martes, 1 de abril de 2014

La bestia de París y otros relatos, de Marie-Luise Scherer




La bestia de París y otros relatos, de Marie-Luise Scherer, por Jordi Corominas i Julián

Marie-Luise Scherer, La bestia de París y otros relatos, Sexto Piso, Madrid, 2014
Traducción de José Aníbal Campos

Creo que lo buenos reportajes más que dar respuestas deben generar preguntas, ser capaces de llegar al alma del lector para que siga indagando en las cuestiones que los textos presentan. Antes de que cayera en mis manos La bestia de París, y otros relatos, no conocía a Marie Luise- Scherer. El libro, otro acierto de Sexto Piso, resulta atractivo desde un primer momento, los ojos se lo comen por la imagen de la cubierta, terrorífica, tanto que hace pensar en un volumen macabro que sólo lo es hasta cierto punto.
El primer plato es criminal y traza una línea muy oscura. Durante algún tiempo investigué casos de mujeres asesinas en Barcelona. Los asesinatos con acento femenino son raros, una excepción que sorprende, como también lo hace que las víctimas sean ancianas desvalidas. En la Ciudad Condal la bestia se llamaba Remedios Sánchez y preparaba tortillas a la policía a mediados de pasada década. Veinte años atrás la capital francesa tembló por un caso parecido con bastantes más ingredientes, entre otras cosas porque los protagonistas del suceso simbolizan un tiempo y una época.

Thierry Paulin era un joven de provincias con ínfulas. Se deslumbró por París y quiso mimetizarse. Tenía muchos elementos en su contra, desde su homosexualidad hasta el color de su piel. El mulato con ambiciones se enamoró de un chico similar. Juntos pensaron en ser reyes, y para lograrlo necesitaban un dinero que no proporcionan sus correrías por el mundo del espectáculo. Así fue como optaron por una vía rápida y contundente: cargarse a viejecitas indefensas.



Con el paso de los meses llegaron las desavenencias amorosas. Paulin y Mathurin se separaron como amigos y el primero siguió la estela de sangre porque deseaba seguir viviendo a todo trapo. Sus presas eran tortugas que no esperaban terminar así sus días. Su verdugo estaba poseído por una inercia que le impulsó, mientras se bebía la existencia con drogas y noche, a matar a más de veinte mujeres hasta que la fiesta, como siempre ocurre, dio paso a la detención. No hay crímenes perfectos, sólo malas investigaciones.
Mientras escribo la reseña he pensado que sus cuatro relatos son homicidios con tendencia a recorrer el siglo XX. El segundo se centra en un maltrecho poeta que disfrutó de las mieles del reconocimiento junto a grandes compañeros de viaje. Philippe Soupault, como la mayor parte de los protagonistas de esos gloriosos años veinte parisinos, es poco conocido en España. Fue uno de los grandes impulsores del surrealismo, conoció a Apollinaire y fue una especie de gemelo de André Breton, hasta que este, uno de los egos más insoportables de la pasada centuria, optó por pontificar lo que exigía el más alto grado de libertad. De Breton se ha escrito demasiado, y no conviene olvidar su caminar como si fuera una estatua de bronce. Más que el arte quiso ser inmortal antes de morir, y eso se refleja en las reflexiones de este paseo por lo que fue Soupault, contrario a tanta doctrina absurda que se cargó un grupo heterogéneo que pese a su avidez de éxito aportó conceptos clave para la cultura contemporánea, pilares que hoy en día se tergiversan desde el disparate y una idealización nutrida de ignorancia.



La tercera crónica parece sacada de la fiesta de los nobles de La Dolce Vita. Tras el fracaso de Luchino Visconti, quien a buen seguro hubiese realizado una joya inmortal, el alemán Volker Schlöndorf recogió el testigo y plasmó parte de la Recherche proustiana en el séptimo arte. El plató del rodaje sirve a la autora para trazar un retrato donde nobles de capa caída alternan con actores que, desde mi punto de vista, apuntan al fracaso del proyecto. De nada sirve la presencia de Delon o la bella Ornella Muti. La cámara que es la prosa se vuelca al pasado, recuerda cómo Proust hilvanó su leyenda entre salones donde se dedicaba a observar mientras nadie daba un duro por su trayectoria literaria. Las anécdotas del gran Marcel y ese París desaparecido entre las brumas dan paso a una última historia que podemos relacionar con los dimes y diretes de la filmación. La moda es un escaparate que Scherer capta con ironía desde la enorme ridiculez de la pose, el oropel y la figuración de egos rotos, pues al fin y al cabo el volumen es eso, un largo desfile de personalidades fragmentadas entre baches de la singladura concentrados en el punto más especial del
planeta.



Cada uno de los cuatro estudios, con mucho brío y un serio desenfado, abordan también como los seres humanos colisionamos contra antagonistas afines. Paulin topa con su propio reflejo, Narciso muerto de imposibilidad. Soupault ve en Cocteau a su Némesis por envidia, de ahí el colectivo y las barbaridades para epatar. Schlöndorf sucumbe ante el monstruo que quiere reproducir. Finalmente, sin ser menos que los otros, las ropas y embustes descritos alrededor de la pasarela son frustraciones sociales devorados por la única victoriosa de esta trama perpetua: París.


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