martes, 11 de enero de 2011

El final de Rasputin de Félix Yusúpov en Panfleto Calidoscopio



El final de Rasputin: Objetividades subjetivas en el ajedrez narrativo

Por Jordi Corominas i Julián

Yo todo lo puedo. Todo lo que deseo, lo hago, y todos me escuchan. Las palabras de Rasputin confirmaron las temibles sospechas del príncipe Feliks Yusúpov: el antiguo cuatrero era el amo y señor de Rusia, movía los hilos cortesanos como un avezado titiritero que mantenía su poder mediante una sutil danza de equilibrio, contundencia, misticismo y carisma. Su muerte era la única solución viable para encauzar el rumbo de un Imperio en guerra y a la deriva, golpeado en la frontera y en el interior, moribundo postrado en un clima de histórica inopia. Yusúpov, casado con una sobrina del Zar, encabezó la aristocrática conspiración, lucha de clases en las altas esferas de nobles contra un mujik, culminada con éxito tras una serie de golpes legendarios en la fría noche del 16 de diciembre de 1916. La resistencia del santón era inédita y tan insaciable como su afición al vino y las orgías. Comió pastelitos con cianuro, bebió un Madeira envenenado de la mejor cosecha, cayó, se recuperó, recibió múltiples tiros, lo ataron y, finalmente, el río Neva acogió su cadáver, impertérrito al ver sumergirse en sus heladas aguas al hombre que emergió de la nada para crear una burbuja de poder casi perfecta, muy bien integrada en el corazón de los Románov, donde sus opiniones eran consideradas máximas infalibles que facilitaban nombramientos ministeriales, deposiciones, decisiones eclesiásticas, contratos de suministros y la sospecha, siempre presente y siempre salvada en el claroscuro.

Su desaparición física no alteró los cálculos de la musa Clío. Los nuevos héroes del pueblo fueron condenados a un breve destierro en sus fincas campestres. La Primera Guerra Mundial prosiguió en ahínco de hambruna y destrucción. En febrero de 1917 un golpe de Estado instauró la República y Yusúpov pudo volver a San Petersburgo, pero por poco tiempo, pues en noviembre triunfó la Revolución rusa y la sangre azul tuvo que emigrar del país. El príncipe se exilió en París, donde transcurrió el resto de existencia en calidad de gran filántropo para el resto de compatriotas que escapaban del régimen bolchevique y buscaban cobijo en el seno de otras naciones. Su labor caritativa no le impidió escribir varios libros de memorias, de entre los que destaca El final de Rasputín, recientemente editado en España por Nevsky Prospects, que leí atraído por la figura del monje loco, montada en mi cerebro por referencias poco fiables y una famosa canción de los años setenta con la que suele terminar cualquier conversación de bar sobre el personaje, más conocido por sus atributos sexuales que por su intrigante papel en los estertores de una autocracia. Por eso al abrir el volumen me enganché sin mucha dificultad. La prosa de Yusúpov es ágil, informativa y sabe mantener la intriga, lo que refuerza la estructura del texto, autobiografía novelada que alterna la acción con fragmentos de un tono más sentimental, confesiones que al tener connotación histórica cobran otra entidad, que aún así podemos catalogar como la crónica de la preparación de un asesinato. En caso de haberlo perpetrado un plebeyo del siglo XXI devoraríamos las páginas escalofriados, pendientes de hallar lo cotidiano reconocible, con épica de la normalidad, lo que, como es comprensible, no ocurre con los preparativos para acabar con Grigori Yefímovich, maniobras que circulan por lugares emblemáticos envueltos en el lujo característico de las más distinguidas moradas donde pocos determinan el destino de muchos.

El príncipe narra su aventura idealizando su cometido, que sigue un esquema arquetípico basado en la virtud y la pureza de los liberadores y la absoluta maldad de su víctima, ajusticiada por amor a la Patria, madre todopoderosa. Al tratarse de un crimen político, su comparación más prístina parte del tiranicidio de Harmodio y Aristogitón en el siglo VI a.C. y culmina, con sus infinitas repeticiones, en el asesinato de Julio César por parte de rebeldes patricios romanos que antes de empuñar sus dagas frecuentaban el círculo íntimo del conquistador de las Galias, a quien idolatraban desde su odio. Lo mismo acaece con Rasputin. Yusúpov se gana su confianza en intensas partidas de ajedrez verbal donde dora mucho la píldora, estudia al enemigo y destroza sus defensas mostrándose dócil y cauto, encantador hipócrita que en privado, en su atribulada álgebra mental, detesta:

"Su cara, cubierta de barba desaliñada, era de lo más normal, de mujik, con rasgos pronunciados, feos, óvalo basto y nariz larga; unos pequeños ojos gris claro lanzaban miradas escrutadoras y desagradablemente huidizas desde debajo de unas cejas tupidas y enmarañadas. Llamaba la atención su forma de comportarse: parecía desenvuelto al moverse, pero al mismo tiempo en toda su figura se percibía cierto recelo, algo sospechoso, cobarde, de rastreador. Esa desconfianza vigilante también lucía en sus ojos claros y hundidos."



Sin embargo, el deber puede al asco y las brumas se disipan. Abandonado el plan A de disuasión y soborno sólo queda encender la mecha para la definitiva aniquilación del adversario, sabio de la hipnosis demonizado hasta el extremo, vulgar campesino que malvivió en Siberia, escoria anacrónica instalada en pastos con demasiado oropel para su catadura moral, más demacrada si cabe por abuso de alcoholes, visitas a los gitanos y sexo desenfrenado con damas de alta y baja alcoba. Yusúpov sabe pausar los tempos y marca bien el suspense entre reflexiones, ralentizaciones fruto del diálogo y un tono determinado que nos transporta hasta la cita definitiva en el hogar del príncipe, generoso en detalles que completan la descripción del suceso entre crucifijos, copas, armarios, cómicos apagones y el resucitar del místico beodo, flirteando con la inmortalidad para mayor desesperación de sus anfitriones.

Podríamos cerrar esta reseña desde premisas banales. La brillantez de una edición es una suma compleja. Nevsky ha cuadrado un tríptico que juega con la efeméride protagonista. El prólogo narrativo de Patricia Esteban Erlés sitúa al anciano Yusúpov en el exilio, delirante por los efluvios de la memoria de la noche en la que soñó dar un vuelco trascendental. El postfacio de Luis Antonio de Villena es un regalo que cumple la norma de no dar por cerrada una lectura hasta el punto y final. Sin su ensayo, cercano y clarividente, nos habríamos quedado con la impresión de un maniqueo envite con dos roles muy definidos. A un lado del ring, el noble que sufre por la irremisible decadencia. En el otro el rufián que manipula a su antojo y sin escrúpulos, borrados por sus alas de insecto que se codea con lo sagrado. Villena reubica el escenario al trazar el auténtico perfil biográfico del líder conspirador. Yusúpov aprovechó desde su adolescencia los privilegios de su linaje. Acudía a los festejos de la juventud durada y se travestía con los vestidos y joyas de su madre, llegando a embelesar a más de un oficial. Era guapo, lo sabía y derrochó dinero hasta que fue llamado al orden y se casó, cancelando así las habladurías sobre su homosexualidad.



Estos datos dan un giro de 180 grados a nuestra percepción del asunto y demuestran que el punto de vista es fundamental. Sí vemos, y más cuando quien explica los hechos es el protagonista, todo por el color del cristal con que se mira. La superioridad ética desaparece y descubrimos que la pugna entre ambos contendientes fue una contienda entre iguales. Freud se relamería. Yusúpov desata su ira contra Rasputín porque el mujik ostenta lo que desea, vicio y poder, que deberían recaerle por su posición social. Su frustración, maquillada por el rango y las intenciones, se proyecta en el monje, su siamés con fortuna. De este modo, el asesinato sería un ajuste de cuentas para paliar el desencanto, ejecutar al doble y adquirir sus privilegios al salvar a Rusia del cáncer que corroía sus entrañas.

"Como en un libro, página tras página, iba pasando por mi memoria todo lo vivido: el encuentro con Rasputin, la decisión lentamente madurada de destruirlo, el doloroso juego de ser amigo de un hombre abominable, el duro engaño al que tuve que recurrir y toda la tensión inhumana de esfuerzo espiritual que había sido necesaria para tener el valor de soportar hasta el final el papel asumido."

El papel asumido. Cualquier escritor autobiográfico goza de la gran ventaja de ser dueño de sus contenidos para la posteridad. El estilo adoptado por el ilustre exiliado exhibe un doble plano, astuto y mordaz que nos persuade apuntalando su yo, lúcido artefacto que al delinearse con ciertos trazos ficcionales, y convencernos con rotundidad, construye un carácter literario que ratifica su credo y genera objetividad desde lo irreprochable de sus propósitos, curiosa paradoja si se tiene en cuenta que todo texto autobiográfico es subjetivo más allá de su esencia.

El final de Rasputin, Príncipe Feliks Yusúpov. Editorial Nevsky Prospects. Páginas 224. Año 2010. ISBN: 978-84-937466-7-4

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