jueves, 22 de septiembre de 2016

El día del pregón


El día del pregón, por Jordi Corominas i Julián
Hay una serie de detalles minúsculos, en cierto sentido invisibles y por eso más notorios, que conviene remarcar. No había banderas entre el público presente en la plaça de Sant Jaume, como si supieran que el magnífico pregonero de las fiestas que ha sido Javier Pérez Andújar no mencionaría la palabra Catalunya a lo largo de su parlamento.

No había necesidad alguna porque su discurso estaba destinado a Barcelona. Meter cualquier otro elemento en medio carecía de sentido. No seré yo quien repita lo que muchos a lo largo de estas horas han dicho hasta la extenuación. Basta con leer el canto de amor a la ciudad medio oculta para entender el impacto de sus palabras.

En Gràcia tenemos muchas plazas. Una de ellas es la del Gato Pérez. Está justo debajo de la del Raspall, epicentro de la comunidad gitana de la antigua vila. De no ser por la placa del callejero nadie sospecharía que ese pequeño rincón es un homenaje al gran rumbero, sólo unas filigranas algo guitarreras del suelo parecen indicar guiños. Lo demás es imaginación y fantasía, por eso es tan importante que luchemos por hablar siempre de todas las Barcelonas entre ríos, Rius y los infinitos legados de una capital que en la actualidad atesora los ingredientes para recuperar una identidad colectiva que integre y nunca margine.

Quizá también por eso me ha emocionado escuchar tantas veces el nombre de mi barrio de origen, el Guinardó. Es una suerte haber nacido allí. El único ruido molesto es el del camión de la basura. Mi casa de infancia tiene dos metros a menos de cinco minutos, pero ni con esas nadie se atreve a visitarlo porque la pereza supera cualquier curiosidad. Está muy lejos, no, no he ido nunca, no lo conozco.

El ejemplo del Guinardó es el de tantos barrios y ciudades alejadas del centro. Son nombres en un mapa. No cuentan porque el relato privilegia el entramado burgués y olvida lo demás, cuna de culturas populares, tradiciones e infinitas leyendas que son la sal condal.

En un momento del pregón el autor de Paseos con mi madre dijo un nada casual dejadnos reír en paz. Puede aplicarse a cualquier esfera de la existencia y debe tomarse en consideración en comparación con el bochorno de la alternativa en forma de carnaval grotesco protagonizado por Toni Albà vestido de Borbón, una patética mascarada repleta de críticas poco constructivos, velados insultos y el apoyo de los medios públicos de este país, tan imparciales, permítanme la ironía, que dieron en su canal 24 horas más cobertura a la bufonada que al acto oficial, algo lógico si se considera cómo los informativos de la nostra, que cada vez es más la seva, siempre tienen una bala en su mirilla para criticar cualquier iniciativa de Barcelona en Comú, desde el proyecto de la súper-illa hasta el día sin coches, algo europeo, sostenible y muy necesario si queremos tener una verdadera cultura cívica urbana. Hoy en las noticias titulaban que el pregonero  rehuyó la polémica. A veces se cree el ladrón que todos son de su condición. Uno de los matices de la elegancia estriba en ser señor y comportarse com déu mana según lo que te han encomendado, con sobriedad y savoir faire. El hombre de la camisa roja y pantalón negro, muy CNT, lo ha cumplido a rajatabla en el acto del Ayuntamiento.

Plantear un pregón alternativo no debería ser ninguna afrenta si se planteara en términos correctos. En principio todos apreciamos la diversidad y defendemos la libertad de expresión. El problema es que si se ha montado ese show grotesco es porque los que acaparan el discurso oficialista, que no mayoritario, no aceptan puntos de vista opuestos a su engranaje. Ese ha sido el motivo de la farsa que sin pies ni cabeza ha recurrido al imaginario de 1714 en una fecha con otro significado. Haciéndolo ahondan en una brecha divisoria de una sociedad cansada, tanto que el respeto y los aplausos en Sant Jaume en realidad contienen una partícula muy importante.

Durante todo este largo lustro he escrito sobre el Procés sobiranista en periódicos y en mi página personal. Simplemente soy contrario al mismo porque en estos tiempos hay cosas mucho más importantes que crear fronteras en un mundo que debería hacerlas desaparecer. La crisis económica, social y política supone un cambio de época que ha venido para quedarse, destrozando los sueños de muchas personas mientras nos condena a una ruindad casi esclavista. Pensar en independencias para camuflar mil trapos sucios es un insulto a la comunidad que ha funcionado de maravilla en muchos puntos que van del merchandising a la tapadera para ocultar, con escaso éxito, no ya el mal gobierno, sino la nefasta inoperancia del mismo.

Por decirlo, por hablar siempre a favor de la pluralidad de Catalunya, he recibido todo tipo de improperios. Me han tildado de fascista, han insinuado que iba a presentarme en las listas de Ciutadans y hasta algún que otro energúmeno se ha atrevido a decir que soy menos catalán por defender lo que defiendo. En realidad soy una persona que juzga imprescindible una educación de categoría para que cada habitante del Planeta sea autocrítico, pues es la única manera de mejorar lo presente. Soy de izquierdas y federalista, pero eso no es relevante, como tampoco lo sería si Pérez Andújar compartiera mis postulados. Ante todo somos personas que expresamos con libertad nuestras ideas y soñamos con vivir en paz sin monotemas ni imposiciones.

Respirar cada jornada es un premio maravilloso. Me gusta leer, pasear por Barcelona, reírme con mis amigos, salir de noche y enriquecerme cada día entre descubrimientos propios y ajenos. Una bandera es un trapo con mucho colorido y poca sustancia, sobre todo si se ondea para marcar una línea divisoria que genera acritud, molestias y una cierta enfermedad, porque al fin y al cabo empecinarse en una quimera sin respuestas es un absurdo de primera categoría.

Ada Colau, Javier Pérez Andújar y yo mismo creemos, cada uno a su aire, en algo llamado bien común. Para la alcaldesa significa gobernar para todos los barrios. Para el escritor de Sant Adrià tendrá otro sentido, donde supongo tendrá trascendencia reivindicar, como demuestra su obra, la existencia de aquello que muchos desprecian porque ni siquiera quieren ver, como su discurso de hoy. Si buscan en Twitter encontrarán que muchos independentistas se niegan siquiera a leer su texto porque ya han dictado sentencia, hacen aquello que siempre dice mi amigo José Luis: son máquinas de prejuzgar, juzgar y condenar. Así les va, y así surgen odios, que siempre son cortos de miras y por lo tanto muy peligrosos.


En mi caso creo en el bien común desde muchas perspectivas. Para Barcelona deseo una ciudad más humana que respete mucho más el magnífico crisol que contiene y deje de ser una fachada para preocuparse por el interior del domicilio hasta poder incluir en su cuerpo todas las ciudades que ha sido, es y será. Lo mismo quiero para Catalunya en la utopía de la igualdad de oportunidades, el cosmopolitismo con sentido y el diálogo como única bandera. Esa sí la quiero.


Con el pregón de Javier Pérez Andújar todos hemos crecido un poco. Decía hace escasas semanas que los soberanistas se asustan con los comunes. No es sólo eso. Si se impone la lógica el panorama se despeja y el único Quijote sonriente es el literario. Sabemos demasiado bien que luchar contra molinos es delirante. Conviene palpar la realidad y enderezarla. Ya veremos si lo conseguimos, o si nos dejan. 

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