La hora de los secundarios: Y todo
a media luz, de Maurizio de Giovanni.
Maurizio
de Giovanni, Y todo a media luz, Barcelona, Lumen, 2015
Traducción
de Celia Filipetto
Son
ya seis las entregas que han llegado a nuestro país de las andanzas del
Comisario Ricciardi, un hombre bueno y atormentado que desarrolla su actividad
investigadora en la Nápoles fascista. A diferencia de muchos otros personajes
el de Maurizio de Giovanni se enmarca en unas coordenadas especiales donde él,
pese a ser el centro de las tramas, se ve rodeado de un estupendo elenco de segundas
espadas que permiten al lector desear una nueva novela para ver cómo prosigue
la suerte de cada elemento, desde su lugarteniente Maione hasta Enrica, ese
amor inmortal que nunca llega porque mantener el suspense del mismo es un santo
y seña de la serie.
Ricciardi
está marcado por un poder que es su tortura. Puede escuchar las últimas
palabras de los muertos allá donde va. Esta arma es magnífica para resolver los
casos, pero le acarrea un malestar que impide su estabilidad sentimental, pues
se niega a provocar la infelicidad de quienes le rodean, de ahí su aire
taciturno y la dureza de esos ojos verdes que todo intentan escrutar.
En
esta ocasión el paraíso será la clave que mueva todos los hilos, y sí, lo
pueden interpretar desde un doble sentido. Un burdel es donde se sitúa el
crimen de la Víbora, una bellísima prostituta asfixiada con un cojín en su
habitación de trabajo. El crimen acaece a las puertas de semana santa y altera
el equilibrio local en medio de las futuras festividades religiosas mientras
emergen los sospechosos, nacen preguntas y la intriga crece sin prisa pero sin
pausa.
Cuando
uno se ha familiarizado con los procedimientos del padre de la criatura atiende
algo más que la resolución de un asesinato. De Giovanni usa las pesquisas de su
estrella como una biga maestra que permite construir el resto del edificio. De
este modo los relatos periféricos se hilvanan con el principal para crear una
simultaneidad casi cinematográfica que en algunos capítulos alcanza una
excelencia que se mide tanto por el ritmo narrativo como por una más que sabia
elección de las palabras que producen el encadenamiento de acciones,
pensamientos y esperas de algo que nunca sabemos si llegará, desde el amor
hasta las pistas que propician avanzar en la senda detectivesca, pletórica en plantear
dudas al lector hasta las páginas conclusivas, otro aspecto marca de la casa
que, sin embargo, me parece menos decisivo que otros puntos fuertes entre los
que figuran dibujar el contexto con pocas y acertadas pinceladas o lograr una
estructura narrativa que suscite un fuerte anhelo de devorar el libro en pocas
sentadas mediante capítulos cortos, diálogos intensos y la introducción de
continuos misterios.
Tal
y como apuntaba en el párrafo anterior, en Y todo a media luz algunos
secundarios habituales cobran una relevancia inaudita, sobre todo el doctor
Bruno Moro y Nenita, el travesti informante. El primero, bien conocido en la
ciudad partenopea por su antifascismo, sufrirá por su integridad física y
mental, mientras el segundo activará sus resortes hasta el paroxismo entre sus relaciones
con la prostitución y las órbitas del poder, donde también tendrá algo que
decir la viuda Vezzi en su empecinamiento por seducir a Ricciardi.
En
medio de todo este engranaje creo que hay un aspecto que merece ser remarcado.
La comida es fundamental para entender las maquinaciones desde varios niveles,
tanto de lectura como interpretativos. Por un lado tenemos el enamorado del
pasado que recupera la belleza de la Víbora al encontrarla de casualidad en el
lupanar al que acude para repartir fruta. En otra sección la joven Enrica
aprende de la tía del comisario las recetas que permitirán conquistarle algún día,
y mientras esto sucede la mujer del lugarteniente Maione se esmera en preparar
un dulce napolitano que incluye una leyenda encantadora que sirve para reforzar
la unidad del clan familiar. El amor y
la gastronomía se funden en un solo cuerpo que vuela en distintas direcciones
según los intereses creados en el mosaico de peripecias de esa primavera de
1932 que deja las puertas abiertas hacia nuevas vueltas de tuerca en la
evolución de las estaciones que marcan el devenir temporal de los sucesos de
esa Nápoles envuelta entre múltiples brumas que cuesta mucho disipar.
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