miércoles, 11 de noviembre de 2009
Tribulaciones de una cajera en Literaturas.com
Jordi Corominas i Julián
Anna Sam, Tribulaciones de una cajera
Desconozco si en la Edad Media los gremios publicaron manuales sobre sus actividades. Lo dudo. En ese tiempo producir y comprar eran verbos que remitían a intercambios humanos fruto de la necesidad. Pocos eran los que querían algo más o caprichos de ocasión. Pocas son las firmas literarias de esa época sin nombre, donde la humanidad era una masa uniforme homologada por iglesias, monarquías y, en menor medida, burgueses.
Las cosas no han cambiado mucho en los últimos mil años. La apariencia nos desmentiría. Lo anónimo no está de moda, podemos gastar dinero en mil tonterías y además el trato se ha vuelto impersonal. Imagino a un carpintero del siglo XIII atendiendo a su cliente. Amabilidad, trato afable y un mínimo punto de confianza. Ahora éstas medidas van impuestas desde la hipocresía del usar y tirar, de la persona autómata, un ente palpable e invisible que quizá la cajera de supermercado simbolice mejor que nada, ni nadie.
Anna Sam pasó ocho años de su vida enganchada por contrato a una caja registradora. Licenciada en literatura, no tardó en comprobar el escaso valor de un título universitario en la posmodernidad. Portazos y más portazos. Convenía mostrarse carente de ambición y la entrevista para su puesto laboral la reafirmó en sus ideas. Ignoraba empezar una larga etapa en la que tendría muchas horas para pensar y analizar el comportamiento humano.
Desde nuestro punto de vista Tribulaciones de una cajera ha vendido más de cien mil ejemplares en Francia por dos motivos básicos. El primero de ellos radica en su estructura de manual para cualquier tipo de usuario. Es una literatura veloz, ágil, que salta de un punto a otro con un orden agradable que facilita la tarea del lector, quien a medida que avanzan las páginas siente más y más curiosidad por saber que se oculta tras el eterno muchas gracias, son 50 euros y otros tópicos del oficio. El segundo punto de éxito es mostrar la cotidianidad desprovista de dramatismo. Sam cuenta las cosas tal como son, sin quejarse, pues es perfectamente consciente que sólo con la explicación de los hechos tiene la partida ganada.
No es agradable comprobar la explotación física y mental a la que se ven sometidas miles de mujeres para satisfacer los deseos consumistas, poderoso caballero es don dinero, de sus semejantes. La autora enfoca su vida pasada con la ironía de quien sabe que no volverá a circular por caminos impuestos. Sumisión de supervivencia. Cuando menciona los beneficios de su antiguo puesto crea un estilo que roza el sarcasmo. ¡Maravilla de maravillas! Estar atendiendo seres sedientos de gastar genera inmunidad a un sinfín de enfermedades. Una se habitúa a todo. El aire frío del congelador es una garantía contra los resfriados. Mover mecánicamente determinadas articulaciones las fortalece. ¿Y qué me dicen de ganar racionalidad en el empleo de los ratos libres? Las cajeras aprenden a comer a la velocidad del sonido para aprovechar los tres minutos de descanso por hora, tiempo que vuela mientras se bajan escaleras, se recoge un poco y se calienta el ágape en el microondas. Corre el reloj y se anula la posibilidad de comunicación entre compañeras. Todo por la pasta.
Asimismo el libro juega, no por habilidad narrativa sino por extremo apego a la realidad, con lo reiterativo y lo absurdo. Desarrollar experiencia implica conocer al dedillo los pormenores de la profesión y sus rutinas infernales. Los bips de la máquina, más de seiscientos por hora, se alían con la astucia del consumidor para marear a la cajera, robot humano que repite determinadas frases hasta la extenuación mientras, si bien no sucede todos los días, luce un gorro navideño o el logo distintivo de la última producción del supermercado.
Les puedo asegurar que si leen Tribulaciones de una cajera serán más amables y se quitarán la armadura cuando llegue su turno para salir del no lugar, pequeña cloaca desprovista de épica pero clave en nuestra rutina, reflejada en las aventuras y desventuras de una joven que con su obra logra dar en el clavo por cercanía y verosimilitud sin máscaras.
Anna Sam,Tribulaciones de una cajera(traducción: Concha Pérez-Puis),Ambar, Barcelona 2009
www.literaturas.com
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