martes, 23 de octubre de 2012

La cursa catalana en "Peligro de extinción" de Bcn Mes







La cursa catalana, by Jordi Corominas i Julián


Hace pocas semanas la Vuelta ciclista a España visitó nuestra ciudad. El espectáculo fue increíble, con emoción y un recorrido que recordaba en su tramo final al de la desaparecida Escalada de Montjuic, prueba que durante sus cuatro decenios de existencia, desapareció en 2007, solía cerrar el calendario profesional del deporte de las dos ruedas en las rampas del castillo, terribles y perfectas para congregar a la multitud ansiosa por aplaudir a sus ídolos.

El retorno del ciclismo a Barcelona debería analizarse desde una perspectiva de continuidad que recuperara su pasado esplendor, perdido pese a la continuidad de la Volta a Catalunya. En 2010 el Tour aterrizó y la lluvia fue el único obstáculo para su éxito entre monumentos y verano. Ahora, en plena crisis más que económica, cualquier acontecimiento debe ser medido a partir de su beneficio monetario, y creo que la presencia de una carrera anual supondría un interesante negocio para las arcas de muchos negocios, desde la hostelería hasta el propio ayuntamiento, que así recibiría otro espaldarazo en su obsesión por tener proyección internacional. Y lo haría sin la necesidad de montar unas Olimpiadas de invierno en una urbe donde casi nunca cae un copo.


La propuesta de dar a la Ciudad Condal una prueba ciclista se hermanaría con el impulso que la ciudad ha dado a las bicis entre carriles y su vocación de transporte público individual. El defecto que algunos pondrían sobre la mesa, algo muy catalán por el cariz del asunto, sería el desprestigio al que se ven sometidos los maillots por culpa del dopaje sistemático de los esforzados de la ruta. En ese aspecto podría correrse un tupido velo y valorar virtudes que aconsejan llevar a término la idea.
En estos últimos años varios han sido los corredores españoles que han roto el paradigma que los identificaba con las grandes vueltas por etapas. Nombres como Alejandro Valverde, Óscar Freire o el catalán Joaquim Rodríguez han destacado en clásicas de gran calibre. Una de ellas, La Flecha Valona, termina en el muro de Huy, un muro de asfalto similar en sus características y porcentajes con el tramo que Montjuic ofrece antes del infausto castillo. La competición belga atesora casi un siglo de tradición, y sí, los detractores podrían alegar que Barcelona no puede permitirse un día con el tráfico cortado por los inconvenientes que conlleva.



¿Seguro?



Imaginemos que las autoridades que nos gobiernan deciden tirar adelante el proyecto. Si fuera ellos propondría un día de primavera o uno de agosto, porque así la carrera no se solaparía con otras más longevas y apetecibles para el grueso de la serpiente multicolor. El Gran Premio de Barcelona se disputaría en un circuito que partiendo de la periferia se aliaría con la televisión para exhibir, una vez más, las maravillas arquitectónicas que tantos visitantes atraen. Ya se sabe, uno enciende la caja tonta, vislumbra durante pocos segundos alguna imagen bonita y todo es caer en la tentación de la aventura e ir de viaje. El pelotón haría de vehículo publicitario sin recurrir a lemas que ya cansan y anuncios que sólo gustan a los guiris que pueblan nuestras playas y viven en el engaño perpetuo del sol y la falsa sensación de ser especiales por caminar por la Rambla en medio de la artificialidad de lo cool.

El evento, palabra que los más viejos del lugar dicen desconocer, tendría gran repercusión mediática, llenaría los hoteles de cinco estrellas y daría a la hostelería, entre espectadores y la logística que implica la caravana ciclista, pingües beneficios con toda probabilidad a los obtenidos en una jornada de ferias y congresos.




Por otra parte, la celebración del Gran Premio ayudaría a diversificar el abanico de actividades y haría de la calle un espacio más interesante y menos provinciano. Si nos fijamos con atención sólo la Fórmula 1 y el motociclismo pueden considerarse acontecimientos deportivos de magnitud mundial, aunque se disputan en Montmeló, lo que beneficia a quienes apuestan por alejar el barullo del centro desde la conciencia de ingresar euros a pesar de la distancia. El ciclismo no es, a priori, tan potente como los motores. Sin embargo, contiene en su esencia un punto legendario que propicia su supervivencia a pesar del descrédito del dopaje. Con su presencia permanente en la capital catalana conseguiríamos una actividad muy del gusto de Convergència i Unió, partidaria de coyunturas que junten a la familia, que si antes permanecía unida si rezaba, ahora lo hace a través del ocio, sea este una manifestación o una calçotada.

TV3 retransmitiría la carrera, con lo que su importancia crecería por el autobombo que suele dar a sus productos. Lo más curioso es que el terruño tira demasiado y la magnitud transnacional de lo que sugerimos podría ser un impedimento, pues bien es sabido que a los gerifaltes catalanes les gusta más una Maratón solidaria para perpetuar la fachada que una kermesse con mil cámaras promocionándonos entre diablos locos, frikis con camisetas estridentes y ganadores que casi nunca serán compatriotas. A veces pienso que el Barça hace un bien enorme que muta en dañina confusión, como si fuera una isla capaz de devorar continentes. Su himno es más famoso que Els Segadors y su equipo de fútbol todo lo eclipsa. La identificación nacional con la blaugrana machaca el resto de alternativas, y es más que probable reflexionar sobre la cuestión y percatarse que la ausencia de pluralidad en un parámetro tan banal como el que plantea el artículo indica petrificaciones sociales muy perniciosas para la sociedad en la que desarrollamos nuestras actividades.

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