Díptico de búsqueda: Una juventud y
Tan buenos chicos, de Patrick Modiano, por Jordi Corominas i Julián
Patrick
Modiano, Una Juventud y Tan Buenos Chicos, Anagrama, Barcelona, 2015
Traducción
de María Teresa Gallego Urrutia
La
prosa de Patrick Modiano está impregnada de partículas aéreas aliadas con el
recuerdo. Cuando el pasado otoño ganó el Premio Nobel se produjo en España ese
extraño fenómeno consistente en la proliferación de súbitos expertos que sin
contextualizar su obra se atrevían a juzgarla desde bases muy endebles. Entre
las perlas de aquellos días recuerdo el tópico del autor que siempre repite la
misma novela, como si la textura de sus palabras fuera un viaje en bucle hacia
un mismo punto, una senda laberíntica imposible de desentrañar centrada en
París y sus alrededores. Esta podría llegar a ser cierto, pero olvida parcelas
fundamentales de un territorio muy especial donde la obsesión espacial se aúna
con la memoria desde el detalle y una precisión quirúrgica propia de un
detective de la cotidianidad.
Desde
este punto de vista Modiano sería una especie de Flâneur de la segunda mitad
del siglo XX con una particularidad: sus paseos son reconstrucciones que parten
del cerebro y vuelven a instalarse en la superficie cuando ha transcurrido
suficiente tiempo para que lo vivido canalice en lo escrito. Tras su inicial
Trilogía de la ocupación dio un salto que le acercó a la obtención de su estilo
en Villa Triste y Libro de Familia. La primera mostraba un gusto por ciertos
ambientes turbios que chocan al protagonista, fascinado por lo extraño mientras
ansía la obtención de un amor que le acerque a una paz obstaculizada por las
situaciones acaecidas en un breve lapso cronológico. En cambio la segunda ya
exhibe una marcada querencia por reconstruir el pasado personal desde la
ficción entre calles, registros y la lenta labor de hilvanar piezas para que el
puzzle de la comprensión encaje, pues gran parte de sus novelas son una búsqueda
inexacta basadas en preguntas simples que devienen complejas precisamente por
esa sencillez.
Una
juventud y Tan buenos chicos fueran publicadas en 1981 y 1982. Pueden
entenderse como una quête a la espera
de dar con la tecla adecuada de un gran libro. Tras la consagración que supuso
en 1978 el Premio Goncourt por Calle de las tiendas oscuras Modiano tuvo un
largo período prolijo que, sin embargo, no termino de contentarle si se observa
la selección de diez novelas que hizo en 2013 para la editorial Gallimard. En
este volumen se aprecia un salto de un decenio desde su galardonada novela
hasta Reducción de condena, que vio la luz en 1988. ¿Consideraba el Nobel su
década de los ochenta como un campo de experimentos para pulir su material y
darle un cuerpo más sólido? Este interrogante es el que me permite imaginarlo
como cualquier escritor, entre dudas que nos asaltan y conducen a la acción,
que en el caso que nos concierne derivó en un díptico encuadrado en un mecanismo
estructural con similitudes por la evocación y diferencias bien marcadas por la
trama.
Una
juventud empieza con una pareja que a punto de cumplir los treinta y cinco años
disfruta de una vida acomodada al lado de una estación de esquí. Este inicio
desemboca en la necesidad de volver al origen y contar cómo se conocieron Louis
y Odile, dos desesperados que, apenas salidos de la adolescencia, intentaban
abrirse camino en el París de mediados de los años sesenta, fechas
fundamentales en la trayectoria del narrador, arquitrabes de una arquitectura
interior que se funde con la geografía de la ciudad de la luz para depararnos una
historia donde la pareja protagonista circula entre míseros trabajos, sueños
truncados en el espectáculo y la compañía de dos oscuros secundarios que mueven
los hilos del relato con sus decisiones. La ambigüedad de esos acompañantes es
un clásico modianesco, quien gusta de situar figuras experimentadas porque de
este modo puede abrazar más trechos que tracen líneas temporales del paisaje y
la Historia, convertida en la suma de pequeñas biografías que suman y restan
desde intimidades que nunca mencionarán los periódicos desde esa perspectiva.
La
tristeza de esos jóvenes en una estación de tren encaja con la pena de los
antiguos internados de Valvert, esos Tan buenos chicos del título de la novela,
hombres curtidos, derrotados sin saberlo por el destino, que coinciden con el
narrador a lo largo de un período indeterminado. El pasado se plasma en el
presente mediante la casualidad y unos pasos que convergen porque todos los
implicados del relato saltaron a la realidad desde los muros de una escuela
desquiciada con el deporte por premisa y la clausura como virtud. El trayecto
colectivo que se dibuja en estas páginas es el de la riqueza que no ha sabido
nadar en las aguas de la normalidad, el de la esperanza truncada que se resigna
a transitar sin lucir ningún destello, y así, tras cerrar el libro, como
siempre en Modiano, pensamos que quizá ellos podríamos ser nosotros.
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