Diálogo con José Ovejero, por Jordi Corominas i Julián
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 19.06.13
Es martes y pensaba que era miércoles. Lo digo porque el despiste es importante, tanto que me ha obligado a pasar la noche en vela para poder entrevistar como Dios manda a José Ovejero. Durante las horas de la luna leí La invención del amor, novela que desde una anécdota surgida en los estertores de una noche cualquiera plantea problemáticas nada inocentes sobre la contemporaneidad, los sentimientos y la acuciante soledad que promueve el siglo XXI desde el exceso de comunicación. Tal contradicción lleva, entre otras cosas, a La invención del amor, título del libro ganador del Premio Alfaguara de novela 2013.
Quedo con el autor en un hotel de Barcelona. Llego antes de tiempo y nos presentamos. Acto seguido procedemos con las claves del ritual: buscar una mesa apartada del ruido, sentarnos, pedir un poco de agua y prepararnos para la charla. Enciendo la grabadora.
Se observa la intención de abordar el tema del doble hasta en el seudónimo (“Doppelgänger”) que usaste en la plica del premio. ¿Te apetecía jugar con ese concepto?
No suelo plantearme el tipo de historia que quiero contar, suelo partir de una anécdota. En este caso imaginé a un hombre relajado en su terraza a las tantas de la madrugada. De repente, le llaman por teléfono y le dicen que Clara ha muerto. En lugar de hacer lo obvio, decir al interlocutor que se ha equivocado de número, se decanta por hacer lo imprevisto. Ése es el punto de partida.
Y opta por renunciar al conformismo y se deja llevar por la curiosidad.
Y al no colgar abre una vía imprevista. En mi caso siempre tengo un segundo punto de partida: la voz narrativa. Cómo suena, quién cuenta, por qué cuenta y cómo lo cuenta. No sabía que iba a ser una historia de amor o una novela sobre la crisis. No sabía nada. Sencillamente empecé a buscar al protagonista con sus sensaciones y sus pensamientos. Poco a poco fui encontrando su voz, me sentí a gusto y empecé a escribir.
A partir de estos puntos vas encontrando las demás facetas.
Sí, y encuentro los juegos de máscaras y de dobles. Los dos Samuel. Los espejos. El que ha tenido la relación de verdad y el que quisiera haberla tenido. Está Samuel consigo mismo, quien es y quien empieza a ser una vez empieza a mentir. También están las dos hermanas. Por eso se me ocurrió el seudónimo para el premio.
Y el título que figuraba en la plica era Triángulo imperfecto, que resume un poco tu sentimiento sobre tu propia novela.
Sí, pero no me gustaba el título, porque el triángulo remite a situaciones tópicas. Refleja lo que es, pero no me gustaba como título.
El título de La invención del amor me hizo pensar en Alberto Moravia, quizá por su juego con la psicología de los personajes…
No pensé en él y tampoco en otra más obvia: La invención de Morel, que se parece salvo por una letra. En la novela de Bioy también hay un juego de espejos, pero no pensé en referentes literarios.
Es interesante lo que comentabas de la crisis. Añades el factor del tipo de trabajo del Samuel falso. Más que la crisis económica entra el tema del desmoronamiento personal.
Por supuesto no es una novela sobre la crisis, lo que pasa es que al poner a mis personajes en un contexto realista se integran en lo que estamos viviendo. Su trabajo no le interesa demasiado y por eso surge esa sensación de desmorone personal integrado en el de la empresa de construcción.
Él piensa mucho en materiales, como si con ello jugaras con la reconstrucción de la persona.
Con todos los materiales que vemos y nos construyen. Mientras escribo no pienso en la relación que sugieres. Sin embargo, una vez he terminado el texto lo analizo. Te das cuenta que tu cerebro juega con un determinado campo de sensaciones e ideas que no se perciben durante el proceso de escritura.
Pero una vez corriges la novela quizá si que encajas las piezas del puzle que has creado.
Sí, pero aún así no sabes el porqué. Durante mucho tiempo no entendí la figura del encargado del almacén, que sin embargo me parecía importante. Pensé en quitarlo del libro, porque tenía un protagonismo que nada tenía que ver con la historia de la novela, pero me atraía. Lo mismo sucedió con la frase de Carina “No me hagas el amor, invéntalo para mí”. Me di cuenta que estaba jugando todo el tiempo con la idea de la invención del amor, pero son cosas que salen espontáneamente, encajan y te gustan. Luego descubres los motivos.
Y esta invención del amor también llega por la necesidad de Samuel de hallar una nueva referencia. La llamada que activa todo hace que desde una desaparición se busque un rumbo propio.
Después de la llamada decide acudir al funeral de Clara. No sabemos muy bien sus motivos para ir. Hay una curiosidad y un deseo de sentir. Samuel no siente mucho. Para él no es ningún drama estar solo ni sentir poco, pero hay una nostalgia de la pasión y del sentimiento. No se acaba de reconocer a sí mismo, pero acude al funeral y luego llama a Carina, la hermana de Clara. En el funeral ya se ha llevado una hostia, pero asume riesgos y sigue por esa senda.
A partir de la historia de la muerta quiere matar su propio aburrimiento, una estabilidad inestable: parece sumamente descontento consigo mismo.
Él dice que no, que no está descontento, pero tampoco está contento. Se le estropeó la televisión hace tres meses, no la repara y no sabe si es buena o mala señal el no hacer nada por arreglarla.
Vive en un bloque de pisos donde todos los aparatos de cada vivienda son iguales. En este bloque vive el otro Samuel. Ambos juegan en la misma liga de normalidad.
Sí, y no conoce a los vecinos, como nos sucede a la mayoría. Vivimos en una burbuja individual, pero que en el fondo no lo es.
Y juegas mucho con eso. Samuel puede identificar a quien sea por Facebook, pero con él se equivocan de persona al notificarle la muerte de una persona e ignora que vive otro Samuel en su inmueble.
Puede pasar. Si yo quiero localizar a alguien y sé donde vive, pongo su nombre de pila y encuentro su número de teléfono. Pero claro, si hay dos con el mismo nombre puede ocurrir el error de la novela. Y si en vez del nombre que busco sale el de la mujer de quien me interesa encontrar puede darse también ese error. ¿Es verosímil? Tiene que haber una casualidad detrás si te llaman por error a altas horas de la madrugada.
Y así introduces el elemento que acabas de mencionar, que parece cada vez más extraño en nuestra época, que es el azar.
Algo que ha aparecido en varias de mis novelas, un azar que hace que de pronto las cosas puedan ser muy distintas a como habían sido hasta ese momento.
Samuel en realidad sí elige su destino.
No creo en el destino, creo en el azar, pero este no cambia tu vida, lo que provoca la alteración es lo que haces con él. Le llaman por puta casualidad, pero podría haber colgado. No es el azar quien lo cambia, es él mismo.
Y cambia desde otra perspectiva muy unida al azar. Desde su relación con Carina, la hermana de Clara, adopta el rol de jugador de cartas.
Es jugar a ver si consigue engañar al otro. Y ahí entra un elemento muy importante. Ninguna narración es verdad, cualquiera de nosotros es muchas cosas a la vez. Si la gente que nos conoce en distintos ámbitos nos cuenta lo hace de manera distinta. Y por eso es perfectamente creíble lo que se inventa Samuel, porque se inventa a Clara al igual que lo hace su hermana, a la Clara que recuerda. Ambos rellenan un vacío. De este modo rompía la linealidad y generaba la construcción de un personaje ausente, Clara según la visión de varias mentes.
Al terminar de leer La invención del amor pensé en que otro título posible, a partir de las interpretaciones sobre Clara, hubiera sido “Versiones de Clara”.
Pero ya existe Versiones de Teresa de Andrés Barba, por eso no tenía sentido variar el título.
Pero tenemos esas versiones de Clara y algo que me hacía sufrir como lector, que es ver cómo Samuel puede ser pillado en cualquier momento porque todo el rato inventa matices de Clara como si la hubiese conocido en profundidad.
Es importante, porque genera un sentido de catástrofe inminente. Sufres con el personaje porque intuyes que puede fallar y padeces al ver donde se mete desde un ímpetu temerario.
Y te da más miedo la catástrofe por la cercanía que se genera entre Samuel y Carina.
Y eso sucede porque intuyes que es algo importante. Carina y Samuel construyen una relación, y a medida que avanza la trama te da pena que se destruya y salte en pedazos.
Al elegir el riesgo Samuel relega el trabajo para privilegiar la vida, aunque no sepa muy bien qué senda tomará la misma.
Curiosamente en la novela el hecho de centrarse más en la vida lo vuelve más consciente de cuáll es su trabajo y de qué es lo que puede hacer en su trabajo. De pronto su atonía laboral le hace formularse preguntas y sentirse capaz de ser empresario.
Antes se lo toma con mucha pachorra, es capaz de estar una semana sin acudir al trabajo y, de repente, se siente capacitado para dar un nuevo paso en un nuevo frente.
Si quieres es un nuevo juego, se plantea hacer lo que no ha hecho en toda su vida. Ha observado lo que sucede cuando se arriesga y se plantea qué puede pasar si se interesa por la empresa. Abre otro ámbito para jugar a las cartas, para arriesgarse.
Dentro de este juego hay otra cuestión: hay partes de La invención del amor que suceden en el exterior, pero gran parte de ellas ocurren en interiores, y ello se conjuga con lo mental.
Es una novela de interiores. Estamos asistiendo en primera persona a las reflexiones de Samuel sobre lo que está haciendo, una constatación del fracaso amoroso que va relatando sin patetismos, desde la normalidad. No le gusta ni ir al campo.
Hasta en su pasado esta predilección por el interior es una constante, como en la historia de la chica con la que siempre va al Museo del Prado. Repite métodos a partir de su experiencia. Otro aspecto es que parece que tú quieras que Samuel se vea con todos los implicados en el asunto, todos aquellos que conocieron a Clara.
Me parecía que Samuel de verdad quería conocer a Clara, porque se la está inventando y cuenta cosas que se le ocurren, pero al mismo tiempo desea conocerla porque no puede tener una relación tan ficticia con esa mujer, por eso quiere conocer a los testigos, para estar más cerca de ella.
El factor detectivesco. Desde su obsesión, hasta dice echarla de menos, lucha por crear un rompecabezas perfecto de lo que era Clara.
Es una obsesión, tanto es así que le hace la vida imposible al otro Samuel. ¿Por qué? Porque quiere ser el amante de Clara. Se arriesga, pero quiere saber, ver donde vivía Clara y conocer todo sobre la chica.
El otro Samuel, el verdadero, es guionista, y la novela adopta ese tono de reconstrucción de una trama, porque el Samuel protagonista al juntar piezas se convierte en guionista de su existencia.
Y hace como un escritor. Utiliza lo que le cuentan los demás para hilvanar una historia propia, que es lo mismo que hago yo. Otra vez el juego del doble.
Es otro doble y adopta la personalidad del enemigo.
Eso es.
Y no tiene ninguna piedad con el otro Samuel.
No tiene ninguna, siempre dice algo que pueda doler al otro.
Y eso muestra algo que habla muy bien de ti como escritor: el desapego que tienes para con tus personajes.
Claro, si empiezas a juzgar a tus personajes estás perdido, porque si valoras su moralidad te conviertes en un ventrílocuo y eso no me interesa nada. Samuel es un individuo desalmado, no busco que mis personajes generen empatía con el lector.
Es un personaje que no es políticamente correcto, es una especie de paria social.
No es un personaje simpático, es un tipo con aristas y en el momento actual no está muy bien visto. El encargado de la obra lo mira fatal. Lo que le salva es que tiene gracia, la tiene al mirar el mundo, tiene sorna y eso lo vuelve un poco más cercano, de otro modo le veríamos como un psicópata.
Sus otras vertientes, el trabajo y la observación de los vecinos, que es una nueva forma de observar el mundo, hacen que su carácter obsesivo se acreciente o bien se difumine.
Todo eso lo vuelve más cercano.
Vive en un barrio cualquiera, cerca de Embajadores.
Entre Tirso de Molina y Embajadores.
Muestras el barrio tal cual es, sin fuegos de artificio.
Sí, y además en un contexto en el que estoy narrando una historia intimista, pero que al mismo tiempo juega con cosas que podrían resultar poco verosímiles, necesitaba un contexto sólido, necesitaba que todo lo demás que envuelve la trama fuera verosímil. No hay grandes descripciones, pero que los pequeños detalles de realidad fueran muy creíbles.
Pero cuando sale al exterior lo puedes identificar desde una naturalidad. Además eso se mezcla con la disección psicológica de cada uno de los personajes, porque de otro modo podríamos pensar que todos están como una regadera.
Si te quedas únicamente en dos o tres rasgos fijos, si los caricaturizas, los conviertes en anormales, pero no lo son, cada uno tiene su peculiaridad. Al fin y al cabo lo único normal es nuestra máscara cuando nos relacionamos con los demás y fingimos ser otros. En la novela me meto en la casa de los personajes y muestro cómo son de verdad.
Samuel es muy consciente de llevar esa máscara.
Absolutamente.
Pero quizá el lector a veces no piensa, por la conciencia de la máscara de Samuel, que los demás personajes también llevan la suya.
Carina la tiene, y se nota desde su rigidez ficticia, y también la tienen sus lectores.
Quien no la lleva es el Samuel que sí fue amante de Clara.
Está tan tirado que se le ha caído la máscara. Estaba casado, tenía una amante, lo pasaba fenomenal y de golpe pierde todo, por lo que no piensa en inventarse un personaje para los demás. Le da todo igual.
Es guionista y no sabe ni puede escribir el guión de su vida porque carece de información.
Sí, y mira al otro perplejo sin entender su papel, ha perdido el control de los personajes. Hay un punto cómico en la novela que se ve en esos matices.
La evolución de la novela es plenamente comprensible. ¿Te costó mucho la construcción de las partes?
Mucho. Quien la lea puede pensar que fue sencillo construirla, pero me costó un mundo encajar las piezas, la evolución de Samuel y Carina y cómo los demás con sus aportaciones contribuían a esa evolución. Conseguir esa lógica interna de que las distintas narraciones -no me refiero sólo a las que yo construyo, sino también a las de los personajes- fueran encajando me provocó un trabajo tremendo. Tuve que revisar un montón porque había cosas que se contradecían. Tiene que existir la contradicción, pero hasta en la contradicción tiene que haber lógica. Al mismo tiempo me pareció muy complicado mantener un tono que por un lado es frío, por otro emotivo y por otro humorístico. Debía luchar para que todos esos tonos mantuvieran un equilibrio, para que ninguno prevaleciera. Al mismo tiempo no es ni un ensayo, pese a las reflexiones sobre el amor contemporáneo, y no es una novela de suspense pero tiene el punto de la catástrofe inminente. Mantener ese equilibrio fue muy complicado.
Y con el tema del amor entronca con la tradición de la alienación contemporánea y la dificultad burguesa de encontrar el amor por saturación de posibilidades y por la velocidad de todas las cosas, como en Antonioni.
Sí, pero en Antonioni se habla más de la incomunicación.
Pero Samuel ya la ha asumido, es un ser evolucionado, han pasado cincuenta años desde esas películas.
La ha asumido. Lo que sí tiene es una nostalgia de lo que podría ser.
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