viernes, 20 de julio de 2012

El nomenclátor, la Canadenca y la closca pelada dels cretins en Bcn Mes






El nomenclátor, la Canadenca y la closca pelada dels cretins, by Jordi Corominas i Julián


Hace dos semanas quedé en la Plaza del Molino con un grupo de señoras interesadas en conocer la historia del Paralelo, una arteria desaprovechada desde que se apagaron los focos de los teatros y cabarets que la convirtieron en un gran centro de ocio popular durante gran parte del siglo XX. El tiempo y el cambio en las diversiones han alterado su aspecto físico, tanto que para quien no conozca nada de antigua fama puede resultar sorprendente saber que, además de un templo del liguero y la picaresca, fue un importante enclave obrero.


Entre los números 64 y 80 de la avenida se acumulaban bares proletarios sin puertas ante la inexistencia de horarios. El más célebre fue el café La tranquilidad, irónico nombre para un negocio por donde desfilaron, entre otros, Lluís Companys, Francesc Layret o Salvador Seguí, políticos que pisaban la calle y hablaban con las personas, seres transparentes para los que mentir era una blasfemia.


La tranquilidad, para más INRI, estaba en el número 69, al lado del Teatro Victoria. Un poco más abajo, mientras el barrio descubría desde el puerto la cocaína y el jazz, destacaban las tres chimeneas de la Canadenca, fábrica que durante decenios fue la mayor productora y distribuidora de energía eléctrica en el área metropolitana de nuestra ciudad. Este skyline compite en el recuerdo colectivo con el de Sant Adrià del Besós, salvado mediante un referéndum popular del que informamos en su momento. La diferencia principal entre los dos sitios es que en el del Paralelo tenemos un ejemplo de lucha que el Ayuntamiento dirigido por Xavier Trías intentó cancelar sin éxito hace bien poco.


Barcelona es una ciudad con muy pocas placas conmemorativas en comparación con otras capitales europeas, algo curioso si pensamos en la mentalidad que se nos atribuye a los catalanes, más germánicos que latinos, disciplinados y concienzudos con el recorrido de nuestros antepasados. ¿Seguro? No, más bien en este aspecto parecemos los vagos del sur, que diría Angela Merkel. Hay escasos rótulos que informen de hechos pretéritos.


Si somos precisos matizaremos mejor la poca vergüenza, y el miedo que implica su acción, del gobierno del hombre que erre que erre pronuncia esa letra con peculiar dicción. Para apreciar la estafa que se quería perpetrar conviene penetrar en la Plaza de las tres chimeneas, foro público con bancos de cuarta mano y un escenario al que, obviamente, no se le da uso útil. Mientras vislumbramos la platea avanzaremos y el siempre informativo nomenclátor nos comunicará que estamos en el Passatge de la Canadenca. Si leéis la explicación comprobaréis que sí se alude a la huelga de 1919 que paralizó la ciudad durante dos meses y propició por la presión obrera la consecución de las ocho horas laborales, un triunfo proletario que venía reivindicándose desde finales del siglo XIX.


Y diréis vale, está muy bien que el paseante pueda retener datos de suma importancia. El problema es que el 19 de mayo del presente año EL PAÍS publicó un artículo del polipoeta Xavier Theros, quien cada verano nos deleita con su sabiduría de las partículas elementales de Barcelona. El texto era brillante y comentaba el cambiazo. Durante una cantidad de meses que no podemos cifrar con exactitud, entre otras cosas porque nadie comunicó el cambiazo, desapareció de la placa del Passatge de la Canadenca la mención a la huelga revolucionaria y como contrapartida surgió una explicación más que neutra donde se especificaba que la emblemática fábrica fue fundada en 1911 por Frederick Stark Pearson, un señor fallecido en el hundimiento del Lusitania al que ya se rinden honores en la zona alta con una estatua y una conocida avenida de Pedralbes.


Pearson no es la cuestión. El tema es la manipulación del nomenclátor por parte del Ayuntamiento para anular y borrar del mapa una molestia de la curiosidad, como si cancelando la ineludible referencia al conflicto de 1919 este desapareciera también para siempre, por el bien del parque temático y su pavor, pueden estar tranquilos, a que los jóvenes decidieran imitar a sus abuelos.

El caso es que ardía en deseos de relatar a mis queridas señoras la sibilina maniobra. Mi decepción fue tremenda. Tras el eco que tuvieron las reflexiones de Theros, el ayuntamiento, en otro gesto cargado de secretismo, aceptó que había hecho el ridículo y volvió a colocar la placa original. Aquí no ha pasado nada. Total, sólo un periodista y sus seguidores se han cabreado con la chapuza, gravísima por su maquiavélica voluntad ideológica.




¿Por qué es básico con la que cae recordar a los héroes de 1919? Los empresarios catalanes se lucraron con la neutralidad española durante la Primera Guerra Mundial. Cuando cesaron las hostilidades su burbuja se deshinchó y la crisis por la disminución de ese maná de trinchera comportó en la empresa Riegos y fuerzas del Ebro, filial de la compañía canadiense, modificaciones en las condiciones laborales del personal de facturación. Se recortaron sueldos y los trabajadores pidieron asesoría al Sindicato único de agua, gas y electricidad de la CNT. La empresa reaccionó a la presión con ocho despidos. Los obreros siguieron acudiendo puntualmente a su tarea, pero aumentaron la apuesta con una huelga de brazos caídos que comportó ciento cuarenta despidos más. El reto llegó a su paroxismo cuando, finalmente, todos los asalariados abandonaron sus puestos y Barcelona se vio sumida en la más completa oscuridad. Los tranvías dejaron de funcionar, muchas fábricas tuvieron que cerrar y un apagón informativo, porque las rotativas estaban inhabilitadas, cuadró el círculo.


El gobierno, estupefacto ante la deriva de los acontecimientos, reaccionó tarde y mal. Encarceló a tres millares de valientes y la huelga específica pasó a ser general en toda Catalunya. Lo local adquirió dimensión nacional y se armó el rosario de la aurora que engendraría, pese a la conclusión feliz de este tramo de la disputa, la semilla que crecería hasta 1923 en la ciutat on es matava pel carrer porque la Patronal no se quedó parada y lanzó un ordágo que hizo de Barcelona un Chicago europeo donde el capital contrataba sicarios para ajustar cuentas con los que se oponían a su fascismo económico.

Pero eso ocurrió más tarde. La lección de la huelga de la Canadenca fue plantar cara a los malos de la película con pacifismo y un temple sensacional. Dos meses de paro total, no tonterías de una jornada con pancartas y tambores. Y en estas Xavier Trías o quien sea de su consistorio aprieta un botón y con su matamoscas aplasta al insecto estático que amenaza con volver si alguien lo lee.

El ardid no ha surtido efecto y han imitado a los cangrejos, lo que no evita que les hayamos pillado- primero con la metamorfosis, luego con la restauración del contenido inicial de la placa- con las manos en la masa en su fechoría de querer liquidar lo acaecido. En la era de la desinformación por exceso de fuentes no estaría de más enhebrar un manual que nos ayude a comprender las gestas y las actitudes de los que nos precedieron. Así seria más fácil darle razón a Karl Marx y gritar bien alto, por mucho que les fastidie a las autoridades, que sí, que la Historia, en mayúsculas, se repite.

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