martes, 2 de octubre de 2012
La verdad sobre Marie de Philippe Toussaint en Revista de Letras
Ejercicios de estilo, prosas cinematográficas: “La verdad sobre Marie”, de Jean-Philippe Toussaint, por Jordi Corominas i Julián
La verdad sobre Marie. Jean-Philippe Toussaint
Traducción de Javier Albiñana
Anagrama (Barcelona, 2012)
Los siglos moldean estilos que devienen rocas características de un lugar y una cultura. Hay un determinado tipo de literatura francesa muy identificable que desde sus orígenes ha cultivado una prosa minimalista, partidaria de mimar el detalle en su afán de mostrar una desnudez casi absoluta de objetos y personas. Las cosas suceden, se describen y con eso basta. La simplicidad del mundo oculta el secreto de su complejidad. Las acciones pueden narrarse en pocas líneas u ocupar el espacio entero de una novela, y todo ello depende de la voluntad del dios supremo que es el escritor.
Las Editions du Minuit son el emblema de este tipo de ficción que desde el nouveau roman ha dado muchos nombres a las letras del Hexágono. Entre los más recientes mi mente recuerda a Christian Gailly, Tanguy Viel y Jean Echenoz. Ahora Anagrama recupera, tras más de un decenio sin publicar una obra suya, al belga Jean-Philippe Toussaint, autor de La verdad sobre Marie, novela en la que muestra, entre sus páginas, una vocación fílmica que hace del libro un guión de imágenes que el lector imagina con suma facilidad.
La simultaneidad del inicio del relato es brillante. La lluviosa noche parisina es una amalgama de ventanas y situaciones íntimas que el ruido de la calle disimula. Dos parejas ocasionales hacen el amor. Su relación es evidente. Quien nos explica los hechos ha mantenido con anterioridad una historia de amor con Marie, punto cardinal sobre el que giran una serie de acontecimientos que en gran parte dependen de su curiosa personalidad. No cierra nada, y ello hace que más que un libro abierto sea una caja de sorpresas rodeada de misterio hasta para su amante Jean Christope de G., víctima mortal entre sábanas blancas y coitos que activa el mecanismo que Toussaint quiere aplicar a su criatura.
El otro amante en la nocturnidad recibe una llamada de Marie, de quien se ha separado tras años de convivencia. Las camisas y sus enseres siguen en casa de su musa, taciturna e impactada por la luctuosa efeméride, captada por su ex en pequeños retales desde la invisibilidad del cadáver, cubierto por una manta, y la atmósfera de una habitación ensordecida por la tragedia, diseccionada hasta el extremo con precisión quirúrgica. Sin embargo, el detective no escarba en el presente. Prefiere remontarse al punto de partida y volar hasta el país del sol naciente, donde el principio del fin se materializó en una partida donde el tacto y la visión tienen importancia superlativa.
Cualquier anécdota de una existencia puede ser relevante y adquirir carácter simbólico. En La verdad sobre Marie es necesario leer muchísimo entre líneas y asumir que nada es lo que parece. La escena del caballo en el aeropuerto de Narita es antológica o insufrible en función del gusto de cada uno, pero de manera indudable exhibe lo mejor de su creador, obcecado con exprimir al máximo cualquier posibilidad del escenario como si en vez de un ordenador llevara a cuestas una enorme cámara cinematográfica con un sinfín de lentes capacitadas para marcar un tono y dibujar significados que quieren instalarse en una dimensión metafísica dentro de una apabullante normalidad que reafirma la anomalía de lo cotidiano.
Hay en el comportamiento de Marie una gota de Anita Ekberg en la Fontana di Trevi. Es una diva anhelada a la que es muy complicado poseer. Uno puede vislumbrarla sin consumar el roce. Su historia, una de tantas porque estamos ante un fragmento de vida, se divide en tres secciones enlazadas entre sí por el envite del sexo fallido y el obcecado amor del narrador, que aún deparará otra traca de suspense en la Isla de Elba, como si los personajes tuvieran que padecer un exilio impuesto alejados de lo urbano antes de, suponemos, un retorno donde otra vez la música se centrará en lo que nos rodea, desde una cama hasta el perfume de la aurora y el sonido del viento.
No hay duda alguna sobre los méritos literarios de Jean-Philippe Toussaint, virtudes que se asemejan en demasía, ya lo avisábamos en el debut del texto, a una serie de figuras que no pertenecen a una generación definida según mandan los cánones pese a coincidir en muchos aspectos. Más bien son alumnos que han continuado la senda abierta a finales de los cincuenta por Robbe-Grillet y otros hombres de cultura, y lo decimos sin dobles intenciones. Es evidente que el movimiento surgido por aquel entonces bebía de diversos campos entre los que figura con galones el séptimo arte. El nouveau roman y la nouvelle vague son siameses que con el transcurso de los decenios se funden, y La verdad sobre Marie huele a epígono de minimalismo grandilocuente: elegante en su estilo, sutil en su argamasa de estructura y contenido, valiente en su apuesta por lo ordinario y sólo fallido por recordar demasiado a mil volúmenes galos. La escuela es imprescindible siempre que los alumnos asimilen los preceptos del maestro para dar a luz cuerpos personales e intransferibles.
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