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lunes, 18 de julio de 2016

La conjura de los mediocres: Cataluña olvida a Josep Pla en El Confidencial



Ayer El Confidencial publicó mi artículo La conjura de los mediocres: Cataluña olvida a Josep Pla, centrándome en el porqué no se conmemoran los 50 años del Cuaderno Gris. Si quieres puedes leerlo aquí

sábado, 26 de noviembre de 2011

El intelectual melancólico de Jordi Gracia en Revista de Letras


Una reflexión sobre “El intelectual melancólico. Un panfleto” de Jordi Gracia,Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 21.11.11

El intelectual melancólico. Jordi Gracia
Anagrama (Barcelona, 2011)




Uno termina los estudios secundarios y accede a la Universidad con cierta ilusión de conocimiento. No hay salidas en las letras, pero eso no es problema, porque en la realidad las puertas del mañana se abren de otra manera, sin títulos ni diplomas que sólo sirven para decorar paredes o recordar que durante una época de nuestra existencia estudiamos y nos licenciamos en lo que se supone es nuestra especialidad.

La desazón universitaria llega cuando ha pasado el tiempo y la reflexión permite calibrar el estado del panorama. Mientras asistíamos a lecciones no tan magistrales acatábamos bibliografías que eran estupendas, compendios de sabiduría que la independencia entierra, sepultando el legado de las aulas en un magma que ayuda sin ser definitivo.

Quizá hace años, cuando Jordi Gracia esperaba vestir la toga que diera carpetazo a tantos codos y notas, los profesores eran más respetados que hoy en día. Su trayectoria, y nuestro desconocimiento, avalaba sus postulados de intocables en la cultura, hombres que tras una vida dedicada a su profesión merecían enseñar a los jóvenes desde unos estrados que con el tiempo perdían altura y se situaban casi a ras de suelo, falsa democracia visual, simulacro de igualdad rápidamente desmentida.

Quizá a principios del siglo XXI aún era legítimo pensar que los altos rangos académicos tenían una primicia intelectual a la que nadie más podía aspirar. Cayeron hojas, surgió la red y todo se atomizó. Maduramos, sopesamos y las conclusiones no tardaron en llegar.

A bote pronto el modelo que describe Jordi Gracia en su panfleto, algo que nunca debemos olvidar, el intelectual melancólico es detectable sin mucho esfuerzo. Opina con dureza sobre el presente y muy raramente toma contacto con la sociedad. Su puesto en la cúspide le impide mezclarse con los demás mortales ni siquiera en exposiciones. Durante una época tuve que asistir a muchas previas en museos y galerías. Los profesores universitarios brillaban por su ausencia. Su desinterés sólo desaparecía si organizaban o comisariaban el evento. Su invisibilidad física se complementaba con la de los líderes de su generación, siempre disponibles para escribir en suplementos nacionales, no así para dar su parecer más allá de tópicos, clásicos y figuras de relumbrón que marcaron su adolescencia y su trayectoria entre libros, conferencias y la sensación de estar en una cumbre eterna.

La montaña es peligrosa y comporta aislamiento. Gracia es una figura diferente. Por edad, apenas tiene cuarenta y cinco años, y criterio sigue en la brecha sin desdeñar la actualidad ni someterla a la tortura de la crítica estéril. Sin embargo, sus tesis en la obra que reseñamos pueden incluirle en una línea de riesgo. Aprecia y defiende los avances de los últimos doscientos años en Occidente mientras se rebela con mucha razón contra ciertos grupúsculos de poder que copan el mapa desde la inconsciencia de no saber que su hora ya transcurrió. Estos seres son letales porque, y eso no se matiza bien en el panfleto, en realidad continúan su periplo en la cúspide. Informan al ciudadano mediante sus textos impresos en rotativas de relumbrón. Su peso en las librerías ha bajado, pero ostentan el bastón de quien juzga desde lo trascendente, o más bien desde una trascendencia que los hechos desmienten, sobre todo cuando la Historia, que es una puta más sabia que todos nosotros, baila deprisa y desbarata la previsibilidad del escenario. Callan, y así apoyan el orden establecido, tan luchadores que fueron, tan héroes de salón, café, copa y puro. Son los autores de una parálisis en el jardín de las letras. Su decálogo insiste en la decadencia y evita que otros accedan a un paraíso que siempre acumula más gangrena.

La atomización les ha pillado desprevenidos. Son los culpables de una dualidad que en cierto sentido simboliza el nuevo duelo generacional en literatura. Por una parte los dioses de antaño, exiliados de lo palpable por voluntad propia. Al otro lado del ring los jóvenes que fueron en el ’68 trabajando gratis. Sacan reseñas, se atreven a perorar con atrevimiento y hasta tienen más frescura. Su problema es ver cómo la entrada al templo está tapiada por unos guardianes que no toleran nuevas peticiones porque juzgan cualquier actualización desde una óptica devastadora. Lo que se genera en 2011 es basura inaceptable, mierda nauseabunda que no merece ser comentada. Sus, por poner un ejemplo, reseñas de poesía sólo abarcan autores con más de cincuenta primaveras, y las excepciones a la regla se producen por amiguismo. El resto es sentarse en la poltrona, recibir un sueldo disparatado en relación al resto de habitantes y lucir galones con breves ensayos que ya nada aportan.



Para los intelectuales melancólicos el reloj se congeló cuando recibieron la primera inyección de prestigio. No se atreven a criticar el desprestigio de la Universidad, con el que algo tendrán que ver, porque es difícil arremeter contra quien te da de comer. Gran parte de esta tipología cultural bebe de una fuente dañina que ampara todos sus actos. Ser protagonistas, o eso dicen, o haber irrumpido durante la Transición les da una bula que ya empieza a ser cuestionada porque hasta se pone la ejemplaridad de ese período tan decisivo. Cuando se jubilen su pecado será el de haber contribuido al anquilosamiento de una institución que en parte por su culpa navega en aguas muy turbulentas, con niveles de calidad pésimos y un escaso interés por recibir un aire que oxigene sus instalaciones y permita a la tradición cumplir sus cauces en el término medio de lo antiguo y lo moderno. Cuando ellos no estén saldrán otros. Siempre ha sido así. No deben rasgarse las vestiduras. Lo imprescindible suena a cuento chino, y sólo pocos elegidos, seguramente los que como Juan Marsé respeten el fluir de los acontecimientos y no se metan en pantanos absurdos, sobrevivirán en el recuerdo. Lo harán por su contribución, no por agitar el gallinero con gritos mudos.

Un libro como el de Jordi Gracia no es carne de reseña, sino más bien de reflexión. Lo pretérito que pulula en la superficie tendrá en su esencia valores que al no ser revisados caen en un saco con agujeros. Los jóvenes turcos, lo que se perfila en el horizonte, también tienen una tarea muy digna, que desde mi opinión consiste en desafiar lo efímero y enhebrar creaciones que vayan más allá de la foto bonita o el murmullo de dos semanas. Ni el despiece irracional de lo que viene ni hablar mal de cualquier novela sobre la Guerra Civil son conductas apropiadas, como tampoco lo es jugar a ser literatos a base de marketing o taparse los oídos al padecer por la desinformación que produce el exceso de información, fenómeno goyesco adaptado a la posmodernidad.

En el periódico que leo, por devoción y porque me gustaría creer en la posibilidad de resucitar a un muerto que ha extraviado el rumbo con engaño alevoso, cada mañana salió hará cosa de dos años un artículo sobre el adiós del intelectual comprometido, tema oculto del panfleto de Gracia, que al realizar una obra de estas características puede que también esté, sin saberlo, sucumbiendo a un pesimismo que rehúye con buenos apuntes y mejores intenciones, aunque sin argumentos sólidos que bien podría haber desarrollado con un poco más de dedicación que transformara su indignación en construcción.

Quizá más que los nombres importe la estructura, que es la que hace de toda esa melancolía un llanto idiota que inunda el mar cultural y lo llena de barro que impregna los vestidos. Al fin y al cabo una deposición comporta posteriores encumbramientos. La rueda gira, nunca ha dejado de hacerlo. La crítica al estancamiento debería ser, y es un pensamiento muy optimista, un acicate para desechar máximas lampedusianas. Si ello acaeciera se constataría el fracaso, evidente, de un modelo y el volumen editado por Anagrama adquiriría pleno sentido en su denuncia.

sábado, 18 de septiembre de 2010

A la intemperie de Jordi Gracia en Literaturas.com




Los múltiples prismas del exilio español de la posguerra, A la intemperie de Jordi Gracia por Jordi Corominas i Julián


Jordi Gracia, A la intemperie, Anagrama, Barcelona, 2010

«Sólo la gente culturalmente débil, o insegura, será radicalmente incapaz de adaptarse, o al menos de abrirse, a otras culturas. Sólo la gente culturalmente insegura, o débil, olvidará su propia cultura», Josep Ferrater Mora

Estamos en vísperas de una profunda revisión. Los hijos de la Transición empiezan a cuestionarse si sus padres, los que dejaron morir a Franco en la cama, hicieron bien su tan (auto)alabada labor. Ello coincide con el boom sociológico, dado que trasciende lo cultural, basado en recuperar el legado y la memoria del tiempo histórico previo a la pesadilla dictatorial. Películas, libros, programas, documentales y conmemoraciones inundan las estanterías de infinitos comercios nacionales, lo que sin duda ha servido para recuperar los valores de los vencidos, encarnados en sus intelectuales. Muchos de ellos sufrieron en los setenta el desdén de los nuevos, conscientes de ser, por haber residido en el país durante la noche fascista, más válidos para capitanear el camino hacia la democracia al conocer los entresijos y evoluciones de la piel de toro, algo que los exiliados no podían entender desde su distancia lejana, al vivir allende sus naturales fronteras, pero cercana, pues llevaban a España en el alma y muchos seguían doliéndose por no poder pisarla tras la derrota del primero de abril de 1939. Algunos lo hicieron y sintieron estar en otra dimensión, en un lugar conocido sólo por el aire. La transformación de la textura impedía abrazar la libertad, anulada por el funambulista gallego en su empeño de perpetuarse en el poder robado a la voluntad del pueblo.

En A la intemperie Jordi Gracia continúa su crónica de la historia cultural de esos años negros, y lo hace sine ira et studio, analizando al pormenor cada vicisitud personal para enmarcarla en un contexto colectivo que permita entender al lector las diferentes fases de una realidad centrada desde fuera en España. La dialéctica entre el interior y el exterior se erige en pieza clave de comprensión. 1950 es punto y aparte. Muchos creían, hasta el estallido de la Guerra de Corea, que el régimen caería víctima de sus pretéritas alianzas con las potencias del Eje. La Guerra Fría alteró la lógica y la Península Ibérica, cesión de soberanía mediante, se convirtió en pieza fundamental de la estrategia estadounidense. Es en ese preciso instante cuando algo se rompe y desaparecen las ilusiones del perfecto retorno al pasado republicano. Ese replanteamiento enturbia y reposiciona, y en gran parte es así por el despertar de los resistentes del interior y los arrepentidos, aquellos que tras tres lustros entendieron que el futuro de España necesitaba juntar sus dos núcleos para avanzar y desprenderse de un atraso que amenazaba con ser endémico. La alianza entre los que se quedaron y los que decidieron partir coincide con la crisis de mediados de los cincuenta y concluye en primera instancia con el llamado, léxico antediluviano, contubernio de Munich de 1962, cuando ambas fuerzas movieron ficha desde una profunda comprensión de las soluciones válidas para terminar con el íncubo y tejer vías que olvidaran divisiones y permitieran circular desde la unidad recuperada sin la que no hubiese sido posible construir un país desprovisto de rencor.

Gracia no escatima esfuerzos. Sitúa a cada intelectual y acepta sus diferencias. El exilio no fue un corpus ortodoxo, tuvo oscilaciones y movimientos diferentes en función de la personalidad de sus protagonistas. Los más viejos padecen, como si su viaje a Ultramar fuera una extirpación corporal. Los jóvenes tienen campo abierto y su concepción se acerca más al sentimiento generalizado de aterrizar en una isla de paz donde nadie prohibirá la creación pura, carente de trabas. ¿Qué hubiese sido de Buñuel? Podría haber imitado a Sert y volver para comprobar la miseria imperante. Sólo lo hará, como muchos otros, cuando su presencia en la patria no constituya una amenaza para su integridad. Rodará Viridiana y subirá a un avión de regreso al segundo hogar, ganador de una batalla lógica. Rehacer la existencia y sentirse alienado en suelo natal.




Otros exiliados optaron por ser firmes en su ética de la derrota. Regresar era sinónimo de vergüenza y oprobio, sobre todo, algo harto comprensible, para la clase política, instalada en un anquilosamiento ideológico poco dado a captar con precisión las verdaderas urgencias históricas del ruedo ibérico. Por eso, y quizá por ser una leyenda en vida, La pasionaria calificó a Jorge Semprún como un cabeza de chorlito, barbaridad, síntoma de incomprensión entre dos mundos iguales que toparían después del 20 de noviembre de 1975, que en parte puede explicar la postergación de muchos exiliados a la categoría de meros símbolos pululando entre el nomenclátor urbano y los libros de texto de mi adolescencia.

Han pasado tres décadas y media. Los que estudiaban esos farragosos volúmenes hemos crecido y residimos en un Estado de la Unión Europea, algo que indudablemente enlaza con la cultura de muchos derrotados, seres con esencia hispana que ejercían sus profesiones al mismo nivel de sus colegas continentales sin ceñirse a lo dictado desde su territorio. Esa equiparación entre abuelos y nietos deja a los padres como arquitectos de la gran metamorfosis, honrosos y sacrificados en su lucha, aunque selectivos y temerosos de hurgar en la gran herida. El siglo XXI tiene otras alas cargadas de herencia. Aprovechémoslas.

martes, 17 de noviembre de 2009

Entrevista con Jordi Gràcia en Literaturas.com




Jordi Gràcia
«Uno crea una revista, uno escribe un artículo, otro publica un libro, es un mosaico que poco a poco produce que la gente entienda que la encarnación histórica de su desasosiego intelectual o ético es política»

Jordi Corominas I Julián

28 de abril de 2009. Ocho de la mañana. Me despierto. Siete horas antes recibo incontables SMS. Acabo de cumplir treinta años, una edad dichosa, la puerta a muchas oportunidades. Bebo el café y pienso en las posibilidades de la jornada. Una de ellas es ir, por última vez, a un trabajo mal pagado donde me han tratado peor que a un perro. La otra es acercarme a la Universidad de Barcelona para hablar con Jordi Gràcia (Barcelona, 1965) sobre su última obra La vida rescatada de Dionisio Ridruejo. Nos saludamos en su despacho, congeniamos sin muchos problemas y al entrar al bar donde transcurrió nuestra charla empezamos a hablar como si nos fuera la vida en ello. Por eso, y no por otro motivo, el diálogo que leerán a continuación tiene un inicio abrupto, anómalo para un texto de estas características.

In media res

Jordi Corominas i Julián:
La evolución de Ridruejo lo lleva hacia postulados federalistas...

Jordi Gràcia:
Es federalista antes que nadie, desde el primer momento. Quizá sólo lo es con anterioridad Ferrater Mora, quien decía que la única manera de resolver las tensiones de un Estado como España era el federalismo. A principios de nuestro siglo algunos tuvieron la oportunidad de propagarlo por todo el país pero les venció el miedo y dejaron la idea en el camino después del adiós de Pasqual Maragall. Algunos tendrían que perder el miedo a la palabra federalismo. El mejor ensayo político de Ridruejo, Escrito en España, data de 1961-1962 y expresa la idea del federalismo como el mejor sistema posible.

¿Podemos encontrar las obras de Ridruejo en librerías o es difícil?

Podemos hallar una obra preciosa que escribió al final de su vida, una guía de Castilla la Vieja que reeditó Destino en edición de bolsillo. Dos volúmenes impresionantes. Recientemente reedité Escrito en España en una editorial de circulación universitaria. Asimismo podemos encontrar Casi unas memorias, autobiografía del chico, del falangista, del primer franquista que termina en el 42, cuando concluye su formación. Es una de las mejores autobiografías españolas y por supuesto la más cruda, cruel, veraz, culpable y arrepentida. La ha editado Península con un extraordinario prólogo de Jordi Amat.

Ridruejo el falangista: un hombre erróneamente bajo sospecha. Desde la perspectiva de mi generación creo que mis coetáneos pensarán en Ridruejo como un falangista.


Tendrían que quedarse con el poeta del régimen por mucho que el franquismo lo represaliara, y eso no aparece en los manuales. La paradoja es que pasó a la historia como falangista y poeta galardonado con el premio nacional, sus partes más innobles; la memoria olvida su gran prosa y su lucha socialdemócrata.

Parece como si la izquierda, aunque detuvieran a Felipe con él, lo encontrara incómodo.

Porque su pasado era molesto. Hace cuarenta años era incomprensible y difícilmente justificable estar en el centro izquierda cuando provenías del falangismo.

Su postura es heroica.

Es el componente de su integridad moral de reconocer los errores y considerar que la fidelidad al pasado no es una virtud. Se da cuenta, lo reconoce y rectifica manu militari.

Es un proceso de madurez. Desde mi punto de vista es falangista por sus circunstancias regionales.

Eso es muy importante. La formación dentro de un núcleo católico, provinciano, sin ningún contacto con la realidad humana; era un chico con aspiraciones de pureza en el ámbito moral y religioso. En su casa, adinerada sin estrépito, estaba rodeado de mujeres...su entorno lo lleva a ser muy católico, pero no quiere serlo en modo clásico porque lee literatura, conoce las vanguardias, cultiva la poesía. Elige el modelo de cambiar España desde la vía fascista, que es la que tiene cerca. Está fuera del mundo, necesita encontrar un rumbo.

Durante los años de adolescencia parece que su solidez sea la formación jesuítica.

Claro. Y su llegada a Madrid con veinte años lo pone en contacto con personas cercanas al falangismo, la derecha española, la CEDA, gente como Agustín de Foxá, Samuel Ros, un grupo de escritores y bohemios que están en la orbita de la derecha golpista. Todo esto refuerza su aspiración de pureza, de caballero noble en sentido mítico legendario.

¿Cuál fue su relación con la muerte durante la Guerra Civil Española?

Probablemente, sin poder afirmarlo al 100%, no tuvo trato con ella. Al ser jefe de propaganda estaba exento del servicio de armas por permiso expreso de Franco. Esa era su misión importante. Durante ese tiempo viajaba por España para generar euforia a través de sus discursos. Era joven, tenía gracia y sabía agitar, como sucedió en el otro lado del conflicto con la Pasionaria. Si lees los discursos de Ridruejo hielan la sangre, no activan el cerebro, apuntan hacia otra dirección.

Terminada la Guerra se produce un cambio, reposa en el Brull. ¿Podemos interpretarlo como un lírico reposo del guerrero?

No querría interpretarlo en términos líricos. Estaba muy delgado y la guerra consumió sus energías. Con 40 años tendrá su primera angina de pecho. Fumaba mucho y necesitó parar. Cuando vuelve de la División azul, donde sí luchó, pesaba 37 quilos, llegó a España consumido, como un cadáver ambulante. Sus pausas eran recuperaciones físicas que al mismo tiempo servían para recapacitar y escribir poemas.

Me imagino un joven con una maleta cargada de libros...

Sí. El momento que de verdad sirve para recapacitar, y ese sí que es voluntario hasta cierto punto, es el destierro en Ronda en octubre de 1942. Lo condena Franco, pero él también lo provoca. Nadie escribió al dictador una carta como la de Ridruejo en julio de 1942, la escribió sabiendo que lo pagaría. Franco además ya se la tenía jurada.

Aún así Franco le tenía mucho respeto.

Es un respeto basado en la valentía y en el cálculo político. No convenía generar otro mártir falangista después de José Antonio, y menos en la posguerra. Ridruejo percibe que la lucha falangista por la revolución social nacional-sindicalista no está en la mente de Franco, el franquismo no es el falangismo, ambos son deplorables como más tarde reconocerá Ridruejo, pero si abandona su apoyo al régimen es porque percibe que éste no tiene ninguna intención de seguir los principios falangistas, no lo abandona por demócrata.

Su marcha a la división azul es por su creencia en el fascismo integral.


Sí, porque es la única manera de lograr que Franco sea más fascista de lo que es, que no sea sólo un reaccionario católico, un conservador oligárquico, una persona tradicionalista, sino un revolucionario. Se trataba, aunque era complicado, de lograr que Hitler y Mussolini le obligaran a ser revolucionario.

Hacia el cambio: el despertar de la conciencia
Construcciones muy personales.


Ilusiones ideológicas. Por eso lo que aprende en Cataluña durante su retiro- fuera de la vida pública, cuando tiene poca visibilidad en prensa- es recuperar la dimensión material de la experiencia, y por ende del cerebro, que debe pensar sobre lo real, no sobre quimeras ideológicas, que acaban convirtiéndose en toxinas nocivas al impedir ver cómo es la realidad. La experiencia empírica, la racionalidad, los límites...aprende eso, y lo consigue mediante el contacto directo, personal y lector con Joan Maragall, Josep Pla, Pío Baroja y Eugeni d’Ors, de quien aprendió la conciencia del límite. Los sueños utópicos siempre se convierten en mecanismos de destrucción.

Tengo la sensación que se ha hablado muy poco de Franco y el destierro a través del confín, cuando por ejemplo en Italia tiene una importancia muy relevante con casos como los de Antonio Gramsci, Cesare Pavese o Ettore Majorana.

Tenemos un caso español transparente: Jorge Semprún. Se hizo amigo de Ridruejo cuando organizaba la militancia comunista en España. Congeniaron al instante, pero la clave de esa amistad, sobretodo desde mediados de los sesenta, fue su evolución paralela desde dos utopismos totalitarios y destructivos. Ridruejo se hace socialdemócrata desde el falangismo, Semprún desde el estalinismo.

Y es importante remarcarlo porque existe una especie de desconfianza sobre Ridruejo, como si estuviese condenado por su pasado y no se considerara su decisiva metamorfosis, como si la gente no se fiara del personaje.

Joan Margarit, poeta al que tengo mucho aprecio por su obra y la amistad que nos une, desconfiaba de Ridruejo. Leyó el libro y cambió de opinión. No sé si mi texto es bueno o malo, pero estoy contento porque me sirve de prueba para levantar una verdad que cancele tópicos.

Una etapa que me parece muy importante en Ridruejo es su estancia en Roma a finales de los cuarenta; debió ser una apertura increíble en esa Italia de neorrealismo, democracia limitada y nuevas formas expresivas.

Es una sacudida. Semprún lo definió como el principio del fin, o la materialización del principio del fin en sentido moral. Vivir dos años en una democracia en plena marcha y ver que funciona caóticamente marca. El caos italiano era fértil, el orden español, estéril.

La posguerra italiana es excepcional...

Había libertad de prensa y fenómenos culturales únicos. Podías escribir lo que quisieras y no te pegaban un tiro. La experiencia le da alas para atreverse a intentar trasladar los conocimientos adquiridos a su tierra natal, quiere intentar algo.

Quizá en España tendemos demasiado a simplificar, cuando en Ridruejo encontramos ejemplos únicos, muy difíciles de captar en otros españoles, un ejemplo seria la Revista Revista.

Fue un ejemplo de valentía y una prueba de fuego. Si salía bien cambiaba cosas, no acababa con el franquismo pero lo mejoraba; es un reformista desde dentro sabiendo como es la realidad, consistente en tolerar hasta que Franco muera. Pensó en mejorar el sistema, cambiar las cosas, permitir el retorno de los exiliados, publicar más libros, introducir nuevas voces en los periódicos. Lo intenta durante dos años y al ver que no funciona se da cuenta que poco más puede hacer.

Y lo hace muy pronto, a principios de los cincuenta.

Cuando aún no está fuera del régimen. El totalitarismo engendra la doble cara del teatro y la intimidad. Cuando los amigos cenaban juntos, todos sabían que eso, hablando en plata, era una grandísima mierda. Pero una cosa es la intimidad y otra la vida pública. Al final la tensión se desborda. Muchos de sus amigos de la guerra se exiliarán, como Torrente Ballester, Valverde o Aranguren. En ese momento no existían voces antifranquistas, quizá ni siquiera él mismo lo era. Pero la inmovilidad del régimen lo impulsa hacia posturas
contrarias, se convierte en antifranquista; estaba de acuerdo en cambiar cosas sin cambiar la estructura política, pero si ve que hasta hay una marcha atrás, si lo meten en la cárcel por las buenas, dice basta, no se expulsa, lo expulsan. Laín Entralgo- prudente, cauto, miedoso- le decía que tensaría la cuerda hasta que lo metieran en la cárcel.

Durante la Primera Guerra Mundial, nombres ilustres del Imperio Austrohúngaro colaboraron en la oficina de prensa para ayudar a la causa bélica. Cuando en 1919 el sueño del mundo de ayer, parafraseando a Stefan Zweig, terminó, la mayoría de esos brillantes intelectuales declaró sentir una profunda nostalgia del pasado imperial. ¿Sucedió con Ridruejo y los otros opositores que previamente apoyaron al régimen?

La redescubrieron, En 1943 los vencedores del campo intelectual entienden que no han ganado nada. Por lo tanto no sienten nostalgia del franquismo, sino de los años veinte y treinta, de la residencia de estudiantes y la segunda República. Saben que eso no volverá. Lo comprobamos por la correspondencia entre los vencedores y los vencidos en el exilio. La ilusión posterior a la Segunda Guerra Mundial se esfumó y tocaba esperar. En los cincuenta la recuperación empezó desde brotes más simbólicos que reales.

Y a nivel social los cincuenta indican un cambio de mentalidad, como mostró la huelga de los tranvías de 1951 en Barcelona.

Los brotes de conflictividad laboral fueron más abundantes. Hubo muchas pequeños disturbios similares a la huelga de los tranvías; la frontera se traspasó cuando el régimen encarceló a personas del bando vencedor.

Máxime cuando la prensa extranjera se hizo eco de la situación.

Aparentemente no ocurría nada, y por eso sorprendió más. Es como si el propio régimen no pudiese reprimir la noticia pública de movimientos subterráneos; aunque lo intentaron, fueron incapaces de silenciarlos.

En 1956 la insurgencia era ideológica, literario-intelectual, estudiantil y académica. ¿Cuál sería la diferencia entre lo que sucedía entonces y lo que ocurre ahora con la represión anti Bolonia?


La diferencia es cualitativa. La cantidad de visibilidad y libertad real de hoy es diferente a la de entonces. Porque en aquel momento los grupos minoritarios tenían todo en contra, mientras que los estudiantes de hoy en día tuvieron conferencias montadas por catedráticos, algo imposible en los cincuenta. Las dos movilizaciones son profundamente distintas. La de 1956 fue trascendental a nivel simbólico, en 2009 la protesta es otro ingrediente del malestar colectivo. Intenta imaginar a un hombre del franquismo abriendo el periódico y encontrándose el nombre de Ridruejo entre los detenidos; otra muestra de la relevancia del hecho es la historia del policía que lo detuvo, quien dijo conocer a Ridruejo pensando que hablaba con su hijo, cuando en realidad lo hacía con uno de los más ilustres vencedores de la guerra. Era un shock bestial, hasta lo fue para Franco.

De todos modos Franco podía esperárselo...


Hasta cierto punto. Había informes sobre la Universidad en los cincuenta. La policía secreta tenia informes muy fiables sobre la situación. Todos los jóvenes rebeldes estaban fichados. El régimen tenía pretensiones totalitarias sin poder serlo, por eso quería controlar todos los resortes. Por suerte no existe el totalitarismo real, el irreal ya es devastador. Pero el examen de lo no visible en un Estado fascista revela un tipo de dinámicas viscosas, contradictorias y ambiguas que permiten construir formas de disidencia, de resistencia, de marginación y automarginación que no obstante no salen a la luz pública por mucho que en las cenas se hablase de ello.

Y Ridruejo en 1957 publica en la revista Bohemia de La Habana un texto explosivo.

Quiere escribir abiertamente, sin censuras ni tapujos. ¿Cómo explica un vencedor que está contra sus iguales? Sólo puede hacerlo desde el exilio, incluso propone al periodista que le entrevista preguntas comprometedoras, cuestiones que él desea plantear aunque se juegue la cárcel. Su deseo es que todo el mundo perciba cual es su posición. La censura del franquismo impidió que sus opiniones fuesen de dominio público.

Parece que descubramos ahora la resistencia al franquismo, como si en la época la clase media no conociera estos movimientos subterráneos previos a la gran explosión de finales de los sesenta.


Se controlaba la información. A medida que pasaban los años el régimen era más incapaz de controlar la vorágine; sin embargo, muchas capas de la sociedad permanecieron ignorantes de lo que sucedía.

En este sentido su gran momento resistente seria la parte final de los cincuenta y los primeros sesenta culminados con la reunión de Munich.

Sí, adquiere conciencia de su posición de estar contra. Es cuando decide juntar a los opositores del régimen, sean vencedores o vencidos, de dentro o de fuera. En 1962, en Munich intentan juntarse todos para dar una conciencia pública en Europa de la existencia de una resistencia política al franquismo, y éste comete el gran error de represaliar a estas personas.

Momento que coincide con el caso Grimau.

En Munich no están los comunistas, por el miedo que provocan sea ideológicamente, sea por lo bien que hilaron su resistencia en el interior; de todos modos se tolera la presencia de dos observadores del partido: Francesc Vicens y Tomás García. ¿Qué ocurre en el PCE? Tenían que entender que su estrategia de resistencia en España necesita apoyos y que a lo mejor esos jóvenes de buena familia expulsados de la organización- Semprún, Pradera, Claudín- tienen razón en el sentido del error de, por ejemplo, Radio pirenaica en su discurso iluso de proclamar que se acerca el fin del régimen, palabras contraproducentes que no ayudaban en absoluto a crear un tejido social resistente.

Además en España el comunismo partía con desventaja por su situación oprimida.


Naturalmente. No era lo mismo ser comunista en España que en el resto de Europa. Grimau es ejecutado veinticinco años después del fin de la Guerra por crímenes cometidos durante la misma. Si hubiese matado a tres policías días antes seria justificable desde una óptica fascista. Ética, moral y políticamente es deleznable hasta para los vencedores. Ridruejo escribió uno de los mejores artículos sobre la muerte de Julián Grimau.

Creo que se ha obviado demasiado el papel de los hombres de Munich en la futura construcción intelectual de la Transición.

Se obvia porque siempre pasa lo mismo, el protagonismo de la vida política es tan alto a nivel mediático que el proceso histórico se simplifica y se transforma en mecánicas de poder político, cuando éste se pone en marcha, se legitima y se autojustifica mediante procesos intelectuales que son secretos porque están en las mentes, como esta misma charla. Uno crea una revista, uno escribe un artículo, otro publica un libro, es un mosaico que poco a poco produce que la gente entienda que la encarnación histórica de su desasosiego intelectual o ético es política. ¿Cómo lo consigues en la clandestinidad? Asociándote con grupos con los que puedas entenderte, algo muy complicado. Había hasta hermanos que no sabían del comunismo del otro.

Ridruejo en este aspecto es muy moderno, porque desde su nomadismo forzado logra mantener el contacto con los grupos.

Es su virtud personal. Te lo confirmarían Juan Marsé, Colita, Josep María Castellet, Anna María Moix...un hombre con un encanto, con una racionalidad, con una capacidad de persuasión que lo hacían confiable. Tolerante en el sentido de escuchar y razonar, capaz de regular sus prejuicios y con un programa intelectual de apertura. Nunca seria anarquista, pero quería saber cómo pensaban. Tenía amigos anarquistas y revolucionarios. ¿Si eres revolucionario estás dispuesto a pagar el precio de los muertos? Tenía que convencerlos de su error.

Al mismo tiempo es antinacionalista.

Y eso es muy complicado de explicar. ¿Un antinacionalista en el contexto español es alguien que cree la única forma de crear una nación es con el respeto simultáneo de los dos bandos? ¿Pero cómo se hace si la población ha sido educado machaconamente en una sola visión? Se hace poquito a poco, con programas de radio, televisión....

Con una didáctica...


La pedagogía de la libertad consistente en superar prejuicios, multiplicarse, no arrinconarte en tus postulados. Ridruejo tuvo la virtud de hacerlo en el contexto catalán cuando traduce El Quadern gris de Pla. El secreto de esta traducción además su amistad tiene mucho que ver con la pasión de Gloria, su mujer, por Pla, quien colaboró con trece artículos en Arriba, siempre he creído, sin poder demostrarlo, que su colaboración con el periódico oficial de falange tuvo como responsable indirecto a Ridruejo.

Hablando de su mujer, creo que ella tiene mucho que ver en su transformación. Mientras es falangista parece un aventurero del amor.

Era un caballero del ideal, como los caballeros medievales. El mundo está mal hecho, yo lo cambiaré, pero para que la mujer me quiera tengo que merecerla. Como en el amor cortés. Cuando termina sus amoríos con una alemana retoma la relación con Gloria, ya existente durante la guerra, y desde ese momento se considera un Don Juan sin puntilla, es seductor, le gusta seducir, le gusta gustar, aunque no sé si le gusta mantener, desde un punto de vista ético-psíquico, relaciones inestables con el sexo opuesto. Hay mujeres que le pidieron relaciones extramatrimoniales, pero, después de leer miles de cartas no creo que accediera.

Desde hace años siento una pasión muy fuerte por la figura de Giacomo Casanova, me parece uno de los grandes hombres del siglo XVIII, un moderno antes de los modernos. Don Juan busca su placer y Casanova da y recibe, quizá en este sentido Ridruejo es más casanoviano.

Se entrega, no es egoísta ni mezquino, y hasta lo considero puritano, católico-idealista de la pureza del amor por ser justo y noble también en el amor. Cuando sus compinches se iban a burdeles él no quería frecuentarlos. Su componente puritano le impide transgredir la pureza, el elemento primordial en las relaciones hombre-mujer. Cuando en los años sesenta está en el exilio su relación epistolar con su mujer es maravillosa.




Memoria histórica

¿Crees que juzgaría correctamente el proceso actual sobre la memoria histórica?

Es una pregunta muy complicada. La única pista que tengo de su pensamiento la encuentro en escritos de los sesenta, donde pone el límite en el juicio a los responsables de los crímenes de guerra, en la medida que lo ve como una operación útil para el presente pero muy complicada y destructiva con vistas al futuro. Él era corresponsable de muchas atrocidades y de animarlas, y sabe que hay muchos que están en su misma situación. No le parece razonable este juicio retroactivo, aunque naturalmente cree, y por eso escribe Casi unas memorias, en la obligación de contarlo todo, ser transparente para explicar la barbarie sin tapaderas, con desmenuzamientos, algo que en la parte de los vencidos no hizo nadie como él. ¿Cuántos fueron en el lado de los vencidos tan autocríticos? Ridruejo tiene conciencia de culpa y sabe que la razón era de los derrotados. Los malos fueron los vencedores, lo sabe, pero al mismo tiempo intenta aplicar su lucidez para saber el porqué se encontró en ese bando. Desde su poco orgullo y gran soberbia reflexionó y halló respuestas. El orgullo no impide reconocer errores, la soberbia en sentido positivo le obliga a aceptar su equivocación.

Me sorprende y admiro su actitud por el silencio en el que el campo académico y social se ha visto sumido desde 1977 hasta 2004 en relación a la Guerra Civil y el franquismo.

No estoy de acuerdo. Se ha tratado, pero creo que estamos ante un problema cronológico-temporal, no histórico, sino de curso académico. El profesor tenía que valorar la posibilidad de prescindir del XIX e ir hacia temas más espinosos.

Desde el 2004 hay otra mentalidad, no sé si por el cambio de gobierno....

No sólo por eso, por muchas otras cosas, el componente social de reactivación de los niños de la guerra, factor sociológico común en toda Europa.

Y Javier Cercas.


Sin duda él es uno de los grandes responsables a partir de Soldados de Salamina por su éxito multitudinario y gratuito, por hacerlo desde su soledad, que constituye un elemento sintomático de movimiento. No creo que existiese un olvido de esos temas, veo más una falta de repercusión e interés público, relacionado con hechos biológicos. Los nietos han crecido y preguntan a los abuelos. Este es el factor fundamental. El otro lo relaciono con una efectiva rehabilitación de la memoria franquista desde la segunda legislatura en el poder de José María Aznar, lo que provocó que padres y nietos reaccionaran ante esa rehabilitación franquista. ¿Cómo sucedía eso cuando el parlamento aún no había denunciado los cuarenta años de Dictadura? A partir de ese momento empezaron a publicarse obras literarias, audiovisuales y de todo tipo sobre la guerra, lo que no significa que antes no se publicara nada sobre la materia.

¿No crees que es necesaria una pedagogía sobre el pasado a través del cine, que es el vehículo cultural de consumo mayoritario?

Sí, el cine lo trata más, sólo se corre el peligro que esa pedagogía se convierta en moda. Si la moda significa ampliar, adelante. Fíjate en el título de la ópera prima de Isaac Rosa: Otra maldita novela sobre la Guerra Civil. Era necesario que los herederos de los vencidos crearan productos reivindicativos que han provocado también una reacción neo-franquista. Es indispensable en democracia, aunque parezca muy exagerado, que esos nostálgicos existan. ¿Qué se venden 150 mil ejemplares de un libro? ¡Somos 45 millones, son una minoría! Es más una manía de historiador, no hay que ser alarmistas.

Libros que vienen y van.

La derecha española ha entendido que ese discurso no servía, han sido intoxicados por sus propios ideólogos. No hay miedo, no pasa nada. La Guerra Civil es nuestro Far West.

En el caso de la izquierda intelectual también hay una nostalgia que yo mismo sufro, con el deseo de volver a la residencia de estudiantes.

Pero es que el crecimiento actual de España es superior. Lo que quedó interrumpido es el crecimiento siguiendo el son europeo, que por suerte se retomó a finales de los sesenta y sigue siempre en expansión.

Suenan las campanas. Ha transcurrido una hora exacta de reloj. Me despido de mi tocayo Jordi con otras mil preguntas en mi cabeza. Habrá tiempo para formulárselas. Mientras eso no suceda espero que nuestro diálogo les haya desvelado la verdadera personalidad de un hombre que supo cambiar para mejorar y que desde la conciencia, aprendió de sus pecados de juventud, graves pero subsanables si se actúa con coherencia y se usa el raciocinio, algo que muy pocos hacen a lo largo de su existencia.



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