viernes, 3 de octubre de 2014

Un susurro de España en Excodra



Un susurro de España, por Jordi Corominas i Julián
Hace pocos meses abdicó el Rey Juan Carlos I. El paso del tiempo suele situar determinados acontecimientos en una óptica del recuerdo colectivo. Todos sabemos qué hacíamos cuando cayeron las torres gemelas, algo que en Cataluña es más bestia todavía porque ese día era festivo y nos pilló con la mesa puesta, casi con la comida en la boca. Sin embargo, el día de la renuncia del heredero de Franco era lunes y tras saber la noticia decidí salir a la calle. La vida seguía su curso con ejemplar normalidad, sin aspavientos. Aún era temprano y supongo que el resto de la jornada tomó otros derroteros abocados a una de las máximas absurdas de nuestra época.

Hacer Historia. La gente nunca la escribe en mayúsculas pero siente una necesidad brutal de protagonizarla porque suele ignorar cómo se redactan sus actos. Esa tarde se convocaron manifestaciones republicanas por toda España y las redes sociales ardían de lemas que evocaban el 14 de abril de 1931, como si nuestros abuelos hubieran revolucionado el país en un abrir y cerrar de ojos. Es triste que Warhol acertara con sus quince minutos de gloria. Las trayectorias, al menos desde el culto al instante, han quedado eclipsadas. Ya ajustará cuentas el reloj. 

Esta sensación eufórica ha recorrido nuestra geografía a lo largo del último lustro desde la inconsciencia de ignorar lo que significa un proceso. Puede que los soberanistas, con cierto criterio, usen el vocablo. Los demás ni siquiera lo mencionan en su base porque se mueven por impulsos que salen desde un desconocimiento brutal que marca la pauta en casi todas las facetas de nuestra sociedad de fachada elevada al cuadrado. Sin conocer la tradición, en este caso el pasado, no puedes aspirar a ir más allá del umbral presente y superarlo para crear nuevas circunstancias. La lección sirve tanto para algunos escritores como para los que fueron a la plaza y pensaron que con el mero hecho de ocuparla iban a derribar el poder.


¿Por qué tanto desconocimiento? La Historia que se enseña en las escuelas españolas es lamentable y sus programas, al menos hasta hace bien poco, lamentables. Yo mismo no pude cursar ningún tipo de asignatura relacionada con la República o la Guerra Civil hasta el segundo año del doctorado. Eso no era un problema porque mi curiosidad había resuelto la papeleta con antelación. En otros casos deduzco que muchos han preferido seguir en una ignorancia que se podría comprobar con mucha facilidad por la calle mediante pocas preguntas.



El sistema educativo ha propiciado esta basura cósmica que aturde a muchos ciudadanos que han elegido ser hijos de su tiempo sin sumergirse en otros, lo que también implica conformarse con una cultura de fachada muy parecida a un quesito de trivial pursuit. La enseñanza se articula a partir de unos esquemas que más que aprender propician vomitar datos que a posteriori se olvidan e internet ha reforzado esta tendencia desde un enciclopedismo popular capaz de elevar a la quintaesencia el fast food mnemotécnico. Ello implica una pérdida colectiva que se notará más en el futuro, pues por mucho que se hable de los enlaces cada vez se desaprovechan más. La Historia es una especie de gran línea donde todos los puntos están entrelazados. Por desgracia cada vez se valoran menos estas conexiones fundamentales porque se prefiere alardear con una fecha o una anécdota que relance el simulacro donde nos hemos instalado.

Sin comprensión de lo pretérito es imposible entender un presente donde muchos creen ser protagonistas a partir de la opinión masiva cuando en realidad sólo comentan elementos de unas casillas rellenadas por los que mandan, bien tranquilos al conseguir su propósito de marcar una agenda de debate dominada por una rapidez que genera obsolescencia programada de las noticias. Uno de los grandes fracasos de mi generación fue, pese a los nuevos partidos políticos de los últimos tiempos, el 15M. Algunos salimos. Otros prefirieron manifestarse delante del teclado para perpetuar la melodía de los zombies modernos que son incapaces de mirar el horizonte, metáfora bien indicativa de cómo van las cosas. Exterior versus interior. Activismo contra la pasividad que predomina sin límite.

De todos modos es posible cambiar los acontecimientos desde una habitación si se tienen los rudimentos para navegar por los mares de Clío, sí, la musa del tema que nos concierne porque desde las comparaciones con otros hechos podemos acercarnos a la actualidad y formularla desde estructuras internacionalistas en el doble sentido de interesarse por las vivencias de otras tierras y aceptar que en nuestra era las fronteras carecen de vigencia desde lo nacional, algo mucho más normalizado en el resto de Europa, donde la acuciante presencia de la Historia ha unido los pueblos en conflictos y hermandades que de las batallas han avanzado hasta lo cultural, imprescindible en el ámbito de estudios comparados de muchas universidades del Viejo Mundo que de este modo muestran al alumnado las relaciones entre los países del Continente para mostrar diferencias y vínculos en común.


¿Y España? Puede que la neutralidad en las dos guerras mundiales y la larga dictadura franquista hayan alargado nuestro catequismo del catetismo, teñido de uniformidad y contrario por norma a la pluralidad. Ir contracorriente suele pagarse, por eso este en muchos aspectos es un país de capillitas que protegen intereses porque más que el verdadero progreso creen en el caciquismo, típico en la banalidad de arquetipos provincianos demasiado vigentes, grupos con mucha cháchara y poca chicha, amigos de vender humo que se asustan si una mosca se desvía de la trayectoria convencional y propone otros rumbos. No intenten leer entrelíneas, o bueno, háganlo, pero lo explicado es una mera constancia histórica española. Corran, consulten las hemerotecas. Marx tenía razón. 

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