El disparate de las primarias, por
Jordi Corominas i Julián
Uno
de los grandes problemas de nuestro tiempo es el naufragio de lo que podríamos
llamar izquierda institucional. El desprestigio de la clase política es aun más
profundo porque los partidos socialdemócratas parecen ciegos a los cambios que
pide la sociedad, más rápida en pequeños grupos, contrarios a la pasividad
reinante, a la hora de proponer ideas para el futuro.
En
Barcelona el PSC ha gobernado durante treinta y dos años. El desgaste de esos
tres decenios debía pasar factura en forma de desorientación, no lo dudamos,
pero, a la espera de que surjan casos de corrupción municipal de una era
pasada, su regeneración está siendo de chiste, una desesperada derrota que
perjudica a los ciudadanos en grado sumo, pues nuestro actual Alcalde es una
enorme mediocridad que amenaza convertir la Ciudad Condal en lo que quiso
Porcioles: una urbe de ferias y congresos, muy provincial y con fachada por
doquier, eso sí, aliñada con una magnífica demagogia que hace que muchos de sus
habitantes piensen que vivimos en el mejor sitio del universo, genial para
postales e innovar en el parque temático.
Y
bien, en determinados aspectos eso es cierto, pero esto no nos concierne en
estas líneas. Los últimos fines de semana hemos asistido a un ridículo
histórico de la oposición, que sí, habéis acertado, son los socialistas. La voluntad
de democratizar la democracia se ha iniciado con una debacle. Las primarias
son, eso nadie puede negarlo, un sano ejercicio donde se pretendía que
cualquiera de nosotros eligiéramos al candidato que deberá disputar la Alcaldía
al fan de las privatizaciones, el señor Trías, el del tarifazo del Metro y Los
Encantes, un hombre que como primer ciudadano navega tranquilo porque gobierna
silencioso mientras el patrimonio se va a pique y las calles se llenan de
negocios iguales en un sentido bastante contrario al dogma marxista.
En
fin. Tenía esperanzas en las primarias. Se presentaron seis candidatos y uno se salió del plano antes del definitivo pistoletazo de salida por no tener suficientes avales. El más
sobrio de todos ellos, al ser muy crítico con su propio grupo municipal, era
Jordi Martí, quien desde mi punto de vista era el más capacitado
intelectualmente, lo que asimismo lo alejaba de los presuntos votantes. Por
otra parte Martí ejerce hoy en día de líder de la oposición, y si algo se
quiere renovar es comprensible que se tire la ropa vieja a la basura.
La
candidata popular, porque presume de activismo y es muy querida en Nou Barris,
era Carmen Andrés. La fresca, por juventud y discurso, era Rocío
Martínez-Sampere, Maragalliana de esencia, cualidad que quien escribe valora
como algo más que positivo. Los dos que nos faltan son Laia Bonet y Jaume Collboni, que a la postre ha
resultado ganador, pésima noticia para su propia formación: era el candidato
oficialista y los cinco mil votantes de la ronda final parece que le hayan
puesto al lado de una imaginaria guillotina para que termine de hundir la nave
que dirige, con nula efectividad y muchos titubeos, Pere Navarro, ese ser, el
Clooney catalán, o eso decían.
Las
primarias han sido una risa amarga. Los ciudadanos han demostrado que no creen
ya a los políticos, quienes para paliar el mazazo de la nula participación en
el proceso hasta hicieron votar a pakistaníes. A ver, los pakis, mis queridos
pakis, son empresarios gloriosos que dan vida al sur del Raval, a esa parte
baja tan denostada por los socialistas y sus sucesores convergentes, más
avezados al norte del chino, con museos y universidades. No creo que esos
nobles asiáticos que sintieran ningún deseo de pagar un euro, obligado para los no afiliados, para depositar una
papeleta en una urna. ¿Realmente pensaron que nos íbamos a tragar lo de la
participación inmigrante? ¿Les dieron un bocata y una entrada para ver al
Barça?
El
ardid ilustra el desapego generalizado, la incomparecencia por hastío en un
disparate mal programado donde pocos de los que optaban el puesto han
desarrollado una trayectoria municipal sólida. Eso para empezar. Luego, insisto
en ello, la escasa repercusión en la calle de la astracanada, que en otro
momento histórico podría haber sido un verdadero espaldarazo para recuperar
credibilidad, deslegitima al ganador, que para más inri era el que apoyaba la
dirección y un personaje anclado en la nomenklatura socialista como Miquel
Iceta, uno de los que echaron a Maragall porque más que las ideas lo que le
importa es tener poder. Que Collboni rechazara la presencia de Navarro en su
triunfal proclamación como candidato es otra prueba que ellos mismos saben de
su derrumbe, pero ocultando vergüenzas, y vistiendo traje y corbata de político
de toda la vida, no se convence al electorado, normalmente bastante reacio a catapultar al preferido de la cúpula, lo que incrementa las sospechas de algo poco limpio, totalmente podrido.
Puede, es sólo una reflexión, que la victoria de una mujer hubiese propiciado un poco de aire fresco. Estoy convencido que una candidata recibiría apoyo de las de su género, algo que a la postre serviría para dar posibilidades a los socialistas, contentos por ocultar sus flaquezas a través de este factor. Si Rajoy, por poner un ejemplo, se fuera y presentara a Soraya para las legislativas quizá otro gallo cantaría en Génova. Quizá. Fachada versus contenido. Otra vez. El engaño, los camaleones y el vertedero.
Si
les soy sincero, volvamos al inicio, este disparate no me preocupa por los
socialistas. Mi temor se centra en nosotros. Pasaremos de la crisis económica a
la política, con un 2015 donde en España veremos, siempre que no viren mucho
las tornas, un gobierno de coalición PPSOE, alucinante, una monstruosidad que
sepultará el sistema de partidos de la Transición de forma definitiva. ¿Seguro?
En Cataluña las encuestas auguran un fuerte descenso de CiU, el tercer hombre
de la farsa. El trauma es que podrá demolerse la bestia, pero sin una nueva
izquierda las cosas sólo irán a peor, una izquierda adapta al siglo XXI que
piense en las personas y no en caciquismos, una izquierda que de la torre de
marfil burocrática pase a empaparse los pantalones de barro. De momento
Barcelona confirma que la solución queda bien lejana, y si las cosas siguen así
conviene que otros, porque los de siempre han demostrado llevar una enorme
venda en los ojos, se arremanguen la camisa.
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