El día del pregón, por Jordi
Corominas i Julián
Hay
una serie de detalles minúsculos, en cierto sentido invisibles y por eso más
notorios, que conviene remarcar. No había banderas entre el público presente en
la plaça de Sant Jaume, como si supieran que el magnífico pregonero de las
fiestas que ha sido Javier Pérez Andújar no mencionaría la palabra Catalunya a
lo largo de su parlamento.
No
había necesidad alguna porque su discurso estaba destinado a Barcelona. Meter
cualquier otro elemento en medio carecía de sentido. No seré yo quien repita lo
que muchos a lo largo de estas horas han dicho hasta la extenuación. Basta con
leer el canto de amor a la ciudad medio oculta para entender el impacto de sus
palabras.
En
Gràcia tenemos muchas plazas. Una de ellas es la del Gato Pérez. Está justo debajo
de la del Raspall, epicentro de la comunidad gitana de la antigua vila. De no
ser por la placa del callejero nadie sospecharía que ese pequeño rincón es un
homenaje al gran rumbero, sólo unas filigranas algo guitarreras del suelo
parecen indicar guiños. Lo demás es imaginación y fantasía, por eso es tan importante
que luchemos por hablar siempre de todas las Barcelonas entre ríos, Rius y los
infinitos legados de una capital que en la actualidad atesora los ingredientes
para recuperar una identidad colectiva que integre y nunca margine.
Quizá
también por eso me ha emocionado escuchar tantas veces el nombre de mi barrio
de origen, el Guinardó. Es una suerte haber nacido allí. El único ruido molesto
es el del camión de la basura. Mi casa de infancia tiene dos metros a menos de
cinco minutos, pero ni con esas nadie se atreve a visitarlo porque la pereza
supera cualquier curiosidad. Está muy lejos, no, no he ido nunca, no lo
conozco.
El
ejemplo del Guinardó es el de tantos barrios y ciudades alejadas del centro.
Son nombres en un mapa. No cuentan porque el relato privilegia el entramado
burgués y olvida lo demás, cuna de culturas populares, tradiciones e infinitas
leyendas que son la sal condal.
En
un momento del pregón el autor de Paseos con mi madre dijo un nada casual dejadnos reír en paz. Puede aplicarse a
cualquier esfera de la existencia y debe tomarse en consideración en
comparación con el bochorno de la alternativa en forma de carnaval grotesco
protagonizado por Toni Albà vestido de Borbón, una patética mascarada repleta
de críticas poco constructivos, velados insultos y el apoyo de los medios
públicos de este país, tan imparciales, permítanme la ironía, que dieron en su
canal 24 horas más cobertura a la bufonada que al acto oficial, algo lógico si
se considera cómo los informativos de la nostra, que cada vez es más la seva,
siempre tienen una bala en su mirilla para criticar cualquier iniciativa de
Barcelona en Comú, desde el proyecto de la súper-illa hasta el día sin coches,
algo europeo, sostenible y muy necesario si queremos tener una verdadera
cultura cívica urbana. Hoy en las noticias titulaban que el pregonero rehuyó
la polémica. A veces se cree el ladrón que todos son de su condición. Uno de
los matices de la elegancia estriba en ser señor y comportarse com déu mana
según lo que te han encomendado, con sobriedad y savoir faire. El hombre de la
camisa roja y pantalón negro, muy CNT, lo ha cumplido a rajatabla en el acto
del Ayuntamiento.
Plantear
un pregón alternativo no debería ser ninguna afrenta si se planteara en
términos correctos. En principio todos apreciamos la diversidad y defendemos la
libertad de expresión. El problema es que si se ha montado ese show grotesco es
porque los que acaparan el discurso oficialista, que no mayoritario, no aceptan
puntos de vista opuestos a su engranaje. Ese ha sido el motivo de la farsa que
sin pies ni cabeza ha recurrido al imaginario de 1714 en una fecha con otro
significado. Haciéndolo ahondan en una brecha divisoria de una sociedad
cansada, tanto que el respeto y los aplausos en Sant Jaume en realidad
contienen una partícula muy importante.
Durante
todo este largo lustro he escrito sobre el Procés sobiranista en periódicos y
en mi página personal. Simplemente soy contrario al mismo porque en estos
tiempos hay cosas mucho más importantes que crear fronteras en un mundo que
debería hacerlas desaparecer. La crisis económica, social y política supone un
cambio de época que ha venido para quedarse, destrozando los sueños de muchas
personas mientras nos condena a una ruindad casi esclavista. Pensar en
independencias para camuflar mil trapos sucios es un insulto a la comunidad que
ha funcionado de maravilla en muchos puntos que van del merchandising a la
tapadera para ocultar, con escaso éxito, no ya el mal gobierno, sino la nefasta
inoperancia del mismo.
Por
decirlo, por hablar siempre a favor de la pluralidad de Catalunya, he recibido
todo tipo de improperios. Me han tildado de fascista, han insinuado que iba a
presentarme en las listas de Ciutadans y hasta algún que otro energúmeno se ha
atrevido a decir que soy menos catalán por defender lo que defiendo. En
realidad soy una persona que juzga imprescindible una educación de categoría para
que cada habitante del Planeta sea autocrítico, pues es la única manera de
mejorar lo presente. Soy de izquierdas y federalista, pero eso no es relevante,
como tampoco lo sería si Pérez Andújar compartiera mis postulados. Ante todo
somos personas que expresamos con libertad nuestras ideas y soñamos con vivir
en paz sin monotemas ni imposiciones.
Respirar
cada jornada es un premio maravilloso. Me gusta leer, pasear por Barcelona,
reírme con mis amigos, salir de noche y enriquecerme cada día entre
descubrimientos propios y ajenos. Una bandera es un trapo con mucho colorido y
poca sustancia, sobre todo si se ondea para marcar una línea divisoria que
genera acritud, molestias y una cierta enfermedad, porque al fin y al cabo
empecinarse en una quimera sin respuestas es un absurdo de primera categoría.
Ada
Colau, Javier Pérez Andújar y yo mismo creemos, cada uno a su aire, en algo
llamado bien común. Para la alcaldesa significa gobernar para todos los
barrios. Para el escritor de Sant Adrià tendrá otro sentido, donde supongo
tendrá trascendencia reivindicar, como demuestra su obra, la existencia de
aquello que muchos desprecian porque ni siquiera quieren ver, como su discurso
de hoy. Si buscan en Twitter encontrarán que muchos independentistas se niegan
siquiera a leer su texto porque ya han dictado sentencia, hacen aquello que
siempre dice mi amigo José Luis: son máquinas de prejuzgar, juzgar y condenar.
Así les va, y así surgen odios, que siempre son cortos de miras y por lo tanto
muy peligrosos.
En
mi caso creo en el bien común desde muchas perspectivas. Para Barcelona deseo
una ciudad más humana que respete mucho más el magnífico crisol que contiene y
deje de ser una fachada para preocuparse por el interior del domicilio hasta
poder incluir en su cuerpo todas las ciudades que ha sido, es y será. Lo mismo
quiero para Catalunya en la utopía de la igualdad de oportunidades, el
cosmopolitismo con sentido y el diálogo como única bandera. Esa sí la quiero.
Con
el pregón de Javier Pérez Andújar todos hemos crecido un poco. Decía hace
escasas semanas que los soberanistas se asustan con los comunes. No es sólo
eso. Si se impone la lógica el panorama se despeja y el único Quijote sonriente
es el literario. Sabemos demasiado bien que luchar contra molinos es delirante.
Conviene palpar la realidad y enderezarla. Ya veremos si lo conseguimos, o si
nos dejan.
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