Por la apertura de un museo dedicado
a Los Supercamorristas en Barcelona
por Jordi Corominas i Julián
Hace unas semanas, cuando sólo se intuía el vendaval político de este mayo glorioso, me preparé la comida y encendí la caja tonta. No recuerdo los motivos, pero, de repente, una gota de frío sudor recorrió mi frente cuando la idea de crear un museo de Woody Allen en el antiguo bolsín de Barcelona abrió las noticias de TV3. Cuando me sacudí el estupor ya habían desgranado una propuesta consistente en crear un espacio expositivo de tres plantas dedicado al cineasta norteamericano para propulsar otra vez el turismo a partir de una relación de amor entre el artista y la ciudad, romance basado en la música y una película con muchas postales por la que pagamos dos millones de Euros provenientes de las arcas municipales del Consistorio dirigido por Jordi Hereu, quien en los últimos tiempos ha envejecido mucho en su anonimato, casi como si simbolizara la decadencia de esa vieja izquierda socialista.
El proyecto museístico goza del capital de Jaume Roures y claro, escribir su nombre evoca una asociación de progresismo con la internacionalidad de la Ciudad Condal. ¿Seguro? Hay que fijarse en los matices. Si se plasmara el plan lanzado con bombo y platillo por el ente público catalán conseguiríamos, dios no lo quiera, perpetuar un modelo de fachada, charanga y pandereta basado en un cutrerío sin raíces y con mucha despersonalización propia de un parque temático.
No hay que ser un genio para proclamar con rotundidad el paulatino declive de la televisión pública catalana. Su nula objetividad se conjuga con un descarado partidismo nacionalista que la aleja del modelo de antaño, plural y necesario.
Supongo que Ada Colau, en la medida de sus posibilidades, no tan potentes como parece porque habrá manos que cortarán parte del flujo innovador, tiene otra idea de nuestra capital, una urbe con poca historia fílmica. Un, dos, tres responda otra vez. Títulos de películas ambientadas en Barcelona. Vale, va. Dime cinco títulos. Voy. La ciutat cremada, Mariona Rebull, Un hombre llamado flor de otoño, En la ciudad y sí, Vicky Cristina Barcelona. También me acuerdo de una muy apocalíptica con Quim Guitérrez donde la Via Laietana aparecía en plan destrucción absoluta.
Prueba superada. Sin embargo nuestras fuentes han dado con una pieza épica, una obra colosal merecedora de todos nuestros elogios. Se trata de Wheels on Meals (Los Supercamorristas), una producción protagonizada por Jackie Chan en 1984. Ojo, esa es la clave, la quintaesencia de un macarrismo superior al de Perros Callejeros. El cine quinqui estuvo muy bien y constituye un testimonio de la periferia, pero claro, raramente penetraba en el interior del monstruo. Supercamorristas tiene un actor en estado de gracia y unas escenas exteriores legendarias mediante las cuales podemos admirar la Barcelona previa a su refundación olímpica desde una pureza registrada en el celuloide.
Me gustaría hablar con el director Sammo Hung y preguntarle los motivos que impulsaron la filmación en la perla del Mediterráneo. ¿Recibió asesoría para dar con las localizaciones? Jackie Chan circula por la Monumental, el Museo Marés, les Basses de Sant Pere y huye despavorido con su furgoneta amarilla por el monumento a Colón, la plaza de España y el Baix Llobregat. El momento cumbre es en el interior y en lo alto de la Sagrada Familia, algo imposible hoy en día, donde el Ayuntamiento no concedería el permiso para rodar esos delirantes planos.
Por otra parte cabe considerar Los Supercamorristas (Kuai Can Che es su título original), una oda a la totalidad de Barcelona. Cuando la troupe fílmica aterrizó en mi ciudad yo tenía cinco años. Crecí y hasta pasado 1992 mis familiares me recomendaban no entrar nunca a la plaza Real ni visitar sus aledaños. Del barrio Chino, rebautizado como Raval para lavar su imagen, ya ni hablamos. Pues bien, Jackie Chan se metió por el carrer Ample al lado de la plaza del Duc de Medinaceli de noche, como un valiente incomparable, como un titán capaz de mezclarse con los marines de la sexta flota que llenaban esos rincones tan turbios.
La trama de la película es simple. Jackie Chan y Yuen Biao son dos vendedores ambulantes que topan casualmente con Lola Forner, Miss España en 1979. El cruce de ese trío de titanes desencadenará una serie de aventuras en las que también están presentes Pepe Sancho y Amparo Moreno desde un rol secundario, pues la causante de todos los males es la bellísima modelo que conduce a los protagonistas hacia catastróficas desdichas.
No debemos desdeñar la brillantez de escoger Barcelona para un largometraje de acción Made in Hong Kong, toque surrealista divino desde una doble perspectiva. Por un lado trasladar las escaramuzas asiáticas a Cataluña devino un atractivo para los espectadores, extasiados por contemplar golpes, carreras y persecuciones en un escenario anómalo que se adaptaba a las mil maravillas a lo hortera de un género donde se requerían paisajes más bien sórdidos, y en ese sentido Barcelona era perfecta desde su suciedad preolímpica y unos parajes desaliñados, vacíos y sin el embadurne propiciado por el acontecimiento que alteró su idiosincrasia. Por aquel entonces La Pedrera, declarada ese mismo año Patrimonio Mundial de la Unesco, era una guarrada sensacional con su fachada marrón de mierda pegada a las curvilíneas formas diseñadas por Gaudí.
En el filme puede admirarse el Castillo de La Roca, y no hablo de Alcatraz, sino de ese enclave vallesano donde muchos guiris acuden porque, como si estuviéramos en Turquía y quisiéramos comprar alfombras, la cosa va incluida en el pack promocional del viaje. Los desplazan hasta esa superficie comercial, compran ropa de Outlet entusiasmados por los precios del sur de Europa y vuelven a sus hogares más guapos por sus trapitos, riéndose en nuestra cara por ser tan miserables, henchidos en su ego ante lo patético de una tierra que en medio de una horrenda carretera tiene un centro comercial destinado a los turistas. Tela marinera.
La presencia de Jackie Chan en La Roca lo encumbra como un precursor revolucionario, pionero en la visita de tan distinguidos negocios, visitante de una Barcelona ya inexistente, original por adaptarse tan bien a nuestra costumbre de ser calzonazos y dejarse enredar por una belleza tan potente que nos hace perder la cabeza. Estos argumentos y los expuestos a lo largo de este artículo deberían ser suficientes para promover un museo de Supercamorristas en vez del de Woody Allen. Ganaríamos originalidad, potenciaríamos más el frikismo internacional y nos echaríamos unas risas antológicas por tener un espacio diferente, único en su especie que no tendría rival. Si al final se inaugura el del neoyorquino corremos el riesgo de ser imitados en medio mundo. Roma inauguraría el suyo, París seguiría nuestros pasos y Londres, donde transcurre Match Point, haría lo mismo. No. Ellos tienen muchas cosas propias y no requieren de astracanadas para ser célebres. Son cosmopolitas. El provincianismo les queda lejos. Aquí huele demasiado.
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