lunes, 28 de diciembre de 2015

Una juventud y Tan buenos chicos, de Patrick Modiano





Díptico de búsqueda: Una juventud y Tan buenos chicos, de Patrick Modiano, por Jordi Corominas i Julián
Patrick Modiano, Una Juventud y Tan Buenos Chicos, Anagrama, Barcelona, 2015
Traducción de María Teresa Gallego Urrutia
La prosa de Patrick Modiano está impregnada de partículas aéreas aliadas con el recuerdo. Cuando el pasado otoño ganó el Premio Nobel se produjo en España ese extraño fenómeno consistente en la proliferación de súbitos expertos que sin contextualizar su obra se atrevían a juzgarla desde bases muy endebles. Entre las perlas de aquellos días recuerdo el tópico del autor que siempre repite la misma novela, como si la textura de sus palabras fuera un viaje en bucle hacia un mismo punto, una senda laberíntica imposible de desentrañar centrada en París y sus alrededores. Esta podría llegar a ser cierto, pero olvida parcelas fundamentales de un territorio muy especial donde la obsesión espacial se aúna con la memoria desde el detalle y una precisión quirúrgica propia de un detective de la cotidianidad.

Desde este punto de vista Modiano sería una especie de Flâneur de la segunda mitad del siglo XX con una particularidad: sus paseos son reconstrucciones que parten del cerebro y vuelven a instalarse en la superficie cuando ha transcurrido suficiente tiempo para que lo vivido canalice en lo escrito. Tras su inicial Trilogía de la ocupación dio un salto que le acercó a la obtención de su estilo en Villa Triste y Libro de Familia. La primera mostraba un gusto por ciertos ambientes turbios que chocan al protagonista, fascinado por lo extraño mientras ansía la obtención de un amor que le acerque a una paz obstaculizada por las situaciones acaecidas en un breve lapso cronológico. En cambio la segunda ya exhibe una marcada querencia por reconstruir el pasado personal desde la ficción entre calles, registros y la lenta labor de hilvanar piezas para que el puzzle de la comprensión encaje, pues gran parte de sus novelas son una búsqueda inexacta basadas en preguntas simples que devienen complejas precisamente por esa sencillez.



Una juventud y Tan buenos chicos fueran publicadas en 1981 y 1982. Pueden entenderse como una quête a la espera de dar con la tecla adecuada de un gran libro. Tras la consagración que supuso en 1978 el Premio Goncourt por Calle de las tiendas oscuras Modiano tuvo un largo período prolijo que, sin embargo, no termino de contentarle si se observa la selección de diez novelas que hizo en 2013 para la editorial Gallimard. En este volumen se aprecia un salto de un decenio desde su galardonada novela hasta Reducción de condena, que vio la luz en 1988. ¿Consideraba el Nobel su década de los ochenta como un campo de experimentos para pulir su material y darle un cuerpo más sólido? Este interrogante es el que me permite imaginarlo como cualquier escritor, entre dudas que nos asaltan y conducen a la acción, que en el caso que nos concierne derivó en un díptico encuadrado en un mecanismo estructural con similitudes por la evocación y diferencias bien marcadas por la trama.

Una juventud empieza con una pareja que a punto de cumplir los treinta y cinco años disfruta de una vida acomodada al lado de una estación de esquí. Este inicio desemboca en la necesidad de volver al origen y contar cómo se conocieron Louis y Odile, dos desesperados que, apenas salidos de la adolescencia, intentaban abrirse camino en el París de mediados de los años sesenta, fechas fundamentales en la trayectoria del narrador, arquitrabes de una arquitectura interior que se funde con la geografía de la ciudad de la luz para depararnos una historia donde la pareja protagonista circula entre míseros trabajos, sueños truncados en el espectáculo y la compañía de dos oscuros secundarios que mueven los hilos del relato con sus decisiones. La ambigüedad de esos acompañantes es un clásico modianesco, quien gusta de situar figuras experimentadas porque de este modo puede abrazar más trechos que tracen líneas temporales del paisaje y la Historia, convertida en la suma de pequeñas biografías que suman y restan desde intimidades que nunca mencionarán los periódicos desde esa perspectiva.




La tristeza de esos jóvenes en una estación de tren encaja con la pena de los antiguos internados de Valvert, esos Tan buenos chicos del título de la novela, hombres curtidos, derrotados sin saberlo por el destino, que coinciden con el narrador a lo largo de un período indeterminado. El pasado se plasma en el presente mediante la casualidad y unos pasos que convergen porque todos los implicados del relato saltaron a la realidad desde los muros de una escuela desquiciada con el deporte por premisa y la clausura como virtud. El trayecto colectivo que se dibuja en estas páginas es el de la riqueza que no ha sabido nadar en las aguas de la normalidad, el de la esperanza truncada que se resigna a transitar sin lucir ningún destello, y así, tras cerrar el libro, como siempre en Modiano, pensamos que quizá ellos podríamos ser nosotros. 

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