La normalidad, por Jordi Corominas
i Julián
A
estas horas de la tarde las personas vuelven a sus casas tras la múltiple
manifestación de la Diada, la quinta masiva en muchos años, lo que demuestra
sin lugar a dudas la gran capacidad de movilización de la ANC y Òmnium, siempre
respaldada por los medios de comunicación públicos y un monotema que, sin
embargo, parece mutar de forma y rebajar hasta cierto punto el grado de sus
reivindicaciones.
A
diferencia de otros años parece que la tensión haya disminuido. Las redes
sociales bullen menos de frases hechas y tener el horizonte despejado de comicios
o referéndums cercanos como ocurrió en las dos últimas ediciones ha producido
un bajón en el furor colectivo por mucho que por vez primera el President haya
asistido, posicionándose en una línea que lo excluye de la totalidad ciudadana,
convirtiéndolo en el representante de un solo grupo de los habitantes de
Catalunya.
Aún,
ya llegarán, no hay cifras. No me parecen importantes. Seguramente se mencione
el millón de personas. En 1906 la Festa de l’homenatge de Solidaritat Catalana
llenó el passeig de Sant Joan con ciento veinticinco mil personas, una cifra
impresionante para la época. No creo que la de hoy sea mucho más superior. Si
sumamos las de Berga, Salt, Tarragona y Lleida hablar de centenares de miles
será una fórmula correcta que ya no sorprende a nadie.
Y
no lo hace porque ya llevamos un lustro de días históricos y la situación,
quizá lo más preocupante de todo el asunto, se ha cronificado, como si
asumiéramos que el once de septiembre toca organizar una reivindicación festiva
que llena de ilusión a muchos y cansancio a otros tantos.
Asimismo
hay ciertas novedades. Los gritos siguen siendo los mismos de siempre, pero
hasta en los partidos independentistas la idea de una consulta consensuada
parece que cuaje a sabiendas de su dificultad dada la actual situación de
desgobierno en ambas partes. En Catalunya por la ausencia de leyes útiles que
no sean fuegos de artificio en el Parlament a lo largo del último lustro y en
España por el vergonzoso bloqueo de los cuatro partidos con representación
nacional.
El
recurso a un acuerdo entre las partes implicadas cobra fuerza es porque este
último año las dos elecciones legislativas han hecho irrumpir con fuerza a un
nuevo actor. En Comú Podem ha participado en la celebración general desde la
segunda fila, sin hacer ruido porque durante las jornadas anteriores y la misma
mañana de este caluroso domingo había propuesto otro tipo de concentración que
en esencia recordaba la primera Diada tras la muerte de Franco, la unitaria de
Sant Boi de 1976.
El
viernes Podem, ERC y la CUP juntaron fuerzas en un acto que abre la posibilidad
de un tripartito de izquierdas que para ser efectivo debería activar los
mecanismos de pacto, abandonar maximalismos que de nada sirven dada la
situación actual y actuar desde el trabajo para la comunidad. Este mitin casi
tiene más trascendencia que lo vivido a lo largo de esta última tarde porque
insinúa, aunque sea con mucha levedad, un hipotético cambio de vertiente para
superar enroques. Mientras tanto en Barcelona y otras localidades se hacían
marchas con antorchas, algo que debería eliminarse del simbolismo de estas
fechas porque por mucho que nos pierda la estética es de pésimo gusto. Está
claro que uno y otro grupo tienen un discurso basado en la Historia que difiere
hasta en sus formas retóricas, por eso sería maravilloso que en vez de fuego
usáramos razonamientos para encontrar vías válidas que generen un nuevo marco.
La
normalidad del once de septiembre en su vertiente siglo XXI debería ser un
motivo de preocupación al mostrar una sociedad dividida que asume con cierta
resignación el status quo de las cosas. Que ahora los líderes catalanes sean
mucho más endebles, quizá hasta llegue el momento en que reconozcamos a Mas una
cierta capacidad en creerse y transmitir su rol presidencialista, puede
propiciar que la opción del diálogo hacia una modificación del Estado
Autonómico sea la más factible, pero claro, al otro lado de la línea no hay un
interlocutor y si todo sigue así puede que la herida se quede en el cuerpo sin
doler y sigamos tirando con lo que tenemos sin afán por resolver el embrollo,
con ineficacia en ambos lados y la lamentable sensación de vivir cada año el
día de la marmota del folklore contemporáneo.
Pasó
una semana y todo sigue igual pese a una marea de acontecimientos absurdos,
como todo el Procés. Tantas noticias demuestran cómo lo de hace un domingo ya
es irrelevante y que algunos artículos, y este es un buen ejemplo, servirán más
para comprender lo ocurrido en un futuro. De lunes a un nuevo domingo
proliferaron los titulares y el más destacado es también el más estúpido. Algunos fanáticos
independentistas, apoyados por la ínclita y omnisciente tieta Pilar Rahola, han
montado un pregón alternativo para la Mercè con el objetivo de criticar la
decisión de Ada Colau consistente en otorgar a Javier Pérez Andújar la palabra
en la inauguración de las fiestas barcelonesas. La contraproposición
independentista será una buena oportunidad de ver a personas disfrazadas de
época mientras un señor muy contento de conocerse cree hacer reír transformado
en Felipe V.
Lo
del pregón es otra prueba más de la batalla por la hegemonía cultural, o si
quieren la confirmación de lo dicho al principio del artículo: Barcelona en
Comú si asusta a los soberanistas y por eso surgen propuestas tan ridículas,
vergüenzas de kindergarten.
Como
es domingo por la mañana he pensado al devorar los periódicos que Joyce tenía mucha
razón con eso de la Historia es una pesadilla de la que me gustaría despertar,
pero luego reflexioné y vi como a mi alrededor los escritores, salvo algunos
que provocan iras nacionalistas, se mojan muy poco. Los intelectuales callan,
los chicos del Procés ríen y así la normalidad cambia su configuración,
instalándose en este tedio insoportable de pataletas y utopías al que ya nos
hemos acostumbrado.
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