Foto: Mon Carrera
El escritor y fotógrafo Willy Uribe asistió el pasado martes 23 de abril a una de las mejores explosiones loopoéticas del año: actuar en la calle, entre Sant Vicenç y Ferlandina en pleno Raval. Pensábamos salir derrotados por culpa del Barça, pero al final acudió mucha gente y fue un show Lotófago totalmente diferente, con mucha energía por la calle, las personas, un borracho inesperado y las ganas que teníamos de liarla muy bestia. Willy ha escrito en su blog de la jornada, no sin ofrecer unas fotos rápidas como esos 47 minutos que tardaremos en olvidar. Puedes leer y ver las imágenes aquí
lunes, 29 de abril de 2013
Diálogo con Sergio del Molino en Sigueleyendo
Diálogo con Sergio del Molino, por Jordi Corominas i Julián
“At the violet hour, when the eyes and back
turn upward from the desk, when the human
[waits
like a taxi throbbing waiting.”
(T.S. Eliot, La tierra baldía)
Mi deseo sería quedar cara a cara con Sergio del Molino, pero no
conseguimos, pese a más de mil intentos, que nuestras agendas coincidan, como
si el capricho impidiera juntarnos. Fracasamos en 2012 cuando tenía que
presentarle No habrá más enemigo y la idea colisionó por confusiones nuestras y
porque venía a Barcelona el mismo día que charlé con Enrique Vila-Matas con
motivo de la presentación de Aire de Dylan. Más tarde, es la gran suerte de las
redes sociales, hemos hablado mucho, pero Barcelona, Madrid y Zaragoza parecían
ubicarse en las antípodas.
No me gustan las entrevistas por correo electrónico. Sé que hay compañeros
que dicen preferirlas porque así se ahorran la transcripción, pero eso es de
horteras. Lo mejor de un diálogo es mirar a los ojos del entrevistado,
compartir una copa de lo que sea y dejar que la velocidad del pregunta
respuesta fluya con naturalidad. Como por escrito eso resulta más complicado
decidimos que usaríamos el chat de Gmail para mantener una coherencia que
permitiera la inmediatez y no propiciara eso que también gusta a otros compañeros:
si le mandas las preguntas al escritor por e-mail las cuestiones se las piensa
bien y de este modo el trabajo es más fácil, nulo esfuerzo, mucha recompensa.
En fin, a las 22:39 horas Sergio se preparó un sándwich. Al cabo de un
minuto me puse el pijama, esperé mi interlocutor devorará su bocado, me puse
algo de música y observé atontado la pantalla. A las 22:49, más preciso que
cien mil británicos, El autor de La hora violeta me saludó y nos pusimos manos
a la obra. Por una vez no puedo terminar la típica previa con el clásico
enciendo la grabadora. Bueno, sí, ya lo he hecho. Disparamos.
La primera pregunta es obvia. ¿En qué momento decides que
merece la pena plasmar algo tan personal como la muerte de Pablo?
En realidad, no quería plasmar la muerte de Pablo, sino mi experiencia
de su enfermedad, cómo su enfermedad nos había enfermado a sus padres para
siempre, y cómo su muerte nos había matado. Lo decidí muy pronto, fue una
reacción prácticamente instintiva.
Lo que me costó más madurar fue si debía o no publicarlo, pero yo no sé
escribir para mí, no me guardo nada en los cajones.
Bueno, es cierto, porque lo que cuenta es el proceso, que
es lo que se narra en el libro, de hecho me pareció muy elegante desde un punto
de vista estilístico el hecho de no exhibir la agonía
Más que por elegancia, era un imperativo estético y, por
tanto, moral. No podía narrar su agonía sin caer en el melodrama que tanto he
aborrecido. La elipsis era la única opción plausible y posible. Cualquier otro
acercamiento hubiera desmoronado los supuestos de contención narrativa y de
sobriedad que han inspirado La hora violeta. Al margen, claro, hay un
componente de pudor. De hecho, no es la única elipsis del libro. Lo más grosero
y morboso de la enfermedad está en elipsis.
El otro día, un crítico decía que narraba pormenorizadamente toda la
enfermedad y el tratamiento. No es verdad: la narración está cuidadosamente
seleccionada y sesgada, como puede intuir cualquiera que sepa de qué va la
quimioterapia.
En lo que me mencionas de la contención
narrativa, te lo iba a decir ahora mismo, también entra el pudor. Supongo que
escribir un libro así es una experiencia completamente diferente, en el sentido
que nunca más escribirás nada parecido. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
Ojala nunca escriba nada parecido. No creo que nadie pueda salir
cuerdo o vivo de dos experiencias parecidas en una sola vida. El proceso de
escritura fue paradójicamente doloroso y agradable. Por un lado, me permitía
reencontrarme con los recuerdos de mi hijo y trabajarlos, a la vez que me
obligaba a repensar mi paternidad y a profundizar en la relación con Pablo. Por
otra parte, claro, era hurgar en la herida, por usar un símil manido. Pero no
fue duro. Lo convertí en una rutina casi entrañable.
Entrañable en
un sentido de recuperación de memoria??
Claro, y de hurgar en las entrañas. Para mí, hablar de mi hijo,
recordarle, esforzarme por revivir su olor, su cara y su tacto, es placentero.
Es algo que poca gente entiende. Creen que necesitamos el silencio, pero el
silencio lo necesitan los demás. Son los otros quienes no quieren enfrentarse a
la expresión de nuestro dolor. Nosotros (me refiero a los padres dolientes),
muchas veces necesitamos sacarlo, hablar, trabajar el recuerdo.
Yo creo que algo que deja KO al lector, además de lo que
se cuenta, precisamente es como se cuenta, entre otras cosas porque hay un poética
de lo cotidiano y del sentimiento muy fuerte
Me gusta eso de
la poética de lo cotidiano. Así es: el libro es una añoranza por la vida
sencilla, casi un alegato burgués, anti-beat. Busco constantemente la
normalidad que la enfermedad nos ha arrebatado. Mi personaje en el libro
persigue lo contrario a la aventura. Creo que lo digo en algún momento: quienes
persiguen la intensidad, no saben lo que realmente están invocando. Yo no
quiero más intensidad en mi vida, no quiero tragedia, por eso escribo mi libro
en tono menor.
La poética
de lo cotidiano la estableces desde el título y esto para quien se fije haría
entender muchas cosas que ya están en los versos de T.S. Eliot
En Eliot está todo, aunque como ahora nadie lee poesía (no leemos
novelas, como para leer a poetas), no nos enteramos. La tierra baldía es un
sillón de orejas con chimenea, es el deseo de felicidad cotidiana. A Eliot le
repele el frío del mundo y se ríe de los cursis aventureros.
Y sufre por la gente normal, pienso en el fragmento del
bar, y necesita criticar la pasividad. En este sentido un giro eliotiano lógico
al hablar de tu hora violeta es la valentía, aunque por otra parte no creo que
tú pienses mucho en ella
En absoluto. Ni en mí como escritor ni como padre. Sí que he pensado
mucho, sin embargo, en la cobardía.
¿La cobardía individual o colectiva, propia o ajena?
La cobardía individual y ajena. La forma en que la sociedad (los
individuos que la forman) se alejan del dolor y tapan al doliente. Las
presiones para que los que sufren no molesten con sus lamentos, la incapacidad
para consolar...Incluso las reacciones de algunos padres ante la enfermedad de
sus hijos. He visto cosas horribles. Pero no creo que yo, por oposición, sea
valiente. Simplemente, he seguido mi instinto. Somos mamíferos con instinto de
conservación. La cobardía va en contra de nuestra condición biológica, es
plenamente cultural. Y yo soy un asilvestrado.
Precisamente una de las cosas más bonitas del libro es
que hay un permanente diálogo que se puede leer a dos niveles: el mismo libro y
la constante mención a otros que os acompañan en el proceso
Es que la carta de amor que es La hora violeta también va dirigida a
quienes han sabido acompañarnos y protegernos, porque es muy difícil acompañar
un dolor como el que hemos sufrido mi pareja y yo. La sociedad no lo pone fácil.
Hay una cosa que los psicólogos llaman "duelo patológico", que supone
que, si no superas el dolor en un plazo determinado, es que lo has
patologizado. Es decir, que ya no estás triste, sino, oficialmente, enfermo. Y
necesitas cura. Hemos convertido la tristeza en una enfermedad. Y en una
sociedad donde los tristes somos enfermos, es muy difícil encontrar comprensión
y amistad.
Y en una sociedad que privilegia al individuo desde un
sentido egoísta lo que cuentas muestra una feroz crítica contra determinadas
cosas que estamos perdiendo, y no me refiero sólo a la sanidad pública
Estamos perdiendo (o hemos perdido ya) la capacidad para sentir y
comprender los sentimientos intensos. Más allá de los prejuicios hedonistas,
hemos creado un mundo aséptico e indoloro, y hemos perdido la costumbre de
tratar el dolor y enfrentarnos a él.
Incluso se
lo inculcamos a los niños, mediante una educación sobreprotectora. Nuestros
abuelos sabían acompañar a alguien triste. Nuestros abuelos no pensaban en
duelos patológicos.
Claro, las mismas objeciones que se le hacen a mi libro pueden planteárselas
a las coplas de Jorge Manrique. Y, si las llevamos a un nivel superior,
invalidarían la mitad de la literatura universal. Pienso que toda literatura es
autobiográfica. Al menos, la literatura que penetra y emociona. Si consigue eso
es porque el autor está plenamente insertado en ella. Incluso Lovecraft o
Philip K. Dick hacen literatura autobiográfica. Yo, simplemente, la hago sin símbolos
ni retórica.
Llamo al
dolor, dolor, no lo enseño en forma de monstruo fantástico.
Sí, y criticar
decir las cosas por su nombre es aceptar la banalización y también cargar
contra el realismo, al que no deberíamos denostar nunca, y menos en una época
como la nuestra.
De todas formas, han sido críticas muy menores y en foros de muy corto
recorrido. Creo que, en general, las reacciones son positivas. O negativamente
positivas, en el sentido de que los lectores y los críticos han entendido el
tono y la razón de ser del libro. Con esto quiero decir que no me siento
agraviado. De hecho, si no existieran las Google Alerts, ni me habría enterado
de la mitad de esas críticas.
Obvio, más allá de las críticas creo que por otra parte
otra cosa que impacta del libro es que tratas la normalidad, seamos
redundantes, con pasmosa normalidad. En una obra así cualquier aliño era
innecesario, ¿verdad?
El horror no necesita adjetivos. Creo que fue John Reed (un grandísimo
manipulador, y, por ello, un gran contador de historias) quien lo dijo cuando
cubrió las guerras de los Balcanes. La retórica sólo banaliza el horror. Pero,
además, lo retrato así porque así lo vivimos. Porque, como dice Umbral, se
puede vivir en el horror. De hecho, mucha gente vive en el horror. Y, cuando el
horror es tu vida, deviene algo normal que expresas con normalidad. No puedes
estar llenando de símiles y figuras retóricas cada paso de tu vida, por muy
horrible que esta sea. He tratado de transmitir esa idea: que los que vivimos
en el horror, a veces incluso estamos cómodos en él, porque es nuestra vida. Si
no, nos mataríamos. Nadie puede soportar un dolor intenso y constante mucho
tiempo.
Y tanto para ti como
para el lector la gran prueba-ellos desde el libro, tú desde la experiencia, es
aceptar el horror en la normalidad pura y dura, que en este caso, para más
INRI, se ceba con un niño.
Es que no hay más remedio que
aceptarlo. Cualquier otra respuesta conduce a la locura. Un cristiano se
preguntará por qué Dios lo castiga. Y quizá acepte ese castigo, pero a mí me
resulta más práctico aceptar la fatalidad como algo inexplicable fruto del azar.
Simplemente, hay que enfrentarse a ella con todas tus fuerzas.
Y supongo que en el mismo proceso de escritura, en tu
caso concreto, está una de las herramientas para superarla, como si con ello le
miraras los ojos, cara a cara
No, eso no se supera nunca. El dolor ni mengua ni se entiende. La
literatura sólo me ha servido para trasladarla a unos términos que soy capaz de
dominar. En la literatura, al poner mi experiencia en clave narrativa, siento
que puedo gobernarla. O, mejor, que puedo transportarla. Al principio, la pena
es algo informe, muy ruidoso y que satura todo. Al meterla en un libro, puedo
llevarla conmigo, sellar un pacto para que no me destruya, pero es como las
lamparitas de los genios: el horror sigue ahí dentro, y puede liberarse en
cualquier momento. Aunque, así, encapsulado entre las páginas de un libro y
puesto en una estantería, parezca inofensivo. También las lámparas de los
genios parecen un elemento decorativo hasta que alguien las frota.
El libro, cualquier libro
pero este más, tiene la misión esencial de transmitir, entiendo por lo que me
dices que con el exteriorizas, pero claro, lo interno, lo que te acompaña, es
inasible y no puede salir...
No le permito que salga. Por eso puedo mantener esta conversación
contigo. Por eso no estoy con una camisa de fuerza en una celda acolchada. Los
mamíferos no estamos preparados genéticamente para ver morir a nuestras crías.
Nos volvemos locos cuando eso pasa. Nuestro cerebro no lo asume, es biológicamente
incapaz.
Sí, yo viví un
proceso que no es como el que cuentas, pero mi prima tuvo leucemia a los seis años,
por eso creo que entendí más cosas, pero la diferencia básica es que yo no he
sido padre, por eso supongo que no puedo captar todo aunque lo entienda al
100%.
Puedes entenderlo perfectamente, y más si has visto un caso en tu
familia. Lo que yo planteo quizá va más allá en el sentido de que, gracias a la
dura racionalización que he hecho, he trampeado el cortocircuito que hay en mi
cabeza. Le he hecho un puente a mi cerebro. Pero no hace falta ser padre para
entender el dolor que hay en el libro. Basta con querer a alguien.
Me he fijado que en muchas reseñas los críticos casi
parecen jugar a buscar tus influencias para La hora violeta. Además de Umbral,
que autores han estado presentes a lo largo de la gestación del libro?
Pues una referencia muy intensa pero apenas nombrada es Primo Levi.
Pensaba mucho en su relato de la vida en el Lager, en la culpa de los
supervivientes, en la vivencia del horror. Aunque sea una experiencia en
apariencia tan alejada de lo mío, el encierro hospitalario tiene algo de
concentracionario. Me identificaba mucho con su forma de enfrentarse al dolor.
Especialmente, en el capítulo en el que su compañero de tortura le pide que le
enseñe italiano y él lo hace recitándole estrofas de la Divina Comedia mientras
acarrean piezas de acero descalzos por la nieve. Dice que podía sonar raro e
inverosímil que un prisionero del Lager recitara a Dante en vez de abismarse en
su desgracia, pero que esa era la única forma de sobrevivir, agarrarse a la añoranza
por el mundo culto que ha sido destruido. Yo busqué mis propios versos de la
Divina Comedia para vivir a mi dolor.
Lo de Levi me gusta mucho, y por otra parte entronca con
algo que me parece característico de ti, aunque quizá me aventure: que sabes ir
de lo colectivo a lo particular con mucha naturalidad, pienso en Eliot, lo que
mencioné antes del título, y en el ejemplo que acabas de poner.
Supongo que tiene que ver con mi carácter autodidacta y diletante.
Vampirizo referencias y las incorporo a mi vida porque no he tenido profesores
que me dijeran que eso estaba mal.
Bueno, pero eso es la libertad del creador, lo que dices es
naturalidad, que expresas de forma muy clara, y da un plus al libro, a partir
de la musicalidad que surca el libro.
Me ha costado mucho dotar a mi literatura de esa tersura natural. Mi
evolución literaria es casi juanramoniana, en el sentido de que me he
desbarroquizado. Toda mi trayectoria literaria ha sido un esfuerzo por quitarme
la ropa de gala y ponerme el pijama. Ahora escribo siempre en pijama. Es una
actitud estética y moral. Por eso digo que escribo en tono menor. Y eso es muy
difícil, al menos para mí, porque cuando te sientas a escribir, te dominan
sentimientos de grandeza. Quieres hacer LA OBRA, la gran novela americana,
ganar el Nobel, qué sé yo. Y te pones estupendo. Lo natural es ponerse
estupendo. Lo que cuesta mucho es bajarse los humos y escribir en pantuflas.
Eso ya lo tenía antes de escribir La hora violeta. De hecho, sin esa convicción
previa, no me habría salido nunca un libro así.
Estoy completamente de acuerdo con lo que dices, y me
parece que seguramente ejemplifica una tendencia que no es nueva, pero que creo
se irá imponiendo en la literatura española. De una especie de grandilocuencia
justo antes de la crisis y durante su primera fase hemos pasado a una fase
donde cada vez detecto más escritores con la humildad por bandera, la humildad
y la constancia en la creación.
Es que si no, esto se pondría insoportable. Ojo, que no estoy en
contra de los egos superdesarrollados. Cada cual ha de encontrar su tono y su
forma de estar en el mundo literario. Para que los humildes destaquemos, tiene
que haber monstruos grandilocuentes con los que nos puedan comparar. Si todos
fuéramos guapos, nadie sería guapo: los feos somos necesarios para que exista
la belleza. Pero, sobre todo para aquellos que utilizamos nuestra propia vida
como materia narrativa fundamental, la humildad y el pijama son herramientas
imprescindibles. Si queremos hacer un libro que alguien pueda leer, claro.
Algo que me
interesa de tu trayectoria es que no creo que hasta el momento hayas escrito
ningún libro igual.¿Cómo
te ves como narrador? Otra cosa que pregunto mucho cuando encuentro a
narradores, deformación mía por ser poeta, con sentido lírico es si te atreverías
con la poesía
Ni de coña. La poesía es para los listos.
Yo no sé hacer eso, no sé contenerme en unos pocos versos. Necesito prosa con
su río lleno de meandros. Me ahogo en los arroyuelos, no sé manejarlos. Como
narrador, me veo ahora más seguro. Tengo confianza en mi voz y tengo claro por
donde quiero correr mi carrera literaria. O, al menos, mucho más claro que
cuando empecé a publicar. Me gustaría seguir puliendo mi instinto, domar mi
voz, entender algo de lo que siento y me pasa y hacerlo comprensible a otros.
Dudo mucho que lo consiga, pero seguiré la máxima de Samuel Beckett y me
equivocaré siempre, aunque cada vez un poco mejor. Os envidio mucho a los
poetas, que lo sepas. Sois un enorme misterio para mí. Un enorme y
maravilloso misterio.
¿Por
donde irán los tiros de tu próximo libro?
Mi próximo libro, que está ya escrito y en fase de corrección y
relectura, es ficción, aunque inspirada en el pueblo valenciano donde viví de
niño. Es una novela muy técnica, concisa, con unidad de tiempo y acción.
Algunos críticos me decían que tengo muy buen estilo y soy muy buen prosista,
pero me falla la técnica. Esto pretende demostrar que también puedo ser un
novelista muy técnico cuando me da la gana, y hacer artefactos narrativos de
precisión. Me gustaría alternar este tipo de novelas con otras de "no
ficción".
Bueno, ahí entra tu vertiente periodística, que creo que
sí se nota en lo que escribes.
No lo sé, mi obra literaria se
ha escrito contra mi obra periodística. He destruido la segunda para levantar
la primera.
Pero sí, se nota en enfoques y en como piensas las cosas.
Lo de la estructura me obsesiona; por lo que dices deduzco que eres un escritor
de instinto, lo digo porque yo mismo con la poesía dejo que las ideas reposen
en mi cabeza hasta que tengo la estructura configuradísima, luego el texto sale
casi solo, pero antes he estado nueve meses dándole vueltas al conjunto.
Según lo requiera el texto. En esta última novela he dejado el
instinto a un lado y me he disciplinado mucho, trabajando la parte técnica un
montón. Pero en la no ficción prefiero que asome el instinto, porque busco
libros más híbridos, que la historia encuentre ella misma su tono. Esos libros
los maduro mucho en la cabeza antes de sentarme.
Para terminar
vuelvo a T.S. Eliot. ¿Se cansará la normalidad de esperarnos? ¿No crees
que en nuestro tiempo es más necesario que nunca que la literatura hable de lo
cotidiano sin barroquismos? Me obsesiona el tema de la novela de crisis y en
muchas, salvo quizá en la de Chirbes, noto siempre mucha pirotecnia, demasiada.
No se cansará porque las circunstancias nos van a conducir a ella. La
novela de crisis aún no existe, tiene que macerar todo un poco. Además, aún no
hemos visto nada. Todavía no ha ardido el Paseo de Gracia. Cuando las sedes de
los bancos humeen y estemos reventados de sentimientos intensos y de tragedia,
volveremos al relato sereno porque anhelaremos el hogar perdido, ese que nos
quitaron o nos quemaron. Es una constante histórica y estética: las sociedades
aburguesadas añoran la vida del vagabundo, y las sociedades vagabundas añoran
la vida del burgués. Para escribir como un burgués necesitamos volver a ser
vagabundos, porque la novela no va de reflejar realidades, sino de soñar y
suspirar anhelos. Yo ya he vivido mi peor tragedia y he construido mi utopía
cotidiana desde mi propia intemperie. Cuando la otra intemperie nos alcance a
todos, soñaremos y suspiraremos todos por lo cotidiano perdido, o que no
llegamos a conocer.
domingo, 28 de abril de 2013
Poemas en la revista Luke
Kepa Murua me ofreció hace poco publicar poemas en su revista Luke, y acepté encantado. Son dos que aún no han visto la luz en formato libro, pero que, espero, lo harán en un futuro. Si quieres leerlos puedes clickar aquí
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Jordi Corominas,
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Revista Luke
sábado, 27 de abril de 2013
Diálogo con Manuel Vilas en Sigueleyendo
Diálogo con Manuel Vilas, por Jordi
Corominas i Julián
La
primera secuencia de la charla que leeréis a continuación se inicia en A
Coruña. Me encuentro con Manuel Vilas en el marco del Festival Coruña
Mayúscula. Nos damos la mano, nos abrazamos y charlamos un ratillo antes de su
recital. ¿Has recibido la novela? Sí, pero la leeré en vacaciones.
El
segundo acto es en la radio, como si su jueves en Barcelona deparara una
entrevista que no sólo recogen estas páginas. Recitamos juntos su poema La
España de la Transición en el programa Todos somos sospechosos de Radio 3,
intercambiamos pareceres sobre El luminoso regalo con Laura González, reímos
mucho y luego cogemos un taxi para proseguir la charla entre Bob Dylan,
Vila-Matas, el Pop, los macro edificios de las capitales de provincias que la
crisis ha dejado más vacíos de lo que ya son y la vida, así, en general.
Finalmente
el tercer acto es lo que podréis leer a continuación. Nos sentamos en la mesa
del bar de un céntrico hotel barcelonés. Manolo, siempre la misma ventana. Es
el destino. O lo que sea. ¿Cómo estás? Tarde o temprano deberé encender la
grabadora. Una vez transcrito nuestro intercambio de pareceres me doy cuenta
que me he dejado muchas cosas en el tintero, desde el símil de los
protagonistas con Tristán e Isolda de Cocteau hasta otras pequeñeces que me
revela la presentación del libro, broche de oro de la jornada. A veces en lo
incompleto radica una insaciable voluntad de conocimiento. Le doy al play.
Jordi Corominas i Julián: En A
Coruña me dijiste que no me asustara, que El luminoso regalo es más largo
porque has trabajado veinte minutos más cada día. En tu nueva novela hay menos
humor, más extensión y un cambio de paradigma. ¿Es un cambio buscado?
Manuel Vilas: Me
gusta que el escritor, como artista que es, cambie, que haga de repente algo no
previsto en su trayectoria. Evitar saltarse el encasillamiento me parece
atractivo, pero la razón principal, muy normal, es que quería explorar otros
territorios. El mundo literario de mis anteriores novelas ya estaba concluido.
Pero quien haya leído tus
anteriores novelas podrá intuirlas en El luminoso regalo.
Sí,
claro, la marca Vilas como quien dice. El cambio no es absoluto, pero sí es un
cambio importante.
La vertiente humorística no está
tan potenciada, pero tu estilo veloz también genera esa risa, el humor tan
propio que te ha caracterizado.
Pero
en esta novela no hay humor.
No hay humor, pero por frases ideas se intuye desde un poso muy amargo.
Hay
provocación y una mirada muy mía, esto permanece en la novela.
Y el sexo también lo habías tratado
desde un punto de vista humorístico y desatado, pero ahora se vuelve salvaje y
cruel.
Cruel
y real. El problema es que aquí se vuelve todo real. Lo otro era una
celebración del sexo y ahora ya no lo hago. He cambiado mi manera de ver las
cosas, miro el mundo de otra forma. Me parece normal que esto haya pasado.
Pero el amor sigue siendo el motor
que articula la novela.
Ya
no lo veo tan claro. Mi poesía completa la titulé amor, y he hablado mucho del
tema en mis libros, pero creo que ya no hablaré mucho de amor. (Risas)
Víctor Dilan, pese a su incesante
actividad sexual, tiene un anhelo de amor.
Busca
el amor de una forma muy equivocada, cruel. Es un hombre que se autodestruye y
lo sabe. El amor que sale en esta novela no es como el de las otras obras, es
muy diferente.
Pero El luminoso regalo podría ser
el amor, aunque si lees la novela puedes descubrir que tiene mil variantes,
puede ser muchas cosas.
Sí,
de hecho además el lector cree que se titula así por una razón y si lee hasta
la última página se dará cuenta que la razón del título es otra, efectivamente.
A veces pienso que con la
proliferación de sexo de la novela querías parodiar un determinado tipo de
literatura que invade las librerías de aeropuertos y el metro de cualquier ciudad. El sexo de El
luminoso regalo es cosa seria, lo abordas con un rigor que no permite la broma.
Hay
una visión trascendental del sexo, es una metafísica del sexo, un misticismo.
El erotismo y el sexo los identificamos, pero son conceptos distintos, prefiero
hablar del erotismo, donde existe un gran misterio, y Víctor Dilan sabe que en
el erotismo está la clave de la vida.
¿El erotismo como seducción?
El
erotismo como sexo, como copulación, fornicación y transgresión sexual, que
abundan en la novela. Recuerdo el momento en que una señora invita a Víctor a
su habitación de hotel y, de repente, aparece el marido por detrás cuando está
a punto de penetrarla. Hay toda una casuística de posibilidades que quieren
dibujar la complejidad del sexo.
Hay poemas tuyos en Amor donde este
paradigma de la habitación de hotel, el sexo y el alcohol ya están presentes.
En este sentido El luminoso regalo es una evolución.
Estás
hablando de un poema de El cielo, mi poemario del año 2000, donde había un
personaje muy bebedor, fornicador y que iba de hotel en hotel. Era festivo.
Víctor es maligno.
¿Por qué esta malignidad?
Porque
creo que en el fondo del erotismo está el mal. El tema del mal me interesa, así
como el tema de la insaciabilidad, que es lo que padece Víctor. Se acuesta con
un sinfín de mujeres, además las cuenta.
Ester tiene un número perfecto que
sale a partir de un poema de Jaime Gil de Biedma.
Cuatrocientas.
¿Cuál es la cantidad de la promiscuidad? Gil de Biedma da ese número.
Y ahí Ester hasta se pone romántica
pensando que Víctor será el cuatrocientos. En realidad la acumulación de
cuerpos es codicia capitalista.
El
sexo en la novela es codicia, es su fundamento codiciar el cuerpo del otro,
poseerlo, como quien compra y decide adquirir algo, esa pulsión codiciosa.
Él no sólo codicia el cuerpo,
también, casi como un esteta, codicia el detalle, como su gusto por observar a
sus amantes mientras orinan.
Es
cierto. En el erotismo también está lo excremental. La parte excremental tiene
una gran tradición. El amor es el lugar del excremento, puede ser maloliente,
sucio, sórdido y asqueroso. Su obsesión por la orina es un límite, todo lo
líquido del erotismo es pegajoso y nos recuerda lo nauseabundo, como lo es el
sexo en ese sentido. El flujo vaginal y el semen son realidades nauseabundas.
Y en ocasiones el lenguaje que usas
es muy exagerado.
Yo
lo único que hago es pensar sobre el sexo heterosexual, donde hay flujos
vaginales, semen, saliva, pelos. De todo hay.
De todo hay en la viña del señor.
Esa
parte forma parte del amor, hay que incluirla.
En las relaciones de parejas, como
mínimo en literatura, no se repara en eso, pero en las relaciones esporádicas
es todo mucho más bestia.
La
relación de pareja establecida, el matrimonio, no tiene ese vértigo de los
encuentros casuales. Me interesaba la depredación, la cosa de dos que se
conocen y se ponen a follar al cabo de un rato. Mi novela tiene algo de Shame,
su personaje protagonista es muy parecido al mío.
Sin tener la vertiente bisexual del
de la película.
No
la tiene, de hecho su hija hereda el don de la promiscuidad y delante de la
tumba de su padre dice: tú sólo supiste copular con un hombre, estabas
limitado, yo ya no lo estoy. Folla con hombres y mujeres.
La evolución de la estirpe, o algo
así. La posesión conlleva autodestrucción.
Hay
un problema fundamental en la vida de Víctor: la destrucción de su matrimonio.
Al divorciarse cae en una depresión y su ex mujer le organiza la vida para que
no caiga en el abismo. Pero una vez repuesto vuelve a las andadas.
La depresión le sirve para
confirmar sus pulsiones.
Claro,
y aquí entra el tema de la culpa. Se siente culpable por haber roto el
matrimonio. El matrimonio es muy importante en nuestra configuración cultural
como seres humanos, es una invención brutal. Quien dice matrimonio dice todas
las relaciones de pareja.
Es una invención sublime porque
permite el control.
La
vida conyugal con o sin papeles es un ordenamiento del sexo. Si la gente se
dedicara a mantener relaciones sexuales sin control la civilización se
hundiría. Víctor dice que si fornicáramos cada día a la buena de Dios se
hundirían la ONU, los Estados Unidos, el FMI y la Unión Europea. La novela en
realidad habla de cómo estamos todo el santo día reprimiéndonos.
Pero aquí quitas la máscara a la
gente.
Pero
no paramos de reprimirnos. Bataille dice que un homínido debe copular tres
veces diarias. No lo hacemos, pero nuestra genética lo dicta.
Pero si el mundo estuviera diseñado
para el fornicio seguro que cruzarías miradas con una, irías a una habitación
habilitada para el sexo y sí follarías tres o más veces al día.
Por
supuesto. Este atavismo es el que quiero recordar en la novela, y es real. Los
hombres y las mujeres reprimen mucho sus instintos sexuales, que son animales.
Aquí quizá más los hombres porque la novela está escrita desde un punto de
vista masculino.
Pero aquí es romper el escaparate y
quitarse la máscara. El hecho de situar todas las cópulas en interiores lo
propicia aún más.
El
erotismo inventa el amor, y de ahí aparecen la fidelidad, la lealtad y el
concepto de matrimonio, que es una mini empresa de auxilios mutuos dentro del
capitalismo. En la sociología se dice que los solteros duran menos que los
casados. ¿Por qué? Porque desde un punto de vista empresarial está
desprotegido.
Pero consume más.
Pero
cuando tiene un problema real sólo se tiene a sí mismo.
Sólo puede ser un buen soltero si
vive su madre.
Muy
bien visto, es verdad. En cambio, el matrimonio es una buena organización.
Y aquí lo niegas y lo afirmas. Lo
niega por insaciabilidad, pero cuando lo pierde queda tocado y hundido.
Porque
en su matrimonio había amor.
¿Qué le queda después?
Un
viaje muy acelerado hacia el final desde la depredación.
La novela es un juego con muchas
cajas, que aquí a veces se abren por menciones culturales. ¿Cómo las enfocas en
la novela?
Siempre
me ha fascinado Eva Braun, una mujer que con treinta y tres años decide morir
junto a un hombre de cincuenta y seis. ¿Fue ella la causante de la Segunda
Guerra Mundial? No sabremos si su relación sexual era buena.
El amor nazi.
En
el Tercer Reich está el atavismo del mal absoluto, y me interesa jugar con esas
cosas que nos devuelven al atavismo de la especie, a la noche de la especie,
antes de la civilización, a los previos de la civilización.
Y Víctor ejemplifica bien lo que
dices. Es un don Juan posmoderna que ejecuta bien los rituales de seducción
capitalista, pero una vez las ejecuta se vuelve un salvaje.
En
la cama es un salvaje, pero ellas también lo son con él, porque las
masculiniza.
¿Todo es una construcción mental
suya?
Eso
es una posibilidad de lectura.
Pero de todos modos el lenguaje
sexual de ellas es increíblemente sucio, pero puede ser muy real.
El
sexo cuanto más guarro es más sexo es. Es una paradoja que todo el mundo acepta
pero nadie quiere reconocer. Vivimos en la contradicción de haber generado una
gran estructura que es el erotismo y, por otra parte, reprimir muchos
instintos. No hay cosa más antinatural que la fidelidad, una invención
cultural, otra cosa es la realidad biológica.
La fidelidad genera represión.
Cuéntale
a ratas, vacas, perros y caballos sobre la fidelidad, a ver qué dicen. La
prueba del algodón es la pervivencia del horror del incesto, que sigue siendo
horrible y asqueroso, de las cosas más terribles que uno pueda pensar. ¿Por
qué?
Por sangre.
¿Pero
dónde está? Levi Strauss decía que la razón del incesto es que está mal visto a
nivel tribal que el padre se quedara con la hija y no la ofreciera a la
comunidad. Es un origen capitalista.
Pero es la convención de
convenciones porque es intocable.
El
sexo y el erotismo son problemas sin resolver. ¿Qué hemos resuelto? El
analfabetismo. El hambre, aunque ahora vuelva, también. En Europa no hay
guerras, pero el erotismo y el sexo siguen irresueltas. ¿Por qué el incesto
sigue siendo un tabú?
Fellini hablaba del inconsciente
católico, y en España su teoría se cumple a lo bestia.
Sí,
y la infidelidad genera culpa, que es una reacción bioquímica del cerebro, no
es real, porque no has matado a nadie. Sin embargo, como homínidos,
consideramos la monogamia como algo problemático.
Pero él es mucho de ese discurso de
follar con muchas y seguir queriendo a su pareja.
Sí,
lo tiene normalizado. Tiene una relación con una antigua amante y le dice que
no hace nada malo mientras no se lo cuenten a sus parejas. Luego cambia y le
dice a otra, Claudia Montes, que se lo diga a su marido antes de morir. Eso es
curioso, un tema moral muy fuerte: la cantidad de maridos y mujeres que han
muerto sin enterarse de la infidelidad de sus parejas.
Esa parte de la novela me resulta
muy graciosa, porque estando en el sanatorio, porque parece La montaña mágica,
pero no, es otra cosa.
Eso
es muy importante, porque la novela tiene mil claves de lectura, es un
caleidoscopio.
Totalmente, pero puedes poner la
lectura cristiana de la novela. Víctor Dilan por su voluntad de irse con todas
aspira a ser Jesucristo.
Sí,
porque busca la totalidad, ambiciona la vida entera, nunca se conforma. Hay un
momento en que dice que el único sentido de su vida es exhibirse delante de las
mujeres. No sabe si las mujeres lo desean, y si no es así no puede aceptarlo.
Aquí entra algo que no aparece
tanto en la novela porque se desarrolla en interiores: el galanteo perpetuo de
la calle.
El
mundo es erotismo, todo es erotismo. Las miradas en la calle, los tonteos en
las farmacias. Está en todas partes, y hemos generado una estructura de control
de estos impulsos para que exista la civilización, que es buena. Ha creado la
cultura y la penicilina. Una de las bases sobre las que se sustenta es la
represión sexual. En Víctor el atavismo de la noche de la especie, el homínido
fornicador e insaciable, está ahí.
Pero tal como lo describes su forma
de ver el sexo puede ser hasta normal sin la represión, y aún así creo que él
se reprime de un modo u otro.
Dígame,
dígame, en estos momentos no puedo atenderle. (Manuel recibe una llamada de una
compañía de telefonía móvil).
Cambiemos de tercio, vayamos a la
parte más literaria de la novela. Cuéntame la influencia de Cumbres borrascosas
en El luminoso regalo.
Víctor
es un apasionado de esa novela, y a mí también me apasiona. Es una novela
extraordinaria y terrorífica. El luminoso regalo es una novela sobre el terror.
Víctor y Heathcliff están unidos por esa idea del mal, la destrucción y la
obsesión. Heathcliff destroza su vida y de los que están a su alrededor por su
obsesión con Cathy, y a Víctor le ocurre exactamente lo mismo.
Y también te generaba fascinación
el hecho de que hable con los muertos.
Hay
un momento en que Heathcliff cree hablar con el fantasma de Cathy. Me parece
muy emocionante el momento en que dos personajes se han amado mucho, ha pasado
mucho el tiempo y se produce la posibilidad de una charla entre ambos, aunque
uno esté muerto. Ester deja caer su cabellera rubia sobre los huesos de Víctor.
El lector con eso recibe un puyazo brutal, porque Ester pasa de ninfómana a
enamorada.
El hombre moderno de repente se
vuelve antiguo.
Podemos
ser muchas cosas. Me interesaba ese quiebro.
Pasas de lo romántico a la
inevitable referencia de no poder pensar en la literatura sin el cine y la
música.
El
cine y la música son elementos vivos de nuestra cultura, por eso son Pop. Podía
haber escrito la novela sin esos elementos, aún así toda la novela gira
alrededor del monolito de Kubrick de 2001, y a lo largo del texto hay
constantes menciones y homenajes a dos películas de Lars von Trier: Anticristo
y Melancolía.
Y reina el caos como en el
dérèglement de tous les sens de Rimbaud.
El
desorden de los sentidos que podemos relacionar con el erotismo y la
promiscuidad.
Y es el caos del mundo
contemporáneo.
Así
es.
¿Y aquí cómo metemos a Bob Dylan?
Es
una ironía cultural y un homenaje icónico a su figura. También está la fuerza
del Pop a la hora de liberalizar el sexo, que comienza en los sesenta por la
música.
Luego escuchan el Let it Be en un
momento que quiere ser entrañable, pero no lo es.
En
todas mis novelas hay una banda sonora Pop muy importante.
¿Y esa coincidencia de Vilas y
Vila-Matas con Dylan?
Me
pareció que se me llevaban a Dylan, dicho de una manera completamente
divertida. En la literatura española hay cincuenta mil dylanianos, de Fresán a
Prado. Al ver el nombre de Dylan en una novela…
¿Dylan con i latina?
Mi
Dilan es un pseudónimo de un nombre real. Quitarle la y griega, castellanizarlo
es de una ironía total. El personaje dice que su apellido literario dio pie a
cincuenta mil erratas.
No sueles ocultar tus homenajes,
eres explícito.
Me
gusta homenajear y hacer juegos culturales, muchos juegos culturales dentro de
mis novelas. La idea de verbalizar el monolito de Kubrick, por ejemplo. Todo el
mundo que ve la película lo ve como un símbolo, el misterio de la evolución.
Dentro del monolito deberían aparecer los diez mandamientos. ¿Por qué debería
ser así? Kubrick deja un vacío verbal dentro y yo pongo el evangelio de Dilan
con frases de San Agustín, números absurdos, palabras de Cumbres borrascosas y
versos de Rimbaud.
Y desaparecerán como lágrimas en la
lluvia, que también sale.
Pobre
Blade Runner, sobreexplotado por los escritores españoles.
Fotos de Willy Uribe
viernes, 26 de abril de 2013
Miqui Otero en Todos somos sospechosos de Radio 3
Ayer por la noche Miqui Otero pasó por Radio 3 para hablarnos de su libro La cápsula del tiempo y también del festival Primera Persona. Laura González y servidor comentamos todo esto y más con este autor barcelonés. Si quieres escuchar la charla sólo debes clickar aquí
El crimen del soldado de Erri De Luca en Literaturas
/ Por Jordi Corominas i Julián
Autor.- Erri De Luca
Edita.- Seix Barral.-
Traducción.- Carlos Gumpert Melgosa
Nº de páginas.- 112
Edita.- Seix Barral.-
Traducción.- Carlos Gumpert Melgosa
Nº de páginas.- 112
/ Hay narradores que honran su oficio por mostrar un compromiso con la realidad a partir del detalle, que lleva a la concreción y, por lo tanto, a encontrar la esencia con escasas pinceladas que abrazan el todo. El napolitano Erri De Luca forma parte de este club. Sus novelas son pequeñas grandes obras de artesanía literaria donde, con pocas páginas, logra captar universos que para otros exigen toneladas de tinta y papel que viran hacia un innecesario barroquismo.
En este sentido El crimen del soldado, con sus virtudes y defectos, es ejemplar y mezcla con audacia la anécdota real con la ficción más absoluta. Imaginamos al escritor italiano en sus vericuetos mentales, cargados de obsesiones que desde unos máximos viran hacia lo mínimo. En esta ocasión la excusa que hace nacer la trama es el aprendizaje de la lengua hebrea. Desde ese punto caminamos hacia la clave poética del texto. Conocer los vocablos del yidish conduce a la traducción del poema El canto del pueblo del judío asesinado de Itzak Katzenelson, versos ocultados entre las raíces de un árbol del campo de concentración de Vittel, pueblo famoso por su agua. El llanto por la barbarie del Holocausto estaba, no podía ser de otro modo, oculto en una botella fue rescatado y conecta con otro libro que se menciona al inicio de la narración. En la familia Moskat, crónica de la Varsovia atenta al avance nazi en septiembre de 1939, el final puede leerse diversamente en función del idioma de lectura.
En la edición inglesa la alusión al Mesías indica tragedia, mientras que en la yidish apunta esperanza. Las dos versiones se unen con el canto de Katzenelson en la historia que De Luca nos cuenta con su habitual solvencia, resumida en un bar aislado en pleno siglo XXI, como si el pasado volviera desde lo inesperado para advertirnos de los posibles errores del presente. Metaliteratura sin pedantería, normalidad de fusión entre la letra y lo que se respira.
El novelista arriba al establecimiento, pide una cerveza y se sienta en una mesa a leer unos manuscritos hebreos. Al cabo de un rato una extraña pareja se sienta cerca. El hombre del dueto, mayor y tenso, cruza miradas con el supuesto protagonista y, al cabo de unos minutos, huye nervioso y despavorido. ¿Qué ha pasado?
Saltamos de escenario, nos movemos a Viena. Por el momento no hay simultaneidad, sólo la confesión de un drama. Una hija descubre que su padre el cartero fue un criminal de guerra. La verdad salpica y altera la convivencia cotidiana hasta que una nueva vuelta de tuerca entre carta y carta junta más piezas. La lucha entre la fachada y el interior se expresa en la curiosidad del culpable que analiza su condena desde la óptica de la derrota. Es una sombra que reparte misivas y circula por las calles, donde termina picándole el germen del enemigo. El viejo soldado se convierte en arqueólogo de la cábala y sus misterios.
Y ahí la conexión hacia el futuro siembra su semilla. El nazi paranoica se encierra en su domicilio en sus horas libres para repasar textos, hallar coincidencias y fascinarse en su búsqueda de un sentido de la Historia del mundo del que se ha exiliado por miedo a los barrotes. Su hija llora en silencio y le acompaña pese a la discrepancia fundamental.
La mezcla entre el estímulo intelectual y las zarpas de Clío en el devenir diario confluye en una posada alpina. El maestro nos ha guiado hasta la coincidencia con precisión y sí, parece que las últimas líneas sólo sean importantes para quien guste de cierto impacto previsible. La trascendencia se manifiesta en la efeméride y la forma de contar e hilvanar las teselas del mosaico, briznas de sabiduría en el eterno rompecabezas de Europa, el olvido que no cesa y las letras, bálsamo y advertencia, acicate de suave contundencia en medio de tanta mansedumbre.
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