lunes, 30 de agosto de 2010

Formas del amor de David Garnett en Revista de Letras


Ce sera un souvenir léger pour toi: “Formas del amor”, de David Garnett
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 30.08.10


Formas del amor. David Garnett
Traducción de Marian Womack
Periférica (Cáceres, 2010)


Hay hombres que desde su inteligencia saben leer su tiempo y anunciar futuras improntas. David Garnett nació en 1892 y tuvo una atribulada existencia personal y literaria. Formó parte del grupo de Bloomsbury, tuvo éxito con tan sólo treinta años, manifestó públicamente su homosexualidad y mantuvo durante años una relación con el pintor Duncan Grant. Más tarde se casaría con la hija de su pareja y tendría cuatro hijos hasta hastiarse y solicitar el divorcio. Garnett murió en 1981. Veintiséis años antes escribió Formas del amor, novela de posguerra donde parece anticipar el choque generacional europeo e inglés que estallaría en los sesenta, si bien su visión no deja de mantener rasgos antiguos, como si no quisiera que el mundo de antaño sucumbiera demasiado ante el impulso de la juventud, presente ya desde las primeras y embelesadoras páginas, cuando un jovenzuelo llamado Alexis invita a Rose, una actriz frustrada por el fracaso de su compañía en Montpellier, a pasar dos semanas en la finca de su tío en Pau.


En ningún momento sabemos el año en que se inicia la trama, pero uno gusta de imaginarlo y hay un indicio. Me decanto, así lo exprimiría el fragmento de Ciro el gato, por 1948. El aire tiene respiro de esa Francia tranquila, recuperándose de las heridas, y doliente de la posguerra. Tanto sufrimiento merece ser aplacado con diversión, y a ello se dedica la pareja apenas cruza la puerta de la enorme casa donde fomentan su amor con gran inocencia, felices con lo que tienen, sintiéndose en una sala de juegos donde poder campar a sus anchas y servirse el postre de la carne en la cama, fundidos los cuerpos con sexo y una pasión que enloquece al anfitrión, pillo incorregible que va cargando facturas al jardinero, quien con buen criterio avisa al tío de las travesuras del sobrino. Sí, pueden esperarlo. Sir Georges, Baronet del Imperio británico, acude raudo y veloz desde París para ver qué sucede en sus dominios. Al penetrar en el recinto el corazón se le para, humo oracular. Rose, hermosa como pocas mujeres porque ya destila el aroma que deja al pasado en una vitrina conservando alguna gotita del perfume añejo, más hermosa si cabe por llevar un vestido de la primera mujer del poeta británico que contempla la representación que Alexis y esa desconocida hacen de una pieza de Merimée. El impacto se mantiene en la cena. Hay una despedida y una nota escasas horas después. Rose adelanta su partida. La reclaman en Albi y su amante cae en el desespero y la sospecha.

Los tejemanejes de la persistencia de la memoria: flechas de todos los colores

Un par de años más tarde Alexis ha crecido y está plenamente incorporado a la disciplina del ejército de su majestad. Aprovecha una pausa guerrera y acude a la casa de su tío en París, donde todo resucita porque Sir Georges vive con Rose. El golpe es duro. Ambos quieren a la misma mujer, y ella se decanta por la experiencia, que también sabe latín en asuntos del corazón. La situación se agrava cuando el sobrinito pierde los nervios y la cabeza. Dispara a su objeto de deseo y genera un cataclismo. Su ya anciano tío abandona Francia y huye hacia Venecia, donde en su silencio espera retomar su romance con Giulietta, una joyosa italiana que habla inglés a la perfección. Alea Jacta est. Rose, asentadísima en su rol de prima donna de la dramaturgia, lo seguirá y sus sentimientos se solidificarán hasta pasar por la vicaría y dar a luz a Jeanne, una criatura excepcional, sabia prematura que se criara entre viñedos cercanos al pueblo natal de Rabelais, algo que a su padre, fanático de las vistas y la literatura, placerá y revigorizará entre Baco, versos y la sensación de acariciar una nueva singladura con más de seis décadas a sus espaldas.



Y el efecto de Cupido no termina aquí, pero si contara el resto sería ruin por arruinaros una pequeña gran joya de la literatura contemporánea, intensa a cada instante y con un narrador en estado de gracia que domina a la perfección el difícil arte de dar con pocas pinceladas un entramado psicológico creíble -y siempre en transformación, lo lógico en un ser humano- a sus personajes, sobre todo al desdichado Alexis, de quien sólo diremos que sentirá una cierta atracción por la pequeña de la familia, lo que hará de él un ser odiado. No avancemos acontecimientos. No deis nada por supuesto. Garnett además consigue el más difícil todavía, porque su tratamiento psicológico de la feminidad es excepcional. Rose evoluciona en función de su edad y sus experiencias. Sí, eso es lo que suele ocurrir y sería deseable que los caracteres de ficción siguieran ese camino, pero no siempre es así, raramente acaece, y por eso hallar en las páginas de Las formas del amor estos progresos emociona, entre otras cosas porque el autor lo consigue con suma naturalidad, como asimismo demuestra con Sir George, un hombre elegante al que el transcurrir de las primaveras le irá pesando sin que pierda sus puntos fundamentales, las esencias que configuran una personalidad noble, viajada, catador de la existencia que en cada cuerpo de mujer prueba un estado de ánimo y una legítima aspiración a conocerse mejor y tener estabilidad mediante lo opuesto en varios espacios, como si cada movimiento fuera una melodía poética que la Europa de entonces aun era capaz de revelar para quien fuera avispado. Esta actitud contrasta con lo obstinado de Alexis, menos refinado que su tío y con la lacra, virtud del mañana, de tener pendiente un aprendizaje que sólo otorga la arena que cae de la clepsidra.

La velocidad de los diálogos, inteligentes y de una pasmosa claridad, aporta el otro ingrediente extra que da tanta brillantez al conjunto, donde cada localidad es una etapa con París de epicentro, encrucijada, íncubo donde toca estar sin que nadie lo anhele verdaderamente. Uno intuye que Garnett la sitúa como punto clave porque sabe que los ángulos de la narración son metáforas de cada personaje. Pau es Alexis y su empecinamiento. La ciudad de la luz la meca de Rose, truncada por desórdenes inesperados. Las viñas son George y la paz adquirida en la senectud. Venecia un refugio con truco y la unión de los elementos una magnífica trama que adquiere aún más sentido cuando Jeanne pasa a ser Jenny y su cerebrito empieza a empaparse de una fuerza que resultará determinante para cerrar la cosecha y beber el vino que nos ofrece Periférica en uno de los mejores libros publicados en España a lo largo de 2010.

jueves, 26 de agosto de 2010

Monográfico mitos del Panfleto Calidoscopio




Panfleto Calidoscopio



Mitos, especial monográfico

Como cada verano proponemos un monográfico, en este caso un especial sobre MITOS, mitología y mitomanía. Nos apetece saber qué le inspira el tema a nuestros colaboradores. Los mitos como base, a veces inconsciente, de nuestra cultura.

sumario [nº41/2010]




Utopías para heteros
Por Sonia Fernández Pan



España en las novelas
de Rafael Chirbes
Por Jordi Corominas i Julián





De unicornios, tortugas
e iconoclastas
Por Federico Fernández Giordano



Matemática Beatle VI
Por Jordi Corominas i Julián





Ulises, el eterno viajero
Por Anna Maria Iglesia Pagnotta



Entre fragmentos III
Por Diego Giménez





El mito de Sísifo
Por María Zaragoza



espacio inventado
especial MITOS


Ana Rodríguez
Creta

Ana Vidal Egea
Ícaro

Carmen Moreno
La salida de Ítaca

Txus García
D_dicatoria

Iván Humanes
R'Lyeh

Jean Martin du Bruit
La vida privada de Jordi Hurtado

Laia López Manrique
El extranjero

Juan Salido-Vico
Leyenda

Raquel Delgado
Algarabía babilónica

Silvia Nanclares
Cansei de ser sexy

Sofía Castañón
Deux ex machina

Jordi Corominas i Julián
Variaciones de la muerte

Elena Figoli
Miti

Carmen Garrido Ortiz
Ara Pacis

María Sanmartín
Decálogo de Troya

Rebeca Yanke
MI DO DA FARE

miércoles, 25 de agosto de 2010

Go de John Clellon Holmes en Revista de Letras



Lo ingenuo de transgresiones pasadas: Go de John Clellon Holmes por Jordi Corominas i Julián


“We had the experience but missed the meaning,
And approach to the meaning restores the experience
In a different form, beyond any meaning…”
(T.S. Eliot, Four Quartets)

¿Cuando empieza la era moderna? ¿En 1453 o 1492? ¿El siglo XXI inicia con la caída del muro de Berlín o tiene su punto de partida el 11 de septiembre de 2001? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Grandes dudas de la humanidad, que siempre se pone en postura pensador de Rodin cuando toca delimitar cronologías en pos de la precisión, un imposible porque las etapas son como las personas, con la diferencia de no tener una lápida firme al beber del abanico. La generación Beat es un buen ejemplo. Hace escasos días hemos visto en periódicos y televisiones de medio mundo como se repetía la homologada imagen del beso de enfermeras y marines en Nueva York. Oh sí, que recuerdos maravillosos que sólo tenemos en el cerebro por viejas fotografías de tenderete. 1945 y el final de la Guerra Mundial. Japón derrotado y unos locos recorriendo la gran manzana. A ver, seamos serios. Hay varias líneas que convergen en un punto y dan forma a un grupo de literatos que con sus obras dieron rostro a una Nueva América que no se conformaba con todo el discurso imperante del miedo nuclear y el anticomunismo. Propusieron soluciones diferentes y fueron, eso sí que me parece innegable, el precedente directo de los magníficos, y demasiado breves, años sesenta. El embrión parte de ciudades desiertas y un ocio revolucionario pidiendo paso a gritos. Por eso la verdadera fundación letrada del conjunto acaece en el invierno de 1944-1945 con Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques, roman à clef escrito por Jack Kerouak y William Burroughs donde ya están bien visibles las claves de un estilo y un comportamiento. Circuitos de bares, drogas, apartamentos, lenguaje soez para la época, contundencia, libertad personal, sexo sin tapujos, amistad, cinismo y, en ocasiones, muerte. El asesinato de David Kammerer, Ramsay Allen en la novela, impidió su publicación en Estados Unidos hasta 2005, cuando falleció quien le dio muerte: Tourain, Lucien Carr en la vida real. Esas páginas son puro y primigenio beat que no ha llegado a nuestro país hasta hace escasos meses. Por eso muchos devotos ibéricos de Ginsberg y compañía opinan que la piedra miliar siempre fue En el camino de Jack Kerouak, texto que atendió su oportunidad durante un lustro hasta ver la luz en 1957. Fue creada contemporáneamente a Go de John Clellon Holmes, donde irrumpe el término Beat, que posteriormente el autor popularizaría en The New York Times. La novela se publicó en 1952 y fue escrita entre 1949 y 1951, años de tránsito de la América feliz de la posguerra al país que ya intuye la pesadilla de la hipotética confrontación con la Unión Soviética, momento en que los mecanismos de control ciudadano se acentuaron hasta el infinito para apretar el justo botón de la aniquilación de las libertades desde la amabilidad de una asquerosa sonrisa.




La bohemia y el futuro no escrito: autobiografía grupal con retoques para redondear la ficción

Paul Hobbes (Clellon Holmes) está casado con Kathryn y aspira a finalizar su primera novela. Trabaja duro en casa mientras su esposa acude a la oficina. La mujer moderna. Papeles cambiados. Eso le proporciona mucho tiempo, que, por supuesto malgasta. Cuando ella aterriza en el hogar la excusa típica vence la partida. Llevo todo el día entre estas cuatro paredes y necesito respirar aire y reír un rato con los amigos. Esa es la puerta que abre el camino hacia la presentación de un grupo canalla como pocos donde cada uno sufre su particular desequilibrio. Las estrellas son Gene Pasternak (Jack Kerouak) y David Stofsky( Allen Ginsberg), aunque otros elementos como Bill Agatson o Verger no se quedan cortos en sus hazañas. Todos aspiran a desarrollar alguna ambición intelectual, y por eso se dan al desenfreno desde la ampulosidad de charlas subidas de tono, fiestas únicas, donde las mujeres pueden participar sin ningún tipo de traba, movimientos continuos hasta las tantas de la madrugada y la disipación que implica el descubrir la droga y, como quien dice, cogerle afecto. La marihuana es la reina mora de la función, y en ocasiones el centro de gravedad desde todo se contonea. Su seducción es fatal y crea situaciones grotescas. ¿Dónde podemos pillar? En caso de ausencia de Mary Jane siempre les queda comprar cerveza porque el alcohol es un amigo infalible. Los espacios de la novela rezuman modernidad. En los locales se come y se bebe, pero la música, el sexo y la estética del lugar ya definen la perspectiva. Homosexuales y lesbianas, jazz y miradas lascivas. Leyéndola en 2010 detecto una inocencia que en su época seguramente causó el evidente escándalo al que está destinado el pionero que reflejaba la verdad escondida a los ojos de la mayoría, ya agarrada al árbol del conformismo. Los enfants terribles circulan por Nueva York y cada uno de ellos y ellas tienen problemas que resolver. Hobbes su novela y su matrimonio con Kahtryn, un personaje femenino espectacular; mojigata y sensual, tonta y astuta, determinada y llorona. Pasternak su duda entre San Francisco, ya se juntan las dos repúblicas beat de la mano de Hart (Cassady), la seducción y la inminente aceptación de su novela. Mientras eso no ocurre se dedica a flirtear, pasarlo bien, derrochar dólares, engañar a estúpidas casadas e infiltrarse en casa de sus amigos a la mínima oportunidad. Stofsky ha probado ya todas las drogas, tiene visiones, escribe poesía y se obsesiona con William Blake, dignos pasatiempos que intentan ahuyentar el rechazo que produce su carácter. Agatson es un neurótico decisivo, Verger sufre porque le han robado sus libros de religión, útiles a un yonki necesitado, y la galería de personajes avanza entre jaranas, apariciones, desapariciones, fechorías de cuatro duros, altercados que alteran el curso de los acontecimientos y la conciencia de Hobbes, quien desea que el desenfreno termine y la normalidad reaparezca por mucho que la atmósfera parezca anunciar una nueva era desde las visiones, pasando por los mercados hasta llegar al infierno, donde el ritmo que Clellon Holmes confiere al texto es magistral, dándole una bruma y una lentitud nocturna donde parece que los objetos y las personas vayan a desaparecer en cualquier momento. Es el fin de la fiesta, triple salto mortal de decisiones, conclusión y clarividencia desde la tragedia que lleva a la luz válida, y poco importa que el ocaso sea la nota musical predominante. Lo bueno, porque es como la vida, es que cada personaje tiene el lujo de la reflexión individual que da al lector la posibilidad de ubicarlo en el grupo, pues los chicos beat siempre terminan juntándose en una espiral de casualidad y llamadas de teléfono.

¿Dónde está nuestro hogar?


El hilo argumental en que se basa Go es autobiográfico con alguna pincelada ficcional para redondear las historias. La magnífica edición de Ediciones Escalera incluye muy sabiamente una nota de Clellon Holmes al finalizar la novela. Así el lector que se esté mordiendo las uñas podrá resolver algunos de los misterios que el manuscrito suscita. Son bastantes, como si tras una resaca espantosa nos preguntáramos quien era esa tipa que nos miraba apoyada en la chimenea mientras jugaba con su copa, como si hubiéramos fumado un canuto muy potente y la neblina de la ganja nos impidiera recordar algún detalle esencial, como si, eso muchos lo son, fuéramos buenos lectores con ganas de desentrañar los enigmas que asocian la novela con la historia directa de la literatura. Saber más, y en este caso la novela nos da la oportunidad de profundizar en la génesis de un tiempo y una generación que quizá ahora, tras tantas idas y venidas de la velocidad posmoderna, tenga un leve hedor naif, pero eso no excluye su valentía y revolución en la época donde intervinieron para dilapidar el sopor y dar alas a la trasgresión

John Clellon Holmes, Go, Madrid, Ediciones Escalera, 2009
Traducción de J.C. Ortiz García y D. Ortiz Peñate

lunes, 23 de agosto de 2010

Mi diálogo con Rebeca Yanke en Revista de Letras




Diálogo con Rebeca Yanke, por Jordi Corominas i Julián
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 20.08.10


El siete de octubre de 2009 era jueves y estaba en La Buena Vida de Madrid, al lado de Ópera. Acabábamos de presentar Matar en Barcelona y me puse a charlar con gente en la puerta. De repente, apareció Rebeca Yanke, que pasaba para saludar a Claudia Apablaza. Nos presentaron y al cabo de un tiempo una tal u minúscula dejó un comentario en mi blog: Corominas toca todos los palos. Me quedé intrigado, y cuando descubrí la asociación empecé a hablar mucho con Rebe y ahora somos muy amigos, sin que la frase sea de pacotilla, nada de carcoma del mundillo. Me sabe mal no poder entrevistarla en el coreano de al lado de su casa mientras reímos y comentamos la jugada. Sin embargo, suplimos muy bien la distancia Madrid-Barcelona con el correo, y este diálogo ha sido una continuación de nuestras conversaciones, quizá más seria, pero es que no cada día Rebeca Yanke publica un poemario, Infinitos corpúsculos, editado por la Diputación Provincial de Málaga en su colección Puerta del Mar.

En un momento del poemario hay una combinación donde se reflexiona sobre tu naturaleza de u minúscula. ¿Podrías explicar a los mortales que significado tiene para ti esa letra?

El significado que tiene para mí es absoluto, en tanto que es el nombre, o sobrenombre, que en un momento dado decidí ponerme a mí misma. Me siento una u minúscula más que Rebeca Yanke, Rebe, Rebecaria, Rebecoide o cualquier otro mote posible que me hayan puesto. Este nombre me lo puse yo, no me lo puso nadie. Esto para mí es importante. La historia comienza de la forma más tonta, una conversación con mi amiga María Robles, hace por lo menos siete años. Creo que nos preguntamos la una a la otra cuál era nuestra vocal preferida, y coincidimos en la u, en aquel momento sin pensar en minúsculas o mayúsculas. Nos pareció la vocal que nos describía, es más, la letra, y no consonante, vocal, y además la última. Nos interesó en aquel momento su fondo, sus fuertes paredes, la idea de que para alcanzar la superficie tuviera que escalar, y el abismo que se encuentra cuando llega arriba. Con el tiempo nos fuimos dando cuenta de que la u sólo se puede mantener estable cuando está del revés, y que al derecho tiende al desequilibrio, es decir, a columpiarse, pero no por propia iniciativa, sino por inercia. También tiene mucho que ver con un poema de Rimbaud, el de las Vocales y el juego de la sinestesia. U verde, dice Rimbaud, y también nos pareció correcto. Minúscula porque me parece lo más honesto, como la gracia, casi invisible, de la que habla Simone Weil:

“La Gracia es secreta, silenciosa, casi invisible, infinitamente pequeña, pero decisiva. Aunque sea infinitamente pequeña, la Gracia es una fuerza activa. Es exterior al mundo pero sus efectos son visibles. Permite al alma escaparse de las leyes similares a las de la gravedad material”.

Aunque se supone cerrada, la u es una vocal abierta, tiene cierta forma de vagina y a lo Whitman contiene multitudes.

Tienes un blog que se llama “Infinitos corpúsculos”. ¿Cual es su relación directa con el poemario visto que en el blog más bien sueles escribir aforismos? ¿Hay hermanamiento o infinitos corpúsculos tiene un significado que va mucho más allá de la red?

Me pareció adecuado que mi primer poemario se titulara como el blog, en tanto que todos los poemas del libro se escribieron en el blog, en primera instancia. Me pareció inevitable, en ningún momento concebí ningún otro título. Quizá, ahora que me haces pensar en ello, fue una forma de rendir tributo al lugar que desde 2007, ha hecho acopio de mi expresión minúscula, un espacio donde me he sentido muy libre de decir lo que me viniera en gana en cualquier momento. Tú dices que hago aforismos, yo no lo tengo tan claro, quizá algún escrito toma esa forma, pero no todos. Si algo ha primado en ese blog es la espontaneidad, todo está dicho al vuelo, en el momento en el que lo pienso, sin pensar más allá de eso. No ha habido ni hay preparación, pensamiento previo, sólo el discurrir de un pensamiento. El titulo proviene de un libro de Michel Houellebecq, el pasaje en el que el personaje de Christiane, tras acostarse con Bruno, le habla así:

“Todo es cosa de los corpúsculos de Krause… -Christiane sonrió-. Tienes que perdonarme, soy profesora de ciencias naturales. -Bebió un trago de Bushmills-. El tallo del clítoris, la corona, y el surco del glande están cubiertos de corpúsculos de Krause, llenos de terminaciones nerviosas. Al acariciarlos se desencadena en el cerebro una fuerte liberación de endorfinas. Todos los hombres y todas las mujeres tienen el clítoris y el glande cubiertos de corpúsculos de Krause; casi en idéntico número, hasta ahí es muy igualitario; pero hay otra cosa, tú lo sabes…”.

Lo que yo extraigo de esta lectura es que la u minúscula está formada por infinitos corpúsculos, pero no únicamente en el clítoris, sino en todo su yo, de ahí que se mencione, también en el blog, la idea de una u minúscula como una sensibilidad suspendida. Una hiperestesia que trata de controlarse a sí misma, una uminúscula que se reconoce tan capaz de gozar como de sufrir, y a veces incluso al mismo tiempo.

¿Cómo surgió la posibilidad de pasar de la red al papel?


La propuesta me llegó desde Málaga en septiembre u octubre del año pasado. La poeta malagueña Carmen López me dijo que le había hablado de lo que escribía en el blog a María Eloy-García, que en ese momento se hacía cargo, junto a Jesús Aguado y David Leo, de la colección Puerta del Mar. Carmen me preguntó si tenía algo preparado ya, pues corría prisa, al parecer. Increíblemente, ese agosto, es decir hace exactamente un año, había comenzado a ordenar algunas cosas, la primera vez que le daba un sentido más allá de lo inmediato a lo que escribía. Lo que intenté en ese momento, antes de saber lo que pasaría después, fue organizar una historia, o lo que a mí me parecía una presentación de Rebeca Yanke como uminúscula. Cuando me pidieron que enviara un poemario lo que intenté fue completarlo, sacarle verdadero sentido. Hice poca edición. Apenas hago edición, en ningún contexto. Quité algunos poemas y añadí algún otro.

Aclarado este punto me gustaría que comentaras cómo seleccionaste los poemas. ¿Buscaste una unidad temática, que en ocasiones es totalmente mental, o los elegiste en función de su variedad estética? Ya que te conozco un poco, matiza si quieres lo de variedad estética.

La unidad temática, si es que la tiene, es únicamente la u minúscula, como concepto, como personalidad, como desafío y, en ocasiones, como destrucción personal, es decir la diseminación de yoes, y la descripción de ciertos estados mentales, de las lecturas que me revolvían. También hay muchos escritos que me parecen más coloquiales, o más referenciales, ¿más pragmáticos, quizá? Más ligados a un devenir, pero el del día a día en mi vida, en el periódico, en el autobús, en el viaje que me esté sucediendo en ese momento, bien real, bien imaginario, o cosas tan tontas, pero que cobran tanto sentido tras la reflexión, como abrir la puerta a un testigo de Jehová, ya sabes, teniendo en las manos un libro titulado Lo real.

El día a día se percibe por pequeñas reflexiones que me llevan a otro punto: el carácter confesional del poemario, que parece afirmar y lanzar deseos desde una contradicción porque estás siempre dispuesta al cambio, pero preferirías no hacerlo, y eso que a veces únicamente estás. ¿Es la unión de los puntos opuestos lo que configura tu yo poético?

Es bastante probable que así sea, que sea la contradicción la que me opera, si se entiende la expresión. La que hace la fuerza o me fuerza. Me impele o me lleva. Desde luego que preferiría no hacerlo, por eso este libro seguramente ha tardado tanto tiempo en serlo. También es cierto lo del carácter confesional. Es una confesión de la primera a la última página, en ocasiones un tanto críptica, y creo que esto tiene mucho que ver con mi actividad periodística, donde prima, supuestamente, la claridad de conceptos, y también con otro tipo de forma de escritura que desarrollé durante mucho tiempo y que, posiblemente, siga haciendo en el futuro. Yo era muy story-teller, y por profesión muy ligada al reportaje, a las cosas que se cuentan, o se intentan contar, tal como son, o parecen. Quizá por eso me nace la u minúscula, la necesidad de expresarme de forma más velada, y al mismo tiempo demasiado impulsiva y espontánea. Por tanto sí, seguramente la unión de polos opuestos configura mi yo poético.

En los no lugares no llueve. Creo que en tus corpúsculos hay un gen de mostrar el espacio desde el interior de la mente, no paseas, el exterior es un punto de partida para reflejar moralidades o máximas, ¿me equivoco?

El exterior es una excusa, pero una excusa poderosísima, para llegar al adentro. El Afuera, que tanto juega da, a la hora, valga la redundancia, de jugar. En general casi todo me genera una posibilidad, y en cualquier circunstancia veo otras, y en cualquier palabra infinitos contextos. Ahora bien, no tengo claro que llegue a hacer moralidades, ni máximas. Más bien mínimas, si me permites el guiño.

Bueno, pero esas mínimas son máximas de comportamiento personal imperfecto, y eso es precioso porque la poesía suele ser muy atribulada, una señora emperifollada que siempre que surcar los mares de la excelencia, y en cambio tu hablas de sentirte más yo con el error, un yo herido cíclicamente que quiere abrirse al mundo como sea: si no puedes querer a unos, quiere a otros.


Lo que yo tengo, o tiene la u minúscula, es una tendencia a recortar, a decir cuánto menos posible, a ceñirse a lo estrictamente necesario. En ese sentido sí son máximas de comportamiento personal imperfecto, expresión que me parece un corpúsculo sin dudarlo. Comportamiento personal imperfecto, y en el proceso posiblemente huyo de lo barroco, y pienso siempre, o más, en restar. Tengo un freno, creo, y esto puede ser tanto bueno como malo, pero que a veces consigue sostener un concepto en pocas palabras. Y en realidad es algo complicado llegar a decir algo diciendo poco.

Por otro lado el error me parece un arma de creación, y la excelencia sin embargo no es algo que yo tenga en absoluto presente a la hora de escribir. No es la excelencia lo que me interesa, ni en mí ni en los demás. A mí lo que me interesa es la intención. No las intenciones, la intención. Uso mi herida pero sobre todo uso mi cicatriz.

Por otra parte esa imperfección se manifiesta en una voluntad de ir más allá. ¿Lo expresas sólo en sentido vital o crees que tu poesía puede virar hacia otras formas?


En cuanto al más allá, que es exactamente donde se sitúa la u minúscula en el blog, es ése su asiento, lo cierto es que dudo. In dubbio pro nobis, titulé el otro día algo. El hecho de lo mínimo es en realidad un acto de valentía y de cobardía al mismo tiempo. Pero es que a mí me da mucha pereza hablar en largo, contar muchas cosas, decir, decir, opinar, todo eso me resulta bastante agotador, en realidad. No sé si me instalé en la brevedad, no creo. Pienso que ha sido un proceso que me ha dado mucho, pero no descarto otras formas de expresión. En ellas trabajo.

¿Y cuales son estas otras formas de expresión en las que trabajas?

No sé cómo llamarlas. No sé qué son. Trabajo en una especie de revisión de las Notas sobre el cinematógrafo de Robert Bresson, uno de mis libros preferidos, ése sí que es un libro de máximas. También trabajo últimamente con Sade y Masoch. Seguramente habrás leído a Alain Robbe-Grillet pero, ¿sabes que su mujer escribía novelas sadomasoquistas? Trabajo sobre lo que leo, en realidad. Reimpresiones y desvelos. Lectura hecha carne. A veces pienso que debería dejarme de historias y escribir cuentos para niños, o para jóvenes. Ya que me preguntas por el periodismo. Durante varios años trabajé en un suplemento llamado Aula, especializado en jovenzuelos entre 14 y 18 años. Durante ese tiempo releí todos los libros que fueron lectura en mi adolescencia para hacer reseñas, fue bastante increíble para mí todo aquello, muy revulsivo y a veces bastante doloroso.




Dices que te resulta agotador contar muchas cosas, y seguramente por eso lo haces en poco espacio. Gil de Biedma decía que escribía poesía porque lo de la novela era demasiado cansado, demasiadas horas entregado a la literatura. Sabiendo que eres periodista, ¿Qué te aporta tu profesión en tu yo poético? (Y viceversa).

Creo que la formación y la profesión periodística aporta poco a mi poesía (me parece algo grandilocuente usar esta palabra, en realidad). El periodismo es, lamentablemente, antipoético en la mayoría de los casos. Pero sí da fogonazos, instantes que sí son poéticos y eso es en realidad lo que a mí me interesa. Me interesa la gente que vive poéticamente más que la que escribe poesía. En cuanto a lo que, tra virgolette, mi lado poético puede aportar al trabajo periodístico, lamentablemente también, es de nuevo poco. A veces consigues que algo suene bien, pero en contadas ocasiones se da la oportunidad puesto que en una redacción, aunque es triste y paradójico, no manda la palabra.

¿A qué obedecen los cinco apartados del poemario?

Hasta el momento esta cuestión es la más complicada, Jordi. Lo cierto es que cuando comencé a pensar en la respuesta agarré un ejemplar de los corpúsculos y sentí si no verdaderamente que lo observaba y lo tocaba por primera vez, es decir como hago con cualquier libro de cualquier persona que llega a mis manos, al menos sí de una forma distinta. Un encuentro con la textura del libro, no sé si me explico. Y una observación desde lo más Afuera que haya podido sentir hacia él. Todavía sigo ahí. Pensando en la división de capítulos. Pero ya he pensado bastante rato. Los capítulos, per se, me parecieron necesarios en el momento en que, además de estar yo con unos textos, alguien se interesó por ellos. Supongo que necesité, o me pareció adecuada, algún tipo de estructura. Pero esto te lo digo a posteriori, no creo que fuera pensado.

Estados rudimentarios donde todas las estupideces andan sueltas. Qué largo, ¿no? Me parece que es una mención a mi concepto de uminúscula, a qué se cree ella que es, río un poco aquí. Estado rudimentario. Su forma de encajar en un abecedario. En un alfabeto. En una frase. En un compendio. En un libro. No sé si me explico bien. La segunda parte, que es muy breve, me parece que contiene alguna de las reflexiones más difíciles, de hacer, aunque quizá no tanto de sobrellevar. O sea, entre vivirlo en carne y ponerlo en papel, que es carne también, y que conduce a la tercera parte, Eg(g)o, que es en realidad donde está una idea que me parece bastante general. Esa lucha, esa g que se interpone. Ser huevo y encontrar el ego. El capítulo 4, el de las Austeridades, me gusta especialmente, porque contiene algo de humor. Cosa que tampoco pretendí en su momento, o cuando lo escribí. Pero hay gente que dice que ha reído leyendo esos poemas sobre mis encuentros con los Testigos de Jehová, y eso me parece genial, porque yo cuando he reído leyendo poesía me he sentido muy feliz. Me parece algo muy grande. Y el quinto, Entre púa y punzón, es la quinta punta. Un espacio ofrecido a la lujuria. A una lujuria minúscula pero, no diré poderosa, diré capaz.


Entre tus referentes siempre parecen estar en un podio imaginario Derrida, Deleuze, Bresson. ¿Qué influencia tienen en tu poesía y en tu pensamiento?

Es posible que los periodistas tengan una parte de responsabilidad en esta crisis de la literatura. Es obvio que siempre los periodistas han escrito libros. Pero, cuando lo hacían, se introducían en otra forma diferente de la del diario, se convertían en escritores. La situación ha cambiado, porque el periodista ha llegado a convencerse de que la forma libro le pertenece de pleno derecho, de que no cuesta ningún trabajo llegar a esta forma. Inmediatamente, el cuerpo periodístico ha conquistado la literatura. De ahí una de las figuras de la novela estándar, algo así como Edipo en las colonias, los viajes de un reportero, incluyendo su búsqueda personal de mujeres o de padres. Esta situación repercute sobre todos los escritores: el escritor ha de convertirse en periodista de sí mismo y de su obra. En el fondo, todo queda entre el periodista–autor y el periodista–crítico, y el libro no es más que un testigo que ambos se pasan, apenas necesario. Porque el libro no es más que un resultado de experiencias, de actividades, de intenciones, de finalidades que se despliegan en otro lugar. Se ha convertido él mismo en un registro. Así que todo el mundo parece llevar un libro dentro (y se siente como si lo llevase), a poco que tenga un empleo o simplemente una familia, un padre enfermo, un jefe abusivo. Cada uno tiene su novela en su familia o en su profesión… Se ha olvidado que la literatura implica, para todo el mundo, una búsqueda y un trabajo muy especial, una intención creadora específica que sólo puede tener lugar en la propia literatura, que no se encarga para nada de recibir los residuos directos de las actividades o intenciones de otra naturaleza. Es la “secundarización” del libro, bajo la máscara de promoción mercantil.



Ahí te dejo ese Deleuze, por lo pronto. No sé, me gusta leerlos. Me gusta sentirme atacada por hacerlo. Hay una especie de batalla, lo noto. Hay apasionados por Deleuze y Derrida y hay quien no puede soportarlos. Mi amigo Ángel me explicó una vez que eso es lo que suele pasar con las personas que realmente son interesantes, que a veces, sobre todo cuando comienzas a conocerlas, no sabes con seguridad si te parecen muy grandes o bien gilipollas. Como si en esa inquietud, en esa intriga, se encontrara la grandeza. Me gusta leer filosofía pero creo que a estos dos los leo como poetas. Y Bresson… es que tengo predilección, sobre todo por la peli del burrito, Au hasard Baltasar, y porque las Notas sobre el cinematógrafo me parecen, hablando en plata, acojonantes.

Partiendo de esa base, y de otras, todo libro es un artefacto, pero el periodista, al dominar determinadas técnicas más efectistas, puede ser más artificial en la construcción del manuscrito, y eso choca con tus Infinitos corpúsculos, que en mi modesta opinión tienen una especie de pureza pensada, hay una naturalidad que nunca se halla en el relato periodístico. ¿Me puedes decir algo en relación a eso o es que se me va demasiado la cabeza?

Como diría el poeta Neorrabioso, hay que devolver a la bondad todo lo que le hemos robado. No creo que se te vaya la cabeza, a ti, nunca. En serio. A mí el periodismo me sostiene y me gusta. El periodismo me importa. Hacer entrevistas es algo precioso, reportajes a veces más. Preguntar, preguntar, aprender y entender. Puede ser algo maravilloso. Pero yo necesito bordear. La u bordea, quizá a veces incluso se extralimita y, sobre todo, elige donde, o hacia donde, se da.

Ya casi a modo de conclusión me parece adecuado resaltar que hablas de extralimitarte, verbo contradictorio porque significa que aceptas la existencia de un límite, cuando en poesía, pese a todo el agobio de la tradición y lo pacato del panorama, lo ideal seria no ponerse ningún tipo de traba.

Lo ideal es que las personas hagan lo que les nace. Lo ideal es también que los limites de cada uno no sean los de los demás. Pero yo creo mucho en los límites, sí. Creo que existen, creo que a veces pueden superarse y creo que sirven. Por ejemplo, el concepto de responsabilidad puede ser un límite: ¿Qué estoy haciendo, de verdad quiero decir esto, de verdad quiero que alguien lo lea, de verdad creo que es algo, que merece la pena?

La mera decisión de publicarlo implica que algo en tu inconsciente cree que merece la pena que otros lo vean. ¿Qué le dirías como motivo para leer y empaparse de tus Infinitos corpúsculos?

Bien visto. No hubiera podido publicarlo sin el ánimo que me infunden muchas personas. No creo que el libro sea un acto personal. No únicamente, al menos. El Neorrabioso me dice que mi aparato de propaganda es fatal, que es casi contrapropaganda. No lo sé. Me da pudor. Esta entrevista me da pudor, ya te lo he dicho, en la pregunta cinco, creo, pero aquello era off the record, ¿no? Un mail muy Rebe: Jordiiiiiiii, me da pudorrrrrrrrr. Así que la razón que puedo dar para que alguien lo lea es precisamente ésa, que intenté atravesar un límite, superarlo, y que fue el límite del pudor.

Pudor en catalán significa peste, tufo, y en la literatura española de los últimos años lo que dices de superar esa barrera del pudor me parece un ejercicio de honestidad, máxime cuando día a día nos quieren vender a grandes escritores mediante fotos, una notable sobreexposición de actitudes modernas y desfiles de moda en dominicales que poco o nada tienen que ver con lo literario, porque se ignora el contenido y se tiende hacia un estúpido barroco mediático. Cómo analizas el fenómeno desde la doble óptica poética y periodística. ¿Es una especie de suicidio de la calidad para privilegiar la banalidad?


Qué pregunta tan difícil. Lo que puedo decir, desde la óptica periodística, por ejemplo, es que a menudo lo que sale adelante en los medios está más impregnado de arbitrariedad de lo que podamos imaginar. Eso es un problema. Si nos atenemos estrictamente a lo literario, es realmente complicado ‘colocar’ un libro, para que se escriba sobre él, para que alguien diga algo de ese libro, una crítica elogiosa, o no, o que lo incluya en un reportaje sobre algo, preferiblemente, ‘novedoso’, o que aglutine una serie de conceptos que, en ese momento, pueden interesar, y esto es así, a la persona encargada de turno. Arbitrariedad y dificultades varias. ¿Poesía? Venga. Yo soy la rara de un periódico porque todo lo relaciono con poemas. Otros lo serán por su afición a la numismática o a las setas. Así que una forma de hacer interesante la poesía, si es que me preguntas exactamente sobre sus mecanismos hacia fuera, una forma de conseguir que hagan algo de caso a esa poesía, entiendo que es, inevitablemente, decir que es nueva, distinta, diferente, revolucionaria, generacional, moderna, innovadora, o eso que se suele decir en casi todos los reportajes de moda femenina: dinámica y urbana. Moda dinámica y urbana. Poesía dinámica y urbana. Mujer dinámica y urbana… No sé si me explico un poco. Si debo analizarlo desde una óptica poética, según tu pregunta, la verdad es que no sabría cómo. Déjame pensarlo un poco.

domingo, 22 de agosto de 2010

Lamentaciones de un prepucio de Shalom Auslander en Revista de Letras


Las imágenes no representan el contenido real: “Lamentaciones de un prepucio” de Shalom Auslander
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 19.08.10


Lamentaciones de un prepucio. Shalom Auslander
Traducción de Damià Alou
Blackie Books (Barcelona, 2010)


Siempre que reseño un libro me gusta buscar las imágenes que ilustren el artículo. Hace cinco minutos entré en Google Images y tecleé “lamentaciones”. El automatismo de nuestros tiempos es desesperante. El ingenio no pensó en judíos, tiene mente calenturienta y me enchufó una soporífera batería de fotos de Lady Gaga. ¡No! Estoy cabreado y si me apuran me enfado y no respiro. Pues bien, mi berrinche es mínimo en comparación con la tortura cotidiana que sufre Shalom Auslander, autor de un libro idóneo para devorar en una tumbona mientras cavilas si el sol te fastidia o bajan las temperaturas el jueves. Eso no es nada. Ponte en el pellejo del pobre Shalom, trasládate a su hogar neoyorquino. Sí, es super cool, como también lo es llevar birrete, dejarse patillas y barba, sobre todo ahora que está de moda. Los hebreos como precursores, hippies dos mil años antes de Woodstock, donde actualmente reside Auslander, quien a lo largo de las páginas de su obra lanza un largo e hilarante llanto sobre su origen y el peso que supone para desarrollar una existencia normal.

Naces en un hogar y esperas que todo vaya sobre ruedas porque tus padres te adoran y se preocuparán de tu bienestar. Cierto. ¿Quién lo duda? El problema es si además del clan tienes que convivir con las reglas marcadas por un ente invisible terrorífico que a la mínima que corrompas sus mandamientos intentará atentar contra tu integridad. Cuando eres pequeño poco puedes hacer. Tus figuras referenciales procuran educarte en la tradición y asumes a rajatabla sus palabras. Te alimentan, te visten y hasta te arropan. Un lujo. Sin embargo, de todos es sabido que el niño es por naturaleza un ser preguntón, y aún lo es más si tiene sangre de los herederos de Moisés, Abraham, Isaac, Jacob y esa serie de nombres trasnochados. Auslander intuye desde su más tierna infancia que no conviene entrometerse mucho con el creador, pero no puede evitar transgredir el orden aun acatándolo bajo un poderoso miedo, como si sus acciones fueran a ser juzgadas desde arriba sin solución de continuidad. En la escuela empolla y comprueba la inutilidad de acumular datos para satisfacer al todopoderoso y a su léxico compuesto para complicar la vida al personal. El gran salto acaecerá en la adolescencia, traca letal donde las tentaciones se acumularán en el crecimiento que implica conocer la realidad, aceptarla y gozarla como mandan los cánones para cualquier ser humano que no sea idiota. Comer guarradas. Fumar porros. Masturbarse. Consumir porno en la virginidad. Robar en hipermercados. Fantástico, salvo por la moralidad atenazada por esa amenazante sombra llamada Dios, un capullo preparado para fastidiarnos sin miramientos. Lo único bueno es que el birrete confiere inviolabilidad policial. Dan ganas de tirar los primeros discos de George Harrison a la basura.

Lo corrosivo de la existencia: crear nuestras propias normas para reflotar el barco.




Lamentaciones de un prepucio nace de una necesidad de confrontar dos existencias. El autor será padre de un hijo. Maldita sea. ¿Le cortamos el prepucio? Eso significa acatar lo eterno y sucumbir a su manto, o eso parece. Recuerden: las imágenes no representan el contenido real. Mientras el tempo retrasa el nacimiento del retoño, la obra autobiográfica se divide en breves disertaciones del presente que derivan hacia el recuerdo del pasado y sus claves que desenmascaran al judaísmo como una disparatada fe que, como la mayoría, prefiere atar en corto a sus creyentes bajo el simulacro de la libertad lograda mediante el supremo esfuerzo de seguir lo estipulado. Sufre y verás la luz. No menciones a Hitler ni en broma. No blasfemes. No te acerques a los perritos calientes o recibirás puniciones indescriptibles. Como podéis imaginar el joven Auslander se harta, pero en su hastío está acompañado del Señor, esa bestia capaz de matar a Moisés a las puertas de la tierra prometida por golpear una roca tiempo ha, ese tipo infame que te exigirá respetar el (black) Sabbath con sus tropecientasmil reglamentaciones para ser bien visto en la comunidad. Aun así hasta el altísimo se contradice y es, menos en Canarias y Cataluña, toreable. Si un día vulneras su tabla sagrada puedes enmendarlo al siguiente. Auslander le añade mordiente porque vive la cuestión con rechazo, rebelde con causa con un ligero punto estúpido al perpetrar sus bobadas contra una presencia metafísica con la que discute sin recibir respuesta. Eso provoca en su comportamiento la voluntad de desquicio que intenta enmendar con leves expiaciones surrealistas, como cuando quema revistas porno y husmea en la habitación de sus padres para encontrar juguetes eróticos. Otro ejemplo de la extraña mentalidad judía sería su brote religioso en Jerusalén, donde muchas familias norteamericanas mandan a sus hijos para ver si adoptan el recto, no piensen mal, camino hacia la paz del rabino. La capital de Israel es el muro de las lamentaciones y una cárcel psicológica, antro antiguo donde es fácil sugestionar para imponer los designios divinos hasta para ligarse a una chica. El retorno, tras muchas dudas, a la gran manzana aportará algunos de las situaciones más absurdas de las peripecias del narrador, exiliado en un sótano mientras ahorra dinero para un descapotable velando muertos, lo que le dará una inestimable sapiencia geográfica del tanatorio hebraico. La redención, como comprenderán, llegará con el amor, perfectamente controlable por la secta, porque esa es la sensación que da el conjunto, a través de rabinos amigos de otros rabinos. Cruzamos el charco, recabamos noticias y ya sabemos si la niña que gusta a nuestro hijo es de buena familia. Y eso sin internet.

El escepticismo elevado a la máxima potencia: vive y deja vivir.



Cuando viví en Roma me gustaba mucho pasear por su bimilenario Ghetto y distraerme observando a las señoras que se sentaban al lado de su casa para tomar el aire y cotillear sin necesidad de encender el televisor para encabritarse con Belén Esteban. A pocos metros de su reposo estaba el Portico di Ottavia y el Teatro di Marcello, ruinas ornadas con una placa que recordaba la salvajada nazi consentida por el Papa Pío XII, quien toleró el desalojo del Ghetto y el traslado de la mayor parte de sus habitantes a los campos de exterminio. Nuestra concepción del asunto judío viene determinada por el Holocausto, muralla que asimismo impide, aunque cada vez menos, que nuestra rabia se dispare con las canalladas del Estado de Israel. Politizamos la visión de un pueblo sin penetrar en su interior. Nos podría ayudar Sigmund Freud con eso de la importancia de los primeros años de una vida para comprender cómo evoluciona un ser humano el resto de sus días, algo que se complica sobremanera si eres hijo de la estrella de David, pues con tantas trabas y exigencias el mundo se limita a un suplicio donde antes de actuar urge el interrogante para verificar si es posible hacer eso o lo otro, con la reducción que ello conlleva. Siempre nos quedará el placer de ver cómo nuestros herederos pueden escoger. Auslander ha escrito un libro solvente, entretenido y útil porque de manera socarrona consigue motivar al lector y proporcionarle las piezas para cerrar infinitos enigmas. Sólo lamentamos que aún siga creyendo en Dios, pero ya se sabe, nadie es perfecto.

jueves, 19 de agosto de 2010

Recital poético en Alicante, Viernes 20 de agosto de 2010



Quien me iba a decir que el veinte de agosto estaría en Alicante para participar en un recital poético. El caso es que así será, y por lo tanto os dejo toda la info por si os apetece pasaros.

Recital poético con

Jordi Corominas i Julián

Carmen Juan Romero

Joaquín Juan Penalva

Ricardo Moreno Mira

Vicente Llorente

y

Saray Pavón


Tetería Baobab/El grito, Alicante
Primitivo Pérez, 2-4
Alicante


El recital empezará a las 22 horas


miércoles, 18 de agosto de 2010

Mi diálogo con Ginés S. Cutillas en Revista de Letras




Diálogo con Ginés S. Cutillas por Jordi Corominas i Julián


Era un martes de junio y jugaba Argentina. Quedé con Ginés S. Cutillas (Valencia, 1973) en un bar donde suelo reunirme con otros escritores para hablar de cualquier cosa ajena a la literatura. Mis pasos se encaminaban hacia esa esquina cuando, de repente, atisbé la barba de Ginés en otro garito. Bebimos un vino, echamos unas risas y, porque somos muy ordenaditos, decidimos ir al punto inicial de encuentro, donde entre cervezas y mil ruidos tuvimos una charla interesante, sobre todo por permitirme, y espero que lo mismo suceda con el lector, conocer mejor un género desdeñado por la crítica convencional, demasiado ocupada en perpetuar sus posturas anacrónicas sin considerar en ningún momento libros como Un koala en el armario (Cuadernos del vigía, Granada, 2010), colección de microrrelatos de un autor conciso, punzante y con mucho talento en sus letras.

Jordi Corominas i Julián: Hazme cinco pinceladas de tu persona, vital y literariamente.

Ginés S. Cutillas: Veamos esas pinceladas. La primera sería que mi obra viene muy marcada por la formación científica que recibí. Eso me hace ver el mundo de otra forma, no desde un punto de vista meramente literario. Siempre busco la lógica a las cosas, lo que me permite también jugar con la parte ilógica y absurda de las mismas. Cuando terminé la ingeniería en informática estaba tan cuadriculado mentalmente que pensé contrarrestarlo estudiando Biblioteconomía y documentación –por aquello de hacer una carrera de letras-, lo que me descubrió un lado más amable de entender la vida y eso se refleja en mis escritos donde intento conjugar el mundo literario con el matemático.

Al fin y al cabo ambas carreras tienen que ver con encajar piezas, ordenar el mundo.

Efectivamente. Si lees el koala te darás cuenta que, dentro de la ilógica inicial que se plantea en algunos cuentos, todos los personajes actúan de una manera coherente para el escenario que se les plantea, intentan buscar su hueco en el puzzle, una manera de encajar su comportamiento en dicho escenario.

Pero cuando empezaste tu primera carrera supongo que ya tenías el gusanillo lector.

En lo literario recuerdo que con diecisiete años redescubrí a Poe (lo había leído de niño sin saber quién era) e imitaba su estilo en lo que escribía por allá entonces. A punto de entrar en la universidad comencé a escribir una novela malísima que no acabé y me centré más en el relato a lo Poe, con final tajante, situaciones in media res … En realidad me fue muy bien esa influencia.

¿Y cuál fue el siguiente paso en tu evolución?

Supongo que la lógica. De Poe salté a Lovecraft, Baudelaire, más tarde los realistas sucios…

El lado oscuro.


Sí, siempre me ha interesado el lado oscuro de las personas, el que se intenta esconder es más interesante que el que se muestra. Aunque descubrir toda la influencia hispanoamericana –con Cortázar y Borges a la cabeza- me abrió las puertas a una literatura menos oscura, más mágica y limpia.

Y se nota esa influencia borgiana en algunos de tus textos.

Sin duda. El primer libro de relatos que publiqué se titula La biblioteca de la vida y era un claro homenaje a La biblioteca de Babel de Borges.

¿Y cómo te vas decantando hacia el microrrelato?

Hasta hace seis años escribía el cuento entendido como clásico. La novela para mi era una prueba de fuego. Ambos géneros tienen técnicas muy distintas, y el relato no desmerece en absoluto a la novela, el cuento no tiene porque ser el paso previo a un texto más largo. Es un género propio que tiene grandísimos escritores que no tienen porque dominar otras disciplinas. He escrito una novela que está pendiente de editor, y su proceso creativo me permitió entender que no es ni mucho menos la evolución del cuento. En el microrrelato puedes jugar más con los elementos literarios. Es un buen terreno como campo de pruebas para saber lo que funciona y lo que no.

Es interesante esa reflexión, porque la experiencia nos va dando la conciencia de la diferencia entre géneros y su independencia, las interconexiones en ocasiones son un tópico.

Estoy de acuerdo. Los textos te dictan la forma con la que quieren nacer. Cuando tengo una idea ya conozco el género en la que la enmarcaré y por consiguiente las técnicas a utilizar. Si es un chispazo ira bien para un microrrelato, si encierra un mundo propio lo más acertado sería escribir un cuento…

¿Cuál es la evolución que lleva a sintetizar la forma del relato al microrrelato?


No existe tal evolución. Un microrrelato no es un relato comprimido. Hablamos de géneros distintos, con leyes propias y particulares. Los primeros microrrelatos que hoy consideramos como tales, eran pequeños textos de los grandes escritores que olvidaban por los cajones, que ni siquiera sabían muy bien cómo catalogar aquello o en qué formato publicarlo.



En 2004 participaba en una tertulia literaria en Barcelona, en el barrio del Borne y creamos un blog llamado Dorum para reírnos de aquel engendro que fue el Fórum. Nos hacíamos eco de las referencias culturales de la ciudad entre amiguetes. En ese momento, sin darme cuenta, terminé creando mi propio blog y descubrí que lo que mejor funcionaba eran textos que cupieran enteros en la pantalla. Comencé a escribir textos breves sin saber muy bien que lo que realmente estaba escribiendo eran microrrelatos.

Y en 2004 es cuando empezó el boom del microrrelato en Internet.

Sí, pero nadie lo sabía. En 2004 los blogs aun se llamaban weblogs, había algunos sitios de referencia pero eran casi todos de temas tecnológicos. Seis años en la red es mucho tiempo. Mientras los blogs más populares de aquella época eran diarios de gente anónima contando sus miserias, yo me dedicaba a colgar mis cuentos. El del koala fue el tercer o cuarto cuento que colgué, y no conocía en absoluto las reglas del microrrelato, me guiaba por el feedback que tenían en la red. La primera selección que envié al editor fue una recopilación de los que tuvieron mejor aceptación entre los seguidores del blog. Sólo modifiqué pequeños detalles para ajustarlos al mundo del papel.

Ya sé que la respuesta será negativa, pero ¿ves relación entre los SMS y el microrrelato?


En absoluto. Los SMS sirven para que la gente se comunique mientras que los microrrelatos cuentan algo, una historia. No hay mucha literatura en las pantallas de los móviles, pienso. Aunque ambos medios pretenden comunicar algo con las mínimas y más sencillas palabras posibles, esperando una reacción más o menos controlada por parte del receptor/lector.

Cada palabra se conecta con la otra…

Sí, cuanto más microrrelatos escribes más reglas descubres. No es lo mismo decir un coche veloz que un bólido. Normalmente un sustantivo fuerte es mucho más poderoso que uno débil con un adjetivo. Es buscar la palabra adecuada en cada momento, encontrar vocablos certeros, en este sentido es un poco como la poesía. Cada palabra que aparece tiene su razón de ser, es la “elegida”. Ninguna está de más ni porque sí. El microrrelato es una perfecta maquinaria de relojería donde todas las palabras conspiran para realizar un cometido común.

Una labor artesanal.

Sí, porque lo escribes, lo dejas reposar y al cabo de un tiempo ves lo que chirría. El texto debe permitir una lectura fluida porque si hay alguna construcción complicada el lector puede embarrarse, y la clave radica en la primera lectura, que sea instantánea, sin baches en el camino para contar con todo el poder de sorpresa del incauto que lo lea.

Y en el caso de Un koala en el armario la variedad de microrrelatos permite un juego constante que también demuestra la riqueza del género.

La compilación lo permite, sí. En los cincuenta y dos microrrelatos que forman el libro se intenta mostrar todo el abanico de tipología conocida del género. Desde meras imágenes poéticas hasta el clásico de final impactante donde nada es lo que parece, pasando también por los juegos metaliterarios.

Sí, pero además de esa pluralidad en el género también creo que es importante el absurdo y la dimensión del texto.


Efectivamente. Cabe jugar con la dimensión del texto, como el cuento que aparece de tan sólo de seis palabras –casi una greguería-, o jugar con la inclusión del elemento absurdo como catalizador de la historia. Me fascina introducir un elemento absurdo y ver cómo funciona en relación con los demás elementos del relato. Metamos un koala en el armario, un elemento fuera de lugar y ya tienes historia. Con ese movimiento abres muchas posibilidades. ¿Qué pasaría si entrara un koala ahora en este bar?

Las imágenes son fundamentales en el microrrelato, también el expresionismo del lenguaje.

Hay un cuento en concreto que es eso: una imagen, la de los niños mirando el mar esperando algo. La idea nació en Cabo de Gata, en una cala en la que no había casi adultos. Me inquietó la imagen de una playa llena de niños. La ausencia de la figura adulta en un medio tan peligroso como puede ser el mar era algo terrible. El microrrelato es sin duda un género de imágenes potentes.

¿Seleccionaste los relatos en función de la unidad temática del fuera de lugar?


No necesariamente. Le presenté a Miguel Ángel Arcas –editor de Cuadernos del Vigía- cerca de doscientos microrrelatos de los que seleccionó ciento veinte. En la siguiente criba el número se redujo a la mitad siempre buscando los mejores y más representativos. Aún así, con el manuscrito final en las manos, descartamos ocho por motivos de coherencia temática y de estilo.

Y hay varios temas que recorren el libro: La mujer, las puertas, el ascensor…

La figura femenina está omnipresente en la obra, y también la comunicación, fundamental si hablamos de otro tema del libro: la pareja. Siempre me encantó el título La soledad de las parejas, de Dorothy Parker. Cuando no estás con la persona adecuada tienes la sensación de estar más solo que la una. Las puertas, el ascensor, el espejo, el doble… Los umbrales del mundo real con uno paralelo también es una constante en el libro.

Y el tema de la pareja es quizá uno de los temas más universales. En el microrrelato Una historia doméstica se entiende bastante bien tu discurso.

La pareja cohabita, pero el hombre y la mujer están en planos distintos –hablo de la pareja tradicional pero es extensible a cualquier tipo de pareja-. No dejamos de ser individuos. Dos personas viven juntas y cuando rompen, se dan cuenta, sobre todo por la distancia física, que no tenían tanto en común como pensaban pese a compartir techo.

Hay personas que piensan que el microrrelato puede dar lugar a múltiples interpretaciones, pero en tu caso creo que eres bastante contundente, expones sin muchos tapujos tus ideas y dejas clara la interpretación del texto.


Sí, aunque hay varios textos que pueden interpretarse de diferentes maneras –aquí juega un gran papel el estado anímico del lector-, también hay verdaderas declaraciones de principios: la inexistencia de Dios por ejemplo o que el fin del ser humano no es levantarse todos los días para ir a la oficina se afirman de forma tajante. Cualquier libro deja entrever un poco las ideas o angustias del autor, ¿no? Como la del paso del tiempo…



El paso del tiempo en tus microrrelatos se ve de manera mínima, en gestos fulminantes, como el tipo que lleva la pistola en el desierto, que por una centésima pierde todo. Hay también una crítica muy fuerte, quizá el tema oculto del libro, a cómo está montado el sistema laboral en nuestra sociedad.


Hay una crítica casi visceral a lo de levantarnos todos los días e ir a trabajar en lo que no nos gusta. Un personaje del libro se suicida todas las noches porque cada mañana tiene que cumplir con la rutina y mostrarse como un individuo ejemplar en la sociedad, que le exige –o lo que es peor: él piensa que le exige- que sea como es. Creo que el ser humano no es del todo consciente de su calidad de mortal.

Y hasta usas la ironía sobre lo que sería la situación de muchos escritores cuando en uno de los cuentos escribes eso de “Muertas todas las musas conseguí trabajar en una fábrica”.

Ya sabes que los escritores tenemos etapas en las que escribimos mucho y otras en la que estamos en blanco. Tuve una de esas épocas donde fluían las ideas y era maravilloso, dormía poco, escribía como un loco pero hubo un momento en que empezó a afectarme físicamente. Ahí surgió la idea del silencio mental deseado en una fábrica.

Y eso irrumpe con fuerza en el cuento donde los libros se suicidan por culpa del televisor.


La televisión simboliza la sociedad y es la enemiga de los libros. El día que el protagonista de ese cuento se sienta y mira a los libros de la estantería se terminan los suicidios. Cuando más lees más preguntas te haces, y cuando más preguntas te planteas más lees. Es un círculo vicioso.

El escritor siempre está dudando, planteándose cuestiones.

Sí, y seguramente eso es una forma de felicidad que no se palpa. Dicen que un escritor no puede ser feliz, que un hombre feliz está demasiado ocupado siéndolo. Además cada nueva generación de escritores replantea de otra forma las dudas de la generación anterior.

Y ésta búsqueda quizá tiene que ver con la totalidad, captarla, como en tu cuento La puerta 502, donde el protagonista casi sin querer pretende abrazar esa totalidad que mencionaba.


Sí, en ese cuento se plantean una serie de vidas y el personaje debe quedarse con una, siendo consciente de que la elegida excluirá a las otras. Es un tópico lo de que el escritor intenta vivir el máximo de vidas posibles por medio de sus personajes. La totalidad, de cualquier modo, el algo inalcanzable.

¿Y tras esta experiencia quieres cambiar el chip y tomar un nuevo rumbo?


Sí, quiero reenfocar mis pasos hacia el relato que lo he tenido un poco abandonado. He estado esperando dos años la publicación del libro y no he hecho otra cosa que corregir y ampliar el manuscrito. El microrrelato es un género que requiere mucha dedicación, tanto al escritor a la hora de escribirlo como a los lectores a quienes se les exige un esfuerzo mayor, ya que la elipsis es la reina de este género. Consta de una serie de mecanismos propios que no son exportables a otras disciplinas. Por eso descansaré un poco del micro, dejaré un poco de lado esos mecanismos para volver al relato. Después de centrarme tanto en el microrrelato se adquieren métodos y vicios, como el de corregir de forma enfermiza los textos largos en los que estoy trabajando ahora mismo, de todas formas siempre he dicho que un verdadero escritor nace cuando es capaz de tachar una página entera y tirarla a la papelera sin ningún tipo de remordimiento.

lunes, 16 de agosto de 2010

Recuperando pasados en verano: Los muertos, representación y presencia del crimen en cine y literatura ( Calidoscopio, mayo de 2007)



Los muertos, representación y presencia del crimen en cine y literatura por Jordi Corominas i Julián

Las palabras que leerán a continuación son fruto del delirio de esa estúpida jornada de cambio horario e inmerecidas ojeras. Nacen de paseos y no pretenden sentar cátedra, pero quizá si avisar a partir de ciertos límites del lenguaje narrativo.
Una historia: En la Roma de 1988 un hombre estaba muy cansado de un antiguo boxeador. Había buscado su amistad encontrándose con mofas perversas. Piero De Negri recordaba y quiso vengarse. Tiempo atrás él y Ricci, ese era el apellido del púgil, se enfrascaron en un fallido golpe. Quisieron robar una tienda de ropa y les salió el tiro por la culata. De Negri pasó diez meses en la cárcel y guardó silencio para encubrir a su cómplice. Cuando vio otra vez la luz de la libertad se encontró con que su amigo le tomaba el pelo cruelmente. Llegó a pegarle delante su querida hija y le robó un equipo de música, su gran pasión. Necesitaba vengarse de esas afrentas. No toleraba la escasa caballerosidad del joven Ricci. Por ello lo convocó a su negocio de lavado canino, contándole una mentira para embaucarlo. En pocos minutos, eso dijo De Negri, llegaría un camello con mucha cocaína. Ricci tenía que esperarlo, darle una buena paliza y coger la mercancía, acompañada de una jugosa cantidad de dinero.


Para que el plan saliera bien tenía que esconderse en la jaula de los perros y esperar. Una vez lo hizo De Negri, quien a partir de ahora llamaremos er Canaro por fidelidad a la historia real, cerró esa falsa prisión y empezó a torturar al engañado. Primero le tiró gasolina. Un preludio. El espectáculo macabro que siguió a la lluvia de fuel constituye una de las pruebas más atroces del salvajismo humano. Er canaro empezó a esnifar como un poseso para dar fuerza a su fuerza destructiva. Los gritos del púgil se desvanecieron con un tajo neto de la lengua. Los dedos se convirtieron en unidades separadas del cuerpo. Er Canaro se fue a buscar a su hijita al colegio. Quería descansar de la sangre y aumentar el sufrimiento de Ricci. Cuando volvió llegó lo peor. El gran desgraciado vio, sin poder protestar ni actuar, cómo la señora de la guadaña se acercaba mediante formas anómalas. Su miembro viril fue amputado y los dedos bailaron sadismo al introducirse en partes del cuerpo que provocaron el fatal ahogamiento, culminado con un lavado de cerebro, previa abertura del mismo a martillazos, con champú para perros. Er Canaro dejó el cuerpo en un descampado y al cabo de unos días su horror fue descubierto. Ya cuerdo, si es que alguna vez lo estuvo, dijo que repetiría el crimen paso por paso.

Posibilidades: He contado la Historia sin ser preciso. He escatimado detalles. En el siglo XVII los dramaturgos franceses ahorraban al espectador la visión de la muerte y el sexo. En el siglo XXI los códigos sexuales y de violencia han sufrido muchas alteraciones. Hay bastante permisividad y la violencia vende. Pero no todo es representable. La literatura puede contar la muerte de Antonio Ricci con pelos y señales, pese al riesgo de una vomitona por la animalada del Canaro, porque las palabras tienen la virtud y el matiz de la descripción, sirven para precisar y apuntalar detalles contados en función del estilo del narrador. ¿Podría el cine contar una historia como la del crimen de la lavandería canina? No. La historia puede resultar apasionante, pero existe una ética de lo visual que imposibilita narrar determinadas cosas. No me imagino a ningún director tan valiente como para coger la cámara y mostrar paso a paso las varias amputaciones, la ira del cocainómano asesino y su paz por la obra perpetrada. La idea exigiría dosis de coraje y una minuciosa trama narrativa basada en la alternancia entre planos cortos y otros más largos donde se mostrara el sufrimiento de la víctima –con su cuerpo despedazándose al ritmo del verdugo– y la ira del monstruo de la Magliana. Escribir que er Canaro introdujo los dedos de su enemigo en la boca del mismo para ahogarle es una frase. Visualmente es una atrocidad que nos remitiría al cine gore.



Significados: Con ello llegamos al quid de la cuestión. Según mi modesto parecer un buen escritor puede lograr generar ideas con una narración cargada de sangre. La moraleja de la historia contada en este artículo, más siendo verdadera, es constatar como un ser normal puede convertirse en un monstruo humano. En el cine el significado sería el mismo, pero se acusaría al director de obsceno y otras cosas aún más graves, mientras que el escritor gozaría del beneplácito de la crítica al tener la brillante idea de plasmar a nuestra sociedad enferma mediante la acción de un ser normal y corriente, un hombre cómo tú, yo, el vecino y esa chica que tanto te gusta y que ves cada día en el autobús. ¿Injusticias de la estética? Sí y no. El camino se mueve más hacia la diferencia del lenguaje –como es, como se usa- en distintas formas narrativas. Cuando lees ves lo que tu imaginación produce según el son de los vocablos. En el cine la imagen surge sola, y si bien puede insinuar en determinados casos como el explicado tiene que ser directa porque sino las claves de la trama quedarán debilitadas. ¿Cómo sería una película sobre el crimen de er Canaro sin la representación del mismo? Un imposible.

Misterios: Quizá todo este texto sea una perfecta puesta en escena de mi condición europea. Un americano no pensaría así. Aplicaría determinados mecanismos, sin más. La historia saldría, la polémica nacería y el dinero correría a raudales, como ocurrió, ¡vean la diferencia!, con La pasión de Cristo de Mel Gibson, texto fílmico que en su versión literaria, amén, es el libro más leído de la Historia de la Humanidad y uno de los tres pilares fundadores de nuestra civilización occidental.
Personalismos y límites de la imagen: Si la obra de Gibson es polémica y diametralmente opuesta, aunque parecida, al libro de libros es por la visión personal del autor, algo importante si diferenciamos límites entre cine y literatura. Truman Capote pudo contar el aniquilamiento de una familia en A sangre fría, mientras que las películas que han centrado su atención en el tema cuentan el hecho, pero no lo muestran directamente. Diferencias de estilo y ética.

Ética: El otro día constaté que en mis escritos sólo hay muertes naturales. En breve escribiré sobre un crimen. ¿Significa un cambio en mi personalidad literaria? ¿Hay diferencias entre los autores que matan y los que prefieren el simple paseo de la vida? Sí, aunque algo me dice que la línea es muy fina. Como he dicho anteriormente, olvidándonos por un día de la estructura técnica, todo depende de qué quiera contarse y, sobre todo, pero todo son opiniones, de las ideas que el texto quiera verter en la testa del lector. Un muerto puede ser un mero cadáver o una teoría filosófica.

jueves, 12 de agosto de 2010

Poema "Recuerdo e indicio"


Recuerdo e indicio por Jordi Corominas i Julián

Apuntar números de teléfono
en octubre de 1999, clavar sonrisas en ojos
y recordar ése sábado por la noche
con el Tíber manso, neones anegados de Elvis
(arriva il 170)
dando la espalda al puente
mientras en el inmenso patio
del estudiante luchaba por pronunciar
debidamente schiacciare ghiaccio
sin que mis dientes fueran
carpaccio de marfil.

Mutar y aficionarse.
(siempre el gasómetro)


Foto: Roma, 1959, Pasolini e il gasometro.

Sábado 14, Looproject Flying Circus en Inusual Project




Looproject Flying Circus

Sábado 14 de agosto, 20 horas, Inusual Project

Calle de la Paloma 5 ( Metro Universitat, Sant Antoni, al lado del MACBA y Enriqueta)

Contribución a los artistas: 3 euros


Este sábado 14 Looproject e Inusual Project vuelven a unirse, más ambicioso que nunca y os ofrecen el siguiente festín de ocho de la tarde a tres de la madrugada.


1.- 20:15 Recital poético Delaonion con

- Ventura Camacho

- Jordi Corominas i Julián

- Mario Cuenca Sandoval

- Ernesto Escobar Ulloa

- Txus García

- Laia López Manrique

2.- 21:55 Performance Camuflaje Anti mossos de Khalila Ja bour Sine A.K.A+La mujer de papel( Rosa Apablaza)+ Big Prince from Ghana

3.- 22:20 Concierto de Mad Wilson de Free Fall Man


4.- 23:10 Performance Humanos de Maisa Sally-Anna Perk

5.- 23:30 Concierto de The non Catholic Belgian practitioners (Nathan Ridley de The Lady Sounds+ Sarah Ambhac

6.- 00:15 Loopoesia con Jean Martin du Bruit+Lola Farigola, con música del Anónimo toledano

7.- A partir de la 1:00 pinchará la belga Dj Clarita, capaz de contentar a propios y extraños con la variedad de su música


¡Os esperamos!


miércoles, 11 de agosto de 2010

Aquel sofocante verano de Eduard von Keyserling en Revista de Letras





“Aquel sofocante verano”, de Eduard von Keyserling
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 10.08.10


Aquel sofocante verano. Eduard von Keyserling
Traducción y prólogo de Miriam Dauster
Navona (Barcelona, 2010)


Podríamos elaborar una enciclopedia de los vacaciones burguesas en la Europa Central de la Belle époque. No, no me tomen por loco. La estación estival en la narrativa en lengua alemana de finales del ochocientos y principios del novecientos se revela como un falso remanso de paz donde los jóvenes acuden a parajes idílicos donde intentan acometer con firmeza el paso de la adolescencia a la edad adulta. Normalmente ello se acelera por un acontecimiento que precipita el traspaso desde una órbita mental que, de repente, irrumpe en el plano físico. Sobran los ejemplos, desde la querida y desgraciada Señorita Else del maestro Arthur Schnitzler hasta la novela que hace poco cayó en mis manos, Aquel sofocante verano, de Eduard von Keyserling, escritor escasamente reconocido en nuestras fronteras que ahora, casi una centuria después de su fallecimiento, recibe una nueva oportunidad en Navona Editorial, excelsa en su labor de recuperar viejos clásicos merecedores de volver al panteón de los inmortales, donde no sólo deben figurar nombres demasiado publicitados por la tradición, que por muy sólida que sea puede transgredirse con incorporaciones que la iluminen en su inextinguible senda.

En el caso del narrador báltico su atormentada trayectoria parece adecuarse a la del personaje principal del texto que nos concierne. Bill, que en alemán significa el protector de su voluntad, coincide con su creador en estirpe aristocrática y vocación literaria. Keyserling fue un enfant terrible, un renegado de su propia clase que por querer eliminar su aroma originario acabó contrayendo una fatal sífilis que derivaría en numerosas dolencias hasta atizarle con la ceguera. Poco debería sospechar de esa enfermedad venérea a sus 18 años, edad del protagonista del relato, chiquillo que tras suspender un examen recibe el castigo de pasar los meses de estío en compañía de su padre, algo insólito porque el progenitor es un incansable viajero que pasa poco por casa y no tiene la costumbre de comunicarse con su retoño, para el que el encuentro con la sangre de su sangre supone un desafío en pos de entender los mecanismos que rigen el comportamiento de los mayores, que en ocasiones su padre justifica mencionando un lejano amigo turco, orientalismo que desmiente lo tautológico occidental y suena a esa famosa frase de tengo un amigo que… Dicho así suena demasiado a cuento de hadas. Aquel sofocante verano es una novela iniciática muy elaborada en su estructura, dividida en facetas que conducen al desenmascaramiento individual y colectivo. En el primero la figura paterna se impone en su obsesiva incongruencia de hombre de mundo, persona con buenos modales que mete la pata de vez en cuando para propulsar sus contradicciones al exterior. Su impecable integridad tiene manchas deducibles por detalles conversacionales, jeringuillas que lo muestran como un caradura que sabe ocultar su desfachatez mediante tópicos, difíciles de aprehender para Bill, pero no así para sus primas, quienes ya han sufrido el ímpetu de ese particular tío, cariñoso hasta un extremo poco aconsejable en ese retiro cargado de naturaleza, donde todo parece maravilloso sin serlo. En este sentido cabe remarcar como las jornadas se parten claramente entre el día y la noche. El sol sirve para adecuarse a los usos burgueses de aburrimiento y zozobra, siendo oscuridad para el protagonista, amargado porque quiere volar y no le dejan. Sólo lo consigue de noche, cuando el teórico silencio cede el paso a un baile de movimientos donde la normalidad plebeya convierte la nobleza en humanidad ávida de nuevas experiencias vitales y sexuales, y para eso están los criados, mucho más desenvueltos y prestos a la acción que sacie los instintos básicos, con lo que la luna se erige en eterno destello, cálida ambrosía que se rompe cual cenicienta al irrumpir del alba, macabro amanecer que devuelve las ilusiones a un reino secreto postergado hasta el crepúsculo, verdadero abanico de la maravilla entre heno, ríos y piel femenina libre de manifestar sus dulces pliegues.

La doble moral decimonónica y el impresionismo literario: expresar la hipocresía del tiempo en concretas pinceladas.







Siempre hemos asociado el campo con extraordinarias experiencias de tranquilidad, reposo y reflexión antes de volver a la batalla urbana. Bill no lo siente así. Es un ser inteligente y capta sin mucho esfuerzo cómo todos sus allegados interpretan un papel durante las horas diurnas, mientras él aun no ha catado la corrupción de su propio espíritu y se muestra prístino, ingenuo en sus reacciones, diferente a los demás, empeñados en recriminarle una sinceridad que juzgan enfermiza. Resulta difícil entender el porqué la historia se repite una y otra vez con distintos disfraces. La sociedad decimonónica jugó a la doble moral caminando hacia una infelicidad bañada en represión. Nosotros creemos tener más libertad que aniquilamos encendiendo la mecha para apagarla incomprensiblemente. Keyserling vio los defectos de sus contemporáneos y los plasmó con sabias pinceladas, sabiendo que bastaba con pequeñas piedrecitas para exhibir defectos y esa monstruosa tara que de lo oculto deriva hacia lo horrible, como si tanto en el exterior como en el interior se juntaran temibles gárgolas encargadas de impedir la dicha, factor exprimido hasta la saciedad en la ambigua, no podía ser de otro modo, figura paterna, omnisciente por control y simbiosis con su hijo, pues ambos se sumergen en la noche buscando subsanar las carencias que el día depara con su extenuante decálogo conductista.

Como buen narrador Keyserling no dará la estocada definitiva hasta las últimas páginas, cuando se destapa esta intriga sin intriga, trama psicológica que en su esencia formula una despiadada crítica a una contemporaneidad anquilosada, satisfecha de cara a la galería que sin embargo por querer ser humana, demasiado humana termina sucumbiendo a la animalidad más profunda, como si lo refinado fuera miseria ante la perspectiva de la cueva redentora, como si la música, ese piano siempre presente en las residencias germanas, fuera un alivio pasajero para hundir en el abismo nuestra naturaleza más pura, cautivada por lo elemental, porque dominar el malestar requiere algo más que saber estar, precisión, escaparate y pasarela.

domingo, 8 de agosto de 2010

El daño oculto de James Stern en Revista de Letras


La ruina y lo inhumano: “El daño oculto”, de James Stern
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 4.08.10


El daño oculto. Un viaje a la Alemania de posguerra junto a W.H. Auden. James Stern
Traducción de Ariel Dillon
Lengua de Trapo (Madrid, 2010)

“Esto es el mal, organizado a escala de producción masiva. Son infecciosos, portadores de odio. Actúan desde las profundidades de la desesperación, desde el miedo incontrolable. Ellos siempre destruirán al bueno, al pobre, al débil…¡Porque el pobre, el viejo, el débil, las flores en la pradera, amigo mío, son aquello a lo que más temen, y lo que más quieren destruir!”.

Hay mucha poesía en la muerte de un monstruo que contribuye con sus decisiones al último suspiro de 55 millones de individuos. Adolf Hitler se suicidó el 30 de abril de 1945 y la radio lo notificó horas más tarde. Nadie se preocupó en Alemania. Seguían cayendo obuses, se luchaba casa por casa y muchos fanáticos seguían enarbolando la esvástica para defender el Reich de los mil años que por suerte sólo duró doce. Una vez se firmó la paz en Europa su figura siguió presente en la posguerra. Las ruinas lo recordaban y quizá nadie como Roberto Rossellini para testimoniar la pervivencia del mal en los desechos. En Germania anno zero el director transalpino rodó una mítica escena en la que se oye la voz del Führer retumbando desde el Bunker donde el dictador se disparó el tiro de gracia. Estupor, miedo e impresión. Sin embargo, la visión del cineasta es pura lírica. El neorrealismo trastocó la estética fílmica y quiso testimoniar el padecer de todo hombre común en ese ominoso período de pobreza y reconstrucción, pero fue fiel a la verdad en parte, porque sus historias cotidianas siempre tenían una moraleja previsible para seducir al espectador mientras el celuloide alimentaba la mente de moralina entre caballos blancos de limpia botas, viejos con perros y bicicletas robadas para abandonar el desconsuelo.

Lo trágico de nuestro recorrido cultural es que solemos fijarnos en los grandes eventos e ignoramos con demasiada conciencia el hilo de los derrotados de a pie. Cuando se habla de la época posterior al mayor conflicto bélico de la Humanidad solemos centrarnos en cumbres, juicios, Guerras Frías y bloqueos, sin contemplar en ningún momento cómo malvivían los alemanes de 1945, víctimas de una hipnosis de la que despertaron demasiado tarde, presos de un megalómano que les abocó al odio que genera odio, despropósito ario sepultado entre bombas, hambre e indigencia. Recientemente W. G. Sebald trató la temática en Sobre la historia natural de la destrucción, volumen donde el autor teutón intenta mostrar cómo no sólo hubo crueldad nazi mediante la completa disección filosófica de los bombardeos en suelo germánico, incendio pletórico que asoló la tierra, carbonizó personas y terminó, lo que debemos considerar como una anécdota por la magnitud de la tragedia, con parte del patrimonio arquitectónico del país de Richard Wagner y Federico el Grande.





En mayo de 1945 James Stern residía en Nueva York y recibió la visita de un amigo, el poeta W. H. Auden oculto en el texto bajo el nombre de Mervyn, rumbo al corazón de las tinieblas para una misión desconocida. A finales de la Segunda Guerra Mundial el Pentágono empezó a reclutar ciudadanos estadounidenses con conocimientos de alemán para interrogar a los habitantes del antiguo Tercer Reich sobre el efecto que los bombardeos aliados causaron en su ya de por sí maltrecha moral. Los encuestadores no supieron de su cometido hasta aterrizar en el reino de la pesadilla, hecho pedazos, en un coma profundo, casi irreversible, situación muy diferente a la conocida por Stern en sus juventud, cuando vivió en Frankfurt y alrededores trabajando simultáneamente como barman y empleado bancario. Este incansable viajero sintió cómo le picaba el gusanillo europeo y desde la nostalgia se enroló en las filas del ejército norteamericano para volver a saludar a la vieja destruida por la locura y el irraciocinio nazi.





Testimonios del vacío: radiografía tras la barbarie desde un jeep




Una vez dentro del avión Stern y sus compañeros no pudieron dormir. Los nervios atenazaban a Morfeo por un deseo de aterrizar y deleitarse ante las maravillas del otro lado del Océano. De las Azores a Londres y de Londres a París. En la capital británica nuestro protagonista aprovechó su tiempo entre el recuerdo y un sumergirse en la campiña británica para saludar a sus padres y notar como en el campo casi nada había cambiado y la abundancia seguía vigente pese a la atmósfera irreal e alicaída tras el silencio de las armas, situación bien diferente a la que brindaba por aquel entonces la ciudad de la luz, entristecida por cuatro años de ocupación reflejada en los ojos de viejos conocidos que habían perdido su fuerza a base de sufrir humillaciones y la opresión de quien padece la tortura de esperar la llamada de la condena. La desoladora capital francesa se configura en simple antesala del horror en mayúsculas que se mezcla con un extraño lujo una vez el cuerpo expedicionario se instala en Alemania. Los enviados del Tío Sam disponen de comida, cigarrillos y goma de mascar que reparten con generosidad, aunque lo importante bascula hacia otras direcciones. El infierno es piedra molida y lúgubre amanecer bajo el estigma de la culpa colectiva. Todo un pueblo de gente corriente arrastra consigo el sambenito de la derrota y la palidez envuelve el conjunto. Los soldados de la Wehrmacht transitan cabizbajos y los civiles opinan excusándose, escurriendo el bulto. Los encuentros de Stern tienen valor porque engloban la totalidad de la sociedad alemana, desde el lisiado con su pata de palo pasando por convencidas nazis hasta llegar a familias que perdieron hijos que resistieron en la artística Munich contra el enemigo gobernante. Además, el testimonio del americano de origen irlandés adquiere un magma extra porque es un narrador que desde su propio yo tiene la virtud de trazar válidas comparaciones entre presente y pasado, paragonando los tiempos para comprender hasta donde llegaron Hitler y sus secuaces en la desfiguración del principal país centroeuropeo. Ello se aprecia sobre todo cuando el protagonista del relato, un estupendo diario de viajes que evita caer en lo lacrimógeno, vaga por Alemania y reencuentra desdichados amigos que han perdido mujer, hijos, domicilio y honor. Brotan las canas, lloran los ojos y el surrealismo se impone en un espacio congelado alterador del orden. Una joven quiere parir en Frankfurt, su villa natal. Ha salido de Roma en bicicleta, se la han robado y no le importa, su voluntad es firme en el vagabundeo, hermano del mercado negro y los chiquillos ladrones de comida para subsistir en el Hades, donde es posible divisar viviendas donde sólo se conserva un piso, como si fuera una isla flotante en que sus inquilinos siguen cerrando la puerta pese a convivir sin paredes. Muchos son los episodios remarcables del daño oculto, plasmado en un dedo que apunta a la inteligencia como perpetradora de la conspiración nazi, engañabobos que encandiló a pobres y analfabetos en una vorágine que tras la detención, y en muchos casos muerte, de los jerifaltes aporta el milagro de la sonrisa y el entendimiento entre naciones con simples pastos, bromas idiotas, miradas fugaces y una eterna confesión entre la ruina que no es vestigio, sino radiografía al aire libre de nuestra brutalidad. Se preguntará el lector en que consiste el daño oculto y en la manera que tiene Stern de plasmarlo. Su deambular por Germania es un cuadro impresionista donde caben cementerios americanos, agujeros sin fósforo, castillos bávaros y un sinfín de recuerdos. El daño es impalpable y está en todas partes, es hermafrodita y arrastra una pesada soga. Culpa, trauma, palabras esenciales, losas de las que seguiremos discutiendo por los siglos de los siglos, y quizá convendría hacerlo desde la perspectiva de este libro editado en 1947, obra que sumergiéndose en la normalidad da en el clavo al constatar con crudeza como muchos desheredados penaban las medidas tomadas por los del uniforme y la calavera, mandamases que, como siempre pero en grado superlativo, prefirieron montar su propia batalla sin pensar en ningún momento que gobernar consiste en hacer el bien común, no el mal absoluto.