domingo, 7 de marzo de 2010

Mi diálogo con Antonio Muñoz Molina en Literaturas.com




«No se me ocurre de pronto en la cabeza un argumento que dé para tanto. La novela surge de su propia escritura»




Nunca antes los días previos a una entrevista fueron tan arduos entre páginas y contrarrelojes lectoras. La noche de los tiempos tiene en su extensión algo épico que hacia presumir un diálogo insuficiente con demasiadas preguntas en el tintero, cuestiones a la espera de respuesta con exigencias horarias superiores al tiempo que solemos tener en nuestros encuentros con los escritores. La realidad verificó mis sospechas sin amargura, pues Antonio Muñoz Molina demostró ser una persona agradable, cabal y con una extraordinaria lucidez desprovista de pretensión que sigo agradeciendo desde ese viernes, cuando quedamos en un horroroso hotel posmoderno del Raval y entablamos el diálogo que pueden leer a continuación.

Jordi Corominas i Julián: ¿Cómo nace la idea de la Noche de los tiempos?

Antonio Muñoz Molina: Muy poco a poco. No se me ocurre de pronto en la cabeza un argumento que dé para tanto. La novela surge de su propia escritura. Empiezo con un núcleo vago, queriendo contar sobretodo una historia de amor y queriendo contar las sensaciones cuando las circunstancias políticas y sociales se vuelven incontrolables, como la vida personal se ve afectada por la relación amorosa y la Historia. Esa fue la idea básica, crear un personaje inspirado en parte en Pedro Salinas y su amor por Katherine Whitmore y ver qué pasaba. En principio en la novela iban a prevalecer dos personajes, los dos amantes...

P. Y luego el otro gran personaje es el trasfondo histórico...

R. Claro, y los otros personajes que rodean a los amantes, que no se encuentran en el vacío, pese a que lo quisieran. Han nacido en el momento en que se encuentran, hay un contexto, unas ramificaciones, y la pasión amorosa repercute en el contexto y viceversa. Eso hizo que la novela creciera en varias direcciones. Algo que la hizo crecer fue el descubrimiento del punto de vista del hijo; en mi proyecto inicialmente la historia estaba contada casi desde el punto de vista del arquitecto, en primera persona....su hijo, su mujer estaban vistos desde su mirada.

P. Ahora me imaginaba una construcción estructural en forma de pirámide. Arriba Ignacio Abel y Judith, después la familia...

R. Sí, como si surgieran ramificaciones, tiras del hilo y sale eso.

P. Los otros personajes complementan la visión total del arquitecto, sus dudas, sus contradicciones...

R. Si sólo lo ves desde su punto de vista tendrás una visión limitada, a veces muy halagadora, a veces muy negativa, pero probablemente ninguna de las dos son verdad. Este es un personaje que lo pierde todo, que se ha quedado solo, al faltarle las referencias de los demás siente que desaparece.

P. De hecho al final, en Estados Unidos, casi parece un hombre sin atributos, un persona que deambula.

R. Parece una figura de tantas, un punto. Una parte de inspiración de la novela está en las fotos de la estación de Pennsylvania en los años treinta, si las observas, esas imágenes clásicas de estaciones, ves las escalinatas, los trenes y el gentío...si te fijas son casi como insectos.

P. Pero cada uno tenía una vida.

R. ¡Y un nombre! Cuando era pequeño ponían esos documentales de historia en la tele donde se veían figuras moviéndose rápido, y mi padre decía: ¿Ves toda esa gente? Todos están muertos. ( risa compartida). No paro de pensar en eso...

P. Y es una verdad como un templo.

R. Una verdad que hemos de formular para pensarlo. Esas multitudes que bajan del tren. Todos muertos.

P. Al fin y al cabo quizá una de las virtudes del escritor es la capacidad de recuperarlo porque la ciudad siempre permanece...

R. La literatura lo que hace, en parte, es restituir la individualidad a las personas. Gracias a la literatura sientes que ese punto en la multitud tiene una historia.

P. Eso lo pensé el otro día con todo el asunto de las fotos de Agustí Centelles.

R. En cada una de esas fotos, que ahora valen mucho dinero, ves un prototipo que muestran el miliciano, el guardia de asalto...pero son personas que existieron y tuvieron una vida tan completa como la tuya y la mía.

P. Me llamó mucho la atención, en relación al anonimato y la ciudad, comprobar como las baldosas que salen en las fotos aun son las mismas que pisamos los barceloneses en nuestro día a día...pisamos sitios donde han sucedido cosas muy importantes y no nos damos cuenta.

R. Cosas que unas se han perdido en la noche de los tiempos y otras permanecen. Cuando escribía la novela, la parte que escribí en Madrid, era alucinante caminar por la ciudad porque, tan obsesionado como estaba, lo que veía era el Madrid de entonces. En esta esquina cayó muerto tal personaje, aquí tal cosa...era su vida, y han desaparecido. De ese estremecimiento, de saber que todas las cosas se lo va a llevar una especie de cataclismo lentísimo...al estar obsesionado ves los detalles, como bien dices. En las fotos de Centelles te fijas en la camiseta, en cómo agarra el fusil...

P. Dar movimiento a la imagen para entenderla mejor. Lo que me parece muy acertado en Ignacio Abel es su ideología y personalidad en un sentido de normalidad republicana. En la novela ves que el contexto es de un tiempo de extremos, pero él es muy cabal. Quizá si muchos hubiesen sido así las cosas hubiesen sido muy distintas.

R. Y muchos eran así. El problema no es ese, es que bastan muy pocos para arruinar a los muchos. Millones de personas razonables, que no son santos, pueden ver como muy pocos convierten España en un infierno. ¿Cuánta gente hace falta para crear un grupo terrorista? ¿Cuánta gente hizo falta para provocar el caos yugoslavo?

P. Como en la España de 1936...


R. Una vez provocado el caos cobra otra dinámica, autónoma, no es la prolongación de lo anterior, es otra cosa distinta, por eso en la novela se insiste mucho en la distancia abismal entre lo que se hace y lo que no se hace, en la palabra que se dice y no se dice. Una vez has empezado ya es otra cosa. Una vez disparas la bala no vuelve. Una vez te has sublevado, y que por culpa de eso todo se derrumba...lo que ocurre en Madrid y Barcelona el 18 y el 19 de julio no es una Revolución, es un golpe de Estado en toda regla que provoca, entre otras consecuencias, el derrumbamiento de la normalidad democrática.

P. Lo que es curioso, pese a que es algo muy evidente, es que tanto en la literatura como a nivel social, el hecho de decirlo tan claro se ha dado poco en España.


R. Se ha dicho, pero nadie le hace caso. Hay muchos libros y muchos testimonios, pero no se quiere. El archivo de Centelles lo resume todo. Es clave en la Historia de Cataluña y España, y nadie lo quiso. Lo han salvado sus hijos con una voluntad extraordinaria de amor a su padre y a la fotografía. De pronto los llaman traidores, de pronto se forma un batiburrillo y se dicen unas barbaridades. No es ningún expolio. Lo más alucinante es que la pasión por ese archivo sea retrospectiva, con menos pasión y más eficacia hace treinta años habría un buen museo con esas imágenes. Me da igual donde esté, lo importante es que se transmita porque es mi historia.

P. Sí, porque el lugar aquí no importa, es patrimonio común y no importan Madrid y Barcelona.

R. El colapso del Estado. Es una Guerra muy descontrolada, poco convencional, con una palabrería y una retórica muy fuerte, que contrasta mucho con la realidad.

P. No sé si lo dice Van Doren o Ignacio Abel, que España es un país donde se habla mucho...


R. Creo que lo dice Van Doren porque al ser norteamericano le sorprende más, es mas chocante. Tal borrachera de palabras. Me divirtió mucho sacar titulares de periódico sobre la toma inminente del Alcázar y el movimiento de las milicias catalanas hacia Zaragoza. El Alcázar a punto de ser tomado. Las milicias catalanas avanzan sobre Zaragoza. Las milicias nunca llegan a Zaragoza. Los rebeldes en situación desesperada ante el asedio de las milicias. Sería muy desesperada la situación, pero no todo era sobre Zaragoza.

P. La desinformación...

R. Esa palabrería creaba una falsa sensación de euforia y seguridad. Lo dice un personaje. ¿Cómo es que estamos derrotando al enemigo si cada vez está más cerca de Madrid?

P. Y luego hay un momento en que Ignacio Abel va con soldados a Illescas para preservar una obra de la destrucción y se encuentra con los falangistas...

R. Era así, pero todo es leer los periódicos y comprobar la cantidad, las toneladas de retórica mentirosa. Córdoba sitiada, Granada a punto de caer...¿Qué obstáculo había entre Barcelona y Zaragoza?



P. Ninguno

R. ¡Claro! Y las milicias no paraban de avanzar victoriosamente, desbaratando la resistencia...

P. Un desierto de los tártaros español...

R. Así es, y más con los Monegros y todo eso es como el desierto, un ejército fantasma que no para de avanzar pero nunca llega.

P. Un ejército que por otra parte era un caos.


R. Con mucho esfuerzo y lentamente se crea un ejército republicano funcional que intenta arreglar el desbarajuste del principio de la Guerra. No tiene ningún sentido ese romanticismo del gorrito y el fusil en las fotos en blanco y negro.

P. Las fotos contribuyen a transmitir una nostalgia que no se ajusta a la realidad de los hechos y que quizá se debe a la desinformación de lo que hablábamos. En Abril lo hablaba con Jordi Gràcia, que quizá ahora se da un impulso a recuperar la justa memoria, pero hasta el Doctorado nadie me habló de la Guerra Civil, tuve que conocerla por mi cuenta y riesgo.


R. Porque no estaba de moda. No había interés. Había otras preocupaciones. Mira por ejemplo como en 1995 no hubo representación española en el cincuentenario de la liberación de Mathausen, cuando hubo treinta mil republicanos españoles en ese campo, muchos de ellos catalanes. Nadie asistió del Gobierno ni de la Generalitat.

P. Esto es un poco como lo que sale en el libro cuando Ignacio Abel habla con Juan Negrín y el futuro primer ministro le dice “fíjate, soy yo quien tiene que traducir las cartas”. Ese aislamiento e ignorancia ante determinados eventos internacionales que nos implican de un modo u otro.

R. Eso lo pago la República muy caro, su indiferencia ante la política internacional. Fíjate si era así que en el primer gobierno de la República nombraron ministro de Estado a Alejandro Lerroux, un viejecillo que no hablaba ninguna lengua extranjera. Como no sabían que hacer con él lo colocaron en Exteriores. Luego en 1936 buscan aliados internacionales y no los encuentra, por diversas razones, pero una de ellas es su profundo descuido en las relaciones internacionales.

P. Si cuando además los meses previos y el inicio de la Guerra encajan mucho con su tiempo histórico a nivel internacional, y no sólo por ser preludio de la Segunda Guerra Mundial, se enmarca en las coordenadas de su tiempo.

R. Sí, porque es un episodio histórico que de específicamente español tiene muy poco. Lo que pasa es que si sólo lo interpretamos en términos ibéricos nos ponemos antropológicos entre cainismos y otros tópicos. Había mucha injusticia, una situación muy difícil pero España estaba sacudida por las mismas convulsiones que el resto de Europa, y por el colapso de los mercados internacionales y las democracias liberales.

P. Sí, pero en el libro los personajes lo viven muy a la española.

R. Naturalmente las circunstancias son específicas.

P. Me refiero, por ejemplo, a la diferencia entre Ignacio Abel y su familia política, tan conservadores, tan rancios, con ese gran personaje, Víctor, el cuñado, típico tarambana español que acaba integrándose en la Falange, como si sólo pudiese acabar de esa manera.


R. Acaba de esa manera, pero no era su única opción. Piensa que hubo muchos ex comunistas que se hicieron falangistas, falangistas que se hicieron libertarios, era un mundo muy complicado y muy intoxicado.

P. ¿Intoxicado en que sentido?


R. En sentido ideológico, entendiendo ideología como interpretación total y excluyente del mundo.

P. Quizá eso es lo que Abel no tiene.

R. Tiene sus principios, su ideario, pero no una ideología como interpretación orgánica, pues ese tipo de creencia es muy fuerte y excluyente. Una interpretación ideológica por definición excluye el pluralismo, porque el mundo es como es, un marxista no tiene una opinión de cómo se ha de mejorar el mundo, tiene la opinión que significa la marcha de la Historia, y un fascista lo mismo. Uno de los que estuvieron con Companys en la sublevación de octubre de 1934, el Coronel España de Estat Català, pobre hombre el nombre que le cayó, tuvo que exiliarse en Italia porque había una conexión muy curiosa del catalanismo de extrema derecha que estaba muy influenciado con Action Française de Maurras.

P. Y existió un partido político catalán que se llamaba Nosaltres Sols, que es la traducción literal de Sinn Fein.

R. Y luego había un personaje que me hubiese gustado investigar un poco más, un diputado catalanista que se llamaba Joan Ventosa. Si lees las actas de las últimas sesiones de las Cortes republicanas, justo después del asesinato de Calvo Sotelo, ves que él en medio del griterío es sensato. Decía cosas templadas cuando en ese momento la gente soltaba cosas tremendas, amenazas de muerte, exabruptos demenciales. No nos parecemos a ellos, claro que no.

P. Pero precisamente en ese tiempo ERC, que no se parecía en nada a la de hoy en día, tenía en sus filas a varios hombres muy sensatos.


R. El mismo Josep Tarradellas, joven pero muy sensato.

P. Y otros, que llegaron a ser consellers, huyeron.

R. Como Juan Ramón Jiménez. Lo cuento en la novela, que salvó la vida por su dentadura.

P. Ahora que hablas de los intelectuales es interesante ver la parte de la novela donde aparecen Alberti, Bergamín y otros como algo más que poetas.

R. Exactamente, que parecen sacerdotes, apóstoles de la bondad.

P. Y Federico García Lorca aparece como una presencia que flota, se contrapone a los demás.

R. Estaba politizado, era un hombre progresista pero en los últimos tiempos estaba muy irritado contra aquella parte de sus amigos que lo querían forzar demasiado a un compromiso partidista que él no quería. Lorca siente terror. Le dice a su amigo Martínez Nadal en el merendero del Manzanares que eso se llenará de muertos. Su mirada no es ideológica. No está contaminado de la interpretación total.

P. Se enmarca más en el discurso del verdadero progreso que mencionan Negrín y Abel: dentaduras sanas, comer bien, tener teléfono, coche y ascensor. Los símbolos del progreso son los cotidianos.

R. Y construir escuelas como en el primer bienio. Se hace el esfuerzo y al mismo tiempo se torpedea innecesariamente la enseñanza religiosa en un momento en que el Estado no tenía fuerzas para llenar ese vacío.

P. Cambiar las cosas demasiado deprisa casi por resentimiento.

R. Sí que hay una parte de resentimiento. También era necesaria una reforma militar. En Azaña había una parte de arrogancia muy grande que puedes leer en los debates de Las Cortes, la arrogancia del intelectual que encuentras también en Radovan Karadzic.

P. O el caso de Nani Moretti en Italia. Manuel Azaña tiene el espíritu del 98, pero el intelectual en política sólo mete más ideología desde su egocentrismo.


R. El intelectual es muy soberbio. A un crítico le molestó que yo hiciera decir a Negrín que Ortega y Gasset en Las Cortes sólo se escuchaba a sí mismo, pero parece ser que era así y así lo atestiguan los periódicos o las actas parlamentarias.

P. Además, pensando en el contraste entre el intelectual y lo cotidiano hay una parte del libro, quizá la que más me gustó, que es cuando está para empezar la Guerra y alternas titulares de periódico del día a día con los acontecimientos históricos, y la idea que me sacudió en este sentido es que la tensión flota todo el rato pero en realidad era una tensión 100% evitable.


R. Todos los actos humanos son evitables, pese a los asesinatos y lo que quieras. Matan al Teniente Castillo. Lo que había que hacer era detener a los culpables y juzgarlos. El relato de esa semana previa a la Guerra parece como un despropósito hacia la destrucción, y todo eso ocurre en medio de una cotidianidad en que la gente va al cine, se va de veraneo...a Gil Robles no lo encontraron porque estaba de veraneo.

P. Es como en El Mundo de ayer de Stefan Zweig, quien recibe la noticia del estallido de la Primera Guerra Mundial porque la banda deja de tocar.

R. Igual que esa noche del 12 de julio Calvo Sotelo estaba escuchando en la radio la banda sinfónica de Madrid.

P. Y son personajes que producían o mucha admiración o mucho rechazo.

R. No reivindico a Calvo Sotelo porque era un extremista. Fue un señor que conscientemente se empleó en defender la escalada de la tensión y defendía abiertamente el golpe de Estado, era un agitador.

P. Mi abuela, que era del PSOE de Zaragoza, echaba pestes de Calvo Sotelo, pero era admiradora de Largo Caballero, que en el fondo era la otra cara de la misma moneda.


R. Claro, imagínate. Viene a entrevistarte un periodista extranjero, eres candidato y le dices que en caso de perder las elecciones habrá Guerra Civil...investigando para el libro descubrí un dato muy importante. En las elecciones republicanas las listas eran abiertas. En el PSOE dentro de los militantes madrileños Largo Caballero era el más popular seguido de Indalecio Prieto y Julián Besteiro. En cambio en las elecciones de febrero Julián Besteiro arrasó entre el pueblo, es la diferencia entre la opinión del militante muy concienciado y la opinión del ciudadano normal

P. Es un poco la diferencia que existe en Barcelona entre BCN y Barcelona, lo la esfera política aislada totalmente del sentir de la calle.


R. Sí, y eso significa que BCN, sin afirmarlo como axioma, puede llegar a destruir Barcelona. La gente normal es más sensata. Esa es la profunda cuestión, no que BCN, usando tus términos, sea una traducción de las tensiones de Barcelona, son sus tensiones pero inciden en Barcelona y pueden dañarla. Como Milosevic no era Yugoslavia.

P. Yo veo a Ignacio Abel como el ciudadano que respeta la democracia tal como es y que es consciente del mal que implica la ideología y quiere progreso.

R. Y es muy consciente de la injusticia social, por su propio origen, a pesar de que, como dice el capataz, lleve zapatos. Es una época donde las diferencias sociales son abismales.

P. Eso lo decía el profesor Fontana, siempre decía que no existía la clase media y lo popular era muy importante.


R. Eso sale en la novela, la industria de lo popular era muy poderosa. Cuando era pequeño las canciones de la radio contaban la vida de las personas, cuando surge otro pop, el anglosajón, eso desaparece. Y ese, como acaece en el cine italiano de los cincuenta, era un arte sumamente riguroso.

P. Es un arte que desapareció en 1962 cuando la sociedad se aburguesa, pero antes, en el fascismo italiano se llegó a crear un MinCulPop, ministerio de Cultura Popular. Cambiando de tema, una de las cosas que más me atrajo de Abel es que es arquitecto, lo asocié directamente con el derrumbe del edificio.

R. Eso fue porque estoy muy cansado de la literatura de personajes escritores, es ombliguista. Me gusta mucho ver la gente haciendo su oficio. Tenía el modelo de Salinas y parece que lo propio del contexto de la novela fuera la figura del escritor, pero pensando en otras profesiones llegué al arquitecto, a la construcción de escuelas y en este caso concreto a la Ciudad Universitaria.
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P. Que además enlaza cronológicamente con la novela, pues cuando Abel llega a los Estados Unidos su gran obra es el verdadero campo de la batalla de Madrid.

R. Eso es, pero dejando de lado esa casualidad fíjate que hace años conocí a Josep Maria Sert en Harvard, su proyecto reivindicaba, como Lorca o Falla con la recuperación del Flamenco.

P. Y Macià y Companys en Cataluña con su proyecto de la casita y el huerto.

R. Sí, también es popular. De todos modos lo de Ignacio Abel arquitecto te das cuenta que encaja una vez lees toda la novela, al principio no tenía ningún gran motivo de peso.

P. También identifiqué a Ignacio Abel con Aschenbach de La muerte en Venecia.

R. Aschenbach es más neurótico, aunque en su maleta, como Abel, también lleva ideas y un sentimiento.

Cuarenta y siete minutos después de haber pulsado el REC viene la jefa de prensa de Seix Barral y nos pide, por lógica temporal, dejar de hablar, cosa que en realidad seguimos haciendo durante unos minutos más antes de despedirnos. La calle me brinda el encuentro visual con un escritor muy diferente que está tirando la basura. Camino, cojo el metro y me reafirmo en la idea que pese a los buenos momentos vividos en su compañía, el diálogo con el ubetense tendrá que ampliarse en otro momento porque mi lengua sigue ansiosa de preguntar y a esas urgencias conviene ponerles remedio aunque tarde un poco, hasta el próximo libro, en llegar.

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