domingo, 31 de octubre de 2010

Los poemas de la misa loopoética del 7 de noviembre en el Macondo bar


Nos vienen preguntando con bastante curiosidad por la misa. En el anterior post desvelamos algunas perlas, pero vimos que no quedó claro el tema de cómo será el show y si los poemas serán los mismos de los jugadores de Ajedrez de Plaza Catalunya. Pues no, todos los poemas del show son inéditos y vendrán tras cada una de las partes del misal. Os desvelamos uno, Porno.






Porno por Jordi Corominas i Julián


Es el amo, en la playa
privada beber los vientos
se reduce a la minucia del voleibol
femenino de cara a la galería.

Una de ellas lo agarra por la cintura,
son como niños en el patio del colegio,
las estilosas actrices porno me sedujeron
por el título de su vídeo, four hotties
And a lucky guy, que se encamina a un salón
del plató y succiona románticamente la lengua de la rubia,
entregada en su felación sin desprenderse
Del sujetador rosa.

Llegan las otras, brazos cruzados,
indignación. Suena Bohemian rhapsody
compulsivamente y en cinco segundos las cuatro
son reinas lamiendo la miel del rico panal
fálico.

For me, for me, fooor meeeee!

En dos subpantallas hay una promoción
de la gratuidad para reforzar la mano derecha,
en la primera dos lesbianas estiran su tanga
para devorarse las posaderas,
en la otra tiemblo porque escañan a una morena,
lo que no importa demasiado a los del sofá
de mi elección, el gabinete secreto de Pompeya
con dólares anglosajones, silicona por doquier,
vaginas rasuradas, espasmos, cachetes en el culo
y las posturas acrobáticas de la mala educación masculina.

Al final el afortunado, que quizá por eso es calvo como
el de la lotería, da su semilla a su harén, que como las madres
de los pájaros se lo abocan de pico en pico y yo, que he leído
demasiada Historia antigua pienso en los conjurados de Catilina.

En mis noches la conquista es un vino blanco de miradas,
picaresca, atrevimiento y un fluir que pese a lo salvaje del sexo
siempre mantiene el brío adolescente de la búsqueda del beso
aunque luego lo que importe sean las curvas, la saliva y volver al origen.

Click here to watch full video now



foto: Jean Martin du Bruit

viernes, 29 de octubre de 2010

Formas de diálogo en Jaime Gil de Biedma en la revista Kafka




Formas de diálogo en Jaime Gil de Biedma

Jordi Corominas i Julián




Es triste pensar que los escasos rayos solares que resucitan a Jaime Gil de Biedma se deban a conmemoraciones explotadas a base de celuloide. La aparición en la cartelera de El cónsul de Sodoma ha sido la excusa perfecta para nutrir el escaparate de las librerías con obras dedicadas al poeta de la experiencia. Entre ellas destacan sus obras completas editadas por Galaxia Gutenberg en un excelso volumen y su correspondencia, publicada por Lumen bajo el efectista título El argumento de la obra. Ambos títulos actualizan la figura del poeta y permiten redescubrirlo a las nuevas generaciones para que, si así lo desean, tengan una justa imagen de un personaje demasiado distorsionado entre leyendas, tópicos y la película de Sigfrid Monleón, pieza notable que sin embargo queda deslucida por invenciones de enteros episodios vitales y una corrosiva campaña publicitaria que poco bien hizo a una cinta plagada, o al menos así parecía en un principio, de buenas intenciones para con su homenajeado.

Ambos libros tienen una extensión notable que conviene remarcar porque van más allá de la figura del versificador y permiten que el lector se sumerja en su figura humana. Por ello he optado por hablar en este texto de la prosa del barcelonés desde su doble vertiente pública e intima. La primera la centraré en sus entrevistas, pequeños abanicos donde desplegaba toda su fascinación y contaba al pormenor detalles muy importantes del proceso creativo, así como otras pequeñas parcelas que aclaran muchos aspectos de su existencia. La segunda, como es comprensible, abarcará sus observaciones epistolares, donde el hombre plagado de amigos abre sus brazos y suelta la lengua sin perder su proverbial elegancia y discreción, fundamental por la problemática que suponía en aquellos tiempos ser partidario del amor que no osa pronunciar su nombre.






El exorcismo de la confesión pública: la entrevista o la repetición que lleva a la síntesis.


Al final del tomo de Galaxia Gutenberg hay doscientas páginas de entrevistas donde nuestro protagonista sufre con agrado el calvario de reflexionar una y otra vez sobre los mismos temas, como si sus interlocutores no tuviesen la suficiente capacidad para llevar el diálogo hacia su terreno. Este defecto nos es útil porque ayuda a clasificar las respuestas de Gil de Biedma en un viaje que mediante la repetición lleva a concretar sus postulados básicos. Si la conversación se encaminaba hacia lo escaso de su producción lírica, respondía atinadamente con su discurso de la economía interior que lleva el acto de escribir poemas a un estado de necesidad balsámica para quien se somete al embrujo del verso, que en el caso del secretario general de la compañía de tabacos de Filipinas empezó cuando tenía diecinueve años y unas copas de más. Ese instante fundacional se fue consolidando entre la pasión propia del veinteañero y el reclamo del grupo de amigos obcecado en cuestiones literarias, donde siempre aparecen Carlos Barral, Gabriel Ferrater y Jaime Salinas, nombres esenciales en esos años cincuenta donde el autor de Moralidades pudo compaginar una doble vertiente salvadora entre la bibliofilia de sus amistades y la catacumba homosexual donde ya circulaba. Al hablar de esos tiempos las entrevistas solían derivar en la famosa antología Un cuarto de siglo de poesía española que solía comparar con las guías de ferrocarriles, porque según él toda antología es un pacto comercial entre individuos que sienten una imperiosa necesidad de mostrarse en un juego de política editorial. Esta honestidad, desprovista de todo idealismo, se reafirma cuando le cuestionan sobre la dualidad hijo de Dios-hijo de vecino, y aquí siempre surge el mismo argumento, el fin de la naturaleza y el nacimiento de la realidad a partir del siglo XVIII, lo que propicia la poesía moderna y una visión diferente que transforma todo el espectro lírico. Jaime Gil de Biedma aturde porque tenía muy clara la historia de la literatura, no se fiaba de los críticos, y sabía tejer muy bien el hilo que llevaba de un punto a otro, lo que probablemente se explicaría por su anglofilia. Eliot, Coleridge, Blake, Byron, Wordworth son referencias que complementan los otros grandes nombres formativos, desde la generación del 27 y su amado Cernuda, pasando por la obsesión guilleniana de la primera etapa hasta llegar a la indudable influencia del simbolismo francés del ochocientos en un hombre que, pese a lo vasto de sus conocimientos, no deja en ningún momento que la soberbia se lo coma, rechazando los cantos aduladores y desviándose hacía anécdotas cotidianas mucho más validas para comprender sus procesos creativos. Su trabajo en la compañía de tabacos y sus numerosas estancias en Manila le dieron la impronta de lo contemporáneo por velocidad y agitación, por lo que era bien normal que las ideas surgieran durante una reunión de negocios o mientras tomaba una copa en un bar de mala muerte. La memoria hacia el resto. El poema se guardaba en la caja justa del cerebro y esperaba su culminación, que solía ser ardua porque nada se dejaba al azar. Sí, algunos poemas surgieron de la nada, escritura automática de aquí te pillo aquí te mato, pero la mayoría eran fruto de abandonos, horas de reflexión y esperas que terminaban concentrándose con una espantosa precisión que sólo violaba de vez en cuando, siendo el máximo ejemplo el hermoso Pandémica y celeste, programado en 94 versos que, oh calamidad suprema, terminaron siendo 99, y todo ello por una visión prístina del ritmo, la cadencia y el tacto del verso, sublimes pese a la escasez de material, con la que no tenía ningún problema por lo mencionado anteriormente: escribir poemas como forma de economía interior, ajuste casi corporal que suele primar en la juventud y la primera madurez, hasta los cuarenta, porque después, y esas son sus palabras textuales, ya es imposible parir buenos versos, por eso en De Senectute, escrito como si en vez de medio siglo el poeta tuviese setenta y cinco primaveras, método que por otra parte no hace sino corroborar el ser otro cuando se plasma el yo en el verso, bien para escapar al sopor del tiempo presente, bien como bálsamo que evite males mayores como acaece con Después de la muerte de Jaime Gil de Biedma o Contra Jaime Gil de Biedma, obras maestras de expiación del malestar casi letal a mediados de los sesenta, cuando el suicidio era una posibilidad más que apetecible para finiquitar angustias, silencios y desdichas.

La mención a este lóbrego trance de su singladura existencial no significa que toda referencia a la misma sea trágica, ni mucho menos. El poeta se divierte sobremanera cuando rememora su infancia y la Barcelona de antaño con su barrio chino, que vio por vez primera una noche de San Juan antes de la guerra, y otros aires entre terrazas y azoteas que daban a la ciudad condal una magia que se desvaneció cuando las autoridades eliminaron la impronta modernista del ensanche. Su Barcelona era burguesa, con gente adinerada gozando del Hotel Colón, emblemático punto de encuentro roto con el estallido de la Guerra Civil, inicio de la máxima felicidad pueril, pues la contienda no afectó en absoluto al devenir del pequeño Jaime, bien protegido en la Nava de la Asunción, entorno geográfico idóneo. Los combates de julio se desvanecieron y los tres años siguientes fueron el recorrido de iniciación de un niño muy inteligente que desde lo pequeño cimentó las bases de su grandeza, por mucho que el retorno al origen tras la contienda fuera complicado. Es en ese momento formativo cuando emerge la nostalgia como vehículo sentimental que implicara un eterno retorno mental al pasado desde la perspectiva de perder agarres mientras volteamos hojas del calendario. La edad adulta es en las entrevistas un laberinto contado parcialmente. Muchos intentan colar el tema de la homosexualidad a partir de la literatura, y lo único que consiguen es reafirmar el aplomo de un caballero sin problemas, clarividente a la hora de expresar, porque todo puede entenderse sin deletrear verdades, su condición en cualquier terreno, tanto sexual como a nivel de política cultural. En este sentido me sorprendió ver que ya a mediados de los ochenta su figura, como sigue acaeciendo en pleno siglo XXI, era denostada por el poder político catalán, demasiado entregado a ensalzar la lengua de Espriu sin considerar la realidad bilingüe del Principado, donde Jaime Gil de Biedma vivió y aprendió, aunque no la hablaba en público porque decía tener un horrible acento inglés, la lengua marginada durante la larga noche franquista y disfrutó muchísimo con la lengua de Ramón Llull, considerándola más lírica que el castellano, al que acusa muchas veces de ser pobre por determinados aspectos vocálicos y limitaciones rítmicas.






El género epistolar: la confesión el la lejana cercanía.


Como en todo acto de comunicación la carta dispone de unos determinados mecanismos que manipulan la información. Quien escribe estructura el contenido y deposita sus migajas de pan que informan al interlocutor parcialmente desde un formato en ocasiones similar a la confesión. En su relato-reportaje de 1966 Monstruo en su laberinto Jaime Gil de Biedma describe a Pablo Ruiz Picasso de la siguiente manera: “Y luego estaba la voz. Una voz apagada y retumbante que parece agolparse en la boca antes de hacerse oír, una voz de cartujo exclaustrado, de desemparejado reciente, la voz desprovista de tonos de un hombre que ha perdido la costumbre social de hablar”. Ese aislamiento del genio malacitano contrastaba con sus años en Montmartre, con su inextinguible intercambio amistoso que el autor de Las personas del verbo sí siguió desarrollando a lo largo de su vida. La vertiente exterior se caracteriza por la algarabía propia del contacto humano, excitación, risa y tertulia que adquiere un tono recogido cuando accedemos a nuestros hogares y el deber nos llama. Las cartas de nuestro protagonista reflejan la clásica inquietud de un culo de mal asiento incapaz de pararse, lo que suele implicar conocer a muchas personas en varios puntos del Planeta. Muchas de las misivas están escritas desde Manila, donde le tocaba permanecer largas temporadas, y muchas otras parten de Barcelona, central de operaciones, supuesto remanso de paz desde donde movía los hilos de su red de contactos. Como El argumento de la obra muestra todas las facetas de una personalidad, he creído oportuno seleccionar algunos aspectos que han llamado mi atención.

El 20 de enero de 1956 escribe desde Manila a Carlos Barral y le comenta sus lecturas, pero desde lo íntimo salta al privado colectivo al mencionar sus tertulias de los martes, cuando la pandilla se reunía en casa del editor en la calle San Elías de la Ciudad Condal. Esa añoranza de la amistad es la que, asimismo, da pie a confesiones pretenciosas como la del 10 de marzo de 1958, cuando confiesa a su compañero de viaje literario su aspiración a desplazar a Gabriel Celaya como principal representante de la poesía social, afirmación harto atrevida porque por aquel entonces Gil de Biedma era un poeta sin nada publicado, aunque seguramente ya intuía el valor de sus versos, tema que salta a la palestra en la misma epístola al mencionar que ha modificado el quinto verso de su poema Piazza del Popolo porque después de visitar nuevamente Roma ha comprobado un error de su memoria, despistada con los tóponimos. Las alusiones a su trabajo lírico son una constante entremezclada con sus relaciones personales, de las se puede rastrear su evolución por el orden cronológico del volumen. Para quien escribe tienen especial vivacidad las del período en que conoce en Grecia, tras largos años de carteo, a Gustavo Durán, ese ser excepcional que conoció a grandes personalidades del siglo, desde García Lorca hasta Hemingway, y tuvo la fortuna de protagonizar una existencia de película a ambos lados del charco. Su encuentro en 1966 fue para Gil de Biedma una liberación y un reencuentro en la madurez con una figura paterna con la que compartía intereses culturales y comunes puntos de vista en lo esencial, que es la vida, sin más. Su muerte fue el epílogo a un tiempo glorioso entre el comandante y Bel, esa musa que le encendió su lado heterosexual desde el juego y lo travieso, fichas del tablero que animaron su depresión, porque la calle olía a cocina y a cuero de zapatos, y lo propulsaron otra vez a la superficie, desde donde se cuidó mucho de ostentar su tendencia sexual. Cuando en los años ochenta enfermó de SIDA siguió con su tónica habitual. Podía mencionar el tema sin muchos tapujos, pero una cosa eran sus opiniones y otra el ámbito privado. A mediados de 1989 Dionisio Cañas le comunicó su intención de hablar explícitamente de la homosexualidad del poeta en la introducción a una antología Volver que público Cátedra. La respuesta del 18 de mayo de 1989 fue clara: “Tu deseo de escribir sobre el erotismo en mi obra y ser muy claro al respecto me ha dejado muy preocupado. Yo te pediría por favor que evitases la claridad- se ambiguo como mis poemas lo son- si quieres hablar de ese asunto. Podrías complicarme mucho la vida, que bastante complicada y difícil la tengo en estos momentos, e incluso causarme perjuicios personales.” Más claro imposible. La diatriba personal entre el hombre intelectual y el mundo rancio donde se educó y trabajó, unidos a la visión pacata que aun tenía la España de los ochenta sobre el universo gay, hicieron al poeta cubrirse las espaldas. Su muerte el 8 de enero de 1990 alteró escasamente la percepción de su figura. Una cosa es ser respetado y la otra encumbrado desde una leyenda que sigue produciendo beneficios desde la inexactitud, algo absurdo si se considera que tenemos suficiente material para trazar la justa línea biográfica, y no es la de Miguel Dalmau, con Jaime Gil, quien desde su tumba aun atiende que los demás tengan la dignidad que él mostró hasta el último suspiro.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Mi diálogo con Enrique Vila-Matas en Literaturas.com



Diálogo con Enrique Vila-Matas por Jordi Corominas i Julián





Las escenas se repiten. El lunes diez de abril de 2006 esperaba nervioso a Enrique Vila-Matas en la Calle Balmes. Tras nuestra entrevista televisiva seguimos charlando varias horas hasta que nos despedimos. Dos semanas después se vio afectado en Buenos Aires por una insuficiencia renal que casi acaba con su vida. Han transcurrido cuatro años. Volvemos al lunes y al mes de abril. La circularidad se impone. El escritor barcelonés baja del taxi, nos damos la mano, avanzamos por un pasillo y finalmente, apartados, nos sentamos para retomar nuestra conversación, contentos de la posibilidad de un nuevo diálogo, aunque quien escribe confiesa que de no ser por la obligación de la entrevista hubiese tardado mucho más en apretar el play de la grabadora y empezar a descubrir los entresijos de Dublinesca, su última novela, publicada en Seix Barral.



Jordi Corominas i Julián: Todo el mundo comenta que Dublinesca es una novela de muerte, pero ya la veo más como una obra de nacimiento.



Enrique Vila-Matas: Hay una idea de nacimiento que viene de Samuel Beckett, la idea de que no se ha nacido todavía, y está en la parte final del libro. Hay la idea, enlazada con mi propia biografía, de Renacimiento, la sensación de volver a tener contacto con la vida, si es que la había tenido antes en alguna ocasión.



Una vida que se transforma porque ahora, al menos los que nos dedicamos a la literatura, sabemos que es posible pasar catorce horas delante del ordenador como si fuera muy normal.



Este tema da para una novela entera. Lo que ocurre en este libro es que toco muchos temas que podrían dar para varias obras. Los padres, la muerte del editor literario, la fantasmagoría, Nueva York… el caso concreto al que te referías está relacionado con un mundo futuro de contactos menos personales.



Y lo muestras con metáforas, la ventana del cuadro de Edward Hopper, el poder abrirse al exterior desde una conciencia interior.




Acabo de releer a Borges, y dice que tenemos espacio y tiempo, pero que no van relacionados tanto como pensamos. Podemos prescindir del espacio, no del tiempo, que es lo único que continua inexorable, y se puede aplicar a Internet, donde el individuo desarrolla un olfato de comunicación digital.



¿Ha sido traumática tu relación con Internet?



Siempre usé la red con normalidad, desde hace diez años. Es una relación estrecha. Trabajo los artículos y los libros en la pantalla, y cuando me tomo pausas navego. Ahora encuentro aburrida la televisión, salvo el fútbol o un programa que me interese realmente. En Internet puedo hacer lo que no hice de joven, ir a una biblioteca y seguir una serie de temas, sin desplazarme.



¿Podemos relacionar el efecto de lluvia constante en la novela con la muerte y renacimiento del protagonista?




Es para igualar el fondo, el decorado de la novela. Cuando llegas a Dublín lo primero que puedes hacer es coger un tren que te lleve por la costa al norte o al sur de la bahía, y el escenario siempre es inevitablemente romántico, triste y melancólico, quizá yo no lo soy tanto, pero me gusta muchísimo y es un escenario que siempre he encontrado muy mío, en otros libros también.



¿Y por qué no llueve en Nueva York?



No lo sabía. No llueve en Nueva York en la novela, es cierto.



Lo digo porque en la novela llueve en todas partes menos en la ciudad norteamericana, sólo en Dublín, y durante un instante brevísimo, se vislumbra la luz del sol.



Puede que en parte tenga relación con las instalaciones de Dominique González-Foerster, una instaladora muy buena con la que he trabajado. Siempre pone ruido de lluvia en sus instalaciones. La que hizo en Londres era el diluvio universal en la sala de máquinas de la Tate, convertida en refugio porque la lluvia había tropicalizado Londres. Ella colocó libros míos, de Bolaño, Sebald y Marguerite Duras para los refugiados de la lluvia y puede que esto marcara un poco la idea de que lloviera siempre.



Entonces el libro es una pequeña instalación.



Tiene algo de fin de mundo, como la instalación de Dominique.



Es un fin del mundo individual, literario y colectivo.



Lo veo de una manera paródica, porque fin del mundo ha habido siempre desde la angustia existencial, ya se habla del tema en La Biblia y en la Eneida. Lo asumimos desde nuestro nacimiento. Tenía que enfocar la cuestión desde la parodia porque me di cuenta porque si el funeral tenia un registro trágico se volvía ridículo, grotesco. La parodia le aporta credibilidad.



En tus novelas siempre hay movimiento. Sin embargo, si comparamos Dublinesca, por ejemplo, con El mal de Montano da la sensación que el ritmo enloquecido ha disminuido en beneficio de un cierto recogimiento.



Puede que tampoco tengo ganas de reírme de mis propias gracias. Puedo ser muy loco escribiendo, pero exhibir una locura no tiene sentido siempre que no sea espontáneamente.



El ritmo es más templado.



Desde el primer momento, y no sólo porque me he serenado, sino porque hay un trabajo de detalles continuos en el texto. Cuando lo terminé pensé “pueden decir lo que quieran”, hay una sola cosa de la que estoy seguro: he trabajado una barbaridad, mucho, y ese trabajo significa una continua redacción, he ido hacia atrás, hacia delante, lo he cambiado, lo he mejorado, y sobre todo que lo he cargado de densidad en cuanto a detalles, trabajándolo como si fuera un cuento corto, todo encaja. Por ejemplo, las apariciones del desconocido están enormemente calculadas- gracias también el ordenador, que facilita las cosas-, así como los demás aspectos del libro están conectados, no dejé nada al azar, se podría hacer un croquis estructural de la novela y se vería que casi todas las piezas encajan, no hay desconexión entre los elementos, ni siquiera el viaje final que él tiene que hacer a Cork, donde le espera una supuesta revelación, que será para otra novela o para la imaginación del lector.



Y el lector observador puede apreciar estas conexiones desde un principio por los varios desconocidos que se encuentra el protagonista, tanto en Barcelona como en Dublín.



Va acompañándole una sombra que puede ser tanto el genio de la infancia, como el ángel custodio del cristianismo, como él mismo, también puede ser el autor genial que nunca encontró como editor, o el genio que él es y ha buscado en escritores teniéndole en casa… a medida que yo escribía leía libros de otros, hacía un trabajo para comprenderlos e incorporarlos en algunos aspectos dentro del libro para que el lector comprendiera y al mismo tiempo, mientras eso sucedía, avanzaba en la narración convertido en lector y escritor, y a medida que avanzaba, para que nos entiendan, el fantasma que perseguía a Samuel Riba era tres o cuatro cosas posibles y me intrigaba. Yo escribía al ritmo que lee el lector.



Un proceso de descubrimiento mientras escribes…



El lector lee el libro en el mismo lugar donde yo estaba intrigado por saber quien era la sombra que me seguía, de modo que los viajes que hacia fuera de Barcelona, en los que continuaba la novela, algunas cosas de las que me sucedían, como el encuentro de la maleta en una habitación de hotel, las relacionaba con la esencia de la sombra.



Lo de la maleta en la habitación de hotel es interesante, muchos pueden pensar que es un golpe de efecto narrativo, pero es una mera asociación de ideas que hallas en tu viaje cotidiano.




Lo hacen los escritores, los demás ven la maleta y la devuelven abajo.



O encuentras una carta de póquer.



Esto hacemos. Lo de la maleta daba para un cuento, lo metí en la novela, de hecho es cierto que por la noche, cuando estaba complemento dormido, llamaron a la puerta, eso siempre me ha dado miedo, estar en sueños y que, como en El proceso de Kafka, alguien te mire desde el otro lado de la cama.



Estos elementos son enlaces simbólicos en la novela.



Si.



Otro momento parecido es cuando, casi al final, llaman al timbre, aunque quizá ese instante tenga más enjundia.



Sí, porque ahí aumenta la intriga. Mi propia intriga. Quiero decir que no sabía quién llamaba al timbre. Las interpretaciones más interesantes que se han hecho, algunas en Internet (por ejemplo, una muy interesante en el blog El Lamento de Portnoy,) se preguntan si son lo mismo el autor y el narrador… quizá es el narrador el que llama al timbre… La verdad es que la parte final del libro la esperaba con ganas. Como si hubiera escrito el libro para poder llegar a esa parte. Pero para llegar allí era necesario construir todo ese comienzo lento… Fui consciente, a través de tres personas cercanas que leyeron el manuscrito, de que el libro empezaba con una lentitud inusual, no como otras veces. Fui consciente de esto, pero deliberadamente mantuve este comienzo porque era lento pero necesario para la construcción de la novela.



Introduce todo. Si la comparas con otros de tus libros es una introducción larga, pero sitúa todas las piezas en el tablero.



Y eso no se podía cambiar. Tampoco se trataba de deslumbrar al lector en la página treinta. Puedes empezar muy brillantemente una novela, pero si luego, decae pierdes al lector.



Además durante la primera parte hay un proceso muy reflexivo sobre la transformación y la conciencia del cambio en Samuel Riba.



Sí, explica su situación, por qué está atrapado y apenas se mueve de su casa, lo que también sucede al final (risas). Curiosamente, la parte de en medio, la más joyceana, recoge el espíritu del Ulysses, el personaje de Bloom tiene algún parecido con el editor, un hombre sin atributos. Ese tramo de la novela me parecía muy vulgar tener que hacerlo, más que nada por el viaje y la implicación de sus amigos, me encontraba más cómodo en la tercera persona y en la descripción del pensamiento de Riba y, en definitiva, en el viaje autista y mental. Pero…



Era inevitable que viajara.



Sí, y por lo que se ve los lectores agradecen esa apertura del personaje. La vida es así. Nada que objetar, creo.



Sería muy extraña una novela tuya sin un personaje viajero, en movimiento.




Prepara todo para moverse. El movimiento sería una reproducción del año 2008 cuando fui al Bloomsday por primera vez, con la orden del Finnegans, no cuento lo que viví porque no sería interesante reproducirlo, pero sí narro los lugares que visitamos aquella jornada. El viaje debía ser verosímil. Varios de los acompañantes de Riba se parecen a mis amigos y actúan conforme lo hacen a la vida real, no son personajes inventados.



Lo pensé sin jugar a identificarlos.



Me baso siempre en algo que me hace creer en ello porque sé que es así, que no implique duda. Los personajes son raros pero son así en la vida real, y me siento seguro creándolos, porque sé que es demostrable que existen personajes en la realidad que son así de raros y que, encima, son mis amigos. Sé que existen y que no hacen nada exagerado o, al menos, nada que no pueda hacerse en la vida real, y eso me da seguridad para seguir. Y para creer en ellos y en lo que hacen en mis novelas, que muchas veces es hasta menos raro de lo que hacen en la vida real.



¿La elección de los tres acompañantes se centró en el carácter de cada uno de los modelos en función de las necesidades de Riba?




En el primero en su manera de ser rotundo y tajante en sus afirmaciones, es quien empuja a Riba al salto inglés. El segundo está muy en contacto con la literatura anglosajona y era interesante que estuviera, sobre todo por la secuencia de la casa de Paul Auster. Yo mitifiqué esa noche y él, que tiene su vida centrada en los Estados Unidos, no le dio la mayor importancia. Ahora lo divertido será ver qué piensa Paul Auster cuando sepa, le di el libro la semana pasada en París, que me gusta tanto su casa.



¿Por los bostezos?



Sí, por ellos descubrirá que me la quería quedar. Por otra parte en París, durante el coloquio en el que participamos, él descubrió que yo había publicado ya en Francia un libro, Perder teorías, que saldrá en septiembre en España. Ha salido en edición de bolsillo (Perdre des theories) y contiene la teoría de la novela que formula Samuel Riba en Lyon y que en el fondo es la teoría que luego llevé yo a la práctica en Dublinesca. Paul Auster, al ver que le había dado la novela pero en el librito con la teoría, exigió tener de inmediato la teoría. Se la di poco después y pareció muy satisfecho de tenerla. Como si le hubiera dado en ese librito la explicación de todo. La explicación del mundo, quiero decir.






¿Y no pensaste ponerla en la edición española como prólogo?



Sí, esa era la intención inicial, la teoría iba a la entrada del libro, pero podía detener mucho al lector. Y es mejor que vaya aparte. O más original.



Además, es lógico que desaparezca del libro, porque en Lyon Riba renuncia a su toque francés, inicia una nueva etapa y debe formular una nueva teoría.



Sí, por eso era mejor dar en la novela sólo noticia de la teoría y ampliarla en el librito. Curiosamente en Francia nadie se ha indignado por el salto inglés del personaje.



¿Y tú también has dado el salto inglés?



Ha significado que con las dificultades que tengo para hablar inglés añado complicaciones en mis viajes por estos países, pero son aventuras que me gustan, lo paso muy bien porque son aventuras intelectuales. Peor de salto nada. No salto.



El salto inglés de la novela valora Nueva York y Dublín, pero deja a la pobre Londres en el limbo, casi en la indiferencia.



Es un triángulo nada preparado, salió así.



No tienes nada en contra de Londres.



No, pero en los dos últimos años he hecho seis viajes a Dublín y los irlandeses siempre se esfuerzan por explicarme lo diferentes que son de los ingleses y lo especial que es su literatura, lo mejor que es en comparación a la inglesa. La historia de Riba es la de una ambición, quiere vivir en Nueva York y tiene que contentarse con Dublín, algo que es bueno, porque al principio del libro no tenía nada. Y al final tiene al menos Dublín.



Y Londres es un sitio de conciencia, hasta por el cuadro de Hammeshøi.



Es lo que le pasó a Beckett con Londres. Leí su biografía y tenía unas relaciones malísimas con la ciudad, en parte fue culpa de su madre, que le mandó ahí a un psiquiatra. Londres recibe también la parte mala porque Riba no puede enamorarse de todas las ciudades. En los primeros momentos de la elaboración del libro la historia iba hacia Nueva York, pero luego entendí que debía concentrarse en Dublín.



Y se hubiese perdido la atmósfera joyceana.



Sí, por eso, mejor que abarcara Irlanda, un universo literario enorme, y además no sólo por Beckett y Joyce, sino por otros autores que he ido leyendo mientras escribía Dublinesca, muchos no aparecen en el libro, pero han formado parte de la atmosfera que se creó mientras lo construía.



Pero se centra en Joyce, hasta por el nacimiento del padre el veintidós de febrero de 1922, cuando Sylvia Beach entregó el primer ejemplar del Ulysses a James Joyce el día en que cumplía cuarenta años.



Eso forma parte de mi propia autobiografía, mi padre nació ese día, es un azar interesante, una de esas casualidades de fechas que atas y ponen en marcha una historia.






Leí el Ulysses durante todo un verano y me enseñó mucho. En Dublinesca hay un momento en que se menciona que en España casi queda bien decir que no se ha leído una de las tres obras cumbres de Joyce.




Sólo pasa aquí, como si el libro fuera incomprensible. Hay que dedicarle un tiempo especial y dejar acompañarte de información para entenderlo.



Son dieciocho novelas en una, es una Biblia de la novela.




Está todo, y lo que me sorprendía de las veinticuatro horas del relato es que los personajes aparecieran tantas veces, pero aun hoy en día Dublín es casi un pueblo, lo abarcas caminando y es lógico que durante veinticuatro horas los personajes se repitan y vuelvas a verlos, como en los pueblos.



Y el tema de Joyce en Dublinesca se centra en el capítulo seis, que conviertes en el funeral de la imprenta, de la Galaxia Gutenberg.




Es un capítulo que me sé de memoria, lo abarco desde una perspectiva total, porque todo me resulta familiar, y al final si viajas a Dublín cada línea cobra un sentido diferente porque va cobrando vida y hace que comprender el Ulysses no sea tan complicado.



Y eso seguramente también se debe a la permanencia de los espacios descritos por Joyce. El cementerio del capítulo seis no ha cambiado a lo largo del último siglo.



Esta es una historia muy curiosa, primero por el Pub Los Enterradores (The Gravediggers) Está en las afueras, hay un millón de muertos católicos y seguro que han rodado mil películas de Drácula, precisamente Bram Stoker nació en Dublín. En mi última visita nos encontramos con unas limousines, unos chóferes negros y unos potentados que estaban enterrando a alguien que parecían salidos de Los Soprano, hicimos fotos disimuladamente, parecían salidos de Nueva York.



En Dublín, precisamente. ¿Hiciste el funeral de la literatura para hablar de las transformaciones actuales?



Quería comentar el paso de Joyce a Beckett, las dos vanguardias del siglo XX, una más opulenta, la otra un poco más flaca.



En la novela da la sensación, y se percibe por el desconocido, que Beckett aun circula por Dublín, mientras Joyce, quizá por el funeral de la Galaxia Gutenberg, vive en la mente de Riba pero está enterrado.



Estoy más cerca de Beckett porque lo he leído muchísimo más, Joyce es más un decorado. Hay un amigo que ve la primera parte como Dublineses, la segunda es el Ulysses y la tercera es Finnegans Wake, Beckett sale de Finnegans, y aunque no lo pensé se puede leer así, y es divertido. Tendré que escribir otra teoría sobre el libro.



Y Beckett va por libre en el libro, con su doble que se mueve alegremente.



Usó el balancín (tan habitual en las novelas de Beckett), pero su movimiento libre es cosa mía, y sale más en el momento alcohólico de Riba porque se vuelve loco y puede pensar lo que quiera, doy más rienda suelta, hay más libertad para la escritura.



En el momento de Riba bebiendo en el balancín lo noté poderoso, en las otras dos partes le veo más indefenso.




Sufre una transformación.



Durante parte de la lectura pensé que lo dejarías sin beber, abstemio.




Se puede leer el libro como la premonición de un sueño en sentido clásico. Masoliver Ródenas tituló su crítica Viaje al centro del sueño, y está muy bien porque es un viaje al centro de un sueño que tuve en el Hospital hace cuatro años. Pasaba en Dublín y era de una gran intensidad. A lo largo de la novela se cumple casi todo el sueño, salvo el final, que queda abierto.



¿Y ese final abierto surge por lo que me decías antes de poder darle continuidad al personaje o simplemente porque lo querías así?




No quería resolverlo todo, hay lectores de novelas policíacas que se preguntan quién era el joven vestido de negro. En algunos sitios de Internet lo saben, arriesgan.



Pero tampoco me parece una urgencia resolver quién es, puede tener mil identidades.




Cuando se publique el libro en Inglaterra o Irlanda no tardaremos mucho en descubrir un Beckett joven en Dublín, son esas cosas que tiene la literatura.






Mientras terminaba el libro pensaba en ese personaje y recordé la película Entr’acte de René Clair y Francis Picabia, donde primero disparan al personaje y luego este desaparece por voluntad propia, aunque quizá en este caso el desconocido podría ser cualquiera, ya se dice al final de cada parte de Dublinesca: Siempre aparece alguien que no te esperas para nada.



La saqué del capítulo seis del Ulysses. Sucede en las bodas y en los bautizos y en todas partes. El último Día del Libro aquí en Barcelona había un señorito raro que durante horas estuvo mirándome fijamente, desde que empecé a firmar hasta media tarde, observaba todo lo que hacía, quizá quería integrarse y ser el desconocido… Convoco locos.



No quisiste saber quién era.



No, pero hay mucha biografía en torno al desconocido. Nabokov dice que Bloom ve a Joyce, si es así, eso me dio mucho miedo como escena. ¿Qué ocurre si Riba ve al autor? Me movía mucho esta idea, el momento en que tenía que verme a mí, me parecía una posibilidad extraña, nueva para mí. Quería llegar al momento del contacto visual, situarlo hacia el final, esa idea articula en parte el libro y lo deja abierto a muchas interpretaciones.





Y lo deja abierto también a partir de la coincidencia y la casualidad con la presencia inicial del desconocido en Barcelona de la chaqueta Nehru.



Sí. El desconocido de Dublín es una prolongación del de Barcelona. Se enlazan con las ciudades, muy probablemente sean la misma sombra, porque en ningún momento ve una figura igual a la otra.



Es la intuición de una sombra, que siempre se desvanece, como ocurre en el funeral, la niebla lo engulle.



Sí, como Drácula. En la novela hay mucho juego de apariencias, algo propio de mi literatura que ahora he ampliado: cada personaje son dos o tres personas al mismo tiempo, como mínimo. Y hay un juego constante con las apariencias. Y sobre todo con el ser y el no ser, con la dualidad de nuestra identidad.



Y Drácula podrías ser tú.



Sí. Y es más, he hecho una investigación paralela sobre Bram Stoker –por si también soy yo- y es una investigación que algún día tendré que publicar, porque hay ahí un misterio: la desaparición de la placa de la casa donde vivió Bram Stoker y donde creó Drácula. Estaba convencido de haberme equivocado de casa, pero me extrañaba mucho porque la había visto antes en Internet, y cuando volví a Barcelona comparé en internet mi foto con la foto que había en Google y...



Y era la misma casa



Sí. Ahora se ha convertido en una clínica de cirugía estética.



Muy idóneo para Drácula.



Sí, no era muy adecuado mantener la placa pensando en los que entran en un hospital pequeño para cambiarse la cara.



Hablando de Drácula, hay un momento en que Riba se lamenta de tanta novela gótica y vampírica.



Sí, ese tipo de novelas publicadas por otros le han supuesto la ruina.



El Drácula de Bram Stoker es el suyo, el de su mundo, si lo comparamos con la visión del vampiro que venden las editoriales de hoy en día.



Sí. Esa es una buena interpretación.



Y Riba como editor deja caer perlas en relación al mundo de los editores y la escritura.




Eso es porque es un hombre normal, lógico y humano. Detesta a los escritores como a todos los editores, dan el coñazo, son pesadísimos…



Pero también reflexiona sobre lo viejo y lo nuevo. En un momento donde menciona a los editores independientes, los ve como una plaga y su opinión es agria, como si con ellos se hubiese instalado una inédita superficialidad de fondo.



Sí, hay una crítica a un sector de los editores independientes, no a todos. Además esos editores es mejor que el lector los identifique con algunos escritores que trabajan o han trabajado hasta ahora con editores independientes, todos esos petulantes que se esconden detrás de las nuevas técnicas digitales para decir que hacen cosas diferentes con un lenguaje distinto… y lo que hacen es lo más antiguo del mundo. Es lo de Picasso, que sabía dibujar clásico pero hacía vanguardia, pero a veces hay gente que no sabe dibujar clásico y se esconde en la vanguardia para no mostrar sus fallos. Ahora esto va revestido de moderno, y lo que aparece en un fragmento de mi novela es una indirecta hacia algunos idiotas muy concretos, claro.



¿Y Riba en realidad monta un funeral lamentándose del paso de Gutenberg a lo digital como metáfora del camino hacia la superficialidad?



Riba en realidad monta un funeral por sí mismo, no se da cuenta de que todo va a tener continuidad, no existe una ruptura.






Nada va a morir.



Morir, morirá todo, hasta Google, quizá se cree un nuevo lenguaje, pero aun no hay un atisbo todavía para captarlo. Lo he intentado, que conste. Pero me entra mucho miedo cuando me doy cuenta de que voy a descubrir el nuevo mundo y prefiero que lo descubro otro. Y es que descubrirlo me impediría seguir divirtiéndome buscando.



Desde este punto autobiográfico la gente puede imaginarte en casa consultando un libro o leyendo, como pasa en la novela.



Sí, pero mira. Ahora estoy viéndote exactamente cuatro años después de la última vez. Fue la única vez que nos vimos y la última noche de mi vida en que bebí. No te extrañe que haya mitificado aquel día. Unos días después, salí hacia la Argentina, donde estuve a punto de morir. Supongo que lo sabes. La semana que viene vuelvo a la Argentina. Y me han colocado, además, en el mismo hotel donde me encontré fatal.



La circularidad.



Aquí tengo una historia. Pero, de escribirla, no se ajustaría exactamente a lo que puedo ahora pasarme en mi nuevo viaje al hotel argentino. Pero necesito siempre partir de algo que ha pasado, partir de este hecho de la circularidad, por ejemplo, que me comentas tú ahora. ¿Qué es la circularidad, por cierto? Si no me lo preguntas, lo sé. Pero si me lo preguntas, lo ignoro. Y la única forma de saber qué es la circularidad es escribir una novela sobre el asunto. Peor la circularidad comienza por algo tan raro como que me haya encontrado contigo exactamente cuatro años después de que hubiera dejado de beber y que a continuación alguien -¿quién habrá sido?- me envíe a Argentina. Sé escribir sobre la circularidad, pero no sobre algo que no pertenezca a mi vida cotidiana. Por ejemplo, me sitúas de golpe en el siglo XVIII como un capitán a la búsqueda de unos piratas y seguro que me encuentro perdido y no sé de qué tengo que escribir.



¿Sin un punto personal no sabrías combinarlo?




Si me obligaran sí. O sea que rectifico un poco. Si me obligaran, estudiaría, trabajaría el asunto, buscaría, preguntaría, un poco como Ishiguro que hizo The remains of the day y nunca conoció a un mayordomo en su vida. Yo puedo imaginarlo. Al capitán, digo. Pero ya más, no creo. ¿Qué hago yo en un barco? Por favor…



Y eso sería un cambio que quizá no es comparable al salto inglés que da Riba. ¿Sientes que con Dublinesca es como si volvieras a presentarte? Es una ruptura con tu antiguo yo.



Sí, y esto ha sido lo más complicado de todo, un proceso largo. En el Dietario Voluble serené la prosa. Aunque esto último te lo digo ostensiblemente nervioso.



Y el Dietario Voluble podría ser un diario de a bordo del proceso del libro, porque en algunos momentos hablas de cosas que luego aparecen en la novela.




Ya hay algo, y por otra parte en Dublinesca hay algo del Dietario porque sigo la epopeya cotidiana de un personaje gris, de un jubilado, algo que me ha divertido porque he descubierto en qué consiste realmente, sacar algo de la nada y elevarlo a la categoría de arte. ¡Viva Flaubert!



Dar épica a lo cotidiano.




Conecta con Flaubert y con el espíritu joyceano, y con El hombre sin atributos de Robert Musil y si nos ponemos pedantes y audaces hasta conecta con el personaje del Quijote, el primer pobre desgraciado que aparece en la literatura.



Pero pese a todo, ya trataste el realismo, ahora mismo pienso en Suicidios Ejemplares, quizá luego la parte metaliteraria hace que se pierda ese rumbo, pero antes trataste el realismo.




No como funciona de forma tan convencional en España. Lo que sí es cierto es que ya entonces estaba en contacto con la realidad, eso te lo aseguro. (risas). La vida ya ha sido larga, y hay etapas. Seguramente son etapas. Historia abreviada de la literatura portátil fue un éxito y el siguiente, Una casa para siempre, fracasó, pero a nivel personal me ayudó mucho, porque Una casa para siempre fue el primer libro en que trabajé bien la estructura, buscando la manera de organizar un libro en forma de relatos que fueran una novela, y ese trabajo, casi de taller literario, fue más útil que el realizado para Historia abreviada. Después, sin darme cuenta, cuando escribí Bartleby y compañía tuve otro hito literario que enlazaba con la historia.



Y va de década en década.




Sí. Después de Bartleby, escribí El Mal de Montano donde, al igual que en Una casa para siempre, inventé una estructura que antes no existía.



Y El mal de Montano es la obra cumbre de lo meta literario.




Ese libro pone en marcha mi teoría de que tengo etapas de quince años. Uno puede escribir muy bien y con felicidad, me ocurría eso en la época de Suicidios ejemplares y de Hijos sin hijos, pero soy incapaz de escribir ahora libros así, aunque quisiera estoy en otra etapa, y quizá están relacionados con el contexto de lo que uno vive. Exploradores del abismo fue una exploración realmente para ver qué podía hacer.



Es un libro de transición entre una etapa y otra.




Sí, y en parte un momento doloroso porque era muy consciente de estar en una transición y es más, me dedicaba a decirlo.



Y Pasavento era un poco el no va más de lo literario.




Está gustando mucho en el extranjero. Es curioso ver cómo los libros se mantienen con el tiempo, sobre todo en este mundo donde todo van tan rápido. Por suerte Pasavento fue más aquello de aquellos tres primeros meses de críticas y de recepción confusa, que hacía pensar que me había pasado o equivocado. El libro se ha ido consolidando por su cuenta.



Una diferencia que tiene Dublinesca en relación al pasado es, precisamente, la disminución de lo literario en la novela.




Al convertir a Samuel Riba en editor es lógico que esté obsesionado con la literatura. Y por tanto legítimo que se hable de la literatura en la novela.



En 8 ½, Federico Fellini no sabía qué rol dar a su personaje. Buscó en la enciclopedia y al final entendió que el protagonista sólo podía ser director de cine. Tú al principio empezaste el texto con Riba siendo escritor.

Sí, y era otra dinámica, estaba escrito en primera persona. Me di cuenta de que iba a repetir cosas ya hechas. Cuando lo cambié, alteré la relación y la historia fue mucho más imaginativa para mí. El editor no ha sido muy tratado como personaje de ficción. Hay, eso sí, un libro donde es un personaje real y que se basa en hechos reales y que me parece genial. Es de Jean Echenoz y se titula Jérôme Lindon, que es el nombre de su editor, el famoso editor de Minuit, el editor de Beckett.



¿Te verías como editor?



No, pero hubo un momento en la novela en que vi la necesidad de construirle a Riba un catálogo, y durante un día me convertí en editor.



Desde tu casa.



Sí, y luego algunos me dijeron que entendían muy bien porqué Riba se había arruinado. Pero, ¿tú crees que se arruinó del todo? De eso no dice nada mi novela.


Miércoles 27, el Poetry Slam en el laberint de Wonderland


Como cada miércoles intentamos ofreceros una sección nueva y con propuestas diferentes. Hoy hablaremos con José Luis Cabeza, el payaso manchego del Poetry Slam, formato que desde la poesía penetra en otras formas de expresión urbana mediante improvisaciones de tres minutos de los artistas. 1,2,3 Slam. El público vota, se suceden las rondas...y hay un ganador.

Nacido en Chicago en 1985 el Poetry Slam va introduciéndose poco a poco en nuestras fronteras, donde la poesía siempre gana en variedad para salvarnos de la monotonía.



El laberint a Wonderland

Cada miércoles, salvo en esta edición, a partir de las 18h

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lunes, 25 de octubre de 2010

Mi entrada en las afinidades electivas




Puedes leerla pinchando aquí

Perder teorías de Enrique Vila-Matas en Revista de Letras


Desencorsetar las normas: “Perder teorías”, de Enrique Vila-Matas
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 22.10.10

Perder teorías. Enrique Vila-Matas
Prólogo de Liz Thernerson
Seix Barral (Barcelona, 2010)

“Porque, vamos a ver, pensó Riba, si uno tiene la teoría, ¿para qué quiere hacer la novela? Y en el momento mismo de preguntárselo y seguramente para no tener una sensación tan grande de haber perdido el tiempo, incluso de perderlo al preguntárselo, comprendió que haberse pasado tantas horas en el hotel escribiendo su teoría general le había en el fondo permitido desembarazarse de ella. ¿Acaso un hecho así era desdeñable? No, desde luego. Su teoría seguiría siendo lo que era, lúcida y osada, pero iba a destruirla tirándola a la papelera de su cuarto”.

(Enrique Vila-Matas, Dublinesca, Seix Barral, 2010)

Pero la teoría no se perdió. Muchos detectives la localizaron en Francia, y en España no dimos con ella hasta septiembre. Paul Auster la leyó, y en Seix Barral se barajó la posibilidad de incluirla como prólogo a Dublinesca, opción que el propio Vila-Matas descartó al considerar que era mejor dejarla a parte para no entretener demasiado al lector, yo añadiría para no desvelarle demasiadas pistas que producirían un efecto negativo, pues si tras lo teórico llega lo práctico es prácticamente inevitable querer comprobar la conexión entre ambas partes. Además, ya lo dice el propio Samuel Riba, lo mejor del mundo es viajar y perder teorías, perderlas todas. No encasillarse y progresar, usar el concepto como una premisa válida que no tiene ningún tipo de sentido si sólo se recoge sin aplicarlo a la novela. El escritor barcelonés lo hizo en Dublinesca, texto que inauguró una nueva etapa en su prosa tras el duro percance de la enfermedad. El tono se volvió menos alocado, más reflexivo, con una larga espera hacia el desenlace, congelación ritual en la preparación de un viaje hacia el salto inglés tras abandonar el pasado en un hotel galo y caminar por la misma ruta, pero con sentidos diferentes. El cambio de rumbo, intuido en Exploradores del abismo, se entiende mejor en las páginas del breve Perder teorías, donde curiosamente Vila-Matas da un nada banal paso al frente guardando a Riba en el cajón del escritorio y tomando la voz cantante, relegando al personaje para afirmar al autor, que aterriza en Lyon para participar en unos encuentros internacionales de literatura. Coge un taxi, y quizá en el mismo vehículo, conversando con el conductor, se da cuenta de no saber nada, lo que es indicio de sabiduría y renacimiento, borrón y cuenta nueva que incita a la transformación, intuida en el juego de máscaras. Otro espacio ajeno al cotidiano es la excusa perfecta para ser lo que no somos, y sin embargo lo más triste es que cuando nuestro hombre llega al hotel sólo le atiende un sobre, nadie le da la bienvenida, es un desaparecido que con una inmejorable oportunidad de reencontrarse en una casi isla. La soledad y la espera, verdadera clave del relato, hacen que su cerebro maquine, y en ocasiones cuatro paredes de la neutralidad, como si el narrador se hallara en un no lugar, ayudan a formular pensamientos reforzados por la situación y el estímulo de un artículo sobre Julien Gracq y su novela El mar de las Sirtes, paradigmática y ejemplar, luz que alumbra los cinco rasgos esenciales, irrenunciables e imprescindibles de la teoría que nace durante esas horas. El primero es la “intertextualidad”, o cómo alimentar la novela, sin ser plagiario, con materiales de otros libros, no de manera directa, sino con el fluir de esas aportaciones de la tradición: no hay escritores sin inserción en una cadena de escritores ininterrumpida. Asimismo, ése legado puede distorsionarse, burlándose de la erudición académica para generar un discurso propio, único y singular. El segundo se centra en las conexiones con la alta poesía, y en cierto sentido anticipa los siguientes apartados de la teoría, pues el lirismo no es entendido simplemente como la adoración a mimar el lenguaje, sino más bien una especie de sugerencia atmosférica que dé a la trama una miríada de climas surcando el texto, que para cumplir las cinco propuestas vilamatianas ha de contemplar la escritura como un reloj que avanza y percibe el futuro. En mi modesta opinión éste postulado se enlaza naturalmente con la cuarta cita del elenco, la victoria del estilo sobre la trama, argumento irrefutable, pilar que libera al escritor del vetusto fardo del tema y le proporciona energía para consagrar sus esfuerzos a la estructura y a la plena libertad en su labor. Al fin y al cabo hay pocas tramas y muchos terreno por explorar con la forma, tejido capital en la construcción novelística, bálsamo para el narrador, que para completar, un reto titánico, el quinteto debe poseer la conciencia de un paisaje moral ruinoso, lo que no significa desplegar dones proféticos. Hubo una época en que se podía explicar el mundo con la literatura y algunos lo hacían con un espejo que se adelantaba. Flaubert, Kafka y Musil comprendieron la siempre mayor distancia entre el individuo y el Estado, entre el poeta y el gobernante. La separación entre ambas esferas fue agrandándose, la pretérita solidaridad se quebró y la fractura fue letal, derrumbándose definitivamente con la tormenta de la Segunda Guerra Mundial. Irrumpe Rimbaud. Todo ya pasó, la ciega ambición europea, su afán de conquista, agotó el combustible y nuestro ambiente se ha metamorfoseado en una enorme sala de espera donde, sin los tambores de antaño y esa exaltación delirante, lo inamovible y la nada se dan la mano, y ése desolador paisaje moral propicia a las letras una plataforma para desarrollar la utopía y la irrealidad, aunque sin perder de vista los elementos que configuran el universo en que vivimos. No hay una renuncia al realismo, sino una invitación clara a abordarlo como un cuerpo sin tautologías, carne con un horizonte infinito, enemigo de las restricciones.





Hay en Enrique Vila-Matas un poso de distinción, la nobleza de quien con su independencia es un rara avis en el panorama español. Leemos sus libros y bendecimos no asociarlos con una nacionalidad porque se dirigen y surgen desde un ámbito transnacional, la literatura. Una vez presentada la teoría insiste en la espera. Sí, siempre estamos al acecho. Lo importante es buscar un sentido a las cosas, y este cuaderno de bitácora lo consigue para el autor. Pone en orden sus ideas y se recicla, mudando ropaje, siendo lúcido al confesar que sus conjeturas no son ningún mandamiento, porque quien siga sólo una vía corre el peligro de extraviarse por culpa de lo unidireccional. Perder teorías es una vuelta de tuerca de la vuelta de tuerca que pasea en un aire donde los vocablos mencionan normas con significados que tienen por bandera el canto a una aplastante libertad creativa.

jueves, 21 de octubre de 2010

La cena de los infieles de Beryl Baindbridge en Revista de Letras



Los amantes de Teruel, tonto ella y tonto él: “La cena de los infieles”, de Beryl Bainbridge
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 18.10.10


La cena de los infieles. Beryl Bainbridge
Traducción de Julia Cabezas Ortiz
Ático de los Libros (Barcelona, 2010)


“Era sorprendente lo muy de moda que estaba ser infiel. A veces se preguntaba si tenía que ver con la desaparición de los sombreros. Se había perdido la costumbre de llevar bombines y sombreros de fieltro por la calle; luego a todo el mundo le había crecido el pelo, y después de eso, nada era sagrado”.



La biografía de Beryl Bainbridge en relación con su obra y la evolución de la sociedad inglesa supone un interesante caso de estudio. La escritora nació en Liverpool en 1934, y transcurrió su adolescencia en el Merseyside justo antes del boom que catapultó un puerto mísero y decadente en legendaria cuna del pop. En los cincuenta, tras ser expulsada del colegio por escribir versos obscenos, sus padres quisieron catapultarla al estrellato de la interpretación, apareciendo en un capítulo de la eterna, porque no se acababa nunca, Coronation Street.

Fracasó, la maltrataron, se casó, tuvo tres hijos y padeció los sesenta en una fábrica hasta que su talento para la narrativa explotó hasta convertirla en la dama macabra más querida por los británicos. Sus novelas tienen el fino rigor de la analista social sin pelos en la lengua que aderezaba con retazos del primer tramo de su existencia. Buena parte de su trayectoria se nutre de personajes del extrarradio, hombres normales con vidas insulsas que, de repente, se agitan por episodios inesperados, agridulces sueños de una noche de verano que realzan la mediocridad de lo anónimo.



La década de los setenta en Gran Bretaña fue la era del desencanto antes de la monstruosidad conservadora encarnada en Margaret Thatcher. Atrás quedaba la psicodelia, el amor libre y las proclamas hippies. Tocaba formar hogares y fundirse en lo grisáceo del entramado urbano, con sus anodinas historias de casa al trabajo para creer en la estéril ilusión de la felicidad al uso, cónyuges amantísimos y jardines que cuidar como símbolo de prosperidad. Siempre seremos niños. Siempre tendremos excusas que llevarnos a la boca para justificar un retraso horario. En la reciente literatura inglesa nadie ha ejemplificado tan bien lo que planteamos como Jonathan Coe en La lluvia antes de caer; sin embargo, su visión es retrospectiva, mientras que Bainbridge se centra en un episodio ambientado en su época para desarrollarlo y crear bombas de relojería que explotan continuamente, dejando al lector sin hálito, entre suspense y carcajadas. La cena de los infieles, ganadora del premio Whitbread en 1977, arranca con supuesta inocencia. Edward Freeman controla dinero, está casado con Helen y tiene una amante, Binny, a la que conoció en una fiesta. Surgió la pasión y desaparecieron las diferencias de clase. Podemos imaginar al contable en su vivienda apartada del mundanal ruido y a su concubina encerrada en una pocilga donde malvive con su triple camada, angustiada por la rebeldía de los pequeños, niños protopunk, y los quehaceres cotidianos. Su relación se salva por el sexo esporádico en un sofá y pequeños regalos de satisfacción que no crecen más por culpa del estricto horario de Edward, a las once en casa y sin rechistar, que sino la esposa se enfada y es peor. Un buen día deciden organizar una cena especial, pero son tan paletos que en vez de quedarse solitos montan toda la absurda parafernalia de invitar a unos teóricos amigos íntimos para dar sensación de no se sabe muy bien qué. Los Simpson, no piensen en Homer porque entonces Matt Groening ni siquiera los tenía en su cabeza, son los elegidos, una pareja que él trata por cuestiones laborales, dos cretinos cargados de hipocresía que se pavonean de lo que no son para sobrellevar mejor el fardo de la competencia entre iguales.




La jornada se desarrolla con normalidad. Binny acude al banco a ingresar un cheque y Edward discute con George Simpson sobre la velada mientras toman unas pintas y ponen a prueba su hombría con comentarios estupidos. La anfitriona deja que el reloj marque las horas, manda a sus críos a freír espárragos, los deposita en lugar seguro para que no molesten, se enfunda un vestido negro y atiende la llegada de los invitados. El panzón de su lover pica el timbre en la oscuridad de la periferia. Los vecinos no estropearán el ágape, hoy no. Sólo los invitados, con su escasa destreza, pueden lograrlo. Un coche penetra en la barriada. George ha olvidado la dirección, pero guiándose por luces e indicaciones aterriza en la humilde morada. Todos se observan, dialogan y alaban la habilidad de la cocinera hasta que se precipitan los acontecimientos. Alma, una amiga que Binny evitó durante el mediodía, irrumpe borracha como una cuba porque ha discutido con su marido. Adiós muy buenas. El abrigo de la señora Simpson se empapa de vómito. Bragas a la vista, un pudding desaparecido, nervios, dudas, flirteos y el nerviosismo de quien teme transgredir las normas de su normalidad, lo que sucede, y eso da al relato un sublime teatral, lo imprevisto cuando Muriel sale a la calla y ve volar por los aires un cochecito repleto de esterlinas. Eso de no hay quinto malo no sirve en la Pérfida Albion. La noche no trae consejo, sino secuestradores que acaban de atracar un banco y buscan refugio. Los setenta fueron la era del terrorismo urbano. Brigate rosse, Baader- Meinhof, IRA. Cuatro tortolitos y una beoda elucubrando. Muchas películas y escasa realidad, monotonía rota por la efeméride excepcional. ¿Torturas? ¿Crueldad? Hay pistolas y hambre, una tipa silenciosa con las costillas rotas y la intriga de un desenlace con policías custodiando la choza. No atiendan a heroicidades. Esto es realismo y edulcorarlo sería para meter la cabeza en el horno. Ya saben, hay etapas con muchos altibajos.

Hay que aplaudir el criterio editorial de Ático de los Libros, de nuevo acertadísimo al publicar a Beryl Bainbridge, quien en La cena de los infieles domina el tempo narrativo con inusual maestría, capturándonos con acertadas pausas, desternillante humor del matiz insertado en su ADN norteño y un escepticismo noble porque no cae en la trampa de rizar el rizo. Se cuenta una historia y se apuesta por ella hasta las últimas consecuencias, sin ningún tipo de contemplación, siempre con la vista fijada en el escenario y los andares de los personajes, tristes despojos que para ahuyentar su zozobra topan con su propia incomprensión y la propulsan hasta la estratosfera por inevitables vínculos, azarosas coincidencias que propician desbarajustes en el marasmo de la rutina que nunca debemos olvidar porque la superficie, tan desdeñada por los modernos, tiene el don de deparar un sinfín de cuentos que reclaman narrador.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Miércoles 20 de octubre, De paseo con el Quijote en el Laberint de "Wonderland"



Este miércoles el laberint se introducirá por callejuelas pequeñas y pestilentas de la mano de Don Quijote de la Mancha. El caballero de la triste figura llegó a la Ciudad condal una lejana noche de San Juan y su presencia ha dejado rinconcitos donde aún es posible intuirlo entre el Paseo Marítimo, la Calle Ample, la curiosa Calle de Perot Rocaguinarda y otros espacios por los que pasearemos hoy miércoles 20 en Wonderland.




El laberint a Wonderland

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lunes, 18 de octubre de 2010

Juliet, Desnuda de Nick Hornby en Revista de Letras




La música, el sopor y las nuevas tecnologías: “Juliet, desnuda”, de Nick Hornby
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 16.10.10

Juliet, desnuda. Nick Hornby
Traducción de Jesús Zulaika
Anagrama (Barcelona, 2010)


Uno siempre suele quejarse de lo que no tiene. Vivo en Barcelona, y en ocasiones maldigo mi suerte porque la ciudad me estresa y el tiempo me maltrata, se escurre en una cloaca sin nombre ante la que poco puedo hacer, aguantar y darme pequeños respiros en la montaña para no perder la cordura. Annie y Duncan, protagonistas de la última novela de Nick Hornby, están entrando en los cuarenta y residen en Gooleness, villa costera que a mediados del siglo XX servía para saciar las ansias de distracción de la clase obrera en sus modestas vacaciones veraniegas. Ambos son funcionarios, profesor y conservadora de museo, conviven sin haberse casado y la amargura del reloj se va instalando poco a poco en sus huesos. Él tiene un hobby, una obsesión que ella acepta por amor y pactos que, así empieza la historia, les han llevado a los Estados Unidos para completar la ruta de Tucker Crowe. ¿Tucker Crowe? Pueden caer en la trampa, el realismo de la información casi lo aconseja, e ir directos a Wikipedia. La invención del escritor británico es un músico que en 1986 sacó un disco sublime. Juliet es venerado por miles de fans, y Duncan es su adalid al tener una página web donde se comentan chismes del ídolo, desaparecido tras publicar su mejor obra. Nadie sabe a ciencia cierta qué fue del genio. Quedan los lugares y la veneración, desde mingitorios hasta la casa de la musa que inspiró el gran disco. Annie acompaña a su pareja a lo largo del circuito, pero, de repente, una pulsión interior le da el espaldarazo para romper con la monotonía y aprovechar sus horas en San Francisco. Duncan irá a la famosa casucha apartada del mundanal ruido, meará en el retrete sagrado y optará, o eso cree, por abandonar sus alocadas investigaciones para reencontrarse consigo mismo sin depender de unas canciones.

El retorno al hogar parece confirmar ese cambio hasta que irrumpe lo imprevisto. Annie consulta el correo ordinario y topa con un paquete especial para Duncan: la versión desnuda de Juliet, las tomas del Lp sin los arreglos finales de producción. Lo escucha y se queda igual, aunque su acto es rebeldía pura, una semilla de traición, preludio de ruptura, que no hará sino acrecentarse en el transcurso de las páginas. El profesor vuelve del trabajo, se deleita con la novedad y aprovecha su instante de gloria encabritado porque la persona con quien comparte techo le lleva la contraria y no sabe apreciar la calidad de esas piezas austeras, pilares constructivos de la maestría. Escribe una reseña frotándose las manos. Será la primera, exclusiva mundial de un trabajo inédito del mito. La redacta con precipitación y excesivo candor, como si cualquier acción de su Mesías fuera perfecta. Los adictos a Crowe reaccionan y tiran con bala. Sí, es maravilloso tener otra perla con la que emocionarse, pero el nivel es decepcionante pese a la emoción del hallazgo.

Mientras tanto el inconsciente femenino actúa para romper lazos. La destrucción del mayor vínculo de Duncan ejercerá la justa presión para disolver la insatisfactoria unión de dos seres instalados en el sopor de Gooleness y la mediocridad que impide avanzar. Annie moverá ficha reseñando Juliet, naked, con lo que accionará dos palancas cargadas de cruel veneno. La primera significa irrumpir en el coto privado de Duncan, su foro de fanáticos, mientras la segunda llegará por caprichos transoceánicos. Su crítica es bien recibida en la comunidad por ser ecuánime, sin las típicas frases de repelente niño Vicente que encandilan a la parroquia, tanto que hasta el mismísimo Tucker Crowe se molestará en mandarle un e-mail de agradecimiento porque nota que ella es diferente, un oasis entre tanto vocerío empecinado en pistas inexistentes, detallismo del egoísmo.



El amor y la música: una oda a reconciliarse con el pasado.

A partir de esa efeméride los acontecimientos se acelerarán. Descubriremos que Tucker no es ningún eremita, simplemente vive alejado del mundanal ruido tras abandonar su carrera en un retrete de Minneapolis, superar el alcoholismo, procrear con muchas mujeres de aúpa, ignorar a la mayoría de sus hijos y, finalmente, reposar sin oficio ni beneficio junto a su último retoño. Tiene un don para ser adorado y despreciado cuando el horizonte se aclara. Por eso Cat le ha dejado con una brizna de compasión. Comparen las situaciones en América e Inglaterra. El músico está más solo que la una. Annie también. La diferencia entre ambos es que ella ha decidido emprender una vía de no retorno para mejorar. Duncan tiene una amante a quien transmitir su monomanía y su antigua compañera, a la espera de dominar la brújula, se conforma con correos electrónicos con un desconocido y la esperanza de encontrar suficientes reliquias del verano de 1964 para completar una exposición sobre esa fecha en el museo local. Rolling Stones, tiburones y fotos en el paseo marítimo. Esas imágenes evocan lo miserable de su existencia, lo triste de integrar el rebaño de gente anónima en la insatisfacción de la nada. Su labor se insuflará de energía abocada a la recuperación del recuerdo y de su propio ser, ya que al completar el puzzle del pasado se reconciliará con Gooleness al tiempo que recoge sus propios pedacitos desechos tras quince años de infructuosa relación, un poco como en el caso de Tucker, quien sólo reaccionará al recibir la visita de una de sus hijas, Lizzie, embarazada para hacer más embarazosa la situación.



Hornby sabe qué teclas debe tocar para que el piano ejecute la melodía. La novela anuncia la colisión positiva de los protagonistas. El renacimiento es la clave. Pasar las de Caín para recapacitar y creer en un futuro desprovisto de aristas que aporte una tranquilidad diferente. Lo virtual avanza hacia lo real. Londres, las dudas de la cita, anhelos de amor. Visto así parecerá que el autor de Alta fidelidad ha creado un cuento de hadas. No se engañen. El viejo Nick sabe muy bien las circunstancias de la edad y no concede ni un metro a la fantasía. Muchos comentan el humor que emanan sus obras, la risa que surge de sus ocurrencias, concebidas, algo lógico en un buen narrador, en función de sus intereses, que en esta ocasión quieren abordar el tema de renovarse o morir con la inteligencia de saber que ello no es posible sin hacer las paces con lo pretérito. Las múltiples etapas, los distintos yoes, se superponen, instalándose en el reducto de la memoria. Lo difícil es asumirlas para canalizarlas en el presente, único punto importante que da a la experiencia una razón de ser a través de la comprensión de nuestros errores. Aceptándolos se llega al otro y a la redención de sonreír sin temer al mañana.

sábado, 16 de octubre de 2010

Cuando Dios se equivoca de Carmen Moreno en Revista de Letras



Épica del dolor, pureza lírica. “Cuando Dios se equivoca”, de Carmen Moreno
Por Jordi Corominas i Julián | Reseñas | 11.10.10


Cuando Dios se equivoca. Carmen Moreno
Prólogo de Begoña Callejón
EH Editores (Jeréz de la Frontera, 2010)


El cristianismo predica que sólo podremos levantarnos tras el dolor, como si cualquier otra posibilidad quedara descartada de antemano. La vida nos enseña que la Iglesia no inventa de la nada, se basa en la experiencia y saca petróleo para asombrar al vulgo, cada vez más resabiado, convirtiendo ese dogma colectivo y transformándolo en camino individual a superar mediante una dura lucha interna que solventaremos enfrentándonos a nuestros propios demonios, bestias infames carcajeándose en su alianza con el contexto para dañarnos hasta la extenuación.




Carmen Moreno (Cádiz, 1974) es sin duda alguna una de las grandes poetas del actual panorama español, pero quizá le faltaba una colección de versos que impresionara a propios y extraños por estilo, valentía y pureza lírica. Lo ha logrado con Cuando Dios se equivoca, fantástica pesadilla que debe leerse como una sinfonía en tres partes, proceso vital, río engendrado al entender que el mal siempre acecha aunque le demos portazos, que ignora al ser una atmósfera cojonera empecinada en disturbarnos en un silencio que agrava el sufrimiento al interiorizarlo. Estamos ante la crónica de un viaje sin punto y final pese a tener conciencia de Pandora en el futuro.

“llegará un día el silencio

y habrá nacido para todos

un ser nuevo que reconstruya

la esperanza a dentelladas”

Y es que los relojes acaban por pudrirlo todo. La regeneración, extirpación de las lacras para sobrellevar la existencia, paseará por los mares de la neurosis y la esquizofrenia. En el primero afloran los miedos, el cuerpo se deshace despacio, no se bombea sangre y el principal temor es quedarse en la encrucijada, entre dos mundos, ni avanzar ni retroceder, cobardía agravada por la lucidez que implica la comprensión de un desagradable término medio, secuestro de un alma expresado en ágiles, desenfrenados versos que en cada palabra te asestan una puñalada al corazón por dureza de ambiente hospitalario y una irremediable oscuridad, túnel hosco que ni siquiera la madre- sabia de dar vida a la vida, luz popular- apacigua.

“en los estertores del desahucio

viven

los gritos de la oscuridad”



Las paredes agobian y encierran, el organismo lo es todo y el yo es nadie en su angustiosa plegaria de desdoblamiento. No hay absurdo, sino más bien un combate donde la autodestrucción lleva una lanza que bloquea el sendero de la transformación requerida. Se mencionan dos nombres que tanto pueden ser la expulsión de las fechorías divinas como la necesidad de otro ser, el propio u otro que complemente y pacifique, que indique el renacimiento en cualquier parte y aquí entramos en el resquicio de liberación, esquizofrenia trazada por la poeta asimilándose sobre todo al genial Hölderlin-Scarandelli, con lo que se asocia el proceso a una pacífica locura, pero locura al fin y al cabo que despedaza, encierra egos en un manicomio cotidiano. La superficie está presente, la lluvia cae, acaricia, se desvanece y seguimos, como bien dijo Fabrizio De André, aspettando la pioggia per non piangere da soli, aunque a diferencia de su hermosa canción no tiramos bombas, sino dardos enfurecidos que se clavan en nuestra propia piel hasta que otra identidad prevalezca y olvidemos el martirio insertado en el circo de la posmodernidad.

“Se regala animal herido

que lame mano que le mata

que cierra los ojos y no quiere saber

de las voces que le dictan

un nombre que debió ser el suyo”

Salir del frío. Pensar en Inglaterra. Putas de Genet. El todopoderoso acompaña los andares del poemario, y ello comporta una normalidad sagrada en la voz poética que para hallar la llave de sus grilletes debe pronunciar un conjuro, manifiesto que conduzca a una redención desprovista de egoísmo porque quiere revalorizar la condición humana, mundo real. Seremos animales llenos de sombras, tendremos miedo. Sin embargo, la especie debe rebelarse, Nietzche tenía razón, y valiéndonos de nosotros mismos hemos de ser capaces de atisbar un nuevo horizonte que impulse el caminar que despoje la tristeza y haga brotar sonrisas. Somos el mito de la caverna, somos seres que tras la negritud del enfermizo subterráneo merecemos adaptarnos a la tierra para gozar de una prístina vocación para y con la vida, si bien Carmen Moreno, bruja cautelosa, conoce demasiado bien la amenaza como para lanzar un brindis al optimismo.

“yo quise escribir en las puertas

sin saber ni por un momento que el fuego

del que vive este infierno se alimenta de mí”.

viernes, 15 de octubre de 2010

La fugacidad y el autismo en mi sección "Irse al otro barrio" de Bcn Week


¿Misantropía o incomunicación? ¿Es esto la modernidad? Baudelaire pasea por París, se cruza con una chica, se embelesa y observa cómo el balanceo desaparece entre la multitud. Nadie se saluda, cada uno a lo suyo y la casa sin barrer. Aterricé en Barcelona tras las vacaciones y el shock fue mortal. Mediodía. Paseo de Gracia con Aragón. Mi paz de agosto truncada. En la montaña salía a la calle y había espacio, huecos que identificaban al resto de seres humanos que entretenían sus horas entre tiendas, charlas y bronceados. Volvamos a la capital. En el centro lo reconocible eran los edificios. El quiosco, la Casa Batlló y las oficinas bancarias. Cuando transcurro largos períodos en la ciudad imagino el paseo de Gracia como una vía ancha en la que es posible divisar su final, los aledaños de plaza Cataluña, desde el obelisco de la Diagonal. Ese primer día de septiembre mi mirada se desvió hacia un pelotón de personas concentradas, enjambre que no se manifestaba, sólo aceleraba el paso para cumplir con sus misiones programadas. Opté por huir. Odio el metro, pero era la solución al percance, esconderse a lo avestruz para respirar. En el andén mis hormonas despertaron. Babilonia es un nido de belleza, volví al poeta y deseé con todas mis fuerzas acomodarme en un asiento y atisbar ojos amigos, ya sabéis, pupilas femeninas con las que te imantas, disimulas, insistes y te quedas con nada o el regalo de un saludo desde el cristal al pasajero que abandonó el compartimento por exigencias del guión. Amores perdidos, sábanas lisas en una tarde cualquiera. ¿Qué sucedería si esa fugacidad adquiriera solidez? Os lo pregunto a vosotros y a la patinadora romana de Villa Borghese. Envejezco. Septiembre de 1999, un banco y un circuito. Morena, shorts y piernas de delirio torneado. Guiños, sonrisas y el esfumarse. Vinga Jordi, anem. Puede que exista un limbo de ocasiones traspapeladas por lo precipitado de nuestros andares.

Pròxima estació: Guinardó. Restaurante mexicano. Trattoria Fandango. Very Well. Compro cigarrillos americanos, degusto dos tonterías y salgo otra vez al ruedo para una reunión. Circulo sin auriculares, quiero que mis orejas se empapen del sonido urbano. Trascurare en italiano significa descuidar, aunque evoca esquilar. La realidad como una oveja de la que aprovechar su magnífica lana. En la calle París las luces de un sex shop me ofrecen pornografía en directo. Diez euros. El cine Opium y sus escaleras fueron en el interregno escondites para tocamientos de madrugada cuando otros comían bocatas de huevo frito, tomate y lechuga. Ojalá en el estanco hubiese un estanque. Llego a la esquina de la Torre Eiffel y una adolescente balbucea por teléfono y se suena los mocos. Llora desconsoladamente. Enciendo un cigarrillo al son del semáforo verde y detengo mi atención en su llanto en un ángulo ciego. Le preguntaría el motivo de su malestar. Eso no acaecerá por un extraño gen de incapacidad social. Ognuno ai cazzi suoi. Por la noche asisto a un recital. De repente, mientras estoy apuntando en una libreta que mi amigo ha superado el envite y el público siquiera le da dos palmaditas de agradecimiento, una vieja conocida se acerca, detallándome al pormenor los episodios de mis recientes fracasos amorosos, que a nadie confesé por su nulo interés público. Pongo en alertas las antenas, investigo cuatro duros y descubro el culpable de tanta desfachatez para con mi privacidad. No he sido informado y alguien se ha arrojado la canallada de contar cuentos chinos, Eloiseeeeeeeee.

Los tres ejemplos de malbaratar el funcionamiento de las relaciones sociales me han exasperado y exacerbado hasta el paroxismo. Corro por la desierta rambla Catalunya a las tres de la madrugada. Ruido de agua y farolas de compañía. Las prostitutas me reclaman like a perro. Abrazo la jirafa de mármol para tener un punto de apoyo y al cabo de dos minutos ya estoy casi en disposición de pisar la libertad de Gracia y el deambular con hola, cómo te va. Fem una birra? Ha sido un espejismo. En Córcega con Santa Tecla me aborda una rubia. Hola guapo. Hola preciosa. ¿Quieres follar? ¿Entramos en la tienda erótica? Hombre, si te pones así. Veinte euros. Cantos de camionero de Logroño. No, gracias. Más tarde, en un bar, entiendo la ecuación. Nuestro sistema usa la calle como reducto de la individualidad abocada al consumo, sólo lo cerrado, capsulas para enfermos ansiosos, permite la comunicación entre ciudadanos. Lo recreacional en el exterior es carne de mudo colectivo o una oda a la soledad del escaparate. En ambos casos prima el bolsillo que hace del sueño sinónimo de frustración.

Dibuixos: Nil Bartolozzi //