El hombre aparece en el Holoceno, de Max Frisch, por Jordi Corominas i Julián
Max Frisch, El hombre aparece en el Holoceno, Barcelona, Alpha Decay, 2014
Traducción de Eustaquio Barjau
Descubrí a Max Frisch en algún momento de mi adolescencia. Cayó en mis manos Homo Faber y lo devoré. Ahora recuerdo poco de esa novela, pero me impulsó a seguir la pista del escritor y arquitecto suizo. En un arrebato adquirí Montauk y volví a sucumbir en sus redes. Después vino un largo silencio, roto con la lectura de El hombre aparece en el Holoceno, afirmación que en 1979, fecha de la publicación del libro que ahora edita en España la editorial Alpha Decay, era muy reciente y valía tanto para un roto como para un descosido. No digamos ya para un título, sobre todo si las palabras esconden una intención.
Geiser es un hombre que empieza a darse cuenta del inevitable declive que supone el paso del tiempo. Acaba de cumplir setenta y cuatro primaveras que transcurre en la región suiza del Ticino, donde un diluvio bloquea cualquier iniciativa de ser humano con normalidad, como si la anomalía meteorológica fuera, y lo es, un preludio de finitud, una tormenta que dará paso a un nuevo sol, otro estado más del tránsito.
Los síntomas del derrumbe son evidentes y sirven para dar al relato un tono que seguro divierte e intriga al lector a partes iguales. Por una parte la pérdida de memoria intenta repararse con un sistema lógico basado en apuntar cualquier nuevo dato en papelillos que el protagonista cuelga en la pared de su hogar, informaciones que apuntalan el círculo perfecto del devenir, y que la obra plasma con el realismo del titubeo, con las letras cargadas de vacilación mientras se traza un mapa de origen geográfico, humano y vital que encaja con lo narrado.
Por otra parte hay una regularidad de la rutina que impide que el texto caiga en un mero monólogo interior de delirio controlado. El paso de las horas vehicula el conjunto, pero hasta el reloj se ve turbado por lo que ocurre en el exterior, símbolo de la descomposición, lenta y pausada, con pequeñas briznas de lucidez en el marasmo que percibimos en esa nevera donde lo congelado inunda de pesimismo el hogar, con la comida irrecuperable y esa agua que derrite cualquier esperanza.
La agonía, sin embargo, juega con nosotros. El pobre Geiser también es un dinosaurio atenazado. Pese a estar ante una novela de calado podríamos pensar que buena parte de la técnica que la compone bebe mucho de la brillantez dramatúrgica de Frisch. Resulta sencillo imaginarse El hombre aparece en el Holoceno en unas tablas donde el espacio condense los elementos que configuran el descalabro. El viaje en la mente del condenado a muerte por la implacable ley que nos lleva a todos al olvido y al otro barrio se nutre de los cinco sentidos, desde el tacto al oído, del aislamiento del desorientado a la ensoñación de lo que ya no volverá.
En muchas ocasiones el crítico cree ganar peso si expone las virtudes experimentales de lo que analiza, algo que quizá sirve para ponerse medallas, sin más. En este caso, como acaece con mucha narrativa que rebasa el nivel medio, los experimentos se insertan dentro de un cuadro que busca ser puntilloso con la realidad porque sabe de la imposibilidad de aprehenderla tal cual es. Los intentos de este tipo, siempre nobles, no naufragan porque son valientes y desean ir un paso más allá. No creo que El hombre aparece en el Holoceno sea superior a mi amado Homo Faber, pero en sus páginas contiene la esencia del autor helvético y con eso, en esta época neutra que por desgracia nos toca padecer desde una alarmante pobreza cultural, me basta.
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