Barcelona, 10 de julio de 1936
Querido Paco,
Espero
que todo esté bien por Tetuán y que no te aficiones en exceso a fusiles y
militares. Ya sabes que lo de la mili dura lo que dura. Ya tendrás tiempo de
volver a Barcelona con los tuyos. Nosotros te queremos y no dejamos de
pensarte. Ayer fuimos con tus hermanitos a pasar el día por el Paralelo. Era
sábado y la calle estaba a rebosar. Alejandro estaba nervioso e inquieto, como
siempre que salimos del barrio, como si sacar la cabeza por Barcelona fuera una
experiencia inolvidable.
Supongo
que de pequeños todo nos parece extraordinario. Pregunta mucho por ti, pero
como ese día era el rey se olvidó un poco de tu recuerdo ante tanta luz y
gentío en pleno disfrute del verano. Salimos de casa a eso de mediodía,
paseamos por la Rambla quedamos con los Martínez al lado del Liceu, engalanado
como siempre. Me gustaría visitarlo algún día, pero eso es para los señoritos.
Por suerte a nosotros nos quedan diversiones donde no hay tanta pompa ni boato.
Conde de Asalto lucía animación. Paramos en dos o tres bares y luego, cerca del
Paralelo, tu padre quiso entrar en el Tropezón, ese local de moda al que tanto
te gustaba ir. No estaba abierto, sólo fue a saludar a unos amigos que trabajan
de camareros y que siempre le cuentan el sarao que se monta cada noche entre
señoritas y los locos del público.
Seguramente
entró para despistar a Alejandro, que aún no había visto las aspas del Molino. Al
contemplarlas se quedó anonadado. Le prometimos ir cuando sea mayor, que aún no
tiene edad para tanta fresca. Los mozos de la calle cantaban canciones y en el
bar La tranquilidad, donde tomamos un vermouth, la gente hablaba de política
para no perder la costumbre.
En
fin, no te hablaré de eso porque ya te llenarán bastante la cabeza en el
cuartel. Fuimos al Paralelo para airearnos un poco y porque el niño escuchó en
la radio lo del Autopark que abrieron el año pasado, con la montaña rusa
subterránea, la cueva del dragón y el autódromo. Ahora que empieza a leer
pensamos que era una buena idea llevarlo a recorrer el mundo en esos coches de
mentira. Avanzas y aparecen las ciudades más hermosas, aquellas en las que
siempre soñamos y nunca pisaremos. París brillaba con la torre Eiffel, Londres
era el reloj del Big Ben y Nueva York era alto como el Tomás. ¿Te acuerdas de
él? Trabaja en la tienda de la Encarna en la calle Llibertat. Cómo os
divertíais de pequeños en la plaza con la dichosa pelota. Te manda recuerdos,
espero que cuando vuelvas te consiga un buen puesto. Le van bien las cosas, el
negocio prospera y siempre se necesitan brazos, y más ahora que dicen de abrir
una paradita en el mercado de la Abacería.
Perdona
que te moleste con el futuro. Me preocupas. No quiero que la francachela de las
noches africanas altere tu pureza. De pequeño eras como Alejandro, y cuando le
veía pasarlo tan bien en el Hong Kong de cartón me venía a la cabeza tu torpeza
de infancia y los sustos que te dabas cuando nos quedábamos sin luz. Nunca vino
el lobo. Ahora lo moderno ha conseguido que los niños tengan otro tipo de
inocencia. Tu hermanito pegó buenos brincos con la bruja del tren y los
autómatas esparcidos por el recinto del Autopark. Queda mal decirlo, pero
también me asusté con esas calaveras que surgían de la nada y los muñecos
verdes que esperaban en una esquina, con ojos fijos y pose de momia egipcia.
El
final del recorrido fue gracioso con los toboganes y todo tipo de tiros con
bolitas de mil colores. Salimos del sitio, tomamos otro vermouth en el bar
Apolo y cenamos en la Violeta, que tanto le gusta a tu padre. Alejandro estaba
exhausto y se durmió en mis brazos.
Deseo
con todas mis fuerzas que te concedan el permiso para volver con nosotros a
principios de agosto. Sé bueno y no rompas muchos corazones.
Tu
madre, que te quiere.
Gaya
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