jueves, 15 de diciembre de 2011

Un inconveniente de Mary Cholmondeley en Revista de Letras


Dulces derrotas de independencia: “Un inconveniente”, de Mary Cholmondeley
Por Jordi Corominas i Julián | Destacados | 12.12.11

Un inconveniente. Mary Cholmondeley
Traducción de Israel Centeno
Postfacio de Marta Sanz
Periférica (Cáceres, 2011)


La escena inaugural de Un inconveniente podría darse en cualquier lugar del planeta en cualquier época de la Historia, pero la forma de narrarla y los elementos que con tino sitúa la narradora hacen que el marco sea típicamente victoriano. El mérito es de Mary Cholmondeley, quien pese a tener un apellido más bien complicado destacaba en su escritura justo por lo contrario. Su capacidad de síntesis y la virtud de elegir con esmero todas y cada una de las palabras de sus textos caracterizaron una trayectoria que tuvo su verdadera encrucijada en el libro que ahora edita en España Periférica. La versión ideal del mismo debería incluir las cinco versiones que a lo largo de su existencia elaboró su autora, feminista convencida que con esta nouvelle quiso en cierto sentido trazar un cuadro de precisión sobre las desventuras de dos polos opuestos unidos por la pieza central del lienzo.

Y esta se intuye desde la escena inaugural. Volvamos a ella. Silencio. Reflexión. Una mujer sentada en su tocador mira hacia fuera, hacia la inmensidad de un parque y sus posibilidades. Su presencia en el interior la protege del bullicio, al que, sin embargo, está condenada porque así lo exigen los cánones sociales. De nada sirve tener treinta años. Mary Carden sabe que su juventud se marchita y tiene la obligación de intentar abandonar su soltería para ingresar en el fabuloso mundo del cortejo, ritual al que accede con las cartas marcadas de inexperiencia y una personalidad desfavorable, ajena a las modas y condicionada por un conservadurismo que quizá, de manera inconsciente, esconda el molde de la libertad.

Pero existe un soldado. Se llama Jos, ha vuelto de la campaña egipcia y tras mucho dimes y diretes, súplicas del chico incluidas, parece que las campanas de boda se preparan en el horizonte. ¿Seguro? No. De repente la ecuación, plácida y previsible, se rompe con la irrupción de Elsa Grey, una adolescente de diecisiete primaveras repletas de belleza que desata rumores a su paso por su estirpe, mancillada por un escándalo.

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Ya tenemos los ingredientes del tablero. Las ilusiones perdidas por un enlace frustrado pueden desencadenar ira y estallidos de cólera incontrolada. Si buscan emociones fuertes con pasión desenfrenada y luchas de egos busquen en otro lugar. Aquí todo es más sutil. Cholmondeley usa la trama para ahondar en el retrato de una época y un estado, el de las mujeres enfrentadas por misteriosas fuerzas que se repiten generación tras generación. Mary es tranquila y actúa con cautela, con impecable sumisión. Si Jos le pide que cuide de la prometida procurará hacerlo, y la vida seguirá con sus visitas de cortesía, las fiestas en barcos y sus vaivenes cotidianos, que siempre pueden deparar inesperadas sorpresas, golpes de efecto que hagan del relato una experiencia donde emerge en su esplendor la doble moral y la necesidad de acatar el orden pese a su evidente imperfección.

El triángulo amoroso es un clásico de clásicos. Si tomáramos su pastilla con el método tradicional ya sabríamos el resultado. En Un inconveniente constituye la excusa para tender, con sutileza que surca las entrelíneas del texto, una red que captura lo psicológico de los personajes. Mary contrasta con Elsa, sin duda. Ambas desean lo mismo y se ven sometidas a la extraordinaria presión de leyes no escritas asumidas por la gente de su clase social. Son víctimas con cadenas que difieren en peso y gravedad. En este contexto la perdedora, la resignada derrotada de un combate indoloro, tiene en su mano el hilo al controlar su destino y observar el presente, mientras que la triunfal y desdeñada Elsa corre riesgos visibles en detalles, minucias significantes que no contaremos porque arruinaríamos parte de la magia de un breve volumen coronado por el postfacio de Marta Sanz, válido para consolidar ideas que suscite la lectura y sumergirse más de lleno en la narrativa de Cholmondeley, quien nunca se casó. Las biografías desvelan pistas y allanan el camino de la interpretación.

Un inconveniente se enmarca en una búsqueda propia de principios de siglo XX consistente en preguntarse mediante la literatura por los entresijos de la mente femenina. Stefan Zweig con Veinticuatro horas en la vida de una mujer y Arthur Schnitzler con La señorita Else diseccionaron el asunto desde las coordenadas propias de lo austrohúngaro, con una histeria y un dramatismo que la flema británica de Cholmondeley apacigua porque su interés radica en la observación del fenómeno. Seguimos el desenlace con los ojos de Mary, cargados de serena agudeza, pupilas que de vivienda en vivienda, de party en party levantan un grito mudo contra lo imperante y suplican con elegancia derrumbar el muro que hacía del mal llamado sexo débil un ornamento que en sus entrañas debía emanar sentimentalismo, ceguera de novela rosa y ajuares para sacrificar en el altar la independencia que a la que legítimamente debe aspirar todo ser humano.

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