miércoles, 25 de agosto de 2010

Go de John Clellon Holmes en Revista de Letras



Lo ingenuo de transgresiones pasadas: Go de John Clellon Holmes por Jordi Corominas i Julián


“We had the experience but missed the meaning,
And approach to the meaning restores the experience
In a different form, beyond any meaning…”
(T.S. Eliot, Four Quartets)

¿Cuando empieza la era moderna? ¿En 1453 o 1492? ¿El siglo XXI inicia con la caída del muro de Berlín o tiene su punto de partida el 11 de septiembre de 2001? ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Grandes dudas de la humanidad, que siempre se pone en postura pensador de Rodin cuando toca delimitar cronologías en pos de la precisión, un imposible porque las etapas son como las personas, con la diferencia de no tener una lápida firme al beber del abanico. La generación Beat es un buen ejemplo. Hace escasos días hemos visto en periódicos y televisiones de medio mundo como se repetía la homologada imagen del beso de enfermeras y marines en Nueva York. Oh sí, que recuerdos maravillosos que sólo tenemos en el cerebro por viejas fotografías de tenderete. 1945 y el final de la Guerra Mundial. Japón derrotado y unos locos recorriendo la gran manzana. A ver, seamos serios. Hay varias líneas que convergen en un punto y dan forma a un grupo de literatos que con sus obras dieron rostro a una Nueva América que no se conformaba con todo el discurso imperante del miedo nuclear y el anticomunismo. Propusieron soluciones diferentes y fueron, eso sí que me parece innegable, el precedente directo de los magníficos, y demasiado breves, años sesenta. El embrión parte de ciudades desiertas y un ocio revolucionario pidiendo paso a gritos. Por eso la verdadera fundación letrada del conjunto acaece en el invierno de 1944-1945 con Y los hipopótamos se cocieron en sus tanques, roman à clef escrito por Jack Kerouak y William Burroughs donde ya están bien visibles las claves de un estilo y un comportamiento. Circuitos de bares, drogas, apartamentos, lenguaje soez para la época, contundencia, libertad personal, sexo sin tapujos, amistad, cinismo y, en ocasiones, muerte. El asesinato de David Kammerer, Ramsay Allen en la novela, impidió su publicación en Estados Unidos hasta 2005, cuando falleció quien le dio muerte: Tourain, Lucien Carr en la vida real. Esas páginas son puro y primigenio beat que no ha llegado a nuestro país hasta hace escasos meses. Por eso muchos devotos ibéricos de Ginsberg y compañía opinan que la piedra miliar siempre fue En el camino de Jack Kerouak, texto que atendió su oportunidad durante un lustro hasta ver la luz en 1957. Fue creada contemporáneamente a Go de John Clellon Holmes, donde irrumpe el término Beat, que posteriormente el autor popularizaría en The New York Times. La novela se publicó en 1952 y fue escrita entre 1949 y 1951, años de tránsito de la América feliz de la posguerra al país que ya intuye la pesadilla de la hipotética confrontación con la Unión Soviética, momento en que los mecanismos de control ciudadano se acentuaron hasta el infinito para apretar el justo botón de la aniquilación de las libertades desde la amabilidad de una asquerosa sonrisa.




La bohemia y el futuro no escrito: autobiografía grupal con retoques para redondear la ficción

Paul Hobbes (Clellon Holmes) está casado con Kathryn y aspira a finalizar su primera novela. Trabaja duro en casa mientras su esposa acude a la oficina. La mujer moderna. Papeles cambiados. Eso le proporciona mucho tiempo, que, por supuesto malgasta. Cuando ella aterriza en el hogar la excusa típica vence la partida. Llevo todo el día entre estas cuatro paredes y necesito respirar aire y reír un rato con los amigos. Esa es la puerta que abre el camino hacia la presentación de un grupo canalla como pocos donde cada uno sufre su particular desequilibrio. Las estrellas son Gene Pasternak (Jack Kerouak) y David Stofsky( Allen Ginsberg), aunque otros elementos como Bill Agatson o Verger no se quedan cortos en sus hazañas. Todos aspiran a desarrollar alguna ambición intelectual, y por eso se dan al desenfreno desde la ampulosidad de charlas subidas de tono, fiestas únicas, donde las mujeres pueden participar sin ningún tipo de traba, movimientos continuos hasta las tantas de la madrugada y la disipación que implica el descubrir la droga y, como quien dice, cogerle afecto. La marihuana es la reina mora de la función, y en ocasiones el centro de gravedad desde todo se contonea. Su seducción es fatal y crea situaciones grotescas. ¿Dónde podemos pillar? En caso de ausencia de Mary Jane siempre les queda comprar cerveza porque el alcohol es un amigo infalible. Los espacios de la novela rezuman modernidad. En los locales se come y se bebe, pero la música, el sexo y la estética del lugar ya definen la perspectiva. Homosexuales y lesbianas, jazz y miradas lascivas. Leyéndola en 2010 detecto una inocencia que en su época seguramente causó el evidente escándalo al que está destinado el pionero que reflejaba la verdad escondida a los ojos de la mayoría, ya agarrada al árbol del conformismo. Los enfants terribles circulan por Nueva York y cada uno de ellos y ellas tienen problemas que resolver. Hobbes su novela y su matrimonio con Kahtryn, un personaje femenino espectacular; mojigata y sensual, tonta y astuta, determinada y llorona. Pasternak su duda entre San Francisco, ya se juntan las dos repúblicas beat de la mano de Hart (Cassady), la seducción y la inminente aceptación de su novela. Mientras eso no ocurre se dedica a flirtear, pasarlo bien, derrochar dólares, engañar a estúpidas casadas e infiltrarse en casa de sus amigos a la mínima oportunidad. Stofsky ha probado ya todas las drogas, tiene visiones, escribe poesía y se obsesiona con William Blake, dignos pasatiempos que intentan ahuyentar el rechazo que produce su carácter. Agatson es un neurótico decisivo, Verger sufre porque le han robado sus libros de religión, útiles a un yonki necesitado, y la galería de personajes avanza entre jaranas, apariciones, desapariciones, fechorías de cuatro duros, altercados que alteran el curso de los acontecimientos y la conciencia de Hobbes, quien desea que el desenfreno termine y la normalidad reaparezca por mucho que la atmósfera parezca anunciar una nueva era desde las visiones, pasando por los mercados hasta llegar al infierno, donde el ritmo que Clellon Holmes confiere al texto es magistral, dándole una bruma y una lentitud nocturna donde parece que los objetos y las personas vayan a desaparecer en cualquier momento. Es el fin de la fiesta, triple salto mortal de decisiones, conclusión y clarividencia desde la tragedia que lleva a la luz válida, y poco importa que el ocaso sea la nota musical predominante. Lo bueno, porque es como la vida, es que cada personaje tiene el lujo de la reflexión individual que da al lector la posibilidad de ubicarlo en el grupo, pues los chicos beat siempre terminan juntándose en una espiral de casualidad y llamadas de teléfono.

¿Dónde está nuestro hogar?


El hilo argumental en que se basa Go es autobiográfico con alguna pincelada ficcional para redondear las historias. La magnífica edición de Ediciones Escalera incluye muy sabiamente una nota de Clellon Holmes al finalizar la novela. Así el lector que se esté mordiendo las uñas podrá resolver algunos de los misterios que el manuscrito suscita. Son bastantes, como si tras una resaca espantosa nos preguntáramos quien era esa tipa que nos miraba apoyada en la chimenea mientras jugaba con su copa, como si hubiéramos fumado un canuto muy potente y la neblina de la ganja nos impidiera recordar algún detalle esencial, como si, eso muchos lo son, fuéramos buenos lectores con ganas de desentrañar los enigmas que asocian la novela con la historia directa de la literatura. Saber más, y en este caso la novela nos da la oportunidad de profundizar en la génesis de un tiempo y una generación que quizá ahora, tras tantas idas y venidas de la velocidad posmoderna, tenga un leve hedor naif, pero eso no excluye su valentía y revolución en la época donde intervinieron para dilapidar el sopor y dar alas a la trasgresión

John Clellon Holmes, Go, Madrid, Ediciones Escalera, 2009
Traducción de J.C. Ortiz García y D. Ortiz Peñate

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