martes, 31 de enero de 2012

Miércoles 1 de febrero, Libros con nombre de calle en el Laberint de Wonderland





La semana pasada nos dio por volver a las calles, concretamente a las que en la realidad dedican su nombre a personajes de ficción. En el programa del miércoles 1 de febrero daremos un salto y hablaremos de libros con nombre de calle en su título. La selección será la siguiente:


1.- Carrer de les Camèlies de Mercè Rodoreda

2.- Los crímenes de la calle Morgue de E.A. Poe

3.- Main Street de Sinclair Lewis


4.- Calle de dirección única de Walter Benjamin


Cada libro irá acompañado de una canción que mencione calles.





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lunes, 30 de enero de 2012

Relámpagos de Jean Echenoz en Revista de Letras




Matar la luz, resucitarla en la utopía: “Relámpagos”, de Jean Echenoz
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 30.01.12



Relámpagos. Jean Echenoz
Traducción de Javier Albiñana
Anagrama (Barcelona, 2011)




Toda trilogía debe tener un vínculo en común que hilvane sus partes y las haga evolucionar a medida que la idea inicial se concreta. Para quien escribe el ejemplo supremo se encuentra en Michelangelo Antonioni y su paso de una desaparición física en L’avventura hasta alcanzar, siempre fiel a una misma dinámica, la muerte de los sentimientos en L’eclisse con su poética de espacios vacíos donde transcurrió la relación entre los personajes interpretados por Alain Delon y Monica Vitti.

En cierto sentido Jean Echenoz también juega con el olvido. Después de los genios nada se transforma, pero todo cambia. Sus existencias quedan relegadas a un incómodo abismo porque importan sus hallazgos. Ravel siempre será el compositor del Bolero. Su triste final degenerativo parece un apéndice innecesario, y lo mismo sucede con el desenlace de la carrera vital de Zátopek, quien después de maravillar al mundo con sus proezas atléticas equivocó la guinda al postularse a favor de la primavera de Praga en 1968. Terminó barriendo calles, y claro, cuando hablamos del personaje preferimos obviar esos detalles teóricamente desagradables que empañan la envergadura del mito. ¿Seguro? No, son parte del mismo, lo engrandecen y lo ubican en su justa dimensión, es como si ignoráramos la correspondencia entre T. S. Eliot y Groucho Marx o la misoginia de Pablo Picasso. Los huecos deben rellenarse para alcanzar la totalidad y comprender los perfiles que surcan territorios al alcance de pocos elegidos.


Nikola Tesla (foto: Napoleon Sarony, 1890)

El caso de Nikola Tesla -inspiración de Relámpagos, última novela del autor francés- clama al cielo e injusticias aparte sirve para entender el esquema trazado por Echenoz en su trilogía. Ravel pertenecía a la cultura elitista y la desafiaba en cierto sentido con sus trangresiones. Zátopek fue uno de los pioneros en recibir dadivas desde la masa y el deporte. Tesla trasciende estos parámetros y se instala en el bien común al ser el inventor, entre muchas otras cosas, de la corriente alterna. Fue un incomprendido visionario que pagó su excentricidad con una muerte en el estercolero de la pobreza, él, que siempre disfrutó de un doble crédito, monetario y de prestigio, residiendo en hoteles por su bien ganada fama a base de inteligencia que destruyó un más que probable exceso de confianza llamado ingenuidad.

El prosista galo no es un investigador profesional, por lo que a lo largo del ciclo que clausura Relámpagos ha optado con sabiduría por ingeniar teselas que no encorsetaran tanto el texto en lo conocido. De este modo Nikola pasa a ser Gregor, lo que indudablemente también se puede relacionar con el archiconocido personaje de La metamorfosis de Kafka, esa obra que ahora está de moda denominar La transformación. Ambos roles coinciden en su aislamiento social, que debemos leer con cautela para no incurrir en errores, pues Tesla sí mantuvo amistad con muchas personalidades, pero el mensaje de su nombre en la novela editada en nuestro país por Anagrama radica en la marginación a la que fue sometido por aventurarse a la utopía de dar a la Humanidad una fuente de energía universal gratuita. El peligro de ver quebrado el maná de tan preciado mercado por la imaginación de lo heterodoxo marcó su carrera. Si colaboras con las bestias capitalistas debes darles réditos ipso facto, de otro modo aprovecharán cualquier excusa para sepultarte en el camión de la nada.

Para Gregor y Nikola, lo mismo pero diferente, la treta del adiós fue creer que unos sonidos eran voces extraterrestres que creyó escuchar en el desierto de Colorado a finales del siglo XIX tras una serie de experimentos con rayos, centellas y mucha fantasía. A posteriori se verificó que esos ruidos eran ondas mecánicas provenientes de las estrellas. Nunca debes descuidar la retaguardia con los poderosos. Por aquel entonces la prensa ya hacía de las suyas. La guerra de Cuba estalló por obra y gracia de William Randolph Hearst. ¿Qué es un hombre en comparación con un conflicto que altera las tornas de la Historia?

Desde entonces Gregor/Nikola fue el prototipo del científico loco. Atrás quedaron sus desafíos victoriosos contra Edison, sus performances en ferias y la humildad de la renuncia a una fortuna monetaria. Los años posteriores no redujeron su excelencia. Su ingenio, robado por Marconi con la radio, de rayos x, de aires líquidos, mandos a distancia, robots, microscopios electrónicos, radares, aceleradores de partículas, rayos paralizantes y hasta Internet era demasiado potente e hiperactivo. Chocaba con intereses que se amparaban en la reputación del austrohúngaro para desechar sus propuestas. Quizá era demasiado minucioso en lo cotidiano y escasamente preciso por acumular un caudal tan remarcable.



Echenoz destaca ese aspecto. Sabemos que Tesla estaba obsesionado por sumas estériles. En la novela cuenta los pasos de un paseo, emplea tres pañuelos de seda blanca al día y se emperifolla para estar impecable ante cualquier eventualidad. Era guapo, inteligente y brillante. ¿Qué falló? Las minucias adquieren sentido premonitorio, como si una vanidad sucumbiera ante otra, como si el “apresúrate lentamente” no pudiera seguir el ritmo del siglo XX, empeñado en un consumo rápido con dinero de por medio, verde papel que también enamoró a Tesla, quien sabía de su existencia pero no lo tocaba en su fantasía de una eternidad que llegó una vez sus huesos reposaron en la tumba.

Las tramas de la trilogía son trayectorias de desdicha que en el exterior se vislumbran desde una óptica mediática que distorsiona el conjunto. El interior de los tres tenores de Echenoz era de una complejidad inabarcable. La apariencia es una dama que engaña y aniquila. Solemos quedarnos con lo nimio, el relato contado a la multitud, y aparcamos la molestia de la normalidad en mentes insuperables para no disturbar una imagen idílica de nuestros monstruos, que por algo lo son, sin que importe toda la mierda que volcamos en su jardín mientras respiraban.

¿Ha conseguido Echenoz su objetivo? Sí y no. Lo afirmativo versaría en que el intento ya tiene suficiente nobleza desde el concepto y un estilo inconfundible. Lo negativo radicaría en lo utópico de recrear la intimidad del genio, y puede que ello se deba a que la misma luz que encendió la mecha de la trilogía tiene en su seno el germen de la tradición que ensalza lo colosal y coarta la pequeñez que comparte con el resto de los mortales.

jueves, 26 de enero de 2012

Diez ingleses en Panfleto Calidoscopio



Diez ingleses, por Jordi Corominas i Julián

I

Nunca veo muertos, por lo que no puedo repetir la frase del niño de El sexto sentido. Lo que sí tengo claro es que la mayoría de mis ídolos se fueron al otro barrio hace tiempo. Puede que sea por formación, nada deforme, sólo amasijos de lecturas y vivencias que me han hecho ver las cosas claras y tomar unos referentes que siempre pueden ampliarse porque la lista de personajes admirados se genera a lo largo del camino, sin límites ni distinciones de clase o época.

Muchas veces pensé mientras leía en una identificación el biografiado. El último caso, y es justo empezar por el final, es el de T.S. Eliot, pero no es nada postrero, sino más bien una compañía que ya lleva más de un lustro dándome la mano. El vanguardista de La tierra baldía me da fuerzas porque al devorar sus versos noto una afinidad de fondo muy poderosa. No se trata de emular al ser adorado, la idea es aprender de los que nos precedieron, actitud que parece muy demodée en el siglo de lo instantáneo. Curioso que alguien rápido vaya contracorriente por asumir la lentitud del pasado, caldo que debe saborearse bien si queremos captar sus lecciones, en absoluto definitivas, simples cuencos que esperan una boca que desee catar su caldo y su calado.

II

Redacto el elenco de manera automática. Una vez hice un artículo para el Panfleto de diecinueve minutos. Sesenta y dos años transcurrió Winston Churchill en la Cámara de los Comunes. Solemos imaginar al gran líder de la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial con su rostro de buldog y el sempiterno puro en los labios. El signo de la victoria. Sus discursos. Las palabras históricas. El hombre más grande del siglo XX fue aventurero, ganó un Nobel de literatura por sus crónicas y hasta se permitió el lujo de sepultar una época al morir en enero de 1965 y regalar a Su Majestad un entierro en color para un período en blanco y negro. No sé el extraño motivo que impulsaría a un adolescente barcelonés a fascinarse por un británico fenecido años atrás. Supongo que nadie supo condensar tan bien en su personalidad los matices de la musa Clío. Si pudiera escoger una sola entrevista elegiría a Churchill sin dudarlo, podría pasarme la vida entera charlando con él.

III

O con Lawrence de Arabia, aunque esta opción responde más a un impulso romántico de alarma por la extinción de una llama que ha acompañado al género humano desde su nacimiento. Napoleón fue un mito por su osadía, y puede que el odio impregnara las mentes de los pueblos que conquistaba. Sabemos que, en parte, no fue así. Goethe lo consideraba un involuntario portavoz que expandía la Ilustración, y lo mismo puede decirse de T.E. Lawrence en clave árabe. No importaba la Revolución, el interés radicaba en tener una oportunidad para soñar y alcanzar un estrellato para el recuerdo. Pregúntenle al Che Guevara, último estandarte de la casta.

IV

Churchill sepultó con el oropel de su adiós una idea de mundo que se resistía a cedir el testigo a las generaciones más jóvenes. El cambio de hábitos y el swinging London me catapultan a un terreno demasiado conocido, por lo que seré escueto. Ayer terminé el documental que Martin Scorsese ha dedicado a la memoria de George Harrison. El instante más destacado de la cinta sucede al final de la primera parte, cuando el guitarrista se da cuenta que ha adquirido una libertad suficiente para volar más allá de The Beatles. El pipiolo de la banda invita a una sesión de The White Album a Eric Clapton para motivar a los demás. Sin saberlo se ha erigido en líder porque aporta soluciones y la muestra con contundencia y un toque sutil.



V

Lo que intentó sin tanto tino su colega McCartney, un genio que por exceso de energía corría el riesgo de arruinar sus propios planes. Cuando se quedó solito aceptó el destino a regañadientes. Es fácil criticar a Paul, pero me gustaría ver a todos esos sabios del mañana tocar todos los instrumentos, tener sentido melódico o apostar fuerte por mantener una idea y llevarla a cabo. Aprecio al compositor de Eleanor Rigby por más motivos. Los mencionados en estas líneas bastarían para justificar cualquier existencia. Si eres muy bueno te pedirán más. O se morirán de envidia.



VI

Otro habitante de las Islas que figura en mi panteón es William Blake. T.S. Eliot, volvamos al maestro, opinaba que el polifacético artista pecaba de exceso porque quería hilvanar su propia filosofía, lo que sin duda perjudicaba su técnica lírica. El poeta de los Cuatro cuartetos habla desde la sapiencia que da ver las cosas con perspectiva. Le reconoce un valor innovador, indudable si pensamos en las discusiones del último Setecientos, en los temas, algo aplicable también a su pintura, que sigue hechizándonos por un extraño misterio que bien puede corresponder a la peculiar mezcla de una línea muy marcada con colores atrevidos y con sonrisa de esbozo, como si Blake dejara huecos para ayudarnos a encontrar la intención de lo incompleto, el blanco a rellenar interpretado desde lo psicológico.

VII

Lo he dicho en otros sitios. Me divierte sobremanera el recochineo que cierta literatura española del siglo XXI tiene para con Martin Amis. No sé si es un guiño de aprecio, una burda maniobra de la desfasada posmodernidad o un anhelo oculto de recibir su talento. Amis es el jefe de filas de una quinta extraordinaria en la que figuran Julian Barnes, Ian McEwan y Jonathan Coe. El único que no ha logrado engancharme es el narrador de Expiación, y sé que no es culpa suya, aún no hemos congeniado, es cuestión de una buena carambola que encaje las piezas como ya ocurrió con los demás. Amis y Experiencia, una obra maestra, de lo mejor que he leído en mi vida. Barnes y su versatilidad. Coe, el humor de la nada y su dominio de la Historia desde la novela, algo que le equipararía a la española con Martínez de Pisón, escritores que más que por un libro deben juzgarse por la unión de las teselas de su mosaico.

VIII

La superioridad británica es la constatación de un fuerte complejo de inferioridad continental. Sí, vale, de acuerdo. En los sesenta ya teníamos bastante con dar de comer a la familia, gozar del teórico progreso y ligar con suecas. El retraso endémico de España ha llevado a que, de golpe y porrazo, hayan surgido como setas varias modas urbanas que quieren reivindicar una modernidad que sólo reivindica una estética imbécil con gafas de pasta, ropas estridentes y uso de anglicismos para ser cool. Es, como siempre, una estrategia de marketing de unos pocos que obvian la actitud, y sin ella no se va a ningún lado. Si el swinging London tuvo sentido, podría hablarnos de ello si viviera Michelangelo Antonioni, fue porque con la moda erigía una barrera que separaba lo antiguo de lo moderno y daba alas a la rebelión sin pólvora. Policromías para manifestarse y destacar, sí, con clase, intencionalidad y unas ideas muy definidas por evolución y toma de conciencia, no por caer en la falacia e inventar descubrimientos de Griales en mercadillos de pacotilla. Ser neutro da asco, y ya es hora que montemos un cementerio para el mimetismo trasnochado.

IX

En Saint James Street hay una tienda de calcetines. Mis viajes a Londres tienen un único punto de pasaje obligatorio. Converso con el propietario, me ayuda a comprar los que faltan a mi colección, intercambiamos información sobre cómo nos van las cosas, pago, nos damos la mano y me despido con una sonrisa porque su amabilidad no tiene precio.

X

Enrique VIII es famoso por la serie protagonizada por un actor bello y suicida. El Rey por antonomasia clausura el decálogo por sus narices. ¿No estáis de acuerdo conmigo? Tranquilos, fundo mi propia Iglesia y adiós muy buenas. Ejemplar. Y valiente.

miércoles, 25 de enero de 2012

Podcast del Laberint de Wonderland sobre calles con nombre de personaje literario



Hoy en el Laberint e Wonderland hemos hablado brevemente de calels con nombre de personaje literario, entre ellos nos han visitado Otelo, Mariana Pineda, Sherlock Holmes y Max Estrella. Puedes escuchar la sección a partir del minuto 43 clickando aquí

martes, 24 de enero de 2012

Miércoles 25, Calles con nombres de personajes literarios en el Laberint de Wonderland




Esta semana el Laberint de Wonderland retoma la calle con un monográfico dedicado a calles con nombres de personajes literarios. La búsqueda, que al principio pareció dificultosa, luego se transformó en una múltiple sorpresa de barrios y vecinos que viven en lugares con insólito nomenclátor.

1.- Curiosamente Otelo es el más representado en el callejero español.

2.- Mariana Pineda también goza de tradición en muchas ciudades ibéricas.

3.- Sherlock Holmes está en Málaga, pero también en Baker Street, la realidad instala ficción en su seno.

4.- Max Estrella, en el Gato y en otras partes.

¿Y qué nombres faltan? ¿Por qué Barcelona no tiene una calle Pijoaparte?




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domingo, 22 de enero de 2012

Los inmortales de Manuel Vilas en Revista de Letras



Humor crítico y hartazgo de la tradición impuesta: “Los inmortales”, de Manuel Vilas
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 21.01.12


Los inmortales. Manuel Vilas
Alfaguara (Madrid, 2012)



Sí, me parece evidente que las coincidencias existen. El pasado jueves transcurrí la tarde por razones poéticas junto a Gustav Mahler, Sigmund Freud y Enriqueta Martí. Llamaron a la puerta, destrocé el sobre que me dio el cartero y procedí a leer Los inmortales de Manuel Vilas. Al conocer la obra del autor pensé sin muchas dudas que su nueva obra continuaría los trazos marcados en España y Aire nuestro, donde el futuro se mezcla con el pasado y el humor irrumpe en zonas repletas de lirismo y una proverbial mala leche.

No me equivocaba. La diferencia es que desde la primera página prescindí del mero análisis que vertebra toda crítica y opté por carcajearme de lo lindo con el supuesto manuscrito hallado en la Galaxia Shakespeare en el año 22011. Siempre me ha gustado imaginar parajes que no veré con extraterrestres sorprendiéndose con/por las memeces que organizan y determinan nuestra civilización. Cementerios de ordenadores, tiendas de moda religiosa e imágenes congeladas de tipos bailando de manera absurda, pero el hallazgo de Los inmortales excava en otra dirección. Ha pasado tanto tiempo que los nombres que para nosotros significan algo han caído en el pozo del olvido, como lágrimas en la lluvia. Stalin y Hitler son meras uniones de vocablos, por lo que su presencia en el texto carece de sentido histórico para Aristo Wilas, jefe supremo de Arqueología e Inteligencia que transmite al mundo la primicia de conocimiento de lo pretérito.

Saltamos la introducción y claro, sería demasiado pedir situarnos en un siglo inabarcable, por lo que el efecto causado por la sucesión de efemérides debe enmarcarse en nuestro conocimiento de la cultura occidental, despezada sin piedad a través de un crítico absurdo que carga tintas contra el capitalismo y la mayoría de símbolos que abotagan el cerebro de cualquier mortal, ídolos e instituciones humanas que padecemos por convención hasta en la sopa. Vilas les añade su particular santuario y la mezcla está servida. Sabe bien, se digiere rápido y produce hilarantes situaciones que en ocasiones incitan a meditar sobre la gestación del volumen, aunque ello probablemente se produzca porque nos han acostumbrado a lo serio y pocos son los que toleran tonos humorísticos, como si la literatura española reprimiera la invención y la risa fuera una herejía.

Con ella podemos observar la realidad con otros matices y recuperar el motor de la sátira para condenar la decadencia que nos rodea, sin paliativos. Saavedra, Miguel de Cervantes, en bañador y bebiendo sangría absolutamente poseído mientras espera contratar a un par de fulanas es sólo el anticipo de lo que vendrá, desde Ponti, Juan Pablo II, bailando una canción de Raffaela Carrà en la sección frigorífica de El Corte Inglés hasta Vincent Van Gogh y Pablo Picasso inmersos en una orgía de gordas suicidas. También merece mención Corman Martínez, el último comunista, obligado por Stalin a vagar por todos los MacDonalds del mundo, lo que no hará en compañía de Dante y Neruda, ocasionales turistas en Dublín a la búsqueda de James Joyce y la torre Martelo, en lo que quizá sea una parodia de la reciente exaltación que algunos profesan por el genio irlandés. Eva Braun es el súmmum del erotismo, y yo soy Isabel la Católica.

Como es natural otro protagonista de excepción es el mismísimo Manuel Vilas en varias tesituras. Viaja a la luna con otros poetas en 2040, conversa con Juan Carlos I y dos lectoras de Aire nuestro en la Zarzuela y hasta dialoga con sus huesos o sale en una fotografía de un tal Felipe González Márquez que morirá en Madrid en 2061.

A quien lo dicho hasta esta misma línea le parezca un disparate no le irá mal leer la siguiente afirmación del autor:

“Conforme cumplo años me acerco a una verdad inapelable: nada existe, ni siquiera el espacio histórico y geográfico en donde tu vida aconteció. Por eso rompo el tiempo histórico en España. Y también mi identidad”.




La última narrativa de Vilas, sobre todo el texto que nos concierne en esta reseña, tiene un aire a Desolation row de Bob Dylan, donde aparecen personajes históricos en situaciones surrealistas. No sé si Zimmerman generó su canción por un hartazgo de solemnidad y formas de escribir. Podría ser. Las comparaciones son odiosas, y aquí no pretendemos parangonar dos casos diametralmente opuestos, aunque es posible que los motivos de rebeldía sean similares y versen sobre los límites de una concepción del mundo y la literatura, universos anclados en una serie de tópicos que pocos osan profanar porque la tradición, en la que asimismo se inspira Vilas desde la sátira como instrumento perfecto para ridiculizar estructuras intocables, tiene mucho peso y lo fácil es seguir el camino más previsible.

Por otra parte creo que quien critique Los inmortales con las habituales cantinelas generacionales que tanto vacuo papel llenan se equivoca completamente. Quizá haya llegado la hora de pasar página y afrontar las cosas desde otros derroteros.

Hace ya algún tiempo entrevisté al autor de España, lo que me permitió entender más cómo ve su obra en relación a su época. Me confesó que para escribir Madame Bovary prefería ir a la estantería de cualquier biblioteca y leerla, lo que implica un cansancio de determinadas formas muy manidas que se repiten generación tras generación. Quizá la respuesta esconda el auténtico motivo de su excéntrica narrativa, que tendrá seguidores y detractores que no podrán negar su originalidad. Los inmortales es una diversión con un fondo que la sobrevuela desde lo contemporáneo. Algunos no querrán captarlo, y es legítimo que así sea porque el libro puede examinarse desde más de un prisma. Es un objeto cultural de entretenimiento que asegura la risa y asimismo enarbola sin ningún tipo de disimulo severos juicios contra la tierra que pisamos, juicios que pueden pasar desapercibidos si nos quedamos con la apariencia graciosa del volumen.

Otra cuestión es si Los inmortales es una novela o una compilación de relatos, debate que siempre surge al hablar de las construcciones empleadas por el de Barbastro. En mi opinión el ensamblar fragmentos donde vayan conectándose personajes desde una visión y temática compartida podría determinar que sí estamos ante una novela, si bien creo que al plantear el asunto caigo víctima de la costumbre y su querencia taxonomista. Poco debería importarnos lo que es, simplemente con pasarlo bien ya tenemos bastante.

sábado, 21 de enero de 2012

Goethe/Schiller en Panfleto Calidoscopio




Goethe/Schiller: Una amistad y el reflejo, por Jordi Corominas i Julián



“Una mojigata orgullosa a la que habría que dejar embarazada para humillarla ante el mundo”. Estas palabras no son la brillante ocurrencia de ningún plumilla de Facebook deseoso de recopilar me gustas a su cuenta de ego. Tampoco son las de un borracho en un bar a altas horas de la madrugada. El autor de la frase es Friedrich Schiller, y la escribió con su pensamiento dirigido a Johann Wolfgang Goethe, genio absoluto de las letras alemanas. Tal arrebato de ira acaeció por uno de los males más profundos del mundo literario: la envidia. No hay día en que no se detecte en alguna parcela entre páginas, reuniones y comentarios; siempre tendrá un lugar de honor en la actualidad interna de aquellos que luchan por conseguir frutos con sus escritos: es inevitable, una máxima de frustraciones, inferioridades e impaciencia.

Mi mejor amigo está fuera del círculo letrado. Es un señor de sesenta y ocho años al que muchos de mis colegas rechazan, pues sus coordenadas no parecen dignas de tanta brillantez lírica. Sin embargo, otros valoran su arrojo y desparpajo. A veces no hay que publicar magnas obras para ser inmortal, pues algunos ágrafos contienen en su cotidianidad verbos que muchos aspirantes nunca podrán oler por insuficiencia. Y es triste pensar que algunos valoren la amistad y al resto de seres humanos desde una perspectiva tan miserable, lo que quizá ocurra porque no conocen la Historia y sus entresijos.

El afecto entre narradores, poetas, dramaturgos y todo tipo de bichos dedicados a la literatura se remonta a la noche de los tiempos. Virgilio y Horacio hicieron buenas migas auspiciados por Mecenas, quien con su círculo propició una etapa de esplendor en el verso romano que tardó siglos en ser igualada o superada. Max Brod traicionó a su alma gemela Franz Kafka al salvar los manuscritos del autor de La metamorfosis de la quema deseada. Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway se bebieron París hasta que el marido de Zelda soltó su miríada de celos y el fracaso aterrizó en su existencia. El joven emblema de los años veinte quería asemejarse al loco por el que aún se celebran concursos de dobles con barba blanca y barriga. La imposibilidad de ser otro, lo que verifica que el doble siempre merodea con su radar, marcó la existencia de un ser predestinado al éxito que murió demasiado pronto.



La inquina de Schiller hacia Goethe debe contextualizarse para ser comprendida. A finales del siglo XVIII se produjo un punto de inflexión. Werther sacudió los cimientos de un universo caduco y tiñó Europa de un aire romántico que explotaría definitivamente tras el fin de las Guerras Napoleónicas. De repente, una generación lectora despertó de la mano de un romance epistolar con suicidio incluido que propulsó a su creador hacia unos confines de celebridad desconocidos hasta la fecha. El impacto de su novela fue inmenso. La imitación de las desventuras del protagonista y la textura de su amor revolucionaron un panorama anodino y sentaron de manera inconsciente las bases para un giro colosal de las mentalidades, del Antiguo Régimen a la Revolución Francesa, del sopor infinito a la esperanza de un hueco para el hombre desde el hombre.

Por aquel entonces, y nunca me cansaré de repetirlo, las distancias eran más largas y el silencio copaba mucho espacio. Schiller estallaba ante una bestia coronada. Lo hacía porque había arrojado la toalla. El laurel no recaería en su testa ni en la de otros contemporáneos talentosos. Goethe invadía la totalidad con la prestancia del elegido por los Dioses.

Lo que no contempló Schiller es que la inteligencia, algo de lo que deberíamos tomar nota, no es cuestión de un mero instante, sino de una trayectoria. El alud de magia literario- filosófica de Alemania en la encrucijada entre dos siglos merecía coronarse con uniones que dieran fuerza a la máquina en su marcha imparable hacia la modernidad.

Hace años, cuando estudiaba en la Universidad, me chocó la fuerza del primer manifiesto del idealismo alemán, con varias figuras de relumbrón que en sus inicios se aglutinaron para dar un inesperado empujón a su utopía romántica. Los Hegel, Schelling y Hölderlin eran hijos y sobrinos simbólicos de Goethe y Schiller, escalones previos hacia la construcción del templo, escalones que pese a la frase que encabeza este texto llegaron a ser buenos amigos desde una condición de igualdad que no implicaba, es importante remarcarlo, intimidad ni excesivas confidencias. Rüdiger Safranski lo explica con precisión quirúrgica en la obra que ha dedicado al asunto, editada recientemente en España por Tusquets.

Goethe amaba la naturaleza y gozaba con el viaje, caja de eterna expansión con la que podía descubrir un sinfín de aspectos del exterior, su patio de recreo. En cambio Schiller, por su precaria salud, residía más en interiores, volcando su esfuerzo en lo mental, lo que sin duda complicó su tarea por la mezcla de poesía, teatro y filosofía, amante a la que dijo renunciar para ser más certero en las demás disciplinas. Goethe era un príncipe sin corona en Weimar, donde no sólo ejercía su vocación cultural, sino que también debía ganarse su cuantioso pan con labores diplomáticas. Entre los dos monstruos chocaba un abismo personal y geográfico. Weimar y Jena. Acción versus reflexión. La edad influía, pero era mera anécdota, excusa barata para edificar la muralla de un miedo que se desvaneció en 1794, cuando el recelo quedó aparcado y ambos descorcharon la botella del compañerismo hasta 1805, cuando la muerte de Schiller interrumpió un intenso proceso de conversaciones, cartas y trabajo compartido que en su conjunto sintetizan el espíritu de su tiempo, dos caras de la misma moneda unidas en una colaboración que de lo colectivo viraba a lo individual, secretos que el papel privado escondía, correspondencia de colaboración, ayuda y virtuosismo a la búsqueda del alma gemela que ayudara a mejorar al otro.

Por eso no debe extrañarnos que en el otoño de su dilatada existencia Goethe quisiera conservar en su hogar el supuesto cráneo de su amigo. El fetichismo de tal hecho indica una orfandad por la desaparición del ente que propiciaba una amistad con matices metafísicos. No importaba la presencia, sino el hecho de saber que alguien sentía la misma necesidad de comunicar. Si fuéramos malos podríamos sentenciar que la conjunción de astros era un férreo control para averiguar inquietudes, táctica para crecer y no perder comba, como si Goethe y Schiller padecieran una notable inseguridad que atenuaban al conocer movimientos ajenos. Sus epístolas exhiben choques de titanes, discrepancias que solventaban con respeto. ¿No te gustan los Schlegel? ¿Odias al ateo Fichte? Tranquilo, para mi tiene más trascendencia mantenerte en mi fortaleza mental que desterrarte por chiquilladas.

Las pasiones en el siglo XVIII tenían otro calado. Cambian los nombres, las formas permanecen. El raciocinio, la ausencia de medios de comunicación con la agresividad actual y el calibrar la amistad con otros parámetros hicieron que dos divos supieran apartar lo superfluo y centrarse en lo básico y elemental. Quizá sin tanta niebla alrededor nosotros también seríamos capaces y los grupitos que se crean no tendrían ese regusto a impostura, a farsa programada porque toca. No hay que ir tan lejos ni pararse en la Germania. Jaime Gil de Biedma y Carlos Barral, por mencionar a dos miembros de tan ilustre generación barcelonesa, cultivaron su camaradería con intensidad, si bien su caso ya apunta a un hecho obvio que amplía el espectro y deriva en la formación de camarillas exclusivas con afán promocional. Que se lo digan al pobre Costafreda. Goethe y Schiller apoyaban y defenestraban a los recién llegados. Su opinión contaba, pero no se aliaron para subir a la cúspide, estaban en ella y consolidaron su posición.

Me gustará ver la cantidad de grupos que se mantienen después de la crisis, pues al fin y al cabo lo económico es la tapadera de una olla con ingredientes morales y éticos de mayor calado al determinar las dinámicas de lo que vendrá. De lo frívolo y neutro a un compromiso para con la seriedad. Literatura que no prescinda de tanta pose, literatura que respire por el contenido y su longevidad. Si los protagonistas de este humilde artículo han sobrevivido es porque siempre fueron ellos mismos, sin medias tintas. Cobijarse en la protección de un armazón no evita que reluzcan igualmente las carencias. El yo independiente hallará otros refugios menos públicos. Goethe me atizaría un buen sopapo porque emergió con Sturm und drang, un movimiento con ideas y el soporte de tener clara la senda a seguir. Ahí radica la diferencia. Ofrecer y proponer, saltar al ruedo y luego emprender la ruta en la soledad sin miedo que acoja a los semejantes para hilvanar un discurso que bañe en mares de coherencia, con la amistad situada en afinidades electivas honestas y desprovistas de tanta basura veloz y mercantilista.

jueves, 19 de enero de 2012

Nueva sección en Bcn Mes: Peligro de extinción


Catálogo sensorial de la extinción, por Jordi Corominas i Julián

Prometo no hablar de la foca monje. Tras más de año y medio paseando de la mano de Nil Bartolozzi por las calles de Babilonia hemos decidido continuar nuestra aventura desde otra perspectiva. Si antes retratábamos lo insólito externo yéndonos al otro barrio, ahora penetraremos en el interior de una serie de oficios que a duras penas sobreviven su agonía, sumergidos por el olvido colectivo y las alegres voces que pregonan a los cuatro vientos el advenimientos de nuevas profesiones, actividades que en muchos casos sólo permanecen en nuestra mente desde lo visual. Los otros sentidos no intervienen y alejan la revolución de la calle, situándola en una nube indefinida más práctica y menos humana que presume de información y vanguardia con la supina ignorancia de quien juzga el retrovisor como decoración.


El tacto pretérito reside en las lecherías, vestigio que siquiera contempla las lecheras dy hierro que transportábamos en nuestra infancia. Salíamos del negocio, invadíamos la nata con nuestro dedo y nos relamíamos de placer mientras cargábamos con tan preciado líquido. En Gracia la Calle Torrijos es la prueba fehaciente de la amenaza. Cerró hará cosa de dos primaveras y el terror por su óbito se simboliza en su vecino de enfrente: El atelier de la muerte negra, con sus faraones y calaveras, enciende el fuego de la venganza.

También podríamos relacionar con el tacto al gremio de los ebanistas. Palpas la madera, notas lo quirúrgico de su cometido y la maravilla acude sola. Sin embargo, si algo me encandila de su pericia es el olor a madera que impregna sus aposentos. Al aire libre las esquinas alientan otra reminiscencia olfativa más bien pueril mediante la castañera, recuerdo de una no tan remota época desvanecida que generaba canciones y una ilusión muy diferente a la de la monstruosa calabaza yankee.

El oído se alía con la vista. La escena es conocida. Tu habitación, la ventana y el lienzo urbano ocupando tu mirada. De repente, un sonido característico inunda el espacio. Son dos, tres segundos. Un grito desvela su identidad. Es afilador, quizá mi predilecto, con su bici o moto y su piedra que ya nadie quiere para sus cuchillos. Su inconfundible melodía preludiaba amaneceres y bullicios de mediodía. Era un barómetro del sol que en la imaginación siempre vislumbré de estatura inferior a la media, arrugas y una estética genuinamente franquista, y eso lo dice alguien nacido después de 1975. La aclaración es importante, pues al fin y al cabo el pobre afilador fue cuando le correspondió uno más del rebaño. Ahora es un figurante que hace cameos.


Su mera mención en una charla agita los ánimos. Pervive en la memoria común y las personas identifican sus rasgos esenciales. Hay uno en el Paralelo, al lado de mi agencia circula otro desde siempre, quizá si preguntas a un gallego sabrá decirte más. Aflora la información, apunto lo importante y me entra una gula atroz, de pan. Me apetecería algo artesanal, y no creo que las ocultas cadenas que nombran su chollo con nombres familiares me den lo que quiero. El centro, y un recorrido de dos días por locales modernistas en el Eixample, dan gusto a mi gusto. Hay pocas ofertas que alimenten el estómago con sabores engullidos por japoneses y lo exótico, pero aún hay esperanza para quienes opten por la tradición sin taylorismo. Y sí, la cuina casolana hace que nos chupemos los dedos. En la variedad reside el gusto, así lo dice el refrán, y por eso renegamos de la uniformidad a la que quieren someternos. Vale para hasta los puteros, que entre Sant Pau y Sant Ramón tienen una reserva de meretrices que ya no se estilan.

Queda, y es una constante, el matiz de la observación. En los últimos meses he detectado que el chatarrero ha reaparecido. Lo reconoceréis por sus furgonetas que anuncian a bombo y platillo de pésima destreza sus servicios. Números y letras cubren los laterales y los abnegados empleados de tan insigne personaje vacían todos los muebles y utensilios que dejamos el día de recogida. Sonreímos al ver el vehículo y la sorpresa se casa con la melancolía.

A lo largo del próximo año dedicaremos la sección a empaparnos de lo extinto, y no lo haremos desde casa. Visitaremos sus enclaves, hablaremos con los que perpetúan su llama e intentaremos averiguar cómo su resistencia traspasa las fronteras de la crisis e instaura en el color del presente ecos de blanco y negro.

Ilustración: Nil Bartolozzi

miércoles, 18 de enero de 2012

Podcast de la entrevista a Txus Garcia en el Laberint de Wonderland




Hoy en el Laberint hemos tenido el placer de contar con la presencia de Txus García, con quien hemos hablado de poesía y hasta de iglesias, catedrales y misas, todo siempre con los versos de por medio. Puedes escuchar el Podcast a partir del minuto 34 clickando aquí

martes, 17 de enero de 2012

Miércoles 18, Txus García en el Laberint de Wonderland (Rne4)





Una vez al mes el Laberint de Wonderland se cita con poetas. En enero es el turno de Txus García, que pasará por la sección para hablar, reír, recitar y lo que se tercie, aunque será menester hablar de su poemario Poesía para niñas bien y su frenética actividad al frente de la Cia human trash




Cada miércoles a partir de las 15h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo: Rne4


lunes, 16 de enero de 2012

TMB51 o las ilusiones perdidas en Bcn mes




TMB51 o las ilusiones perdidas, by Jordi Corominas i Julián

El artículo que empiezan estas palabras tiene una mínima parte personal y otra colectiva. Hace ya algunos años dediqué parte de un trimestre del doctorado en Historia de la Universitat Pompeu Fabra a investigar la huelga de tranvías barcelonesa de 1951. Por aquel entonces la ciudad se hallaba en la agonía de una larga e infame posguerra. El racionamiento seguía vigente, el mercado negro campaba a sus anchas y la producción textil vivía horas bajas. La ciudad se hallaba, así como toda España, en una ostracista encrucijada de miseria. De repente,la indignación, un verbo que no es de hoy pero que quizá deberíamos usar con más tino, golpeó de lleno con una noticia llegada de la capital del reino. Las tarifas madrileñas no sufrirían inflación, mientras que las de los tranvías condales aumentarían hasta la friolera de una peseta y cuarenta céntimos.


Fue el acabose. Barcelona tenía una larga tradición de huelgas contra ese sistema de locomoción. En 1901 el impacto de la reivindicación implicó que el dueño de la compañía gestora, el Marqués de la Foronda, decidiera contratar sólo a trabajadores de su pueblo para evitar futuros conatos que se repitieron hasta el estallido de la Guerra Civil. Después un oasis de supuesta paz truncó el activismo de la rosa de fuego, hasta que algunos, hartos de tanta servidumbre y de un pésimo servicio que sumaba muertes anuales, cristales rotos y primas por hacer más trayectos de lo normal, optaron por una iniciativa humilde que destapó la caja de Pandora.


Sin Twitter ni Facebook nuestros antepasados se movilizaron de manera ejemplar. Repartieron octavillas, se encendió la mecha, los papeles fueron copiándose y el murmullo hizo que la minoría se convirtiera en todo un pueblo dispuesto a secundar la acción de protesta pacífica, como si Gandhi guiara los pasos de nuestros antepasados. No se puede detener a nadie por no usar el transporte público. Se fijó la fecha del primero de marzo. Las jornadas previas hubo altercados en la Universidad que presagiaban lo peor. El régimen no estaba acostumbrado a rebeliones internas, y el movimiento ciudadano desbordó su brújula, perdida ante la inteligencia.


La huelga fue un éxito absoluto. A lo largo de una semana el 95% de los barceloneses fortalecieron las piernas y demostraron al mundo que era posible despertar de la pesadilla. La Vanguardia habló del hecho situándolo en una lejana localidad centroeuropea. El Gobernador Civil Baeza Alegría aprovechó la lluvia del domingo tres de marzo para ubicar al lado del Campo de Les Corts un dispositivo especial de tranvías. Ganó el Barça y el amante de la vedette Carmen del Lirio, eso decían los mentideros populares del período, perdió la partida. Se vendieron quinientos billetes, menos de un 1% de los quinientos mil que solían comprarse para poder llevar las actividades cotidianas a buen puerto. La huelga terminó con su porvenir político, y lo mismo acaeció con el alcalde Josep Maria Albert i Despujol. Dos semanas después sucedió lo imposible y la huelga pasó a ser general, con seguimiento en algunas regiones vascas. La prensa internacional se hizo eco de la novedad y Franco padeció su peor momento desde el odioso Cautivo y desarmado que concluyó su Golpe de Estado bélico.

Seis décadas después parece que Lampedusa siempre tuvo razón. Cambiar todo para que no cambie nada. No hay cartillas, pero sí recortes que afectan al bolsillo de los que poco o nada han hecho para pagar el pato. ¿Soluciones? Subir el precio del billete sencillo cincuenta y cinco céntimos hasta los dos euros. ¿Quieren más? La T-10, la más usada en el área metropolitano, ha aumentado su valor hasta alcanzar los nueve euros y veinticinco céntimos. El salario mínimo interprofesional asciende a 641 Euros. Tenemos el transporte público más caro de Europa. El aumento del abono es un atentado terrorista de primera magnitud, una calamidad para el bolsillo y una clamorosa falta de respeto que quedará impune.


Ese, y no otro, fue el motivo que me impulsó a escribir un llamamiento desde mi blog el pasado tres de enero. Me hervía la sangre y parí un lema que consideré oportuno: si ellos pudieron, nosotros también. Por suerte, otros pensaban lo mismo, y un grupo de ciudadanos formaron la plataforma TMB51 con la voluntad de incitar a la ciudadanía a imitar la gesta de nuestros abuelos. Convocaron la movilización para el diez de enero. Lo juzgué precipitado y aún sigo pensando que lo mejor hubiera sido preparar el ardid con tiempo y unir fuerzas el primero de marzo para dar la razón a Karl Marx y los designios de la musa Clío.

Aún así las redes sociales se hicieron eco de la propuesta. La duda era la motivación y el cinismo que ha engullido la ilusión. Podemos creer que sí, que hemos revolucionado el cotarro. Nos equivocamos. Está muy bien quejarse por internet, pero de poco sirve porque aún existe un gran porcentaje de personas que dependen de los medios de comunicación tradicionales, que por lo demás se venden a la voz de su amo y desde el 15M se han dedicado a minimizar el impacto de las revueltas, que sin duda pueden y deben ir a más. TMB51 hizo bien su trabajo. En su página web prepararon octavillas para imprimir y distribuir. Lo simple implica vagancia, y nuestra sociedad nos ha educado a caer en el mínimo esfuerzo y a valorar la velocidad, lo instantáneo. Y bien, a veces funciona, sólo a veces. Para ser eficaces la planificación y estar implicados es básico, y el entusiasmo de un tweet no aglutina. No somos Egipto por muy capaces que seamos de captar el engaño y la impostura de los que mandan. La huelga de 2011 triunfó en intención y naufragó en seguimiento, probablemente como consecuencia de la esquizofrenia entre el papel y la red, dos plataformas opuestas en postulados, ideología e intereses.

Las no muy fiables fuentes oficiales hablaron de un incremento en la venta de billetes el diez de enero. No lo creo. Los chicos de TMB51 no tienen ninguna vara de medir para calibrar la victoria de su iniciativa. Han convocado otra huelga para el martes 17, y quizá así si consigan algo, pues la constancia aumentará la fuerza, o eso espero, aunque también cabe alabar propuestas como la de dos ingenieros de la UPC, quienes insertando publicidad en las tarjetas rebajan su precio hasta la mitad de la escalofriante cifra que tantos sudores fríos genera. Promobilletes puede ser una vía de escape temporal, pues sin la unión del enjambre seguirán absorbiendo la miel hasta dejarnos secos, casi extintos, con una mano delante y otra detrás.

Otras alternativas son más rupestres y más acorde con la frivolidad de tanta modernez de pacotilla. Desde hace algunas semanas circula por la red la tarjeta T- Cuelas. Sí, es gracioso, y son muchos los que apoyan la idea de viajar de gratis, hasta ha surgido Memetro, asociación que pretende hilvanar una plataforma para pagar las multas y hasta ha engendrado una aplicación para saber zonas con más flujo de revisores. Los de Memetro son maravillosos y fiables: sigo esperando sus respuestas razonadas. Colarse será muy punk, pero no es la solución. Es hacerle el juego a los políticos, siempre con la boca rauda para llenarla de sus típico vocablos: incivismo, gamberrismo y escasa solidaridad. Lo mejor es sacudirse el sopor, aceptar que tu ego tan maravilloso es otra partícula más del rebaño servil, rebelarte y actuar. De otro modo te acordarás de Sísifo toda la vida sin llegar siquiera a la cima de la montaña.

jueves, 12 de enero de 2012

Trifulca a la vista de Nancy Mitford en Revista de Letras




Recuperar clásicos con inteligencia: “Trifulca a la vista”, de Nancy Mitford
Por Jordi Corominas i Julián | Portada | 9.01.12



Trifulca a la vista. Nancy Mitford
Introducción de Charlotte Mosley
Traducción de Patricia Antón
Libros del Asteroide (Barcelona, 2011)




Una de las críticas más lógicas y consistentes en relación al boom de las editoriales independientes es que priorizan una labor arqueológica consistente en rescatar clásicos olvidados y olvidan la promoción de autores nacionales que claman por una oportunidad en un desierto muy poblado. Sin embargo, cuando un sello publica obras que trascienden un mero valor textual y advierten de problemáticas históricas la cosa cambia y la recuperación adquiere pleno sentido.

Es el caso de Trifulca a la vista de Nancy Mittford, editada por Libros del Asteroide. La historia del volumen esconde conflictos familiares y uno de los episodios políticos más ignorados del camino europeo hacia la barbarie de los años treinta, tan peligrosos e idóneos para advertir de peligros que todos corremos hoy en día si la crisis toma derroteros poco deseables desde el radicalismo.

Reza el tópico que Inglaterra es un oasis democrático imposible de hundir, una mina de oro que encarna válidos valores inquebrantables. Pese a ello, un pequeño grupúsculo de la otrora Pérfida Albión sucumbió a los encantos de Adolf Hitler y su pomposo Tercer Reich. Oswald Mosley fundó la Unión Británica de Fascistas en 1932. Por suerte, el parlamento prohibió todo acto paramilitar en 1937 y los cincuenta mil afiliados del movimiento devinieron marginados en una escena que ya se preparaba para la llamada de las armas.

¿Cómo afecta todo esto a la intrahistoria de Trifulca a la vista? Dos de sus hermanas visitaron Núremberg, asistieron a una concentración nazi y se unieron a la causa. Diana, casada con un Guinness, se divorció de su marido para esposar al líder fascista. Unity, en perpetua contradicción entre su nacionalidad y su ideología, se mudó a Múnich en 1934 para aprender alemán, e intentó suicidarse en 1939, falleciendo en 1948. Ambas hermanas tuvieron un papel decisivo en la postura de Nancy de no reeditar su novela tras la Segunda Guerra Mundial, lo que conllevó que un libro publicado en 1935 sólo viera la luz durante siete décadas en una edición norteamericana de bolsillo de 1976.

La opción fue personal. Si quieren saber más les recomiendo la lectura de la introducción de Charlotte Mosley, clara y precisa en todos sus elementos y explicaciones. Yendo a la novela cabe decir que quien conozca un poco la constante trayectoria de Nancy Mitford no se sorprenderá en exceso con esta wodehousiana comedia de enredos ambientada en la campiña británica en la que confluyen delirios, compromisos, juegos de identidades, provincianismo, engaños y la típica serie de ingredientes de este tipo de composiciones.



Noel Foster es un joven que recibe un golpe inesperado de la diosa fortuna en forma de herencia. Los centenares de esterlinas merecen la oportunidad de un matrimonio que incremente su patrimonio por lo que contacta con su viejo amigo Jasper Aspect, un crápula de la mejor calaña, para pedir consejo, lo que conllevará un viaje al pueblo de Chalford, donde reside Eugenia Malmains, una adolescente que confunde su noble ascendente con el órdago de montar una revolución con tufo nacionalsocialista con sus escasos camisas tricolores, causa a la que se unirán los diversos personajes de la trama por inercia y abulia, como si los dones del villorrio se limitaran a esas diversiones que en realidad se expanden hacia otros senderos. En la posada hay dos chicas de buena familia con las que tontear, y cuando avance la narración aparecerá la belleza local, que casualmente es amiga del grupo vanguardista del lugar, desternillante parodia de Bloombsury que la autora usa indirectamente para reivindicar una literatura de entretenimiento que aúne calidad y risas por doquier.

Noel y Jasper lucharán por captar la atención de Eugenia, pero en su camino se cruzarán piedrecitas que desviarán su atención y proporcionarán los sobresaltos característicos de este tipo de narración, donde el orden de los factores sí altera el producto, pues la velocidad de las metamorfosis y lo inesperado de las mismas propiciará desconcierto a raudales. Las diferentes partes del conjunto irán hilvanándose hasta crear un tablero de relaciones donde los equívocos, las trampas y el secretismo conduzcan a intimidades, promesas e intenciones que estallarán y confluirán en el gran evento, una obra de teatro en el jardín de la mansión que Eugenia intentará aprovechar para ganar adeptos para su alienado sueño, insignificante para Noel, Jasper, Lady Marjorie, Poppy, Wilkins y la señorita Lace, absolutamente entregados a otros quehaceres más románticos o cínicos, todo depende del cristal con que se miren sus procederes.

Entre todos los roles que transitan por Trifulca a la vista cabe destacar la magnífica coherencia de Jasper Aspect. Donde empino el codo, allí me acomodo es su lema, y lo lleva hasta las últimas consecuencias. Su ilustre linaje desentona con su cochambrosa pobreza, no así con su clase y elegancia para pegar sablazos, embaucar y llevar la voz cantante en las múltiples conspiraciones que empapan el aire de Chalford. Su prestación es maravillosa y contrasta con la ingenuidad rural de Eugenia Malmains, obviamente inspirada en los ideales de las hermanas de la autora y por lo tanto ridiculizada hasta los topes para criticar su devota afición a banderas y totalitarismos. Dicen que con humor las cosas entran mejor. También suelen hacer más daño. La seriedad abruma y aburre, máxime cuando se insertan en el texto nociones ideológicas. Nancy Mitford lo sabía y no renunció a su inconfundible estilo. El resultado es notable, pero tuvo un amargo desenlace por el rumbo de los acontecimientos y las implicaciones familiares que contenía su manuscrito que en 2012 mantiene su vigencia desde la denuncia formulada con inteligencia y la diversión de todas y cada una de sus palabras.

miércoles, 11 de enero de 2012

Podcast del Laberint dedicado a pintores escritores




Hoy hemos retomado la senda del Laberint después de vacaciones, y la verdad que ha sido un retorno muy entretenido, y gran parte de culpa han tenido nuestros protagonistas de hoy, cuatro pintores escritores de excepción: Michelangelo Buonarroti, William Blake, Jean Cocteau y Santiago Rusiñol. Puedes escuchar el podcast a partir del minuto 32 clickando aquí

martes, 10 de enero de 2012

Miércoles 11, Pintores escritores en el Laberint de Wonderland (RNE4)



El Laberint de Wonderland retoma el pulso tras las vacaciones navideñas con un programa bien especial. Este miércoles hablaremos de pintores escritores, y el elenco, que de tener tiempo sería casi eterno, es de los que causan impresión.


1.- Michelangelo Buonarroti

2.- William Blake

3.- Jean Cocteau

4.- Santiago Rusiñol






Cada miércoles a partir de las 15h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo: Rne4

lunes, 9 de enero de 2012

Enero en Panfleto Calidoscopio




Como en un calidoscopio te ofrecemos pequeñas cuentas que satisfagan o piquen tu curiosidad. Sobre cualquier tema en miscelánea, o bien sobre música, cine y literatura.

Sin el apremio de la modernidad y la vanguardia, con la tranquilidad de quien revisa lo pasado. Visiones calidoscópicas de nuestra cultura, eso es lo que pretendemos mostrar.

sumario enero [nº49/2012]




La mujer que parte la luz
Por María Zaragoza



Goethe/Schiller: Una amistad y el reflejo
Por Jordi Corominas i Julián





Juan Mal-Herido
Por Miguel Baquero



La casa, un intento de lectura todavía por agotar
Por Anna María Iglesia





Diez ingleses
Por Jordi Corominas i Julián



Apuntes de espera
Por Álex Chico





Biblioteca Brautigan
Por Juan Jener



Vida y (auto)ficción de una amapola
Por Lola Fernández





Rock & Roll, Saetas y Betis: Silvio
Por Salvador J. Tamayo



Balbucear es hablar márgenes
Por Lola N. Alarcón





El mal latente
Por Daniel Jándula



Espacio inventado
Poemas de Santiago Tena

sábado, 7 de enero de 2012

Muchos cambios en Loopoesía 2012




Tras tres años de colaboración con varias personas, Neill Higgins y Laura Fillola en sendas etapas del proyecto, en 2012 Loopoesía será enteramente coordinada, ideada y ejecutada por su fundador, es decir, yo mismo.

Por ello quizá, porque supone un reto bestial, estoy muy entusiasmado con el rumbo que el show tomará en esta nueva etapa, donde se renueva, como sucede cada 365 días, por completo. En estos momentos voy creando el poemario, y a partir de los versos hilvanaré música, audiovisuales y objetos+movimientos en el escenario. Promete ser algo muy diferente, y me alegra anunciaros que ya tengo tres fechas en locales que valen su peso en oro.

Lunes 13 de Febrero, Teatre Llantiol, Barcelona

Viernes 24 de febrero, Fnac La Castellana, Madrid

Viernes 9 de marzo, cumpleaños loopoético con más grupos en Inusual Project

La intención de este año es hacer menos shows, realizarlos en lugares de calidad y viajar más para presentar Loopoesía por las Hispanias.


Loopoesía es amor.


viernes, 6 de enero de 2012

Diálogo con Cristina Fallarás en Revista de Letras





Cristina Fallarás: “Terminaremos devorándonos como perros”
Por Jordi Corominas i Julián | Portada | 5.01.12




Es miércoles por la tarde. Por la mañana terminé la lectura de Últimos días en el Puesto del Este (DVD Ediciones) de Cristina Fallarás, obra con la que ganó el premio de novela corta Ciudad de Barbastro en 2011. El libro nos transporta a una agonía personal y colectiva que va introduciéndose en el cuerpo del lector a medida que pasan las páginas y el campamento va vaciándose de lo elemental para la supervivencia. La crítica, siempre más rápida que quien escribe, habló de cambio radical y otras cosas que quise comprobar en la charla que mantuvimos en una terraza del centro de Barcelona. Sólo nos interrumpió la ausencia de mecheros y la necesidad de levantarnos para saciar nuestro vicio compartido. Les dejo con lo conservado en la grabadora, un toma y daca de media hora con más reflexiones que preguntas.

Antes de leer el libro pensé que la crítica me estaba vendiendo una historia de amor, pero al terminarlo pensé que poco había de eso. ¿Qué piensas de ello?

Me sorprende mucho que la gente interprete siempre que es una historia de amor. Quizá porque hice la broma que tras escribir novela negra pretendía escribir una historia de amor y me salió esto. Quiero creer que lo es, pero pese a haber sexo y una cierta identidad ante el amante no es una historia de amor, sino más bien una terrible novela de desamparo.

También se decía que Últimos días en el puesto del Este significa un cambio radical en relación a tu trayectoria anterior. ¿Opinas que el cambio es tan fuerte?

En absoluto. Considero que el lenguaje está un poquito más poetizado, pero porque así lo exigía el formato. Creo que el tipo de narración se asemeja a mi novela Así murió el poeta Guadalupe. Si en Guadalupe una mujer narraba desde un manicomio aquí la protagonista también lo hace desde un encierro, está sitiada. En ambos casos hablan del desengaño, de la soledad radical y de la manera de definirse contra lo normal, contra lo mezquino y lo sucio. En ese sentido son parecidas, lo que pasa es que en medio están Las niñas perdidas, que era más urbana y gamberra en el lenguaje.

Aquí lo del lenguaje cuidado se nota mucho. Además mientras leía encontraba varias interpretaciones, pero sobre todo notaba una atmósfera años treinta, con una decadencia que flota en el ambiente e impregna el texto.

Jugué con eso, con una idea de futuro muy cercano a la decadencia del principio del siglo XX. Por eso se menciona el Dorchester, las arañas y otras. Si te fijas, en un momento dado de la novela ella dice que era una hacker de lujo, pero sin esa referencia no tendríamos claro el contexto.

Podría ser una novela perfectamente intemporal.

Por supuesto. Es la intemperie de cuando ganan los malos, y no importa el momento histórico.

¿Cuándo escribiste la novela?

En septiembre de 2010 terminé Las niñas perdidas. En octubre tenía una situación económica muy precaria. Presenté la novela a un premio, pero en caso de no ganarlo las iba a pasar canutas, por lo que busqué otro premio, vi el de Barbastro y pensé en escribir una novela corta. Me senté a escribirla desengrasando lo urbano de Las niñas perdidas y sobre todo de manera que me permitiera volar un poco en otro ambiente.

Supongo que también sirvió para hacer terapia más allá de la necesidad económica.

Terapia absoluta. La novela empieza con un mensaje que colgué en Facebook. El arranque, arrecia el frío y aquí en el Puesto del Este empiezan a escasear las vituallas, todo ese primer párrafo entero surgió un día en que me levanté en casa y me di cuenta que a duras penas tenía para darles de comer a mis hijos. No podía sobrevivir de ninguna manera, que estaba sitiada por mi situación económica y por todo el resto. No podía decir eso en público, pero tenía necesidad de expresarlo de alguna forma y lanzarlo fuera. Y entonces lo colgué. Y noté que funcionaba, que estaba bien. Y desde ese instante me encerré trece días febriles y escribí la novela.

A veces me daba la sensación que la situación descrita en la novela es fiel reflejo de los grandes problemas de hoy en día. Los sitiados somos nosotros y por eso el enemigo es invisible.

No sabemos quién es el enemigo. Lo llamo los bárbaros para contraponerlo a la belleza. Pero por eso no los describo. ¿Quién sabe lo que tenemos fuera? ¿Quién sabe que caníbales nos devorarán? Buscaba ese encasillamiento.

Por el contexto me hizo pensar mucho en El desierto de los tártaros de Dino Buzzati, con la espera del enemigo que nunca llega…

Nunca llega, pero se sabe de su existencia. Es la sensación de oír las uñas de los perros fuera. ¿Qué hay fuera? No lo sé, pero sí sé que no me gusta. Y sé que me siento amenazada.

Además el mismo formato de novela corta propicia poder jugar más con los símbolos, hacerlos más certeros.

Es un juego precioso, porque no había escrito novelas cortas de manera voluntaria, y me obligó a construir los párrafos, ya no las escenas. La estructura ya no era sólo la novela, sino que debía aprovechar cada párrafo al máximo.

La estructura es muy marcada, y no me refiero sólo a la división en jornadas.


Está estructurada como una canción. Salta del presente, vuelve al pasado…es como un mantra. Estribillo, estrofa, estribillo. Quería darle un ritmo musical.

Se lee muy rápido. La misma estructura crea velocidad.

Quizá porque al finalizar cada jornada se intuye el paso hacia el abismo y eso provoca deseo de seguir para ver cómo termina.

Se intuye una tragedia, ella misma habla mucho de desamparo, pero también cuesta, sobre todo al principio, situar bien a los personajes, sobre todo con el amante.

Al principio lo contemplé más como una idea que luego fue tomando carne. Si te fijas a mitad de la novela empieza a surgir una vida sexual que no existía al principio, algo complicado porque además nos cuesta escribir sexual.

Nos cuesta a muchos.


Y decidí vivirlo. Me puse en éxtasis casi orgásmico y describir lo que sentía. De ahí la narración poética y a golpes de lo sexual. Pero claro, es entonces cuando el amante empieza a tomar carne, hasta ese momento es una idea a la que una mujer se aferra porque está en una situación brutal. El amor, la belleza y la memoria como asidero frente a los bárbaros.

Porque además, por la situación anterior de ella intuyes que tenía un bienestar que muchos desearíamos. Pero es un bienestar totalmente falso.

Todo es falso. Si te fijas, y ella lo deja claro desde el principio, ella construye el engaño del amante para agarrarse a él. El gran engaño de aquello que construimos que necesitamos. La belleza, la distancia, el enemigo y el amor. Y cómo una mujer sola en circunstancias extremas construye el amor, el calor, la distancia y la identidad frente a los otros que están con ella. Y la belleza del pequeño mundo al que se acaba agarrando, que al principio son cosas y luego trozos de las mismas, y en esos trozos de cosas hace su monumento votivo.

Y lo construye en el campamento.

¿A qué tenemos nos agarramos en la intemperie? No tiene ni cubiertos y cada vez tiene menos. Ella alimenta su identidad. Se toca, se siente, se masturba y alimenta siempre más la idea del amor y el calor y la belleza, con sus cuatro cosas y sus dos hijos. Y con esos elementos sobrevive hasta llegar al punto del final de la novela.

Por lo que dices es casi como quien dice un viaje mental de la protagonista.

Podría ser.

Son sus meditaciones las que crean las cosas.

Todo te lo cuenta ella. Esto es igual que en el poeta Guadalupe. Ella es una voz única. Nada sabemos que no nos cuente.

Y eso genera impostura.


Puede haber de todo. Hay construcción desde la mente de la protagonista, y sólo hay una. Hasta cuando surgen otros personajes es ella quien narra los hechos.

La niña es la pequeña, no tiene nombre.

No tiene nombre porque ya nada importa.

El chico sí.

Porque pertenece al momento en que las cosas se nombraban, y la niña, que es muy pequeña, pertenece al momento en que todo se ha derrumbado y las cosas empiezan a no tener nombre. De hecho su marido pasa de ser José a El Capitán.

Volvemos a trasladar la acción, si queremos, a nuestro tiempo, donde todo es muy indefinido porque está mutando y aún debemos definir el nuevo léxico.

La pequeña es la idea de la pequeña y El Capitán es la idea de protección que ha perdido. Llámala Capitán, marido o Manolo. Era aquel otro, el compañero que llegado en el momento de los bárbaros se convierte en nada. La novela empieza con que El Capitán se fue. Y de los niños, comparte vínculos y recuerdos. Se llama León, pero como con la pequeña no comparte nada no tiene nombre.

Al partir El Capitán surge una contradicción de su figura. Cuando se llama José es el adalid resistente, revolucionario, pero luego abandona de repente la nave de los que son normales. Sorprende. Y la normalidad queda huérfana de liderazgo.

No sabes en ningún momento el porqué del abandono. Forma parte del último paso de desamparo. Al final de todo recupero El Capitán y cada uno puede aventurar una explicación de aquello.






Tiene algo de zombie…

Sí lo tiene sí. De muerto.

Lo imaginas en un pueblo de mala muerte, con la gente medio cristianizada.

Abandonados a una religión. Entre el credo y lo militar, que viene a ser lo mismo.

Después del caos viene el orden, o eso dicen. Aquí casi ya hablamos de lo que viene después de la novela.

Lo que viene detrás o lo que hay fuera.

Sí, porque es un universo concentradísimo.

No sabemos lo que hay fuera. Sabemos que hay religión, porque ella habla de las oraciones del enemigo. Ahora, que se supone que entramos en la parte más espiral del caos, cuando los gobiernos no son políticos, la economía no la rige nadie, ya no existen ideologías y ni siquiera ideas sin que importe lo social… El siguiente paso es que nos convenzan de que necesitamos el orden absoluto, así como en Italia les han convencido que no necesitan un gobierno político. ¿Quién lo ha elegido?

Los mercados…

¿Qué son los mercados? La nada, es El Capitán o la pequeña. De repente todo empieza a perder la consistencia que tenía hasta ahora. No me vale que digas los mercados. ¿Qué son los mercados? ¿Quién ha puesto a Monti en Italia? El editorial de hoy de El País habla de soluciones.


Y que lo diga El País… Es curioso porque al final de la Antigüedad las ciudades empezaron a replegarse. Surgieron murallas y la gente empezó a recogerse mentalmente y ese estado propició el cristianismo. Finalmente los emperadores por decreto impusieron un nuevo orden.


Un orden que siempre consiste en una simplificación de las cosas. Esa sensación es la que intento narrar en la novela. Fuera hay algo que ya no sabemos qué es y tiene sitiada a la protagonista. De ahí su obsesión por no mezclarse con quienes la acompañan. Quiere seguir siendo la que era. ¿Qué era? Nada, una construcción posterior.

Como el amante.

La construcción de lo que cree que hubo.

Nada positivo.

Más bien negativo. Empieza a darse cuenta de cómo aquello a lo que se agarra no es más que una construcción de aquello que necesita tener para sobrevivir al ataque.

Ella muestra, porque la novela lo necesitaba por su estructura, una resignación salvaje.

Sabe que está vencida. Ella estaba al lado de los que luchan. Ganan las evidencias. Cualquier teoría que aventures sobre lo que pasa no es nada ante la evidencia de no tener carne en la nevera. Da igual la revolución.

Se impone la resignación.

Se mete para adentro y se ofrece. Y se acabó.

No deja que la saqueen, la saquean.

La saquean y observa cómo lo hacen. Además la saquean los suyos. Ella pensaba que al principio eran los bárbaros quienes iban a matarlos, pero no, ellos permiten esa muerte. Terminaremos devorándonos como perros. Somos muy pobres, y no de dinero, de todo.

Crisis más que económicas.

La nada deviene mundo. Empezó siendo crisis económico y ha terminado siendo la destrucción de un modelo de Estado basado en lo social. Se destruye la estructura de vida. La ciudad es otra cosa.

La privatización del espacio público, las plazas privadas.

¡La pista de hielo de Plaza Cataluña! Ir a una plaza en día festivo y no poder entrar porque no ha llegado el guardia. Impedir el acceso a sitios públicos a la ciudadanía, es increíble.

Y esto encaja con el tema de que la protagonista esté clausurada al aire libre.

Están sitiados. Nadie les atacará porque no hace falta. Consiste en que te den los medios para que tu solo te destruyas. Van cercándonos de manera que acabaremos nosotros mismos destruyendo aquello en lo que se basaba nuestra convivencia.

¿Es más útil hablar de todo esto mediante una novela o un ensayo?

No hablo de estas cosas en la novela, simplemente están. Me cansa buscar datos, me aburre. Tengo formación católica, por lo que creo en las parábolas. Mi educación simbólica hace que prefiera construir un artefacto paralelo donde exponer de otra manera lo que sienta y lo que veo. Por lo demás estoy muy cansada de escribir artículos de opinión y me parece que no tienen gracia, mucho menos desde la aparición de las redes sociales. Los medios de comunicación tradicionales no permiten tanta osadía. Es muy difícil el encaje con el sistema informativo, al igual que el mismo sistema informativo tiene difícil encaje por las redes sociales. Está más vigilado.

Y quizá este tiempo propicie que la literatura recupere una de sus funciones primordiales.

Una de ellas. Me encanta la literatura de entretenimiento, pero hay otro juego literario, el de ser espejo deformado de la realidad que uno vive. No hago eso voluntariamente, pero no puedo pararlo.

Al pensar tu tiempo es inevitable que se meta en tu prosa.

Imprescindible. No puedo pararlo. Escribo novela negra y me sale el reflejo de una Barcelona vergonzosa. Escribo una novela sobre los setenta y me sale la Operación Cóndor. No es una reivindicación de esa literatura. Me sale y punto.


En comparación con lo que teníamos antes sí percibo que una serie de escritores, no unidos grupalmente, se están planteando todas estas cuestiones de manera indirecta en sus obras.


No hemos vivido un tiempo de alarma como el de ahora. No es comparable a ninguna situación histórica previa. Hay sensación de urgencia, y muchos creadores, no sólo desde la escritura, se están haciendo intervenciones sociales, y quizá por eso no me siento con ganas de escribir una historia de amor.

jueves, 5 de enero de 2012

Les tisores i les pors en la Revista Bagant






Les tisores i les pors, Jordi Corominas i Julián

De cop i volta moltes persones han decidit espantar-se amb la més que previsible victòria electoral per majoria absoluta del Partit Popular. Amb l’inepte Mariano Rajoy, l’home que menys ha fet per a convertir-se en president del govern, sembla que s’enceti una era d’horror i desconsol on les retallades ens deixaran sense pa ni pantalons.
Naturalment un triomf de la dreta condueix al record d’un malson, però per una vegada hem de mirar molt més enllà i concloure que la situació de pànic actual és una herència, no una bomba que acaba d’explotar del no res. Ni molt menys. El més greu és comprovar que Catalunya, per qüestions de calendari, ha sigut com qui diu el camp de proves d’una operació quirúrgica destinada a malmetre i enfonsar l’Estat del Benestar i una sèrie de drets ciutadans certament vitals.

Avui he visitat a una bona amiga que passà fa ben poc uns mesos a l’Hospital. Em comentava tot rient que ara al menú ja no hi ha ampolles d’aigua, que per beure les pastilles cal anar amb el got al lavabo. No sé si això passa a gran part dels centres sanitaris del país. El que em preocupa és que aquest detall exhibeix minúscules partícules d’una desfeta que ens afecta de ple. Si anem sumant peces veurem com la dimensió del problema és enorme, i no crec que es resolgui, malgrat siguin festes i s’hagi d’engalanar el carrer amb llums nadalenques, amb la pèrdua d’identitat i poca traça de despesa pública que significa muntar una pista de gel a la Plaça de Catalunya de Barcelona.

Amb set cents mil Euros es poden fer moltes coses per a la comunitat. Insisteixo. La calculadora sap molt de números. Si acumulem les xifres de tonteries supèrflues pagades amb diner públic entendríem sense ser genis que les mesures contra la crisi, les que patim i les que patirem, són una cínica forma de mantenir un estatus per part de la classe dirigent. A qui beneficia esquinçar prioritats mèdiques i educatives? Es contempla dins de l’acció política una ètica? Creuen realment en un ordre amb ciutadans i sense súbdits? Potser l’essència de tot l’assumpte amaga pudors massa fortes. Potser no. Segur.

martes, 3 de enero de 2012

Ante el tarifazo del transporte público de Barcelona: El ejemplo de 1951


Este post es un poco diferente a los que suelen llenar el blog, pero creo que no está de más proponer ideas lógicas ante las burradas que nos imponen desde arriba, como si nosotros fuéramos los absolutos culpables de la crisis.

El Ayuntamiento de Barcelona ha subido las tarifas del transporte público. El billete sencillo pasa de 1,45 a 2 euros, la T-10, usada por gran parte de los usuarios, sube un euro hasta alcanzar los 9,25.

Por eso no está de más recordar el ejemplo de nuestros abuelos. En 1951 la ciudad sufría condiciones paupérrimas. La larga posguerra limitaba las horas de iluminación artificial y el racionamiento seguía vigente. La puntilla fue aumentar las tarifas del tranvía hasta unos topes humillantes, porque el aumento se aplicó para Barcelona, que desde ese instante, o eso suponían los mandamases, pagaría mucho más que Madrid.

Era una época sin internet, pero aún así la gente usó métodos de toda la vida. De repente, empezaron a circular octavillas incitando a no coger el transporte público e IR ANDANDO AL TRABAJO. La Universidad se alborotó. La huelga pacífica se fijó para el primero de marzo y duró varios días con un éxito rotundo. La siguieron más del 95% de los usuarios, e incluso en domingo, jornada lluviosa y con partido del Barça de por medio, tuvo más trascendencia. De los quinientos mil billetes diarios se vendieron quinientos.

Nos quejamos mucho, sí, y es justo que así sea. ¿Por qué no nos sacudimos el sopor y emulamos a nuestros antepasados? Todo es despertarse antes y pasear para llegar a nuestras obligaciones. Mi mensaje es una idea que espero sea secundada y cree una cadena, pues entre todos tenemos la capacidad de frenar la barbaridad económica a la que nos somete el Ayuntamiento. Caminar, ahorrarse el billete y seguir con nuestras normales actividades. Si nos colamos les damos razones para meter más mierda contra el ciudadano.

NO COJAS EL METRO, CAMINA Y SIGUE CON LA NORMALIDAD.


Pero para que la idea sea válida merece una fecha de inicio.


El gesto de 1951 tuvo consecuencias políticas. Dimitió el alcalde y dos semanas después una Huelga General, la primera del franquismo, sacudió los cimientos de la ciudad. Si ellos pudieron nosotros también.

O eso espero

Los héroes de 1951 consiguieron su objetivo. Las tarifas volvieron a su precio anterior.

domingo, 1 de enero de 2012

Opium de Jean Cocteau en Literaturas





Opium de Jean Cocteau, por Jordi Corominas i Julián



Opium de Jean Cocteau me ha acompañado en varios viajes, como si nuestra relación no pudiera cerrarse en una sola lectura. En Barcelona lo devoré en todos los espacios imaginables de mi casa, y hasta lo llevé conmigo de paseo. En Madrid fue avistado por un camarero que lo confundió con una novela de Jesús Ferrero. En la montaña me dio el placer exquisito del silencio, pero si debo recordar un único instante de las horas transcurridas en su gratísima compañía quizá me decante por el trayecto de mi casa a un avión. Aún bajo los efectos de la marihuana las páginas del poeta francés se llenaban de una música que en mi cabeza creía recordar melodías de Un chien andalou y fragmentos del Testamento de Orfeo, película que me impactó sobremanera a la edad de veinte años.

Creo que para paladear con precisión Opium es necesario haber catado una droga similar de manera pensada, calibrando el hecho desde la premisa de ignorar las habladurías sociales y las diabólicas advertencias de la tradición. Disfrutándola, dándole utilidad y no un mero ocio del opio. Cocteau se enganchó y se desenganchó desde que perdió en 1923 a Raymond Radiguet. A principios de la década pasada el Centro Pompidou de París montó una exposición dedicada al poliédrico artista galo. Algunas imágenes lo mostraban tumbado con falsos ojos mientras consumía su querido vicio. Las fotografías indicaban delirio y ensimismamiento compartidos con un tiempo congelado, un estatismo en forma de trampantojo, porque en realidad el genio se hallaba en pleno éxtasis creativo en un universo paralelo poblado de fantasía, originalidad, razón y lirismo.
Los muros del sanatorio de Saint-Cloud fueron el silencioso escenario de una obra que podríamos calificar con mil clichés sin que ninguno resultara convincente. ¿Diarios? Sí, por su naturaleza lo son, fueron concebidos con la intención de narrar el período de desintoxicación y la miríada de sensaciones que el cuerpo producía. ¿Aforismos? Sin duda, y ello nos transporta a la magia del verso en prosa, a los vocablos flotando en el papel con su desorden ordenado y el caos, idas y venidas que tratan sobre mil temas que, entrelazados, crean el todo con la ventaja de dejarnos respirar.

Otra opción nada desdeñable es abrazar el manuscrito por su arte poética, válida tanto por su interés historiográfico como por su rabioso presente, con la pureza revolucionaria de quince días, la anormalidad del bardo o el deseo de escuchar las guitarras de los cuadros de Picasso. En otras partes notamos contradicciones. El alegato para que cese la frivolidad y la conjugación de las artes aturde al venir del hombre que contribuyó de forma decisiva a perfilar la mítica Parade junto a Diaghilev, Satie y Picasso. El pequeño chirrido de la reflexión puede deberse a una oscilación en el estado de ánimo del distinguido paciente, quien más adelante rectifica y aboga por elegir poemas operísticos por su capacidad de aguantar junto a una trompeta, un saxofón y tambores negros.

No recomendamos a nadie una fotografía de su voz, ni siquiera permitimos a las cajas de bombones saltarse su turno. Es raro el libro en que imaginemos a su padre mientras lo trae al mundo. Con Opium no resulta complicado trasladarse a la habitación donde penaba Cocteau y sudaba la resistencia de los secretos del opio agarrándose a su carne, reacios al abandono. Es sencillo aterrizar en su cuarto y fascinarse en la ambivalente agonía que nubla el aire. Los dibujos del volumen exhiben el dolor exquisito que media entre el ingreso a la clínica y la despedida de los galenos. El rostro padece y los tratamientos son insensatas torturas, condenas para desistir. Sin embargo, las atenciones recibidas son una insuficiente colección de recetas, porque el enfermo plasma en sus anotaciones que ninguna receta será capaz de frenar su convicción de las virtudes opiáceas.

Además, suele ser lo recomendable, aquí no estamos hablando de un adicto, sino de un mero fumador de un mal benéfico. El bon connaisseur ha testado el producto que le deleita, tirando a la basura los tópicos.

“Qué fácil es decir: El opio detiene la vida, insensibiliza. El bienestar procede de una especie de muerte. Sin opio tengo frío, me acatarro, pierdo el apetito. Me impaciento por imponer mis ideas. Cuando fumo, tengo calor, desconozco los catarros, tengo apetito, mi impaciencia desaparece. Doctores pensad en este enigma.”

El lamento por no ser Apolo, rapsoda y seguidor de Hipócrates, articula el discurso que, lo habrán intuido, se ajusta a varias orquestas pese a centrarse en una. El opio ha causado la visita a Saint-Cloud en el experimento al que se ha sometido el rico intelectual, haciéndolo con la misma voluntad que le incita a caer en las redes de esa agua que hace despegar flores internas. Al manejar su perdición desde la libertad, no por trastornos morales, las descripciones de Cocteau constituyen un manual indirecto que introduce a un universo vetado donde el reloj corre con anómalas velocidades, con puntos de partida adictos a metamorfosear segundos y minutos.

Julio Verne, Robert Houdini, los bustos, las ceras, las barracas de feria, Proust, Buñuel, Eisenstein, Buster Keaton, Cristo y Napoleón. Anécdotas pretéritas y predicciones futuras, ironía, dureza y autocrítica. La filosofía de una existencia y sus vicisitudes se condensa en los meses de espera, eremitismo moderno de lujo y a conciencia de una figura que quizá por su inimitable e iconoclasta carácter no penetró nunca a fondo en nuestra cultura, si bien también cabe decir que se antoja quimérico dar con continuadores de su legado. Cocteau les llamaría ladrones