lunes, 3 de octubre de 2011
Cutter de Yves Ravey en Literaturas.com
Cutter de Yves Ravey, por Jordi Corominas i Julián
Siempre sentiremos una extraña atracción por la infancia, paraíso perdido que la literaturaha usado de mil y una formas. En estos últimos tiempos se produce una curiosa contradicción. Los expertos opinan que los chavales saben latín antes pese a su pésima preparación académica que les deja, en cierto sentido, desamparados ante algunas diatribas de la existencia. Sin embargo, amamos las historias donde aparecen, porque con ellas ejercitamos el valor de volver atrás e intentar recordar cómo éramos en esa etapa siempre rodeada de una cierta nebulosa porque los años no pasan en balde y las anécdotas conservadas en el cerebro se desdibujan hasta dar al principio de nuestras singladuras surcos muy imprecisos que el arte, acicate mnemotécnico, ayuda a recuperar.
En Cutter, novela del escritor francés Yves Ravey, su presencia activa dos rasgos característicos de esa edad del hombre: la desconfianza hacia los adultos y la influencia que estos pueden ejercer en mentes maleables por inexpertas. Lucky y su hermana no son niños normales. Perdieron a su padre y del hogar materno pasaron a un Centro de Menores del que se alejan una vez a la semana para servir a la familia Kaltenmuller, un peculiar matrimonio compuesto por un marido trabajador y una mujer de rompe y rasga. Si han conseguido esta vía de escape es gracias a su tío, jardinero de una finca en apariencia normal, pero ya se sabe, cualquier pequeño gesto en la ficción puede desencadenar un torbellino, que aquí palpamos con más estrépito por el estilo cortante, como el título de su obra, del autor, que de este modo incrementa el suspense de una trama que implica más al lector a partir del detalle que siempre nutre lo criminal.
Sí, hay un asesinato. La economía de medios de la narración desvela la personalidad de los protagonistas con cuatro pinceladas, como en un lienzo impresionista con otro tipo de matices. El tío no es agua clara y está en constante tensión al defender su puesto, si bien su interés y prepotencia parecen apuntar a intereses ocultos. La esposa es sibilina y encaja con estereotipos del género negro que aquí, algo con lo que nos encontraremos hasta en la eternidad, pretende ser reconvertido a través de un punto de vista original. El ojo de Lucky es la clave. Calla y observa. Acata y aprende, tanto que los demás lo desean que se transforme en la perfecta marioneta que apuntale coartadas y objetivos de las polichinelas de una función donde es inevitable caer en tópicos manidos que cobran otra perspectiva cuando estalla la caja de los truenos en el garaje y el abnegado marido fallece en misteriosas circunstancias que no descubriremos hasta los compases finales del manuscrito.
Ya saben. Dos ojos ven menos que cuatro. Irrumpe un inspector y el efecto títere se extiende. ¿Quién se llevará el trofeo? ¿Quién conseguirá los favores de Lucky? Sus doce problemáticas primaveras dificultan la tarea. Unos quieren engatusarle, otros desean conducir su mirada hacia la verdad. La figura de Saúl, policía sagaz y muy deductivo, transporta el relato hacia una previsible caja de pistas esparcidas por el minúsculo territorio donde se desarrolla la acción. El niño hará de lazarillo desde la incomodidad de quien percibe riesgo en cualquier rincón y es consciente que cada uno de ellos encierra secretos capaces de solucionar el entuerto. No importa si se trata de un árbol, una caja o el comedor. Los espacios, opresivos y reduccionistas al jugarse la partida entre cuatro paredes, dirigen un doble envite físico y mental. Por una parte tenemos la búsqueda que posibilite la resolución del caso, y por la otra el noble intento de sanar del desquicio a una criatura condicionada por eventos que superan su inmadurez, abocada a lo salvaje por la crueldad de los mayores.
La intriga se sostiene, el ritmo no decae y los argumentos planteados beben de las fuentes que desde que el mundo es mundo han delimitado este tipo de narraciones. Los crímenes suelen ser mayoritariamente por amor y dinero en instantes de agitación donde el cálculo inicial se revela imposible de fracturar. La sangre conlleva el poder de la inmortalidad temporal, con el tejido impregnado de falsa impunidad. En este libro el interés estructural radica en cómo se enfoca la investigación y las consecuencias que la misma puede generar para Lucky, víctima de una trampa envenenada que amenaza con determinar su futuro.
Yves Ravey completa con Cutter un experimento narrativo nada audaz que adquiere atractivo por los ingredientes sobre los que monta su cuerpo. Si el niño hubiera sido un monigote del sistema, un puer canónico, lo inesperado no tendría tantas opciones de aparecer como en la historia que nos concierne, en la que ningún elemento puede darse por descontado pese a que un buen lector podrá intuir desde la mitad de la trama las partículas que llevan a finiquitarla.
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