Muerte de un hombre feliz, de
Giorgio Fontana, por Jordi Corominas i Julián.
Un
título que desvela el final de la trama indica que debemos fijarnos en los
matices del contenido. Muerte de un
hombre feliz (Libros del Asteroide) del italiano Giorgio Fontana es un
libro valiente, de madurez excepcional si se atiende que su autor nació en
1981, año en que suceden los acontecimientos que narra, de una dureza centrada
en el desencanto por la izquierda tras el 68 italiano y los conflictos de un
magistrado católico muy consciente de su labor y el rastro del tiempo reciente,
de los acontecimientos, las ideas y las personas.
La
cultura transalpina, a diferencia de la española, ha dado siempre muestras de
saber afrontar los episodios fundamentales de su Historia sin esperar a la tan
cacareada perspectiva. Lo hicieron con la Segunda Guerra Mundial a través del
neorrealismo y en los últimos años, y no sólo, se han atrevido sin medias
tintas con el plomo de los años setenta, de las Brigadas Rojas al terrorismo de
Estado, de los trapicheos de la sempiterna Democracia Cristiana al omnímodo
dominio de la Mafia en casi todas las regiones del país.
Películas
como La meglio gioventú, Buongiorno, notte o Mio fratello è figlio unico han hablado sin tapujos sobre estas
cuestiones. Lo interesante de Muerte de
un hombre feliz es que lo haga un chico que no vivió los sucesos de su
libro porque implica una voluntad de revisitarlos desde el punto de vista de
una generación desdichada, la misma que en todo Occidente parece olvidada por
el bloqueo demográfico. Además Fontana lo hace con suma habilidad al plantear
su novela desde el rigor documental pese a centrarse más en aspectos morales.
Giacomo
Colnaghi es un fiscal marcado por un pasado que no conoció. Su padre fue
partisano y lo ejecutaron. Nunca lo conoció y aún así sabe que su figura le ha
dado la dimensión de justicia que persigue. Por eso Fontana entrelaza presente
y pasado. Las dos historias van entrecruzándose hacia su conclusión compartida,
como si el hijo recogiera el testigo del padre a sabiendas de los peligros que
implica querer mantenerse en el mundo a través de una ética concreta, la de
querer un verdadero equilibrio donde la barbarie no pueda imponerse a
determinadas creencias partidarias del bien común.
Por
eso Colnaghi tiene una visión católica que duda y progresa a medida que avanza
el relato. Fue un chico educado en la fe, gozó de las asociaciones típicas de
su época, se aficionó al deporte, hizo amigos, formó una familia y ahora siente
la dicha de cumplir con su deber en el instante decisivo. Dirige junto a dos
colegas las pesquisas para detener y encarcelar a un grupo disidente de las
Brigadas Rojas. Son los primeros años ochenta. Atrás quedaron los tiros en la
pierna o los secuestros de políticos. La muerte se ha vuelto rutinaria y la
guerra civil de unos pocos debe quedar soterrada para que la Bota respire y las
aguas vuelvan a su cauce pese a los traumas que ya no podrán superarse.
Las
víctimas y la coincidencia de aunar el plomo con los partisanos podrían
concatenar la obra que reseñamos con No
derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles, de Patricio Pron.
La comparación sólo se sostiene en lo cronológico, pues la excepcional obra del
argentino afincado en Madrid tiene un poso intelectual que no entra en la
intimidad de la historia en minúscula, el hilo íntimo de las vivencias, el
reducto mental de cada habitante que sumado con los de los demás construye el
inconsciente de las naciones.
Colnaghi,
cuyo lema tolera las excepciones y no consiente los errores, vive en un
apartamento milanés por su completa entrega para con su misión. Su madre le
reprocha la ausencia del hogar conyugal y él, buen hijo asiente porque tiene
clara la posibilidad de conjugar todas las parcelas de la existencia. El libro,
repleto de magníficos y sutiles entrelineados, brinda párrafos en que se glosa
cómo para el protagonismo la sencillez de las pequeñas cosas es la suma que
activa un deseo de vivir que, no obstante, entra en conflicto con el mal de la
pólvora, de los asesinatos que reivindican causas irresolubles con la fuerza de
las armas.
Esta
apuesta por el diálogo surca toda la novela y alcanza su cénit en la charla sin
taquígrafos que mantiene el fiscal junto a un detenido. Ambos tienen el mismo
origen social, han crecido en los mismos ambientes y sin embargo uno desea la
clandestinidad de la extrema izquierda y el otro la toga para dictar sentencia.
En este duelo verbal se produce el inevitable símil entre partisanos y
brigadistas, refutado por Colnaghi desde su pertenencia a los cuadros de una
Democracia contradictoria, la misma que tiene dos días nacionales porque
celebra el 25 de abril cómo la jornada de la liberación desde el pueblo y el 2
de junio por ser el día donde las instituciones propusieron elegir entre
República y Monarquía.
Muerte de un hombre feliz
también advierte de la imposibilidad de ser enteramente justos, y al hacerlo
destapa las miserias de una etapa negra que no debería volver a repetirse. Si
todo es político Fontana clama por una unión de todas las partes de la Italia
contemporánea desde la revisión del pasado. Es sanísimo hacerlo y proponerlo
desde la literatura un hermoso canto a su utilidad, pues demasiado
entretenimiento y distracciones tenemos como para que encima nos prohíban
pensar con la cultura.
No hay comentarios:
Publicar un comentario