lunes, 16 de enero de 2012

TMB51 o las ilusiones perdidas en Bcn mes




TMB51 o las ilusiones perdidas, by Jordi Corominas i Julián

El artículo que empiezan estas palabras tiene una mínima parte personal y otra colectiva. Hace ya algunos años dediqué parte de un trimestre del doctorado en Historia de la Universitat Pompeu Fabra a investigar la huelga de tranvías barcelonesa de 1951. Por aquel entonces la ciudad se hallaba en la agonía de una larga e infame posguerra. El racionamiento seguía vigente, el mercado negro campaba a sus anchas y la producción textil vivía horas bajas. La ciudad se hallaba, así como toda España, en una ostracista encrucijada de miseria. De repente,la indignación, un verbo que no es de hoy pero que quizá deberíamos usar con más tino, golpeó de lleno con una noticia llegada de la capital del reino. Las tarifas madrileñas no sufrirían inflación, mientras que las de los tranvías condales aumentarían hasta la friolera de una peseta y cuarenta céntimos.


Fue el acabose. Barcelona tenía una larga tradición de huelgas contra ese sistema de locomoción. En 1901 el impacto de la reivindicación implicó que el dueño de la compañía gestora, el Marqués de la Foronda, decidiera contratar sólo a trabajadores de su pueblo para evitar futuros conatos que se repitieron hasta el estallido de la Guerra Civil. Después un oasis de supuesta paz truncó el activismo de la rosa de fuego, hasta que algunos, hartos de tanta servidumbre y de un pésimo servicio que sumaba muertes anuales, cristales rotos y primas por hacer más trayectos de lo normal, optaron por una iniciativa humilde que destapó la caja de Pandora.


Sin Twitter ni Facebook nuestros antepasados se movilizaron de manera ejemplar. Repartieron octavillas, se encendió la mecha, los papeles fueron copiándose y el murmullo hizo que la minoría se convirtiera en todo un pueblo dispuesto a secundar la acción de protesta pacífica, como si Gandhi guiara los pasos de nuestros antepasados. No se puede detener a nadie por no usar el transporte público. Se fijó la fecha del primero de marzo. Las jornadas previas hubo altercados en la Universidad que presagiaban lo peor. El régimen no estaba acostumbrado a rebeliones internas, y el movimiento ciudadano desbordó su brújula, perdida ante la inteligencia.


La huelga fue un éxito absoluto. A lo largo de una semana el 95% de los barceloneses fortalecieron las piernas y demostraron al mundo que era posible despertar de la pesadilla. La Vanguardia habló del hecho situándolo en una lejana localidad centroeuropea. El Gobernador Civil Baeza Alegría aprovechó la lluvia del domingo tres de marzo para ubicar al lado del Campo de Les Corts un dispositivo especial de tranvías. Ganó el Barça y el amante de la vedette Carmen del Lirio, eso decían los mentideros populares del período, perdió la partida. Se vendieron quinientos billetes, menos de un 1% de los quinientos mil que solían comprarse para poder llevar las actividades cotidianas a buen puerto. La huelga terminó con su porvenir político, y lo mismo acaeció con el alcalde Josep Maria Albert i Despujol. Dos semanas después sucedió lo imposible y la huelga pasó a ser general, con seguimiento en algunas regiones vascas. La prensa internacional se hizo eco de la novedad y Franco padeció su peor momento desde el odioso Cautivo y desarmado que concluyó su Golpe de Estado bélico.

Seis décadas después parece que Lampedusa siempre tuvo razón. Cambiar todo para que no cambie nada. No hay cartillas, pero sí recortes que afectan al bolsillo de los que poco o nada han hecho para pagar el pato. ¿Soluciones? Subir el precio del billete sencillo cincuenta y cinco céntimos hasta los dos euros. ¿Quieren más? La T-10, la más usada en el área metropolitano, ha aumentado su valor hasta alcanzar los nueve euros y veinticinco céntimos. El salario mínimo interprofesional asciende a 641 Euros. Tenemos el transporte público más caro de Europa. El aumento del abono es un atentado terrorista de primera magnitud, una calamidad para el bolsillo y una clamorosa falta de respeto que quedará impune.


Ese, y no otro, fue el motivo que me impulsó a escribir un llamamiento desde mi blog el pasado tres de enero. Me hervía la sangre y parí un lema que consideré oportuno: si ellos pudieron, nosotros también. Por suerte, otros pensaban lo mismo, y un grupo de ciudadanos formaron la plataforma TMB51 con la voluntad de incitar a la ciudadanía a imitar la gesta de nuestros abuelos. Convocaron la movilización para el diez de enero. Lo juzgué precipitado y aún sigo pensando que lo mejor hubiera sido preparar el ardid con tiempo y unir fuerzas el primero de marzo para dar la razón a Karl Marx y los designios de la musa Clío.

Aún así las redes sociales se hicieron eco de la propuesta. La duda era la motivación y el cinismo que ha engullido la ilusión. Podemos creer que sí, que hemos revolucionado el cotarro. Nos equivocamos. Está muy bien quejarse por internet, pero de poco sirve porque aún existe un gran porcentaje de personas que dependen de los medios de comunicación tradicionales, que por lo demás se venden a la voz de su amo y desde el 15M se han dedicado a minimizar el impacto de las revueltas, que sin duda pueden y deben ir a más. TMB51 hizo bien su trabajo. En su página web prepararon octavillas para imprimir y distribuir. Lo simple implica vagancia, y nuestra sociedad nos ha educado a caer en el mínimo esfuerzo y a valorar la velocidad, lo instantáneo. Y bien, a veces funciona, sólo a veces. Para ser eficaces la planificación y estar implicados es básico, y el entusiasmo de un tweet no aglutina. No somos Egipto por muy capaces que seamos de captar el engaño y la impostura de los que mandan. La huelga de 2011 triunfó en intención y naufragó en seguimiento, probablemente como consecuencia de la esquizofrenia entre el papel y la red, dos plataformas opuestas en postulados, ideología e intereses.

Las no muy fiables fuentes oficiales hablaron de un incremento en la venta de billetes el diez de enero. No lo creo. Los chicos de TMB51 no tienen ninguna vara de medir para calibrar la victoria de su iniciativa. Han convocado otra huelga para el martes 17, y quizá así si consigan algo, pues la constancia aumentará la fuerza, o eso espero, aunque también cabe alabar propuestas como la de dos ingenieros de la UPC, quienes insertando publicidad en las tarjetas rebajan su precio hasta la mitad de la escalofriante cifra que tantos sudores fríos genera. Promobilletes puede ser una vía de escape temporal, pues sin la unión del enjambre seguirán absorbiendo la miel hasta dejarnos secos, casi extintos, con una mano delante y otra detrás.

Otras alternativas son más rupestres y más acorde con la frivolidad de tanta modernez de pacotilla. Desde hace algunas semanas circula por la red la tarjeta T- Cuelas. Sí, es gracioso, y son muchos los que apoyan la idea de viajar de gratis, hasta ha surgido Memetro, asociación que pretende hilvanar una plataforma para pagar las multas y hasta ha engendrado una aplicación para saber zonas con más flujo de revisores. Los de Memetro son maravillosos y fiables: sigo esperando sus respuestas razonadas. Colarse será muy punk, pero no es la solución. Es hacerle el juego a los políticos, siempre con la boca rauda para llenarla de sus típico vocablos: incivismo, gamberrismo y escasa solidaridad. Lo mejor es sacudirse el sopor, aceptar que tu ego tan maravilloso es otra partícula más del rebaño servil, rebelarte y actuar. De otro modo te acordarás de Sísifo toda la vida sin llegar siquiera a la cima de la montaña.

1 comentario:

josegarzi dijo...

Cianta razon. lo malo q hoy en dia la mayoria somos egoistas y solo vemos nuestro ombligo