viernes, 9 de diciembre de 2011

Pasolini y la cultura española de Francesca Falchi en Literaturas


Pasolini y la cultura española de Francesca Falchi, por Jordi Corominas i Julián

Hablar de Pier Paolo Pasolini y España parece remontarnos a una serie de desafortunadas coincidencias de incultura patria. Por mi formación e intereses personales me confieso un lector y analista apasionado del poeta friulano, lo que ha sido motivo en más de una ocasión de cabreos relacionados con la poca atención prestada a su figura, incluso en artículos destinados a ensalzarla. Un país que pretenda ser europeo a nivel cultural no puede permitir que una revista de cine diga que el cineasta italiano fue acuchillado, y tampoco creo que sea correcto que el periódico con más lectores cometa errores de bulto y se deje llevar por tópicos que en cualquier otro lugar supondrían, como mínimo, una reflexión sobre cómo informarse e investigar si quieres ser decente para con tus lectores y, lo más importante, tu trabajo.


Pasolini, visto desde mis ojos de 2011, fue una especie de profeta cultural que dejó su obra inacabada, un conjunto polivalente truncado el dos de noviembre de 1975 en Ostia. Poco importan para esta reseña las misteriosas circunstancias de su muerte en el Idroscalo, entre otras cosas porque el tema del libro que ha caído nuestras manos versa sobre la relación del autor de Ragazzi di vita con nuestro país. Libros como el editado por Alrevés pueden servir para replantear una relación más intensa de lo que a simple vista puede deducirse, sobre todo por parte del protagonista del volumen. Nosotros nos hemos contentando en la mayoría de los casos a ubicarlo en un universo mítico de una intelectualidad que nunca tuvimos al ignorar la brillantez que supone la ausencia de límites y conformarnos con el seguidismo de modas y un horizonte que siempre se ubica más en un plano que favorece lo efímero.


El idilio del transalpino con nuestra cultura, bien diseccionado por Francesca Falchi a lo largo del volumen, se inició en su despertar para la literatura. Mediante los versos Pasolini consiguió expiar fantasmas y expresar un torrente lírico que debía mucho a sus peripecias vitales. La influencia en su etapa friulana de Machado y Juan Ramón es evidente por reconocida, no así la de Federico García Lorca, con quien de nada valieron posteriores afinidades vitales que nada tienen que ver con la producción poética de ambos. Alberti y Aleixandre también entran en el análisis, donde las coincidencias están bien situadas, pues las diferencias de contexto determinan la altura del contacto, fuerte aunque interpretado muy libremente.

En los años cincuenta el rastro español se detecta en el poema Picasso, que no resiste la comparación con la Oda a Salvador Galí, donde la admiración lorquiana por el pintor catalán determinó unos versos laudatorios con doble intención, mientras que los que Pasolini dedica al malagueño se enmarcan de pleno en su visión ideológica de la sociedad. Picasso es un hombre que al instalarse en las mieles del éxito burgués ha perdido el rumbo del compromiso, sólo visible de manera didascálica en algunos lienzos que no le salvan de la quema. Su afiliación política es vista desde una perspectiva crítica desapegada de la realidad. La torre de marfil excluye al genio de Las demoiselles del club privilegiado del que sí forman parte Velázquez o Goya, que con sus pinceles estrechaban la mano de la realidad y la diseccionaban con tino e impacto imperecedero.


En cambio, en los sesenta Calderón es quien cobra protagonismo. El artista que desde su provincia aterrizó en Roma ha cobrado seguridad y se atreve a ir más lejos. Su conciencia de ser distinto le empujó a entablar una lucha feroz en sus libros, filmes y obras de teatro. El Segismundo de La vida es sueño se traslada en Calderon al personaje de Rosaura. La derrota es la misma. Las reglas y las convenciones dominan el universo y escapar de ellas es una utopía porque la única posibilidad para quien no comparte los postulados imperantes es ser eliminado.


El libro se cierra con un logrado apéndice actualizado donde se pueden leer parte de los textos mencionados, traducidos al castellano, y una bibliografía que muestra toda la labor pendiente que tenemos con Pasolini, un autor fundamental al que aun, no me cansaré de repetirlo, no hemos dedicado suficiente atención. Quizá por eso no encontramos en el volumen un capítulo dedicado a la influencia del director de Mamma Roma en España, parte que hubiese completado una investigación original que en mi opinión es un aperitivo, un ensayo con magníficas intenciones que deberá ser ampliado por otros cuando finalmente percibamos que para abordar un magma tan heterogéneo conviene ser exhaustivos. De todos no es mal comienzo presentar esta serie incompleta de vasos comunicantes si a posteriori entierra viejos mitos y muestra al público que Pier Paolo Pasolini fue algo más que un extraordinario e iconoclasta director de cine con ambiciones que trascendían el séptimo arte y apostaban por acercar una voz necesaria a un tejido en crisis. ¿Les suena? Hoy carecemos de tanta valentía. A falta de pan buenas son tortas que enseñen el camino, tortas pretéritas que no por eso dejan de ser plenamente actuales y que tomaron la tradición desde una sabia tesitura, aprovechando sus excelencias para plantear debates de presente y futuro.

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