En ocasiones me quejo demasiado del naifismo literario que impregna las redes sociales. De repente todo es maravilloso, los lectores parecen poseídos por una extraña idolatría y los me gustas crean una especie de extraña secta. Sin embargo formo parte de ella desde mi doble vertiente de consumidor voraz de volúmenes y por escribirlos, lo que asimismo implica amarlos y tener mis espacios de predilección.
Quien me busque en Barcelona me encontrará en dos lugares vivos y sentimentales. Uno de ellos es La Central de Mallorca, donde voy desde mi adolescencia. Me chifla bajar sus escaleras, husmear entre las novedades o ir, lo más normal, directamente a la habitación de los encargos para recoger mi botín bibliófilo. Me gusta su madera, las estanterías y la sensación de pasar desapercibido entre todos los demás curiosos, y también me gusta la oferta de publicaciones extranjeras que me brinda, única en mi ciudad.
Hará cosa de dos años hice el esfuerzo, el barcelonés es un animal muy perezoso, y bajé a Poblenou un lunes de otoño. Iba a Nollegiu. Me llamaba la atención el nombre del establecimiento y maté dos pájaros de un tiro porque ese día se presentaba un libro de Malpaso, por entonces una nueva editorial. Llegué, como siempre, un poco tarde, escuché con atención los parlamentos y tras comprar La lengua del Tercer Reich hablé unos minutos con el librero, Xavi Vidal, quien ahora es un muy buen amigo.
Ha pasado el tiempo y mi relación con Nollegiu es especial. Me gustan las librerías que con mucha autenticidad apuestan por cosas diferentes. En mi caso he participado en recitales, tanto en la calle como en el interior, cenas del ciclo Nopenseu y soy un cliente fijo que, en ocasiones, sólo visita a sus amigos, charla y luego retoma sus actividades.
A lo largo de estos años siempre nos ha acompañado la pizarra, mágica, una seña de identidad del local. Llegas a Nollegiu y es lo primero que ves. Tiene identidad propia y hasta un día la robaron.
Desde la vanidad que tiene todo escritor reconozco que me encanta cuando Xavi escribe en ella alguno de sus versos. También me enamora porque es una magnífica idea para incitar a entrar sin pensar en el lasciate ogni esperanza voi ch‘entrate, como mucho os dejaréis un dinero bien invertido, os acostumbraréis a un sitio mágico y volveréis, porque a Nollegiu siempre se vuelve, es inevitable, están Xavi y María, el buen rollo es sensacional y repetir es obligatorio.
Ayer Xavi comunicó en su Facebook que un inspector municipal le comunicó la denuncia de un vecino instándole a retirar la pizarra. Un absurdo barcelonés más, sobre todo si se piensa que este objeto dinamiza y da al carrer de l’Amistat más vida de la que ya tiene. Sólo por el esfuerzo de tantos de recuperar el barrio y darle un rostro tan característico debería quedarse, pero si fuera por eso me quedaría corto. Es un símbolo, una apuesta y una referencia.
Que un Ayuntamiento en el que depositamos tantas esperanzas vaya con tonterías de este estilo es lamentable. Los pequeños comercios son los grandes autores a defender. Este modesto texto es un homenaje a la querida pizarra y un canto de defensa a la misma y bien, no pasarán, lo tengo clarísimo.
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