viernes, 25 de febrero de 2011

Benzema fumando en la Calle en "Se fue al otro barrio" de Bcn Week


Benzema fumando en la calle

by Jordi Corominas i Julián


Medianoche del 2 de enero de 2011 en un bar cualquiera. El camarero apaga las luces, los clientes pegan la última calada y suena una sirena. Danger! Danger! De repente, unas velas negras rompen con la oscuridad. Aparecen siete nazarenos, solemnes en el funeral del cigarrillo, expulsado de antros y tugurios por higiene, salud y un humo que poco sabe de pulmones. Algunos lloraban, otros secaban la lágrima al vecino. El rubio americano cruzó la puerta del recinto y se esfumó para siempre. ¿Para siempre? ¡No! Un grupo de irreductibles adeptos a la nicotina no se rinde ante el órdago planteado por el gobierno. Ha pasado un mes desde la implantación de la ley y muchas cosas han cambiado, desde los hábitos hasta los olores.

Manuel Fraga dijo que Spain is different. Fue su única frase con sentido. Si la aplicamos a los bares, comprobaremos que el gallego estaba en lo cierto. No hay ningún país mundial con tantos por metro cuadrado. Salgan a su calle. Pónganse a contar. En la mía no hay ninguno, pero es simplemente la excepción que confirma la regla. Además, estos lugares tan concurridos tienen, tenían, una retórica ambiental inconfundible consistente en un coro polifónico de conversaciones con volumen progresivo, alcoholes por doquier, ligues de santuario, deliciosas tapas grasientas y una atmósfera cargada hasta los topes como consecuencia del vicio que solemos atribuir a los carreteros.

Pues bien, ya lo saben. Ahora entras a un bar y casi te da por cantar aquello de algo se muere en el alma cuando un amigo se va. Mi favorito de Gracia huele a lejía en su interior y a mierda absoluta en el inodoro, inmenso, blanco sin pintadas obscenas que lo identifican con el Moloko de La naranja mecánica en versión cañí. La rebelión se gesta entre orines y excrementos y constituye la primera asociación del cambio mental que en Occidente sufre nuestra generación. Nos educaron para ser los mejor preparados de la Historia, hincharon el cerebro de discursos vacuos y mientras tanto, mediante tecnología y lo voraz del capitalismo, nos convirtieron en esclavos lúdicos, marionetas atadas a la velocidad. Por eso es fascinante transgredir yendo al fondo del garito y fumar como si fuera delincuencia de máximo riesgo. Otra opción evidente es ir al baño, donde se reúne una ingente cantidad de individuos desafiando el hedor pestilente para dar al aire otro potosí. Lo divertido es observar la algarabía del personal, encantados por su gamberrada, felices con la chica que adopta pose de oruga made in Lewis Carroll, contentos por agitar la noche con una nimiedad que en estos tiempos tan cretinos cobra categoría épica desde lo absurdo de la realidad.

Los chicos del retrete son rebeldes temporales que sólo agitan la bandera radical en caso de máxima excitación festiva. En condiciones normales siguen la tendencia mayoritaria y emigran al frío para resfriarse y penar sus días entre estornudos, toses y Frenadol, el novio de la farmacéutica. La idiotez de excluir a un sector importante de usuarios del calor de las cuatro paredes está produciendo nuevos enfoques al gran y maravilloso arte del ligoteo. Los que salen fuera son unos privilegiados porque pueden intimar con los demás sin necesidad de cómicos aspavientos o tonteos que siguen un guión previsible. Sí, luchad en la retaguardia, asomaos a la barra para atisbar vuestro objeto de deseo, pero sobre todo sed elegantes. La prohibición implica invitación. Vens a fumar? Si su cadencia es justa, la musicalidad de los vocablos envuelve. El siglo XXI nunca existió. Somos protagonistas de una novela de Scott Fitzgerald y la humedad barcelonesa no nos afecta al estar protegidos por el aura inabarcable de la burbuja quebrada cuando regresamos al bullicio, que a lo largo de este mes ha demostrado ya no ser tal.

Es desolador acceder a un escenario adalid del ocio humano y contemplarlo casi vacío, media entrada taurina que fosiliza las horas de luna, alegra a los empleados y desquicia al empresario, al que han concedido una tregua estacional que arruinará sus arcas en verano, cuando las terrazas, siempre más concurridas pese al duro invierno, estén a rebosar y los pakis –un saludo a Alain Delon, Moha y Barça Barça– vendan cervezas como quien regala rosquillas. Entonces la ira se apoderará de los hosteleros, hastiados por sacrificar el camuflaje de los olores y ver menguado el peso de sus bolsillos porque la homologación puede más que una insana tradición. En la Rambla del Raval las letrinas son lejía al limón. Preparen las cenizas.

Ilustración: Nil Bartolozzi

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