lunes, 29 de julio de 2013

Un verano con Jean Cocteau (III): Thomas el impostor en Revista de Letras

Un verano con Jean Cocteau (III): “Thomas el impostor”

Por  | Destacados | 29.07.13
Thomas el impostorThomas el impostor. Jean Cocteau
Traducción, introducción y notas de
Montserrat Morales Peco
Cabaret Voltaire (Barcelona, 2006)
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Su teoría consistía en que había que poner el caballete delante de una obra maestra y copiarla sin que la composición se llegara a parecer a ella. Él, puso su caballete delante deLa princesse de Clèves y resultó Le bal du comte d’Orgel. Yo puse mi caballete delante de las cien primeras páginas de La chartreuse de Parme, y la obra resultante fue Thomas el impostor”.
La cita, sacada de una entrevista que Cocteau concedió a Roger Stéphane, sólo demuestra que nuestro protagonista era un gran mentiroso a medias encandilado en el recuerdo de la época compartida junto aRaymond Radiguet, el adolescente que con formas antiguas sacudía el prisma de la modernidad. Durante los primeros años veinte pide un retorno al orden que expresa en varias de sus obras y culmina con un ensayo que es cualquier cosa menos clásico. Al mismo tiempo su afirmación de basarse en las cien primeras páginas de La Cartuja de Parma, quizá las más pletóricas de su admirado Stendhal, es falaz, pues Thomas el impostor sigue el juego de máscaras que ya observamos en La gran separación, si bien el punto de vista es distinto y se centra en su trayectoria personal durante la Primera Guerra Mundial.
Cocteau fue declarado inútil para el servicio militar gracias a las influencias de su madre. Sin embargo, por juventud y su insaciable curiosidad que le impedía perderse cualquier acontecimiento significativo, optó por trabajar para la Cruz Roja en un peculiar convoy del que también formaba parte Misia Edwards, musa inspiradora de muchos artistas que en España conocemos esencialmente por su último apellido, pues fue esposa del pintor Josep Maria Sert. Esta mujer, que Proust consideraba un monumento histórico, es una de las grandes desconocidas de la vanguardia, con su atribulada vida de San Petersburgo a París. Junto al poeta de Orfeo presenció uno de tantos bombardeos de Reims y aportó su granito de arena a la causa aliada durante el conflicto de las trincheras, que contemplarían la enjuta pero elegante figura de Jean Cocteau en Nieuport y Coxide, cerca del mar del Norte.
Nuestro héroe se enroló, sin ser él nada de eso, en el cuerpo de los fusileros marinos. Cuando se descubrió su estafa salvó el pellejo desde una doble perspectiva: de haber continuado con su disfraz hubiera muerto en combate. Su acción, otro capricho de genio, se ahorró un más que seguro Consejo de Guerra tras intercesiones varias, final bien diferente al del protagonista de su segunda novela publicada en 1923.
Tras estos primeros párrafos el lector habrá entendido sin mucha dificultad que los dos personajes clave de Thomas el impostor se basan tanto en Misia Sert, doble casi perfecto de la princesa Clémence des Bormes, como en el propio Jean Cocteau, doppelgänger a medias de Thomas Fontenoy, quien también debe rasgos a un tal Raoul que se hacía pasar por el sobrino del general de Castelnau y con su procedencia lograba salvoconductos para las ambulancias de la Cruz Roja.
Fabrice Rouleau en un fotógrama de la película "Thomas l'imposteur" (G. Franju, 1965)
Fabrice Rouleau en un fotógrama de la película “Thomas l’imposteur” (G. Franju, 1965)
Lo mismo, abrir una puerta tras otra, consigue Guillaume Thomas de Fontenoy, un jovencito de dieciséis años que aún no sabe muy bien lo que es la realidad. La toma como un juego, y aprovecha el nombre de la localidad donde nació para confundirse con un sobrino del general Fontenoy. La ficción bebe de episodios reales que se adornan con los lógicos matices de toda novela. En este caso Cocteau crea un personaje que vive en una truculenta fantasía, la guerra, y disfruta con ella a la búsqueda de estímulos que alargan el patio de recreo. Entre ellos están las chicas, encabezadas por la princesa de Bormes, que al igual que el adolescente estafador también prefierejouer. Para espectadores de la opereta ya tenemos a su hija Henriette y a la enfermera Madame Valichel, que aceptan su papel sin rechistar porque no necesitan escapar del suelo que pisan, asumen el malestar de la situación e intentan exprimir su jugo positivo, una con la pasión por su oficio, la otra con la ilusión de un amor al que Guillaume ni puede ni quiere responder con la prestancia que se requiere.
Guillaume Thomas es el escapismo. Su tía ignora el motivo de sus largas ausencias y los demás no saben de su engaño, salvo Pesquel-Duport, director de un periódico que usará la información a cuentagotas en su lucha por alcanzar el amor de la princesa. El caos loco de los viajes por el frente va apagándose, el heroísmo cede a la normalidad de París y el único que aspira a prolongar el delirio del íncubo es Thomas, decidido, pura marioneta de Cocteau, a prolongar su pasatiempo de fábula en el norte, donde es muy bien recibido por los fusileros marinos, chicos abrumados por el prestigio de su supuesto apellido y encantados de sus anécdotas y jovialidad. El destino dará una brusca pirueta a tanta algarabía, pero antes brindará una nueva fusión de las damas y el timador, encuentro propiciado por el afamado aspirante al corazón de la otra iluminada de la trama, la princesa ansiosa por sortear la crudeza del presente y enfocarlo como una ruleta donde muchas de las combinaciones son victoriosas.
La muerte de Thomas, no me vengan ahora con spoilers cuando se trata de buena literatura, hermana por única vez en su existencia realidad y ficción porque la primera cancela la segunda con juguetes nada divertidos. Los apodos de los muchachos de la compañía de fusileros, de Fantomas a muerte súbita, mezclan presagios con la cantinela del fracaso de la aventura y el sadismo de toda conflagración humana.
Thomas el impostor puede leerse como el capricho de Cocteau con el famoso que hubiera pasado si, entrelazando así, desde la privacidad pública de quien escribe, otra vez realidad y ficción, pero también puede interpretarse como la otra cara de la moneda de El diablo en el cuerpo, donde el narrador, otro adolescente alienado con el contexto histórico, se atreve a mantener una relación con una esposa que viola las normas del matrimonio y es infiel a su marido, un soldado ajeno al mal que se cierne lejos de bombas y bayonetas.

viernes, 26 de julio de 2013

El cementerio del Teatre Grec en Bcn Mes



El cementerio del Teatre Grec, by Jordi Corominas i Julián
¡Pobre Montjuic! Durante años fue víctima de un olvido injusto que relegaba su belleza a la condición de basurero de Barcelona. La montaña mágica ha sido durante décadas un muerto ilustre que sólo ha gozado de gloria efímera mediante grandes acontecimientos como la Exposición Internacional de 1929 o Los Juegos Olímpicos de 1992.

En la primera se inauguró, entre muchas otras cosas de carácter españolista y perspectivas fascistas como la propiciada por las dos torres venecianas y el Palau Nacional, el Teatre Grec, complemento perfecto a una red de jardines que a principios de los años veinte dieron otro tono a un paisaje que necesitaba orden para dar a la zona algo más que, el clasismo siempre ha existido, meros merenderos populares y la cantinela de la noia i el soldat. Esta cancioncita muestra la cara alegre del monte, donde las parejas tonteaban los domingos y la esperanza se expresaba en un jolgorio colectivo, algo que intenta conseguir, la organización del Festival Grec, que ha decidido, según la Wikipedia porque no tiene sentido organizar actividades al aire libre fuera de la estación veraniega, usar el flamante teatro sólo durante el mes que dura su magno evento.

Este hecho, y sé que aquí muchos discreparán, demuestra lo ridículo de determinados parámetros culturales barceloneses. Me gustaría saber qué ocurriría si me da por coger mis bártulos un día cualquiera, plantarme en la construcción ideada por Ramón Reventós y Nicolau Maria Rubió i Tudurí para montar una performance. ¿Me detendrían por realizar un acto ilegal? ¿Saldría en TV3 pese a proponer actividades en castellano?

Hace poco he encontrado por la ciudad carteles que sugieren proponer actividades en solares vacíos. El Teatre Grec lo es durante once meses donde se pudre en silencio y su magnífica acústica llora por la imposibilidad del ruido, aniquilado porque el interés económico prima ante lo creativo desde una perspectiva muy poco democrática, exclusiva y elitista.


En otro artículo, ahora sólo puedo desearos felices vacaciones, ahondaremos en la cuestión del embrutecimiento y banalización de la cultura. Bibiana Ballbé en el Santa Mónica y una revista empecinada, a partir de su figura, en proponer un debate que supuestamente habla de la vitalidad artística catalana. Se equivocan: hablar de asuntos tan mediocres sólo demuestra que la provincia ya está instalada en su cerebro. Una lástima.

martes, 23 de julio de 2013

La ruleta catalana de Artur Mas en Bcn Mes



La ruleta catalana de Artur Mas, by Jordi Corominas i Julián
En 2008 tuve una revelación en la peluquería, donde entendí que muchos catalanes son como una serie de tv3, la televisión pública que en estos tiempos de anulación de la Democracia no necesita telebasura porque tiene nacionalismo a todas horas, el menú perfecto para convencer a muchos habitantes de las santas razones de sus gobernantes. Escribí la reflexión en forma de poema y dejé que avanzara la crisis hasta que el once de septiembre de 2012, un martes más de manifestaciones, descubrí que Barcelona sufría una histórica invasión de banderas que provocaron un súbito enriquecimiento de los chinos, esos señores tan amables. Los previsores compraron esteladas, trapito que recuerda el estandarte cubano tras 1898. Los que se arruinaron a medias apostaron por senyeres, que de nada sirvieron, porque el lema ya no era Llibertat, Amnistía y Estatut d’Autonomia: ahora, treinta y cinco años después, el grito por la independencia era un clamor que seguramente congregó a seiscientos mil catalanes, una cifra respetable que ni por asomos se aproximaba al millón y medio que vendieron los organizadores.

Llevábamos casi dos años de la legislatura donde el gobierno monocolor de Convergència i Unió presidido por Artur Mas se gustaba como cobaya del futuro, con esos indecentes, por no usar un adjetivo más grueso, recortes en sanidad y educación, salvajes cargas policiales y un sinfín de atentados contra los derechos por los que nuestros antepasados lucharon y perdieron la vida, pues Barcelona, algo que no interesa mucho que se recuerde, fue la rosa de foc, la ciudad de la lucha, cargada de voluntad por enfrentarse a una serie de prohombres que querían patrimonializar Catalunya en pos de los intereses económicos de unos pocos.

El doce de septiembre Artur Mas quiso reencarnarse en Francesc Macià, Lluís Companys y Enric Prat de la Riba sin llegarles a la suela de los zapatos. Los dos primeros rompieron la hegemonía de la Lliga regionalista y apostaron por un republicanismo que en ocasiones perdió la cabeza, pero que también tuvo muchos aciertos en un período histórico más que complicado. El tercero en discordia fue un hombre que siguió la senda de fortalecer Catalunya sin perjudicar a España, creyendo en un destino común de mejora cuando la tierra que piso era el motor económico del Estado.

Mas malinterpretó la Historia. En un momento de recesión comparable a la de 1929 decidió usar la demagogia para salvar el pellejo y huir hacia delante. Convocó elecciones plebiscitarias y sus asesores le diseñaron un cartel donde era un mesías que dirigía la voluntad del pueblo, eslogan que recordaba sospechosamente al título de una película de Leni Riefenstahl.   
         
El cartel circuló por toda Catalunya y se organizó una campaña demencial que llegó al paroxismo con la retransmisión en directo de la llegada del President, como le llama ajustándose a la verdad desde el exceso la televisión pública, a la Plaça de Sant Jaume tras recibir negativas de Mariano Rajoy en Madrid. El acto supuestamente espontáneo era parangonable a la acción policial de los secretas del 25S en Madrid por los mástiles. Tan del alma salió la bienvenida al héroe que esas astas medían igual. ¡Qué perfecta organización! ¡Qué maravilla de entendimiento entre desconocidos!

La gente no hablaba de otra cosa y al poner toda la carne en el asador dio la sensación que nos habíamos vuelto locos. Acudimos a las urnas el domingo 25 de noviembre con el mal augurio de una abrumadora mayoría absoluta que desestabilizaría todavía más la atmósfera y propulsaría el adiós a las medidas verdaderamente necesarias para proseguir la farsa, legitimada por los votos. También el Partido Popular sacó mayoría en 2011 y ya ven el amor que despierta entre la ciudadanía.

La sorpresa fue el fracaso. Subió ERC, el laxante para que muchos optaran por creer más la cantinela porque Oriol Junqueras es historiador, como Toni Soler. Vivimos en un país donde un humorista puede soltar barbaridades y recibir aplausos porque dirigió un programa de la caja tonta que fue muy gracioso. Pero el futuro no son risas enlatadas.

Me quedaré corto, de poco servirán mil palabras. Ha pasado más de medio año desde la cita electoral. Las encuestas hablan de sorpasso, los casos de corrupción salpican a CiU. Bárcenas está en la cárcel y Millet en la calle. El Palau de la música es un templo burgués que simboliza todo lo que ha pasado en este pequeño país, que diría Pep Guardiola, desde hace decenios. Los de siempre toman el pelo y parte de los que no llegan a fin de mes festejan sus proclamas bombardeadas por tierra, mar y aire, hasta con conciertos por una libertad que no hemos perdido pese a los mercados y la desfachatez de los que nos mandan.

He visto varias veces en mi vida a Artur Mas, la primera cuando cumplí veinticinco años, la última en la radio. Es político, quiere serlo y se le nota, pero también es un supremo estafador que no menciona casi nunca la paralización de los presupuestos de 2013, los que perpetuán las tijeras mientras se desvía la atención hacia las banderas en una época donde cede el Estado Nación y las fronteras desaparecen porque el mundo ha virado sentido y la solidaridad va camino de imponerse entre los que no ostentan corbata ni imputaciones.

Lo más triste es que hemos llegado a un punto donde alguien podrá calificar este artículo de antipatriota o fascista, cuando sólo quiere expresar un descontento y la obligación de una transparencia, de un realismo para con el presente. Me defino catalán, español, europeo y ciudadano del mundo, una persona que detesta el vocablo tolerancia porque de por sí ya implica una hipocresía mezquina, pues tolerar significa consentir sin aprobar expresamente. Navegar hacia una misma dirección y salir de la crisis es vital. Montar aquelarres de feria para escurrir el gran bulto es desvergüenza y oprobio.

En 2014 la cuerda se tensará. Cada vez piso menos Barcelona porque así lo requieren mis obligaciones profesionales, pero al mismo tiempo siempre la quiero más desde el lamento. Llegará el tricentenario y los flamantes próceres culturales que nos asemejan siempre más a una provincia con parque temático incorporado seguirán lanzando proclamas incendiarias que nos alejarán de Europa. El cosmopolitismo será una camiseta. La última vuelta de tuerca la han dado desde el otrora partido interclasista, esa ERC que compara lo que vendrá con las rutas que tomaron en 1809 Bolívar y no hace tanto Kosovo, dos paseos repletos de sangre que ellos enarbolan con entusiasmo, vendiéndolos blancos e impolutos.


Aún así el gran irresponsable es Artur Mas. No puedo discutir el dret a decidir porque es lógico que cualquier pueblo merece expresar lo que quiere a través de la justicia democrática, pero usted no está vendiendo eso, lo que usted vende es humo para eclipsar las manchas que embrutecen su casita con un huerto del que sólo crecen hierbajos. Es época de cambio, nadie lo duda, pero asimismo es una era de prioridades que faciliten el bienestar de la población que gobierna. Es posible que un día despierte y se encuentre fuera de su butaca y el sistema de partidos haya destrozado lo vigente para enhebrar un orden nuevo que espero, desde mi ingenuidad, sea más justo desde una perspectiva social. Mientras usted se siente en su trona de niño pequeño que se burla de los demás sólo consigue división y crispar, empobreciendo el panorama en cualquier ámbito, homologando que es gerundio desde el cinismo más absoluto, el de aquellos que anteponen su voluntad y la de los suyos a la del pueblo por muchas consignas que vomite en papel mojado. La Historia es un tribunal sin reloj.       

Ilustración de Nil Bartolozzi               

sábado, 20 de julio de 2013

Un verano con Jean Cocteau (II): La gran separación

Un verano con Jean Cocteau (II): “La gran separación”

Por  | Portada | 19.07.13
La gran separaciónLa gran separación. Jean Cocteau
Traducción e introducción de
Montserrat Morales Peco
Ilustraciones de Jean Cocteau
Cabaret Voltaire (Barcelona, 2009)
Cómpralo aquí
1923 es un año especial y extraordinario en la trayectoria narrativa de Jean Cocteau. En tan breve lapso de tiempo publica dos novelas, La gran separación y Thomas el impostor, a lo que añade vivir la agridulce nebulosa de ver cómo su protegido Raymond Radiguet triunfa con su premiado debut El diablo en el cuerpo y fallece el 12 de diciembre tras sucumbir a unas fiebres tifoideas.
Sus biógrafos hablan que la muerte del joven de veinte años sumió a Cocteau en un desamparo que marcaría su devenir, pero para lo que nos concierne, el análisis de La gran separación, es interesante observar que Jacques, el protagonista adolescente que debe crecer en la soledad de lo que le rodea, parece ser una mezcla de Radiguet y el poeta de la Oda a Picasso. La permanente contradicción de ir contracorriente con voluntad de ser aceptado en la sociedad nos podría plantear que los rasgos del personaje pertenecen a Cocteau, algo que podríamos discutir, pues si bien el poliédrico artista asumió la dificultad que implicaba no casarse con nadie y desmarcarse de las capillas, lo que vemos a lo largo de las páginas de esta educación sentimental poco tiene que ver con sus condiciones y su defensa de la iconoclastia por encima de todo.
Lo que más bien observamos en Jacques es el sentirse desvalido ante algo que empieza y desborda la experiencia por la mera cata de sentimientos inéditos. Sin duda la creación mental del estudiante está impregnada de las esencias del poeta, desde su ambigüedad sexual hasta ese decadentismo que el paso de las décadas y la nostalgia del recuerdo han acrecentado para mayor disfrute de la idealización. Sin embargo, está claro que otros atributos huelen más a una ingenuidad que convierte a Jacques en una marioneta de los acontecimientos, caprichosos árbitros de sus movimientos.
La gran separación tiene desde su apertura del telón una toxina de destino funéreo. El viaje que la madre emprende junto a su querido retoño por la vieja Europa se asemeja a un tour por un cadáver que no requiere ser escrito para mostrarse en su putrefacto esplendor. El caos interior del flaco burgués, descreído por no saber dónde fijar sus atenciones, sólo ratifica los síntomas del complejo y la preponderancia de la fachada sobre el contenido, mimetizándose con el ambiente para disminuir sus inseguridades y potenciar un carácter virgen, que coge rueda para subsistir. Conoce a dos hermanos, Tigrane e Idji, y los paragona con animales sagrados, bestias dignas de adoración con las que el incesto flota en la atmósfera, que se vuelve plomiza en Venecia, otra vez el estigma del declive y la parálisis de la laguna, con suicidios y la incomprensión de sus posibilidades, incapaz de entender de seducciones y miradas, torpe en la elección de las afinidades electivas.
Ilustración de Jean Cocteau para "Le grand écart" (imagen: ebay.co.uk)
Ilustración de Jean Cocteau para “Le grand écart” (imagen: ebay.co.uk)
El momento cumbre aterriza en París, donde Jacques recalará para estudiar en una pequeña residencia de la Rue de l’Estrapade, y el nombre, nada lo es en Cocteau, no es fruto del azar, pues se refiere a un atroz suplicio donde al condenado se le ataban los brazos en una posición que terminaba por dislocar la espalda. El protagonista ingresará en la pensión pedagógica, ideal para estudiar la reválida, del matrimonio Berlín con gran entusiasmo por las expectativas y la variedad de sus compañeros, crisol multiétnico donde destaca Stopwell, un campeón de salto de longitud que seduce por su dandismo pero que todavía no ha penetrado en los entresijos del sexo.
La pensión y sus compartimentos, habitaciones que son cápsulas de un microcosmos teatral, juega el papel de casa de muñecas con sus secretos y sus intimidades que desaparecen al salir al exterior, donde atiende el peligro en forma de dos actrices que prolongan la confusión erótica. Jacques caerá rendido a los encantos de Germaine, una actriz de poca monta que vende el carisma de la vulgaridad y encandila a los hombres por su descaro. Es frívola, lo proclama a los cuatro vientos y los incautos caen rendidos en un engaño que encadena una serie de infidelidades que sirven al narrador para divertirse con mecanismos de lo invisible que se erigen en tablas de salvación para alargar la agonía del amor.
Osiris es el amante adulto que confía en su suerte porque no cree que su querida pueda meterle los cuernos con un pimpollo, y este, novato en las lides de eros, desconoce que en la alcoba pueden juntarse dos cuerpos femeninos, el de Germaine y el de Louise, compañera de piso de la tortura, libre en el festival de prescindir del amor y seguir las modas a rajatabla, donde el amor ya no se estila en una mediocridad dorada que sabía de comida rápida antes de su existencia.
El golpe, entre la rutina de la pista de patinaje y muertes de odio paterno, será terrible. Jacques tiene que recibir palos para crecer, y entre ellos está el descubrimiento del desbaratamiento de un orden previsible. Las lecciones de la escuela, el planisferio de un universo estable no tienen sentido en ese mundo en transformación, donde la velocidad se impone y el goce de la mirada se alía con el placer efímero para aliviar la penuria de lo cotidiano y la miseria de una existencia donde el tope está fijado en unas cartas repartidas en la misma cuna.
Podríamos pensar que si en El diablo en el cuerpo de Radiguet la guerra es la coartada para el romance, aquí lo es un dolce far niente de tedio para el que Jacques no está preparado al carecer de educación mundana. Las marionetas giran y se mueven con una malicia que hace de este antihéroe un ejemplo más dentro de la larga tradición de fracasados franceses, de Julien Sorel a Madame Bovary, hermanos en la desdicha y en la ilusión de contemplar la realidad desde un prisma sesgado al no meditar, tema santo y seña de Cocteau, en la trascendencia de las máscaras que impiden ver más allá de la carcasa.
La nota romántica del intento de suicidio y el posterior viacrucis de normalidad son el aliño conclusivo, una nota de rizar el rizo que bien podría leerse como un consejo al propio Radiguet: luce tus galas, adora la belleza, pero ante todo, sé consecuente, cúbrete las espaldas y evita martirios, porque al fin y al cabo los errores sólo se paran con el arte de Delfos: conócete a ti mismo, sí, hazlo como medicina para evitar puñaladas ajenas y aplicar tu independencia rindiéndole justicia al vocablo.

viernes, 19 de julio de 2013

La quiebra de la normalidad: cuatro voces madrileñas en Número Cero




Si en mayo hablé de nuevas voces barcelonesas y en junio me centré en la periferia ahora llega el turno de abordar aspectos concretos de la joven literatura madrileña desde un factor curioso: la quiebra de la normalidad en los libros de Juan Aparicio Belmonte, Matías Candeira, Daniel Dimeco y Eduardo Laporte.


Primera parte

Segunda parte



viernes, 12 de julio de 2013

Fiestas de pueblo en Todos somos sospechosos


La pasada madrugada centramos mi sección en Todos somos sospechosos en hablar de algo tan veraniego como las fiestas de pueblo. Puedes escuchar la charla aquí

jueves, 11 de julio de 2013

Entrevista para Revista de Letras

Jordi Corominas: “La paciencia es una seña de identidad que estamos perdiendo”

Por  | Portada | 10.07.13
Desconozco si en la genética de Jordi Corominas hay incrustados resabios de algún antepasado funambulista, como en la de Nick Wallenda, sucesor de una estirpe de equilibristas. Wallenda cruzó hace un año las cataratas del Niágara, de una forma elegante y serena: debajo el vacío y el fantasma amarillo flúor de Marilyn. Hay en torno al creador de Loopoesía una coyuntura semejante a la del baile con el viento que supone caminar sobre un cable de acero: un vacío de novedad en la poesía española actual, la enorme carencia del deseo de romper normas en los versos y la necesidad de llegar a otra orilla, más lejana, más honesta, más contemporánea con los tiempos actuales. Probablemente, en la mente del creador catalán estos objetivos no existieran a priori y fueron naciendo en buena ley y lenta cochura, pero sí le rondaba desde el principio la idea de mostrar, transgredir  y, quizá, romper unos cuantos decimonónicos versos o, tal vez, tirar al agua un minimalismo poético que nada dice, vacuo, gaseoso.
A mediados del XIX, Blodin cruzó también estas columnas de agua en los Grandes Lagos, parándose en medio de la hazaña a cocinar y comerse una tortilla. Algo muy “Corominas”. Sólo que él prepararía unos spaghetti al pesto, una saltimboca alla romanay un espresso fuerte de postre, uno de los almuerzos trasteverinos del personaje José García en su novela homónima. En persona, Jordi es como un buen café romano: enérgico, arrollador, apasionado, mediterráneo. Él deja sus huellas, sus versos-río dejan su legado. Éstos no caen en catarata, fluyen gota a gota en un poema largo donde los protagonistas vuelan, alados, a través de escenarios históricos y de los mapas sentimentales del autor. El libro, cuyas líneas declama en su performancemultidisciplinar de Loopoesía, lleva por título, en este 2013, Los lotófagos (ed. Versos y Reversos). El espléndido poemario comienza con ese Duty Free del olvido patriota que es un aeropuerto, vía de escape de las tragedias cotidianas, lugar de alienación para seguir siendo borrego, espacio para mentirse y dorarse el soy “ciudadano del mundo”.
Jordi Corominas en pleno éxtasis Loopoético
Jordi Corominas en pleno éxtasis Loopoético
Su poemario empieza con un tránsito vacacional: los pasajeros de los vuelos low cost se convierten en los compañeros de Odiseo, ansiando comer flor de Loto para olvidar la rueda de hámster en la que se mueven. Para olvidarla apenas un par de días. ¿Está tan escaso de sueños el hombre de hoy que cree que su libertad reside en las escapadas del fin de semana o en los bajos precios de Ryanair?
El poemario empieza en el aeropuerto porque es un paradigma del “no lugar” contemporáneo con aliño de velocidad, despersonalización, anonimato y consumismo. Además, es un espacio de tránsito y supuesto disfrute, como ocurre con otros “no lugares”, como por ejemplo los centros comerciales. Dentro de su carcasa, se alternan la cárcel y la vía de escape, resumen de la ciudad contemporánea. Esa carcasa contiene en su interior el simbolismo de demasiados elementos de la posmodernidad.
El hombre de hoy día es menos lúcido de lo que parece y sigue la pauta del rebaño desde una supuesta victoria de su individualismo. Todos quieren ser diferentes pero todos son iguales. Y en medio, en una sala privada del aeropuerto, los lotófagos olvidan, como la mayoría de la gente, que viven en la perpetuación de un fast food mental y cultural.
¿La revolución española, la Spanish Revolution consiste en asegurarse la jarra de cerveza del viernes para los 50 años que nos quedan de vida y convertirse en un lotófago para olvidar la precariedad de los empleos?
La revolución española no ha tenido lugar, aunque hay algunos elementos para la esperanza. Siempre nos preguntamos qué ocurre para que no salga todo el mundo a la calle. De todos modos, la gente debería leer más Historia y entender que una revolución es un proceso de años, no consiste en tomar el Palacio de Invierno y ya está. Echo de menos un verdadero papel de la gente de la Cultura en todo el proceso que debería iniciarse para regenerar el país. Y no hablo de gritar en la calle y lucir palmito: hablo de construir, de proponer, de unirse para intentar cambiar las cosas apresurándonos lentamente.
Libro LotófagosLe propongo que me responda a citas de Los lotófagos. Habla de tener un sello exótico en el pasaporte como victoria y de las visitas a la comisaría como celebración de la juventud. ¿Ése es el retrato de parte de la generación nacida en los 90 hoy día? ¿Ése podría ser el retrato de parte de nuestros noveles escritores?
El verso no habla de jóvenes escritores, más bien de la futilidad del viaje, que ha perdido su trascendencia y ha adquirido la banalidad de lo previsible, con fotos desde la comisaría. Si la pregunta es en relación a un cierto postureo de la juventud literaria española pues puede ser, pero de todo hay en la Viña del Señor. Creo que es una generación, la de los veinte a los treinta, diferente a la nuestra en el sentido de interacción cibernética, a través de las redes sociales, con lo que suponen a nivel de promoción y contactos. Yo, con veintitrés años, esperaba poder publicar algún día, pero desde la paciencia, una seña de identidad que quizá estemos perdiendo.
Para usted el viaje es una Odisea, el viaje cambia al viajero. Si no se viaja no se vive. En cambio, los viajes de ahora sirven para llenar el ego y el Instagram. ¿Qué viaje no olvida Jordi Corominas? ¿Qué viaje le gustaría realizar? ¿A qué época viajaría?
Me fascina viajar y cuando no puedo hacerlo me gusta perderme por Barcelona porque desde lo ignoto llego a un cierto tipo de conocimiento. Soy un escritor que trabaja mientras pasea. No olvido mi estancia en Roma durante dos años porque me abrió una serie de perspectivas e influencias que, en un momento inicial, me dieron mucha vida y aún flotan en mi inconsciente. Me enamoré de la ciudad, es un amor incondicional. Me gustaría perderme varios meses por América Latina. No creo ser capaz de elegir una época a la que viajar, eso casi depende del día. Me gustaría conocer a Giacomo Casanova y acompañarle en sus andanzas, así que vayamos al siglo XVIII en su compañía.
Siguiente verso que le sugiero comentemos: “Somos una cíclica guadaña”. ¿Debería existir una guadaña en la Literatura/Poesía que olvidara a determinados clásicos demasiado manidos a fin de renovarse?
La Poesía, a veces, parece un arte que se ha quedado anclado en un punto indeterminado del pasado, tanto por temas como por su forma de presentarse al público. Me aburre observar la repetición de repetición y esa solemnidad que la gente asocia con algo cansino. ¿Tanto cuesta intentar acercar los versos y renovar tanto su contenido como su continente? El mundo es una fuente inagotable de la que bebemos muy poco. Por otra parte sí, somos una cíclica guadaña, que mata, y en muchas ocasiones intenta decapitar aquello que puede resultar peligroso para el orden del conformismo, así es.
En ese juego suyo con La Parca y su instrumento de trabajo habla de que “somos una locomotora que para avanzar requiere anular motas/ echamos cianuro a las reminiscencias/ reseteamos el time line para abarcar felicidades estériles” ¿El ciudadano de a pie usa demasiado la “cíclica guadaña” de la que hablábamos antes para olvidarse de lo que debería hacer, de lo que debería recordar mientras está tranquilamente dormido en su camita?
En esa primerísima parte del poemario comprobamos que las personas que pueblan el aeropuerto parecen autómatas. En la sala de los lotófagos éstos fuman y caen en el olvido del pasado, pero también del presente. Su memoria ha sufrido una modificación letal, la metamorfosis que extermina cualquier posibilidad de recuerdo, se ha cancelado la memoria y con ella la posibilidad de la libertad que le corresponde al ciudadano.
¿Andan muchos jóvenes poetas hoy día “gimiendo risueños en la ausencia/ afortunados en su letargo de mirar a un techo” mientras flirtean con los clásicos, casi remendando lo ya hecho por otros?
Creo que en España hay buenos poetas, jóvenes y no tan jóvenes. Opino, asimismo, que las redes sociales y la democratización que supone Internet dan una falsa expectativa a muchas personas que aman escribir. Amar la escritura no implica tener calidad. Lo clásico debe ser asumido, mascado y digerido para poder alcanzar otros límites. De otro modo no tiene sentido dedicarse a juntar letras.
Jordi Corominas en FNAC Callao, el pasado 17 de mayo, en pleno show Loopoético (foto: Carmen Garrido)
Jordi Corominas en FNAC-Callao, el pasado 17 de mayo, en pleno show Loopoético (foto: Carmen Garrido)
En el poemario, lo bueno, lo clásico y lo que debe permanecer en nuestra memoria se exilia en Pandataria. ¿A qué o a quiénes de tiempos antiguos rescataría Jordi Corominas de esa isla? Y… ¿a qué o a quién exiliaría?
¿Qué es lo antiguo? ¡Si para mí T. S. Eliot,PoundCocteau o Joan Salvat-Papasseit son más modernos que muchos de mis contemporáneos! Exiliaría, en primer lugar, a los que obligan a muchos a emprender el camino del exilio por falta de oportunidades. En realidad, mandaría al destierro de Pandataria a muchos indeseables, un elenco grandioso. Creo que la mayor perversión a la que se ve sometida nuestra época es la perversión del lenguaje. Tiraría por ahí, falta en España un Karl Kraus.
¿Quién sería hoy ese crupier que todo lo maneja del que habla en Los lotófagos: Bárcenas, Coelho, el FMI, el Club Bilderberg, Planeta, Ahmadineyad y Netanyahu, Merkel, los psiquiatras, las clínicas de estética?
En realidad, el crupier universal de Los lotófagos tiene un sentido positivo ya que su misión es recuperar la memoria de los viajeros. Es una especie de dios bastante masón, desea cambiar el olvido para que los humanos no se empecinen en cometer siempre los mismos errores. Si hablamos del mundo actual el crupier, el que mueve los dados con soltura, no es uno, son muchos. Todos, dañinos e invisibles.
¿La máxima estupidez a la que puede llegar un hombre es la de creerse un salvapatrias, empuñando el fusil en nombre de tiranos que andan por los despachos, léase Stalin, léase Franco, léase Hitler, ya sea a la orden de los camisas pardas o de los ivanes?
En el poemario la Historia tiene un lugar muy importante y en él se recorre sobre todo la del siglo XX europeo. Quien me conoce sabe que Europa es una de mis obsesiones fundamentales porque ante todo me considero un ciudadano de este continente y creo que mi cerebro se ha alimentado y se alimentará de los nombres que forjaron una idea del Viejo Mundo. La pasada centuria es un catálogo de errores y horrores que sigue condicionándonos. Muere el siglo XX con lentitud y nos cuesta aceptarlo, sólo lograremos enterrarlo si formulamos nuestro propio paradigma.
Varias veces he hablado con usted de Hitler y aquella Alemania (“Un país vendido/ a la ilusión del lunático genocida y su amor a la obediencia/ a jerarquías, pasos de oca y cruces de hierro subastadas”). ¿El Führer fue la prueba viviente de que alguien con tintes mesiánicos puede llegar al poder si tiene la coyuntura apropiada?
En el poemario, Hitler aparece porque uno de los lotófagos, que habla mucho del Maresme y que fue oficial del ejército soviético, estuvo en la batalla de Berlín; fue fotógrafo de los líderes (amparado en el anonimato de quien construye con una cámara la iconografía oficial); y retrató el horror de los campos de concentración. La presencia de Hitler, la obsesión por hablar de su persona, corresponde a la fascinación por el mal absoluto y planificado que consiguió desde un orden impecable, lo que siempre es una advertencia. La época nazi fue excepcional en sentido negativo, no creo que vuelva a repetirse. La gente, pese a lo que creen los políticos, no me parece tan tonta. Una buena prueba de ello, sin que ambas figuras sean comparables, la tenemos en Artur Mas y su voluntat d’un poble. Nos puso de los nervios durante dos meses, dale que te pego con sus ideas, pero se llevó un batacazo espectacular porque engañarnos no creo que sea tan sencillo.
Siempre hay alguien, un cronista, un fotógrafo, que estampa una imagen para la Historia, que “inmortaliza a los que copan el vértice de la pirámide/ y abrazan la almohada con delirios de custodiar museos/ de cera mientras brincan con saña para despedazar a la base”. Y logra que esos “estampados” se sientan “los reyes del mundo”. Antes, “los reyes del mundo” eran los Acuerdos de Yalta, de Potsdam, Churchill, Stalin, el Che. Hoy los retratados son Olivia Palermo o Justin Bieber. ¿Los mitos van degenerando?
Más que esos nuevos mitos, que son fenómenos pasajeros de una época que fomenta el olvido con noticias que duran menos que nada y nombres que son un “si te he visto no me acuerdo”, creo que nuestra era es especialista en vaciar de contenido a los mitos pasados, y sobran los ejemplos. El más lógico es el Che, otro sería Morrison y uno muy mascado que acentúa la banalidad actual es Baudelaire. Al igual que Rimbaud creo que es muy mencionado pero poco leído, la lectura de Baudelaire corre el peligro de ser un postureo. Y es una lástima.
En el poemario hay un pequeño máster sobre las atrocidades políticas y el cretinismo de algunos poderes. Luego, ellos y sus hechos quedan inmortalizados en los Museos de Cera, donde “los gobernantes buenos se equiparan a los mediocres por mor de las estatuas” ¿Deberíamos cerrar esos lugares de los horrores estéticos ya que las estatuas equiparan a Marco Aurelio, a Espartero, a la Moreneta y a Urdangarín? ¿Quién sería la primera personalidad a la que pondría para inaugurar un nuevo Museo de Cera?
El poder siempre se ha servido del ritual y de una iconografía determinada. Antes de la era de la imagen, mucho antes, era normal que se potenciara con la omnipresencia de bustos o pinturas que hacían notar al pueblo que quien mandaba siempre estaba presente pese a ser casi invisible, porque nunca lo veían en público. Ese pasaje va un poco por ahí. Curiosamente para el nuevo poemario de Loopoesía la idea del Museo de Cera aparecerá. Ahora una condena es que te eliminen de ese lugar. No sé a quién elegiría para mi particular Museo de Cera. Quizá al negro de Banyoles porque es dadaísta, simbólico y dice mucho de lo absurda que es nuestra sociedad.
Otra instantánea de "Loopoesía 2013: Los lotófagos" en FNAC-Callao (foto: Carmen Garrido)
Otra instantánea de “Loopoesía 2013: Los lotófagos” en FNAC-Callao (foto: Carmen Garrido)
Confiesa que le obsesiona la idea de Europa, un continente “expulsado de su supremacía en vidrios traslúcidos del resquicio y posos de prepotencia estrangulados en la vitrina” ¿La idea de Europa o de la Europa del Bienestar se ha convertido ahora en la orquesta del Titanic?
En el verso que me propones, el texto ya está avanzado y se ha producido en el poemario una agnosia visual que ha fundido los clichés de uno de los lotófagos. Europa ha perdido la brújula, y parte de culpa la tiene haber olvidado la esencia de su pasado. Se recuerda desde una óptica museística que no ayuda a que la gente escarbe en el pasado, no interesa recordarlo. Ocurre lo de siempre: el poder malo prefiere a individuos sin educación porque son más controlables. Su relato de la cultura es vacuo, manido de tópicos y sin ninguna verdadera vocación pedagógica. Al fin y al cabo Los lotófagos es una suitepoética que desde la crítica expone mi visión de una problemática central de nuestro tiempo, pues desde el olvido los versos se bifurcan en muchos caminos que, creo, convergen en una unidad que va más allá de lo formal.
A lo largo del poemario recorremos su mapa sentimental, en él aparece Lavapiés como una epifanía. Un barrio donde “las corralas son paraísos, inmigrantes y ventanas con atisbos optimistas del progreso del yo” ¿Qué tiene ese barrio? ¿Viene a ser el Raval de Madrid?
A mí Lavapiés me parece una mezcla de Gràcia y el Raval, sí. Le tengo mucho cariño por circunstancias personales y porque sus terrazas me hacen sentir como en casa. El verso preludia un momento del poemario que ocurrió en realidad. Estaba un domingo en la que por entonces era mi casa, puse A Day in the Life de The Beatles y los vecinos de enfrente le dieron al play con Love Me Do. De repente The Beatles sonaban simultáneamente, eran los mismos y, a la vez, eran diferentes. Su obra de 1967 se superponía con sus inicios, con esa inocencia del primer disco. Eso son progresos del yo, mutamos y evolucionamos, somos el mismo sin serlo.
Critica en sus versos “las tabula rasa de las tendencias” barruntando el momento en que “amanecerá la jornada donde esos chinches sean pasto de insecticidas”. ¿Del postureofranquista de la mantilla se ha pasado al postureo de influencia anglosajona de loshipsters, los gafapastas o los mods?
El postureo hipster es otra deriva más del predominio de la tendencia y de la vacuidad. ¿Qué sentido tiene que unos españoles del siglo XXI imiten un modelo norteamericano de hace décadas y lo vistan de supuesta novedad?
¿Seguirá existiendo Loopoesía mientras haya algo que denunciar?
Loopoesía existirá mientras tenga fuerzas para seguir con un proyecto que, desde un nacimiento festivo, ha pasado a ser algo muy ambicioso. Lo primero es el texto y de ahí parte todo lo que forma el espectáculo: mezclas musicales, imágenes, actuación, escenografía y recital. Todos los elementos se engarzan por y para los versos, que, con este formato, creo que logran acercarse más al público. La exigencia es fuerte, porque cada año debe ser mejor que el anterior. Este año, Los lotófagos han dado un salto en relación a 2012, y en 2014, con el quinto aniversario del proyecto, la ilusión es máxima. Loopoesía denuncia, es verdad, pero, sobre todo, ya lo dice su lema, es amor. Siempre que termino elshow digo que es un espectáculo, y no es algo que diga para quedar bien, se hace para la gente, porque sin ellos no tendría sentido. No creo en la poesía onanista, sí creo en su función social a la manera  eliotiana.
¿Loopoesía es, además de amor, una respuesta a los convencionalismos de los versificadores?
En este caso, más que la Loopoesía en sí misma creo que el anticonvencionalismo que manifiesta está en el ADN de su creador, así que mientras viva existirá Loopoesía, que ahora es un proyecto multidisciplinar poético, pero que más que nada es un estado de ánimo y una forma de entender la literatura y lo que me rodea.
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Paralela a la actualidad, crítica y contestataria forma de poética existencia, me pregunto cómo será la próxima edición Loopoética, teniendo en cuenta el movidito calendario 2013. Corrupción y sobresueldos; desahucios y suicidios; banqueros en la cárcel; Infantas imputadas; renuncias de Papas y Reinas; muertes de Thatcher y de Gandolfini; tríada de indignación en Egipto, Turquía, Brasil; amenazas del gordito rabioso de Kim Jong-un; grotescos juicios pantojiles; escándalos de espionaje masivo. Y el domingo pasado, una “pérdida irreparable”: la de la hegemonía española sobre el fútbol mundial. ¿Cruzará nuestro funambulista estas aguas más propias de Costa da Morte que del Mare Nostrum en sus próximos versos? A buen seguro, ya está quitándose el arnés e invocando al espíritu protector de Lennon mientras tararea Give peace a chance.

miércoles, 10 de julio de 2013

Un verano con Jean Cocteau en Revista de Letras: El Potomak

Un verano con Jean Cocteau (I): “El Potomak”

Por  | Portada | 9.07.13
cubierta_diario.inddEl Potomak. Jean Cocteau
Traducción y estudio de
Montserrat Morales Peco
Ilustraciones de Jean Cocteau
Cabaret Voltaire (Barcelona, 2013)
Cómpralo aquí
“Escribía sin ningún orden. Hacia la mitad, nos dimos cuenta de que yo ya no era el mismo, de que escribía bajo los efectos de una de esas crisis que provoca cambios en el organismo. De tal forma que uno muere varias veces antes de que llegue su final, y, cuando por fin fallece, se parece a los bailarines sagrados de España”.
La frase que encabeza este texto es toda una declaración de intenciones que no puede entenderse sin una justa contextualización. Justo antes de la Primera Guerra Mundial, Jean Cocteau era ya un enfant terrible que había logrado penetrar en las más altas instancias de la cultura francesa. La culpa la tenían sus tres primeros poemarios, obras donde ajustaba su estilo al imperante, repleto de orientalismos y reminiscencias simbolistas y parnasianas. Era joven, tenía ganas de triunfar y codearse con la flor y nata de un mundo que se derrumbaba sin saberlo.
En otra orilla, bien cercana, la rueda giraba hacia una dirección iconoclasta que desafiaba la norma para apuntalar novedad, ruptura de límites decimonónicos para destruir el arte hacia su regeneración. Hablamos, claro está, de Picasso y otra serie de locos que, desde su marginalidad inicial, avanzaban hacia la senda de la vanguardia con paso firme, contrarios a un establishment bien apoltronado en sus salones y la decadencia del desgaste que asume unas coordenadas como inalterables, sempiterno error que se repite generación tras generación. La Gran Guerra sería la gota que colmaría un vaso intoxicado, con Aschenbach como aviso, incapaz de atrapar la belleza en el Lido veneciano.
Jean Cocteau (foto: Cabaret Voltaire)
Jean Cocteau (foto: Cabaret Voltaire)
Cocteau tuvo su particular revelación con veinticuatro años y entendió el mecanismo para propulsar lo positivo de su insultante y necesaria personalidad. Es fácil imaginárselo en el Teatro de los Campos Elíseos el jueves 29 de mayo de 1913. Se presentaba La consagración de la primavera de Igor Stravinsky y ya nada volvería a ser como antes. Convenía, para ser coherente con el futuro, transgredir los cánones, despreciar todo lo que un ballet revolucionario hacía saltar por los aires, renunciar a la gloria fácil, arder vivo para renacer y aceptar la quiebra, sintetizada en la reflexión “lo que el público te reprocha, cultívalo: eso eres tú”.
Y se puso a la labor. El prospecto de El Potomak, escrito como una recapitulación de la metamorfosis, explica al lector la transformación que asombra en su primera novela, experimental hasta el extremo de combinar epístolas, poesía, aforismos, fragmentos, relatos, diálogos filosóficos y dibujos que beben del automatismo. El poeta ha decidido dejarse llevar por una musa que guía su camino hacia una expiación que es un torbellino de ideas hilvanadas con la conciencia de la plena libertad, lo que por una parte implica dos posicionamientos concretos. La supuesta anarquía de El Potomak podrá juzgarse como ausente de calidad por lo complejo de la estructura. ¿Qué problema hay? Quien no arriesga tiene vetadas las puertas de la gloria, sea del tipo que sea. Por eso la locura es más bien racionalidad.
Asimismo, y esta es la segunda postura definida que encierra el artefacto, todo el texto debe leerse como una reivindicación hacia un horizonte desconocido, y para ello los símbolos serán nuestros perfectos ayudantes, pistas detectivescas que desvelan los enigmas que encierran las páginas, mucho más diáfanas si aparcamos el atosigamiento de su exuberancia y nos centramos en abordarlas con la normalidad del análisis pausado, siempre posible, siempre útil hasta en vericuetos que juegan con hacerlo quimérico.
Una de las ilustraciones de Cocteau que acompañan al volumen
Una de las ilustraciones de Cocteau que acompañan al volumen
El personaje de Persicaire, fiel interlocutor y mejor teórico desde la efeméride, es una maravilla que puede permanecer oculta por los pilares que sustentan el edificio de El Potomak. ¿Qué son los Eugènes? Estos extraños personajes, como todo el cuerpo de la novela, tienen reminiscencias cubistas, están facetados desde lo real y reflejan su rostro sin máscara. Éste es amenazante por el propio peligro que emana desde el apremio de tumbar lo burgués que representan los Mortimer, acostumbrados a la rutina de boda, luna de miel, fiestas galantes y compras culturales convencionales para conservar, verbo fundamental en el engranaje, el mecanismo de la estabilidad de unos valores concretos que deben ser inexpugnables para que la máquina funcione y nunca se resquebraje. En este sentido los Eugènes, que el propio Cocteau dibujó con ingenio y mucha mala leche burlona, son los invasores del orden, y por eso no se amilanarán en su deber de atemorizar a la plácida clase media tan satisfecha de sus logros, y lo harán acercándose, haciéndose notar para lanzar advertencias, como si con su mera irrupción los demás padecieran la condena de la inseguridad, el miedo ancestral a la pérdida del aburrimiento consensuado para no alterar al rebaño.
La amenaza, álter ego del poeta, es el Potomak, una bestia que quita la c al nombre de un río porque a Cocteau, como bien apunta Montserrat Morales Peco en su estudio que cierra el volumen, le gustaba relacionar conflictos bélicos con encrucijadas a superar. En este caso se refiere a la batalla naval de la Bahía de Chesapeake, donde van a parar las aguas que dan nombre a la novela, de 1781, cuando los franceses derrotaron a la marina real británica. Acaeció en América, que en el primer Novecientos, y ahí seguimos anclados una centuria después, era un indudable icono de la modernidad.
El monstruo está en un acuario en el sótano de la Madeleine, lo que no me parece nada casual, pues el autor de Orfeo sabía muy bien a sus veinticinco años de la imposibilidad de la vanguardia sin nutrirse de la tradición, pues al fin y al cabo si la primera rebasa los límites que plantea la segunda es porque la ha asimilado hasta trascenderla. Lo clásico propicia la modernidad. Tiramos las cosas a la basura cuando ya no nos sirven, y en el arte el proceso es parecido, sólo que nos alimentamos con su esencia para avanzar, no hay más remedio si se quiere tener coherencia y mostrarla para cambiar el paradigma.
El Potomak es un bicho peculiar, concretamente un megáptero celentéreo, híbrido de ballena y medusa, sólido y gelatinoso. Lo alimentan el poeta y un hombre de Nueva York. Al comer el programa de los Ballets rusos se duerme, lo asimila y defeca burbujas, pero al degustar una caja de música con Sigfrido yParsifal de Wagner se deja tentar hasta que expulsa las notas de la partitura con sonoros eructos porque se siente a disgusto con lo aceptado por la mayoría. Sin embargo este punto, la imperfección siempre es un placer de la lógica, exhibe las contradicciones del propio Cocteau, que empezaría a acariciar el cielo vanguardista al firmar el texto del ballet Parade, especie de obra total vanguardista, ¿y no se parece eso al Gesamtkunstwerk wagneriano?, en la que también participaron Pablo Picasso con sus diseños, Erik Satie en la vertiente musical y Léonide Massine en la dirección de este portento escénico auspiciado por el inmortal empresario Serguéi Diáguilev.
Liberar la escritura para explotar el vacío, entonces la mariposa abandona el papel y echa a volar. Cocteau llevaba cerillas en sus bolsillos para provocar un incendio. El Potomak fue la mecha inaugural. La ligereza de los sombreros de Coco Chanel devino revolución en un coctel anticipador del surrealismo desde la elegancia. Ahora solemos identificar las fracturas culturales con aspectos deshilachados. El chico impecable, vestido como un pincel, lo desmiente desde el aplomo de la burguesía buena, fiel a la dicha de voltear la tortilla desde dentro del castillo. ¿Por qué cenar no podía ser oeste como decía Gertrude Stein? El cansancio del presente debería ser un acicate para activar un camaleón que todos llevamos dentro para impulsar un desorden aparente que conduzca a una revelación donde lo arcano nutra epifanías, oasis que nunca deberían clausurarse por embargo de marginalidad. Eso, y no otra cosa, es El jPotomak de Jean Cocteau.

lunes, 8 de julio de 2013

La metáfora de 1913 entre la ignorancia y la esperanza en Sigueleyendo


La metáfora de 1913 entre la ignorancia y la esperanza, por Jordi Corominas i Julián
Hace pocos días una revista comparó al reciente ganador de un premio literario con Picasso y su banda. La publicación semanal, que no hace tanto tiempo gozó de un cierto prestigio, cometía un error de peso que viraba hacia la banal pedantería hispana, esa que se compone de mencionar nombres rimbombantes sin tener ni idea de lo que se habla. En primer lugar el articulista se equivocó por exceso, pues mencionó una retahíla de nombres que iban desde Brancusi hasta Matisse pasando por Apollinaire. Aquí el error radica en que la que se conoció como Bande à Picasso no englobaba tanta gente y duró un período limitado, el que corresponde a los años iniciales del pintor malagueño en París. El segundo fallo del chupatintas, pues no merece otro nombre, era de apreciación, ya que afirmaba con rotundidad que los nombres de la vanguardia fueron ninguneados, sin que nadie pudiera sospechar su posterior fortuna para con la posteridad.

La astracanada es grave porque pone como supremo ejemplo el estreno del Ballet Parade en 1917,  como si por aquel entonces los cómplices del crimen positivo de la modernidad fueran unos desconocidos, falacia absoluta que puede comprobarse con la simple lectura de libros y hemerotecas.

En España la ignorancia es muy atrevida y tomamos al público por imbécil, por eso algunos creen que es muy fácil engañar desde la incultura que se solventa con buenas lecturas y una voluntad de aprender, porque precisamente uno de los problemas que nos lleva a situaciones tan grotescas es la eliminación del contexto y la referencia, como si el presente se bastara sin remitirse al pasado con seriedad, sólo con fuegos de artificio propios de un país que a partir de comportamientos como el que describimos siempre se vuelve más provinciano.

El martes de la semana pasada, quizá en el mismo instante en que se publicaba la atrocidad que acabo de triturar con más suavidad de la que parece, recibí en mi buzón un volumen de la Editorial Salamandra titulado 1913 Un año hace cien años. La obra, cuyo autor es el historiador y periodista cultural Florian Illies, engancha y encaja con el espíritu pedagógico de nuestra época: la anécdota prevalece sobre la profundidad como invitación y acicate para ir más allá si el contenido es de interés para quien consuma el mosaico con todas sus teselas, creadas con intención fragmentaria para lograr una unidad que en muchas ocasiones es ficticia.

 Lo didascálico suele triunfar desde una cierta superficialidad. No es el caso de este estudio dedicado a revisar en forma de almanaque cultural los hitos del mal llamado mundo civilizado en 1913, justo hace un siglo, cuando Europa intuía la despedida de una gran época y la inminencia de una guerra que se anunciaba desde una incertidumbre mitigada por un esplendor artístico que marcaría parte de la centuria, vencedor de su batalla contra los límites superados del Ochocientos.

La edición del libro en España resulta interesante porque la lógica formación germánica de Florian Illies centra la investigación de 1913 en el ámbito centroeuropeo, denostado en nuestras fronteras, siempre más partidarias de contemplar París como el centro de la modernidad. Tal pensamiento no es ni mucho menos falso. Sin embargo la preferencia por la ciudad de la luz tiende a olvidar como Berlín y, sobre todo, Viena eran dos faros con una potencia sin igual. Quien haya leído el fascinante La Viena de Wittgenstein de Janik y Toulmin me entenderá a la perfección. La capital del Imperio Austrohúngaro, gobernado por un vetusto gobernante que prefería cazar a atender las amenazas en ciernes provenientes de los Balcanes, era un poliédrico hervidero donde se juntaron varias generaciones prodigiosas. Era posible caminar por esa urbe y encontrarse con Sigmund Freud, Gustav Klimt, Arnold Schonberg, Arthur Schnitzler, Egon Schiele, George Trakl, Robert Musil, Oskar Kokoscha o el guardián del lenguaje, Karl Krauss, a quien vemos enamorado de una noble seguidora de Rilke que le empuja a desatender su escritorio durante más de dos días, todo un récord para el editor y redactor de Die Fackel, periódico que sería necesario resucitar en España para controlar el malbaratamiento del lenguaje por parte de políticos y otros bichos deseosos de disimular sus asquerosas tropelías.



Esa misma Viena sirve a Ilies, que estructura el libro mes a mes para así hilvanar las historias que relata y dar al lector una evolución coherente de los acontecimientos, para trenzar una poética muy estimulante. En los primeros meses del año coincidieron por sus jardines Adolf Hitler y Josif Stalin. Uno transcurría sus jornadas entre la frustración del rechazo y la comodidad de un albergue que le servía para ahorrar mientras pintaba acuarelas para turistas. El otro era un refugiado que esperaba volver a Rusia para emprender la revolución. Quizá se cruzaron en Schönnrbun, quizá alzaron su mano para saludarse con la educación de antaño mientras en otro barrio no muy lejano surgían nuevas propuestas que sacudían el dominio del padre, el yugo del Imperio inamovible que tanto gustaba a Berlanga y que por aquel entonces estaba en pleno shock ante la revelación del suicidio de un coronel homosexual que desveló importantes secretos militares a Russia. El aire quería pólvora.

Si por mí fuera hablaría hasta la extenuación de Viena, del grito contra el ornamento de Loos, valiente al desafiar lo establecido con edificios de envidiable racionalidad, pero lo escrito por Illies abarca más espectros. Si seguimos en lo austrohúngaro veremos los padeceres de Kafka, paradigma de la moda clínica del momento, la neurastenia por encima de cualquier otro mal, quemado por su trabajo y por esa existencia de Gregor Samsa en el hogar familiar a la espera de poder colmar su amor con la dubitativa Felice Bauer, tranquila en Berlín, donde se desarrollaban otros movimientos de caballos azules, pinturas salvajes y un puente de lienzos con Kirchner, Marc y otros genios devorando la velocidad contemporánea para plasmar con sus pinceles una realidad inédita.

Si nos trasladamos a París nos movemos a una dimensión con otros colores. Duchamp quiere abandonar el arte, juega a ajedrez, encuentra objetos y encuentra prestigio en Nueva York, donde el Armory Show presenta la vanguardia europea para asombro de los habitantes del Nuevo Mundo.



Picasso es omnipresente. Desde Viena Schnitzler declara amar su producción anterior al cubismo, que es fruto de un rechazo generalizado en las misivas de la mayoría de nombres que surcan las páginas de este curioso resumen de la tensión previa a la Gran Guerra. El pobre malagueño tuvo su año de pesadilla con muertes y calamidades que afectaron a su perro, su padre y hasta a su flamante nueva amante. El único consuelo ante tanto infortunio era aspirar a continuar con una senda atrevida, compartida con Braque en un estilo y con Matisse en la capitanía. La fama del prodigio de las señoritas de Aviñón ya era tan grande que los periódicos anunciaban a bombo y platillo sus desplazamientos, por lo que el pobre, que ya había abandonado Montmartre por el más plácido y burgués Montparnasse, tuvo que  escapar de Cèret para pensar y exprimirse con tranquilidad.



El gran escándalo parisino de 1913 fue la presentación, en el teatro de los Campos Elíseos, de la consagración de la primavera de Igor Stravinski. El 29 de mayo fue una fecha para el recuerdo. Los ruidos, las danzas y el planteamiento escenográfico no podían dejar a nadie indiferente: saltaban las protestas, se apagaban las luces y el murmullo era vida, indicio de un cambio que se avecinaba mientras la Mona Lisa seguía desaparecida hasta que en noviembre su ladrón, orgulloso de restituirla a Italia, picó su propio anzuelo.

1913 fue un año espectacular. Illies menciona poco Moscú, casi nada Londres y ni siquiera se acerca por nuestras latitudes salvo para mencionar que en Barcelona nació Ramón Mercader. Tal aproximación demuestra la miseria que imperaba en el sur, con un norte rebosante de energía y determinados epicentros que ocupaban las semillas con voluntad transgresora. Nosotros penábamos la decadencia, no en el sentido que fascinaba a Thomas Mann, sino más bien desde una óptica de desechos de la Historia, que avanzaba con descubrimientos científicos, progreso tecnológico y rivalidades eternas que siguen marcando la pauta.
Francia y Alemania eran los enemigos fundamentales. Estados Unidos despertaba de un letargo que nunca existió y el ambiente reclamaba una transformación que igualara la cultura, obstinada en entender con premura el adiós de una era, con la sociedad. El ingreso al verdadero siglo XX, palpable en la inmensa epidermis del Planeta, se postergaba y la puerta terminó abriéndose con dinamita.


En algún momento de este año pensé en el número catorce. En 1714 terminó la guerra de Sucesión y Francia consolidó su dominio europeo encumbrando a Felipe V como Rey de España. En 1814 la epopeya napoleónica tocaba a su fin. Una centuria más tarde estalló el polvorín en medio de un extraño fragor mezclado de entusiasmo popular y vigor vanguardista. Quizá 2014 depare sorpresas desagradables, pero libros como el de Florian Illies deberían ayudarnos a comprender que las crisis suelen regenerar, y en las artes propician rebasar límites. Mi tristeza radica en el hecho que constato, día a día, una actitud diametralmente opuesta a la de entonces, con la banalidad en auge y una ceguera supina que impide propulsar otra ruptura de los límites en cualquier ámbito para derribar el muro y enhebrar fronteras sin nombre que nos corresponde bautizar.