La comedia, el género y el
compromiso social de la posguerra: Las muchachas de Sanfrediano de Vasco Pratolini,
por Jordi Corominas i Julián
Vasco
Pratolini, Las muchachas de Sanfrediano, Impedimenta, Madrid, 2013
Traducción
de Amelia Pérez de Villar
Florencia
tiene muchas bellezas. Si sales del ferrocarril encuentras en un santiamén la
via delle Belle donne, maravilloso eufemismo para referirse, con casi toda
seguridad, a las prostitutas que suelen instalarse en las calles colindantes a
las estaciones. Si dejamos atrás la parte monumental de la capital toscana y
cruzamos el ponte vecchio nos adentraremos en un universo mucho más auténtico y
tranquilo. El barrio de Sanfrediano es el enclave florentino que condensa las
esencias de la ciudad de Michelangelo y tantos otros, un lugar repleto de vida
con el lenguaje propio de las clases populares.
He
tenido la suerte de estar en sus calles bastantes veces. Hoy en día no se
percibe el ambiente que plasmó Vasco Pratolini en Le ragazze di Sanfrediano,
libre, desenfadado y con los códigos no escritos de todo espacio delimitado sin
fronteras, territorios donde sus habitantes saben cómo comportarse por
tradición y el mero hecho de pisar las calles, sus calles.
Hace
años vi la adaptación cinematográfica de Valerio Zurlini, un director de
actrices que es conocido por La ragazza con la valigia y la despampanante
presencia de Claudia Cardinale. Pratolini es un autor que gozó del favor de los
cineastas italianos de la edad de oro. En 1954 Carlo Lizzani versionó su
Cronaca dei poveri amanti, quizá su novela más comprometida. Le ragazze di
Sanfrediano se publicó en 1948 y se
enmarca dentro del neorrealismo que impregnó la primera cultura italiana de
posguerra, factor que puede ayudar a los no avezados en la materia a entender
la estrecha relación entre el séptimo arte y la literatura durante ese período,
donde el país transalpino supo comerse el mundo desde la pobreza y su vocación
de hablar de lo que en términos críticos se conoce como pasado presente,
reconocible en clásicos fílmicos como Roma città aperta y Paisà de Roberto
Rossellini, Ossessione y La terra trema de Luchino Visconti o Sciuscià y Ladri
di biciclette de Vittorio De Sica.
La
novela de Pratolini se enmarca en esta senda. A lo largo de sus páginas la
guerra partisana contra el fascismo sigue siendo un motivo central en las
discusiones de los muchachos, que ya empiezan a sufrir la americanización
sociocultural que los Estados Unidos impusieron con sutileza desde su condición
ganadora. Los jóvenes aún no van con tejanos, pero sí identifican la realidad
con las estrellas de las pantallas, portadoras de sueño, tiranas de la conciencia
colectiva del siglo XX. Aldo es Bob por su asombroso parecido con Robert
Taylor. Trabaja fuera de Sanfrediano, y eso le permite mantener una doble vida.
En el trabajo es un profesional cumplidor, otro más del montón tanto por sus
prestaciones laborales como por su atractivo físico. En el barrio, donde se
mueve como pez en el agua, es un aspirante a Casanova que quiere emular a los
antiguos rompecorazones de la zona. Su elenco de conquistas es impresionante y
turbador, entre otras cosas porque Bob ve a cada una de sus enamoradas como
apéndices a simultanear. Gina, su vecina y ficticia prometida desde la
infancia, cree que pasarán por el altar. Mafalda, pelirroja y con carácter,
está hasta las narices del moreno. Bice sabe que no es de fiar, que es sólo un
pasatiempo. Silvana y Loretta también han caído en sus redes, como Tosca, rubia,
adolescente y frágil que bebe los vientos por el fanfarrón, odiado por el resto
de parroquianos del bar donde además de pavonearse por sus líos de falda vence
a todos en el billar.
Es
normal recordar cómo las novelas de por aquel entonces mantenían un tono naif
donde el orden imperante, machista, católico y con la mujer convertida en un
inofensivo reclamo de esperanza, prevalecía y Cupido triunfaba con rotundidad.
Esta constante de las producciones culturales del neorrealismo no importaba
mucho a los creadores, hábiles como para introducir en las tramas otros
aspectos conflictivos que hicieron exclamar al recientemente fallecido Giulio
Andreotti que los trapos sucios se lavan en casa.
Le
ragazze di Sanfrediano denuncia con mucha elegancia la problemática de los
partisanos y la cara dura de muchos que tras el fin de la Segunda Guerra
Mundial afirmaron haber participado en la lucha antifascista, algo que daba
prestigio entre el pueblo y se denostaba desde el gobierno, obcecado en su
reforma de la Historia para cumplir con su aliado transoceánico. Pratolini, un
narrador ágil y nada barroco, introduce el tema con inteligencia en uno de los
instantes clave de la obra, estructurada con un esquema clásico de auge y caída
desde la cotidianidad, donde lo casual nunca lo es y las circunstancias flotan
en una lógica de rompecabezas con piezas que siempre terminan encajando.
El
texto contiene aspectos típicos del discurso de su autor, desde los lazos de
solidaridad, el amor por la ciudad, el valor de la amistad y la sabiduría a la
hora de elegir un tono, en este caso de comedia con la tensión narrativa
focalizada en el más que previsible choque de trenes entre ellas y el
protagonista. El elogio y la crítica se complementan entre despertares y
debilidades en ambos bandos. No hay moralina, sólo una intuición de
determinados conceptos que con el transcurrir de los decenios se pondrán de
moda con relación al género.
Le
ragazze di Sanfrediano quizá no alcance la grandeza de Metello. Es injusto
compararlas. Corresponden a dos momentos en la trayectoria de Pratolini. La
extraordinaria noticia es verlo traducido al castellano, un idioma donde la
modernidad italiana no es todo lo conocida que debería y donde aún faltan por
traducir pequeñas perlas neorrealistas como L’Agnese va a morire de Renata
Viganò, obra que, como otras más conocidas de Pavese o Moravia, muestra el
compromiso del arte para con la sociedad civil, atributo fundamental de la
cultura de un país con un Novecientos impresionante.
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