miércoles, 28 de diciembre de 2011

La conquista de lo cool de Thomas Frank en Revista de Letras






“La conquista de lo cool”, de Thomas Frank, Por Jordi Corominas i Julián | Portada | 26.12.11


La conquista de lo cool. Thomas Frank
Traducción de Monica Sumoy y Juan Carlos Castillón
Alpha Decay (Barcelona, 2011)




A mediados de la década de los cincuenta del pasado siglo los Estados Unidos de América acaparaban más del 50% de la riqueza mundial. Su clase media era un océano insólito en la Historia. Mayoritaria, con recursos crecientes y una envidiable satisfacción por los bienes que la Nación y el trabajo les proporcionaban. Fincas en la periferia, carreteras eternas, supermercados y la satisfacción de creer en un sueño de triunfal conformismo caracterizaban al país que, en principio, sólo tenía miedo de una guerra nuclear con la Unión Soviética. El temor se paliaba con crecimiento y calidad de vida.

Las imágenes de la época muestran una uniformidad estética preocupante. La herencia de la victoria bélica de 1945 comportó abundancia y una organización social con apariencia idílica y coraza de hierro que hiciera de la plácida monotonía su mayor valor de control y comportamiento. Las estructuras laborales privilegiaban individuos eficientes que ejecutaran su labor sin estorbar con insidias creativas. Es extraño contemplar una fotografía del período carente de sombreros y trajes de franela gris. Orden marcial, progreso cuartelario. Los ídolos, del presidente a las estrellas de Hollywood, eran estables.

Empecé a leer La conquista de lo cool de Thomas Frank con alguna que otra referencia más bien breve. Ya en sus primeras páginas comprobé que la temática era de mi interés y asocié por pura inercia su entramado teórico sobre la relación entre la publicidad y la contracultura en los sesenta a la figura de Don Draper, principal protagonista de la premiada serie Mad Men.

El personaje interpretado por John Hamm ha superado la treintena, viste siempre impecable y es un mujeriego redomado que disfruta de la existencia que le ha tocado en suerte a base de ingentes dosis de alcohol y tabaco. Sus socios más veteranos en el cargo son representativos o se dedican al departamento de cuentas. El último puesto del timón de mando corresponde a un joven trepa sin escrúpulos que ha interpretado sin apenas rechistar el mensaje de la generación paterna: gana dinero, forma una familia y asciende lo que puedas en el trabajo.




En los rangos inferiores, sin querer desmerecer a mi amada Christina Hendricks, nuestra mirada recae en los creativos. Peggy Olson representa en parte la nueva ola que se avecina. Es dinámica, tiene imaginación y está integrada, piano piano si va lontano, en el cambio que invade tanto su profesión como la intensa inmensidad de Norteamérica. Ella, junto a otros de sus compañeros, simboliza, y es posible que así quede reflejado en próximas temporadas, la revolución creativa de los sesenta que sacudió a la publicidad y caminó en sintonía con la contracultura aprovechándose de su mensaje para alterar los mecanismos del consumo hasta dispararlos. Los chicos del baby boom adornados con flores querían todo, y lo querían ahora. Jim Morrison escribió sin querer lemas que sirvieron para un impacto que también transformó corazones y llevó collares, aunque con otro tipo de trascendencia y beneficio.

Draper es una rebanada partida a la perfección. En conjunto tiene las características de los publicistas de los cincuenta y puede jugar un rol distinto, propio de los sesenta, al ser un magnífico creativo reconvertido en jefe. Sintetiza dos visiones totalmente opuestas de un mismo universo, las mismas que abarca Thomas Frank en su ensayo fluido, que se lee como si fuera una novela, quizá por empatía con lo narrado, quizá por la simplicidad con que se desgranan conceptos más complicados de lo que parece a través de las páginas del volumen.



En los años sesenta el viento que soplaba en el subsuelo provocó un terremoto. La muerte de Kennedy en noviembre de 1963 y la llegada de los Beatles en enero de 1964 fueron la clausura y el inicio de las hostilidades entre lo viejo y lo nuevo. El conflicto nació antes en Madison Avenue que entre la población. A principios de los sesenta las agencias de publicidad evolucionaron. El férreo dominio de una tecnocracia cedió, y el apogeo de los creativos irrumpió para quedarse. La edad media de los dirigentes sufrió un vuelco histórico. Los jóvenes ocuparon las posiciones de poder y el atrevimiento, tan reprimido hasta entonces, estalló hasta límites inconmensurables. Muchos de estos profesionales anticiparon el espíritu de la contracultura y lo emplearon con descaro y réditos para generar su particular giro copernicano. Al ir por delante supieron leer bien el contexto y sacarle partido. Los elementos anquilosados desaparecieron y los anuncios se llenaron de fundamental ironía, ropas de colores chillones, chicas de California, actitudes rompedoras y una feroz autocrítica que lavaba la cara a los errores de los mayores, estableciendo un lenguaje que hacía guiños constantes a hippies y otros grupos al tiempo que, el paradigma es el caso Wolkswagen, ofrecían productos bajo consignas de longevidad y fiabilidad. Lo veloz y lo intemporal en armonía.

Además, los publicistas supieron dar credibilidad a lo que vendían, en contraposición con el frecuente sistema de tarar coches u otras mercancías para renovar el consumo, y hacerlo atractivo para el gran potencial que suponía la nueva generación a nivel de mercado. Los anuncios de Pepsi fueron durante un lustro una garantía que remarcaba modernidad y daba a Coca-Cola un tono gris, anciano y caduco. Seven Up emergió al presentarse como un refresco sin cola.

Los anuncios rebosan inteligencia y no sólo quieren dirigirse a veinteañeros. Asimilan su léxico y su estética transmitiendo estos conocimientos a los otros segmentos demográficos; de este modo alejan el temor a lo revolucionario y lo integran en el tejido social mediante la indumentaria, el automóvil y otros objetos económicos para capear el temporal e imponer un dinamismo superior al consumo, que metamorfosea los modos de vida y elimina las temporadas promocionándose por tierra, mar y aire.

En este sentido la moda masculina es el mayor exponente. Hasta mediados de los sesenta muchos hombres tenían un armario anodino con camisas blancas, dos o tres trajes, calcetines negros, dignos zapatos y un buen sombrero. La aparición de los baby boomers supuso una bendición para la industria, que no hallaba el mecanismo exacto para dejar la enfermería. El éxito del fashion entre el público femenino se trasladó al masculino, que rápidamente cayó presa de la vorágine. Los trajes perdieron su aspecto de antigualla, los complementos causaron furor y la oferta nunca terminaba, hasta el punto que una fábrica tenía un cálculo matemático que ofrecía dos millones de diferentes posibilidades.

De lo homogéneo el rumbo viró a la exaltación del individuo y la rebeldía con destellos de autenticidad para completar el cuadro. ¿Les suena, verdad? El origen está en los sesenta. Unos pusieron la ilusión y en el entusiasmo, otros la creatividad y la astucia al servicio del capital y de sus propios bolsillos. Nixón ganó las elecciones y la marea psicodélica fue diluyéndose.

Lo mismo sucedió con las vanguardias. Cayeron derrotadas cuando la publicidad normalizó su contenido. Thomas Frank aborda la cuestión y lo hace con datos contrastados, copiosa documentación y un estilo que conecta los múltiples enlaces temáticos con elegancia y mucha inteligencia. Tumba la fachada y ubica en el escenario la máquina que movía los hilos con precisión quirúrgica. La conquista de lo cool es un ensayo imprescindible porque sus análisis van más allá de su mera cronología. El clímax del verano del amor y los últimos años de la década prodigiosa coincidieron con los de mayor ímpetu y eficacia de las agencias de publicidad en su revolución creativa. Luego aterrizó la crisis y la homologación campó a sus anchas. La bomba quedó cancelada y enterrada. Las parcas nunca dejan de coser.

lunes, 26 de diciembre de 2011

El año de la liebre de Arto Paasilinna en Revista de Letras



No se queden con la apariencia: “El año de la liebre”, de Arto Paasilinna. Por Jordi Corominas i Julián | Portada | 23.12.11


El año de la liebre. Arto Paasilinna
Traducción de Ursula Ojanen y Juan Carlos Suñén
Anagrama (Barcelona, 2011
)



A mediados del pasado decenio la editorial Anagrama empezó a publicar en nuestro país las novelas del escritor finés Arto Paasilinna. Me fijé en ellas por sus hilarantes títulos que presagiaban una narrativa con tintes surrealistas, y no me equivoqué. Poco a poco fui haciéndome con su obra y comprobé que mi intuición no iba mal encaminada. El molinero aullador, Delicioso suicidio en grupo o La dulce envenenadora contienen en su interior historias divertidas y bien hilvanadas que van más allá de su supuesta ingenuidad hasta el punto de tratar con sanas dosis de humor temas específicos de nuestra sociedad, si bien los más quisquillosos podrían decir que esto no es así porque la mayor parte de los libros que podemos leer del autor escandinavo fueron publicados en los años setenta y ochenta de la anterior centuria, lo que implicaría un desfase que alejaría sus contenidos de la actualidad, que cambia rápido y sin avisar.

El año de la liebre no constituirá ninguna novedad para quienes ya conozcan la prosa y el estilo de Paasilinna, quien suele partir de una anécdota que rompe la normalidad para generar una serie de situaciones insólitas que enganchan y nos conducen a una especie de moraleja final. Respiramos tranquilos porque el ritmo es sosegado, hay constantes alteraciones y cambios de escenario que asumimos con naturalidad, tanto que hasta cerrar el volumen no nos damos cuenta del festival por el que hemos circulado, lo que en parte se debe a la estructura del relato, siempre dividido en capítulos que podríamos leer de manera independiente si no supiéramos el origen de todo el monumental lío en el que derivan las ocurrencias de este escritor de culto en su tierra, entregada por completo a la causa de agitar el árbol para no morir de aburrimiento, y en este sentido El año de la liebre es un ejemplo perfecto, tanto que algunos la consideran una obra maestra de su género, culminación de un modo de hacer literatura personal e intransferible donde el delirio se alía con la reflexión con crítica acidez. Eso sí, no se queden con adjetivos de mercadillo. Si optan por darle una oportunidad prescindan de ideas ecologistas o falsos progresismos. Hay ideas, pero esto es literatura, no un manuscrito a taxonomizar.

Vatanen es un periodista de éxito. La suerte le sonríe. Está casado, vive en Helsinki y su revista es lo más de lo más, una publicación puntera con la que se gana dinero a mansalva. Sin embargo, nuestro protagonista odia la deriva que ha tomado su existencia, y poco importan los viajes y el sueldo. Una tarde de verano, acompañado por un fotógrafo, conduce por una carretera secundaria y atropella a una liebre. Su compañero le deja tirado y él se queda cuidando del animal, que desde ese mismo momento será su amuleto, un talismán mascota que simbolizará su metamorfosis. En menos que canta un gallo retirará sus ahorros del banco, mandará su puesto laboral a freír espárragos, renunciará a sus posesiones y se separará de su mujer para emprender un viaje de rutina nómada con el lepórido, fiel discípulo que levantará pasiones entre campesinos, mujeres de diplomáticos y doctores chiflados.



¿Ich liebre dich? El animal que acompaña en sus andanzas a Vatanen es una metáfora de libertad recobrada al volver al origen y soterrar la farsa capitalista hasta el mínimo indispensable, lo que significa ganar dinero con alguna que otra faena y pasar el resto del tiempo en una plácida nebulosa campestre. El ideal sucumbe a las intenciones de la trama, porque una cosa es querer respirar sin trabas y la otra poder hacerlo. La renuncia al orden no significa evitarlo, pues está incrustado en todo rasgo humano. Vatanen no tendrá descanso en su Odisea al ser juzgado por los demás desde la normalidad. ¿Qué hace un chalado en un pajar con ese bicho? ¿Por qué nos pide cama el tipo del conejo? ¿Tiene el permiso para ir arriba y abajo con su mascota? ¿Puede vacunarla gratis?

Las distintas efemérides intentan remarcar que lo absurdo se basa en lo que consideramos digno de consideración y aceptamos sin rechistar. Las conductas de los que van con la ley en la mano, y no necesitamos leer la novela de Paasilinna para comprobarlo porque el problema sigue más vigente que nunca, rozan el esperpento. El narrador lo sabe y mezcla la buena fe con la maldad de los que supuestamente llevan razón para inventar desternillantes situaciones que ponen el dedo en la llaga, desde la mierda lepórida en una cena de gala por caprichos de los mandamases hasta la manía persecutoria de un cura que dispara a la rótula de Jesucristo.

La risa nunca debería ser inocente. Aquí, casi sin que lo sepamos, actúa de bálsamo calma histerias, pero a diferencia de otras novelas del finlandés su tono es más comedido, como si el autor quisiera que degustáramos el plato con paciencia hasta estallar una vez saciamos el apetito, que se compone de espera por la resolución de lo planteado y sólo cae en la carcajada cuando se ha expuesto el problema para que comprendamos su nada casual complejidad. Naturalmente cabe la opción de tomar lo escrito sin tanta profundidad y disfrutar con una trama que se puede devorar en una sentada. Lo serio deviene ligero, entra mejor y se introduce en nuestro cerebro con agrado, sin la pesadez de ciertos tostones que creen postular desde un púlpito inexistente que adormece hasta a las ovejas que contábamos de pequeños.

sábado, 24 de diciembre de 2011

En navidada, de pura casualidad, en la apoteopsicofonía a cargo de la MaDam

El pasado viernes 16 de diciembre estaba por Madrid y con unos amigos nos acercamos a la Piscifactoria de Gonzalo Escarpa, que organizaba una fiesta de Navidada. Al cabo de unas horas y mucha diversión me junté con la MaDam para la apoteosipsicofonía final. El vídeo plasma sólo el inicio. Es un recuerdo delirante y se generó un bonito sentir colectivo que en las imágenes sólo daba los primeros pasos.







jueves, 22 de diciembre de 2011

El libro de las maravillas de Fernando Clemot en Revista de Letras






Ser Marco Polo, soltar las amarras del conformismo: “El libro de las maravillas”, de Fernando Clemot

Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 21.12.11

El libro de las maravillas. Fernando Clemot
Barataria (Barcelona, 2011)



Si echáramos la vista atrás en la Historia, y no hablo sólo de la literaria, comprobaríamos cómo determinados fenómenos generan un espléndido ruido que luego desaparece y casi nadie recuerda. Atanasio de Alejandría definió al Emperador Juliano como una nube que pasaría. Duró dos años, aterrorizó al emergente cristianismo con su obcecada valentía pagana y desapareció en las llanuras persas. El suspiro del apóstata y el símil del obispo de Alejandría pueden servir en las letras, mundo que desde hace unos años vive preso de fotos, debates estériles, generaciones inexistentes, grupos que venden modernidad a cuatro duros y una escasa consistencia que parece olvidar que la mejor arma del escritor es creer en una trayectoria que de forma retrospectiva sirva para valorar la obra, dando al recuerdo del pasado un tono unitario que juzgue lo hecho sin fuegos de artificio y con la consistencia de un discurso elaborado que no es flor de un día y sí de un trabajo diario que crea un corpus sólido ajeno a modas, tendencias y chascarrillos.

Fernando Clemot tiene su mayor virtud, y así debería ser siempre, en la escritura. Así lo entendieron los que premiaron su magnífico Estancos del Chiado con el Premio Setenil en 2009 y así lo valora quien observa que libro tras libro hay un interés por determinados temas que evolucionan en función de las inquietudes y estados de ánimo del autor barcelonés. En El libro de las maravillas el recuerdo y el viaje se funden el magma estático de una clínica lusa de reposo, si bien quizá fuera mejor definir el espacio donde transcurre la acción desde términos agónicos, pues todos y cada uno de los pacientes del recinto ingresaron en él conscientes de estar en las puertas de ese abismo que solemos llamar muerte.

El ambiente es sórdido, kafkiano en su vaivén inmaculado de puertas que se abren y cierran entre consultas, orines y desconsuelos. Uno de los condenados por propia voluntad a destilar su espera de la señora de la guadaña reflexiona sobre su existencia y la encuentra incompleta. Al puzle le faltan piezas y decide completarlas equiparándose con Rustichello de Pisa, compañero entre rejas de Marco Polo. Juntos publicaron Il milione, fantástica crónica de los viajes del veneciano en una época oscura donde sus itinerarios adquirieron categoría legendaria.

Entre el casi anónimo protagonista de El libro de las maravillas y Rustichello distan siglos que no empañan una serie de coincidencias. Ambos transcribieron lo que escucharon en su particular cárcel, que es enfermedad y paciencia de libertad, sin importar que esta sea expirar o respirar aire puro. Sin embargo, la diferencia fundamental radica en la visión autoral, pues la fascinación del hombre medieval iba por otros derroteros bien distintos a los del contemporáneo, que desea conocer para aliviar su mal y construir una pequeña enciclopedia universal que no se para en las palabras, consuelo estéril si meditamos en la posibilidad de un gran pozo que compile la infinitud humana, consuelo fuerte y útil si en el contexto de la novela, donde las sombras que pueblan el hospital gritan mediante diálogos expiatorios para ajustar cuentas consigo mismos en sus últimas horas.

“Siempre se nos ha dicho que en el pasado está la clave del presente y también de nuestro futuro, que todo lo sucedido alimenta de forma definitiva lo que eres y en lo que te convertirás mañana. En mi caso lo que pueda hacer ahora no puede cambiar un futuro que apenas tiene cuerpo así que me pregunto si no podría invertir la lógica de ese proceso”.



Mientras los demás reclusos le cuentan sus anécdotas memorables se hilvana un proceso consistente en desgranar el porqué del recuerdo a través del paso del tiempo hasta hallar su significado absoluto. Los párrafos dedicados a teorizar sobre los motivos de nuestra selección de fragmentos vitales ahondan en una transferencia de lo personal a lo colectivo hasta parir un relato único de vicisitudes hermanadas por barcos, fallecimientos inesperados, exotismo y encrucijadas. Las narraciones que Bridoso, el Doctor Bessa y Clara hacen de sus máximas peripecias enlazan con la fantasía de cruzar la frontera que media entre Occidente y Oriente para derribar la frustración de destruir el inmovilismo que suele caracterizarnos, lo apático que nos paraliza. Cambiar el paradigma, dar con el impulso que dinamite la inercia y alterar el rol para abandonar los ropajes de Rustichello y atreverse a ser Marco Polo.

Si el libro se limitara a recoger testimonios no perdería valor, pero es comprensible que ubicándose su acción en un lugar cerrado ello de pie a una segunda trama dentro de la trama. Por una parte, lo hemos visto, tenemos el hilo interior que tejen los vocablos que recuperan lo pretérito en pos de dar al presente un nuevo sentido. Por otro está la cotidianidad de la Clínica Dantas y la monotonía de sus cuatro paredes, que configura un relato de intriga entre los tejemanejes del misterioso Doctor Keita, la desaparición del galeno Andrade y las idas y venidas del resto del personal. Keita, huraño y fumador de marihuana, es el elemento sospechoso en el que recaen las dudas por su comportamiento, como si ocultara algo y fuera un guardián que preserva secretos y custodia las llaves de su templo, que más que un centro de salud evoca un manicomio con clientes atados de pies y manos por voluntad propia, certera y cruenta metáfora de la realidad que nos atenaza.

La estructura de El libro de las maravillas está concentrada en cinco jornadas con sus respectivas mañanas, tardes y noches, lo que le confiere intensidad y sustenta la premura de Mr. C en sus pesquisas. Pese a ello el ritmo es sosegado porque la intensidad no depende tanto del tono, sino de una acumulación pausada de datos e impresiones que encajan con naturalidad y forjan el armazón que Clemot seguramente pretendía, sin efectismos innecesarios ni licencias a lo banal, con la elegancia de quien sabe que las migas de pan se reparten con equilibrio si se quiere llegar a la meta con coherencia.

Otro punto a destacar es el caleidoscopio de mujeres que brotan a partir de reminiscencias. Lo femenino es un eje gravitatorio que conecta enclaves y experiencias en esta novela de un narrador dotado de especial tacto para con el léxico y que desde la desesperación es capaz de enhebrar esperanza mientras nos recuerda que conviene sacudirse la cobardía y tentar la senda de la aventura si queremos avanzar sin rémoras que nos atormenten.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Podcast de Hombres de escritoras en el Laberint de Wonderland





Hoy en el Laberint hemos hablado de Hombres de mujeres escritoras, o más bien de relaciones, casi siempre, conyugales entre escritoras y escritores. Camilla Collett, Emilia Pardo Bazán, Sylvia Plath y Elsa Morante han pasado por la sección, que se despide hasta enero de 2012. Podéis escuchar el podcast a partir del minuto 35 clickando aquí

Miércoles 21, Hombres de escritoras en el Laberint de Wonderland




Este miércoles cerramos el año de la sección clausurando el tríptico dedicado a la amistad con un especial dedicado a los hombres de las mujeres escritoras. Para ello hemos elegido una selección entre canónica y curiosa.


1.- Los hombres de la poeta noruega Camilla Collett

2.- Las decisiones de Emilia Pardo Bazán

3.- Ted Hugues, poeta y marido de Sylvia Plath

4.- Alberto Moravia, marido de Elsa Morante






Cada miércoles a partir de las 15h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo: Rne4

lunes, 19 de diciembre de 2011

Trenquem el gel en "Se fue al otro barrio" de Bcn Mes

Trenquem el gel, by Jordi Corominas i Julián



El glorioso Ayuntamiento de Babilonia no escarmienta ni con su cambio de siglas. No, nada de alarmismos. BCN sigue campando a sus anchas, eso es irremediable, la marca se ha impuesto y los podadores de Convergència i Unió no quieren renunciar al supuesto maná de dinero. Dicen que escasea la moneda, que nos vamos a pique sin Shakira, y por eso no hay nada mejor que imitar a los predecesores en absurdos dispendios de hondo significado ciudadano.

Jordi Hereu, al que echamos de menos porque es demasiado fácil reírse de los defectos de Trias, financió con dos millones del presupuesto municipal la producción de Vicky Cristina Barcelona de un director neoyorquino aficionado a pedir fondos a ciudades de media Europa en el otoño de su carrera. La postalita de Woody Allen fue, o eso pensábamos, el punto y final de un despropósito que ahora el heredero electo en las urnas amplía con sus setecientos mil euros para convertir la Plaça de Catalunya en una pista dy hielo donde niños, adolescentes, adultos y ancianos podrán patinar si pagan un módico precio.

La nueva reafirmación del parque temático babilónico genera un alud de cuestiones que van del genocidio al fascismo sin olvidar el pase por caja. En primer lugar me preocupo por las palomas. ¿ Estamos ante un holocausto animal de gigantescas proporciones? Las ratas voladoras eran las reinas del paraje. Todo el mundo las detesta. Son tan odiosas que si lo desean pueden asesinarlas impunemente. Tranquilos. La acción, o eso creo haber leído en un extraño momento de lucidez, está exenta de multa. Meen, escupan, beban en la calle y recibirán la ira recaudadora. Para el resto de cosas están ellos, tan pulcros que ocultan un exterminio masivo on the rocks, algo típico de beodos neoliberales.

Las aves causarán un vacío y el estiércol desaparecerá en sentido físico. Los turistas cambiarán su estilo, y las fotos de niñas asustadas por excitaciones pajariles, alpiste y señores de color durmiendo en la piedra cagada del círculo entre el Corte Inglés y la FNAC.

Las estatuas sonríen. Adiós caca, lucirá el sol en los torsos desnudos que rodean el recinto, implacable al desterrar desde el dos de diciembre, fecha inaugural del engendro, a sus vagabundos y ladrones. Limpieza sin escobas asimismo perpetrada con el grupo que refundó la Plaza desde premisas reivindicativas. Hasta el dieciséis de mayo de 2011 el centro de nuestra querida urbe sin orbi era ausencia de acontecimiento, un desagradable tránsito entre el Modernismo y lo canalla que no permanecía en la memoria por su nada de esplendor besucón en la hierba, imposibilidad de quedar con nadie y desprecio colectivo a su Historia, que a muchos sorprendería. A imitación de Madrid, que desde entonces ha llevado la iniciativa, surgió un movimiento que con el tiempo va concretándose. Esos días fueron emocionantes y caóticos. Los hijos de papá veinteañeros catalanes fastidiaron el consenso de mínimos y confundieron conceptos al abrazar máximos y no ir directos al grano de la realidad, pero dotaron de significado a un enclave moribundo. La Plaça de Catalunya recobró la dignidad de ser paseada sin vergüenza ni hastío porque era en sí misma una esperanza de futuro. ¿Y si la ciudadanía vuelve a reunirse? ¿Y si los súbditos se rebelan?
Esta opción queda descartada durante el mes previo a los recortes de Chips Rajoy Division y la inminente aplicación del entusiasmo electoral en forma de tijeras manejadas por Artur Mas. Privatizar el rovell de l’ou de la protesta es anular libertades y desmontar un vocabulario simbólico. Desde mi punto de vista se amplían los motivos para luchar o reinventarse. La liquidación de una referencia puede interpretarse como una muestra de ceguera política. La plaza fue el nacimiento, la chispa de un retorno , por parte de unos pocos que deberían crecer mucho más, al inconformismo. El segundo tramo de la película ideal iría hacia la reflexión canalizada con lógica.


Y eso es algo que no se puede obtener sin los jugadores de ajedrez de Plaça de Catalunya, aquellos señores que en el cuadrado que circunda la estatua desnuda que protege a Macià juegan a su deporte favorito, anónimos habitantes de Babilonia que con las fichas activan la sinfonía que nos mantiene vivos y enciende las luces. Su desaparición cancela y metamorfosea la realidad en un reloj congelado. Trenquem el gel.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Algunas menciones




Estas últimas semanas están siendo bastante satisfactorias en muchos aspectos. Algunas menciones alegran la vida, y entre ellas están la de José C. Valdés en el campo poético y las de Fusa Díaz y Salvador J. Tamayo para con mi cuento John Wayne. Os las enlazo por si os apetece leerlas.


José C. Valés habla de moi y la poesía aquí


Fusa Diaz reseña John Wayne en la estupenda revista Granite&Rainbow

Y aquí lo hace Salvador J. Tamayo para Grund

jueves, 15 de diciembre de 2011

Un inconveniente de Mary Cholmondeley en Revista de Letras


Dulces derrotas de independencia: “Un inconveniente”, de Mary Cholmondeley
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 12.12.11

Un inconveniente. Mary Cholmondeley
Traducción de Israel Centeno
Postfacio de Marta Sanz
Periférica (Cáceres, 2011)


La escena inaugural de Un inconveniente podría darse en cualquier lugar del planeta en cualquier época de la Historia, pero la forma de narrarla y los elementos que con tino sitúa la narradora hacen que el marco sea típicamente victoriano. El mérito es de Mary Cholmondeley, quien pese a tener un apellido más bien complicado destacaba en su escritura justo por lo contrario. Su capacidad de síntesis y la virtud de elegir con esmero todas y cada una de las palabras de sus textos caracterizaron una trayectoria que tuvo su verdadera encrucijada en el libro que ahora edita en España Periférica. La versión ideal del mismo debería incluir las cinco versiones que a lo largo de su existencia elaboró su autora, feminista convencida que con esta nouvelle quiso en cierto sentido trazar un cuadro de precisión sobre las desventuras de dos polos opuestos unidos por la pieza central del lienzo.

Y esta se intuye desde la escena inaugural. Volvamos a ella. Silencio. Reflexión. Una mujer sentada en su tocador mira hacia fuera, hacia la inmensidad de un parque y sus posibilidades. Su presencia en el interior la protege del bullicio, al que, sin embargo, está condenada porque así lo exigen los cánones sociales. De nada sirve tener treinta años. Mary Carden sabe que su juventud se marchita y tiene la obligación de intentar abandonar su soltería para ingresar en el fabuloso mundo del cortejo, ritual al que accede con las cartas marcadas de inexperiencia y una personalidad desfavorable, ajena a las modas y condicionada por un conservadurismo que quizá, de manera inconsciente, esconda el molde de la libertad.

Pero existe un soldado. Se llama Jos, ha vuelto de la campaña egipcia y tras mucho dimes y diretes, súplicas del chico incluidas, parece que las campanas de boda se preparan en el horizonte. ¿Seguro? No. De repente la ecuación, plácida y previsible, se rompe con la irrupción de Elsa Grey, una adolescente de diecisiete primaveras repletas de belleza que desata rumores a su paso por su estirpe, mancillada por un escándalo.

¡

Ya tenemos los ingredientes del tablero. Las ilusiones perdidas por un enlace frustrado pueden desencadenar ira y estallidos de cólera incontrolada. Si buscan emociones fuertes con pasión desenfrenada y luchas de egos busquen en otro lugar. Aquí todo es más sutil. Cholmondeley usa la trama para ahondar en el retrato de una época y un estado, el de las mujeres enfrentadas por misteriosas fuerzas que se repiten generación tras generación. Mary es tranquila y actúa con cautela, con impecable sumisión. Si Jos le pide que cuide de la prometida procurará hacerlo, y la vida seguirá con sus visitas de cortesía, las fiestas en barcos y sus vaivenes cotidianos, que siempre pueden deparar inesperadas sorpresas, golpes de efecto que hagan del relato una experiencia donde emerge en su esplendor la doble moral y la necesidad de acatar el orden pese a su evidente imperfección.

El triángulo amoroso es un clásico de clásicos. Si tomáramos su pastilla con el método tradicional ya sabríamos el resultado. En Un inconveniente constituye la excusa para tender, con sutileza que surca las entrelíneas del texto, una red que captura lo psicológico de los personajes. Mary contrasta con Elsa, sin duda. Ambas desean lo mismo y se ven sometidas a la extraordinaria presión de leyes no escritas asumidas por la gente de su clase social. Son víctimas con cadenas que difieren en peso y gravedad. En este contexto la perdedora, la resignada derrotada de un combate indoloro, tiene en su mano el hilo al controlar su destino y observar el presente, mientras que la triunfal y desdeñada Elsa corre riesgos visibles en detalles, minucias significantes que no contaremos porque arruinaríamos parte de la magia de un breve volumen coronado por el postfacio de Marta Sanz, válido para consolidar ideas que suscite la lectura y sumergirse más de lleno en la narrativa de Cholmondeley, quien nunca se casó. Las biografías desvelan pistas y allanan el camino de la interpretación.

Un inconveniente se enmarca en una búsqueda propia de principios de siglo XX consistente en preguntarse mediante la literatura por los entresijos de la mente femenina. Stefan Zweig con Veinticuatro horas en la vida de una mujer y Arthur Schnitzler con La señorita Else diseccionaron el asunto desde las coordenadas propias de lo austrohúngaro, con una histeria y un dramatismo que la flema británica de Cholmondeley apacigua porque su interés radica en la observación del fenómeno. Seguimos el desenlace con los ojos de Mary, cargados de serena agudeza, pupilas que de vivienda en vivienda, de party en party levantan un grito mudo contra lo imperante y suplican con elegancia derrumbar el muro que hacía del mal llamado sexo débil un ornamento que en sus entrañas debía emanar sentimentalismo, ceguera de novela rosa y ajuares para sacrificar en el altar la independencia que a la que legítimamente debe aspirar todo ser humano.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Podcast de Mujeres de escritores en el Laberint de Wonderland




Hoy hemos dedicado el Laberint a hablar de mujeres de escritores. Por nuestra sección han circulado Beatrice y Laura, Zenobia Camprubí, Zelda Fitzgerald y las ilustres viudas Carmen Llera, Marina Castaño y María Kodama. Puedes escuchar la sección a partir del minuto 39 clickando aquí

martes, 13 de diciembre de 2011

Miércoles 14, mujeres de escritores en el Laberint de Wonderland




Si la semana pasada dedicamos el Laberint a comentar amistades entre escritores, esta vez abordaremos sus relaciones con las mujeres. Ellas serán las protagonistas, y abordaremos el tema desde varias de sus múltiples vertientes.

1.- El amor platónico, el ideal: Beatrice y Laura, Dante y Petrarca

2.- La mujer: Zenobia Camprubí, Juan Ramón Jiménez

3.- La flapper y la locura: Zelda Scott Fitzgerald

4.- Las viudas: Marina Castaño, Carmen Llera, Maria Kodama




Cada miércoles a partir de las 15h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo: Rne4

domingo, 11 de diciembre de 2011

Lo urbano como urgencia y totalidad poética



Lo urbano como urgencia y totalidad poética, por Jordi Corominas i Julián

Artículo escrito para la revista mexicana "El ornitorrinco literario."

Puede parecer increíble, pero la posmodernidad literaria suele despreciar lo urbano porque prefiere exprimir la tecnología como bandera. Hace un siglo los ismos privilegiaron la ciudad como campo absoluto de la novedad. Las avenidas vibraban con una serie de elementos rompedores. Los coches y las ondas hertzianas acaparaban protagonismo y la velocidad cambiaba las coordenadas de la realidad. En nuestra centuria la metamorfosis se debe a lo virtual, amalgama de elementos que pese a estar insertados en lo cotidiano no son palpables. Internet es un Dios por su voluntad instantánea de información, tanto que hasta algunos prefieren pasear pulsando teclas y saciar sus impulsos de conocimiento en Google Earth, herramienta formidable que incita a soñar sin pisar la calle ni tomar una copa en un bar porque es más fácil mandar un mensaje privado o chatear. Maravilla y pecado que afecta a nuestra forma de representación, física y mental. La mayoría ha aceptado la sumisión a múltiples aparatitos que nos guían para asesinar lo imprevisible del entramado. En 2011 Dante no pediría ayuda a Virgilio para adentrarse en el Hades. Iría con un Iphone y sólo correría un riesgo que desbarataría sus planes: quedarse sin cobertura, indudable metáfora de ceguera.

Lo teledirigido de la contemporaneidad es una grave enfermedad para la imaginación. Muchos escritores de la actualidad han extraviado la fundamental brújula de ignorar la tradición para sumergirse en una vorágine creativa donde HTML, Gmail o Facebook son más importantes que un suspiro o un sentimiento. Renuncian a la normalidad del exterior, que ha sido desde siempre inagotable fuente de sabiduría, aprendizaje y maduración literaria, tesoro incalculable que al ser despreciado implica la violación de otra norma básica: escribir sirve para comprender el entorno. Los autores que logran universalizarlo figuran en un panteón inmortal al ser comprensibles en cualquier época y contexto porque hablan de temas que impactan sin necesidad de recurrir a modas y tendencias. Excluyendo el campo de acción al aire libre desbaratan una clave poética esencial: la epifanía. Algunos objetarán que aún podemos dar con ella navegando. Sí, es cierto, aunque seria triste comparar la fugaz mirada de una mujer en la calle, belleza que se desvanece y permanece, al placer de dar con una foto espectacular en un blog. Si llegamos a esa imagen es porque con anterioridad hemos trazado un recorrido previo de enlaces para alcanzar la sorpresa.


A mediados del siglo XIX Charles Baudelaire se convirtió en nuestro padre. Paseaba por un París ansioso de reformas, princesa de fango que ansiaba mármol. Los campos elíseos eran el paradigma. El poeta lucía su corona de laurel e intentaba cruzar mil calzadas sin manchar su distinguida figura, amenazada por carromatos, obreros y una acuciante lluvia. Esta diversidad de elementos se alió y, de repente, el autor de Las flores del mal vio caer su símbolo lírico. Feliz, sonrió. Había despojado su ego de la consabida sacralizad del bardo, ser que finalmente se atrevía a descender de las alturas para instalarse en el reino de a pie, normalidad callejera que confería a los versos otra dimensión trascendente que aceptaba despojarse de solemnidad. El abandono de la torre de marfil marca una precisa línea de compromiso con lo que nos rodea y es una victoria del hombre hacia el hombre. Con su apuesta por una poesía que afronta lo urbano, el genio francés asumía el reto de contemplar lo urbano como un perfecto microcosmos de lo visible desprovisto de mediación metafísica a la antigua. La magia, la dicha de la observación que deleita, puede estar en cualquier esquina.




Vivo en Barcelona. Mantenemos una cordial relación de amor-odio que se intensifica cuando paso largas temporadas en una casa rural, exilio voluntario que me permite recobrar energía y canalizar mis ideas gracias a la ortodoxia de las manecillas del reloj. Su tic tac en el silencio del campo no se acelera, fluye ajeno al ruido mundano . En la ciudad circulamos nerviosos y escribimos acomplejados, como si fuéramos el conejo de Alice in Wonderland y la cronología diaria fuera una impuntual pesadilla agravada por infinitos contratiempos telefónicos, laborales, ociosos y de índole doméstica. Las horas enarbolan su melodía cardíaca y, casi sin darnos cuenta, caemos otra vez en la noche y quitamos una hoja al calendario. Las prisas, impuestas por un ritmo que nos torea, sí son malas compañeras. La concentración se resiente. Sin embargo, reconozco que el trajín de la urbe es beneficioso al proporcionarnos la totalidad en miniatura, algo que intenté reflejar en mi poemario Paseos simultáneos a través de una suite de 136 poemas, resultado de la irresistible atracción que supone cerrar la puerta con llave y dejarse seducir por la calle, sin temory con las antenas bien puestas. Explico su génesis porque guarda estrecho parentesco con el tema que abordo en este modesto ensayo.




En la primera parte de Paseos simultáneos diseccioné el método y las intenciones que impulsaron mi búsqueda. Entre enero y marzo de 2008 me sentía desorientado. Venía de terminar un relato muy detallista en sentido clásico y mi cuerpo dijo basta. Enfermé y la fiebre se apuntó a la fiesta del caos. ¿Qué hacer? Una libreta roja tenía la respuesta. Empecé a tomar notas compulsivamente, apuntando palabras sueltas que me regalaba la calle, ocurrencias de amigos y pequeñas minucias significantes que adquirieron universalidad al ser Barcelona una ciudad global, Babel proclive a la fusión de culturas. El poema de apertura avisaba con el anhelo de tener todos los balcones para remediar el crimen de no mirar más allá de la ventana. Mezclé idiomas y aspiré a una concreción diáfana que el poema Visión sintetiza, fórmula meridiana para desprenderse de tanta sabiduría y volar ingenuo entre los muros del sitio que me vio nacer.

El otro día vi
un lenguaje sin ataduras
que respiraba calle, bar
mente, paseos de todo
tipo mezclados en verbo
colectivo,
La unión de vocablos
lleva a la plasmación
de la realidad sin adornos,
como la escucho, la visiono
la concibo, la invento
por deformación y vuelo
con inéditas gárgolas.
Me importa el todo, uno no sirve
si no es
plural.
Me muevo y escribo.

La continuidad estructural del poemario hace que cada una de sus partes dependa de las demás, circularidad que pretende igualar el vaivén ciudadano, donde hay pausas pero nunca son definitivas porque la llama no se apaga, siempre hay eterno retorno con variaciones que deben su diferencia a que nunca nos bañamos en el mismo río. La simultaneidad, ya anunciada en el título, del paseo gana peso al enmarcarse en un período histórico con metrópolis que acogen en su interior una pléyade inagotable de sucesos y tramas. Del yo observador pasé al colectivo en el papel porque con anterioridad lo había catado con mis ojos en la superficie tras vislumbrar que el poeta es Teseo y lo urbano una invitación a enfrentarse con el Minotauro.

El cigarrillo de
entrada a
Barcelona es
mero miedo
al laberinto.

Desentrañarlo es nuestra misión. Las armas para conseguir nuestra meta están en el cerebro y en la flexible disciplina del paseante. En mi caso elegí aprovechar con plenitud los intervalos muertos que regulan las actividades de la jornada. Si debo dar una clase a las seis y media opto por programar mi agenda para caminar cuarenta y cinco minutos y llegar al centro educativo con puntualidad británica. Durante ese lapso de tiempo, relajante hasta extremos insospechados, aconsejo olvidar los auriculares en su cajita y emprender la marcha aprisionando los prejuicios contra la monotonía de la normalidad. No hay que creer en la línea recta. Los enlaces se revelan al pasar página e ir de un punto a otro no es un mero tránsito, sino un misterio donde toparse con hileras de sostenes que el viento ha depositado en cien metros, graffitis que se alían con frases infantiles, sonidos estrambóticos, colores inesperados, el placer de extraviarse y la conjura privada que predica con devoción el arte de querer asombrarnos con la pura libertad de juzgar el ambiente como un ente ilimitado del que extraer una incalculable cantidad de jugo. En ocasiones somos tan perezosos con la calle que ni siquiera alzamos la cabeza para completar el conjunto con techos, pájaros, estatuas o aviones, belleza que atiende paciente una llamada al vacío que llenamos con insaciable curiosidad.

Los formatos de lo urbano en poesía: cuadrar el círculo.

La poesía en catalán tuvo la fortuna de ver enrolado en sus filas a un chiquillo que por las noches vigilaba el puerto y abrazaba la luna en sus ensoñaciones. Se llamaba Joan Salvat-Papasseit y era más inteligente que los demás literatos de su generación. Absorbió con fruición las influencias del vanguardismo e incluyó en sus poemas items de modernidad que iban desde las luces de neón hasta el caligrama que Guillaume Apollinaire retomó en Francia. Su alumno catalán, que también incorporaba a sus versos léxico extranjero, quería experimentar y presentar temas que transpiraran actualidad. En este sentido son encomiables su versos de la chica del tranvía, estética estática siempre en movimiento salvo en las paradas. En una de ellas la joven se baja y finiquita el hechizo.




Asistimos a una brutal época de grandes transformaciones socio-históricas, comparable sin ningún atisbo de duda a las primeras décadas del siglo XX. La belle èpoque, cretina en su optimismo descuidado, donaba al Planeta un legado con claroscuros. Las distancias eran más cortas y la tecnología brindaba férrea seguridad en el progreso. ¿Les suena? Lo que otrora se manifestaba en forma de automóvil y teléfono ha adquirido otras dimensiones que Internet aúna como maná del ingenio tecnológico transportable por tierra, mar y aire, herramienta de contacto que almacena periódicos, mapas, correos electrónicos, fútbol online, bitácoras, sexo, enciclopedias y un interminable etcétera al gusto del consumidor. A partir de su consolidación, la informática y la red han capturado a muchos pescadores que han caído rendidos a su reclamo, que garantiza estar en la cresta de la ola. Agustín Fernández Mallo, quizá el más coherente en su postura, ha reproducido un viaje virtual en Google Earth que repite un paseo de Robert Smithson. De este modo el autor de El hacedor de Borges (Remake) inventa una excusa para tratar el Land Art y el arte conceptual. En otro fragmento del libro inserta un código con datos incomprensibles que recogen mensajes, llamadas y e-mails de las Torres Gemelas el funesto once de septiembre de 2001. Otros poetas han introducido emoticones en sus versos para escandalizar desde un gamberrismo muy inocente porque sólo pretende ser efectista.

El problema radica en abusar. Desde que el mundo es mundo los nuevos recursos se han combinado con los pretéritos para mejorar las formas representativas de la realidad. Es legítimo usar sólo unos u otros, pero quien practique la exclusión quedará fuera de la partida al no saber asimilar las mutaciones que han aterrizado para quedarse entre nosotros.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Lunes 12, 20 horas: Recital en els dilluns de la Cigale junto a Àlex Reig





Jordi Corominas i Julian & + Àlex Reig en els Dilluns de La Cigale

Lunes 12 de diciembre 20 horas

La Cigale

C/ Tordera 50 ( Metro Joanic)





Jordi Corominas i Julián (Barcelona, 1979
) ha publicado dos novelas en catalán ("Una dona que sap jugar amb els peus" y "Colors", editadas por Abadía Editors), una biografía histórica en italiano ("Macrina la Madre", 2005) y el poemario "Paseos simultáneos" (Ed. Vitruvio, 2010). En 2009 coeditó la antología "Matar en Barcelona" (Alpha Decay). Es integrante y fundador del proyecto poético-experimental Loopoesia. Como crítico coedita www.panfletocalidoscopio.com y colabora en varios medios entre los que destaca RNE. Acaba de publicar en e-Book “Loopoesía(s)” en Descrito Ediciones y su cuento “John Wayne” en Sigueleyendo. En 2012 publicará otro poemario, “Oceanografías” (Vitruvio), un libro de relatos, “José García” (Barataria) y un ensayo sobre los enlaces en las canciones de The Beatles.





Àlex Reig es poeta y escritor, vive en Barcelona y estudia Humanidades. Ha publicado “La rosa” (Témenos 2011) y sus poemas han aparecido en diversas publicaciones.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Publicación de mi cuento John Wayne en la colección Bichos de Sigueleyendo



El libro electrónico puede suponer una buena oportunidad para el mercado literario, pero también es cierto que para atraer al lector hay que tomar iniciativas valientes. Cuando Cristina Fallarás me contó su idea de la colección Bichos para Sigueleyendo entendí que su iniciativa era válida. Libros a un euro, descargables en E-pub y PDF, de autores actuales que versionaran cuentos de toda la vida.

En mi caso elegí El soldadito de plomo y cambié la historia hasta situarla en Barcelona, allá por noviembre de 1963. Mi cuento se llama John Wayne porque el actor estaba por aquel entonces en Barcelona, rodando el fabuloso mundo del circo. Su papel en la trama es el eje que junta a Joe y Marisa, pero no diré más.

Podéis comprar el cuento clickando aquí

Pasolini y la cultura española de Francesca Falchi en Literaturas


Pasolini y la cultura española de Francesca Falchi, por Jordi Corominas i Julián

Hablar de Pier Paolo Pasolini y España parece remontarnos a una serie de desafortunadas coincidencias de incultura patria. Por mi formación e intereses personales me confieso un lector y analista apasionado del poeta friulano, lo que ha sido motivo en más de una ocasión de cabreos relacionados con la poca atención prestada a su figura, incluso en artículos destinados a ensalzarla. Un país que pretenda ser europeo a nivel cultural no puede permitir que una revista de cine diga que el cineasta italiano fue acuchillado, y tampoco creo que sea correcto que el periódico con más lectores cometa errores de bulto y se deje llevar por tópicos que en cualquier otro lugar supondrían, como mínimo, una reflexión sobre cómo informarse e investigar si quieres ser decente para con tus lectores y, lo más importante, tu trabajo.


Pasolini, visto desde mis ojos de 2011, fue una especie de profeta cultural que dejó su obra inacabada, un conjunto polivalente truncado el dos de noviembre de 1975 en Ostia. Poco importan para esta reseña las misteriosas circunstancias de su muerte en el Idroscalo, entre otras cosas porque el tema del libro que ha caído nuestras manos versa sobre la relación del autor de Ragazzi di vita con nuestro país. Libros como el editado por Alrevés pueden servir para replantear una relación más intensa de lo que a simple vista puede deducirse, sobre todo por parte del protagonista del volumen. Nosotros nos hemos contentando en la mayoría de los casos a ubicarlo en un universo mítico de una intelectualidad que nunca tuvimos al ignorar la brillantez que supone la ausencia de límites y conformarnos con el seguidismo de modas y un horizonte que siempre se ubica más en un plano que favorece lo efímero.


El idilio del transalpino con nuestra cultura, bien diseccionado por Francesca Falchi a lo largo del volumen, se inició en su despertar para la literatura. Mediante los versos Pasolini consiguió expiar fantasmas y expresar un torrente lírico que debía mucho a sus peripecias vitales. La influencia en su etapa friulana de Machado y Juan Ramón es evidente por reconocida, no así la de Federico García Lorca, con quien de nada valieron posteriores afinidades vitales que nada tienen que ver con la producción poética de ambos. Alberti y Aleixandre también entran en el análisis, donde las coincidencias están bien situadas, pues las diferencias de contexto determinan la altura del contacto, fuerte aunque interpretado muy libremente.

En los años cincuenta el rastro español se detecta en el poema Picasso, que no resiste la comparación con la Oda a Salvador Galí, donde la admiración lorquiana por el pintor catalán determinó unos versos laudatorios con doble intención, mientras que los que Pasolini dedica al malagueño se enmarcan de pleno en su visión ideológica de la sociedad. Picasso es un hombre que al instalarse en las mieles del éxito burgués ha perdido el rumbo del compromiso, sólo visible de manera didascálica en algunos lienzos que no le salvan de la quema. Su afiliación política es vista desde una perspectiva crítica desapegada de la realidad. La torre de marfil excluye al genio de Las demoiselles del club privilegiado del que sí forman parte Velázquez o Goya, que con sus pinceles estrechaban la mano de la realidad y la diseccionaban con tino e impacto imperecedero.


En cambio, en los sesenta Calderón es quien cobra protagonismo. El artista que desde su provincia aterrizó en Roma ha cobrado seguridad y se atreve a ir más lejos. Su conciencia de ser distinto le empujó a entablar una lucha feroz en sus libros, filmes y obras de teatro. El Segismundo de La vida es sueño se traslada en Calderon al personaje de Rosaura. La derrota es la misma. Las reglas y las convenciones dominan el universo y escapar de ellas es una utopía porque la única posibilidad para quien no comparte los postulados imperantes es ser eliminado.


El libro se cierra con un logrado apéndice actualizado donde se pueden leer parte de los textos mencionados, traducidos al castellano, y una bibliografía que muestra toda la labor pendiente que tenemos con Pasolini, un autor fundamental al que aun, no me cansaré de repetirlo, no hemos dedicado suficiente atención. Quizá por eso no encontramos en el volumen un capítulo dedicado a la influencia del director de Mamma Roma en España, parte que hubiese completado una investigación original que en mi opinión es un aperitivo, un ensayo con magníficas intenciones que deberá ser ampliado por otros cuando finalmente percibamos que para abordar un magma tan heterogéneo conviene ser exhaustivos. De todos no es mal comienzo presentar esta serie incompleta de vasos comunicantes si a posteriori entierra viejos mitos y muestra al público que Pier Paolo Pasolini fue algo más que un extraordinario e iconoclasta director de cine con ambiciones que trascendían el séptimo arte y apostaban por acercar una voz necesaria a un tejido en crisis. ¿Les suena? Hoy carecemos de tanta valentía. A falta de pan buenas son tortas que enseñen el camino, tortas pretéritas que no por eso dejan de ser plenamente actuales y que tomaron la tradición desde una sabia tesitura, aprovechando sus excelencias para plantear debates de presente y futuro.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Podcast de Amistad entre escritores en el Laberint de Wonderland



El tema de la amistad entre escritores es un clásico que aún no habíamos tratado en el Laberint. Esta semana iniciamos un tríptico dedicado al tema. En el primer tramo hablamos de Virgilio Y horacio, Goethe y Schiller, Kafka y Max Brod y cerramos las relaciones con Ernest Hemingway y Francis Scott Fitzgerald. Podéis escucharlo a partir del minuto 24 clickando aquí

martes, 6 de diciembre de 2011

Poema sonoro A les retallades!


Nada mejor que un día festivo, soltar una frase y lanzarse a montar un poema sonoro Revolucionario, como si de repente Artur Mas hubiese decidido cambiar sus lemas y decantarse por un ambiente anarcosindicalista. El President de Catalunya se ha vuelto loco y pide que vayamos ¡A las retallades!

La mezcla es obra de servidor y está featurizada por la mítica e inigualable SPC.


Miércoles 7, Amistad entre escritores en el Laberint de Wonderland






Tras dedicar un tríptico a los libreros iniciamos otro que centrará su mirada en la amistad. La serie se inaugura con un Laberint donde hablaremos de varias relaciones amistosas entre escritores. Son las siguientes:


1.- Horacio y Virgilio


2.- Goethe y Schiller


3.- Franz Kafka y Max Brod

4.- Francis Scott Fitzgerald y Ernest Hemingway



Cada miércoles a partir de las 15h

Radio Nacional- Rne4

100.8 fm Barcelona

En directo: Rne4

domingo, 4 de diciembre de 2011

Pecadores United o gritar por una nueva mirada en Grund Zine



Pecadores United o gritar por una nueva mirada, por Jordi Corominas i Julián


Llevo unos días pensando en este artículo. Os confieso que no tengo ni la más remota idea de escribir con la mente puesta en los caracteres a rellenar, y eso puede que dificulte mi tarea, por lo que decidido dejarme llevar y montar un texto libre, de esos que hablan solos y dicen más verdades que la boca esa que está en Roma y que la mayoría conoce porque al director de una película le dio por filmar a Audrey Hepburn depositando su manita en pos de una seducción vacacional. Mi idea parte del deseo, y mientras reflexionaba sobre sus vericuetos se mezclaron varias cosas en mi cabecita. El punto de partida es I want you de mis queridos Beatles. Mediante esta canción alcancé la conciencia, siempre presente por muchos años que transcurran y canas que surjan, de no poder ser pintor ni pianista. Lo primero es un problema familiar. Mi madre es profesora de Historia del Arte y de pequeño me compró un caballete y muchos colores para que dibujara en el jardín del pueblo. La experiencia fue positiva, pero por algún motivo abandoné los pinceles y me dediqué a la contemplación montado en bicicleta por paisajes rurales, pues en la ciudad la polución era terrible y nunca quise llevar esas máscaras que tanto gustan a los japoneses.


¿Y qué coño tiene que ver todo esto con la cultura? De las aspiraciones picassianas de mi progenitora recogí el testigo con una cámara fotográfica. Puede que una antigua charla me decidiera por el carrete en blanco y negro, así mis instantáneas serían similares a las de las películas que tanto adoré de pequeño. Perry Mason y sus casos. Sed de mal y la gordura de Orson Welles. El tercer hombre y las sombras. Nosferatu y el miedo. Me va la épica, lo reconozco, y está en la calle, en cada esquina, en vosotros y en los gestos que podemos captar en el día a día. La belleza de un cruce de piernas con clase. Un cigarrillo arrasado por la velocidad de un Supermirafiori. Una radiografía perdida en una avenida y ojos que captan las minucias significantes para que no se destruyan en su fugacidad que no interesa a la sociedad modelada para parecerse a una hamburguesa norteamericana.




Lo de disparar adquirió otra dimensión con la cámara digital. Me despojé de un inexplicable miedo a enfocar a mis semejantes y surgió una poética más completa. La anterior era de espacios vacíos y alternaba localizaciones urbanas con sus silenciosos objetos y casualidades estéticas. Nunca valoramos lo suficiente una mancha roja en medio del asfalto, capaz de crear un lienzo de la nada, dichosa por la ignorancia de nuestra claudicación a galerías y museos. Hice expos en bares, salí en revistas y hasta me ofrecieron publicar un libro. La crisis estropeó esos planes. La maldita economía y mi esquizofrenia multidisciplinar. Mola ser tan prolífico sí, pero uno en ocasiones debe optar por la concreción y aplicarse a fondo para mejorar. Comprendí que la fotografía era un mero mecanismo válido para desarrollar un lirismo, y así me acerqué siempre más a la poesía, que es la reina del mambo, no lo duden ni un segundo, y uso este vocablo porque repetir instante es feo, las composiciones con pluralidad léxica salen más redondas.




Luego aterrizó la música. De las artes plásticas extraigo símbolos que influyen en mi literatura. La narrativa depara sorpresas. La estructura es una perla fundamental, argamasa sin la que no se puede respirar. Los relatos la piden, salen de manifestación para reclamarla en su cuerpo. Les hice caso, caí en la redundancia de repetir más de cuarenta veces el recorrido de una asesina ficticia y hallaba complicidad por todas partes. Un Stop en su justo punto de cocción. Un callejón oscuro. Una bandera de delirio y un cajero estropeado. La puerta con un cartel y las escaleras del preludio. Puse el punto y final. Viajé a Roma sin ser una anoréxica de tendencia. Enfermé en un loft, porque yo lo valgo. Y así, porque me había picado una mosca melódica, tuve una regresión a la infancia y me puse a tope con los sesenta británicos. El bajo fluía y Youtube me daba energía a raudales sin esclarecer el enigma. Nunca me canso de contar esta historia, soy cómo un abuelo que narra batallitas a sus nietos. De enero a marzo de 2008 vagué por media Europa, es una exageración, con una libreta roja en la que recogía apuntes de voces interiores, charlas de bares, ocurrencias, disparates, dislates y tuercas huérfanas. Y oigan, la realidad es enorme, no es justo que las criaturas penen sus horas tan olvidadas. Ya está bien de amor, dinero y recurrencias de Corte Inglés. Berlín abrió la puerta y surgieron los Paseos Simultáneos. ¿Oye, y porqué no juntas todo lo escrito sin ton ni son, le das un orden y engendras la totalidad? Pasan demasiadas cosas en muchos puntos del universo. No soy cósmico, tampoco lo pretendo. Simplemente se trata de trascender límites y derribar murallas. Está de moda hablar de revolución. Mi decepción con el siglo XXI estribaba en no reconocer señales de metamorfosis. Cada centuria irrumpe con potencia y desbarata lo anterior. Las torres gemelas no fueron una efeméride, inauguraron una senda de acontecimientos dignos de figurar en manuales de Historia. Sin embargo mi memoria del Novecientos y su fulgurante despertar se mueve más por cubismos, Vienas, Dublines y una increíble exaltación de ser ateos de la barrera, algo de lo que adolece nuestra época, que usa los nuevos inventos tecnológicos para epatar con tonterías de consumo rápido, piezas efímeras a las que se les da trascendencia a bombo y platillo mediante, pulsen el botón de fatal error, una sobreexposición de egos que conducen por carreteras lamentables, vendedores de humo que anuncian maravillas y se ríen de todos con inigualable cinismo.


El Pop se ha malinterpretado
vendiéndose en un catálogo
de mercadillo trasnochado
donde los sinvergüenzas
farisean la amnesia del arte
traficando con la decencia.


Mientras eso sucede las hormiguitas acumulan sus alimentos para construir edificios más sólidos y duraderos. La vanguardia siempre ha sido ninguneada. No me erijo aquí como adalid porque eso es absurdo. Que hable el trabajo, que prospere y dé longevos frutos. Innovar es un vocablo que muchos emplean con demasiado descaro, con el engaño de una mísera arrogancia de desconocimiento de la tradición, lo que delata la impostura y agrava el delito. Para sembrar una cosecha insólita hay que recoger el guante del pasado y agarrar con brío los mecanismos de transformación. ¿Cómo? Desde luego no con la introducción de un sms en un poema, eso sólo sirve si la situación lo requiere. ¿El chat de Gmail? ¿Un perfil de Facebook? Todo es útil, la cuestión radica en saber que el abuso es un fracaso de falta de ética y podredumbre intelectual, un fraude con exceso de acólitos que propagan a los cuatro vientos escasez ética y desapego por la literatura por amor a la pasarela.


El otro día fui a Cibeles
estaba en las redes sociales
y vomité con Harpo Marx
en una trastienda lumínica.


La culpa no es de ellos. En los ochenta la televisión pública emitía para niños y adultos las películas de Charlot y de los hermanos con apellido izquierdoso. Por la tarde Disney no era una perversión. Mickey Mouse navegaba por los mares y mis coetáneos jugaban a fútbol en las plazas. De repente, con la caída del comunismo, la bestia capitalista se aposentó en el sillón global y la Fórmula uno se instaló en el cerebro humano. El corre corre que te pillo devino histeria de protagonismo y los congelados triunfaron en el supermercado, sin causar furor en el ultramarinos. El sabor se derritió y una melodía monocorde dio la razón a Pier Paolo Pasolini, quien antes de su asesinato comentaba los peligros de la homologación, de esa unidad cancerosa que significa la contradicción del sistema. Todos seréis iguales, no para bien, sino para ejercer un férreo control. La diferencia será castigada. La oveja que se apee del rebaño arderá en la hoguera de la indiferencia por su osadía, que en la posmodernidad es sinónimo de envidia, no de endivia.





Pues estamos bien Corominas. El panorama que presentas es digno de un pájaro de Kun agüero. Mal, que admiro al argentino, pero no profanes lo sacrosanto del refranero. Vale, de acuerdo. Chateau. No hombre, chapeau, sombreros de ala ancha para protegerse del aguacero. Eso sí, vístanse con decencia, circulen a cara descubierta. Se lo advierte un tipo que se exhibía con una máscara en una performance que quizá resuma a la perfección lo que soy y seré. En Loopoesia, que ha evolucionado muchísimo desde su estreno en 2009, intento mostrar cómo de la combinación de muchas especialidades culturales puede salir un todo que haga el amor al público dando guerra, un vehículo para la reflexión con teatro, poesía, audiovisuales, danza, metáforas objetuales, un discurso lírico desde la suite y música que acompañe el conjunto y forme parte de él. Soy un esclavo del concepto y sé que me comprometí a no repetirme. Es la totalidad, que me embarga. Si publico un libro quiero que el diseño de la portada se adapte con el contenido, las postales son para enviar. Si me da por parir un acto público el rompecabezas no puede tener ni una sola fisura, y eso seguramente tiene un viento de compromiso y respeto en el que entra de lleno la música, que es la segunda protagonista del rollo que os estoy soltando.


En Loopoesía aprendí a mezclarla por temor a un puro de la SGAE. Mi primer socio mencionó que excederse de veintiocho segundos es pecado mortal con multa monetaria. Apuramos. Luego, ya solito en la tarea, me apasioné con los sonidos, que me recompensaron con una serie de descubrimientos maravillosos. Naturalmente sabía de ritmo, tempo y otras particularidades, de otro modo no tendría derecho a presentarme ante vosotros tan tranquilo. Lo que me aportaron fue la doble dimensión de divertirme más que nunca con los versos y la prístina ventana de acceso a una especie de revelación. Ahora cuando quiero escribir un poema me preparo cual maratoniano, dejo que su idea se aposente en la testa, salgo a comprar el pan y luego ejecuto la faena en plan torero. Asimismo también me siento delante del ordenador y para reposarme de manera activa abro un programa de producción, introduzco pistas grabadas y desde su desunión las junto con lógica. De este modo aprehendo el proceso y consolido la ausencia de fronteras, factor que pese al tratado de Schengen la mayoría sigue sin apreciar en absoluto y que tiene estrecha relación la aborrecible solemnidad que impregna el tejido cultural.


Lo solemne es el enemigo al ser un muro de alienación endogámico. Decía Jaime Gil de Biedma que sólo los poetas leen a los poetas, frase que expande nuestra predicción y confirma la genialidad del barcelonés, siempre fino en sus apreciaciones. La máxima puede aplicarse a cualquier ámbito de la esfera que nos concierne. No tengo varitas mágicas ni bolas de cristal. Sólo sé para acercar lo que se considera elitista hay que mojarse el culo y eso encaja bien con un escenario. En Barcelona la cosa se vuelve más peliaguda. El respetable que asiste a los espectáculos es soso, aplaude poco, ama el mutismo y expresa su admiración con gafas de pasta y una hipócrita palmadita en la espalda. ¿Y qué? No importa, se propone, se expone y luego se descansa hasta el siguiente round. Poesía sin la mano en el mentón, música experimental sin instrumentos hiperbólicos en la platea, literatura honesta con ingredientes rompedores. Honestidad y cabaret de la inteligencia. Nos hemos hartado de la política y detestamos ser catedráticos de economía por imposición. El virus que desatan los pilares se esconde en otras partículas. Lucano, en el remoto siglo primero después de Jesucristo, mentó guerras más que civiles. Nosotros tenemos crisis más que económicas, por lo que urge enfundarse un mono anómalo, desafiar lo que algunos establecen como canónico y seguir a rajatabla el decálogo de Baudelaire. En un reciente poema me alié con el francés en su cruzada por pisar la corona de laurel en los Campos Elíseos. ¿Qué sentido tiene aspirar a la torre de marfil? ¿Qué impulsa la petulancia de querer halagos de pacotilla? La Biblia sabía mucho de vanidad y quizá la iglesia católica sigue siendo un modelo incrustado en el ADN, lo preocupante es que sea el leitmotiv secreto de tanto ego descarriado. La solemnidad es bazofia y el arte es de todos. Oh Corominas, eres más iluso de lo que pensábamos. No queridos modernos de quita y pon, se trata de creer con mayúsculas y desterrar utopías y quimeras al cajón de la pestilencia. ¿Imposible? Esa palabra no existe. Napoleón no estaba loco. Si fuera por mí elegiría la ruta de Salinger, quien continuó su labor aislado del mundanal ruido, amanuense que detestaba el mundillo, no así la escritura. Me gustaría seguir su ejemplo, pero no puedo, y la cosa no va de misiones, simplemente si tengo una convicción lucho por ella con todo mi ser hasta alcanzarla, y la actual versa sobre la accesibilidad de las letras a la mayoría. ¿Queréis que la gente lea? ¿Queréis que las obras no acumulen polvo en las estanterías? Proponed vías radicalmente opuestas a las que entorpecen la curiosidad humana y la restringen, que suena en algo a estreñir, a un microcosmos con el que se ha de pactar, infiltrándose, para prender la mecha que haga temblar la pirámide hasta allanarla en una recta al alcance de cualquier mortal.





Empecé esta reflexión descoordinada, que seguramente exija más de una lectura para ser comprendida en su integridad, con I want you de The Beatles. El tramo final de la canción, entre 4:35 y 7:47, resume determinados anhelos. Las guitarras se doblan con naturalidad e invaden nuestra mente. La repetición, que tanto hemos denostado a lo largo de estas páginas, hipnotiza, el bajo apostilla y la batería regala suavidad. La capacidad de ese fragmento aúna demasiadas virtudes, entre ellas la primordial de hacerme notar que en esos acordes tan bien hilvanados quizá esté el sentido de la creación. Emociona, transmite y descarga electricidad en todos los poros de la piel. Es sexo y es dulzura, lujuria, bienestar y perfidia. Transporta a un estado indescriptible donde volvemos a ser niños. En Roma città aperta la mítica escena final muestra a unos infantes que acaban de asistir a un fusilamiento. Se abrazan mientras descienden la colina, con el Vaticano al fondo, referencia que Rossellini juzgó idónea para el universo posterior a la barbarie nazi. Abracémonos y mantengamos la mirada infantil. El horizonte no será la cúpula de Michelangelo, debemos llenarlo con nuestras ideas.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Una breve historia de Loopoesía en Excodra literatura


Una breve historia de Loopoesía, por Jordi Corominas i Julián

Han pasado ya casi tres años desde que, sin saberlo, di rienda suelta a mi imaginación y concebí, con la colaboración de otros socios que suplían mis carencias, el proyecto multidisciplinar Loopoesía, que al representarse en un escenario se adecúa con lo teatral aun sin serlo. Durante todo este tiempo me he divertido mucho con varios factores internos y externos del show. Naturalmente lo que más me ha recompensado es todo el montaje que permite descubrir un sinfín de posibilidades basadas en la ausencia de límites desde un límite. Lo que más me ha disgustado, es hora de hablar claro, es la pasividad de determinado público sabelotodo y la suficiencia de personas que por no comprender solventaban el asunto con simplezas propias de la mediocridad que no piensa, de la ausencia de esfuerzo y la aceptación de la banalidad. Triste, porque uno en cualquier actividad que desarrolle debe ser exigente consigo mismo y aplicar tan importante factor a los demás. Mover la inteligencia, exigir pensamiento y lograr que una representación sea una explosión de ideas que dejen algo en la retina y la mente del espectador.


Otros, los más osados, han calificado el espectáculo de vanguardista e innovador. No seré yo quien defina lo que hago con esos adjetivos. Hace poco Gonzalo Suárez me comentó que al fin y al cabo cualquier acción más atrevida se resume en un deseo de vivir y enterrar lo anquilosado, respirar con normalidad con gotas de desafío. Es obvio que Loopoesía nace por un hastío de lo visto en el presente, del soberano aburrimiento de la solemnidad y unas formas de acercar la poesía al público mezquinas que perpetúan la idea del verso como un reducto minoritario repleto de temas manidos, lugares comunes que crían polvo y no avanzan. Tal visión de las cosas tiene un ligero punto de verdad que se consolida porque los agentes que podrían familiarizar al respetable con esta expresión literaria tampoco salen de su torre de marfil. No soy nadie para subsanar tal error, pero no negaré que parte de la motivación loopoética navega por un mar que quite miedos y propicie una mayor conexión, bien distante de lo elitista. Aquí podríamos entrar en contradicción, porque las mismas características del proyecto- con su mezcla de poesía, música, audiovisuales, danza, teatro y performance- indican altos vuelos, accesibles desde mi punto de vista para cualquier hijo de vecino que acepte el reto que propongo.




La estructura y su evolución: una historia de cambio y evolución sin freno.
Si quisiéramos montar una fábula legendaria sería justo explicar que Loopoesía arrancó un jueves de febrero de 2009 en el Bar Fantástico de Barcelona. Neill Higgins pinchaba y le propuse mezclar música para la suite Las Nocheviejas del Patriarca. Aceptó y desde aquel instante un torbellino de ocurrencias sacudió nuestras conciencias. Me pondría un traje violeta con una camisa rosa, me enfundaría una máscara blanca, decapitaría a una muñeca fascista, tiraría gominolas contra el público y gritaría Carmen en plena posesión diabólica además de insistir en ser Isabel la Católica. Ambas mujeres causaban furor y muchas personas coreaban sus nombres tras las actuaciones. Fue fantástico.


Sí, vale, de acuerdo. Así fue la primera ráfaga, que hubiera sido utópica de no ser por mi deseo de musicar Las Nocheviejas del Patriarca. En 2008 hilvané un poema río en 136 fragmentos, Paseos Simultáneos (Vitruvio, 2010) que sirvió de inspiración para una composición más corta que nació después de un paseo completamente narcotizado por Santa María de Palautordera. Las imágenes de los versos eran tan potentes y se encadenaban entre sí con naturalidad y parecían destinadas a ser absorbidas por la vertiente pionera del lirismo, la combinación de una melodía con los poemas. Si especifico este punto es porque la base esencial de Loopoesía, en todas y cada una de sus variantes, siempre han sido los versos, lo demás es un complemento que los refuerza y les da más energía.




El primer show fue el 14 de marzo de 2009 en La Cova de les Cultures. Duró quince minutos y recuerdo ser un vendaval descontrolado. Neill se puso una careta de tigre que compramos en una tienda de disfraces y el todo fluyó con imperfección. Por temor a la SGAE debíamos reducir los segundos de las piezas elegidas, de ahí el nombre Loopoesía, porque nuestra escasa pericia nos obligaba a seleccionar fragmentos que se convertían en delirantes bucles, y no precisamente de ricitos de oro.


Durante cuatro actuaciones épicas fuimos perfeccionando los engranajes. Incorporamos dos piernas de maniquí que me regaló una tendera del barrio. Enganchamos a los muros de los locales donde hacíamos la performance símbolos loopoéticos. Lady Di, Pericles, George Harrison, Paul McCartney fumado, la Duquesa de Alba y otras ilustres personalidades acompañaban nuestros pasos. Perpetramos nuestro crimen, algo ampliado en tiempo, por Barcelona y hasta en una librería de Cambrils, donde percibimos que éramos capaces de interpretar el show en un espacio minúsculo. No importaba el enclave, la clave era aprovechar al máximo sus recovecos y conquistarlos mientras sonaba nuestra apoteosis y servidor escribía en una libreta que desgranaba versos mientras mi voz congelaba el reloj.




Tras el show de la librería avanzamos un poco más. En invierno había parido otra suite, La balada del delineante, y la enlazamos con las Nocheviejas. Las dos juntas casaban bien, pero para potenciar más la propuesta modificamos la estructura e incorporamos proyecciones audiovisuales. La obra arrancaría con La balada del delineante, nadaría durante diez minutos con un interludio donde participaría la bailarina Bettina Diamond y cerraríamos con las Nocheviejas con la decapitación de la muñeca en medio del bucle alucinado de A day in the life+Wagner. A diferencia de lo que luego hicimos mis diálogos durante la actuación y los movimientos eran anárquicos, con un sentido diverso en función de mi estado de ánimo. Perdía dos quilos por show con tanto vaivén, y hasta me animé a tocar el piano con los pies. Durante el primer año puedo afirmar sin temor a equivocarme que toda la estructura fascinaba y no se entendía correctamente porque una porción de dadaísmo eclipsaba el significado absoluto de Loopoesía. La gente confesaba tener miedo, y ello acaecía por el sonido, las luces y la máscara de mi alter ego Jean Martin du Bruit. Con Neill nos lo pasábamos en grande. La mezcla en directo fue nutriéndose de nuevos elementos y hasta el Dj tigresco, con su nickname Anónimo toledano, se lanzó a jugar con armonías. Cuando yo decía lo de Yo soy Isabel la Católica él respondía con Yo soy George Harrison, lo que en medio del marasmo creaba un efecto que descolocaba a propios y a extraños y contribuía a la intencionalidad de pequeño universo particular del proyecto.


A finales de 2009 Loopoesía estaba más que consolidada en Barcelona. La primera bailarina emigró a Inglaterra y fichamos a Laura Fillola, quien durante año y medio se convirtió en un referente básico que revolucionó y dio más importancia de la que tenía a la danza en el proyecto. Laura es experta en improvisación y leyó desde que debutó la relación de los versos con la música. Puedo decir sin equivocarme que ella bailaba los poemas, algo ciertamente abstracto que ella hizo sólido. Asimismo en los últimos compases del mismo año resolví concebir una nueva suite anual, como si el proyecto fuera un grupo de música que sacara un nuevo Lp. Lo hice para no traicionar la motivación inicial. De haber seguido siempre con lo mismo hubiéramos caído en una inercia conformista absolutamente contraria a nuestra filosofía.




2010 fue de Los jugadores de ajedrez de Plaza Catalunya. Un día de lluvia paseaba por el centro de mi ciudad y observé que los habituales jugadores de ajedrez se habían desplazado a la puerta de un banco para no mojarse. De repente vi que esos hombres que quedaban para practicar su deporte favorito eran los agentes anónimos que movían los hilos de la ciudad. El ritornello del poemario fue Ellos lo saben todo, al que Neill le proporcionó impacto sonoro con un piano terrible y demoledor. Pom pom pom. Los poemas de la suite retrataban situaciones cotidianas a las que no solemos prestar atención, desde los pensamientos de los que esperan a su cita pasando por habitaciones de hotel, cementerios, bares cerrados tras la agitación de la noche, los modernos, los mercados y un círculo perfecto clausurado con el horario laboral de un hombre que deja a su mujer a primera hora de la mañana y retorna al hogar ansioso por hacer el amor.


Presentamos la propuesta en Madrid. A diferencia de nuestros primeros experimentos, pues Loopoesía siempre ha tenido la virtud de añadir variantes entre show y show si mejoraban lo anterior, queríamos ofrecer una mayor calma. Tras cada poema había una pausa de treinta segundos en la que desgranaba el sentido de los versos, pausa que también aliñaba con buenas dosis de crítica. La máscara atenuaba mis cuerdas vocales, desfigurando el tono de mis palabras. La estructura siguió siendo la misma, con un primer segmento del poemario, un interludio que me atreví a componer musicalmente y una segunda parte de traca donde continuábamos con algunos vicios adquiridos, inercia negativa de saber que ciertas cosas gustaban al público, desde la decapitación de la muñeca hasta el final seco que luego, por una súbita inspiración, se metamorfoseó en un mi ser erigido en peonza humana durante cuarenta segundos hasta que hacía la reverencia de agradecimiento.


A mediados de 2010 Neill abandonó el proyecto. Quedamos Laura y quien escribe. No nos sentíamos cómodos con la música y aprovechamos una buena oportunidad para renovarnos. El siete de noviembre el Papa Ratzinger visitaba Barcelona y planeamos un evento rupturista, único e irrepetible. Jean Martin du Bruit sería Pontífice por un día con una misa loopoética que celebraríamos el mismo domingo en que el Vicario de Cristo en la tierra consagraría el templo de la Sagrada Familia. El aire fresco nos dio alas, como si hubiéramos cambiado de casa, así, de golpe y porrazo. La estructura sufrió cambios fundamentales. El Papa entraba en el local, el Macondo del Guinardó, en una silla de ruedas, flanqueado por tres monjas. Luego procedía a su homilía, que alternaba una prédica y un poema grabado que completaba el discurso. Los versos eran bailados por Laura y Giuliana. En el interludio una orgía de santos imaginarios pobló el escenario hasta que irrumpió Rakel Delgado, que violaba al Papa sin pudor alguno. Una vez recuperado de tanto susto entoné la recta final alzando mi vaso de hostias, un orinal naranja en forma de elefantito que contenía gominolas. Nada de cuerpo de Cristo. Loopoesía es amor, santo y seña del proyecto. Congregamos a más de un centenar de personas en un barrio casi periférico a las siete de la tarde. El éxito fue tremendo y confirmaba las buenas sensaciones que teníamos desde octubre, cuando en el show normal nos desatamos entre los bailes de Laura, Lola Farigola en la platea, mis intervenciones vocales en el interludio y una serie de novedades que apuntaban hacia una nueva senda.

Sin embargo la misa fue el verdadero antes y después. Tomamos nota para 2011, desechamos una hipotética suite sobre el metro y enfocamos nuestra actividad a perfilar un espectáculo dedicado al Negro de Banyoles, bosquimano que penó durante siete décadas y media en la vitrina de un museo de Ciencias Naturales de Banyoles, como si fuera lo más normal del mundo tener a un hombre disecado para regocijo de autoridades, niños y otros bichos raros. Me documenté para la suite, quizá la más completa de la historia del proyecto, lo que también implicó, y fue muy importante, cambiar los objetos escénicos, preparar una proyección audiovisual muy potente, con 350 imágenes que encajaban con la evolución narrativa del espectáculo, quitarse la máscara para hablar sin tapujos de un tema tan serio, sepultar a Jean Martin du Bruit y componer una música mucho más elaborada que en las anteriores propuestas. Ahora, salvo en el baile, llevaba completamente las riendas y los resultados no tardaron en llegar. Ganamos prestancia, prestigio y sólo padecimos un descenso de público, en parte porque a muchos les costaba entender que no hacíamos lo mismo, no cuesta nada ir a Youtube y percibir la evolución, y porque la crisis en general ha generado un descenso de las audiencias. Con el negro topamos con un problema eminentemente catalán. Los grandes teatros no quieren apostar por la experimentación, aún menos si esta se vuelca con un tema que chirría en una época tan políticamente correcta. En cambio, y esto hay que remarcarlo, una multinacional del calibre de Fnac nos invitó a presentar en su sede de Callao la peripecia del negro. Triunfamos, alcanzamos un cénit absoluto.




Sé que al explicar así nuestro relato puede parecer que las dificultades han sido escasas. Hay que distinguir entre lo interno y lo externo. Lo primero ha crecido y sigue sin tener límites precisos porque ha aprendido que cada transformación es un paso adelante. Ir atrás es para los cangrejos, y en 2012 Loopoesía cobrará, es irremediable, un nuevo rostro. La temática versará sobre los inicios del siglo XX, combinando una charla entre Freud y Mahler y los supuestos crímenes de Enriqueta Martí. Habrá instrumentos anómalos en el escenario, proyecciones más complejas, música original de un servidor y un alternar entre voz registrada y recital en directo. Son esbozos que se precisarán a medida que los meses me desvelen incógnitas que sólo conocen mis neuronas. Por otro lado me gustaría que Loopoesía siguiera siendo una plataforma que propicia la eclosión de talentos y grupos jóvenes. A lo largo de nuestra actividad hemos organizado muchos eventos que dieron a poetas, músicos y performers un sitio donde exponer sus propuestas, y eso debe valorarse en su justa medida.





En lo segundo considero que hay varios factores de incomprensión. Es posible que el público no estuviera preparado. Muchos agradecen la valentía, otros, algo típico de este nauseabundo período histórico, muestran indiferencia y hasta desdén. No sé si es correcto emplear la palabra educación. A veces me da por reflexionar y compruebo, por mucho que sea algo carente de modestia, que no existe nada similar a Loopoesía en el panorama nacional, y eso genera reacciones encontradas, lo que no deja de tener mérito en un universo poético que con toda probabilidad se reduzca considerablemente en breve, pues es insostenible toda la constelación del último lustro, notoria en las redes por su autobombo que se diluye en las tablas.

Sólo queda contemplar el horizonte y dejar que una fina línea juzgue lo realizado. Entre tanta hamburguesa y refrito queda la tranquilidad de elaborar un mosaico que no se ciñe al ahora, de otro modo más que arte daríamos con nuestros huesos en la basura homologada que domina el cotarro. La ambición de acercar la poesía a la gente impulsa la idea, que no obstante va más allá, sin necesidad de manifiestos ni proclamas banales. El rumbo está marcado, queda dilucidar su destino.