Las arpías de Hitler de Wendy Lower, por Jordi Corominas i Julián
Wendy Lower, Las arpías de Hitler, Crítica, Barcelona, 2013
Traducción de Núria Pujol
A lo largo de los últimos meses he detectado un fuerte interés por la figura de Hanna Arendt entre muchos de mis amigos, bien pesados al preguntarme cada dos por tres si ya había visto una de las películas de la temporada. Mi respuesta siempre era negativa, les contestaba, aunque cambiaré de actitud cuando nadie me interrogue sobre el tema, que me bastaba con el libro La banalidad del mal. Al fin y al cabo me daba la impresión que la gran mayoría de mis allegados mostraban veían en Eichmann un motivo de fascinación más allá de la filosofa norteamericana nacida en Hannover. El hombre juzgado en Jerusalén como eterno estereotipo del funcionario obediente que minimiza al demonio, al tiempo que lo engrandece hasta límites obscenos, desde la más absoluta normalidad.
Han pasado casi setenta años desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial y nuestra idea de sus millones de muertos suele asociarse con acciones masculinas. Si repasamos las imágenes de mujeres durante el conflicto las encontraremos entre la población civil y en escasos escenarios de combate. Me vienen al recuerdo las partisanas italianas, las resistentes francesas que raparon a las colaboracionistas y las soviéticas dirigiendo el tráfico motorizado en Berlín tras el final de la contienda. Son imágenes que mezclan tragedia y esperanza. En las mismas no hallamos atisbos de sed de sangre. Destacan los llantos y las sonrisas desde una cierta anomalía que explica más bien poco del papel de las mujeres a lo largo del conflicto.
Las estadísticas mencionan que en las sociedades no genocidas los hombres cometen, de media, un 90% de los crímenes violentos. Las mujeres que les siguen la estela lo hacen en el marco de la violencia doméstica y casi siempre contra individuos del género masculino. Se atribuye la preponderancia masculina a un mayor nivel de autoestima y a la arrogancia del ego que contrasta con los patrones de inseguridad, falta de reafirmación y ciclos depresivos de las hembras, que cuando suelen matar siempre aparecen destacadas en los medios de comunicación por lo excepcional del asunto.
En el Tercer Reich la importancia de la mujer se cifraba en su capacidad reproductora. Dar hijos a la patria era su deber de buenas alemanas. Cuando las tropas nazis invadieron Polonia la situación cambió ligeramente. Desde el ascenso al poder de Adolf Hitler en enero de 1933 se habían realizado ingentes esfuerzos para dotar al cuerpo de funcionarios de una importante presencia femenina. Se formaba a las aspirantes en diferentes escuelas que les proporcionaban posibilidades de tener una carrera como secretarias o enfermeras, las profesiones más codiciadas para las mujeres en el sueño nazi de ocupar el Espacio Vital del Este de Europa, donde cualquier persona capacitada sería bienvenida para la causa.
La idea de la expansión hacia el Este tenía para los jerarcas nazis connotaciones legendarias muy influidas por la epopeya norteamericana de la conquista del Oeste. Hitler y sus secuaces fueron grandes lectores de las novelitas de vaqueros de Karl May y aprovecharon la coyuntura para adoctrinar a sus ciudadanos con dogmas de conquista, superioridad aria y otras consignas que se consolidaron en la mente de los elegidos para emprender la aventura genocida iniciada el 22 de junio de 1941 con la invasión de la Unión Soviética.
Y bien, vayamos al grano. Cuando uno ve un libro titulado Las arpías de Hitler piensa que en su interior encontrará un espeluznante catálogo de horrores, y sí, una vez instalados en los territorios del Este lo acaecido fue de todo menos bonito. Los nuevos ocupantes se comportaban como modernos señores feudales, con una finca, mucho terreno que administrar y unos esclavos a los que desproveer de toda humanidad.
¿Por qué no hemos sabido hasta ahora de casos de asesinas nazis durante la ocupación? Por tres motivos básicos. El primero ya lo hemos mencionado: la historia visual y escrita ha excluido al género femenino del mal en la guerra. El segundo radicaba en la ausencia de archivos disponibles, problema paliado a partir de la caída del Comunismo en Europa Oriental. El tercero era consecuencia de la Guerra Fría y estribaba en el escaso número de condenas femeninas por actos de guerra, más numerosas en la República Democrática Alemana, donde la vergüenza del holocausto se tapó menos que en su vecina federal, donde los nazis, tras un leve período de justicia objetiva, salieron bien librados de sus fechorías porque el nuevo Estado requería funcionarios capacitados para reflotar la nave tras el naufragio.
Estos tres motivos dificultaron el conocimiento de los crímenes femeninos. Wendy Lower se centra en pocas asesinas y disecciona con acierto sus existencias antes, durante y después de la encrucijada que supuso la Segunda Guerra Mundial. La mayoría, dentro de sus lógicas diferencias, tenían en común una aplastante rutina cotidiana que combinaba deseos adolescentes de prosperidad y el desarrollar su vida en el Tercer Reich, factor que obviamente la condicionó hasta terribles extremos. La obra de la autora estadounidense puede leerse desde el prisma morboso de comprobar cómo los asesinatos perpetrados por las nazis fueron fríos, cínicos y calculados, pero también puede abordarse, y ella lo remarca muy bien en los puntos clave de su manuscrito, como la quiebra invisible de la normalidad, tanto que ni sus protagonistas se enteraron de su violación de la misma. Eran esposas, enfermeras, secretarias y agentes del Reich y sólo cumplían su deber. Haciéndolo en una época demencial determinados códigos de conducta se consentían. No infringían ninguna ley porque sus superiores aprobaban su conducta por muy anómalo que fuera disparar a judíos desde un balcón o presenciar, en pleno embarazo, una matanza vestida con uniforme para mimetizarse con los verdugos.
El análisis de Lower es irreprochable. Las arpías de Hitler vivieron la posguerra, salvo una excepción que confirma la regla, desde la tranquilidad exterior y el remordimiento interno. Llegará un momento en que su perfidia pase a la televisión. Cuando lo haga sería interesante que no llegara desde los tópicos que permiten altos índices de audiencia. Series como Hijos del Tercer Reich han enfocado la cuestión con sensibilidad. Sería deseable que futuros productos sigan esa tendencia para no caer en sensacionalismos baratos tan propios de nuestra era, tópicos de manipulación y conformidad con un paso aprendido de oídas.
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