Luis Blat
Posfacio de Louis Aragon traducido por David Cauquil
Libros del Silencio (Barcelona, 2010)


“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”.
(León N. Tolstoi, Anna Karenina)

Cuando paseo por Barcelona siempre recuerdo lo que una noche me contó un viejo borracho con mucha sabiduría acumulada. Estábamos sentados en un banco de la Rambla, eran las siete de la mañana de un lejano febrero y el buen hombre soltó una de esas verdades que permanecen grabadas en la memoria: ¿Ves ése lujo? Los sótanos de la Rambla hasta la Diagonal ocultan mucha perfidia de familias de rompe y rasga. Orgías, dramas y un sinfín de sinsabores. Desde aquel día cuando circulo por el centro de mi ciudad reflexiono sobre sus palabras, y le doy la razón porque he crecido y sé que las apariencias engañan. Sí, lector, nada nuevo bajo el sol. En París la periferia tiene algunos barrios comparables al de Salamanca en Madrid o el apacible y retirado Sarriá de la capital catalana. Neuilly seria el paradigma donde es fácil encontrar dinero concentrado en pocas manos, por que lo suele ser blanco de las más furibundas críticas de los que nada tienen. No creo que François-Marie Banier, quien escribió Pasado compuesto con tan sólo 23 años, pertenezca a este último grupo. Su agudeza para con los matices psicológicos de una burguesía en proceso de descomposición, siempre es así y siempre sobrevive en su agónica espiral, indica conocer el ambiente narrado en una época donde su segunda novela levantó polémica y ampollas.

No debe extrañarnos. Publicada en 1971, Pasado compuesto parece beber de las brasas del mayo de 1968, lo que no deja de ser interesante desde una perspectiva actual, donde algunos editores independientes- desde la hegemónica Blackie pasando por Ático de los Libros hasta llegar a Libros del Silencio- prefieren presentar manuscritos que pese a su antigüedad tienen el don de ser rabiosamente contemporáneos, entendiendo la modernidad no cómo un capricho de quita y pon sino como un universo donde las propuestas pasadas pueden ayudar a comprender las problemáticas del presente. Las épocas de crisis se hermanan por minucias relevantes, enlaces que resumen gotas de padecimiento generacional.

Situémonos. Una familia solvente. Dos hermanos, Olivier y Cécile, criaturas ultraprotegidas por progenitores temerosos del exterior que, sin querer, engendran un monstruo. El narrador, frío y con una omnisciencia canalla entre lo que dice y oculta, sitúa las fichas en el tablero con minimalismo. Él tímido y sumiso, ella lanzada y dominante. El círculo se estrecha en las primeras páginas en un viraje al pasado. Los dos están juntos, unidos en una casa de la Bretaña. Incesto, amor, remordimientos y una muerte en el mar, que es el morir. La pérdida del referente masculino hunde a Cécile en la completa alienación que en ese período bisagra cambiaba del rostro entre la multitud, la famosa trilogía de Michelangelo Antonioni, al recogimiento producto de la incomprensión generalizada y la brecha entre padres, los que vivieron la última gran guerra de suicidio continental, e hijos, siempre más abocados a la desgracia desde la incomprensión. El resto es literatura de alto voltaje donde el doble tiene las de ganar por lógica de los acontecimientos. La muchacha está triste. ¿Qué hacer? Propiciar la casualidad, que nunca lo es, mediante un desconocido que ejerza la figura del doble. Su nombre es François y a simple vista tiene unos rasgos casi iguales al desaparecido. Surge la atracción y se precipita el caos. Lo físico es visión, el cerebro navega por derroteros que olvidan la interrelación y suelen nadar en el interés individual. François es astuto y sagaz. Ve una oportunidad de crecer y estabilizarse en Cécile, que más que una chica obsesionada por el ausente es un clan donde prosperar y ser acogido, por eso conviene dar la relevancia que se merece al hogar de los Lasserre y sus vaivenes de bullicio y vacío, síntoma de las mutaciones en el clan. El esposo aguanta y acepta las paranoias de su mujer integrándose en la estructura familiar para hacer más llevadera la tortura del compromiso y disimular su desarraigo amoroso, comportamiento, pueden imaginarlo, fatal para quien clama por un punto de apoyo y sólo recibe golpes en forma de muecas y silencio.



La historia de la relación entre ambos es una condena a la soledad desde un doble sentido de desquicio e indiferencia, pero Pasado compuesto, rápida y voraz, contiene muchos más elementos remarcables. Si bien es a todas luces una novela, no pude dejar de trasladarla a un escenario teatral. Lo conciso de sus diálogos, la precisión espacial y la necesaria escasez de personajes de ese universo cerrado invitan a representarla en las tablas, donde su temática llegaría de manera punzante al espectador embriagado por ese macabro juego mental, tensión del día a día, que nutre al texto de una fuerza bastante anómala, tensión perpetua pese, el drama se intuye nada más empezar, a conocer un desenlace previsible, lo que demuestra un axioma demasiado denostado: no importa tanto el contenido sino cómo se expresa, y es aquí donde François Marie-Banier encandila mediante lo sostenido del tempo del relato, lento y veloz, intenso con pausas que nos sumergen un una empática inopia que es la de la protagonista, víctima inocente incapaz de superar el duro trance que marca su singladura vital.

Normalmente cuando termino la lectura cierro el libro, lo guardo en su lugar de la estantería y dejo que las horas depositen reflexiones. Aquí tienen dos opciones. Seguir lo habitual y reposar ideas o ir directamente al magnífico posfacio de Louis Aragon, un acierto de los editores, y meditar sobre las pistas que da en su artículo publicado en Les Lettres Françaises el dos de junio de 1971, elogio defensivo redactado con amor para el talento del veinteañero atrevido que por aquel entonces era Banier, quien con el transcurrir de las décadas ha ampliado su campo de acción yendo de la narrativa al teatro asombrándonos con su tarea fotográfica, elección comprensible si se tiene en cuenta que es un autor dotado para captar el instante y transmitir toda la potencia de la desdicha.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Las ruinas, la máscara y la foto pornográfica en mi sección "Se fue al otro barrio" de Bcn Week





Las ruinas, la máscara y la foto pornográfica by Jordi Corominas i Julián


by Jordi Corominas i JuliánA las ocho de la noche, a las nueve de la tarde del miércoles 29 de septiembre decidí salir de casa para observar la ciudad tras la batalla de la huelga general. Opté por formular mi recorrido de manera poca ortodoxa y así testar el pulso del conflicto cogiendo un taxi. ¿Misión imposible? Ni de coña. Los vehículos tricolores estaban activos, la única diferencia con un día de cada día era su luz verde, apagada porque dos ojos humanos pueden captar clientes de la nada. Alcé el brazo, un vehículo paró y tomamos rumbo a plaza de España. Comentamos los acontecimientos de la jornada y rizamos el rizo de rellenar una charla anodina quejándonos de la precariedad y las intergeneracionales diferencias salariales. Stop. Son once con cincuenta. Gracias. Antes de iniciar mi singladura tomé unas copas en casa de una amiga y luego, entonado como Dios manda, le di un beso de despedida y pisé la calle. La oscuridad reinaba, y mi trayecto se antojaba más que largo y obligatorio, pues la imposibilidad de subir a cualquier tipo de transporte público me conminaba a usar los pies. Apreté el botón de tranquilidad y la Gran Vía me recibió desierta, con escasas parejas que aprovechaban los bancos para filetearse en el anonimato de cuerpos fundidos y aire que remarcaba la soledad del lugar, hermoso y poco apreciado en su arboleda que a mediodía es perfecta para deambular, captar palabras incoherentes y avanzar en la recolecta visual de piernas, chiringuitos y algún que otro rostro conocido sin que sea famoso, sólo amigo. Esta ciudad es un pueblo con ínfulas que permite estos encuentros casuales cuando la normalidad se instala en el pavimento y todos, siguiendo mis sabios consejos, prescindís del estrés entre pasajes, vías, avenidas y circunvalaciones, espacios únicos donde el detalle cobra valor por mezclarse entre lo significante sobrevalorado desde el tópico de lobotomía.

Me aburría, hacía frío y la recta me abotargaba. En caso de sopor les recomiendo introducirse en el laberinto. Lo hice como un riesgo, creyendo que las manzanas podridas del Ensanche serían un salvoconducto que aceleraría mi cita con las ruinas del conflicto. Imaginaba papeles, sillas y muchos escaparates rotos en paseo de Gracia y aledaños. Nunca debemos adorar al piñón fijo por muy claras que tengamos las cosas. En Consell de Cent con Aribau la luz de un locutorio era el resquicio de duda que alimentaba lo urbano entre coches y despistados transeúntes. De repente, miré hacia la otra acera y una imagen turbó mi ánimo, empujándome a una prédica disolutiva del pecado. Un hombre con máscara de cerdo transitaba descalzo guiándose con las manos acompañado de dos perros minúsculos. Me pellizqué. Recientemente algunos conocidos usan el adjetivo loopoético y se quedan tan panchos. Yo les respondo que pueden emplearlo porque la existencia es más absurda de lo que creemos, y para muestra el botón que cuento en esta crónica. Ese señor de metro setenta era el rey del mambo de la noche más desangelada que recuerde. Los resistentes del incipiente otoño lo admiraban, esbozaban una sonrisa y dejaban que siguiera a lo suyo, sin sorprenderse ni alterarse en demasía. Esa indigna reacción, la triste constatación que nada asombra, me cabreó sobremanera. El pobre exhibicionista iba a tientas, y sufrí por su integridad cuando alcanzó el primer semáforo. Superó la prueba, dejó atrás las paraditas con libros, redujo su trote para intuir a sus queridos canes y sin mediar aviso emprendió una carrera a lo Usain Bolt para que las mascotas se cansaran. Lo que sigo sin entender, y ni falta que hace, es el motivo que le impulsa a asumir otra identidad en las horas muertas del crepúsculo, cuando Babilonia se desnuda y las aglomeraciones disminuyen y se agolpan en televisores, bares y platos calientes. Nunca sabré quién era, pero, con su simple ocurrencia, consiguió dar otro sentido a mi excursión, coloreándola de un optimismo infantil de la adoración descontrolada del loco positivo, algo corroborado hace dos minutos. He bajado a comprar tabaco y el chalado de la barba ha reaparecido en mi barrio, guardián de la puerta sin nombre. Pela patatas y abraza una foto pornográfica de un periódico deportivo. Con ellos la cordura duerme tranquila en la cama de Pandora.


Dibuixos: Nil Bartolozzi

viernes, 19 de noviembre de 2010

Desayuno con John Lennon y otras crónicas del rock de Robert Hilburn en Revista de Letras



Un largo viaje por la música popular y sus transformaciones: “Desayuno con John Lennon”, de Robert Hilburn
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 14.11.10

Desayuno con John Lennon y otras crónicas
para la historia del Rock. Robert Hilburn
Traducción de Mariano Peyrou
Turner Publicaciones (Madrid, 2010)


Más que una fecha, el fenómeno que trastornó a la mayor parte de críos y adolescentes en la década de los cincuenta tiene nombre propio: Elvis Presley. Tanto en Liverpool como en Louisiana el efecto era idéntico. El ritmo, la música y la presencia escénica del Rey eran una novedad demasiado jugosa que rompía con el pasado y abría la puerta a la revolución que se consolidó durante los años sesenta y sigue, con un descenso paulatino en todos los sentidos, hasta nuestros días. Robert Hilburn dejó seducirse por el Rock and Roll y supo extraerle su esencia al ver sus carencias a nivel periodístico a partir del escaso interés que le prestaban la mayoría de medios de comunicación. Poco importaba que existieran The Beatles, The Doors, Janis Joplin, Bob Dylan o Johnny Cash. Los eventos no se cubrían adecuadamente porque los rotativos de la época los consideraban un mero entretenimiento juvenil. Esa desconexión para con la realidad exigía un cambio de tercio, un firme posicionamiento que permitiera encajar las piezas y hacer justicia con lo que era algo más que un fenómeno social, un torbellino que sacudió conciencias y dio a la juventud motivos para soñar. El autor de Desayuno con John Lennon lo percibió, obtuvo una columna de crítica musical en Los Angeles Times e inició una carrera en forma de viaje por los senderos de su pasión. No ha sido un camino fácil, como nunca lo son aquellas vías que cogemos por puro amor al arte, y eso lo hace más vivo y comprometido, dando a Hilburn un estatus diferente, cuerpo integrado en el conjunto capaz de contar anécdotas con propiedad, sin la típica pedantería del que mucho sabe y se cree endiosado por las circunstancias. En este caso el cronista se limita a su labor desde la templanza que otorga conocer el terreno y sus personalidades hasta la extenuación, empapándose de la materia para no dejar nada al azar y regalarnos sus impresiones sobre ídolos comunitarios que forman parte de su existencia por derecho propio al haber transcurrido miles de horas con ellos en escenarios, bastidores, hoteles de lujo y cafeterías de mala muerte.

Al tratarse de un volumen de autor hay que tener en cuenta la subjetividad que genera las vivencias narradas. Quien desee un análisis pormenorizado de canciones y cantantes tendrá que ir a otra parte, pues la virtud de Desayuno con John Lennon radica en mezclar lo autobiográfico con las múltiples efemérides que pueblan sus páginas, lo que produce una cercanía muy alejada de lo teórico y da a la prosa un vigor acrecentado por la división de la obra en breves capítulos que el lector, aunque recomendamos devorarlo de principio a fin, puede degustar cuando le plazca, sin preocuparse en exceso de la estructura, estrictamente cronológica, y por lo tanto, válida para trazar evoluciones. Estas van desde la euforia de finales de los sesenta hasta la agonía del Rock en el siglo XXI, donde el crítico norteamericano se adapta al entender que cada tiempo requiere melodías que naveguen al son de las metamorfosis sociales, caso del Rap o el Hip Hop, transformaciones sin ninguna intención de enterrar lo antiguo porque el abanico es demasiado amplio como para que nadie se quede fuera.


Hilburn ha desarrollado una trayectoria espectacular que dignifica la labor del periodista cultural especializado. Su estilo se basa en escuchar, acudir a conciertos, hablar con los intérpretes y diagnosticar. Lo hizo, y le valió el rol de descubridor, con Elton John y en parte con Bruce Springsteen, sus joyas de una corona que además de investigar lo inédito no desdeñó lo ya conocido para matizar y romper con las habituales habladurías del mundillo. Este admirador de Elvis no dudó en criticar sus últimos estertores, cuando se dedicaba a dar conciertos de escaso nivel para regocijo de nostálgicos, lo que más que una reprimenda le valió, porque la insistencia es un grado, contactar con su ídolo, como hizo con tantos otros que a la postre fueron sus amigos, desde Lennon hasta Dylan pasando por los U2, a los que alaba desmedidamente sin darse cuenta que fueron los herederos perfeccionistas de la apoteosis del rock de estadio de los desencantados setenta para explotar el filón, vender mecheros e ingresar pingues beneficios . Es en este punto donde Hilburn descarrila con clase; su adoración mística por Bono tiene la cara del fan y la cruz de la objetividad fruto de la experiencia por la que ve su figura como un paso delante en la imagen del roquero, ser comprometido con causas humanitarias que ha abandonado el egoísmo de juergas y desmanes, sustituyendo lo salvaje por lo políticamente correcto que tanto desdeñaba Kurt Cobain, a quien ayudó con un importante texto que salvó al líder de Nirvana de perder la custodia de su hija, y acepta a regañadientes Jack White, último adalid de una magia que se resiste a tirar la toalla pese a los infinitos imperativos comerciales que aceleran su óbito en beneficio de un si te he visto no me acuerdo muy del gusto de MTV y sucedáneos.



Como es comprensible, el autor, tras más de cuatro décadas en la brecha, sabe muy bien el valor de su trabajo, por lo que no es extraño tropezar con una cierta complacencia cargada de palmaditas en la espalda con las que ensalza sus mayores logros, eso sí, sin descuidar el contenido, único pilar trascendente, piedra angular que estabiliza un recorrido por habitaciones cerradas donde los artistas desprenden su magia en pequeños detalles cotidianos, sus mayores temores y el agobio de la fama y sus exigencias. Michael Jackson descargaba tensiones, no piensen mal, con dibujos animados, mientras otras estrellas, caso de Paul McCartney o el ya mencionado Johnny Cash, optaban por relajarse con su familia entre composición y composición.

Los últimos años están resucitando el mercado editorial español, que paso a paso va atreviéndose con publicaciones dedicadas a la música popular, campo donde también interviene el factor generacional. Es posible que los más jóvenes apuesten por lo actual con el boom de músicos que escriben, aunque no cabe descartar que el consenso llegue con manuscritos como el de Robert Hilburn, síntesis entre el testimonio directo y la reflexión del auténtico significado del Rock and Roll. Si este formato goza de aceptación habremos avanzado, y quizá en breve veamos en nuestras librerías textos más específicos, abundantes en el mundo anglosajón, que certifiquen la unión entre lo popular y lo científico más allá de las fuentes.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Jueves 18, Benedetti íntimo en xerrades al voltant de Mario Benedetti


Hoy jueves 18 de noviembre clausuramos las sesiones que a lo largo de este mes han versado sobre la figura de Mario Benedetti. En esta ocasión el centro de gravedad se trasladará a su lado más íntimo para que el público pueda descubrir cómo era el poeta en su vida privada.




BENEDETTI ÍNTIM

18 de noviembre de 2010 19. 30 h Biblioteca: Bonnemaison

Sant Pere Més Baix, 7

Guillermo Schavelzon, agente literari

Antonio Traveria, director Casa América Catalunya

Modera: Jordi Corominas i Julián





El ciclo está organizado por Purpura Visual y colaboran Bibliotecas de Barcelona, Casa América Cataluña, Editorial Alfaguara y el consulado argentino de Barcelona.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Podcast de la primera sesión de paseos por cafés literarios en Wonderland



A partir del minuto 42 hablamos de Cafés literarios en Madrid, Barcelona y Roma. Puedes escucharlo pinchando aquí

Panfleto Calidoscopio noviembre-diciembre





Panfleto Calidoscopio nov-dic [nº 42/2010]

Como en un Calidoscopio te ofrecemos pequeñas cuentas que satisfagan o piquen tu curiosidad. Sobre cualquier tema en miscelánea, o bien sobre música, cine y literatura.

Sin el apremio de la modernidad y la vanguardia, con la tranquilidad de quien revisa lo pasado. Visiones Caleidoscópicas de nuestra cultura, eso es lo que pretendemos mostrar.

sumario [nº42/2010]




El mito, el sexo y los halcones
Por Jordi Corominas i Julián



Antiformas de Estefanía García
Por Nuria Ruiz de Viñaspre





La máquina de Macedonio
Por Anna Maria Iglesia Pagnotta



Matemática Beatle VII
Por Jordi Corominas i Julián





Las Musas
Por María Zaragoza



Festival de flor y canto
Por Raquel Delgado





Arte autorreferente
Por Federico Fernández Giordano



Eros
Por Sonia Fernández Pan





El arte de desaparecer II
Por Álex Chico



Berenice Eingberg o el ardor
Por Natalia Zarco





XVIII Premio de Relato Círculo Cultural Faroni



Espacio inventado
Poemas de Ángel Guinda

Miércoles 17, Cafés literarios de Paris en el Laberint de Wonderland en Rne4




Si la semana pasada viajamos entre Roma, Barcelona y Madrid, hoy en el laberint de Wonderland haremos un largo viaje histórico por los cafés de Paris. Dividiremos nuestro recorrido en varias etapas que irán desde la chipiriflaútica amistad de Rimbaud y Verlaine, pasando por Lapin Agile a principios del siglo XX, moviéndonos de la mano de Hemingway por toda la ciudad de la luz y finalmente pararemos en Saint Germain para visitar el desaparecido Rock and Roll Circus, penúltima parada de una ruta que termina en las estribaciones de Montmartre, donde el turista puede visitar el café de la película Amèlie.









El laberint a Wonderland

Cada miércoles a partir de las 18h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo: Rne4

sábado, 13 de noviembre de 2010

Hilo Musical de Miqui Otero en Revista de Letras


Una auténtica novela pop de ideas: Hilo musical de Miqui Otero por Jordi Corominas i Julián

Miqui Otero
Hilo musical
Alpha Decay 2010


Tristán está triste. ¿Qué tendrá Tristán? Tristán es Inocente y en un primer indicio de rebelión deja atrás lo de ser vigilante y se bebe Barcelona hasta topar con el Ronaldinho de la Rambla, Mercurio hacia la regeneración absurda. Tristán coge un autobús. Tristán aterriza en Villa verano, un parque temático con animales humanos de toda fauna y pelaje. También hay una chica llamada Alma. Y muchos nervios. Y un aturdimiento de quien no entiende y lucha a tientas por su destino.

El inicio de Hilo musical de Miqui Otero es Alice in Wonderland a lo posmoderno. La intención es aceptar el reto de dos puntos ondulantes que constituyen un camino, porque la línea recta es recaer en las cartas marcadas. En ambos casos los recintos donde se desarrolla la trama están delimitados con fronteras precisas con un interior misterioso que nunca se acaba y siempre depara sorpresas, son escenarios-mundo, lugares que en su esencia se configuran en vehículos muy útiles para interpretar la sociedad de su tiempo histórico.

Dicho así parece que os esté explicando una obra que no es un bildungsroman pop con mucha agilidad e inteligencia tanto en tempo como en lo que se cuenta y cómo se cuenta, pues uno de los puntos cardinales de esta ópera prima es leer un tipo de literatura viejoven, en el retrovisor asoma Cosas que hacen BUM de Kiko Amat, y sentirla fresca, con lo que ello supone para el producto, libre, con voz propia que sabe muy bien las virtudes del humor para hablar en serio en una lectura que se devora al estar perfectamente hilvanada en su velocidad ingeniosa, punzante y reflexiva.


¿Y qué pasa con Tristán? Los héroes desvalidos en urbes ignotas requieren guías. Dante y Virgilio. En la antigüedad me imagino al poeta de La Eneida caminando con un hilo musical basado en la naturaleza y la interrupción del silencio por imperativo categórico del día a día. En el siglo XXI la completa quietud, la ausencia de sonido, es una imposibilidad, y vayamos donde vayamos estamos condenados, sin que nadie proteste porque ya se sabe que el arte de Terpsícore amansa a las fieras, a la imposición de empapar nuestros oídos con versiones diluidas de clásicos en el metro, en la tele, en el baño, en la oficina y hasta en pleno aire libre. Virgilio enloquecería. Su contexto se ha transformado y ahora quien quiera encontrar su réplica contemporánea deberá ir a un bar, donde la diferencia escapa a la locura del exterior. Tristán- ya irremediablemente enamorado de Alma, la chica que cose disfraces desde su bello desengaño- choca en el Submarino, universo fuera de la realidad por la seguridad de las profundidades en que sí se puede beber, con Nemo, un vivales viejo por fuera y joven por dentro que fue líder de los famosos Famosos, un grupo que en los sesenta cosechó algún éxito y fracasó con el honor del estrépito. Nemo en realidad se llama Inocente, ama lo marítimo y se erige en profesor del protagonista, quien hasta su viaje iniciático a Villa Verano sólo conocía la cinta de las viejas y las rápidas. Las explicaciones del capitán sobre antiguos temas alimentan y expanden la mente de Tristán paralelamente a su crecimiento como persona entre las idas venidas del parque, fiel reflejo de la crisis, mosaico que desde las máscaras retrata el presente y expone una teoría de lo que sería ideal para terminar con tanto cinismo. Los trabajadores del parque son monigotes que aceptan travestirse por una miseria y malviven de donde sudan su ínfimo sueldo a casa y tiro porque me toca, como si fuera imposible reaccionar ante la moderna esclavitud. Se puede y es recomendable derribar los muros de la cárcel con inventiva y un temor que presagie la ofensiva final, el golpe que altere el estado de las cosas para engendrar algo mejor que de a la gente la satisfacción de desafiar al poderoso y burlar sus opresivas normas basándose en ilustres precedentes de raíz norteamericana.


Esta vertiente de la novela versa hacia el colectivo, factor importante que sin embargo se extraviaría sin lo individual. Tristán es tímido. Tristán no tiene un manual de flirteo ni una mínima idea de túneles secretos bien palpables. Su objetivo, que desconoce, es traspasar la oscuridad y salir de la caverna. Nada es lo que parece. Los chicos que calcan su actuación cada veinticuatro horas se transforman en una banda con empuje en Atlantis, que no es una compañía de seguros, sino la única construcción de Villa Verano, con permiso del Submarino que se reserva para la intimidad de la charla etílica, con esperanza, espacio de alienación positiva porque implica anhelo de felicidad y conspiración hasta con círculos abiertos a la playa, quitarse ropa, desnudarse, aspirar.
El Submarino y Atlantis. Lo recogido y la algarabía. Dos plateas que sólo convergen cuando Tristán acepta que Alma y Nemo interactúen, como si juntando sus dos parcelas pudiera sentirse realizado, aunque también es licito lanzar la hipótesis que el rockero de barra, amante del agua cuando ansía un Magno, sea, y otra vez aparece con nuevos bríos la tradición, la figura del doble, o quizá una encarnación de un imperfecto yo anterior, pues ya se sabe que de generación en generación, o eso decían nuestros abuelos, se producen saltos cualitativos en la especie. Lo incompleto de uno es la lección para que el otro supla pretéritas carencias. Entre ellas está la consecución del amor, porque por mucho que haya un trasfondo que va más allá de Cupido lo trascendente en esta historia es que Tristán se quede con la chica. Las apartadas bicicletas estáticas y las pedaladas son energía con inquietud por canalizarse y soltar amarras. Otra vez el destino.


Todos sabemos lo triste que nos deja el verano. En Otoño caen las hojas, el cielo se encapota y el Barça juega intrascendentes partidos contra el Albacete. En el caso que nos concierne la estación estival es la cronología de una operación que pide a gritos renovar el panorama, aborrecer el conformismo y tomar conciencia del perpetuo murmullo que nos rodea y hace de la normalidad un sedante con el que dormimos despiertos. Hay que agitar el cotarro, romper en mil pedazos el hilo musical que acompaña nuestros pasos y adaptar el oído para melodías que con un código que impida su falseamiento. Hay que perpetrarlo con diversión y gafas anticomplejos. Miqui Otero tiene la receta.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

El incongruente de Ramón Gómez de la Serna en The Barcelona Review


El incongruente
Ramón Gómez de la Serna
Prólogo de Julio Cortázar
Blackie books, Barcelona, 2010

Existirán las Vanguardias mientras haya mentes que quieran ver la realidad desde un punto de vista anómalo. En nuestra época su problema es el mercadeo de lo contemporaneidad, la oferta de ofrecer algo bajo un nombre que no corresponde con su esencia, por lo que conviene mirar atrás y recuperar a los padres fundadores. Es fácil hacerlo, basta editar sus obras y esperar reacciones, pero es de suma importancia quién lo hace. En su corta trayectoria Blackie Books se ha distinguido como la única editorial independiente española con criterio al proponer textos merecedores del calificativo moderno. No importa su edad, la clave radica en la actualidad de sus contenidos. Esa postura, honesta y única en un panorama proclive al fast food literario de si te he visto no me acuerdo, se agradece, y por ello es normal que El incongruente de Ramón Gómez de la Serna renazca bajo su sello, empeñado en buscar la calidad sin preocuparse por épocas ni tendencias, y en este sentido la novela del prolífico escritor español es un perfecto ejemplo, pues tras una primera versión de 1922 recibió su definitivo punto y final en 1947, cuando el inventor de las greguerías ya residía en Buenos Aires, alejado de España por culpa de la larga noche franquista, donde sus ocurrencias hubiesen iluminado demasiado la superficie, bien diferente al Madrid que durante años acogió al hombre que Francisco Umbral definió como demasiado escritor para ser buen novelista. Veamos si el mítico autor de Mortal y rosa tenía razón en sus apreciaciones.

Una novela de riesgo desde el desafío a la incongruencia: la comprensión de la velocidad y sus cambios

El incongruente es, ante todo, otra muestra más de la endiablada inteligencia de su autor, virtud que une a la indudable capacidad de leer las transformaciones de su época. Gustavo es un ser condenado a vivir en un constante estado incongruente. Su mundo parece una noria al revés, círculo donde la lógica se va al garete por los imprevistos del guión, camino con irregularidades que el protagonista acepta con resignación, pues sus peripecias siempre se ven teñidas por imprevistos que un sería sencillo calificar de surrealistas. ¿Lo son? El espíritu de la época del manuscrito así parece indicarlo, pero lo cierto es que Gómez de la Serna engendra la revolución del pobre Gustavo desde la parodia hilada desde varios ángulos. Algunos lectores podrán leer su biografía desde la burla al mito de Don Juan. Quien escribe vio Casanova en todo momento con un prisma extremo, seductor que quiere disfrutar y dar placer hasta que lo cómico, la desgracia del slapstick, irrumpe y desbarata los planes. Otros dirán que es la trama está mal estructurada y carece de unidad en sus fragmentos. A este sector les recomendaría analizarla desde lo decimonónico. ¿Se acuerdan de Julien Sorel? Gustavo es un héroe de novela arquetípico transformado por la necesidad de renovar un género que a principios del siglo XX clamaba por un cambio, tanto en estructura como en contenido. Quizá por eso las aventuras del pobre incongruente basculan entre el absurdo y la dimensión de todas las transformaciones de esas vertiginosas décadas. Todo lo que otrora era considerado previsible quedó desmontado por la velocidad y la metamorfosis de los hábitos cotidianos. Gustavo gusta de ir elegante, aunque su voluntad de emperifollarse topa con el abandono de los bellos ropajes, obsoletos, clausurados en salas museísticas donde las personas que siguen llevándolos son una curiosidad antropológica, casi una secta. No sería de extrañar que ese fuera el motivo por el que engulle sus gemelos y tira el reloj al suelo, el tiempo y sus matices en la velocidad de máquinas y autobuses, mientras espera el transporte público, rendido a la comodidad de la moderno, que exige enterrar la sardina de lo antiguo y adoptar nuevas formas, que a nivel textual se reflejan en la insistencia en no ceñirse a un solo género. Así es como a lo largo del texto hallamos misterio de crónica negra, romanticismo, romances de tren, cumbres de la literatura fantástica, pura poesía del objeto, críticas sociales o ciencia-ficción.
La transición definitiva entre la confusión inicial y un asentamiento de la intencionalidad narrativa se asienta cuando Gustavo compra una motocicleta y se dispone a recorrer mundo. En sus rutas descubre encantadores pueblos con múltiples sorpresas como habitantes que son muñecos de cera o aldeanos que rebosan felicidad por los cuatro costados. Cuando abandona los villorrios ya no sabe cómo volver a dar con ellos, lo que se debe sin ningún tipo de duda a la pérdida de oremus que implica la aceleración del cronómetro, empecinado a principios del novecientos a desterrar la lentitud para catapultar al hombre hacia la enfermedad de lo breve, como si aquel lema de la experiencia irrepetible fuera un axioma infalible a cumplir sin más dilación, un must en el diccionario del día a día, y es bien sabido que lo más complicado de la existencia es adaptarse a las situaciones inesperadas. Los futuristas pedían en sus manifiestos quemar museos y en cambio Ramón Gómez de la Serna decide que el pasado es útil conjugado con el presente, dando otra vez señales de una insólita clarividencia. La literatura siempre ha ido por delante, siempre ha sido el arte que más y mejor ha sabido beber del néctar de otras. El cine no adoptó las nuevas técnicas de la novela de las primeras décadas del siglo XX hasta 1960, error que contribuyó a su popularización con formas narrativas simples que atraían al espectador. Por su parte la novela vio un filón en lo fragmentario del montaje del séptimo arte y lo aprovechó. Don Ramón lo hizo mediante capítulos cortos, que dan sensación de secuencia, y una idea que podríamos calificar de proclama cotidiana y cultural: las vidas humanas dejarán de ser incongruentes cuando sean similares a las plasmadas en el cinematógrafo, como si de este modo la realidad se fundiera con la ficción para dar a la Humanidad la tranquilidad deseada, porque al fin y al cabo Gustavo es el espejo de nuestra especie en la difícil encrucijada de lo anquilosado a lo que circula por la calle y nadie ha siquiera esbozado. Su reflexión tiene ochenta años y mucha juventud porque sigue teniendo indiscutible validez en 2010, cuando la crisis perfila un horizonte donde los viejos usos quedarán obsoletos por un horizonte mejor. Lo moderno no es la moda, sino, recordadlo, aquello que sirve para comprender el tiempo en que vivimos.

Jordi Corominas i Julián

Ciclo "El mite discretíssim: Diàlegs al voltant de Mario Benedetti" en las Bibliotecas de Barcelona




Este jueves 11 prosigue el ciclo dedicado a la figura de Mario Benedetti. En esta ocasión las charlas se trasladan lejos del centro para hablar largo y tendido sobre la poesía del autor uruguayo.


BENEDETTI POETA

11 de noviembre de 2010 19. 30 h Biblioteca: Mercè Rododera

Camèlies, 76-80

Federico Nogara, escritor

Joaquin Marco, poeta, crítico literario y professor

Modera: Jordi Corominas i Julián

Miércoles 10, Cafés literarios en el laberint de Wonderland (Rne4)




La semana pasada dimos un buen recorrido por lugares de ficción que nuestro imaginario casi reales, como los cafés, protagonistas del laberint de esta tarde en sentido literario. Pasearemos por el desaparecido café pombo, circularemos por els 4 gats y clausuraremos nuestra ruta por Roma, donde visitaremos el mítico café Greco y pararemos en Piazza del Popolo para ver que nos cuentan los tertulianos del Rosatti y el Canova.

El laberint a Wonderland

Cada miércoles a partir de las 18h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo: Rne4

martes, 9 de noviembre de 2010

Andy Warhol, entrevistas en Revista de Letras



Andy Warhol. Entrevistas”, edición de Kenneth Goldsmith
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 31.10.10

Andy Warhol. Entrevistas
Edición de Kenneth Goldsmith
Traducción de Ferran Esteve
Blackie Books (Barcelona, 2010)


Yo soy español, español, español. Y eso puede significar muchas cosas, y si hablamos de cultura contemporánea seguramente indique un navegar entre clichés que necesitan ser extirpados de nuestro cuerpo para dejar las apariencias y nadar en el mar de lo concreto. Todos sabemos que Andy Warhol es uno de los grandes faros de la modernidad, pero poco se ha hecho en la Península para conocer su figura como Dios manda. Algunos hablarán de la sopa, no confundir con Naomi, Campbell y otros, yo mismo, recordarán una lejana exposición a finales de los noventa en la Fundació Miró. Color, reproducción y, si me apuran, frío industrial. Resulta curioso constatar como en una tierra tan aficionada a los quince minutos de gloria, que ahora corren el peligro de eternizarse en basura que hubiese deleitado al genio de la Factory, han sido escasas las iniciativas de divulgar su luminosa figura. El pionero, ¿lo dudaban?, fue Jorge Herralde en 1972 y 1989, fechas de publicación en Anagrama de El director es la estrella de Joseph Gelmis y Warhol de David Bourdon. Después, salvo por un destello en Tusquets, el desierto hasta que una de las editoriales independientes más punteras decidió recuperar sus diarios de los años sesenta, fundamentales para comprender la magnitud del personaje. El camino trazado por la publicación de POPism en Alfabia lo continua con honores Blackie Books mediante la edición de las principales entrevistas al controvertido artista norteamericano en un libro que debe ser considerado como la Biblia esperada, quinientas páginas con treinta y siete conversaciones que abarcan cinco intensos lustros en la cima de la vanguardia y lo camaleónico para no perder comba y ser siempre un referente de la escena cultural y social de Occidente.

Antes de concentrarnos en el asunto conviene destacar otro salto trascendental del libro. El mercado español parece tener cierto temor a publicar compilaciones de entrevistas, como si ése contenido fuera poco vendible, lo que desmiente el universo anglosajón, donde suelen ser consideradas fuentes clave para investigar los tejemanejes artísticos del siglo XX. Nuestra escasa tradición en este ámbito se confirma con la introducción de Reva Wolf, donde se expone la pluralidad de las charlas con Warhol y lo variado de las entrevistas que presenta el volumen. El auge de este método de conocimiento se extendió en los años cincuenta de la pasada centuria más allá de la política, y al ser una novedad tuvo la fortuna de poder vestirse con muchos velos. El lector dirá que lo más normal es la fórmula pregunta-respuesta. Efectivamente, pero también cuenta cómo se enfoca el diálogo y quien es la persona que atiende las cuestiones. En el caso de Warhol entramos en otra dimensión que enlaza con lo radical de su poliédrica actividad. Los años sesenta son el mejor ejemplo, desde meras contestaciones monosilábicas- ¿Qué es el arte Pop? Sí- pasando por encuentros inventados por sus colaboradores y aceptados por el retratista de América, hasta llegar a desvaríos surgidos de la nada, viajes en taxi o la ingeniosa entrevista sobre su película Empire, donde el poeta Gerard Malanga sacó las respuestas del folleto publicitario del Empire State.


La excentricidad sobrevuela el conjunto, sin que ello signifique una oda a lo banal, ni mucho menos. El género merece ser elevado a otra categoría. ¿Puede Warhol responder un formulario para conseguir trabajo y adaptarlo a su contexto? Sí, claro, y también puede ser él mismo en cualquier circunstancia, dejando que una miríada periodistas de toda clase y condición, entre los que se cuentan muchos amigos, se adentren en su templo y plasmen en sus manuscritos el ambiente que se respiraba en el motor del bullicio de Nueva York para saber de su pasado en la publicidad, automatismos, happenings, serigrafías, pintura, vídeo, la Velvet Underground, Nico, novelas, las películas experimentales, Chelsea Girls, las superstars, Edie Sedgwick y captar a Warhol en estado puro, reacio a ser acribillado, pero con la grabadora siempre preparada para registrar lo acaecido, pistolero de la tecnología capaz de dar la vuelta a la tortilla y erigirse en entrevistador, con lo que reafirmaba su ascendente y, de paso, lograba, otra vez, revolucionar desde lo simple con la aceptación de los demás, pues de otro modo no se puede entender cómo algunos pobres chupatintas cedían al embrujo del hombre de las gafas oscuras y le dejaban ocupar el centro de la escena con bastón de mando incluido. Warhol preguntaba sobre su actividad y en alguna que otra ocasión el invitado de turno respondía siguiéndole el juego, que mutó hacia otros derroteros en los setenta.



En junio de 1968 la feminista Valerie Solanas intentó matar a Warhol, y éste nunca se recuperó físicamente del golpe. Redujo su actividad fílmica, enamorándose de la práctica fotográfica mientras retomaba la senda pictórica y se erigía en gurú de la Gran Manzana multiplicando su célebre presencia en fiestas, saraos y hasta, perdónenme el chiste fácil, en la sopa. Durante su penúltima década de existencia las conversaciones con el hijo de inmigrantes checos mantienen su aire corrosivo y apuntalan una especie de recorrido por la memoria de manera muy disimulada. Hay que leer entrelíneas, porque muchas veces puede parecer que Andy esté aguantando la pesadez del formato, cuando en realidad lo está usando en beneficio propio para consolidar su mito, figura cercana e intocable, familiar e inmortal, cariñosa y distante. La fama incide en las preguntas de esa época y se transmite en magníficas efemérides que simbolizan el estatus adquirido. El encuentro con Man Ray, delicioso y delirante monólogo interior repleto de ironía y nerviosismo, sería un buen ejemplo que los ochenta amplían en esa cena pseudo pornográfica con otro monumento americano, William Burroughs. Ambos departen de manera más que distendida sobre sexo homosexual, tamaño de falos, experiencias erótico-festivas y otros mejunjes del acoplamiento entre humanos. La libertad que emanan sus palabras contrasta con lo pacato de hoy en día, donde sería utópico imaginar algo parecido entre dos bestias culturales, y no vale elucubrar con nombres de postín, pues las tres décadas transcurridas han instalado un clima decadente donde se ha demostrado que las ocurrencias de Warhol son irrepetibles, quienes intentan repetirlas no hacen sino caer, salvo honrosas excepciones que ahora no recuerdo, en la más profunda mediocridad desde su efectismo de mercadillo. El chico de Pittsburg ya había ganado la partida en los ochenta. Durante ese período las entrevistas alaban su reconocida influencia para con las nuevas hornadas y siguen regalándonos el excéntrico repertorio de su protagonista, interrogado mientras consume alocadamente en Bloomingdale’s, una de sus mayores aficiones era acumular objetos, se confiesa católico, amante de la televisión, fanático del té y visionario que con su sola imagen puede levantar cualquier producto, mago de las finanzas que se apasiona con la informática y pese a la enfermedad que iba mermando sus fuerzas aun tiene arrestos para desarrollar una colosal energía hasta sus últimos días, entregado a lo que se le daba mejor: trabajar y vender, con gran eficacia, su imagen para el presente y la posteridad.



Lo bueno de esta compilación de entrevistas realizada por Kenneth Goldsmith es que después de leerlas cierras el volumen habiéndote divertido y queriendo más. Es lo que tiene el género. Federico Fellini afirmaba ser un gran mentiroso, hasta el punto de recomendar creer a medias sus diálogos con afamados críticos ansiosos por revelar algún detalle exclusivo. Warhol no era menos. Quédense con su personalidad, recaben los datos de más interés, desterníllense con sus ocurrencias y pidan a los Reyes Magos ser profesores de Grease o que se editen más libros como éste en España. Todos saldremos ganando.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Crónica de la misa loopoética en el Macondo Bar, 7 de noviembre de 2010















Un día de septiembre Lola Farigola y Jean Martin du Bruit estaban comiendo alcaparras y tuvieron una visión. Era un momento difícil para Loopoesia y convenía levantar el vuelo. Abrieron el periódico y de repente fijaron sus ojos en una noticia: El Papa Benedicto XVI visitaría Barcelona el 7 de noviembre para convertir en Basílica la Sagrada Familia, que no son los Jackson Five, sino un templo de Antoni Gaudí que lleva más de un siglo en obras, y eso que los romanos construyeron el Coliseo en ocho años. Tras leer la efeméride ambos héroes loopoéticos tuvieron varios espasmos y despertaron arriba de una montaña, descolocados y felices, por lo que decidieron organizar una contramisa como Dios manda. ¡No! El todopoderoso entraba poco en el juego, aunque nadie niega su importancia si se trata de liturgias. La idea era hilvanar una estructura escénica más lograda y hacer crecer el proyecto desde otras premisas para crear un evento único e irrepetible. Para conseguirlo Jordi Corominas i Julián se lo pasó en grande escribiendo un misal dividido en ocho partes que recibían conclusión con ocho poemas que optó por denominar oraciones, pues después de la prédica los versos musicalizados reforzaban el mensaje transmitido. No contentos con eso, los dos loopoetas reclutaron a varios seres del más allá: La monja esquizofrénica Belinda McCormack, la bailarina Benedetta Netzinger y el monaguillo Dj, eficiente al máximo en sus anotaciones melódicas, dispuesto a tope para que el tempo cuadrara con danzas, metralletas y palabras.




Los cinco protagonistas se unieron en varias ocasiones para que todo funcionara a las mil maravillas. El texto se creó en un santiamén, y el trabajo musical costó más, pero atorgó otra dimensión, insólita, fresca y punzante mediante la mezcla de música clásica, pop, melodías étnicas, voces papales, reales y hasta de entrenadores de fútbol que enlazaban las partes con mucha naturalidad y daban pie a introducir nuevas situaciones a la búsqueda de un espectáculo único e irrepetible que celebramos el domingo siete de noviembre de 2010 en el Macondo Bar de Barcelona. Lo que sigue es cómo fueron las cosas en una sala pequeña donde se juntaron entre sesenta y noventa personas unidas por el rechazo al Pontífice y ganas de sacudirse el sopor con una performance que sitúa la idea Loopoética en una esfera impensable hace año y medio. Por una vez dejamos muñecas fascistas, nuestro querido Pony, los íconos y el atrezzo y lo transformamos en un escenario con fotos de Hereu y Ratzinger, banderas catalanas, gatos chinos, una estatua cristiana del chino, un particular cáliz del que nadie sospechó nada hasta que el Papa loopoético se preparó para dar hostias, una cruz con guirnaldas navideñas y la guitarra chiquilicuatrika del gran poder. Asimismo, antes de iniciar la crónica, hay que destacar los atuendos de los participantes. Jean Martin iba con una capa cardenalicia, chilaba tunecina y tiara roja, exuberante entre tanta púrpura. Las bailarinas Lola Farigola y Benetta Netzinger eran monjas y eran porno, con un conjunto negro que resaltaba la belleza de sus formas corporales. Por su parte la monja esquizofrénica Belinda McCormack, brillantemente asesorada por Raquel Delgado, vestía con una incomparable elegancia, al igual que el monaguillo Dj, con su túnica blanca y un inolvidable gorro rojo que tanto recordaba al Vaticano como a la Shangai de cuando China no era la segunda potencia económica del mundo mundial.




La crónica

Una música africana, muy al estilo de las minas del Rey Salomón según Lola Farigola, dio el pistoletazo de salida. Rugían leones y nuestras monjas bailarinas precedieron al Papa paseando por la alfombra roja aguantado unas velas del mismo color. Sonaron campanas distorsionadas, Juan Pablo II quiso decir la suya pero no pudo porque Angelo Sodano se dirigió a toda la audiencia en varios idiomas hasta pronunciar, con el tema de 2001 Una Odisea en el Espacio de fondo, las míticas y rituales palabras: Anuntio Vobis Gaudium magnum: ¡Habemus Papam! Y no, no salió Ratzinger disfrazado en ningún balcón, quien irrumpió fue Jean Martin du Bruit en su papamóvil, una silla de ruedas de la posguerra bien dirigida por nuestra querida monja esquizofrénica. El cambio de la melodía preludiaba la primera de las apoteosis, y tras la endiablada guitarra de George Harrison en el Sgt. Pepper reprise llegó el turno de Bach, algunos acordes del desfile fashion religioso de Roma de Federico Fellini y….¡aleluya! Jean Martin bendecía a los expectantes fieles y atendía su momento para subir al escenario, For me, for me, for meeeeeeeeee y nuevamente aleluya, ya con el Pontífice en el escenario, soltando frases mientras las bailarinas encendían los ánimos con danzas sensuales y veneradoras. Ravel tocó la última parte y la misa pudo empezar. La primera parte era introductoria y mencionaba el tema clave de la liturgia: la comparación de dos instituciones deleznables, el ayuntamiento de Babilonia y el Vaticano, parecidas por su desfachatez y cinismo con el ciudadano y sus súbditos. El misal fue viento en popa, Jean Martin fluía verbalmente al son de la música ( La pasión de San Mateo y Tetris en órgano de iglesia) y sus vocablos dieron paso al primer poema para que el público orara mientras los versos destrozaban la sobrevalorada imagen de Juan Pablo II, al que no quiere todo el mundo, polaco demasiado endiosado entre cámaras y una campaña de promoción del sufrimiento para ablandar los corazones. Cuando retumbó el último verso, banal caricatura del nazareno, un coro hawaiano activó el salero de las bailarinas, y hasta el Papa se animó a seguir el ritmo de Honolulu, Ameeeeeeeeeeeeeeeeen.
Es difícil narrar lo ocurrido, porque mientras escribo se reafirma en mi cabeza la sensación que la misa de ayer fue mágica. En el segundo misal, con Mario Bros pululando entre acordes, la atención se centró en Babilonia y la poca vergüenza para con sus leyes cívicas, que permiten la desnudez y agitan polémicas idiotas de guiris que van sin camiseta. Vender humo es la marca de fábrica del ayuntamiento y para remarcarlo, mientras caía la tiara y la gente reía, la segunda oración fue un poema dedicado a las vírgenes vestales, pues de seguir las cosas así todos quedaremos sepultados bajo tierra por incumplir nuestra propia naturaleza. El Papa tocaba la guitarra, Lola y Benedetta bailaban y la monja esquizofrénica permanecía en un hieratismo muy difícil de conseguir entre tanto movimiento. Jean Martin quiso ser Hendrix, y se le quedó el instrumento en su sombrero pontifical para regocijo del respetable, que volvió a prestar atención con el tercer misal donde se comentaba la destrucción vaticana del paganismo y la avaricia de los de la cruz ocultando grandes obras de arte en sus cuatro lujosas paredes. Mozart violó sus normas aprendiéndose el Miserere, y mientras salían estas palabras de la boca del Papa loopoético su musa Farigola bailaba el Ave María de Schubert con una solvencia que arrancó aplausos y más aplausos. La oración viajó hacia el terreno de la revolución y preparó el campo para otro clímax tras el cuarto misal, donde se mencionaron los mecanismos de poder babilónicos-vaticanos, unos con la sucesión a la japonesa, los otros quedando en la Capilla Sixtina para fumar porros mientras los fieles aguardan la decisión. Si la Maria es de calidad sale humo negro, y cuando los cardenales van ya muy pasados se cansan de la intriga y sacan humo blanco por la chimenea para que un viejo salude a la masa congregada. Dicho esto la cuarta oración fue musicalizada con temazos relativos al dinero, destacando el bajo de money de Pink Floyd mientras la voz grabada de Jordi anunciaba que San Zacarías a granel, San Zacarías a granel vende la gitana con garbo en la plaza olivácea de Gracia. Dominus ora promovías vivis et difuntis gol de españa, ameeeeeeeeeeeeeen y llegó la aceleración.






Ring, Ring. Mi casa, teléfono. Las Walkirias de Wagner desataron la locura y tanto Lola como Benedetta crearon una danza perfecta al son del santoral loopoético….San David Carten, San sexo tántrico, San Santiamén, San José Luis Mula Amigó, San Cubano time, San Ringo Starr, San Peter O’Toole, San Paco Martínez Soria, San Souci, San Juniperio del gran poder, San Alain Delon rey de los Pakis, San Mortimer mirafiori, San Torrebruno, San Bungalow Bill, Santa Gloria Fuertes, Santa Usun Yoon, Santa Nadiuska, Santa Susana Estrada, Santo perro de Batman, San Kevin Costner de Jesús, San Renato Carosone, Santa Sofía Loren, San Pozí, Santa Ava Gardner, San Marcello Mastroianni, San voto en blanco, Santa Lola Farigola Romaní, San Jacques Brel, San Rosendo el rey de la baraja, San Jabier Lasaosa, San Andrés Iniesta, Santa Duquesa de Alba, San Hamid Atif, San Federico Fernández Giordano, Santa Rebeca Yanke, Santa Cristianne Fernández, San Miguel Hernández, San Paul McCartney, San George Harrison, San Chuck Berry, San Damon Albarn, Santa Perpetua de la Moguda, Santa Maria de Palautordera, Sanlucar de Barrameda. Era uno de tantos clímax, pues cuando esta pieza de cinco minutos concluyó las cosas avanzaron hacia lo más erótico. La pausada Belinda McCormack despertó de su letargo y se transformó por arte de birlibirloque en una depredadora sexual de la pradera, atando en el cuello del Papa un collar sadomaso, poniéndolo cachondo con sus movimientos, jugando con la carne del pobre Jean Martin en la silla de ruedas…el loopoeta levantaba los pies y agitaba los brazos de puro placer hasta el punto de descender de su impresionante vehículo, gatear como un niño, dejarse seducir por la monja, fornicar en directo y luego, tan pancho, volver al misal rememorando su visión de Ratzinger por obligación el 26 de mayo de 2005, orar un poema crítico con España, con presencia de Juan Carlos de Bourbon en las voces y del himno del PP en la música, y preparar los bártulos para la séptima parte donde se exponía porque la mejor religión es la loopoética, lo que dio lugar al repartimiento de hostias, que no eran mamporros, sino gominolas en un cáliz que en realidad era un orinal en forma de elefante naranja.








Todos los fieles recibieron la comunión entendiendo que Loopoesia es amor. Fraggel Rock, Barrio sesámo y Albert Pla amenizaban el ritual y ya nos preparábamos para los últimos compases. Lola Farigola, Benedetta Netzinger y Belinda McCormack en plan terrorista islámica avanzaban entre la multitud y Jean Martin hacia recitar el público nuestra oración:





¡Oremus papam!
Loopoesia es amor
El surrealismo exceso de realidad
Las máscaras con peca tienen glamour
y Lola Farigola
Un sacerdote musical
Jean Martin tiene a Carmen
Y con su palabra
Quiere daros revolución
Escuchadlo atentos
Y dejar que vuestros oídos
Se impregnen del sonido, lo nuevo
Entierra convenciones
Y vuela
Para regalaros armonías
Del más allá
Pensando que el futuro
Se vive en presente

Que pese a su carácter tajante no fue el punto y final. Belinda amenazó al público, estupendo en su interacción durante el show, con una metralleta y las dos mágicas bailarinas completaron el espectáculo mientras Jean Martin repetía delirante que Loopoesia es amor. El aplauso final fue renacer y confirmar que la misa Loopoética fue un éxito que siempre recordaremos e impulsa nuestra proyecto hacia dimensiones más grandes y una confianza mucho mayor en lo que hacemos, ayer fue inolvidable y por eso no nos cansamos de dar las gracias a los asistentes y a todos los que nos han apoyado durante la preparación del evento. Gracias. Loopoesia es amor.







Ficha técnica de la misa Loopoética


Poesía y música: Jordi Corominas i Julián
Preparación de los bailes: Laura Fillola y Giuliana Bendezu
Asistente preparatoria de la monja esquizofrénica: Raquel Delgado
Ayudante del monaguillo DJ: Javier Lasaosa
Papa Loopoético: Jean Martin du Bruit
Bailarinas loopoéticas: Lola Farigola y Benedetta Netzinger
Monja esquizofrénica: Belinda McCormack
Monaguillo Dj: un navarro de armas tomar





Loopoesia es amor