viernes, 28 de junio de 2013

Entrevista en Sigueleyendo



Diálogo con Jordi Corominas i Julián, Por Santiago García Tirado
Hablar con Jordi Corominas i Julián (Barcelona, 1979) es un ejercicio recomendable a media tarde. Tonifica el cerebro, genera endorfinas. Excita el deseo de lanzarse a leer alguno de los libros de los que habla continuamente. Eso sí: requiere nervio estar a su altura. Uno llega medio atolondrado por la baja presión atmosférica (va a llover, creo) y tiene que tomarse un café de urgencia para poder estar al nivel de su hiperactividad. Se ríe cuando le comento que últimamente no doy de mí para mantenerme al día de su frenesí vital, que ni siquiera Facebook me sirve para saber todo lo que lleva entre manos. Luego, una vez acabada la entrevista, me reconocerá cierto mérito cuando me diga que, por suerte, los dos hablamos muy deprisa. Pero no. El que vuela con las palabras es él. Está de gira con su proyecto Loopoesía del que este año ha publicado Los lotófagos (Ed. Versos y Reversos), y ha representado su función loopoética catorce veces, incluida una versión en plena calle Ferlandina, en el Raval. 
Le van los retos. Y conste que hablamos de poesía. 
Son las cinco en la terraza de La Central, calle Mallorca.
Santiago G.T.: Que digo que he intentado seguirte la agenda últimamente, y me ha resultado tarea imposible.
Jordi Corominas: Y hay muchas cosas que la gente no sabe, además…
SGT: No, no te desnudes todavía.
JC: Dime, pregunta, dispara.
SGT: Empecemos por tu gira 2013 con Loopoesía. La experiencia ha sido brutal. ¿Tenías calculado a dónde iba a llegar la experiencia?
JC: Yo empecé el proyecto en 2009. Al principio había un músico que hacía mezclas, yo me encargaba de las escenografías, los diseños para las proyecciones. Entonces todo era más surrealista, más desordenado. Desde el año pasado, el proyecto se convierte en papel gracias a la editorial Versos y Reversos que edita El gladiador silenciado [primer libro dentro del proyecto Loopoesía]; este año ha sido Los lotófagos. Todo adopta ahora una estructura más ordenada, porque yo me he sentido respaldado. Este año sí quería hacer una gira, no conformarme con presentar en Barcelona y Madrid. Y he tenido suerte: me han invitado a La Coruña, a Salamanca, he actuado en las FNAC de Madrid, en Sevilla, Palma, Bilbao… Siete ciudades en total, contando Barcelona, en un total de 14 espectáculos. En BCN ha sido 6 veces. Y en cuatro ocasiones he actuado ante más de 100 personas.
SGT: Repítemelo: ¿100 personas? ¿En un recital de poesía?
JC: Sí, ya tengo asumido que puede haber días así. También otros, como en Sevilal y Palma, con menos de quince personas. Es una cosa bonita y estaba muy tranquilo cuando sucedió. Lo que no podía esperar era terminar yendo a Latinoamérica, como ha sido el caso.
SGT: Uno empieza y ya no ve forma de parar. Y las puertas se siguen abriendo.
JC: Sí, y lo de Latinoamérica es importante porque el proyecto es muy arriesgado, está muy ordenado, muy estructurado y me siento más que contento de cruzar el charco. Me parece un salto de gigante.
SGT: Tu propuesta saca a la poesía del papel y la lleva al público convertida en espectáculo. Pongamos que tienes que elegir: ¿Poesía silenciosa o poesía performativa?
JC: Loopoesía ofrece la poesía performativa, para luego pasar a la poesía silenciosa. Yo ofrezco toda la mezcla (recito el poemario y cada pieza ―la música, las proyecciones y los disfraces― está relacionada con el poemario). El resultado deja entre el público una acumulación que no permite seguir todos los versos. Posteriormente, el público puede adquirir el poemario y volver a acercarse al poema en el silencio de su casa.
SGT: Eso te permite llegar al gran público. ¿Es un peligro que la poesía se abra al gran público?
JC: El peligro es considerar la poesía elitista. Una vez me dijo Agustín Fdez. Mallo: “¿Cómo no voy a experimentar en poesía, si la poesía la leen cuatro gatos?” El formato en que lo planteo lo acerca al público aunque, de manera paradójica, alguien lo puede considerar elitista. Hay gente que opina que es vanguardista.
SGT: Y lo es.
JC: Sí, pero lo sea o no lo sea, no soy yo quien debe decirlo. Mi idea es acercarlo a la gente, haciéndole ver que además puede ser divertido. Puede ser divertido porque la gente tiene unos tópicos mentales establecidos sobre la poesía (de micrófono, atril, amor, muerte, temas muy manidos) y concibe eso como algo muy aburrido. Para que algo sea interesante tienes que lograr desterrar la imagen antigua. Y es complicado, porque el mundo de la poesía está muy cerrado, se estructura en capillitas que producen efecto de coraza. Es un mundo endogámico que no quiere salir de sí mismo, y en ese sentido, al intentar ir por libre, yo creo que me alejo un poco de eso.

SGT: Hablemos de tus temas. Parece, por la materia que escoges, que huyes de ti mismo: no hablas de amor, de estremecimientos internos; es como si huyeras de los grandes tópicos de la poesía. Pero hablas de crisis, de derrumbe social…
JC: Sí, pero por encima de todo hablo del amor. El proyecto es: Loopoesía es amor, y hablo del amor por acercar la poesía al público y ofrecerme de la manera que me ofrezco. Eso me lleva mucho trabajo, me encanta hacerlo, y en ese sentido es amor. Pero bueno, tampoco es poesía de crisis, aunque sí, me interesa la política, la historia. Yo estudié Humanidades porque me fascina la historia. Creo que la poesía tiene que transmitir un mensaje y pisar la calle. Si yo piso la calle, veo lo que ocurre. Yo de lo íntimo puedo pasar a lo general. Se trata de un intimismo diferente. Mi poesía nace muchas veces del paseo. A mí me salen las ideas paseando, mis personajes siempre están moviéndose. Aunque sí que rehuyo los temas clásicos. Soy incapaz de escribir poemas de amor, que ya se han escrito durante más de 3000 años. No tiene sentido que haga un nuevo poema de amor. No aportaré nada nuevo. Me aburriría. ¡Ya están en las estanterías!
SGT: Esa forma tuya de rehuir lo íntimo, ¿es una forma de protegerse?
JC: Yo me subo en el escenario, y me muestro, pero nadie tiene por qué saber nada de mi vida privada. Mi vida privada es mía. El tipo de exhibición que yo hago no es gratuita porque ofrece algo al espectador. Pero no me gusta la exhibición de la gente que se hace fotografías y casi ve la poesía como una pasarela. Ni en las redes sociales hablo de mi vida privada. Las uso como herramienta de trabajo, no como plataforma de exhibición.
SGT: Hay autores y autoras que sí lo hacen: posan, se presentan como autores a los veinte años; son los nuevos Rimbauds.
JC: Me parece que estamos en una época que propicia eso. La gente no se está dando cuenta de que probablemente todo lo que se proyecte ahora en esa forma efímera no va a permanecer. Y entonces se olvida algo importante, que es el hecho de tener una constancia y de trabajar para crecer. Quien no haga eso, seguramente desaparecerá como lágrimas en la lluvia.
(Jordi Corominas se ríe mucho, ¿lo he dicho ya? Cuando le sale el lado canalla debería haber siempre un fotógrafo para plasmar el momento. Solo hay unas chicas en la mesa de al lado que nos miran, pero no llevan cámara. Lástima. Sería un buen documento para el Facebook).
SGT: Uno mira para atrás en el tiempo y ve un turbamulta de gente que fue encumbrada en su día como grandes nombres de la literatura futura; ahora nadie los recuerda.
JC: Sí, termina sucediendo. La poesía es un mundo muy peligroso. La poesía se considera a sí misma y a lo que la envuelve muy importante, y en el fondo nadie le hace caso. Lo mejor que puedes hacer es partir de tu insignificancia para crecer.


SGT: Parece que hay un grupo importante de gente joven en la poesía con demasiada prisa por exhibirse. ¿Hacia dónde crees que camina la poesía, y hacia dónde te gustaría que fuera?
JC: A mí lo que me gusta de la poesía es que adopta una variedad de registros muy grande, y seguramente algunas personas permanecerán. En mi caso, me interesa ahora el poema-río, el poema-encadenado. Los Lotófagos tiene 600 versos. Voy a seguir en esta senda un tiempo, experimentando. En cuanto a la poesía en general, creo que tiene que ser coherente el contenido con la forma, uno tiene que intentar ser contemporáneo sin que ello implique gratuidad; y uno tiene que ser coherente con su tiempo.
SGT: Porque no hay forma de sustraerse a sus coordenadas.
JC: Sí. De otro modo sería mera retórica. Y la poesía tiene que tener un mensaje.
SGT: Es verdad, las capillitas existen: ¿Te identificas con alguna?
JC: No.
SGT:¿Odias alguna?
JC: Tampoco. No odio, no odio a nadie.
SGT: Olvídate de las capillitas actuales, piensa en los poetas de cualquier época: ¿de quién serías socio?
JC: Sería socio de Jean Cocteau, de Eliot, Joan Salvat-Papasseit, no sé de quién más… quizá de Apollinaire, no sé, gente así. Siempre sería más bien socio de gente que ha ido por libre. Siempre he sido así, y es algo que a muchos no les gusta de mí. Que no me caso con nadie. Y creo que es necesario para mantener la individualidad. Permanecer en capillitas para lo único que sirve es para que la gente se chupe la polla, los unos a los otros, y no me interesa.
SGT: Es un ejercicio entretenido. Y hay momentos en que un escritor lo necesita.
(Obviamente, el fotógrafo sigue sin aparecer, pero reímos igual).
JC: Yo quiero que me lea gente que yo no conozco, no quiero que me lea el que da la palmadita en la espalda. Para estar una noche bebiendo cerveza, ya quedo con mis amigos a las nueve en un bar.
SGT:¿Cómo combinas narrrativa y poesía? ¿Eres eso que se llama un monógamo en cadena?
JC: Combino ambas. Por ejemplo, mi siguiente proyecto ya lo tengo acabado (y está siendo muy difícil de mover en editoriales): consiste en una compilación de todas mis entrevistas para encerrar tres generaciones de literatura en un libro de diálogos que incluye autores españoles y latinoamericanos. Iría desde Jenn Díaz a Juan Marsé, desde alguien de 25 años hasta alguien que tiene 80. Estamos hablando de entre 35-40 autores.
SGT: Pon a alguno de ellos de relieve. Alguien que en el momento de la conversación te diera una impresión fuera de lo común.
JC: Vila-Matas, por supuesto. No sé, con él hay una especie de sintonía.
SGT: Es intimidante.
JC: Claro, pero es muy tímido también. [Ya digo, hay que estar audaz con Jordi C.] Y yo lo soy, más de lo que parece. [Bueno, si se ríe es posible relajarse. No se puede estar en guardia todo el tiempo de la entrevista]. Es una cuestión de que, cuando empecé a interesarme por la literatura, fue el primer autor de nuestro tiempo que me deslumbró. Hablando con él, aprendes. Y además es muy receptivo a hablar de sus cosas, si tú le preguntas bien.
SGT: Hay un momento en que se crea un clima de honestidad evidente.
JC: Sí, pero el hecho de que él sea un autor que me haya epatado no quiere decir que yo, cuando escribo prosa, siga su estilo.
SGT: Vila-Matas es inimitable. ¿Qué te parece que no suene normalmente en las quinielas por los grandes premios (Príncipe de Asturias, Cervantes)?
JC: Ya llegará y se le hará justicia.
SGT: ¡En Espania!
JC: ¡En Espania! Ya llegará. Muñoz Molina, por ejemplo, es un premio merecidísimo. Y por cierto, es otra persona muy impresionante cuando se le entrevista. Es un señor consecuente.


SGT: Da juego
JC: Es consecuente, es ético, no escribe gratuitamente. A mí me gustan los autores que no son gratuitos, que no practican fuegos de artificio, que lo que escriben en cada línea tiene una justificación. Estos dos me parecen muy coherentes (y está apareciendo mucho esa palabra en esta entrevista: coherente).
SGT: Señal de que te persigue. Y ya que estamos en la coherencia, hablemos de tu faceta como narrador. Tu última experiencia es José García (Ed. Barataria, 2012).
JC: José García ha levantado diversas reacciones. Hay quien ha dicho que es una vuelta al realismo (y tiene algo de realismo, claro; la verdad es que todo lo que hago es muy realista; Loopoesía es muy realista). Hay quien dice que es una forma de escribir nueva, y no creo yo eso tampoco. La experiencia de la novela es positiva, pero llevo tiempo sin escribir en esa línea. Este verano pienso volver a la narrativa: tengo una idea de una novela, pero también otra de un ensayo acerca de una mujer de aquí, de Barcelona, que es Enriqueta Martí. Era la secuestradora de niños de 1912, de la que se han dicho muchas mentiras (como que les sacaba el tuétano para hacerles a los ricos cataplasmas para la tuberculosis). La han querido vender como un Jack el Destripador de Barcelona, pero he estado investigando y no es cierto. Estoy viendo que, como la documentación es muy inconcreta (hace dos años que voy acumulando información), voy a llamar al texto La imposibilidad de un ensayo. Y voy a escribir en función de cómo yo he ido evolucionando con este ensayo, cómo me iban saliendo las ideas, como avanzaban las pesquisas…
SGT: Lo barcelonés puebla tu obra.
JC: La novela (de la que de momento solo tengo la idea) también será barcelonesa. José García ocurre en cinco calles del barrio de Gracia.
El año que viene es el 5º aniversario de Loopoesía, y quiero acabar también el nuevo poemario este otoño. Lo que hago durante todo el año es ir pensando en las partes, en las ideas del poemario, voy apuntando… como los asesinos o los detectives, que tienen la pizarra y…
SGT: Y vas vomitando ideas.
JC: voy vomitando ahí. Al final le doy un orden, y me sale bastante rápido.
SGT: Sale rápido porque ha habido una reflexión en el tiempo.
JC: Es como un parto. He estado nueve meses pensando en las ideas del poemario. Sé que se va a llamarEl hombre del traje amarillo.
SGT: Like you!
JC: En ese caso soy yo, obviamente. Va a ser el 5º aniversario, y va a ser especial. Va a ser una mezcla entre soledades y paseos.
[Si no he perdido la cuenta, son cuatro los proyectos que Jordi Corominas trae entre manos. Y no deja de reír. Mmmmm.]
Leo mucho. La crítica me permite ordenar, a partir del pensamiento de los demás, mi propio pensamiento. En ese sentido, la crítica, cuando la ves de forma ordenada, te permite hacer la biografía de quien hace esa crítica. Porque te muestra el estado de ánimo, cómo fluye, qué intereses tiene en cada momento.


SGT: Es una forma de creatividad.
JC: La crítica es un género en sí mismo, lo dice Eliot. No se reseña por reseñar. Toda reseña tiene que ser ejemplar. Pero habrá un momento en que yo deje de hacer crítica y me ponga a hacer ensayos largos.
SGT: Esta es la entrevista de Jordi Corominas con 34. Cuando la hagamos a Jordi Corominas con 44…
JC: Siendo poeta es más fácil hacer reseñas, creo yo. Si en algún momento estoy más metido en la prosa, aun siendo honesto, me podrían poner a parir. Porque España es muy de amiguismos, yo ya estoy harto de esto.
La chica de al lado no ha dejado de levantarse durante la entrevista para pedirle el mechero. Tres veces ha repetido el movimiento. A mí no me ha hecho ni caso. Como castigo, le propongo que nos haga la foto final (por desgracia, ahora no hay risas).
Y la chica la hace. En las librerías solo puede haber gente buena, dicen.


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Uso y abuso de la tecnología en Todos somos sospechosos de Rne3

Esta pasada madrugada estuve en Todos somos sospechosos para hablar con Laura González de teléfonos, tecnologías y las transformaciones tecnológicas que suponen. El debate ha tomado un rumbo diferente porque estábamos acompañados de Willy Uribe y Santiago García Tirado, quienes en la segunda parte del programa han comentado la actualidad de Sigueleyendo. Puedes escuchar el programa clickando aquí

jueves, 27 de junio de 2013

Los últimos días de Casanova en Revista de Letras

Lo que no escribió el veneciano: “Los últimos años de Casanova”, de Le Gras y Vèze

Por  | Destacados | 25.06.13
Los últimos años de CasanovaLos últimos días de Casanova.
Joseph Le Gras y Raoul Vèze
Traducción y edición de Jaime Rosal
Atalanta (Girona, 2013)
Cómpralo aquí
Giacomo Casanova era tan poliédrico que sigue siendo un gran desconocido anclado en el tópico de la seducción. El veneciano fue mucho más, tanto que no me parece nada osado definirlo como el primer hombre de la modernidad, alma libre que demostró su vanguardismo en sus legendaria Historia de mi vida, donde a lo largo de miles de páginas desgranó su existencia de forma única para su época. Veía el mundo como nadie y eligió una senda digna de ser contada que le llevó de un confín a otro en pleno siglo XVIII comportándose como un Barry Lyndon real, pero con mucha más sustancia intelectual.
Sus memorias constatan un cambio de paradigma consistente en el modo de contar las cosas, desprovisto de la perpetua solemnidad de entonces y cargado de conciencia del yo volcado en lo cotidiano que es toda singladura. Sin embargo los dos años de trabajo que empleó para escribir su monumento no cubrieron toda su biografía. La Histoire de ma vie concluye bruscamente en 1773, veinticinco años de su muerte el 4 de junio de 1798 en el castillo de Dux, donde ejerció de bibliotecario durante más de una década al servicio del conde de Waldstein.
¿Por qué interrumpió su magna obra en ese instante lejano al fin de sus días? Joseph Le Gras y Raoul Vèze dan respuesta a la pregunta en el libro que acaba de editar Jaime Rosal para la editorial Atalanta.Los últimos días de Casanova fue escrito en 1929, y aún tiene vigencia al mezclar una correcta narración de los hechos y reflexiones personales de los autores, pioneros en la devoción por la figura del polifacético hijo de la Serenísima.
Venecia. No nos hemos olvidado de la cuestión. Giacomo tiene cuarenta y nueve años cuando ve cumplida su aspiración de volver a su patria. Atrás queda la fuga de los plomos y el vagar por Europa enfrascado entre cortes, aventuras, libros y amoríos. Trieste es la puerta de espera, minúsculo tránsito antes de pisar ese lugar donde el silencio cobra otra dimensión. Pese a ello intuimos que la renuncia a contarnos la sucesión de hechos después de la meta cumplida pueden tener que ver con una sensación de decadencia tras tantos periplos de esplendor entre nombres de rompe y rasga.
Retrato de Giacomo Casanova, utilizado en el frontispicio de la obra "Icosameron" (1788) (wikimedia)
Retrato de Giacomo Casanova, utilizado en el frontispicio de la obra “Icosameron” (1788) (wikimedia)
El Casanova que abraza el retorno no disfrutará de la gloria de antaño, se verá obligado a ejercer de espía para sobrevivir y escribirá informes donde se nota una voluntad de gustar a sus jefes, como si con ese peloteo sintiera que puede prolongar la relación laboral con los dirigentes del Gran Consejo de la urbe adriática, que en cierto sentido con su desconfianza se cobran la burla a la que fueron sometidos por su empleado cuando se fugó de la prisión de los plomos la noche de todos los santos de 1756.
La precariedad de esta nueva fase veneciana se acrecentará porque deberá luchar para mantener a flote su subsistencia y la de uno de sus últimos amores, una costurera. Parece como si su fiero carácter se hubiera debilitado, como si el vigor que le convirtió en leyenda hubiera desaparecido para generar una personalidad más sumisa, sin ímpetu ni energía. Huele el fracaso, en gran parte porque la inmovilidad que lo ha despojado de su noble nomadismo obstruye lo que fue una gloria siempre en movimiento que volverá a ponerse en marcha tras un turbio asunto donde fue humillado pese a sus buenas intenciones. Quiso ayudar a saldar una deuda, para llevarse una comisión, terminó a porrazos con los implicados y para desquitarse escribió un texto que provocó mil y una habladurías. Su atrevimiento había sobrepasado los límites que los gerifaltes consideraban decentes. Le invitaron a abandonar otra vez la agonizante República.
En 1783 se despidió de su amada costurera y volvió al ruedo de los viajes. Tenía intención de ir a París y terminó en Viena para ayudar a su hermano. En la capital austríaca entró al servicio del embajador veneciano Foscarini, quien murió en sus brazos víctima de la gota. Tan traumática experiencia le hizo cambiar nuevamente de rumbo. Quiso recalar en Berlín hasta que en Toeplitz se encontró con el conde de Waldstein. Su último destino estaba sellado.
Desde 1785 fue bibliotecario en Dux, labor que mostraba cómo ya no podía repetir las gestas de otrora, dándole la posibilidad, desde el aburrimiento que en más de una ocasión le hizo pensar en volver a tomar la carretera, de escribir incesantemente. De esa última época datan algunos de sus manuscritos más originales, como el Isocameron, novela de ciencia ficción rococó, y, naturalmente, la Historia de mi vida que ya hemos mencionado varias veces a lo largo de la reseña. Además de la escritura también tuvo tiempo para un último amor epistolar, muy en la línea de una era donde el Werther de Goethe arrasaba y creaba tendencia en todo el viejo Continente. Casanova, que se hacía llamar Caballero de Seingalt, predicó en el otoño de su existencia una ideología coherente con sus sueños de instalarse entre la opulencia social del Setecientos. Fue contrario a la Revolución Francesa y asistió desde la lejanía al desmorone veneciano de 1797, cuando Napoleón clausuró la independencia del milagro de la ciudad de los canales. A Giacomo, uno de sus hijos preferidos para la posteridad, le quedaban meses de vida, como si su suerte estuviera entrelazada para poner el punto y final de dos excepciones históricas.