domingo, 30 de octubre de 2011
Y siguió la fiesta de Alan Riding en Revista de Letras
Recuperar la amnesia, solear los claroscuros: “Y siguió la fiesta”, de Alan Riding
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 30.10.11
Y siguió la fiesta. La vida cultural en el París ocupado por los nazis. Alan Riding
Traducción de Carles Andreu
Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores (Barcelona, 2011)
La Historia que cuenta Alan Riding en Y siguió la fiesta tiene un origen lejano, tanto que si quien escribe se pusiera quisquilloso podría remontarse a Carlomagno y hasta a la noche de los tiempos. No lo haré, aunque sí precisaré que desde 1870 la situación estaba al rojo vivo entre Francia y Alemania. Alsacia y Lorena. Proclamaciones imperiales. Derrotas inasumibles. Paces en vagones y un tratado imposible de cumplir facilitaron la tarea hasta llegar al maldito diez de mayo de 1940, fecha de la invasión nazi contra el Benelux y Francia. El otrora país henchido de igualdad, libertad y fraternidad gozaba de un significado especial para el resto del mundo. En décadas recientes la historiografía cultural ha destacado con mucho tino la labor fundamental de Viena para comprender las revoluciones intelectuales del siglo pasado, pero hasta hace bien poco París era la luz que eclipsaba cualquier otra referencia. La llamada de Baudelaire inició una senda que en lo literario convocó a escritores de todas las nacionalidades que querían embriagarse de una misteriosa magia de modernidad, y lo mismo hicieron los pintores, bien conscientes que quien no residía en la capital del Hexágono corría el riesgo de quedar fuera de juego en el gran tablero de las artes.
En 1940 la urbe del amor, hasta en eso destacaba, también era famosa por cines, teatros, cabarets e infinitos espectáculos que eternizaban su noche en una fiesta no muy distinta a la que Hemingway proclamó en su famoso libro de recuerdos. No es que las personas ignoraran la amenaza que se cernía en el horizonte: simplemente optaron por divertirse hasta que el sonido militar pisara los adoquines de los Campos Elíseos, lo que acaeció el 14 de junio, jornada infame para la libertad y gloriosa para el miedo. A Hitler sólo le quedaba una batalla pendiente en Europa. Inglaterra esperaba, y mientras tocaba adoptar medidas para con la vencida, que a nivel territorial fue dividida en dos partes, una ocupada y otra colaboracionista, el Régimen de Vichy, que paradójicamente, o no tanto, comandaba el Mariscal Pétain, héroe de la Primera Guerra Mundial. ¿Y en lo cultural?
Joseph Goebbels, ministro de Propaganda del Tercer Reich, tenía las ideas claras. El objetivo de la campaña de Francia era poner fin a la dominación cultural gala en Europa y a lo largo y ancho del globo terráqueo. París era la clave y por eso una de las manos derechas del Führer creó un departamento con más de mil doscientos empleados destinados a controlar los avatares del mundillo que hasta aquel entonces había marcado tendencia. Selección, aceptación y censura. El complejo de inferioridad teutón era enorme. Se dieron órdenes para que ninguna propuesta francesa traspasara la frontera alemana sin permiso y se extremaron las medidas para que la vida volviera a su cauce bajo una apariencia de normalidad una vez las bombas cesaron y los uniformes plagaron las avenidas con su tela de advertencia. Los gerifaltes se dieron el lujo de un tour turístico y Hermann Goering sació sus ansías saqueadoras para decorar su palacete y exportar grandes obras que por suerte fueron recuperadas tras el conflicto gracias a la habilidad de una funcionaria del Jeu de Paume que anotó con meticulosidad todo lo que entraba en el recinto usado por los nazis como depósito previo a los trenes. El Louvre quedó a salvo porque desde 1938 el gobierno Daladier inició el traslado de gran parte de la colección para evitar su confiscación y posterior traslado. El arte degenerado, al que los nazis dedicaron una muestra que exhibiera lo que para ellos era el horror, fue expuesto en galerías donde los marchantes superaban el temor de presentar lo prohibido apoyándose en clientes de confianza.
El mayor y más apasionante problema, que Alan Riding analiza al pormenor, se centró en cómo enfocar aguantar la pesadilla sin salpicarse. Los soldados de la Wehrmacht asistían con descuentos a la Ópera, donde tenían asientos reservados. Los burdeles estaban a rebosar y la música era el único punto de unión entre dos pueblos opuestos entregados a un más que comprensible recelo mutuo que aconsejó a los grandes nombres actuar con mucha cautela, si bien algunos no mostraron pudor alguno a la hora de codearse con sus nuevos amos. Sacha Guitry prosiguió con su hiperactividad y asistía a cualquier sarao de los nazis. Jean Cocteau fue algo más comedido. Su presencia en la grandilocuente exposición dedicada a ensalzar la escultura de Arno Breker contrasta con su arrojo al respaldar a un desconocido decisivo, Jean Genet, que de no ser por el dandi opiómano no hubiese encontrado acomodo a hurtadillas para su Notre-Dame des fleurs, de la que Robert Denoël imprimió treinta copias. Cocteau arriesgó más de la cuenta por su fervor estético al recrear en un guión para Jean Delannoy la leyenda de Tristán e Isolda. Los protagonistas de L’éternel retour fueron su amante Jean Marais y Madeleine Sologne, tan rubios que después de la liberación muchos opinaron que su cabellera era un alegato a la raza aria, por la que bebía los vientos Pierre Drieu La Rochelle, antisemita irredento que dirigió durante la ocupación la emblemática Nouvelle Revue Française. El mantenimiento de la publicación fundada por André Gide supuso un respiro para Gallimard, acusada de bolchevique, y un extraño paradigma de amistad entre literatos. Drieu La Rochelle pidió, en una especie de conciliación ideológica, que el resistente Jean Paulhan fuera su adjunto. Este se negó, pero aceptó colaborar, quizá porque sabía que el autor de Gilles había hablado con los nazis para protegerle junto a Louis Aragon, que a lo largo de esos cuatro años de íncubo transformó su lírica para dar esperanza al pueblo con la poesía, y lo mismo aplicó a sus versos Paul Éluard, estandarte de la resistencia con Liberté.
Pese a que la Historia lo ha absuelto e idolatrado como un tótem sacro, no podía decir lo mismo Jean Paul Sartre, que en la investigación premiada con el Premio Internacional de Ensayo Josep Palau i Fabre aparece como un inteligente estratega que supo vender su compromiso patriótico a la perfección pese a ser un oportunista de última hora bien diferente de Camus, un recién llegado que causó sensación, y el inagotable Malraux. Este círculo elitista nos lleva a Picasso, quien llegó a pedir la nacionalidad francesa por pavor a ser deportado por su defensa de la República Española. El genio del Gernika permaneció en su hogar de adopción sin apenas ser molestado. Recibió la visita de Ernst Jünger, oficial nazi que transcurrió su estancia en París entre el salón de Florence Gould, americana que organizó en sus aposentos una peculiar tertulia en la que cabían asesinos, figurantes, espontáneos y cualquiera que quisiera sentirse alguien en medio de tinieblas y una decrepitud que no arruinó la tan querida nocturnidad y los aplausos en las plateas.
Resumir el volumen editado por Galaxia Gutenberg requeriría un ensayo suplementario, y francamente no hay ninguna necesidad de redactarlo porque Riding ha elaborado un texto definitivo sobre un período convulso y en demasía olvidado. Los aficionados a la Segunda Guerra Mundial, entre los que me incluyo, suelen desmenuzar la conflagración sin penetrar en el pantano de la ocupación francesa. Se menciona la invasión y hasta 1944 nuestro vecino desaparece del mapa. Normandía lo resitúa. La excepción es la Resistencia, que desde mi punto de vista se observa y se menta sin exhaustividad. Quizá ello se deba a que no aceptamos un universo con la tricolor manchada. Puede ser. Tampoco descartaría una vergüenza colectiva fruto de una ceguera para apaciguar los pecados de figuras sospechosas. Lo mismo debieron pensar en 1945. Los juicios fueron cortos y se diluyeron para no causar escándalo y propiciar la desmemoria. Hubo poca sangre, escasas ejecuciones y mucho perdón. Las imágenes de las amantes rapadas engaña, es una verdad que nutre una manipulación tan grande como que el ejército galo ganó por méritos propios la contienda. Lean Y siguió la fiesta. Cambien su paradigma. La Historia, más tarde que temprano, suele ajustar cuentas.
miércoles, 26 de octubre de 2011
Jueves 27, 22 horas, Recital Delaonion en l'Espai Bohemi de El nostre racó
El jueves 27 Delaonion tiene el placer de inaugurar el Espai Bohemi del Nostre racó, bar que desde hace poco regentan nuestros amigos Fernando Clemot y Nacho Sahún. La cita es a partir de las 22 horas y contará con los versos de Álex Chico, Iván Humanes, Laia López Manrique, Juan Vico y el autor de este blog.
Podcast sobre muertes absurdas de escritores en el Laberint de Wonderland
Hoy en el Laberint de Wonderland hemos trazado un recorrido por muertes absurdas de escritores, desde Esquilo hasta Sherwood Anderson. Podéis escuchar la sección a partir del minuto 42 clickando aquí
martes, 25 de octubre de 2011
Miércoles 26, Muertes absurdas de literatos en el Laberint de Wonderland
Dejamos por una semana la metolodogía de los escritores, volveremos con la de los poetas, y nos trasladamos al absurdo de la muerte. Sí, los escritores, es obvio, también la palman, y algunos de ellos lo hacen con el absurdo predominando en las tinieblas. Hemos seleccionado cuatro casos ejemplares
1.- Esquilo y la tortuga
2.- La Mettrie y la gula
3.- Chejov y su transporte fúnebre
4.- Sherwood Anderson y el palillo
Cada miércoles a partir de las 15h
Radio Nacional- Rne4
100.8 fm Barcelona
En directo: Rne4
domingo, 23 de octubre de 2011
Lo que sé de los vampiros(hispanos) en Sigueleyendo
Lo que sé de vampiros(hispanos) por Jordi Corominas i Julián
La cronología dice que hace veintitrés años estábamos en 1988. Era una noche de otoño y en mi casa estábamos de fiesta porque, milagros del consumismo, habíamos adquirido el primer reproductor VHS de nuestra historia familiar. Ya ven. Ese día pasaban en la primera Vampiros en La Habana, una película de dibujos animados donde un cubano vestido de blanco impoluto faranduleaba por la noche hasta enamorarse y caer en las redes de una extraña conspiración con sangre, ajos y muchos colmillos bien afilados para dominar el mundo.
Nunca he sentido un especial interés por los herederos de Drácula. El conde de los Cárpatos fue en mi infancia un helado de Frigo que más tarde asocié con la Tocata y fuga en re menor de J.S. Bach, cargada de reminiscencias terroríficas de mordiscos y vírgenes hechizadas por efluvios de seducción rumanos. Activo mi cerebro, pienso y compruebo que lo vampírico nos acompaña aunque no queramos, y para muestra el botón de Chiquito de la Calzada que con Condemor, el pecador de la pradera aprovechó su tirón mediático en una época donde los émulos de Vlad Tepes también proliferaban en mi amado ciclismo, deporte que entre transfusiones y glóbulos rojos ha pasado a ser un fenómeno médico de feria con azafatas sedientas de cuellos en forma y corredores que a medianoche ocultan el maillot con una capa negra y merodean por vuestras ciudades ansiosos por hincaros el diente.
Si me pongo analítico os diré que mi obra favorita del género es Nosferatu, que hasta supera la lujuria de Winona Ryder en la película de Coppola. Cuando una sombra se extiende en los muros nocturnos acude a mi memoria la fealdad de Schrek, y en menor medida el miedo vienés de El tercer hombre con su expresionismo tardío. No chicos, lo que siempre me ha cautivado es lo real, saber el ADN de lo que impulsa a tantas personas a sucumbir al encanto del plasma, y no hablo del televisivo.
Por suerte existen personas muy sabias que investigan y tienen las respuestas, que están en hemerotecas de España y parte del extranjero. Hace bien poco cayó en mis manos No matarás, Célebres verdugos españoles, de Salvador García Jiménez. Por aquel entonces llevaba una sección criminal dedicada a la crónica negra barcelonesa en la Cadena SER, por lo que devoré con avidez el capítulo que el autor murciano dedicó a Nicomedes Méndez, verdugo de Barcelona entre finales del siglo XIX y principios del Novecientos. El pobre hombre, valga la redundancia, era un desgraciado de tomo y lomo. Ganó el concurso municipal y luego su ingrata labor le apartó de la sociedad. Era aficionado a los canarios, perdió a sus dos hijos en trágicas circunstancias y no podía asistir al teatro ni subir al tranvía porque la gente se apartaba ante su presencia. Su mal fario es comparable al de la maldita superstición que impregna la superficie de Vampirismo ibérico, libro que prosigue la saga de truculentas curiosidades patrias que fascinan a García Jiménez.
En esta ocasión la obra aborda los casos relacionados en España, país donde la sangre está, si me apuran, hasta en la sopa. Algunos dirán que eso pasa en todas partes, que realmente no estamos revelando nada espectacular. Ni falta que hace, simplemente congeniamos con el volumen editado por Melusina, coherente en su totalidad y con la prestancia de saber a la perfección que antes de abordar casos concretos conviene hilvanar un buen contexto que nos ponga en antecedentes. Siempre hemos sido una tierra de morbosos y catetos, y ello se refleja en la cuestión que nos concierne con corridas de todos y diagnósticos de pacotilla que intentan dar una explicación a un fenómeno irracional. Cualquier mito parte de esa premisa, es como el cotilleo del mercado. ¿Se ha acostado la Ramona con el tendero? Cuando el río suena agua lleva y lo vampírico se nutrió en la Península Ibérica de la ignorancia del momento que incrementaba los miedos, casi siempre relacionados con carne, sexo y curaciones milagrosas.
Aún circulan por nuestras avenidas curanderas que han abandonado las pociones mágicas por cartas que sirven para leer el futuro. En la España del Ochocientos la muerte vestía de tuberculosis, ropaje que afectaba a míseros y millonarios. Analfabetos y cultivados anhelaban un remedio que sanara sus males y aquí es donde emerge la superstición. La sangre de niño era el medicamento perfecto. El tuétano aplicado en el pecho un aleluya saludable. La mierda se desvanecía y la vida cobraba otra vez su sentido positivo.
Y no debe sorprendernos esta devoción a la sangre. Antes del boom del deporte las ejecuciones públicas eran uno de los espectáculos favoritos del pueblo, que en algunos lugares de Europa se arremolinaba cerca del cadalso para recoger tan preciado líquido, agua bendita teñida de rojo. Los mataderos se llenaban de enfermos que pedían tan preciado brebaje. Quienes no podían conseguirlo con estos métodos optaban por actuar con insana demencia, atacando a los más pequeños con el objetivo de beber lo que corre por las venas. La mayor parte de las historias del volumen son rurales, destacando entre todas ellas la de Gádor que dio pie para difundir sin redes sociales la milonga del hombre del saco. El crimen almeriense avivó la lúgubre imaginación de muchos españoles que atribuían al siniestro personaje cargado con una bolsa todas las calamidades de una época que se contradecía entre el camino hacia la modernidad y la permanencia de atávicas prácticas que no desaparecieron hasta la construcción de los primeros centros para tuberculosos, proceso lento y nada seguro a la par que desigual, pues las velocidades del tren del progreso nunca han sido muy ecuánimes. Barcelona y Madrid tuvieron establecimientos de este tipo mucho antes que, por mencionar dos enclaves emblemáticos del vampirismo ibérico, Galicia o Alicante, donde la crónica de sucesos se llenó durante decenios de episodios surrealistas culminados en bosques, pozos y marcas corporales que indicaban el funesto desenlace.
Pese a ello tanto la capital del reino como la ciudad condal se vieron implicadas en la fortuna del fenómeno. Enriqueta Martí es el paradigma, y su deificación en el altar del horror ha sido explotada por novelistas y escritores hasta deformar la verdad para inventarla sin ningún tipo de remordimiento. En 1912 los periódicos vieron un filón en esa señora con acuciantes necesidades maternales que secuestraba niños y mendigaba por las mejores escuelas del Ensanche. El secreto de sumario y el apremio por vender ejemplares hizo de ella un monstruo que vendía frascos con tuétano a los ricos y asesinaba sin piedad a criaturas inocentes para comerciar con sus órganos. Los huesos de sus muertos invadían sus residencias, cementerio improvisado que luego fue desmentido por la ciencia, algo que provocó el rechazo de los periodistas, que así vieron desmontado su circo, prolongado en el siglo XXI por quienes prefieren montar una buena trama a rendir justas cuentas con el pasado, lo que sí logra Salvador García Jiménez, quien tiene la decencia de no ceñirse a lo conocido e investigar para trazar un mapa completo con datos contrastados repartidos por nuestra geografía.
Y es de agradecer porque hemos alcanzado un punto donde siempre es más fácil hallar relatos, novelas o historias de cualquier índole donde se pervierta la fuente histórica en pos de la fantasía que confiera a la trama mayor atractivo. Pura Edad Media en la supuesta era del conocimiento, retrocesos que hacen exclamar a algunos críticos que HHhH de Laurent Binet es una obra maestra, cuando en realidad es un muy buen libro que sólo desarrolla su argumento con la lógica aplastante de querer ahondar en la belleza de atinar en las informaciones transmitidas. No pretendemos que toda ficción se metamorfosee en la precisión hecha letra, pero es menester que alimentemos el divertimento con lo puntilloso de la honestidad, pues lo que acaeció merece un mínimo respeto, de otro modo profanamos sepulcros con nuestras plumas.
Otra elección es el ensayo. Lo sintético del veintiuno parece que insista en hacer de este maravilloso género literario un reducto de curiosidades, como si volviéramos a los resúmenes medievales que ahorraban tiempo a los lectores. Salvador García Jiménez es miembro de la escuela del rigor, pero dota a su prosa de frescura para desmentir, por enésima vez, el tópico que atribuye a todo estudio partículas de aburrimiento. La mejor receta para disipar fantasmas demasiado asumidos es demostrar con la acción que la seriedad de encajar piezas puede ser mejor que la impostura al valorar que sólo podemos entender lo presente y el porqué de determinadas modas eternas si aprehendemos lo pretérito más allá de marujeos y efemérides de Trivial Pursuit.
sábado, 22 de octubre de 2011
El invierno del comisario Ricciardi en Revista de Letras
El nacimiento de un personaje: “El invierno del comisario Ricciardi”, de Maurizio de Giovanni
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 19.10.11
El invierno del comisario Ricciardi.
Maurizio de Giovanni
Traducción de Celia Felipetto
Lumen (Barcelona, 2011)
En los regímenes dictatoriales la crónica negra no existe… hasta que caen los tiranos y la historiografía opera el milagro de recuperar crímenes inéditos en la prensa, demasiado entregada en ocultar esa sangre cotidiana capaz de alterar el supuesto remanso de paz, orden y concierto de mandamases que desean calles impolutas, sin mácula ni puñales que generen alarma social y desbaraten imágenes propagandísticas.
En la Italia del ventennio nero no se mataba, y cuando lo truculento invadía la atmosfera se silenciaba. En Roma la pesadilla fue un violador de niñas. En Nápoles, verdadera ciudad sin ley, la violencia es una constante que los siglos no han cancelado. No importa la época. La capital campana tiene el feo mérito de ser siempre noticia por delitos y correrías que en ocasiones atentan en escenarios inesperados. Hoy en día conocemos parte de ese pestilente tejido con precisión, pero en los años treinta los asesinatos entre la Bahía más bella del mundo y la estación Garibaldi eran sometidos a censura para preservar las apariencias.
Quizá tanto disfraz es lo que inspiró a Maurizio de Giovanni a crear un personaje de primera categoría, un comisario de policía efectivo, taciturno y con las ideas muy claras capaz de sustentar con su figura una serie de novelas policiacas donde hasta el último suspiro no sospechamos quien es el culpable. Luigi Alfredo Ricciardi nació con todos los elementos a su favor hasta que la muerte de sus padres truncó su camino. Huérfano prematuro, nuestro héroe descubrió de pura casualidad un don imposible que compensaría en parte su eterno lamento por tanta injusta desaparición y falta de afecto. Una lejana mañana de julio jugueteaba en el bosque creyéndose Sandokán hasta que el giro de una lagartija le acercó a una rama de vid donde vio a un hombre en plena zona de penumbra, como si se ocultara de la canícula. Su espalda rígida hizo entender al pobre niño rico, hijo de Barón, que estaba ante un fiambre con la camisa manchada de plasma seco. De repente, sintió que el tiempo se paraba hasta que una musa poco científica le desveló la última frase del fallecido como por arte de birlibirloque, algo que se convertiría en rutina una vez Ricciardi abrazó su oficio de investigador y dedicó casi todas sus energías a resolver enigmas que sólo su verde mirada era capaz de desentrañar.
La creación de un detective con algo diferente es una misión titánica. El autor de El invierno del comisario Ricciardi ha acertado al saber combinar la tradición transalpina con un contexto histórico insólito, del que se puede esperar mucho siempre que no ahogue la trama. El aire a lo Ingravallo del protagonista provoca empatía. Desde el primer instante sabemos que Ricciardi no ostenta el bastón de mando, es un peón del que sus superiores atienden un rendimiento que les permita colgarse medallas en el traje de su nulidad, que contrasta sobremanera con el arte del inspector a la hora de deducir y oler pistas que puedan conducir a la detención de un culpable, siempre molesto, siempre atroz, más todavía si la víctima es un protegido de Mussolini. Arnaldo Vezzi es salvajemente asesinado en su camerino mientras se preparaba para irrumpir en el San Carlo con su chorro de voz. El tenor favorito del fascismo era un ser desagradable, un divo cruel que seducía y esclavizaba a todo aquel que se cruzara en su camino. Su mala fama se veía compensada por un natural talento que generaba delicia entre las masas, no así entre la gente de su profesión.
Ricciardi desconoce el universo operístico. Su vida se resume en ir de la oficina a casa, comer los platos que le prepara su tata y observar desde la ventana los movimientos de su amor platónico, Enrica, metáfora de una belleza que prefiere evitar para ahorrarse el trámite de Cupido para no incrementar sus heridas. Su exilio de lo humano se maquilla con un corazón enorme que desea el bien para sus semejantes. Lo sabe bien Maione, adjunto que acompaña al jefe en sus pesquisas, y lo intuye la viuda de Vezzi, quien ve en esos potentes ojos todo el dolor padecido por alguien que ha suplido la felicidad por una obstinación hiperbólica por ajustar cuentas con el mal.
En su recorrido hasta dar con las claves, Ricciardi se verá rodeado de una serie de típicos caracteres napolitanos. Un cura aficionado al bel canto, inevitablemente uno imagina a Gino Cervi y su Don Camilo, ayudará al erigirse en profesor musical del comisario, que desde su ignorancia tiene al menos un punto de apoyo con Io sangue voglio, all’ira mi abbandono. ¿Por qué un cantante pronuncia antes de ser degollado esta frase? ¿Y esa lágrima en la mejilla, tan extraña en un ser sin sentimientos? Una ventana y las paredes manchadas dan indicios que de manera paulatina harán que paseemos por el teatro para entender la elaboración de un rompecabezas. En la sastrería no notaron nada digno de mención. Los figurantes callan. Las entradas al edificio son varias y están reservadas al personal. En el camerino la abundancia sanguinolenta choca con lo impoluto de un cojín, un traje y una blanca bufanda, testimonios mudos de una suave carnicería perpetrada con un espejo y un leve puñetazo, tan misérrimo que el forense lo ve estéril, una minucia significante sin trascendencia.
Nos moveremos por barrios de pésima reputación, moteles de amantes, historias de despertares, alcoholes pésimos y pasiones desenfrenadas. Ricciardi siempre estará al acecho, y su presencia no se para en esta primera entrega. Seguirán otras que además de entretenernos con una prosa amena y un relato creíble en lo criminal añadirán luz a la penumbra de Ricciardi, fascinante por lacónico, adorable por su inteligencia a prueba de bombas, incapaz de ceder totalmente por mucho que cuatro oportunistas se empeñen en arruinar su credibilidad y la gente de Roma pida epifanías de celeridad que asume y finiquita mientras en una esquina su otro yo pide a gritos romper la barrera del malestar interno, ese demonio congelado que aplaza la felicidad de un buen tipo que cumple su deber con tesón para anestesiar sus fantasmas y propiciar que nadie ingrese en el martirio de la guadaña a deshora.
viernes, 21 de octubre de 2011
Viernes 21 de octubre, Santa Coloma Spoken Word en el Teatre Sagarra
Santa Coloma Spoken Word es un festival de poesía y performance creado por Red927. Nació en el año 2007 y el próximo 21 de octubre celebrará su 4ª edición. En este encuentro tienen cabida todas las formas de literatura oral como son los recitales de poesía, las performances, el slam poético etc. Aquí performers, artistas y poetas de vanguardia presentan cada año sus espectáculos donde Palabra y Escena son las protagonistas.
jueves, 20 de octubre de 2011
Podcast sobre la metodología de los escritores en el Laberint de Wonderland
Ayer tratamos en el Laberint de Wonderland la metodología de los escritores, un tema que desarrollaremos ocasionalmente. Los primeros que han comentado su rutina con las letras han sido Ignacio Martínez de Pisón, Enrique Vila-Matas y Miqui Otero. Podéis escuchar el podcast a partir del minuto 38 clickando aquí
martes, 18 de octubre de 2011
Miércoles 19, Metodología laboral de los escritores en el Laberint de Wonderland
La semana pasada hablábamos de los otros trabajos de los escritores, y seguramente un tema lleva a otro de manera natural, por lo que en un momento del programa planteamos que sería interesante hablar de la metodología de trabajo de los escritores, de sus rutinas y costumbres.
Al principio pensé elaborar una lista de escritores del pasado, pero luego lo pensé bien y hemos hablado con cuatro voces de la actual literatura española. Enrique Vila-Matas, Ignacio Martínez de Pisón, Miqui Otero y Luna Miguel serán los protagonistas del laberint del miércoles 19.
Cada miércoles a partir de las 15h
Radio Nacional- Rne4
100.8 fm Barcelona
En directo: Rne4
lunes, 17 de octubre de 2011
1004, prólogo de Albert Lladó a la suite del negro de Banyoles para Loopoesía(s), publicado en Revista de Letras
1004, un texto de Albert Lladó
Por Albert Lladó | Destacados | 12.10.11
En estos versos, el poeta y el historiador – los dos monstruos de una cabeza que hay en Jordi Corominas i Julián – serpentean combinando narratividad e iconografía. De la ciencia al colonialismo, del olvido a una reivindicación que se convierte en otra humillación más. Y sumando.
El caso del negro de Banyoles es una metáfora sobre quiénes somos como sociedad, y cómo nos gustaría vernos cuando miramos al espejo común. La identidad, a través de ocultar, bajo la alfombra de los actos, nuestras indecencias.
El poema es una épica inversa, sin héroes, y con muchos Sísifo(s) que arrastran, como condena, la pesada roca de pertenecer a ese artificio llamado exotismo. La sal tártara y el arsénico en polvo son instrumentos que convierten al cadáver en una escultura, un monumento de aquellos que se creen que el mundo es un zoológico y, ellos, unos niños que pueden divertirse con el globo terráqueo.
El juguete – “de pasarela”, nos dirá Corominas – está hecho de paja, de metal y clavos, con una columna de madera y alambres. Es un Frankestein en formato bosquimano, con taparrabos y pedestales.
Decíamos que “El negro de Banyoles”, con todos sus saltos y malabarismos líricos, es narrativo, porque bien podría tratarse de un relato o un micro-ensayo. De 1830 a la actualidad, de ir viajando como feria de circo, a quedarse en la huella de una imagen en movimiento, abandonada, con el silencio de un video mudo. Aquí está el núcleo de la trama, el desarrollo, y un desenlace con todas las potenciales conclusiones.
El antiguo soldado lleva ojos de cristal, donde se reflejan el ansia de civilización y progreso, sin cuestionarse que la rapidez también puede ser una huida, aunque sea hacia delante. Un “catalán aficionado a los dardos” dispara para buscar el mejor regalo, tesoro de un universo desconocido.
Todos los lagos quieren su monstruo, su bicho, su esoterismo. Los metemos en casillas – en este caso, la 1004 – y ya podemos exponerlo. Los museos han de mostrar, enseñar, ofrecer conquistas. Sean las que sean. Y Corominas disecciona este ejemplo como un tótem que sólo pudo convertirse en tabú tarde, y mal.
La elegía – silenciosa, pero clara y definida – llega al clímax en 1992. Barcelona se hace bonita, y el diseño nos diseña nuestros paseos, nuestras vidas sin putas tristes, y construye una ciudad sin ciudadanos. El tour como un “ismo” más, con todos sus dogmatismos y hogueras. El fascismo quema libros en las hogueras. El diseño las dibuja en plástico ardiendo.
El bosquimano, cansado, aguanta en la trastienda. Va escuchando los gritos de unos y de otros, esperando que un camión de mercancía, sucio y destartalado, se lo lleve de nuevo a un entierro que, entre todos, han considerado “digno”.
Acto seguido, la pieza de Corominas cobra un ritmo inesperado, con un diálogo dadaísta entre una tal Cristina y su interlocutor, en el que el sinsentido se enfrenta a una tradición con olor a “pocilga inconciente”. La “tolerancia” como escudo, y no como arma. “El malestar que os carcome”, grita.
El discurso del poeta, pues, disecciona – como el taxidermista responsable de los restos del que fue habitante de Botswana – la vergüenza histórica. Una tibia, y el racismo. Un peroné, y los prejuicios. Un fémur, y la lejía que limpia las conciencias, sin dejar mancha, ni olor.
El final del poema de Jordi Corominas y Julián se sitúa en la actualidad, donde el fútbol es el antídoto. Un gol por la escuadra, “y el futuro no tiene ayer”. Los ídolos, los caramelos y las cucarachas de un mismo futuro que, si no se recuerda – y mejor si se hace desde la estética, como en este caso – vuelven al mismo terreno de juego. El menos re-creativo.
[Prólogo a la suite "El negro de Banyoles", del libro Loopoesía(s) (Descrito Ediciones), de Jordi Corominas i Julián].
Albert Lladó
www.albertllado.com
Las confusiones del nomenclátor en Se fue al otro barrio de BcnMes
Las confusiones del nomenclátor, by Jordi Corominas i Julián
Uno va por la vida con la certeza del callejero. Abres Google maps o la página del Ayuntamiento de turno y tienes la seguridad que el nomenclátor es una herramienta útil tanto para el cartero como para el transeúnte. Pues no. Los caprichos no sólo dependen de nuestro humor, sino que tienen determinados componentes urbanos que flirtean descaradamente con la estética y el despiste voluntario para confundirnos y hacer que el cerebro se pregunte sobre lo absurdo registrado en placas.
Hace varias semanas preparaba un programa de radio sobre filias y fobias de escritores, seres que transitan por el mundo con el sambenito de ser especiales, únicos e incomparables. La verdad es que la mayoría de ellos son más normales de lo que la mayoría cree, pero hay casos espectaculares. Juan Ramón Jiménez amaba la letra j en desacuerdo con barrio sésamo, donde la g ganaba la partida. El poeta de Moguer prefería la fonética a la perfección del diccionario. ¿Mágico? No, májico, tal com raja porque la lírica tiene esos delirios que en Madrid hallamos en el lado izquierdo de la calle Vallejo Nájera. Y ustedes pensarán que el loco soy yo, que de golpe y porrazo suelto eso y me quedo tan pancho. El fallo del cartel se descubría a la derecha, donde el nombre del ilustre galeno estaba redactado con g. Una para cada uno, igualdad de grafías en un mismo lugar. ¿En qué quedamos? Eso es democracia. Quien desee pronunciar ser suave con las palabras usará la g aún sintiéndose ridículo porque su sonido quiebra el vocablo de manera inevitable. En cambio, aquel que anhele la contundencia de la j lo tiene fácil. ¿Hay discusión en todo este tinglado? ¿Pedimos a Gallardón alterar la astracanada? Lo peor de todo es que pocas veces percibimos esos renglones torcidos, anecdotario que puebla el asfalto riéndose de nosotros desde una altura invisible.
Ayer mismo topé con una situación parecida en Barcelona. Debía visitar un local para un espectáculo en la calle Carders. Mi inexperiencia en el centro es flagrante, tanto que hasta usé los mapas que desde hace unos meses ayudan al peatón a recorrer el laberinto con seguridad de trayectoria. Llegué a mi destino sin escepticismo, hasta que volví a chocar con el mismo rompecabezas de la Historia. Corders a la izquierda. Carders a la derecha. No era ninguna tomadura de pelo. Cuando aterricé en el número 12 y vislumbré una ordinaria puerta me hice cruces y fijé mi vista en los rótulos. El primero era de la época de María Castaña y hasta especificaba el distrito y la maravillosa posibilidad de poder circular con caballos para transportar mercaderías. A bote pronto pertenecía a nuestro pasado franquista, de ahí mi equívoco; las autoridades fascistas tradujeron el antiguo oficio de cardador hasta metamorfosearlo en Corder, que recuerda más bien al Cordero místico y otros bichos de su especie. Lo peor llegó al comprobar que mis pesquisas perpetuarían el baile de letras y matemáticas por la Ribera hasta la extenuación. Finalmente aterricé donde quería, sin entender muy bien el porqué de dos doces en la misma arteria. Carders, Corders, setze jutges d’un penjat, alls secs mai couen, Pablito clavó un clavito, que clavito trenta tre trentini entrarono a Trento tinc tanta set que a les set tinc son.
Para completar el desaguisado de mi mapa de la jornada debía cerrar el círculo en la Barceloneta, donde me habían citado para recitar en una Asociación sita en la calle Grau y Torras. Este barrio de pescadores mantiene su idiosincrasia de ropa tendida en el balcón, charlas vecinales, bares con excelsas tapas y un color inconfundible que se funde con el aroma de mar. Ir de vez en cuando es una delicia, si bien orientarse por su cuadrícula es una heroicidad al alcance de los pocos que sepan domar su estructura de calles horizontales hasta el infinito y verticalidad múltiple de esquema digno del Minotauro. Otra vez caí en el plano, esta vez en la plaza del mercado, y otra vez vagué cual bola de Pinball con el consuelo de deleitarme en el abrazo de lo desconocido y reconciliarme con un espacio muy barcelonés que no suelo frecuentar al ser de esos que se contentan con tener el Mediterráneo cerca y preferir su insinuación de brisa a la monotonía posmoderna del mar y el horror del Hotel Vela, iluminado para reafirmar el abuso de los de arriba en un reducto que permanece por derecho propio al pueblo y su red oprimida.
Ilustración de Nil Bartolozzi
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sábado, 15 de octubre de 2011
La morsa y John: I Am the Walrus o la cumbre lírica de un genio en Panfleto Calidoscopio
La morsa y John: I Am the Walrus o la cumbre lírica de un genio,por Jordi Corominas i Julián
Cuando uno es pequeño se deja influenciar muy rápido por lo que ve a su alrededor. No recuerdo ni el día y menos aún el momento. Supongo que tenía ocho o nueve años, porque antes no teníamos vídeo en casa. Mi madre puso una cinta para que me distrajera un poco. Era Magical Mistery Tour. Muchas de sus escenas, sobre todo las musicales, me impactaron, destacando en especial la parte de I Am the Walrus. Aquello no era normal, era mejor que los dibujos animados y me pareció una especie de gran lienzo fílmico con el que fantasear toda mi vida. Rebobinar y avanzar, rebobinar y avanzar hasta gastar la cinta. ¿Quiénes eran esos tíos capitaneados por el loco del piano? Un niño no conoce la psicodelia ni el surrealismo, los lleva dentro hasta que la educación se los roba. Quizá por eso quedé prendado por esas imágenes de cuatro individuos vestidos con ropas chillonas que tocaban instrumentos mientras una voz rasgada y contundente soltaba vocablos incomprensibles para mí, que no tenía ni puñetera idea de inglés. Escribir esta frase ha activado otro mecanismo de memoria. Visionaba la película para aprender ese idioma. ¡Menuda valentía la de mi madre! Le estaré siempre agradecido por muchas cosas. En este punto concreto dejó que mi mente fluyera muy libre, sin importarle en exceso si estaba preparado o no para tanta descarga sensorial. Los músicos se transformaban en animales, los policías se daban la mano en un muro, los negros reían poseídos por las burlonas carcajadas enlatadas y un grupo vestido de blanco, uno de ellos con un bigote a lo Hitler, seguía al autocar del viaje, con The Beatles capitaneando la marcha de todo el delirante rebaño que orquestaron en lo que sin lugar a dudas es una obra de arte con mayúsculas, tanto por la canción como por el videoclip rodado en, quien lo iba a decir ante semejante lirismo de denuncia, en el campo de aviación de West Mailling, ubicado en el Condado de Kent.
Los dementes del siglo XIX llevaban un sombrero napoleónico. John Lennon endosa una especie de gorro típico de los manicomios del setecientos. Sabía perfectamente que la sociedad que catapultó a su grupo a la fama no estaba plenamente preparada para entender el paso de la plena aceptación a la irreverencia, y ese símbolo de sanatorio mental es una perfecta metáfora de cómo se sentía en el momento de escribir su poema por excelencia, aunque es posible datar ese estado desde su adolescencia. En este sentido Strawberry Fields Forever y la soledad en lo alto del árbol indican ese temor a la incomprensión, miedo a soltarse que desaparece con la morsa, cuando rompe las cadenas y se viste de gran chamán para apuntar con el dedo todo lo que aborrecía de esa Inglaterra que en 1967 aún usaba muchas censuras que la generación de los sesenta no podía ni debía tolerar.
Para entender la génesis de un monumento hay que situar muy bien su contexto. Ese verano del amor significó la conclusión de muchas cosas en medio del éxtasis lisérgico de paz y amor. Los de Liverpool habían apuntado la ruta con dos discos que muchos juzgaron extraños, una alteración del camino sin muchos baches. Rubber Soul y Revolver fueron la antesala perfecta, un coctel explosivo que mantenía la frescura del pasado con toques que apuntalaban el futuro mediante un mayor trabajo en el estudio, composiciones mucho más logradas y una fuga del romanticismo, válido para las fans, no así para los creadores, a quienes el frenético ritmo de la industria musical les obligó a madurar más deprisa de lo normal tanto en lo personal como en lo artístico. Surgieron joyas como Norwegian Wood, Eleanor Rigby, The Word, For No One o Tomorrow Never Knows que perfilaban un horizonte poliédrico que se consolidaría definitivamente con el abandono de los conciertos en directo y el maná de poder transcurrir todo el tiempo del mundo en Abbey Road, templo de grabación que durante casi medio año albergó en secreto el torbellino que significó para toda una generación el Sargent Pepper's Lonely Hearts Club Band. Su salida marcó un antes y un después que asentó a Paul, George, John y Ringo en una dimensión inalcanzable. Ya no se hablaba de pop, sino de fenómeno cultural, piedra miliar que hizo de la música popular algo más que una amable colección de temas para distraer las expectativas consumistas de los jóvenes.
Pero, como por otra parte es comprensible, la revolución no llega sola, y no podríamos entender una obra del calibre del Pepper sin alguna de las causas de la liberalización de costumbres de los Baby boomers nacidos durante la Segunda Guerra Mundial. El uso de estupefacientes amplió la potencialidad y el lirismo de las canciones. Las drogas entraron en escena y las autoridades gubernamentales no transigieron con el vendaval. The Beatles se salvaron de la quema por ser Baronets del Imperio Británico desde 1965. Otros no tenían esa bula y pagaron su osadía. Entre ellos cabe destacar a varios de los componentes de The Rolling Stones. Brian Jones, Keith Richards y Mick Jagger fueron arrestados. La situación era claramente contradictoria. Paul McCartney se permitía financiar anuncios para la legalización de la marihuana y declarar que había probado la panacea del ácido lisérgico sin sufrir ningún tipo de condena penal. Los demás, peleles que animaban el cotarro, estaban en la lista negra, que ya no sólo se centraba en lo que aquellos melenudos se metieran en el cuerpo. La revista International Times fue clausurada en marzo de 1967 por su material subversivo y las estaciones radiofónicas piratas fueron terminantemente prohibidas por las autoridades. La atmósfera iba haciéndose irrespirable. Lennon lo notaba y una gota colmó su vaso.
En agosto de 1967 The Beatles vivían en la gloria de saberse inmortales desde lo hippie. Se movían a toda velocidad embargados por una dicha indescriptible. Barajaron comprar una isla en Grecia donde montar su propio estudio y vivir aislados, con la tranquilidad de no ser molestados y poder ser amos de su destino. Asimismo, impulsados por el liderazgo espiritual de George Harrison, buscaban confines interiores que les dieran un hálito que prescindiera de vanidades y adentrara sus egos en una espiral benéfica. La solución, una astracanada como la copa de un pino, pareció llegar con un santón hindú. El Maharishi Mahesh Yogui llevaba promocionando su meditación trascendental desde finales de los cincuenta. Muchos habían caído en sus redes. Con los de Liverpool, cazados tras una lectura en el Hilton de Londres, se cobró su gran pieza. El encuentro fue de impacto y convenció a los Fab Four de proseguir con la experiencia en un seminario que se celebraría los días siguientes en la localidad galesa de Bangor. Su marcha fue precipitada y la filmación de su partida muestra a una desolada Cinthya Lennon perder el tren por milímetros en una de sus infinitas derrotas en la lucha por salvar su matrimonio, roto desde sus comienzos por una más que manifiesta incompatibilidad de caracteres entre el divo y la chica que aún creía estar en la época donde todo era un sueño que se antojaba quimérico.
Uno de los grandes ausentes de ese receso fue Brian Epstein. El manager de la formación se había comprometido a asistir. Lo impidieron un fin de semana muy alocado con altas pretensiones erótico-festivas y su irremediable depresión que acabó con sus huesos en la tumba. En esos días finales de agosto el hombre que levantó un imperio se hallaba en una fase terminal de su cuesta abajo. Desde la conclusión de las giras su función en el seno del cuarteto se había vuelto casi irrelevante. Arruinó la opción de dar al mundo un Pepper aún más genial por sus presiones en pos de sacar un single arrollador que, efectivamente, fue el mejor de la Historia. Penny Lane / Strawberry Fields Forever no llegó al número uno. Las dos perlas no se incluyeron en el álbum, quebrando así la idea conceptual de elaborar un Lp conceptual de temática exclusivamente norteña. Además de este pecado Epstein perpetraba otros a nivel financiero que sorprenderían a sus protegidos, absolutamente ignorantes de cuestiones económicas que el antiguo aspirante a la farándula dominaba con descarada maestría. Sin embargo, porque aún no había llegado el lamento del engaño, para John Lennon la condición de Epstein era primordial para su estabilidad. Había sido el padre que nunca tuvo, un hombre en quien confiar desde la diferencia de clase y estilo. Habían veraneado juntos en España y ambos se sentían vinculados por lazos que iban desde su desafío familiar hasta la conciencia de saberse únicos en su género. Por eso el autor de Good Morning Good Morning fue el que más sintió el suicidio accidental del gestor por sobredosis de barbitúricos el 27 de agosto de 1967.
¿Qué harían sin él? ¿Había futuro sin su control extramusical?
El primero de septiembre The Beatles se reunieron en casa de Paul McCartney. Era un cónclave en la cumbre para dilucidar soluciones a corto plazo que capearan el temporal de lo imprevisto. Paul, que desde esa jornada tomó el mando del conjunto de manera absoluta, propuso retomar su idea del Magical Mistery Tour. Alquilarían un autocar y la magia haría el resto entre ocurrencias y nuevo disco que contentara a sus fans. A finales de abril habían casi finiquitado el tema homónimo. El siguiente sería I Am the Walrus. Algunos historiadores opinan que el bajista dejó que Lennon impusiera su voluntad en ese sentido para fortalecer la democracia interna del conjunto. Puede ser. Lo importante es comprobar que cuatro días después de la muerte de Epstein, como si la desgracia hubiese impulsado una catarsis creativa, John ya tenía el germen de nuestro objeto de estudio. ¿Debemos creer esa teoría a pies juntillas? Sí, sin lugar a dudas, pero con matices. Dice la leyenda que una tarde cualquiera el guitarrista rítmico estaba en su casa de Kenwood colocado de LSD y escuchó el sonido de una sirena de policía. Los altibajos de la misma le evocaron los malos ratos pasados por sus compañeros de profesión e inspiraron una melodía que imitara el tono del famoso tono que tantas veces solemos confundir con el de una ambulancia. La oscilación entre lo alto y lo bajo predominaría y la letra sería explosiva para remarcar una serie de absurdidades personales y colectivas. El primer caso alimenta la otra porción canónica de la génesis de la morsa. Pete Shotton, amigo de los tiempos de correrías por los barrios de Liverpool, le comentó que en la escuela los estudiantes dedicaban algunas lecciones de literatura inglesa a desgranar el significado de las canciones de The Beatles. ¿Era necesario darles tanta importancia? ¿No hacían música para entretener a la gente de la calle? Esas preguntas accionaron la palanca de la burla. Lennon escribiría una letra demoledora, tan indescifrable que nada significaría para fundir los sesos de expertos y colegas como Bob Dylan, con el que siempre mantuvo una especie de amor-odio que fluctuaba entre la mutua devoción y un mirar de reojo su actividad para no perder comba. Sin embargo el de Minnesota, aunque ese conocimiento sólo nos lo da la perspectiva, ya no era rival desde su accidente motociclistico acaecido el 29 de junio de 1966.
Para leer más
Vídeo para el Santa Coloma Spoken Word, Viernes 21 de octubre, Teatro Sagarra, 20 horas
El próximo viernes 21 tendré el honor de participar en el Santa Coloma Spoken Word. José Luis Cabezas y Elisabet Fernández Gómez organizan un evento de altura y para promocionarlo han optado por realizar un vídeo con cada uno de los participantes.
viernes, 14 de octubre de 2011
Maldoror y el Buldog en Panfleto Calidoscopio
Maldoror y el buldog
Por Jordi Corominas i Julián
Hay libros que esperan su oportunidad en la estantería de casa, se llenan de polvo y enmudecen, tristes por el desprecio al que los sometemos. Pasan los años, contemplas esas obras y algún extraño motivo impide cogerlas, que es darles vida, resucitarlas de esa grata compañía de volúmenes expectantes por ser abiertos y cumplir su función en el mundo. Mi favorito de esta categoría es Cesare Pavese. Leí sus Diálogos con Leuco, compré el resto de su obra y durante meses me dediqué a admirarla desde la lejanía, como si las páginas fueran más fuertes que mi voluntad por devorarlas. Una visita a Turín y un poco de coraje hicieron el resto y superé mis miedos para con el malogrado autor fallecido prematuramente porque así lo quiso en aquella mítica habitación del Hotel Roma.
Otro candidato enfadado con mi pasividad fue Isidore Ducasse, el celebérrimo Conde de Lautréamont. Adquirí Los cantos de Maldoror hace un lustro y sabía que sus seis partes serían una más que grata experiencia. Sin embargo los abandoné en la mesa de mi estudio. De vez en cuando tocaba la cubierta y pensaba en emprender la aventura hasta que otro asunto me despistaba y centraba mi atención. Este bestiario colectivo ha sido la excusa perfecta para desperezarme y abordar tanto ingenio fundacional. Puede que otro de los motivos que retrasaran mi misión, cuando demoras algo a lo que te sabes abocado la cuestión adquiere connotaciones casi religiosas, fuera el pábulo al contagio. Amo lo surrealista y mentiría si negara cierta influencia en mi trayectoria, por lo que mi encuentro con Ducasse era en cierto sentido una cita con un padre antiguo y contemporáneo, una bestia muy valiente que allanó un camino que medio siglo más tarde concretó la cosecha en París cuando a la psicología ya no le quedaban por hacer tantos progresos y el hombre se había liberado de muchos muros de ignorancia para ahondar más en el interior del individuo.
Otra idea recurrente incluso antes de afrontar el reto de Maldoror era paragonar a su creador con Rimbaud. Ambos coinciden en juventud, cronología y lo prematuro de sus argucias literarias, antesalas de la modernidad que tardaron en ser digeridas y aceptadas por lo revolucionario de sus contenidos, apuestas que despreciaban fronteras textuales, formas clásicas trasnochadas y conducían el barco borracho a una dimensión desconocida desprovista de cursilería y con la crudeza de quien da al yo nuevas coordenadas para sumergirlo en insólitos vericuetos de sufrimiento y vanguardia.
Si siguiera por esta línea me desviaría de mi intención consistente en glosar algunos de los elementos que hacen de Los cantos de Maldoror un hito en lo que a los animales se refiere. Antes de meditar sobre este artículo medité otras posibilidades y surgieron varios manuscritos memorables que merecerían nuestra atención, desde la Rebelión en la granja de George Orwell hasta La metamorfosis de Kafka. Otra opción era trasladarme al Madrid de Valle Inclán y tratar la animalización de los humanos en Luces de Bohemia, pero ninguno de estas perlas taxonomiza con la potencia de Ducasse, capaz de mencionar a más de 185 bichos, muchos de ellos verdaderas rarezas que indican a una verdadera pasión entre dos continentes, pues es imposible entender su conocimiento sin su biografía. El Conde de Lautréamont nació en Montevideo al ser hijo del asignado al Consulado general de Francia en la capital uruguaya. Eso explicar la aparición de bestias americanas de las que nada o bien poco se sabía en el Viejo Mundo. En la edición de la editorial Pre-Textos Ángel Pariente nos ayuda con notas al pie que desvelan una sapiencia enciclopédica de la que nos gustaría saber el origen en Ducasse, quien viviendo sólo veinticuatro primaveras almacenó una envidiable colección, propia de un museo de Ciencias naturales. Uno se atrevería a lanzar la hipótesis que nuestro protagonista fue una de esas personas que rentabilizó al máximo la atmósfera de su período histórico, cuando estaba de moda la taxidermia y la ciudad de la luz se llenaba de negocios repletos de cuerpos disecados, entre los que destaca en mi memoria el negro de Banyoles, bosquimano que residió durante más de medio siglo, de 1831 a 1887, en la capital del Hexágono.
Vayamos al grano. A lo largo de Los cantos topamos con más de ciento ochenta y cinco animales. Su inclusión no ha de escandalizarnos. Las bestias cumplen una función poética en el alba del surrealismo al romper con un calmo orden que se antojaba inviolable. La introducción de factores ajenos al mismo violenta el contexto y el espacio hasta provocar un estallido donde cada línea es una descarga y cada párrafo una afrenta a las costumbres, que aunque no la parezca en literatura también tienen su importancia. Quien se atreva a quebrantarlas será un maldito con un expediente con muchas cruces hasta que el aire que propone sea respirable, y en 1870 Ducasse tuvo la osadía de combinar sexo, salvajadas, crimen y otros aliños que las mentes más pudientes de la actualidad aún rechazarían sin ambages. Más tarde lo hicieron también, hasta que les ganó la partida con la agresividad de su marketing, con Salvador Dalí, quien como escritor tiene un estilo muy parecido al de su idolatrado predecesor.
Ilustrar su caudal animalesco roza la utopía y requeriría una Tesis doctoral, por lo que restringiré mi aportación a un fragmento del canto tercero. No es que esta parte sea más brutal, lo es como todas las que componen el manuscrito, pero en mi caso la noche y el silencio le dieron un plus que determinó mi preferencia.
El pedacito de horror tiene ciertas reminiscencias que vuelven a equiparar a nuestro querido héroe surrealista con otros contemporáneos. Lewis Carroll tejió una fina tela del absurdo con Alicia, donde la humanización de los animales entroncaba con tradiciones infantiles más propias del cuento típico y tópico, alterado hasta sembrar un universo que aún sigue fascinándonos. Ducasse también incluye a niños en su narración, pero su perspectiva es otra, terrible y devastadora. Tras contarnos una especie de romance con muchos caballos corriendo pasa a otro asunto e irrumpe una loca a la que persiguen varios infantes que la apedrean despiadadamente. En su fuga deja que un rollo de papel se deslice hasta el suelo. Un desconocido lo recoge y procede a leer la espeluznante historia de una mujer desdichada que anhelaba tener hijos. La suerte le concedió la oportunidad y tuvo una hermosa niña que creció y ansiaba tener una hermanita para jugar. Sin embargo, era un poco rara, preguntaba sobre porqué las golondrinas vuelan sobre las chozas sin atreverse a entrar. La madre ponía el dedo en la boca porque juzgaba que la chiquilla aún no estaba preparada para esos misterios, si bien las cuestiones seguían día tras día, sin remisión. Aquí un breve pasaje defiende con fervor el trato que el hombre ha dado a la raza animal de la que también forma parte, y a continuación notamos el preludio de la tragedia entre tumbas, crepúsculos y mármoles.
La joven, muy espabilada para su corta edad, ama el campo y tiene el infortunio de coincidir en el mismo lugar con Maldoror paseando a su buldog. El enviado del demonio la confunde con una rosa, se desviste y afila su satánica demencia para desvirgarla. Se desnuda, le levanta el vestido y se disgusta con su comportamiento, aunque no demasiado. Ordena al perro acercarse a la víctima y se aparta porque es un cobarde absoluto. El can penetra con sus afilados dientes en las rosadas venas y la sangre brota mientras el esclavo animal fuerza la vagina. La niña intenta protegerse enseñando una cruz de oro. De nada sirve. El Buldog le ha cogido gusto al acto sexual, aunque su entrega no satisface a su amo, quien intuye la desazón que embarga a la bestia, por lo que acude al árbol, saca su navaja, le corta un ojo y permite la huida del animal, cariacontecido ante tanto desequilibrio culminado con una masacre de pequeños órganos desparramados a partir del agujero de origen. Vuelan pulmones, intestinos, hígados y el corazón mismo, “arrancados de su lugar y trasladados a la luz del día por la espantosa abertura.” El asesino recoge su navaja y desaparece entre la maleza del bosque. Un pastor ha presenciado los hechos, confesándolos sólo cuando el culpable ha abandonado el país porque no quiere terminar descuartizado en un ataúd.
Paul Nougé fue uno más impresionado por dragones, mirlos, canarios, elefantes, culebras, ciervos, lobos, moscas, libélulas, cigarras, rebecos, jirafas, cachalotes, brontosaurios, termitas, escarabajos y toda la fauna que puebla los cantos. Consideraba que era una obra que antes de ser observada, ha sido creada, sin finalidad y con acción, sin plan aunque con coherencia y un lenguaje fruto de un pensamiento previo que es expresión de una fuerza física destinada a la impresión en forma de lengua instantánea. Su energía de psiquismo excitado regala manjares prohibidos que estimularán nuestra imaginación hasta el infinito. En el fragmento seleccionado para este artículo se afrontan temas que desde un prisma anormal apuntan a conductas que en realidad su autor condena, porque el más grave error que se puede cometer con un texto de estas características es interpretar sus vocablos literalmente.
Las metáforas son claras. La fábula de la chalada critica con suma dureza la teórica superioridad humana para con los animales. Lo inquisitivo de las preguntas de la jovencita versan sobre ello. Su madre es consciente de la igualdad de las especies del universo, y cuando acaece la atrocidad se lamenta por no estar presente sin saber que el perro caviló rechazar el mandato de su dueño para alargar la existencia de la desdichada, con lo que quien es el verdadera bestia es Maldoror, empecinado en la destrucción por la destrucción, y no debería sorprendernos ver su figura como un reflejo de la sociedad de mediados del siglo XIX, cuando las clases oprimidas malvivían bajo el yugo del poder sin poder resistir su autoridad opresiva que, finalmente, derivó en la revuelta de la Comuna de París para intentar alterar lo establecido y fundar una tierra más justa y digna hasta que fracasaron entre guillotinas y fusiles. El feroz Buldog tuerto bien podría ser alguien contrario al trabajo infantil o el obrero que no acata las directrices marcadas en la hoja de ruta, trayecto que asimismo da al libro que hemos comentado en estas páginas una categoría que demuestra cómo el surrealismo no es un simple disparate del lenguaje, sino que tiene su principal cometido en criticar lo presente para darle un brío que sirva para ir hacia mares más prósperos que liberen el cementerio de tanto rancio hedor hasta iluminarlo con el progreso, que en literatura no casa nada bien con lo oportunista.
jueves, 13 de octubre de 2011
Publicación de Loopoesía(s) en Descrito Ediciones
Nos complace informarles del lanzamiento en formato ePub del poemario Loopoesía(s), de Jordi Corominas i Julián, noveno título de la colección Poesía de nuestra editorial, DESCRITO EDICIONES.
En la primavera de 2008 Jordi Corominas i Julián terminó Paseos simultáneos, suite de 136 poemas en los que intentó captar la totalidad de una jornada. La idea de engarzar fragmentos para que cobraran unidad es una parte importante de su obra, y las Loopoesía(s) de este volumen dan buena fe de ello. De lo extenso quiso pasar a lo concreto en piezas más cortas que en su esencia pudieran aunar experimentación formal y un cuerpo ideológico sólido.
La primera criatura nacida de este empeño fueron Las nocheviejas del Patriarca, delirante suite que prosigue el concepto de moverse con los versos hacia confines inexplorados. Más tarde Corominas decidió musicarla, y así nació su proyecto performático Loopoesía, que cada año se renueva con nuevas suites, como si el poeta fuera un grupo de música y sus creaciones una nueva colección de canciones. Loopoesía(s) engloba toda su labor de 2008 a 2011, del atrevimiento urbano de Los jugadores de ajedrez de plaza Catalunya a la feroz crítica que supone el poemario dedicado al Negro de Banyoles, símbolo de la ceguera y la hipocresía del mundo contemporáneo.
Cada una de las seis suites del volumen viene introducida por un poeta o narrador. Fernando Clemot prologa el conjunto a quien secundan con las introducciones a las suites Albert Lladó, Natalia Zarco, Laia López Manrique, Juan Vico, Álex Chico y Rebeca Yanke.
Loopoesía(s) es un libro arriesgado, el compendio de una apuesta anómala que rehuye lo efímero y desde la vanguardia quiere incitar a la reflexión y al inconformismo, un grito rebelde que dé a la poesía nuevos bríos en nuestro tiempo átono y dormido.
miércoles, 12 de octubre de 2011
Podcast de los otros trabajos de los escritores
Con motivo de la publicación en Impedimenta de Trabajos forzados de Daria Galateria hoy hemos dedicado el Laberint a las otras dedicaciones de los escritores antes de poder gastar su tiempo en su vocación. Quien quiera puede escuchar la sección a partir del minuto 39 clickando aquí
martes, 11 de octubre de 2011
Miércoles 12, Trabajos de escritores en el Laberint de Wonderland
Si la semana pasada hablamos de autógrafos de varios artistas, esta lo haremos de sus trabajos no vocacionales, pues esto de la musa y la inspiración puede ser cierto, pero aun así muchos literatos tuvieron y tienen que desarrollar otras tareas para ganarse el pan.
Hablaremos entre otras historias de las peripecias de Blaise Cendrars por medio mundo, de el ajetreo asegurador de Franz Kafka, Los números petroleros de Raymond Chandler y terminaremos con la contabilidad poética de T.S. Eliot.
Cada miércoles a partir de las 15h
Radio Nacional- Rne4
100.8 fm Barcelona
En directo: Rne4
lunes, 10 de octubre de 2011
Trabajos forzados de Daria Galateria en Revista de Letras
Retales de heroísmo cotidiano: “Trabajos forzados”, de Daria Galateria
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 9.10.11
Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores. Daria Galateria
Traducción de Félix Romeo
Impedimenta (Madrid, 2011)
Charles Bukowski entrega la correspondencia a Carlo Emilio Gadda, quien permanece ocioso en su domicilio, contento por la pausa en su labor para la RAI. En otra parte T. S. Eliot se mantiene entretenido con las cuentas del Lloyds Bank, repletas de giros idiomáticos que abren un magnífico abanico de posibilidades para sus poemas. En la otra punta de Europa el joven Blaise Cendrars se dispone a partir para un largo viaje profesional. Comercia con joyas que bien podrían regalar Paul Claudel o Paul Morand, quienes esta noche cenan en un hotel de lujo de la Rue Rivoli donde Colette les comenta su aventura comercial de perfumes y productos de belleza. Friega sus platos George Orwell. En el cielo, los aviones de Antoine de Saint-Exupéry y T. E. Lawrence brindan piruetas que provocarían la ira de Franz Kafka e Italo Svevo, enfurruñados con la rutina de sus empresas entre seguros y pinturas con fórmulas secretas. Boris Vian duerme la resaca de uno de sus conciertos y Raymond Chandler apura sus últimas horas de sueño. Desea abandonar su trabajo como subdirector en la petrolífera Dabney, la segunda más importante de su época, y dedicarse a la literatura.
Cesare Pavese dijo que lavorare stanca, y tenía más razón que un santo. También agobia o supone una vía de escape. Los caminos de contratos y horas gastadas en ganarse el pan son imprevisibles, no así inescrutables. De otro modo Daria Galateria no hubiese escrito su magnífico Trabajos forzados. Los otros oficios de los escritores, que no versa sobre el calvario de Wilde en la cárcel, sino que recopila una serie de retratos de literatos que penaron y disfrutaron en mil y un puestos antes, durante y después de alcanzar la fama con sus manuscritos. Ya lo saben. Escuchamos la frase desde nuestra más tierna adolescencia. Las letras no dan de comer. Te inscribes en la Universidad, estudias Humanidades y tu tía, o la del vecino, afirma con convicción que lo ideal es hacerse funcionario, que así tendrás el futuro garantizado y no deberás preocuparte por nada más, todo te sonreirá y hasta quizá ganes el Premio Nobel cuando envejezcas y los académicos valoren tus meritos.
Hay varias formas de analizar la cuestión que propone la autora transalpina. Desde un punto de vista meramente estudioso siempre suelo leer la obra de alguien en función de su biografía, pues sin ella muchos matices caen en un pernicioso limbo. Lo que hacemos repercute en nuestras creaciones, y los capítulos de este volumen editado por Impedimenta así lo demuestran. De otro modo no entenderíamos el origen de lo kafkiano ni el largo silencio de Italo Svevo hasta triunfar con La coscienza di Zeno. Muchos de los perfiles elegidos corresponden a creadores que cimentaron su carrera a lo largo de la primera mitad del siglo XX en distintos lugares del globo, con lo que de este modo Galateria traza una especie de retrato común que destaca por su heterogeneidad, en la que caben desde lo arriesgado de Jack London y Maxim Gorki hasta lo pulcro de Arthur Schnitzler y Jean Giono, postrado en la oscuridad de su oficina.
Desde un punto de vista tendiente al puro placer de la lectura la obra ofrece un sinfín de anécdotas que casi parecen inventadas para deleitarnos e incitarnos a cruzar el papel para integrarnos en brillantes efemérides. Imaginen ser Blaise Cendrars y trotamundear por Europa y América. El poeta manco conoció a Chaplin en Londres antes de su eclosión, paseó por Nueva York cuando la Gran Manzana aspiraba a ser la reina de las ciudades y participó en el Paris vanguardista. Malraux huye del sureste asiático, pilota un avión en la Guerra Civil y finalmente es nombrado ministro por Charles de Gaulle. Lawrence de Arabia pasa de ser un brillante estudiante a destacar en el servicio secreto hasta convertirse en un héroe inolvidable, el último romántico, que lucha tras la Primera Guerra Mundial por mantener un anonimato que le confiera sosiego alejado del amarillismo de la prensa británica.
El menú es completo. Las viandas son exquisitas y están bien estructuradas. Si Philip Marlowe se enfrenta con ricos corruptos es porque Chandler conocía muy bien la materia al haber convivido con ellos durante decenios. Bruce Chatwin formó parte de Sotheby’s y del almacén de la casa de subastas creció hasta erigirse en experto identificador y catalogador, tanto que su primera editora juzgaba que su escritura partía del hábito mental que requiere esta profesión por su atención minuciosa, el registro de una cantidad de detalles físicos, la búsqueda de una procedencia y el relato de una historia.
Las teselas que configuran el mosaico son policromas. No existe una ecuación matemática que determina la senda hacia la libertad de establecer un horario personal e intransferible para volcarse en la pasión de la escritura. Algunos de los protagonistas de Trabajos forzados se sintieron desamparados cuando observaron el reloj de su habitación sin la exigencia de correr para ser puntuales en su cometido cotidiano. Notaban que la ganancia también conllevaba pérdida. Colette montó su negocio una vez la riqueza, fruto de su genial capacidad comercial e inventiva, alejó su mente de la calle, necesaria, única para dar rienda suelta a la pluma. Bukowski se puso de los nervios en la soledad de su hogar. ¿Qué haré ahora? Bebió y parió a su alter ego Chinaski. Desde aquel instante todo fue mejor y reflejó su delirio en novelas, relatos y poemas.
Aprender de los que nos precedieron siempre ha sido un estímulo. La suma que propone Daria Galateria debería servir, entre otras cosas, para despojar de solemnidad a la literatura, musa ansiada que sin pedir sacrificios a nadie consigue la locura de transmitir a sus acólitos enamorados una espiral laberíntica de supervivencia hacia el último escalón que entierre desazones y esboce la sonrisa de quien al fin es amo de su destino, entregándose en cuerpo y alma a su vocación, como si verter palabras en una hoja en blanco fuera un acto religioso. Llegar y besar el santo no figura(ba) en el mapa. Trabajos forzados es una crónica de heroísmo.
jueves, 6 de octubre de 2011
HHhH de Laurent Binet en Revista de Letras
La ética de la literatura: “HHhH”, de Laurent Binet Por Jordi Corominas i Julián | Críticas | 2.10.11
HHhH. Laurent Binet
Traducción de Adolfo García Ortega
Seix Barral (Barcelona, 2011)
Adolf Hitler frunció el ceño al enterarse: el invierno frenaba el avance de sus tropas a escasos kilómetros de Moscú. Soltó un discurso de media hora, se rascó el mentón y, sin mirar ni un solo instante el rostro de sus generales, decidió llamar por teléfono para que le prepararan los perros. Quería dar un paseo. No le importaba el frío imperante en Berlín. Necesitaba airearse y ordenar sus pensamientos antes de acometer un golpe decisivo. El Tercer Reich no perdería la batalla de su destino.
Si fuera Laurent Binet analizaría el fragmento que abre este artículo y lo desmenuzaría hasta dejarlo en nada. ¿Cómo sabemos que el Führer se rascaba el mentón? ¿De verdad llamó por teléfono? ¿No lo hicieron sus secretarias? ¿Usó botas negras mientras reflexionaba sobre la futura capital de Europa o se olvidó de la elegancia y calzó alpargatas regionales? ¿De verdad amaba tanto a sus mastines? Alguno dirá, y no se lo reprocharemos, que le importan un bledo todos esos detalles. El autor de HHhH, el cerebro de Himmler se llama Heydrich, ha optado por dar un paso al frente con un libro que no es ficción ni ensayo. El manuscrito pretende rendir cuentas desde una doble vertiente basada en lo personal y en lo histórico. Si analizamos algunas de sus premisas comprobaremos que el volumen, premio Goncourt de primera novela, constituye una expiación de la curiosidad por un episodio concreto que generó muchas preguntas en un joven que viajó hasta Eslovaquia en los años noventa para dar clases de francés en una academia militar. El atentado de mayo de 1942 contra el hombre más peligroso del nazismo fue un revulsivo que indicaba el camino de la resistencia. Pero vean, quien escribe ama estudiar tan apasionante período y desconocía que el jefe de la Gestapo no falleció al instante. Venga hombre, ya nos has chafado la trama. Empecemos con lo que debemos cambiar. Si es Historia hay guión, aunque ya está escrito porque los hechos que se cuentan acaecieron hace siete décadas. Están en los manuales, pueden abrir Wikipedia y tendrán a su alcance toda la información del manuscrito editado en España por Seix Barral.
¿Y bien? Binet se contradice en algunas de sus declaraciones pese a hilar muy fino en el contenido de su ambicioso proyecto. Dice que el cine y las series han alterado el modo de narrar. En 1960 el séptimo arte se nutrió de la herencia letrada del primer Novecientos y asistimos al milagro de Antonioni, Godard y otras bestias que revolucionaron el cotarro. Medio siglo después es indudable que los mecanismos, disculpen el pareado, no son los mismos, pero pretender con tanta facilidad que debemos virar el rumbo a partir de una ecuación tan simple es algo absurdo, entre otras cosas porque el fragmento, los planos cortos, la ausencia del fundido en negro o un ritmo cortante no nacieron ayer. Si miramos atrás hay que hacerlo con todas las consecuencias. Me cabrea la afirmación del francés porque en HHhH se combate una impostura basada en un mal de nuestra época. Naturalmente en ella incide el modo de narrar y la mentalidad favorable a la síntesis por encima de todas las cosas, que ha dado al universo de la novela histórica unas coordenadas donde lo real se pervierte hasta devenir irreconocible. Notorios son los casos, sobre todo si versan sobre capítulos truculentos, que dan mucho juego y exacerban la imaginación sin límites para enhebrar textos donde lo morboso y el impacto, reminiscencia del best-seller, consiguen enganchar al lector.
La manipulación de datos contrastados es ya un clásico de nuestra centuria. Binet no destruye el edificio. Muestra su falsedad mediante el uso de la misma operación al revés. ¿Quieren ser Dios? Yo lo seré con sinceridad y diversión, pues a todos nos gusta sentarnos al lado de una hoguera y proceder al lento fuego de llenar los oídos con un buen cuento que se empape de lo personal. La operación HHhH desmonta lo convencional de cualquier ensayo al prescindir de las notas al pie y ejecutar la melodía de la incertidumbre en progreso del propio creador, que así se asegura nuestra empatía al darnos la mano y conducirnos a su terreno. Aprendemos los pasos de su investigación y leemos con sumo placer sus educadas diatribas contra sus predecesores fílmicos y narrativos, de lo que consigue teselas que complementarán su reto. El asesinato de Heydrich, un no tan mediocre personaje que supo comprender la importancia de la información desde un sentido burocrático con instinto criminal, fascina como lo hacen todas las muertes políticas, de César a Kennedy, de Cánovas del Castillo a Salvador Allende. El ingrediente extra radica en el nazismo y su formidable capacidad de configurarse en demonio de demonios sin parangón a lo largo di quello che si usa chiamare la Storia. Imantados por la wagneriana apoteosis de una Germania que se traicionó a si misma caemos en las redes encantados, a lo que contribuye, además del tono familiar, lo breve de las partes y la alternancia entre tramos que adoptan las herramientas propias de la ficción y pasajes científicos sin mácula que enmarcan el contexto partiendo desde la Edad Media, la formación del alma de un pueblo es importante, hasta alcanzar el Pacto de Múnich, la anexión de los Sudetes, las maniobras nacionalsocialistas y la génesis, auge y debacle del máximo protagonista Heydrich, quien tendrá en la sombra varios oponentes románticos ocupados en terminar con su siembra de genocidio y cálculos matemáticos para que el último suspiro fuera industrial: sus asesinos o el amor a la patria y la libertad.
Para quienes amen la Historia el libro será un caudal inconmensurable con mil conexiones con las que podríamos esbozar un mapa de Europa físico y mental entre colaboracionismo, ceguera en tiempos de crisis y perdones interesados. Binet es profesor de esta materia en París y sabe muy bien de lo que habla. Puede que este cansancio académico haya repercutido muy directamente en la forma dada a su obra. Lo repetiré una y mil veces. La Historia no es aburrida, pero ello no implica que debamos prostituirla con narraciones donde si apartas lo auténtico a un lado y lo fantástico en otro percibes que lo segundo prevalece. HHhH es un aviso más que un monumento, una advertencia más que un pilar indestructible. Su enseñanza, su mensaje, es un grito a ser coherentes y frescos, a no anquilosar lo ensayístico con petulancia y a evitar el viva la virgen cuando se trata de novelar lo pretérito. Quizá sea atrevido afirmarlo porque falta perspectiva: sobrevivirá porque propugna una ética que aparque la frivolidad que nos condujo al lamentable estado en que nos hallamos, y lo hace hablándonos de otra era con ciertos parecidos a la que padecemos. Y eso es ser inteligente.
Podcast del Laberint de Wonderland sobre autógrafos de escritores
Ayer en Wonderland hablamos de autógrafos de artistas y grafología, una ciencia inexacta que sin embargo apunta intuiciones en relación a la personalidad de los nombres que visitamos ayer, entre los que cabe mencionar a Pablo Picasso, Charles Baudelaire, Federico Garcia Lorca y Agatha Christie, se puede escuchar la sección, ayer un poco más breve, clickando aquí
martes, 4 de octubre de 2011
Miércoles 5, Delaonion en l'Horiginal
Miércoles 5, Firmas de escritores y su caligrafía en el Laberint de Wonderland
De los manuscritos pasamos a mensajes en botellas. Pensamos que una continuación lógica, siempre hasta cierto punto, está en los autógrafos de los artistas, que para la inexacta Ciencia de la grafología son un caramelo con muchos sabores que descifrar. Desde el Laberint de Wonderland os proponemos una selección especial de firmas compuesta por cuatro artistas de impresión.
El laberint a Wonderland
1.- Charles Baudelaire
2.- Federico García Lorca
3.- Pablo Picasso
4.- Agatha Christie
Cada miércoles a partir de las 15h
Radio Nacional- Rne4
100.8 fm Barcelona
En directo: Rne4
lunes, 3 de octubre de 2011
Cutter de Yves Ravey en Literaturas.com
Cutter de Yves Ravey, por Jordi Corominas i Julián
Siempre sentiremos una extraña atracción por la infancia, paraíso perdido que la literaturaha usado de mil y una formas. En estos últimos tiempos se produce una curiosa contradicción. Los expertos opinan que los chavales saben latín antes pese a su pésima preparación académica que les deja, en cierto sentido, desamparados ante algunas diatribas de la existencia. Sin embargo, amamos las historias donde aparecen, porque con ellas ejercitamos el valor de volver atrás e intentar recordar cómo éramos en esa etapa siempre rodeada de una cierta nebulosa porque los años no pasan en balde y las anécdotas conservadas en el cerebro se desdibujan hasta dar al principio de nuestras singladuras surcos muy imprecisos que el arte, acicate mnemotécnico, ayuda a recuperar.
En Cutter, novela del escritor francés Yves Ravey, su presencia activa dos rasgos característicos de esa edad del hombre: la desconfianza hacia los adultos y la influencia que estos pueden ejercer en mentes maleables por inexpertas. Lucky y su hermana no son niños normales. Perdieron a su padre y del hogar materno pasaron a un Centro de Menores del que se alejan una vez a la semana para servir a la familia Kaltenmuller, un peculiar matrimonio compuesto por un marido trabajador y una mujer de rompe y rasga. Si han conseguido esta vía de escape es gracias a su tío, jardinero de una finca en apariencia normal, pero ya se sabe, cualquier pequeño gesto en la ficción puede desencadenar un torbellino, que aquí palpamos con más estrépito por el estilo cortante, como el título de su obra, del autor, que de este modo incrementa el suspense de una trama que implica más al lector a partir del detalle que siempre nutre lo criminal.
Sí, hay un asesinato. La economía de medios de la narración desvela la personalidad de los protagonistas con cuatro pinceladas, como en un lienzo impresionista con otro tipo de matices. El tío no es agua clara y está en constante tensión al defender su puesto, si bien su interés y prepotencia parecen apuntar a intereses ocultos. La esposa es sibilina y encaja con estereotipos del género negro que aquí, algo con lo que nos encontraremos hasta en la eternidad, pretende ser reconvertido a través de un punto de vista original. El ojo de Lucky es la clave. Calla y observa. Acata y aprende, tanto que los demás lo desean que se transforme en la perfecta marioneta que apuntale coartadas y objetivos de las polichinelas de una función donde es inevitable caer en tópicos manidos que cobran otra perspectiva cuando estalla la caja de los truenos en el garaje y el abnegado marido fallece en misteriosas circunstancias que no descubriremos hasta los compases finales del manuscrito.
Ya saben. Dos ojos ven menos que cuatro. Irrumpe un inspector y el efecto títere se extiende. ¿Quién se llevará el trofeo? ¿Quién conseguirá los favores de Lucky? Sus doce problemáticas primaveras dificultan la tarea. Unos quieren engatusarle, otros desean conducir su mirada hacia la verdad. La figura de Saúl, policía sagaz y muy deductivo, transporta el relato hacia una previsible caja de pistas esparcidas por el minúsculo territorio donde se desarrolla la acción. El niño hará de lazarillo desde la incomodidad de quien percibe riesgo en cualquier rincón y es consciente que cada uno de ellos encierra secretos capaces de solucionar el entuerto. No importa si se trata de un árbol, una caja o el comedor. Los espacios, opresivos y reduccionistas al jugarse la partida entre cuatro paredes, dirigen un doble envite físico y mental. Por una parte tenemos la búsqueda que posibilite la resolución del caso, y por la otra el noble intento de sanar del desquicio a una criatura condicionada por eventos que superan su inmadurez, abocada a lo salvaje por la crueldad de los mayores.
La intriga se sostiene, el ritmo no decae y los argumentos planteados beben de las fuentes que desde que el mundo es mundo han delimitado este tipo de narraciones. Los crímenes suelen ser mayoritariamente por amor y dinero en instantes de agitación donde el cálculo inicial se revela imposible de fracturar. La sangre conlleva el poder de la inmortalidad temporal, con el tejido impregnado de falsa impunidad. En este libro el interés estructural radica en cómo se enfoca la investigación y las consecuencias que la misma puede generar para Lucky, víctima de una trampa envenenada que amenaza con determinar su futuro.
Yves Ravey completa con Cutter un experimento narrativo nada audaz que adquiere atractivo por los ingredientes sobre los que monta su cuerpo. Si el niño hubiera sido un monigote del sistema, un puer canónico, lo inesperado no tendría tantas opciones de aparecer como en la historia que nos concierne, en la que ningún elemento puede darse por descontado pese a que un buen lector podrá intuir desde la mitad de la trama las partículas que llevan a finiquitarla.
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