domingo, 30 de agosto de 2009

Especial Matar en Barcelona: Carmen Broto (I)


DRAMATIS PERSONAE Y CONTEXTO

Situémonos. Barcelona, enero de 1949. El general Franco gobierna España para los vencidos, exultantes por la victoria en la Guerra Civil pese a la miseria imperante. El país no es grato en la esfera internacional. Escasean los productos básicos y aún se tira de la más que escasa cartilla de racionamiento, dividida en función del estatus social de las personas. Eso nunca cambia, ya lo sabéis. La ciudad condal cumple con el tópico del oasis catalán, pero en sentido contrario a los tiempos de la República. Placidez industrial, ricos empresarios y terrazas de lujo ocultas bajo arbustos para ocultar las diferencias y no humillar a la mayoría, que (mal)vive como buenamente puede a la espera de un milagro que no llegará. Terminada la Segunda Guerra Mundial no se espera ninguna providencial intervención extranjera, y hasta el PCE ha desistido de la lucha y prepara tácticas acordes con los tiempos. Darán mínimos frutos en breve. El 11 de enero de 1949 un crimen altera el orden. Encuentran el cuerpo de una rubia platino en un huerto entre Alegre de Dalt y Legalitat. En la calle Escorial con Encarnación un coche con manchas de sangre despierta sospechas. Un poco más abajo, en Industria con Roger de Flor, un taxista encuentra a las cuatro de la mañana a un hombre agonizando. ¿Qué narices ha sucedido? Conviene conocer a los protagonistas de esta historia para avanzar y esclarecer los detalles.

Carmen Broto: Nació el 9 de abril de 1922 en Guaso, Huesca. Después de la guerra dio con sus huesos en Barcelona, donde en un principio trabajó de cajera. No, no piensen en supermercados. Trabajaba en una fábrica de cajas de cartón. Era guapa, chistosa y algunos de sus conocidos la llamaban la cascabelitos por su joie de vivre. En sus últimos documentos figura como modista, pero la verdad es que era la querida, antes lo fue de otro, del empresario teatral, dueño del Tivoli hasta poco después del asesinato, Juan Martínez Penas, quien la exhibía como un trofeo en los toros, restaurantes y locales de postín al tiempo que le dejaba alhajas para que luciera más que un árbol de navidad. Era amiga de sus amigos y por lo que deducimos de nuestras lecturas raramente, si es que lo hacía, se acostaba con su anciano protector. Iba peinada como Verónica Lake, lucía abrigos de astracán, un lujo para la época, y la mitología posterior al suceso le ha dicho de todo menos bonita. Puta de lujo, puta barata, Marylin de barrio, espía, embaucadora, amante de otro empresario, residente en Argentina, bisexual, poseedora de secretos inconfesables y un largo etcétera difícil de desgranar en tan pocas páginas. Era una joven que aprovechó sus oportunidades, no hay nada malo en ello, y menos cuando comer pan blanco era como si te tocara la lotería.

Jesús Navarro Gurrea: Natural de Igea, Logroño, nació el 20 de enero de 1896. Según la autopsia medía 1,70 y pesaba ochenta kilos. Vivía con su mujer, María Manau Ortiz, desde 1923, quien tuvo una hija en un matrimonio anterior que se casó con un torerillo. Tuvo un almacén en Gran Vía con San Roque. Tras la guerra la familia se trasladó al Poble Sec, al número 13 de la calle Parlament. Regentó una churrería y vendía aceite. En 1945 algo pasó y cambió de ubicación, yéndose a la calle San Martín, sin cerdo, en el barrio chino; finalmente pocos días antes de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial se muda a la Calle Encarnación 99, en el popular barrio de Gracia, estableciéndose como cerrajero. Esa era su verdadera profesión, pues fue famoso como espadista, verdadero fenómeno en lo que concierne a la apertura de puertas, cajas fuertes y candados, llegando a escribir un manual de robo.

Jesús Navarro Manau: Nacido en Barcelona el 31 de julio de 1925, el hijo de nuestro anterior biografiado. Era un vivales de cuidado que frecuentaba varios ambientes. Su territorio era la noche; se le conocía por su belleza, elegancia y don de gentes. En la época se le encuadra en los apolíneos o joven moderno, y ya se sabe que estos siempre pasan. Además sableaba a un tal Eusebio López Sert, con quien mantenía relaciones homosexuales a cambio de generosas cantidades de dinero. También le gustaban las mujeres y es más que probable que fuera uno de los amantes de Carmen Broto. Por tener, tenía hasta novia, Josefina Esteve Mostajo, hija de unos modistos de Nou de la Rambla que vestían a medio artisteo de la ciudad. La dejó embarazada y se casó con ella entre rejas.

Jaime Viñas Pla: Nacido en 1921, vivía con su familia en la Calle Parlament número 14, por lo que pueden entender cómo conoció a los Navarro. “Alto de estatura, con entradas pronunciadas, pelo claro, bigote rubio y ademanes femeninos”. Hizo la mili en 1945 en el batallón de cazadores de montaña y como profesión estaba registrado como aprendiz de vidriero, siguiendo los pasos de su padre que era vidriero obrero. Sin embargo en el momento de los hechos trabajaba en una panadería en la calle Mallorca 95. Era muy amigo de Jesús Navarro Manau y en los meses previos al delito pasaba muchas veladas en casa de su colega. Era primo de Jaume Mallafré, escultor catalán de cierto renombre.

Juan Martínez Penas: Nació en Pontevedra en 1888. Se licenció en Derecho con 27 años e ingresó en el Ministerio de Estado. Estuvo en París como agregado cultural en la embajada española. Ya en los años veinte destacó como empresario teatral y en 1935 llegó a Barcelona para encargarse del teatro Tivoli, donde se alternaban sesiones de cine y revista. Se le atribuyen varias historias con actrices y gente de la farándula, aunque a nosotros nos interesa por ella, Carmen Broto. Residía en el edificio conocido como La catedral de la leche en Aribau 139.

Tomás Gil Llamas:
¿Qué sería de una buena historia negra y criminal sin un comisario? Nació en Lorca, ingresó en el cuerpo, no piensen en Alien, el 16 de mayo de 1921 y en 1927 es destinado a Barcelona, pasando por varios destinos hasta ser nombrado en 1947 jefe de la BIC, Brigada de Investigación Criminal. Sus superiores estaban encantados con el mozo hasta que a mediados de los cincuenta, y fijaros que ya se había montado casita y todo, dio un puñetazo a un teniente en el Bolero, sito en Rambla Cataluña 24.

Juan-Felipe Vila San Juan:
Periodista de LA VANGUARDIA que animó el cotarro al creerse una especie de revolucionario con su tinta americana. La prensa de la época dictaba lo que le mandaba la policía, fue más allá y casi se mete en un lío gordo...tuvo que calmar sus ímpetus, pero desde su osadía hizo algo importante.

Hay más, pero estos son los básicos....

jueves, 27 de agosto de 2009

Las mujeres desde el prisma Austrohúngaro en Revista de Letras


Un hotel en la frontera austroitaliana. Un hotel en la Riviera. 1920. 1904. Dos mujeres y el padecer. Dos autores y su búsqueda en pos de la introspección psicológica. Arthur Schnitzler. Stefan Zweig. La señorita Else. Veinticuatro horas en la vida de una mujer.

Ambas novelas versan sobre el universo mental femenino. Las he acomunado por sus similitudes, pero sobretodo por sus diferencias, que asimismo demuestran dos maneras de entender la literatura justo cuando nuestra musa se decidía a navegar por aguas ignotas con caudales repletos de progreso, estudio y metamorfosis.

Arthur Schnitzler cerró el siglo XX en gran forma, algo insólito para un hombre que murió en 1931. La culpa no fue del cha cha cha sino de Stanley Kubrick, quien concluyó su magna trayectoria fílmica en 1999 con Eyes wide shut, adaptación de Relato soñado, una de las obras cumbre del vienés querido por Sigmund Freud. No nos ha de extrañar tal estima. Schnitzler ejerció en su juventud de ayudante de un médico psiquiatra, lo que le sirvió de gran ayuda cuando decidió abandonar la medicina y dedicarse por entero a la literatura, como demostró en 1900 con El teniente Gustl, uno de los primeros monólogos interiores donde el flujo de conciencia resulta creíble por ritmo narrativo y elección de los vocablos, que ilustran el tormento de un hombre abocado a un duelo de honor por una discusión banal al salir de un concierto. El autor de El regreso de Casanova perfeccionó su técnica y quizá alcanzó la cima en 1924 cuando publicó La señorita Else. La protagonista es una joven de diecinueve años perteneciente a la alta sociedad vienesa. Se encuentra de vacaciones en un hotel con parte de la flor y nata europea, ricos ociosos que matan su tiempo jugando al tenis mientras esperan la noche con sus cenas y conciertos. El inicio de la novela exhibe una chica despreocupada y frívola que sólo piensa en cómo disfrutar las recientes novedades. ¿Le gustaré a ese chico? ¿Cómo será el hachís? ¿Se fuma o se toma? ¿Qué hago con el veronal? Lo sabrá más tarde. El divertido tedio, da la sensación que todos se aburren una barbaridad, da paso al gran problema que vertebra la trama. Recibe una carta. Duda y termina abriéndola. La situación económica de la familia está al borde del caos. Su padre, un brillante abogado vienés, desfalcó dinero a menores para especular en bolsa; necesita treinta mil florines para eludir la cárcel. Ipso facto. No hay ningún familiar dispuesto a pagarlos. Ella tiene la llave de la salvación; puede lograr la cantidad si habla con el señor Von Dordsday, casualmente de vacaciones en su mismo hotel. Después de dar mil vueltas al asunto Else decide contactar con el caballero. El monólogo interior adquiere un ritmo nervioso. Frases cortas. Tensión. Disparates. Una propuesta. Te daré lo que me pides si te desnudas, eres bella, sólo quiero verte sin ropa.

Este punto de ruptura lo es en sentido absoluto para la mente ingenua, Venus contemporánea de alta alcurnia que tiene en su mano solventar el entuerto paterno. El monólogo interior adquiere un ritmo acelerado donde salen a relucir inseguridades y prejuicios que ahora nos parecen ridículos, no por el dinero, sino por la situación. ¿Es grosero desnudarse? ¿Qué dirían? ¿No pareceré una prostituta? El desconocimiento vital acecha y el cerebro se vuelve una noria sin freno. En 1962 Luchino Visconti jugó con este relato y otro de Guy de Maupassant para filmar Il lavoro, donde Romy Schneider termina haciéndose pagar por su marido, conde fanático empedernido del sexo de pago. En el caso que nos concierne la intención del viejo amigo del padre es erótica, aunque la chica lo ve como una especie de violación que activa sus fantasías hasta generar un torbellino colectivo que sirve para verter la horrible sarta de sandeces de los jerifaltes sin educación que veranean con la protagonista, víctima desamparada de una educación nula que la aboca al ridículo por sentir que su pacto con Von Dordsday es indigno y supera la decencia permitida. Bastaría bajar a los sótanos de los barrios nobles de nuestras ciudades para observar cosas peores, si bien 1920 no tenia la textura de nuestros días.

Si Schnitzler ahonda con maestría en lo psicológico, Zweig lo intenta y yerra el tiro por su propio estilo. Veinticuatro horas en la vida de una mujer es una novela basada en una anécdota útil para discernir sobre la condición humana. Al grano. En un hotel de la Riviera llega un joven apuesto, uno de esos seres que con su sola presencia llenan el espacio por carisma y belleza. Al cabo de pocos días, el apuesto galán desaparece con Henriette, una respetable mujer casada. Se abre un debate sobre si es posible que tan escaso lapso de tiempo haya producido un flechazo. La mayoría sospecha que los fugados se conocían con anterioridad. Todos critican lo ocurrido, salvo el narrador y una anciana dama inglesa. Ambos coinciden en las jornadas posteriores y cuando surge la charla comentan lo ocurrido hasta que ella decide mandarle una carta porque desea confesarle un evento del pasado. Es la historia de veinticuatro horas que marcaron su existencia para siempre, veinticuatro horas veinticinco años atrás. 1879 en Montecarlo, cuando aún no existían automóviles y en los casinos se reunía lo más selecto de la nobleza del Viejo Mundo en su oasis lúdico.

Hay algo de cinematográfico en la prosa de Zweig a partir de su despliegue narrativo para describir lo físico. Las manos del jugador polaco afincado en Viena captan la atención de la súbdita británica, quien aprendió a leer los gestos masculinos gracias a su difunto marido, por el que aún guarda luto. Nunca antes había observado una gestualidad similar. El joven pierde todo en la ruleta y sale del hotel. Ella decide seguir su estela y evitar un más que predecible suicidio. Cuando finalmente hablan él la toma por una meretriz de poca monta. Desvanecida la confusión llega la hora del secretismo. Pasan la noche juntos y el lector sólo sabe que a la mañana siguiente dos cuerpos yacen en la misma cama, vivos. Quedan doce horas donde el diálogo y algunos escenarios simbólicos, la iglesia donde el hombre se arrepiente de sus pecados, que no harán sino alargar el suspense antes del golpe final entre ayudas desinteresadas, amores breves, estaciones de trenes y la posibilidad de reincidir en el vicio, pues el futuro diplomático llegó al principado monegasco después de dilapidar parte de los bienes familiares en carreras de caballos, dominó y otros juegos demasiado adictivos para su mente necesitada de emociones fuertes.

Veinticuatro horas en la vida de una mujer bebe de un dramatismo excesivo que parte con buenas intenciones narrativas. La ambientación y el efecto que genera la carta auspician una continuación trepidante que sólo cumple a medias sus promesas por, precisamente, la falta de profundidad psicológica en el tratamiento de los personajes. Se palpa un conflicto y negras nubes en el horizonte, pero sin que el texto adquiera en ningún momento el justo vigor para convencer; seguimos a los personajes porque hemos abierto el libro y nos gusta el lirismo de la prosa, dulce sucederse de palabras a la espera del punto final. Esa es la principal diferencia entre dos obras que buscaron retratar la psique femenina. Mientras Schnitzler da a su texto la velocidad de la mente, Zweig se conforma en relatar la historia a la manera antigua, como si su novela fuera un sucedáneo de Madame Bovary por mucho que sus recursos técnicos sean propios del siglo XX, donde Freud fue más importante que Flaubert.

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martes, 25 de agosto de 2009

El mundo de ayer en Revista de Letras


Visiones centroeuropeas(III): El mundo de ayer de Stefan Zweig por Jordi Corominas i Julián

Él ha aprendido
Él puede enseñarnos

( J.W. Goethe)

Dejo volar un poco mi imaginación y veo a Stefan Zweig en una mesa de una habitación brasileña. Hitler lleva las de ganar en Europa y el apátrida decide escribir sus memorias de un plumazo. Ha perdido gran parte de sus posesiones, sólo le quedan recuerdos que plasmar en el papel para que alguien pueda leer y entender los momentos estelares de una existencia que en los últimos años es siempre más valorada en nuestro país, y parte de la culpa, por no decir toda, es de Acantilado, editorial fundamental para quien quiera sumergirse en el océano austrohúngaro y catar sus esencias. Desde que en mayo de 2001 la crítica valorara El mundo de ayer como uno de los volúmenes imprescindibles en toda librería que se precie, el nombre del escritor vienés parece ser una especie de obligada referencia cultural, y como sucede con las mismas ello implica que, en realidad, la fachada se impone al contenido. Muchos dicen apreciar sus textos, pocos son los que se han atrevido con el gran y reflexivo burgués que antes de suicidarse nos legó una autobiografía que traspasa fronteras y se erige en mosaico de la deriva europea hacia el naufragio.

A lo largo de las dos primeras entregas de esta serie centroeuropea hemos enfocado nuestro punto de vista en un universo finito, muerto en 1914 entre balas y estupidez humana. Más adelante trataremos la debacle que engendró el período de entreguerras, pero por una coherencia temática en este artículo nos centraremos otra vez en el reino bicéfalo, milenaria estructura política que a finales del siglo XIX imbuía una pasmosa seguridad a sus habitantes. Zweig nació en 1881 en el seno de una familia acomodada de, no podía ser de otra manera, origen cosmopolita. Si relacionamos al vienés con Kafka, descubriremos una característica de los nuevos ricos de aquel tiempo: la virtud del ahorro. Los padres de ambos escritores prosperaron al destinar parte de sus ingresos al crecimiento de su negocio, mientras guardaban más de la mitad de lo ganado para sentir un techo firme en sentido económico. Safety first era la divisa y el Imperio, estable hasta por lo longevo de la testa coronada que regía sus destinos, se convirtió en un salón al aire libre propicio para la creación cultural y el intercambio de ideas que posibilitaran una verdadera edad de oro de la cultura teutona. Cabe reseñar que ese fenómeno se produjo mientras en la capital austriaca gobernaba un alcalde antisemita, Karl Lueger, un populista que derrochaba demagogia que no afectaba en absoluto a la numerosa comunidad judía, principal fautora del increíble desarrollo intelectual del país, grupo social instalado en un placidez monetaria que era el símbolo del momento. Todo se aseguraba, todo tenía que estar controlado para no perder el rumbo. Ese era el máximo deseo de esa sociedad, saber que la nave no iría a pique y así poder continuar gozando sin trabas, pues si algo hicieron los vieneses finiseculares fue disfrutar de las oportunidades que brindaba su ciudad, verdadera meca con nada que envidiar al tan mitificado París de los cafés y la bohemia.

El autor de Amok creció justo cuando los engranajes estaban en su algidez. Penó los ocho años de gymnasium, el equivalente a nuestro instituto, descubriendo que más allá de las puertas de la escuela se abría un calidoscopio excepcional. Como suele suceder la materia impartida en las aulas estaba desfasada en relación al sentir del tiempo, y los alumnos crecían a su ritmo sin preocuparse en exceso por las reprimendas del profesor, quien desde su tarima era absolutamente ajeno a las delicias callejeras, óptimas tanto en reclamos sexuales como culturales, siendo el Burgtheater y la Ópera los centros de predilección de las clases privilegiadas, que en ese aspecto no se diferenciaban mucho de nosotros en su idolatría para con actores, cantantes y vedettes, estrellas refulgentes que copaban páginas y páginas de una prensa entregada a narrar sus logros.

Asimismo existían prodigios. Rimbaud y Keats eran exquisitos misterios. Viena no quiso ser menos, y en esa sociedad donde los jóvenes se dejaban barba para aparentar ser mayores, se consideraba que el hombre sólo podía dar buenos frutos a partir de los treinta, eclosionó el cometa Hugo Von Hofmannstal. En 1891 los estudiantes de bachillerato no podían firmar artículos con su nombre y pese a ello el autor de Carta a Lord Chandlos envió uno para probar fortuna bajo el seudónimo Loris. Herman Bahr se preguntaba por la identidad del tal Loris, y cuando ambos quedaron en el café Griensteidl, epicentro de la nueva literatura, se quedó estupefacto al ver al imberbe y delgado bachiller, vestido con pantalón corto. Hoffmannstal fue decisivo ya que su coraje abrió la puerta de la esperanza para toda una generación que desde ese momento no hizo sino crecer y revolucionar el panorama austrohúngaro con sus creaciones. En ese contexto se enmarca Stefan Zweig, genio precoz, publicó su primer poemario con apenas diecinueve años, que sin embargo maduró su carrera desde una perspectiva más inteligente, sin prisa y sin pausa, prefiriendo traducir a grandes nombres, el ahora desconocido Emile Verhaeren, viajar por el Viejo Mundo, impregnarse de europeísmo y conocer así las grandes posibilidades que ofrecía el Planeta en ese plácido interludio donde aún se podía viajar sin pasaporte a los Estados Unidos o a la India, paraísos de ensueño vírgenes, países repletos de oportunidades, gotas puras que aún no se habían mancillado con el férreo espíritu de la modernidad y todas sus chacras.

La vida del vienés es la de un burgués con absoluta conciencia de clase, lo que a veces provoca que parte de sus comentarios sean indigestos pese a la naturalidad de su prosa. En el capítulo más interesante de la parte austrohúngara dedica su atención al sexo, y cuando menciona el abrumador espectáculo de la prostitución callejera parece observarlo desde aquella tarima que tanto odió cuando fue estudiante. Aún así sus comentarios son una lección de antropología válida que sirve para entender como bajo ese manto de seguridad las correas eran fuertes, duras e, nunca mejor dicho impenetrables. De todos es sabido como durante siglos el hombre inició sus andaduras sexuales en lupanares. Mientras tanto, la mayoría de mujeres tenían que sufrir las ataduras de una educación bochornosa donde el cuerpo era el demonio con carne y curvas, tentaciones a ocultar para evitar males mayores, de ahí el predominio del corsé y el dormir y bañarse con ropa para no dar al mal el bien que todos siempre hemos anhelado. Por eso existían burdeles de lujo y chicas en las esquinas, porque lo interior era legislado y lo exterior en lo sexual permitía vías de escape que no perturbaran el orden que debía reinar en cualquier hogar que mereciera llevar tal nombre.

La experiencias viajeras de Zweig alientan la envidia de quien escribe por los lugares donde vivió y por la gente que conoció, hombres que marcaron toda una generación, personas que en sus campos fueron inigualables y mostraban una enorme voluntad de diálogo con sus pares para aprender y mejorar. Aún así 1914 estaba cerca, muy cerca, y nuestro protagonista palpó su esencia cuando, habiendo preparado un idílico verano entre Bélgica y Baden, una banda de música dejó de tocar.
Sólo note que la melodía había cesado de golpe. Instintivamente levanté los ojos del libro. La multitud, que como una sola masa de colores claros paseaba entre los árboles, también daba la impresión de que había sufrido un cambio: de repente había detenido sus evoluciones Algo debía de haber pasado. Me levanté y vi que los músicos abandonaban el quiosco de la orquesta. También eso era extraño, pues el concierto solía durar una hora o más. Algo debía de haber cambiado aquella brusca interrupción. Mientras me acercaba, observé que la gente se agolpaba en agitados grupos ante el quiosco de música, alrededor de un comunicado, que, evidentemente, acababan de colgar allí. Tal como supe al cabo de unos minutos, se trataba de un telegrama anunciando que Su Alteza Imperial, el heredero del trono y su esposa, que habían ido a Bosnia para asistir a unas maniobras militares, habían caído víctimas de un vil atentado político.

28 de junio de 1914. La guerra y el adiós. Zweig retrata al Archiduque Francisco Fernando como un desconocido, un hombre que a nadie preocupaba y menos a la familia imperial, cansada de sus excentricidades y de su esposa. Pasaron unas horas y la música siguió después del leve parón. El heredero no fue enterrado en la cripta de los capuchinos. No sonaban tambores bélicos hasta que, extrañamente, los periódicos empezaron a adoptar un tono agresivo que seguramente procedía de las altas esferas. El resto es historia conocida, aunque no lo es tanto el papel que el nómada de la literatura ejerció durante el conflicto en el Archivo de Guerra, labor que él mismo disminuye porque prefiere adornar su biografía con sus encuentros en la neutral Suiza con Romain Rolland para fabricar la unidad espiritual de Europa, genial idea que por desgracia no avanzó y sucumbió, pese a su empuje en la década de los veinte, al vendaval nacionalsocialista de viento reduccionista y criminal.


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domingo, 23 de agosto de 2009

Especial Matar en Barcelona


Este mes de septiembre será especial por muchos motivos. Volveré a Barcelona después del mes veraniego, volveré a reunirme con un millón de personas, me apuntaré a la piscina municipal, me enamoraré 50 veces por la calle....pero lo mágico será la salida de Matar en Barcelona (Alpha Decay), libro que antes de serlo tuvo y tiene una etapa periodística con mis columnas mensuales en Bcn Week, textos que intentan dar a la crónica negra el aire literario que nunca debió perder. La idea creció y se ha convertido en una antología de doce autores que sorprenderán a más de uno con su visión de ilustres, y no tanto, crímenes barceloneses, antiguos, recientes, horribles, psicológicos, sutiles, voraces, contundentes....
Para celebrarlo las dos primeras semanas de septiembre haré un especial en mi blog tratando un caso que no aparece en el libro, el crimen más literario de la Ciudad Condal: el asesinato de Carmen Broto la madrugada del lunes 11 de enero de 1949. Varias entregas ilustrarán este episodio desde varias perspectivas, desde los espacios hasta los implicados, desde el contexto hasta la víctima, desde el mito hasta la realidad. Espero que lo disfrutéis.

Viaje al pasado de Stefan Zweig en Revista de Letras



Visiones centroeuropeas (II): “Viaje al pasado” de Stefan Zweig
Por Jordi Corominas i Julián | Crítica | 19.08.09



Dans le vieux parc solitaire et glacé
Deux Spectres cherchent le passé.

(Paul Verlaine)

Resistencia de la realidad. Así gustaba llamar Stefan Zweig a la breve novela que apareció bajo otro nombre en las librerías, como si con el título se quisiera ocultar la verdadera intención de una prosa precisa, de una intensidad que sin quererlo evoca el desconsuelo de pérdida.



En la última fase de su vida Luchino Visconti, desencantado con Italia y su deriva que presagiaba los plúmbeos años setenta, decidió centrarse en el corazón de Alemania desde la anarquía cronológica. En 1969 el conde rojo abordó la decadencia de la burguesía industrial a manos del nazismo en La caduta degli dei, hara kiri de una civilización brillante que dilapidó sus más preciadas virtudes en el vomitivo orden de esvástica y calavera. El milanés era un nostálgico al que le costaba comprender los acelerados cambios de la historia, quizá por eso pudo brindar al mundo dos largometrajes tan hermosos como Ludwig (1973) y Morte a Venezia (1971), adaptación de la obra de Thomas Mann, donde la escena final remite directamente al goethiano Fausto y a su famoso detente instante, eres tan bello… La frase esconde lo que para ese noble era la esencia teutona de antes de la Gran Guerra, un universo estable donde brotaban monumentos estéticos de primera magnitud, donde lo equilibrado de la sociedad en sus normas propiciaba la exaltación de lo artístico en grado sublime. La persecución de Tadzio por las callejuelas venecianas es el inminente aviso, al no lograr Aschenbach atrapar a su presa, del adiós a la facilidad expresada en un tipo de civilización sumida en sus últimos y violentos, aunque nadie supo percibirlos, estertores.

Algo, pero desde una vertiente más auténtica y cercana, de ese espíritu florece en Viaje al pasado, donde un hombre y una mujer se reencuentran en una estación de tren, inequívoca metáfora del viaje, después de nueve años alejados por la vertiginosa transformación europea tras la primera contienda mundial.

El expreso toma rumbo a Heidelberg, el traqueteo impide la charla y Ludwig recuerda para que el lector entienda los dimes y diretes que llevan al presente. Desde una desafortunada infancia el valor del trabajo dio al joven vigor para abandonar la podredumbre de comedores gratuitos y avanzar hacia los estudios universitarios y su valoración profesional en el campo de la química. El esfuerzo de Ludwig y su tenacidad coronarán sus brillantes resultados académicos con labores de mayor calado hasta recibir una oferta irrechazable: ser secretario privado del director de una gran fábrica privada. El rechazo inicial constituye el punto de partida de los toques de sabiduría con los que Zweig suele ilustrar cada una de sus narraciones. La negación al ascenso era una rémora de la estructura social del mundo germánico que él vivió en su juventud, universo donde las clases bajas odiaban a las altas por diferencia de riqueza y trato, pues las esferas sociales estaban delimitadas en habitáculos cerrados con candado, llave y hasta un armario ropero que impedía evolucionar. El estatismo era la ley natural, y por eso el protagonista, resentido por sus antiguas experiencias cuando medraba por sobrevivir haciendo lo que consideraba su pasión, quiere poner freno a una auténtica posibilidad de ascenso.



La situación sufrirá un vuelco y aceptará el cargo. Se instalará en casa de su patrón y conocerá su esposa, madre de elegancia incomparable, Venus madura que enseguida atrae al inexperimentado doctor. Los anfitriones desean lo mejor para su huésped y empleado. Si menciona un libro, se lo compran. Si necesita una lámpara nueva basta un abrir y cerrar de ojos para que esté instalada en su habitación. El espacio adquiere virtudes magníficas en la prosa del narrador vienés. Basta leer algunas descripciones para darnos cuenta del asombroso dominio del lenguaje y sus sutilezas. Unas pocas pinceladas entre muebles, cuadros y estanterías dicen más sobre la mentalidad germánica antes de 1914 que algunos voluminosos e inútiles ensayos. En esas descripciones apreciamos el pudor como bandera y lo inmóvil como lógica existencial, lógica sólo rota cuando Ludwig recibe la misión de ir a México para asegurar un importante yacimiento para la empresa. La marcha del modesto secretario dará lugar a la explosión pasional, a la fuga del contenerse a favor de declaraciones, arrumacos y desahogos, todo hay que decirlo, frenados por el respeto de las fronteras espaciales expresadas en la inviolabilidad de la casa y el mantenimiento de la pureza pese al desamor en el matrimonio.

Ya en México la distancia no hará el olvido, pero el estallido bélico hará que el Océano amplíe su profundidad. Ludwig lucha por su obsesión hasta que se cortan las comunicaciones entre disparos y fervores patrióticos. Rehará su existencia, se casará y aceptará el curso normal del destino hasta que un viaje le lleve de nuevo a Europa y pueda encontrarse con su otrora amante nueve años después del último abrazo.

Como entenderán no desvelaremos el final de la trama, pese a que la tentación nos corroe, para que el ensayo sea más comprensible; sin embargo podemos apuntar la tensión que sobrevuela el relato en su tramo final, el descubrimiento de la inmutabilidad del espacio casero y la constatación del paso del tiempo como brillante arquetipo. No sólo ha virado el rumbo del Nuevo Mundo, sino que los mismos protagonistas han envejecido a lo largo de una década ominosamente prodigiosa en hechos y circunstancias históricas y personales, vivencias que siempre cobran a un precio con lo anterior, factura mental y social que en cierto sentido hermana esa época con nuestro futuro más inmediato, pues cuando salgamos del agujero de la crisis más que económica es probable que percibamos la realidad con otros ojos porque la metamorfosis será brutal. Entonces, o eso cree quien escribe, el choque fue más salvaje por el cariz que tomaron los eventos una vez los campos de batalla se silenciaron y lo civil volvió a destacar con inéditos argumentos de alegría y revolución, benéficos aunque estériles para revivir el ayer. Algún sentido ha de tener cruzar estaciones y llegar al final del trayecto.

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jueves, 20 de agosto de 2009

El rey de las dos Sicilias en Revista de Letras



Visiones centroeuropeas (I): “El rey de las Dos Sicilias”, de Andrzej Kusniewicz
Por Jordi Corominas i Julián | Crítica | 17.08.09



Lo podía haber hecho cualquiera, y también podía no haber tenido lugar nunca, en esta única y concreta forma y en esta concentración de los acontecimientos aparentemente fútiles. Y a pesar de esto, de alguna manera es importante o quizás incluso necesario, ya que da testimonio de algo, de su particularidad absoluta.

El 28 de junio de 1914 murió el Archiduque Francisco Fernando y se llevó a la tumba el siglo XIX largo, aquel nacido con las luces de la toma de la Bastilla. El atentado de Sarajevo fue la chispa que prendió la mecha idónea para encender los fuegos de la Primera Guerra Mundial, conflicto que acechaba al Viejo Mundo hasta que concretó su rostro, suicida, cadavérico e inaugurador de brutales metamorfosis.

Citaremos a Pavese, vendrá la muerte y tendrá tus ojos, podremos mencionar mil emblemas, pero la conciencia del fin expresada en la bomba de Gavrilo Princip soterró un brillante malestar que dio a nuestro continente joyas bañadas en oro Austrohúngaro, águila bicéfala que desde su decadencia brindó esplendores inauditos, legados revolucionarios engendrados en salones, cafés y una Viena que en esas horas intuyó el trágico desenlace de una utopía de naciones, babeles y glorias culturales nunca más reeditadas. Nos queda el recuerdo y las creaciones de hombres ilustres. Zweig, Wittgenstein, Schonberg, Hofmannsthal, Rilke, Roth, Musil, Schnitzler, Freud, Kafka, Mahler, Klimt y un largo etcétera capaz de llenar páginas y páginas de asombro. Ellos y la cripta de los capuchinos, símbolo del tiempo pasado que no volvería.

El atentado mañanero avisó y en 1970 se convirtió en el perfecto ardid para que Andrezj Kusniewicz, literato a la altura de los más grandes, bordara una novela basada en la simultaneidad, la nostalgia y una amarga sensación de adiós y condena. Sin embargo, El rey de las Dos Sicilias se centra en un acontecimiento ficticio acaecido justo un mes más tarde de la acta de defunción: El asesinato de la joven cíngara Marika Huban en una mísera balsa de Fehértemplom, ciudad donde, a la espera de la suprema movilización general, se aloja el 12 regimiento de Ulanos Sicilianos, cuerpo pretérito que remite a cuando el Imperio, del que tanto se mofó Berlanga, aún amplias posesiones en la Península itálica. En 1914 quedaba el mágico Trieste. Las tornas han cambiado y uno de los hombres que espera el primer cañonazo es un joven de buena familia, Emil R., aspirante a poeta, mente perversa que bebe los vientos por su hermana Elizabeth. Emil fue concebido casi por error, por un calentón de su padre, quien después de excitarse con una camarera engendró un nuevo vástago en la misma habitación de hotel donde en 1913 se suicidaría, sospechoso de espionaje, Alfred Redl. Las casualidades no existen. Emil tiene unas cartas malas, marcadas en una mesa donde el novelista ejerce un poder voraz que hipnotiza al lector con un ritmo que pocos libros poseen.


El escritor polaco no escatima en recursos. Cualquier palabra o acción tiene relación con otra. Médicos y cervezas. Antes de entrar en la trama propiamente dicha la primera parte de la obra explica, y tiene su importancia, la historia del 12 regimiento de Ulanos, su olor a derrota desde la batalla de Solferino y la putrefacción de réquiem que inspira el conjunto. Asimismo, Kusniewicz nos ilustra con decálogos y cambios del período previo a los acontecimientos narrados, como si sus explicaciones sirvieran para entender que el derrumbe merece ser tratado con lentitud para propiciar una mejor explosión. Los flashbacks y los saltos de un escenario a otro convierten la lectura en una experiencia total, enciclopedia absoluta del alma centroeuropea con un protagonista importante pero insignificante, pues sólo es el cebo que sirve para pescar razones y hábitos del abismo.

¿Cuáles son?

Se pueden palpar en la calle, tocar en luces y sombras normales que llevan a voces públicas y privadas. La familia como primera piedra de toque, con la moderación y savoir faire que derivaban en una trastienda sucia, de aire pútrido viciado al no limpiar las habitaciones mentales. Quizá por eso surgió Freud, porque la religión, segundo aspecto característico en esa Austria inmortal, no servia para calmar los tormentos incapaces de someter costumbres arraigadas y absurdas. ¿El sexo? Sí. Sexo como pulsión de muerte, sexo como fin de fiesta en un burdel reservado a los más altos grados marciales, ilustre y triste, por perdedor, estandarte de un país que contemplaba a sus militares desde el balcón o se integraba a las armas con la sensación de cumplir con un soberano deber. También podríamos mencionar la poesía y la cultura, vías de escape insuficientes cuando la mente se halla prisionera de un magma compacto regido por la misma persona desde 1848, Francisco José y su eterno reinado, áurea y lúgubre corona, evidentemente, lo reiteramos, bicéfala.

Pero el protagonista es Emil y la jornada de la explosión. 28 de junio de 1914. El narrador entiende que para llegar a un punto hay que pararse en varias estaciones para obtener coherencia. Por eso los retales de la existencia de Emil, en tercera persona y en su diario personal, exprimen las causas de la consecuencia, la ácida espada que clava poco a poco su punta para perjudicar al hombre que la empuña, un joven que, por gracia novelística, se erige en estilete de un punto y final previo a la contienda que sellará la tumba austrohúngara y mitificará su grandeza.


Este hombre tiene, como es comprensible, amigos en el regimiento, seres humanos variopintos con caminos simbólicos que han ido a converger en esa ciudad de nombre impronunciable que condensa en su interior la entera representación de un mundo. Estos individuos hablan y en sus palabras brota una insana nostalgia cargada de sabiduría y reflexiones poéticas aunque veraces, como cuando comentan, a raíz del asesinato que hila el relato, la trascendencia de algunas memorias vitales en apariencia insignificantes. Un perro rodeado de moscas en un campo de maíz. El hotel Adrianopol de Crimen y castigo. Dostoievski y Nietzche para enmarcar el hedor irrespirable, la espina clavada imposible de arrancar.

También hay un comisario que tiene que representar poder y acatar sus órdenes. Surge nuevamente la doble moral, la necesidad contra la razón de Estado, la luz contra las tinieblas. La investigación de un crimen es propia del género negro. Aún así algunos textos superan las convenciones y vuelan más allá al ser capaces de liquidar lo banal y convertirlo en sustancia transversal, pluralidad narrativa que se convierte en fresco capaz de englobar en sus páginas todo el declinar de una época. Pobre bella gitana. Pobre y hermoso Imperio. Sacerdotes y rufianes entre rejas. Soldados en libertad.

Será entonces cuando Emil R. dirá en voz alta lo que ya ha pensado muchas veces: que ellos dos, subtenientes de la reserva arrojados aquí por un curioso azar, arrancados de la vida normal, participan de manera pasiva en un acontecimiento sumamente importante; que, a pesar de las apariencias, no es el estallido de la Guerra con Serbia, ni siquiera una al parecer inminente guerra con Rusia, ni tal vez una guerra mundial, ya que Francia, seguramente Inglaterra, y quizá Italia…no se trata de eso, existe un problema mucho más importante: y es que, aquí, en esta pequeña estación de Banar, son testigos del fin del siglo XIX.

Cuando los oficiales suban al vagón que reduce su destino al de marionetas teledirigidas por superiores, la melodía sinfónica concluirá en un doble sentido, histórico y literario. Guardaremos el libro en la estantería, escribiremos esta crítica y la cerraremos con dos vocablos que usamos escasamente, sólo en ocasiones especiales. Obra maestra.

http://www.revistadeletras.net/visiones-centroeuropeas-i-el-rey-de-las-dos-sicilias-de-andrzej-kusniewicz/

martes, 18 de agosto de 2009

María José en el Shoko en Panfleto Calidoscopio





La noche de María José es una operación matemática

Dos armarios de ropa

+
un espejo y maquillaje (pintalabios berbenero)
+
Las llaves de casa+ un taxi

+ ir a un local donde las chicas entran gratis (es lo que tiene el paro)

+
besos en las mejillas
contoneos latinos
x 8 cubatas
x 8584903849047845390834503434 miradas a su trasero
Tonteos de academia

+ 3 visitas al baño
14 risas falsas
15 sms llámame no tengo saldo
1 expulsión estomacal
11 fotos para el Facebook
2 gafas para la diferencia

luces cerradas luces abiertas
en función del dado el nuevo taxi cambiará destino
Morfeo
Orgasmo






http://www.panfletocalidoscopio.com/2009/06Julio_agosto/Cine07.html



Foto: Jordi Corominas i Julián, Roma, agosto de 2006

domingo, 16 de agosto de 2009

Rimbaud después de Rimbaud (y II) en Panfleto Calidoscopio




El abisinio

Por Jordi Corominas i Julián


«Je reviendrai, avec des membres de fer, la peau sombre,
l’oeil furieux, sur mon masque, on me jugera d’un race forte.
J’aurai de l’or»
(Arthur Rimbaud, Une Saison en enfer)


Los sueños se derrumbaron. Volvió con los miembros paralizados, la piel gastada, el pelo encanecido, la mirada muerta y una máscara facial que era un poema trágico, de una raza fuerte sin oro que durante una larga década intentó amasar fortunas y sólo recogió desgracias. La vida de Arthur Rimbaud fue una aventura con tintes épicos que ahora evocamos con agrado al no estar dentro su piel sufriente y doliente ante la frustración y el desencanto, compañeras que jamás le abandonaron.
Cuando abandonó Francia por última vez, decidió retornar a Chipre. Encontró empleó en Limassol como capataz encargado de controlar la construcción del palacio del gobernador. Tenía cincuenta hombres a su mando y ganaba dos libras por semana, escaso jornal para comprar ropa especial contra el frío, vivir en función de los elevados precios ingleses y costear sus desplazamientos a caballo. Aún así, consiguió ahorrar lo suficiente y en junio de 1880 inició un periplo por el Mar Rojo en busca de trabajo. Fracasó. Alcanzó Adén, donde Pierre Bardey –exportador de café, pieles y caucho– se apiadó de ese joven que tiritaba por la fiebre contratándolo para que se encargara de su almacén, donde Rimbaud llevó la contabilidad a cambio de tres chelines diarios, alojamiento y manutención.
A lo largo de su existencia, el autor de Illuminations se vio perjudicado por su escaso cálculo estratégico. Su orgullo hizo el resto. Deseaba con todas sus fuerzas triunfar y abrir su propia empresa. En más de una ocasión subestimó a sus superiores, hombres que conocían mejor el terreno que pisaban, personas menos brillantes aunque dotadas del don de la experiencia, del que adolecía nuestro protagonista, empeñado en romper barreras a través de sus delirios de grandeza y una mentalidad impregnada de cierto infantilismo. Por ello no es de extrañar que se sintiera insatisfecho en el almacén, pues era el único asalariado inteligente. No sabía que el destino le reservaba otro lugar donde proseguir su singladura hacia la nada.

Harar: sinfonía de la desesperación

En 1874 la conquista egipcia de la ciudad de Harar, en la actual Etiopía, permitió abrir sus puertas al comercio europeo. Situada sobre una meseta, a casi dos mil metros de altitud, sus murallas de barro y sus casas hechas de piedra sin desbastar le daban un aire anacrónico, vetado para la modernidad propia de los comerciantes extranjeros. Bardey decidió prescindir de la pretérita inseguridad del asentamiento. Tenía el pálpito que ese enclave ofrecía muchas perspectivas comerciales. Visitó la zona junto a su encargado Pinchard y rápidamente encargó la construcción de un nuevo almacén, además de alquilar el palacio del gobernador en la plaza del mercado para convertirlo en su sucursal, de la que Rimbaud tomó posesión con la esperanza de estar en el sitio adecuado para sus aspiraciones. Era el único francés de la ciudad. Pretendió ampliar sus conocimientos para saciar el aburrimiento de las largas noches africanas. Encargó mil manuales de herrero, carpintero, ladrillero y techador creyendo que la vía autodidacta le permitiría dominar los huecos laborales de Harar. No recordaba su renuncia a los estudios en 1870, como tampoco recordaba que el mundo no se hizo en un santiamén. Al cabo de poco tiempo renunció a su ambición de artesano universal y se conformó con su misión de recibir de los indígenas café en grano, caucho, marfil, almizcle y pieles; como contrapartida les entregaba mercancías europeas.
Se sentía muy solo. Decidió renunciar, y al presentarse en Adén su jefe le ofreció un puesto mejor remunerado. Sintió insatisfacción, presentó su dimisión y se la rechazaron. Regreso al continente negro y sació su tedio vital explorando las provincias limítrofes, ignotas para el hombre blanco e interesantes desde un punto de vista comercial. Descendió hacia el sur y permaneció quince días entre chozas desperdigadas, verde y árido. El límite fue el río Web. Cuando volvió a Harar escribió un informe muy apreciado en la Societé de Geographie, quien le mandó una carta pidiéndole una fotografía y una nota biográfica para publicar en un álbum de exploradores famosos. No contestó y perdió otra oportunidad, como si quisiera que el tiempo fuera desesperándole hasta inútiles encrucijadas mientras leía manuales sobre el tendido de vías férreas y tratados de hidráulica. Era un fuego con energía fugaz, efímera cerilla consumida en segundos, yeso joven con textura vieja.

Par des routes horribles, rappelant l’horreur présumée des paysages lunaires: el traficante de armas

En 1884 la paz decenal de la que gozó Harar se esfumó en un abrir y cerrar de ojos. Egipto tuvo que evacuar la plaza y un nuevo Emir contrario a cristianos y extranjeros tomó el poder. Muchos comerciantes europeos empezaron a sentirse inseguros. La mayoría emprendió el camino de regreso. Bardey cerró su sucursal y dio a Rimbaud tres meses de sueldo a modo de indemnización para posteriormente ofrecerle empleo en Adén como subalterno en su almacén principal. Cuando las aguas se calmaron, Rimbaud retornó con una mujer abisinia, alta, delgada y de tez blanca, probablemente una esclava. Quiso darle una educación y la inscribió en la escuela de la misión francesa. Las fuentes afirman que salía poco de casa, donde la visitaba la criada de Bardey, una buena mujer que quiso enseñarla a coser. Convivieron hasta octubre de 1885, cuando fue repatriada, sin más.
A finales del siglo XIX el mar Rojo era un bocado muy apetitoso para los reinos europeos. Con su habitual soberbia pensaron que las luchas intestinas entre los candidatos al cetro abisinio –el emperador Juan y Menelik, rey de Soa– servirían para asentar sus planes de dominio. Se creó un tráfico armamentístico a gran escala que dio lugar a una carrera alocada entre los dos contendientes al trono; emperador y vasallo vieron como los europeos de la costa se emocionaban con la situación. Buhoneros, estafadores, exploradores y comerciantes cambiaron su profesión de la noche a la mañana. Era demasiado sencillo comprar viejos fusiles al Estado francés y luego venderlos cinco veces más caros a los ingenuos aspirantes. Valía la pena correr riesgos para enriquecerse. Fueron tantos los interesados en trapichear que a finales de 1884 el cónsul francés y el representante británico en Adén llegaron a un acuerdo mediante el cual las autoridades inglesas autorizarían el paso de armas y municiones que contaran con el permiso del representante galo.
Rimbaud, como la mayoría de sus compatriotas, decidió probar fortuna con el rey Menelik, quien llevaba más de seis años negociando con los europeos y conocía muy bien sus supercherías como para salir perdiendo en el envite. En octubre de 1885, coincidiendo con su extraña ruptura sentimental, se despidió de Bardey y arriesgó su preciado capital de seiscientas libras en un doble sentido. En vez de partir desde Obock, optó por hacerlo desde Tadjoura, aldea danakil sin soberanía francesa donde el tráfico de esclavos era el único comercio existente. Nada le permitía augurar que su estancia en ese tugurio se prolongaría durante un año, donde firmó contratos de asociación con un comerciante llamado Labatut, buen conocedor de Menelik al residir desde 1870 en Ankober, la capital de Soa, ganándose el pan traficando con armas y esclavos. Fue el primer contacto del rey con Europa, y eso le daba un ascendente muy importante en la corte.
En enero de 1886 Rimbaud tenía las armas a punto. Le faltaba encontrar camellos y porteadores. El viento viró. Los ingleses se dieron cuenta de la generosidad del cónsul francés al conceder las licencias. Se informó al sultán de Tadjoura de la situación y sólo gracias a una intrincada discusión se solucionó el entuerto, mal menor si lo comparamos con los percances posteriores. Cuando, finalmente, estaban a punto de partir, Labatut enfermó, regresó a Francia para recibir asistencia médica y le detectaron un cáncer terminal. Murió sin dejar nada por escrito que aclarara su relación con Rimbaud, quien no deseaba internarse sin alguien experimentado en arenas tan movedizas. Se asoció con el explorador Soleillet. El interés era mutuo y el acuerdo fracasó cuando el nuevo partenaire falleció inesperadamente en septiembre de 1886.
La caravana partió a comienzos de octubre con muy malos presagios. La escasa agua y los caminos serpenteantes entre colinas de lava unidos a la ira de la etnia danakil, hostigadora de los viajeros al escasear los alimentos y considerar cualquier presencia extranjera una amenaza, hicieron del largo trayecto una auténtica pesadilla que no concluyó al arribar a Ankober el seis de febrero de 1887. Menelik iba camino de la conquista de Harar con dos cañones Krupp y una larga procesión de carretas cargadas de armamento. Se proponía trasladar la capital de su reino de Ankober a Entoto para dominar la ruta comercial del mar Rojo y mantener las distancias con el emperador, por lo que la caravana tuvo que desplazarse hasta la futura capital para entablar conversación en el monarca.
Rimbaud se encontró con el soberano. Era un mal negociante y salió derrotado con creces cuando Menelik ordenó confiscar las mercancías para luego exigir que se las vendieran al por mayor. Si no se aceptaba su propuesta amenazaba con devolver a la costa la caravana con todo su cargamento. La situación se complicó más aún cuando unos documentos en amhárico revelaron una supuesta deuda de Labatut por valor de 3500 táleros. El rey, en un gesto de suma generosidad según sus propias palabras, se ofreció a deducir ese montante del precio de las armas. Cuando se difundió la noticia salió a la luz un ejercito de acreedores dispuestos a cobrarse su parte con el pobre y desgraciado traficante de armas, treintañero de corazón sensible que se dejó embaucar por viudas, familiares de los muertos en su trayecto hacia Soa y oportunistas que se salieron con la suya. Harto, el francés errante huyó sin escapar hasta que resolvió el lío mayúsculo en el que se metió sin querer después de pleitos, gran afición abisinia, con la viuda de Labatut y una remuneración en efectivo que cobró en su querida Harar. La verdadera factura fue el coste físico de la experiencia, como él mismo narró en una carta dirigida a su familia: “ Tengo el cabello completamente gris y la sensación de que mi vida camina hacia su fin. Basta con que imaginéis cómo tiene que encontrarse una persona después de hazañas como las siguientes: travesías y viajes por tierras, a caballo, en bote de remos, sin muda, sin alimentos, sin agua, etc., etc...Estoy terriblemente cansado. No tengo trabajo y me aterra perder todo lo que me queda”.

Paréntesis y preludio

Engañado, robado y con la autoestima por los suelos, regresó a Adén para ver si el cónsul le ayudaba a recuperar parte de su dinero. Recibió elogios que de poco sirvieron. El gran mérito de su epopeya, algo que él mismo desconocía, fue inventar en el camino de vuelta una ruta más pacifica y veloz que desde entonces fue adoptada por todos los comerciantes. Su influencia se acrecentó cuando Francia decidió construir un ferrocarril que uniera lo que Rimbaud padeció.
Los siete años en el mar Rojo debían quedar atrás. Tomó un barquito hacia El Cairo, donde llegó, no sin antes despertar las sospechas del cónsul francés de Massawa, horrorizado ante ese indocumentado andrajoso. En la capital egipcia publicó el relato de su peripecia hacia Soa en Le Bosphore Egyptien. Estas crónicas aún son valiosas. Por nuestra culpa el continente negro ha cambiado bien poco, y el viajero que acuda a los territorios descritos por el poeta podrá sorprenderse ante la exactitud de sus apreciaciones, último bote salvavidas al que se aferró en el campo literario. En otoño de 1887 solicitó colaborar otra vez con la Societé de Geographie escribiendo artículos sobre Abisinia, propuesta rechazada porque pedía unos emolumentos demasiado elevados. En aquella época los gobiernos, nada nuevo bajo el sol, destinaban poco dinero a la investigación científica, por lo que barajó la posibilidad de convertirse en corresponsal de guerra para informar sobre el conflicto entre Italia y Abisinia. Los periódicos europeos prefirieron a sus habituales corresponsales, sin considerar en ningún momento al experto que conocía a la perfección lenguas, dialectos y situación política de la región.
En mayo de 1888 obtuvo del gobierno una segunda licencia para traficar con armas y se asoció en Adén con dos peces gordos del negocio: Savoure y Tian. Este último se dedicaba a la exportación de café y almizcle, actividades que en su caso servían para encubrir sus principales fuentes gananciales: armas y esclavos. Decidió mandar a Rimbaud a Harar para dirigir una sucursal que acababa de fundar, guiño maldito de repetición desde nuevas perspectivas comerciales. Muerto el emperador Juan, Menelik se convirtió en Negus, pacificó las rutas comerciales y se sirvió de los europeos para sus propios fines. Enriqueció a los indígenas y puso en más de una dificultad a los extranjeros, algo que no debió importar mucho al viejo conocido de la ciudad entre muros, carente de sentido comercial y resignado a vivir en una especie de nube rutinaria donde empezaba a considerar la generosidad hacia los demás como una de sus principales misiones. Decía tener buena reputación y tratar de hacer todo el bien que estaba a su alcance. Estudios grafológicos explican que al final de su existencia Rimbaud tenía el mismo nivel intelectual de antaño y había crecido sobremanera desde un punto de vista moral.

Retorno y muerte


"Monsieur et cher Poète, he leído sus hermosos poemas. Baste eso para decirle lo feliz y orgulloso que me sentiría si el jefe de l’ècole décadente et symboliste colaborase en La France Moderne, revista de la que soy director. Hónrenos siendo uno de nosotros”. La carta, encontrada entre las pertenencias de Rimbaud, era la antesala de la publicación de una nota donde la revista se vanagloriaba de saber donde se hallaba el gran poeta, el hombre que iluminó a la posteridad con sus creaciones. El artículo apareció en el número del 19 de febrero de 1891, justo cuando el colono radicado en Harar sintió un dolor lacerante en la rótula derecha. Creyó que se trataba de una molestia reumática propia de la estación fría. La mejor cura, o eso creía, para su pierna era caminar mucho. Siguió con su vida corriente y recorrió una media de cuarenta kilómetros diarios. El dolor continuaba y poco tiempo después advirtió que se extendía por debajo y encima de la articulación. Se hizo un vendaje muy apretado y prosiguió con sus ejercicios. Llegó la fiebre. Sintió náuseas. Pese a lo dificultoso que le resultaba mover la pierna no cejó en su empeño hasta que cualquier acción fue imposible. Abandonó Harar el 7 de abril de 1891. Lo transportaron en una litera que no alivió su tortura. Los porteadores eran torpes, las parihuelas poco sólidas, la lluvia inclemente y el descenso terrible. Se magulló, embarcó hacia Adén, liquidó sus pertenencias con Tian, dijo adiós a su fiel criado Djami y se despidió de una tierra que amaba pese a todos los pesares imaginables. Se sentía como un esqueleto y veía inevitable la amputación de su pierna izquierda, hecho corroborado al desembarcar en Marsella, donde fue recibido por su terca madre y su hermana Isabelle, única compañía en sus últimos meses. De la puerta de Oriente fueron a la finca familiar en Roche, donde el poeta vio como hora a hora su organismo cedía en la batalla contra el carcinoma que poco a poco, lentamente, iba paralizando todo su cuerpo. El té hecho con simientes de adormideras del jardín le provocaba visiones y relajación. El 23 de agosto de 1891, justo un mes después de su llegada al hogar materno, intentó vencer lo invencible y cogió un tren con la inseparable compañía de su hermana. Un Paris desierto lo acogió durante un breve interludio antes del último viaje, de la estación al marsellés hospital de la Concepción, donde un hombre abocado al último suspiro se convirtió al cristianismo para tranquilidad de Isabelle, triste acompañante para un gran pasajero que al expirar vio como su reloj iba avanzado en demasía, como si fuera el conejo de Alice in Wonderland invertido. Su vida acababa de empezar.


http://www.panfletocalidoscopio.com/2009/06Julio_agosto/Letras01.html

Para ver la primera parte del ensayo: http://www.panfletocalidoscopio.com/2009/05Junio/Letras02.html

viernes, 14 de agosto de 2009

Nocturnidad con conciencia interior en Panfleto Calidoscopio


Control de Anton Corbijn



Por Jordi Corominas i Julián



Aquiles decidió morir joven y su decisión engrandeció la historia. La semilla dejada por el peleo fue seguida por Alejandro Magno y la posteridad se sintió gozosa. La muerte podía ser vencida mediante una vida más allá de la propia existencia, fenómeno que, como es comprensible, cobró vigor cuando en nuestra era el rock and roll decidió cobrarse sus primeras víctimas, nombres ilustres que cosecharon una justa fama mientras respiraban, fama engrandecida el día después del último suspiro.
Entre ellos, en ese imaginario panteón de almas que dejaron inconcluso parte de su talento por querer arañar años al reloj, se encuentra Ian Curtis, líder de Joy Division, grupo referencial que mientras existió, entre 1976 y 1980, tuvo su momento de gloria al reunir a 1200 personas en un concierto. La soga y el éxito. Veintitrés primaveras, futuro truncado, estrellato estrellado de la maravilla rebelde en Manchester, ciudad musical que Michael Winterbottom trató en su solvente 24 hour party people (2003); el director británico ha demostrado ser capaz de tratar cualquier tema que se le antoje, lo que es bueno y malo al mismo tiempo, pues su cocina abarca muchos platos que quizá no reciben el punto justo de cocción propio de quien conoce los ingredientes de primera mano, como sucede con Anton Corbijn, una de esas voces minoritarias, al menos para el gran público, que con su influencia han creado parte de la historia visual de la música. Director de videoclips y fotógrafo, su obra suele destacar, aunque hay notables excepciones como Hearth shaped box de Nirvana, por un blanco y negro transmisor de cotidianidad, muy alejado de los cánones del glamour y la exhuberancia, estética que impregna la textura de Control (2007), biopic centrado en la contradictoria figura de Ian Curtis, figura rompedora desde una noche interior.

La clave radica en el control. Tiene muchas formas y evoluciona. Al principio del metraje vemos al adolescente rebelde, encerrado en sus cuatro muros de vinilos, carteles y cigarrillos. Su celda dorada no le abandonará y sirve como metáfora de una mentalidad condenada por su propia brillantez precoz, velocidad automovilística con conexiones cerebrales más que aceleradas. La primera muestra es el botón del amor, donde Deborah será siempre amada con un punto de lejanía por la diferencia de personalidades. Los clubes tienen normas. Curtis fuma, ella no. Nunca serás de mi banda dice él. No me interesa, responde ella. Verdades y mentiras sin contradicción, caminar vital de pequeños detalles que no se perciben hasta que es demasiado tarde y la reflexión ocupa el espacio.
El blanco y negro del filme, que casi arruina a su entregado realizador, aporta la dosis necesaria de serenidad en las cartas de un destino marcado. Curtis circula en el sitio justo en el momento justo. Las cosas le llegan sin buscarlas. Los hados regalan mientras esperan su turno para saldarse deudas invisibles. El ritmo narrativo es pausado, y no es una renuncia de quien sabe imprimir cortes vertiginosos a la imagen, sino un recurso hacia la normalidad tal cual es, con aterradoras coincidencias hacia la conciencia del yo y sus circunstancias.
Sorprende ver precipitación alternada con actos maduros. Curtis se pone por vez primera la cuerda fatal al casarse siendo poco más que un adulto, quiere adquirir responsabilidades y trabaja en la oficina de empleo, donde la epilepsia le avisará mediante una clienta y sus espasmos, moneda que compartirá, aprovechándola para causar furor entre sus seguidores, hipnotizados e ignorantes, pues en ocasiones el líder de Joy Division sufrió fuertes ataques en el escenario. El amor y la enfermedad son control. Crear una familia significa seguir unos parámetros, normas escritas de lo correcto, montaña rusa de compromisos y responsabilidades. La epilepsia del cantante será otra cruz con reminiscencias pasados e inocentes juegos adolescentes con pastillas para comprobar su efecto. Del descubrimiento al sufrimiento en un abrir y cerrar de ojos.

Y el silencio.
Porque por mucho que todos pensemos en la banda sonora de nuestras vidas, la mayoría de nuestra cronología transcurre sin sonidos importantes. Sí lector, la ciudad es la imposibilidad de mutismo, pero piensa un poco en tu existencia. Muchas risas, muchas canciones, buenas charlas y orgasmos chillones. Eso son fragmentos del mapa. Dormir, reflexionar, trabajar… horas centrales que se gastan sin palabras, refugiadas en nuestra mente empeñada en resolver cualquier tipo de problema. Curtis padeció el síndrome del héroe incomprendido, agasajado por el típico grupo de adláteres que más que ayudar precipitan el ídolo hacia el abismo, de ahí la constante soledad del corredor de fondo con la libreta en su hogar y la cerveza en el bar, de ahí negaciones y culpabilidades por no satisfacer ansias ajenas en conciertos, de ahí, ante la madurez de quien crece y sabe observar su hábitat, la búsqueda de una nueva mujer que sea apoyo y descarga para remediar males de la rutina que allana el camino de la comprensión del error. Nadie es perfecto. Los dechados de virtudes sólo existen en las necrológicas. Ian Curtis tenía defectos fruto de lo prematuro, si bien en lo básico acertaba e intuía con precisión helvética.

¿Te acostarías con otros hombres?
Esa sinceridad herética para hacerle comprender a su mujer que ya no la desea es un pequeño tratado de filosofía con toques insensibles. La honestidad es mala educación cuando alcanza el ámbito público; en privado es ausencia de rodeos que mide el peso justo de la balanza psíquica. Curtis era término medio y desmesura, equilibrio enfrentado al magma irracional de quien no vive en la unidad y es incapaz de resolver dualidades. ¿Anillos de compromiso o amantes? ¿Estabilidad o revolución? Lo mejor de Control es su poder de cautivar sin billetes de glorificación. Un hombre convive con un mal curable con efectos secundarios. Las píldoras provocan sarpullidos y somnolencia, precisamente lo que no necesitaba el compositor de Love will tear us apart, ser lumínico con oscuridad melódica y conducta nocturna por su profundo aislamiento. El drama del barítono de Macclesfield fue ser demasiado inteligente y darse cuenta de su incapacidad de controlar la espiral, por eso Corbijn no usa, ni abusa, en ningún momento de tomas espectaculares ni efectos resultones, predominan planos abiertos con la cámara erigiéndose en fiel acompañante que permite al espectador ser partícipe de la tortura de quien no pudo seguir su propio tren y decidió tirar la toalla para no alargar su agonía.
¿Es todo inútil al final?
Muchos suicidios históricos han sido el resultado de una coherencia más que encomiable. Los romanos consideraban que era la liberación de un sufrimiento insoportable. Curtis fue por esa vía. Su plenitud caía, descabalgada por el mal que le corroía. Ulises volvió al hogar por Penélope, Curtis regresó y quiso estar solo, sin Debbie. Werner Herzog. Cartas de ajuste. Malestar, cocina, una nota. «En este momento quisiera estar muerto. No aguanto más». Una cuerda y un nudo. Punto y final. El grito siempre es de quien contempla el cadáver, lo inerte.


http://www.panfletocalidoscopio.com/2009/06Julio_agosto/Cine02.html

jueves, 13 de agosto de 2009

La inquilina anticomunista: “La dama de la furgoneta” de Alan Bennett en Revista de Letras





La dama de la furgoneta. Alan Bennett
Traducción de Jaime Zulaika
Anagrama (Barcelona, 2009)

Desde hace unos meses vivo sin vivir en mí por culpa de un hombre barbudo que se sienta a escasos metros de la puerta de mi domicilio. Lo peor es que hace años trabajaba en la universidad como bedel. Cargaba artilugios para los profesores y era inconfundible por sus gafas de cegato. Ahora se dedica a conservar recortes de periódicos y su única compañía es una bolsa de plástico. No abre la boca y tiene la mirada perdida. Mi particular Apocalipsis llegó un fin de semana donde aparecía hasta en la sopa. El viernes estaba sentado en un banco de Paseo Maragall. El sábado en la Plaza de Rius y Taulet, aka Plaça de la Vila de Gràcia. El séptimo día volvió a su entorno. Bermudas, camiseta impoluta y risa desquiciada al lado de mi querido portal. Me extraño cuando no aparece y me frustro al no poder hablarle, pues no sé como reaccionará. A veces pienso que solucionaría el entuerto si hiciese como un amigo que en una nochevieja se dedicó a invitar a varios vagabundos a la fiesta de un amigo. Al final de la noche los sin techo se sentían agradecidos por la hospitalidad de ese simpático extraño.

Alan Bennett padeció la misma situación acrecentada hasta el infinito. A finales de los años sesenta del siglo pasado Camden Town se transformó en un barrio para jóvenes profesionales. Lo victoriano pasó a mejor vida y se impuso un estilo burgués progresista donde desentonaban anomalías como Miss Sheperd, una anciana que vivía en una furgoneta y se ganaba la vida vendiendo octavillas que ella misma escribía. Los problemas crecieron porque el ayuntamiento consideraba su vehículo un peligro para la salud pública. Algunos vecinos ayudaron a mover su casa portátil y el embrollo se solucionó. Miss Sheperd se contentaba con transcurrir sus jornadas en su joya pintada de amarillo, el color papal. Sin embargo, su extraña casa era presa fácil para el vandalismo de borrachos y adolescentes. Cristales rotos, protestas pasajeras.

En marzo de 1974 se impusieron restricciones de aparcamiento en Gloucester Crescent. Desde ese instante los vecinos tuvieron preferencia para aparcar. Los operarios tuvieron piedad y aguantaron hasta el límite antes de expulsar a la dama enloquecida, quien recibió un nuevo automóvil gracias a la desinteresada ayuda de Lady W; Bennett fue generoso e invitó a la pobre damnificada a instalar su armatoste con cuatro ruedas en su jardín, donde permaneció tres largos lustros.



El autor británico, considerado en Inglaterra our national treasure desde que en 2003 recibió el British Book Award, recibió múltiples elogios en nuestro país por Una lectora nada común, novela corta donde se atrevía a crear un personaje de la Reina Isabel II, apasionada bibliófila que veía alterada su cotidianidad mediante la sabiduría de la letra escrita. Bennett es conocido por su hilarante e ingenioso sentido del humor. Muchos podrían pensar que su capacidad inventiva surge de una más que poderosa imaginación nacida en parte de sus vivencias personales. Miren a su alrededor, conecten sus antenas y descubrirán como lo anodino está cargado de altas dosis de absurdidad con pequeñas grandes bocados trágicos.

Miss Sheperd era un misterio. Hablar con ella resultaba complicado. Nunca mencionaba el ayer e insistía en un presente paupérrimo y excéntrico. Se sentía incomprendida y no consideraba estar en el escalafón más bajo de la sociedad, correspondiente, según sus propias palabras, a los pobres de solemnidad, que desde luego no tenían su habilidad para vestir atuendos tutti colori que algunos confundían con camisones. Era malhumorada y anticomunista, leía con asiduidad la prensa y tenía sus propias opiniones sobre las noticias de actualidad, lo que le impulsó a escribir muchas cartas a personajes importantes como Margaret Thatcher, creyendo que sus sugerencias serian útiles para solucionar crisis y desajustes. Como fue ignorado pidió los documentos para fundar su propio partido político, el Fidelis Party.

Bennett la toleraba e imponía normas y límites. El libro explica varios períodos de su convivencia con Miss Sheperd, guardiana de su jardín y molestia permanente por el olor que desprendía el interior de la furgoneta, conglomerado sólido y laberíntico propio de quien padece síndrome de Diógenes. El escritor se exasperaba por la poca pericia de la mujer cuando tocaba arreglar la batería del hogar móvil y se sorprendía al ver como las dos veces que la dama compró un coche se lo robaron en un periquete. En 1983 adquirió su última vivienda. ¿Robaba dinero para comprarse sus caprichos? No, por aquel entonces el Reino Unido aún tenía un buen sistema de ayudas sociales que se desvaneció con el neoconservadurismo que nos precipitó al abismo. Miss Sheperd aprovechó el dinero público para ahorrar y permitirse caprichitos concretos como sorbetes de limón o sillas de ruedas.

Hace algunos meses comenté en estas páginas el indigno trato que la sociedad otorga a muchas personas con problemas mentales. Los supuestamente locos son como nosotros, la única diferencia es que padecieron un punto de no retorno y no encontraron ayuda. Pocos días antes de morir Miss Sheperd recibió la visita de una asistente social que la llevó a darse un baño y le proporcionó ropa limpia. Murió el 28 de abril de 1989, justo cuando quien escribe celebraba su décimo cumpleaños. Meto esta anécdota personal porque creo en la importancia de las fechas y al ver la coincidencia remarqué más si cabe el poder de la literatura de Bennett y lo cotidiano, texturas que rehuyen la ampulosidad para instalarse en un recorrido con el que todos podemos sentirnos identificados. Su cercanía le honra y desmiente el maldito tópico de la grandiosidad para alcanzar cimas literarias. Algunos deberían tomar nota de su ejemplo.

Muerta Miss Sheperd quedó la duda de su vida anterior. Esta parte de La dama de la furgoneta es un añadido que el autor escribió en 1994 para contarnos su labor detectivesca en búsqueda de la identidad de su huésped, que desveló enigmas encerrados en una llave cerebral de coordenadas lógicas y comprensibles, efemérides decisivas que marcaron el comportamiento de la desdichada señora, víctima de su difícil personalidad y de una guerra que acrecentó más un sufrimiento que nadie procuró contrarrestar con felicidad.

Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com


http://www.revistadeletras.net/la-inquilina-anticomunista-la-dama-de-la-furgoneta-de-alan-bennett/

lunes, 10 de agosto de 2009

Loopoesia 3.0 en el Bar Elèctric ( 11 de agosto, 22 horas, Travessera de Gràcia 233)



Tengo el orgullo de informaros de un nuevo show Loopoético, aunque esta vez es algo aún más especial. Empezamos un 14 de marzo en la Cova de les Cultures; teníamos las ideas claras, pero aún nos faltaba rodaje; fue cuando apuntalamos algunos aspectos marca de fábrica....sin embargo tuvo que llegar el proyecto 2.0 para que nos sintiéramos con más confianza.

Ahora abrimos una nueva etapa con loopoesia 3.0, varias son las novedades

1) Un nuevo poemario

2) Un interludio antes de las nocheviejas del Patriarca

3) Más, es lógico, minutos de show

4) Jean Martin y el Anónimo toledano en modo multitarea total

5) Un nuevo miembro se incorpora al proyecto

6) Apoteosis final de Isabel la Católica

Todo esto y mucho más el martes 11 de agosto a partir de las 22 horas, aunque esperamos empezar a las 22:30, en el Bar Eléctric Travessera de Gràcia 233. ¡Os esperamos!



Después de Loopoesia habrá una pequeña pausa y al cabo de veinte minutos, donde espero que nadie envejezca cinco años, recitaré algunas suites inéditas.

sábado, 8 de agosto de 2009

Procesos horarios en una plaza de Gracia (pensamiento colectivo desde un banco) en Calidoscopio



22:00
No quiere que la noche se acabe,
mi abuelo leía la Biblia de
borrachera y se apenaba
cuando dos hombres bailan
el Director de Pompas fúnebres
soltó un suspiro
viendo que nadie más había venido
y una campana tocaba en la plaza del pueblo
cerveza beer, luego vienes a mi casa
hoy hay más gente que otros días,
extraño para ser martes, pero
es verano y desde
las cuatro de la tarde
de hace dos semanas no
hago más que toparme
con mi antiguo bedel
universitario, domingo
al lado de los quince,
lunes sentado en Gracia,
hoy justo en mi puerta
como siempre fue,
no dice ni por ahí te pudras
y lee recortes de periódicos
23:00
del revés
ATENCIÓN
El caballero de la suite reclama servicio de peluquería
gafas de culo, por
su culpa rematé
el crepúsculo de los chalados,
primero uno en la esquina
piropeando nutrias,
segundo con Franco se
vivia mejor, tercero
el rabillo del ojo
visión periférica
un cuerpo deslizandose,
un señor se daba golpes
en la cabeza y el público
debatía si era
epilepsia
alcoholismo
enajenación
shock anafiláctico
bifidus activo
adyacente a la panadería
de los cereales, si hombre
esa que hace esquina
00:00
en mi barrio, madre
mía que piernas,
son muy jóvenes, no
deberías pensar en irte
con esas catalanas,
no me vengas con monsergas,
¿Qué pasó pues?
Hastiado de los vestiditos,
ese reloj es el sputnik
de Barcelona, lo pones
dentro de la torre
del oro y consigues
una lanzadera especial,
malditas sean las transparencias
Alain Delon de los pakis,
que majo es, que majo es
recuerda las doce direcciones
y vuelve si vas a mear
ya nos conocemos, no es broma,
le toco el pelo y ni se inmuta
Quieres otra cosa, está enamorada
seria una buena novia,
todo lo que tu quieras
es demasiado buena,
01:00
quiero guerra antiestamínica
"she's so glad she's fucking all the world"
mira quien aparece,
te caracteriza un ricito,
el cajero está cerrado
yo vi salir a alguien,
es imposible el precinto,
ficharán a Villa,
cúanto tiempo, ¿verdad?
la muralla de clausura
y en el sol expulsaron
a unos niños
por jugar a pelota, todos
abucheando a la guardia urbana,
estado de sitio, cuatro
maderos para cuatro
chicos, una verguenza,
luces azules en la línia
divisoria, salí corriendo
escaleras abajo, pensó
que quería tirarme
a la francesa, sólo
me voy así, nulo sentido
del humor, apostrofado
en el sofá con la
02:00
educación
en todos los estrictos,
la relación con Dios
trae fe, pues sí, odio
tropezar con los mayores
te insultan porque se creen
inmortales, vaya bobada
ponme otra lata, gracias
por invitarme Hamif, dialogamos
más de diez minutos, un registro
histórico, un poco
como el tópico de los funcionarios,
me sube mucho, fui a pasear
para que bajara y funcionó,
no te rías, lo pasé mal,
con esto de las fans no
se acerca ninguna, tendremos
que cambiar de táctica,
prescindir de micciones
en los escombros, desesperar
ante su llegada con porras,
fumar canutos transparentes,
si asciendes atienden hasta
las cinco, puedes
seguir la juerga
03:00
¿Qué haces con el pollo?
Chupito gratis en la esquina,
en el Almodóvar hay mimos,
eso está muy lejos, venid
conmigo, con hace o
sin hache, chancletas de maiz,
colchones policromos, pasaron
los ciclistas mientras mataba
cucarachas, la indigente sufrió
un desengaño, los pijos
Se aburrían, lo anaranjado
cede poder en el astrolabio,
quitaron asientos inventándose
drogadicción, así nos va
en lo multicultural municipal
Fascista con claveles
treintañeros, me exaspera
el conformismo, finiquitaremos
los subsidios de paro para
bloquear con ladrillos
La víspera de navidad
al estilo de mis abuelos,
el centro estaba
04:00
Madonna anoréxica, te
expulsaron del local
y aún te quejas
Reservado el derecho de admisión
chupando pezones
por doquier, el KGB,
la novia del cubano
parecía una momia,
cádaver erótico, escóndete
en el portal, balbuceas
Improperios, Alá Madrid
sinforosa resabadiada
blanca es en el dinero
perros sarnosos del desierto
¡Llámalo!
Como messi en Verdaguer....
Me gusta Muccis, empanadas
deliciosas, el camarero
me saluda, que ilusión,
tu gozo en un pozo,
¿Todas las negras son guapas?
Jamás un japonés terminó
un Tour de Francia,
quizá sea la edición
donde la proeza abrumará
¡TAXI!
05:00
Si te haces una foto conmigo
te cuento un chiste, llévenos
a la Rambla, sí,
hace mucho calor,
¿Qué me recomiendas para la India?
Soy de Pakistán, media luna, la
mesa de mi comedor es espaciosa
quédate dentro
tres minutos, ¿vale?
Ustedes siempre hablan de putas
fútbol y obras públicas,
conduce y entenderás
el léxico de quita y pon,
ponencias postizas
postergando proclamas
pútridas, Panameñas
con paraguas paralizan
el tráfico de la periferia
violando zebras peatonales
y las chimeneas
sacan humo.
¡Vamos!
12,50€
¿Tiene cambio?


Jordi Corominas i Julián

http://www.panfletocalidoscopio.com/2009/06Julio_agosto/Cine13.html

jueves, 6 de agosto de 2009

Biografía de una contradicción andante: Pierre Drieu la Rochelle y la acumulación del incomprendido en Revista de Letras





Pierre Drieu la Rochelle, el aciago seductor.
Enrique López Viejo
Melusina (Barcelona, 2009)


“Yo he pensado más en las mujeres que Dios en los hombres”

“Se es humano en la medida que le hacemos trampa a nuestros dogmas”

Ambas frases son de nuestro protagonista, Pierre Drieu la Rochelle, hombre contradictorio entre lo sublime y el excremento de quien cae en la mayor tentación destructiva del mundo contemporáneo travistiéndola en salvación elitista. Enrique López Viejo ha escrito su biografía, que desde la misma portada plantea preguntas sobre el galán francés con tendencias suicidas.

Contornos definidos, ojos sabios. Miran a la cámara, conocen la esencia de la seducción. Labios carnosos, frente ancha. Y nostalgia, mucha nostalgia de la nada. Su vida fue una novela de rasgos ambiguos, una carrera dividida en mil etapas por la variedad de objetivos a los que aspiró desde su soledad, estigma que padeció desde su más tierna infancia.

Nacido en Paris el 3 de enero de 1893, Pierre tuvo la mala suerte de ser ignorado por sus progenitores, un padre demasiado preocupado por dilapidar la fortuna familiar y una madre resignada a llevar una vida que no quería. Tuvo como única compañía a su abuela, preocupada por futuro del niño, brillante en los estudios y enfermo de literatura, consuelo de tardes silenciosas a la espera de una caricia que si llegaba parecía un milagro. Esta última frase no debe confundirnos. El autor de la biografía publicada por Melusina no ha querido hacer un retrato dulce del polifacético escritor galo, deja las hagiografías para la iglesia, pero es perfectamente consciente de lo decisivo de los primeros años vitales a la hora de esbozar la personalidad, y en sus palabras simplemente muestra su opinión documentada, bien hilvanada y apuntando constantes datos de interés, para con una figura a la que no desea rehabilitar por mucho que sepa de su atractivo repleto de modernidad en determinadas cuestiones como el sexo y la hiperactividad de quien quiso brillar en todo y sólo logró relativa gloria después del último suspiro.



El niño abandonado aterrizó en la adolescencia y descubrió las gracias del mundo. Las mujeres y el viaje se instalaran en su alma como verdades fundamentales a las que nunca sabrá renunciar. En el campo de la conquista las prostitutas allanarán su voracidad; su deambular por el planeta le permitirá abrazar con pasión la moda oxoniana, tweed y franela para distinguirse y ser un excéntrico caballero en las Galias, su gran amante, la patria por la que arriesgará toda su fortuna al tablero y perderá por obcecación narcisista de unos ideales con fecha de caducidad.

Cuando estalle la Gran Guerra sentirá la necesidad de alistarse y transcurrirá la pesadilla europea entre campos y heridas. Charleroi, Deauville, Champagne, Marsella, Los Dardanelos, Verdún y un puesto como intérprete en el Alto Estado Mayor con el amigo americano, y las americanas. Ha estudiado, triunfado y fracasado en Ciencias políticas, se ha casado con una mujer con la que no se acuesta pero que le asegura bienestar económico, y entre todas estas vicisitudes ha conocido al editor Gaston Gallimard, amigo impagable que le introducirá en los círculos cultivados de aquel Paris de ensueño que en nuestro recuerdo idílico queda como un paraíso perdido donde la flor y nata de la intelectualidad ayudaba a configurar los puntos calientes del siglo pasado. El dandismo de Pierre será una anomalía acrecentada por sus opiniones políticas, verdadero puntal de su creación, originalidad precursora que arruinará cuando exhiba sin tapujos su creencia en el fascismo como redentor europeo.

Los años veinte y la agitación del insaciable


El fin de la guerra lo recibirá entre la decepción y la esperanza. Decepción por no haber mostrado ningún tipo de heroicidad bélica. Esperanza por su incipiente carrera literaria y los cauces que toma su río, lleno de insignes amistades y promesas de un óptimo porvenir literario. Publica artículos, poemas y obras de teatro. Es mencionado en la Nouvelle Revue Française y postula nuevas formas políticas revolucionarias al hablar de constituir los Estados Unidos de Europa con capital en Ginebra. Condena las patrias, defiende la tradición y propugna el poder para una oligarquía antidemocrática, ideas estridentes, parcialmente bien acogidas cuando en los años treinta suene la hora de la esvástica y las democracias se tambaleen por el empuje del totalitarismo. Sus años veinte son un período, no podían ser de otra manera, de luces y sombras, años de ruptura con Louis Aragon y de amor fraternal con André Malraux, estrella emergente que conocerá en 1927, cuando contrae matrimonio con Olesia Sinkiewicz, mujer que no podrá combatir contra su ímpetu seductor, gloria efímera de romances, aventuras y fiestas galantes a lo largo y ancho del Viejo y el Nuevo Mundo, aletargados justo antes de la crisis que todo lo altere.

La inestabilidad lo recibirá vestido de madurez. En 1931 rechaza la Legión de Honor y escribe la que quizá es su mejor novela, Fuego fatuo, obra en la que vuelve a flirtear con la idea del suicidio, macabra predilección que le acompañaba desde los seis años, momento en que se planteó por vez primera la posibilidad de expirar por voluntad propia. Lo acabará logrando durante los idus de marzo de 1945, pero antes sembrará el camino de bombas poco aconsejables, retales monstruosos que le llevarán a Alemania y a convencerse de las bondades del nazismo.

Hacia el adiós
Drieu la Rochelle se sintió incomprendido y poco valorado; no cabe descartar que ese sentimiento produjese una tormenta en su sempiterna voluntad reflexiva para paliar el malestar y encontrar reconocimiento aliándose con las fuerzas ejecutoras de lo que consideraba el futuro. En 1934 escribe Socialisme fasciste y dos años más tarde, como reacción al surgimiento del Frente Popular, se inscribe y participa activamente en el fascista Partido Popular Francés, del que saldrá desengañado para reengancharse durante la ocupación alemana, a la que recibirá siendo amante de la mujer del empresario Renault y director, una herejía en toda regla, de la Nouvelle Revue Française, una de tantas condenas que le catapultarán a la ignominia una vez llegue 1944 y la liberación destape el cielo de nubes genocidas. No tenía escapatoria. Su esfuerzo por liberar de los campos nazis a conocidos y amigos era una minucia si lo comparamos con sus declaraciones y escritos. Defendió al nuevo superhombre y el dominio de la élite. Habló de suprimir Senado y Parlamento. Quiso expulsar a los refugiados políticos y a los extranjeros, además de desear establecer una colonia judía en Madagascar y elogiar en público la figura de Adolf Hitler. Era un colaboracionista en toda regla que había sellado su condena, por eso se preparó para el final, primero con un frustrado intento de suicidio salvado por sus dos esposas, que le dejaron un poco más de tiempo para esconderse, ordenar sus papeles para la posteridad, rechazar vías de escape, obsesionarse con la figura de Van Gogh e introducir en su boca un tubo de gas para decir adiós y no rendir cuentas a los vencedores del conflicto más atroz de la historia de la Humanidad.

Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com

http://www.revistadeletras.net/biografia-de-una-contradiccion-andante-pierre-drieu-la-rochelle-y-la-acumulacion-del-incomprendido/

lunes, 3 de agosto de 2009

Imágenes vitales para ver más claro: “La lluvia antes de caer” en Revista de Letras





La lluvia antes de caer. Jonathan Coe
Traducción de Javier Lacruz
Anagrama (Barcelona, 2009)



Jonathan Coe también fue joven. Ahora es sabio. Tuvo una brillante idea estructurada en tres elementos. Una misteriosa casa, una niña ciega y una canción, Baileros, interpretada por Victoria de los Ángeles. El puzzle era brillante. Me lo imagino emocionado en su escritorio, pero con la frustración de saberse inmaduro para concretar su reto literario. Pasaron los años. El chico de Birmingham se ganó un nombre como narrador satírico, fino observador de la Inglaterra finisecular. Todos le etiquetaron y cuando apareció La lluvia antes de caer muchos, quizá por falta de imaginación o banales tópicos periodísticos, proclamaron a los cuatro vientos que Coe cambiaba de tercio, que abría una nueva etapa.

Sus declaraciones lo desmienten y son un ejemplo para cualquier escritor con un poco de mollera. Hay ideas que nos sorprenden en pañales. Las abrazamos y nos rechazan porque el cuerpo necesita arrugas para emprender grandes tareas. La novela no deja de ser un edificio arquitectónico complejo, con estructuras y requiebros que requieren experiencia y oficio. Cuando el autor de ¡Menudo reparto! sintió que había llegado el momento encendió su ordenador y dejó fluir su viejo sueño para convertirlo en un libro sólido e intenso, marcado por una nostalgia que es recuerdo y sello notarial de un pasado desdibujado por metamorfosis fulminantes, cambios históricos acelerados por el siglo XX.

Rosamund fue una mujer terca, una resistente de la vida. Muere, o se suicida, con 73 años y deja dos tercios de su herencia a los hijos de su hermana, David y Gill, y el otro para Imogen, una desconocida, que Gill recuerda de una lejana fiesta de cumpleaños en los coloridos y decadentes años ochenta. La chica era rubia, ciega y hermosa. Tendrá que encontrarla. Este inicio ya daría para una novela, pero Coe reserva sorpresas. Gill acude a casa de la difunta y se siente aturdida ante los elementos que observa. Una silla, un micrófono, una botella y unas cintas de casete acompañadas de una nota donde se especifica que son para Imogen.

La búsqueda se revela infructuosa. Gill decide escuchar las grabaciones con sus hijas. Son comentarios, descripciones de veinte fotografías que resumen la singladura vital de Rosamund, mujer atípica, lesbiana en la Inglaterra previa a los años sesenta, paria social con una existencia marcada por episodios decisivos y lugares clave. Su voz, consciente de la inminencia del encuentro con la guadaña, transporta a las oyentes hacia parajes que ya no existen y situaciones irrepetibles. Cada instantánea es parte de un proceso, el orden es evolutivo. Las piezas encajan. De la infancia en las afueras de Birmingham descubrimos su estrecha relación con su prima Beatrix, hermana por un pacto de sangre y primer eslabón de la cadena que avanza hacia memorias teñidas de inocencia, cuando Inglaterra aún no era pop y la posguerra dibujaba un universo limitado entre lo rural y ciertos residuos victorianos.

El relato avanza como si estuviéramos somnolientos, como si esa voz narrativa saliera de las páginas y adquiriese textura oral. Los saltos son femeninos, de celuloide y carne pura. Jennifer Jones y la conciencia sexual, pérdidas caninas entre la nieve, preludio de otras más importantes. Fugas irlandesas, viajes londinenses para estudiar y enamorarse de Rebecca antes de reencontrarse con su prima y el desastre inesperado. Pequeñas partículas se instalan en nuestra mente y determinan los pasos de baile del destino, alumbrado a base de vivencias ante las que poco podemos hacer. En La lluvia antes de caer sólo lo percibimos a medida que nos acercamos al punto y final, lo que indica un excepcional dominio en la construcción del tempo narrativo, hilado con maestría para que las piezas del rompecabezas se junten cuando todo pueda ser desvelado, antes seria un sinsentido, una ofensa para un lector que se deja llevar por la cadencia y el paso de las instantáneas en una retina escrita que nos acoge con suavidad pese a su tremenda dureza. Roca vital, símbolos destructivos. Fotos para iluminar a una ciega y facilitar la comprensión de una saga familiar bañada por desencantos e incomprensiones.

Los detalles y la nostalgia como característica de una generación
Un antiguo profesor insistía, por su obsesión con Nabokov, en que nos fijáramos en los detalles. Tenía mucha razón. Gajes del oficio, perlas de sapiencia. La biografía de Rosamund cruza media centuria de historia inglesa, con sus cambios, modas y actitudes. Coe logra captar la atmósfera de cada década a partir de pinceladas contextuales. Los cuarenta son la guerra y la naturaleza. Los cincuenta un intermedio paradójico donde aún no explota la revolución. Los sesenta alternan las típicas vacaciones en la playa con la incipiente rebeldía juvenil y la tozudez de lo antiguo. Los setenta un despropósito entre música y caravanas. Cada período y sus características circulan con la verosimilitud que se espera de un relato que pasito a pasito traspase las fronteras temporales y llegue al presente para resolver la trama.

El título de la novela que comentamos surge de un pensamiento infantil casi perfecto. ¿Cuál es tu lluvia favorita? La lluvia antes de caer no existe. Por eso es mi favorita.

Salvo en Martin Amis, excepcional rara avis, da la sensación que parte de los grandes narradores del Reino Unido se hayan dejado seducir por una nostalgia más que embriagadora. Ian McEwan sería el paradigma con obras como Expiación o Chesil Beach, retrato de un universo extinguido que desapareció de un plumazo en Carnaby Street y Abbey Road. Julian Barnes tiene más prestancia, pero obras como La mesa limón o Arthur and George parecen flotar en un magma donde las frases se congelan sin oler a contemporaneidad, no de estilo, sino de recuerdo y aire pretérito. Hasta los más jóvenes, pienso en Geoffrey St. Aubyn y su espléndida Leche materna, se han contagiado de un virus literario impalpable pese a insertarse en los caminos de la novela, como si los literatos se aferraran a una sensación de pérdida que urge transmitir a toda costa. Por supuesto hay notables excepciones, Nick Hornby e Irvine Welsh, nombres que, quizá desde su gusto por un universo muy personal y más cercano cronológicamente, prescinden de la melancolía y apuestan por historias comprensibles para todos los públicos a partir de un estilo más fresco, con menos grandeza en sentido tradicional.

Jonathan Coe no ha cambiado estilo, su versatilidad le permite escribir textos como el que acabamos de comentar. Muchos tendríamos que beber de esa dicha narrativa, de esa polivalencia. Si en Inglaterra la nostalgia invade las letras, en España pecamos de querer ser demasiado contemporáneos, y atemporales, con leves concesiones a períodos históricos a reivindicar. Siempre consideré al querido término medio, aunque en ocasiones leo, me admiro y aplaudo la tenacidad de una generación que con el pasado y ofrecerlo con absoluta calidad a las nuevas generaciones, afortunadas por poder disfrutar de buena literatura que entretiene, educa y no pierde un ápice de estilo.

Jordi Corominas i Julián
http://corominasijulian.blogspot.com

http://www.revistadeletras.net/imagenes-vitales-para-ver-mas-claro-la-lluvia-antes-de-caer/