viernes, 29 de junio de 2012

Pensar el siglo XX de Tony Judt en Revista de Letras





“Pensar el siglo XX”, de Tony Judt (con Timothy Snyder),por Jordi Corominas i Julián | Reseñas |


Pensar el siglo XX. Tony Judt
(con Timothy Snyder)
Traducción de Victoria Gordo del Rey
Taurus (Madrid, 2012)



“La razón por la que necesitamos a los intelectuales, así como a cuantos más periodistas de valía podamos, es llenar el espacio que va creciendo entre las dos partes: los gobernantes y los gobernados”. Tony Judt

Siempre me ha parecido clave el modo en cómo se enseña la Historia. A veces, o casi siempre, soy muy pesado al referirme al perjuicio que la velocidad causa en la mente. Acelerar la máquina forma parte del proceso. Lo trágico es olvidar los motivos que han producido el cambio y la trascendencia que las acciones de nuestros antepasados tienen en nuestras vidas.

Nací en 1979 y aún en ocasiones, pues tengo la suerte de dar clases de Historia para adultos, me sorprendo en clase al referirme al siglo XIX como el siglo pasado, lo que no deja de ser bueno, porque alude a mi conciencia de un hilo cronológico donde se alternan a partes iguales Historia y memoria. La primera, que siempre se escribe, pone las bases para que la segunda no sea una mera colección de imágenes y fechas, y además permite analizar los hechos mediante una estructura que analiza la evolución, no siempre positiva, de la sociedad.

Lo triste, por el afán posmoderno de potenciar una cultura sintética, es que acontecimientos recientes parecen muy lejanos, y así se hincha la bola de amnesia colectiva y del desconocimiento llega el control. Hasta las mismas teorías surgidas tras la caída del Comunismo pretendieron finiquitar el tiempo, decapitar a Clío para establecer el sistema que unos pocos adoran, el mismo que ahora mismo nos arruina una vez se decapita pasito a pasito el Estado del Bienestar.




Pero para llegar a este trágico punto y poder subvertirlo hay que dotarse de una serie de herramientas relacionadas con el conocimiento de lo pretérito. Pensar el siglo XX las aporta haciéndolas accesibles a la mayoría, que probablemente no leerá el libro, y no sabe lo que se pierde, porque en su interior se condensa con buena prosa y mejores ideas la esencia del Novecientos entre errores, aciertos y soluciones que podemos hallar echando la vista atrás. Les juro que no es tan complicado, menos aún si el volumen mezcla una autobiografía hablada de Tony Judt y una charla del malogrado historiador con Tim Snyder, deslumbrante heredero que ha demostrado su buen hacer en trabajos como Tierras de sangre, uno de los mejores libros que servidor haya devorado sobre la Segunda Guerra Mundial.

Tan original formato se debe a que Judt iba apagándose mientras las charlas transcurrían. Urgía combatir la enfermedad degenerativa que paralizaba el cuerpo del intelectual y recoger sus palabras para dejar un legado válido para todos, y la labor de esos meses de intercambio entre maestro y alumno dio como resultado un bloque conceptual que no se limita a plasmar la centuria que dejamos atrás hace poco más de una década.

El contexto importa. Por eso cada capítulo de Pensar el siglo XX se introduce con una introducción donde Judt recuerda el nomadismo voluntario de su propia singladura, desde los orígenes familiares en Europa del Este hasta su crítico arraigo en Estados Unidos. Entre medias figuran su nacimiento en el Londres de 1948, la intensidad de la experiencia del kibutz hasta el desengaño, su bagaje académico en universidades anglosajonas y su éxito como voz lúcida contraria a los postulados del poder, ente demasiado feliz con vender milongas proclives a sus intereses, cuentos chinos estériles para alguien con tablas para combatir tanta desfachatez.




Estas introducciones biográficas sirvieron a Snyder para profundizar en determinados temas que configuran un sólido corpus filosófico del siglo XX y sus circunstancias. Es curioso comprobar, y quien escribe lo nota más a través de obvias analogías, cómo los hombres del tiempo previo a 1914 gozaban de una intensa contradicción entre un bienestar sin fronteras, los pasaportes surgieron después de la Primera Guerra Mundial, y el ahogo de pertenecer a Imperios que fomentaban una burbuja neurótica donde el crecimiento económico y el optimismo ocultaban la posibilidad de un colapso. Aquella época queda bien reflejada en El mundo de ayer de Stefan Zweig, piedra miliar que abre y cierra el volumen al ser una obra que explica con claridad lo que ha desaparecido del horizonte, pero también disfrutaban de un universo donde los valores decimonónicos aún servían para abrazar ríos de esperanza en una humanidad no violenta y con códigos de conducta basados en cauces éticos donde primara la nobleza.

En este sentido la Gran Guerra, ya lo intuyó a la perfección Eric J. Hobsbawm, dio el pistoletazo de salida a un período histórico que recogió las lecciones más negativas del Ochocientos y eliminó de cuajo cualquier atisbo de paz y armonía, sobre todo en Europa Central, transformada de golpe y porrazo por la conjunción de dos nefastas características: la lucha ideológica y el antisemitismo, factores que barrieron del mapa un orden casi milenario, la primacía del alemán en ese territorio y la normalidad del judaísmo en la zona, y notificaron el suicidio del Viejo Mundo, aquejado de muchos males que Versalles, el proteccionismo, Wall Street y Adolf Hitler incrementaron hasta lo intolerable.

El segundo tramo de Pensar el siglo XX transita por campos aparentemente más metodológicos que, sin embargo, son de sumo interés al plantear con firmeza cual es el papel del historiador y el intelectual en nuestra era. El ataque, siempre razonado, contra aquellos miembros de la comunidad favorables al efectismo denota un amor a las cosas bien hechas y a la necesidad de una pedagogía que no dé nada por supuesto y sirva para que la gente opte a los rudimentos útiles para la comprensión histórica. La otra faceta de esta reflexión incide en la metamorfosis de la figura del intelectual desde el caso Dreyfus hasta nuestros días. La tecnología, el medio de transmisión, ha condicionado el contenido, haciéndolo más reducido y, aunque no debería ser así, de peor calidad. De los artículos de Zola y la radio hemos virado a la televisión y finalmente a Internet, pero la cuestión va más allá y expone sin tapujos la urgencia de la intervención de verdaderos intelectuales para terminar con la tomadura de pelo a la que nos vemos sometidos. La guerra de Irak y la falacia de sus argumentos para llevarla a cabo es el perfecto ejemplo para presentar un sector político y financiero que bajo el manto de una supuesta democracia ejerce el fascismo con descaro y sin temor a las consecuencias, todo por el interés, y sin el pueblo, abandonado a la inercia histórica y demasiado acomodado por los años de prosperidad, como si la inacción del Estado lo convirtiera, y así es, en un huérfano que para recuperar a su padre debe preguntar qué ha fallado y cuáles son los intereses de los que han urdido la quiebra. El desinterés democrático es la cuna de la dictadura, que sin ropajes militares puede funcionar igualmente bien si nadie reacciona.

Tony Judt falleció en agosto de 2010. Pensar el siglo XX es su testamento, y su mensaje es prístino y a contracorriente. El desafío es invertir los términos del discurso dominante para que el paisaje recupere la cordura del compromiso desde la derrota de la ignorancia y una firme voluntad que enlaza libertad con conocimiento, única vía para ubicar la deriva del laberinto hacia una línea recta donde todos podamos caminar sin cadenas.

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